Nosotros Nunca [A LA VENTA EN...

By srtaflequis

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YA A LA VENTA EN FÍSICO
Nota de autora
1
2
El monstruo de las pesadillas (1)
3
4
El monstruo de las pesadillas (2)
5
6
El monstruo de las pesadillas (3)
7
8
El monstruo de las pesadillas (4)
9
10
10.1
El monstruo de las pesadillas (5)
11
11.1
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El monstruo de las pesadillas (6)
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El monstruo de las pesadillas (7)
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El monstruo de las pesadillas (8)
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17. 1
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18.1
El monstruo de las pesadillas (9)
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El monstruo de las pesadillas (10)
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El monstruo de las pesadillas (11)
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El monstruo de las pesadillas (12)
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El monstruo de las pesadillas (13)
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El monstruo de las pesadillas (14)
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33
FINAL
¿Ahí acaba todo?
Querido lector...

23

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By srtaflequis

Natalia.

Las caras de desilusión llegan hasta el suelo.

Cat, que ha aparecido de nuevo en nuestras vidas por sorpresa, Aron, Zack, Dylan y yo nos hemos reunido en el despacho de una abogada de prestigio en la ciudad para tomar medidas en respecto a la estafa de la que hemos sido víctimas a manos de Agus. Al principio, nos conformamos con quedarnos con el dinero y los apartamentos. Con el paso de los días hemos entendido que hay cosas en la vida que ni el dinero puede comprar. Nos da igual perderlo todo. Queremos recuperar de vuelta la confianza, la ilusión, los días de desayunos y repaso de guion, las largas horas grabando de madrugada bajo las tormentas eléctricas de verano, las improvisaciones y las tomas falsas.

Quiero recuperar mi obra y los derechos que me corresponden como autora.

Necesito de vuelta mi historia, mi vida.

—Tiene que existir una solución —masculla Dylan.

La abogada agrupa los papeles que le hemos entregado. Forman un taco de gran altura. Los desplaza para devolvérnoslos después de haberse tomado tres largos días para revisarlos y buscar posibles medidas legales que aplicar en la situación.

—Firmasteis un contrato con sus correspondientes cláusulas. Lo aceptasteis todo, sin rechistar. Creo haber leído en el punto sesenta y uno que, la productora, en situación de quiebra, tiene derecho a prescindir de sus trabajadores, así como de la filmación del proyecto.

—¿Y eso qué quiere decir? —pregunta Zack.

—Le hemos dado vía libre para despedirnos —responde Cat.

—En pocas palabras, sí. Así es.

—¿Y ahora qué? ¿He perdido los derechos de mi obra? —Mi pregunta resuena con fuerza en la sala. Todos me observan, menos Dylan, que pone su mano sobre mi pierna como muestra de apoyo. Al instante, siento otra mano sobre mi otra pierna. Zack. Cuando Dylan se da cuenta, lo mira con fijación. No tiene pinta de querer dejar de mirarlo, es Zack quién regresa la vista hasta la abogada.

—Durante dos años, sí. No en su totalidad, pues posees aún el cincuenta por ciento, pero para hacer uso y disfrute de ello por cuenta propia, tendrías que pagar a la productora.

—Pagaré todo cuanto sea necesario.

Aron tose a propósito.

—¿Hablas en serio?

—No voy a dejar que ese cabrón se lucre a costa de mi dolor.

—Frente a un juez, tiene motivos para ganar —informa la abogada—. Es policía, según me contaron. Conocerá las leyes y sus puntos débiles. Y ha seguido los pasos necesarios que el contrato le imponía. Ha declarado la productora en bancarrota. ¿Qué tienes tú por aportar en la vista? Al jurado, al juez y a los fiscales no les valdrá solo con tu dolor.

—A nadie nunca le ha bastado con mi dolor —digo, con desprecio. Me hundo en la silla y me ayudo de la mesa para hacer fuerza y arrastrar la silla hacia atrás.

Minutos después, tras dejar a los demás concretar los puntos del acuerdo con la abogada para presentarlos a la parte contraria, todos me observan estupefactos, la abogada se ha quitado las gafas y por el gesto de su rostro, no da crédito con lo que está viendo. Bajo la mirada hasta toparme con mis manos y trago saliva con dificultad. En cada mano tengo un trozo de lo que sería el supuesto acuerdo, ese por el que llevamos dos horas encerrados en un despacho sin ventilación, ventanas, ni luz solar. Lo he roto. Lo he partido en dos.

No sé por qué lo he hecho, pero no puedo retroceder en el tiempo. Doy un paso hacia delante y lo dejo sobre la mesa, justo en frente de Dylan, que se echa el pelo hacia atrás y me aparta la mirada. No parece haberle agradado mi actitud. Zack tiene los mofletes hinchados, llenos de aire. Se está aguantando una carcajada y tengo que hacer un esfuerzo inhumano por no reírme, pese a que la situación no sea graciosa.

—No quiero parecer impertinente —dice Aron—, pero ¿Qué coño estás haciendo?

—Lo... lo siento.

Agarro el bolso y lo cuelgo sobre mi hombro. Salgo de la sala sin decir adiós y a mi espalda, escucho unos pasos que me persiguen cada vez con más firmeza y rapidez. No le da tiempo a llamarme, porque antes me giro yo para toparme con él. Ha desaparecido la sonrisa de su cara.

—Te prometo que no sé por qué lo he hecho, Zack —digo, con nerviosismo. Se me entrecorta la voz y rompo a llorar. Él avanza hasta mí y me rodea con los brazos. Me da un beso en la coronilla y me pega a su pecho. Se siente bien—. En cada frase salía mi nombre... No puedo evitar sentirme culpable de todo lo que ha ocurrido. Y aunque sé que no lo soy, el miedo interno a perderos me hace creer lo contrario. Me encantaría acabar con él... que pague por lo que ha hecho, por jugar con nuestra ilusión... y lo digo, me intento convencer de que sería capaz de hacerlo..., pero no estoy siendo sincera conmigo, ni con vosotros. No quiero juicios, ni visitas a abogados. No quiero volver a sentirme juzgada en una sala llena de personas con túnicas y caras de pocos amigos. No quiero verme rodeada de policías, fiscales, jurado y testigos. No quiero volver a ser esa niña que acudía al juzgado llena de moratones, con la esperanza de que le apartaran de los brazos de su padre.

—Ya está, enana... —murmura en mi oído. Me acaricia el pelo una vez más y pongo las manos en su pecho para alejarme de él. Seco las lágrimas con el canto de la mano y él ríe. Lo miro con incredulidad—. Qué fea estás cuando lloras.

—Gracias por cumplir tu palabra desde el primer día.

«Cúbreme las espaldas y te cubriré», era lo que dijiste ¿No?

—Y tú respondiste «así será, enana». Y aquí estamos.

Los demás siguen dentro con la abogada. Lara debería de estar en esta sala de espera donde nos encontramos Zack y yo tomándonos un café aguado de la máquina de cafés, pero no hay ni rastro de ella y llamarla sería un acto inútil, porque no hay cobertura. Zack prueba suerte escribiéndola, pero no le llegan.

—¿Dónde aprendiste a trucar máquinas?

Zack se hace el loco y señala la cámara. Se lleva la mano a los labios y me manda callar. Por un momento caigo en su trama y me callo, incluso, comienzo a temblar, asustada, pero no tardo en darme cuenta de que se está quedando conmigo y le propino un manotazo en el brazo.

—Antes de conoceros a vosotros tenía una vida ¿Sabes? California es ese lugar donde puedes soñar, pero también ser arrastrado por la ola más grande que puedas imaginar —respira profundamente y le da un sorbo al café—. Yo me salvé y por eso estoy aquí, pero hay mucha gente que se quedó por el camino.

—Eso no responde a mi pregunta ¿Quién te enseñó a trucar máquinas? Dudo que lo hicieran tus padres...

—Por nada del mundo me hubieran enseñado, aunque supieran hacerlo. Su reputación podría estar en peligro y ese par de estirados no sería capaz de poner en juego su imagen social a cambio de ver a un crío feliz con un zumo de naranja. Me enseñó un tipo que conocí en la playa. Me había escapado de casa, era menor de edad y mi cara estaba en todos los postes de la luz, comisarías y muros de la ciudad. Gamberradas de un crío que quiere llamar la atención, supongo. La playa era el único lugar donde la gente no buscaba a un menor de edad desaparecido. De noche dormía en una cabina de teléfono cerca del muelle. Tenía puerta y cristales, no pasaba frío. Cada dos días hacía la compra. O sea, robaba en un supermercado diferente al que no podía volver porque ya se habrían quedado con mi cara. Una de esas noches se me acabaron las opciones y me puse a darle patadas a una de las máquinas del muelle. Un tipo que surfeaba —hace una breve pausa y niega con la cabeza—, que se llamaba como yo, me acogió en su casa durante un tiempo. Nos hicimos buenos amigos y me enseñó muchas de las cosas que sé sobre la vida y el... —suspira—, la amistad.

—Eso es... terrible...

—Gracias, eh —ironiza, divertido.

—No, joder. Quiero decir que es terrible que un adolescente tenga que huir de su vida tal y como la conoce para llamar la atención de sus padres... Nadie debería sentirse así, nunca.

—¿Me lo dices tú, enana? —pregunta con ternura, sin esperar respuesta—. En la vida, pocas cosas pasan porque sí. Todo tiene una explicación, pero perderíamos el tiempo parándonos en entender todas y cada una de ellas. A veces es mejor asumir que lo vivido no va a volver, que lo sufrido, sufrido está y que todavía queda mucho por sentir.

—Tienes razón —le digo.

—¡No, hombre! ¡No le des la razón! ¡Se va a acabar creyendo que la tiene! —grita una voz aguda que proviene del pasillo. Lara corre a encontrarse con Zack y le planta un beso en los labios. A mí me pellizca la mejilla y pego un salto de dolor—. ¡Quejica! —mira alrededor y frunce el ceño—. ¿Dónde están los demás?

—Dentro —dice Zack.

—Ya, eso lo puedo llegar a intuir, mi vida. Pero ¿Qué hacéis vosotros aquí fuera?

—Tu amiga ha tenido un colapso mental.

—¿Qué has hecho? —inquiere, con orgullo—. ¿Sobre quién te has abalanzado? ¿A quién le has mordido una oreja? ¿Te has subido a una mesa y has escupido agua como un aspersor?

—Ha roto el acuerdo al que habíamos llegado con la abogada.

Lara abre los ojos y le suelta la mano a Zack. Yo miro al rubio con mirada intimidante, me ha vendido a la primera de cambio.

—¡Esa es mi chica! —grita, para segundos después auparme unos centímetros por encima del suelo.

—Estáis chaladas —concreta Zack.

—Ve acostumbrándote —le digo.

Lara distrae a Zack y cuando nos pierde de vista, agarra mi muñeca y tira hacia el pasillo. Comenzamos a correr. Yo la sigo como puedo, sin rumbo. Bajamos los cuatro pisos del edificio a trote por las escaleras. Gritarle para que pare no sirve de nada, me ignora. Mi móvil comienza a sonar, pero como lo saque del bolso a la velocidad que vamos, caeré de bruces contra el suelo. Lara me pide que no deje de correr ¡Y no lo hago! ¡Pero no puedo ir más deprisa! Ella tiene las piernas mucho más largas que yo. Dos pasos suyos son cuatro zancadas mías ¡No estamos en igualdad de condiciones!

Al llegar abajo, justo en la puerta del bufete de abogados frena en seco, con tan mala suerte que no me da tiempo a parar y me choco con ella. Estampo mi nariz contra su cabeza y gime de dolor. Se gira alterada.

—¡Mira por dónde vas!

—¡Has sido tú la que ha pegado el frenazo! —chillo.

—¡Mierda! —masculla, mirando detrás de mí. Al voltearme, veo a Zack hecho una furia caminando con paso firme hacia nosotras. De la nada, lo veo desaparecer. ¡No quiero correr más! Al doblar la esquina subimos calle arriba por la avenida. No puedo más. Me siento en un banco con la respiración agitada. Lara continúa andando, no me molesto en pegarle una voz—. ¡Corre, joder! ¡Corre!

La vida suena diferente cuando te rodeas de personas que ven la vida dispuestos a vivirla, a pesar de los riesgos y consecuencias que eso conlleva. Lara siempre ha saltado, nunca le ha gustado ver la vida desde la posición de espectador. No le ha temido nunca a nada ni a nadie, salvo al suspenso en clase de artes. Ahí... se hacía chiquitita y lloraba. Yo la abrazaba cuanto podía o hasta que ella se cansaba de los mimos, secaba sus lágrimas y volvía a estar como nueva. En el fondo sé que fingía.

No estaba feliz, pero era más fácil continuar viviendo como si no existiera el mañana que confesar que la vida le había puesto una piedra en el camino y al caerse se había hecho daño. Ella aprende de mí y yo de ella. Siempre ha admirado mi capacidad de aguante frente al dolor, pero yo admiro su persistencia por la felicidad. La sonrisa que mataría a mil demonios.

Me pega un tirón del brazo y entramos en la primera tienda que vemos. Al alzar la cabeza abrimos los ojos y guardamos silencio. Lara me pellizca para que reaccione, pero no soy capaz de articular palabra.

—Natalia... esto es una tienda de novias...

—La encargada está viniendo hacia nosotras... —mascullo.

—Habrá que improvisar ¿no? —de reojo veo como Lara inspira profundamente, se arma de valor, da un paso al frente y besa la mano de la dependienta. La encargada se queda ojiplática, pero rápidamente sonríe—. Somos dos novias a punto de contraer matrimonio. No tenemos vestidos... y contamos con mucho dinero.

—¿Cuánto es mucho?

—Mucho, millones —intervengo. Lara me mira sorprendida—. ¿Tendría algún vestido a nuestra altura? Nos da igual el precio, como comprenderás.

La dependienta asiente rápidamente con la cabeza y nos pide que la acompañemos, mientras camina rápidamente hasta el almacén.

—¿Millones? —Lara se echa a reír.

—Cállate.

Pasamos al interior del gran probador de vestidos. Allí todo es de color blanco, rosa palo y brillantes. No quiero pestañear y perder de vista esta maravilla, aunque solo sean unos segundos. Deslizo la mano a lo largo de los vestidos, todos cubiertos por un plástico y la dependienta me mira sonriente. Me quedo mirando uno concreto. Tiene los hombros descubiertos y es completamente liso. Es igual que el que llevó mamá en el día de su boda.

Lara, que ha visto esas fotos tantísimas veces como yo presidiendo el salón, me pone una mano en el hombro. Lleno mis pulmones de aire y lo expulso de golpe. Mamá no quiere que me case, que siga sus pasos... yo solo quiero vivir todo cuanto me deje la vida. No sé si casarme estará algún día entre mis planes, pero... ¿Qué de malo tiene una celebración con las personas que te quieren, todos juntos celebrando el amor?

Al fin y al cabo, supongo que ella nunca celebró el amor.

Con los vestidos elegidos, la encargada de la tienda asoma la cabeza por un hueco de la cortina.

—Perdonad que interrumpa este momento tan íntimo entre dos amigas que están a punto de contraer matrimonio... —se rasca la oreja con nerviosismo. Echa la vista hacia atrás. ¿Qué ocurre? Lara y yo miramos tras ella y pongo los ojos en blanco. Estoy segura de que ella me imita el gesto. ¿Qué demonios hacen aquí Zack y Dylan?—. ¿Son vuestros futuros maridos?

—Algo así —respondo, conteniendo la respiración. Lara me choca el brazo y se esconde detrás de la cortina. Me recojo el bajo del vestido y corro tras ella—. ¿Los has llamado tú?

—Pensé que podríamos hacer algo juntos. Les mandé la ubicación a tiempo real.

Esta tía no es mi amiga. ¡Lara no haría eso! ¿A quién se le ocurre?

Me fijo en ella. Gira sobre sus talones y me da la espalda. Se echa el pelo hacia un lado y lo deja caer sobre un hombro. Me hace un gesto a través del espejo para que le ayude a bajar la cremallera del vestido.

—¿No quieres que Zack te vea vestida de novia?

—¿Tú quieres que Dylan te vea?

Me encojo de hombros.

—Me gustaría ver su reacción, solo eso —digo.

—Ya... supongo que a mí también me gustaría, pero no será así. Zack no merece sufrir, no de esta forma. No me parece justo que grabe en su retina una imagen que posiblemente nunca podrá vivir.

¿Acaba de decir lo que yo acabo de escuchar?

—¿Harías cualquier cosa por amor, Natalia? —me pregunta, con la voz temblorosa.

—¿Qué te ha pedido Zack?

—Oh, no... es solo que... —se frota la cara con exasperación—, creo que no sé querer como debo.

—No existe una forma concreta de amar.

—Pero sí que debe tener una condición y es querer bien. Creo que no quiero a Zack de la mejor manera. Él... bueno, me avisó de su situación. ¡Lo hizo! Joder... Y a mí me dio igual. Le exigí que me quisiera, a sabiendas que... es complicado —hace una pausa para coger aire y guarda mis manos bajo las suyas. No entiendo nada—. Me ha propuesto algo... No sé qué hacer o decir, tampoco es que tenga que darle una respuesta hoy... Creo que es algo así como una prueba de amor que, de superar, nos mantendría siempre juntos. ¿No crees?

—Lara ¿te estás escuchando?

Lara se encoge de hombros.

—Nadie merece sentir que tiene que superar una prueba de amor para ser digna. Tú eres suficiente para el amor con o sin Zack. Tu vida no acaba si lo vuestro por lo que sea se termina. Quizás, si lo hace, quiere decir que no es la persona. O el momento. Solo te pido que hagas lo que hagas, pienses en ti, siempre.

—¿Tú lo haces? ¿Piensas en ti cuando estás con Dylan?

La pregunta me pilla de sopetón.

¿Lo hago? ¿Pienso en mí?

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