"P" geminifourth

By g4utopia

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Gemini está en la cárcel, Fourth es su nuevo compañero de celda. adaptación, todos los derechos a @romadamned. More

Prólogo.
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29. FINAL

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By g4utopia


Fourth había intentado detener los latidos de su corazón. No logró conseguirlo gracias a que su madre llegó en el momento idóneo y lo sacó del agua. Ella quería recuperar a su hijo, quería salvarlo de esa oscuridad que lo devoraba día a día; sin comprender que era imposible para Fourth ser algo más que un cadáver obligado a seguir respirando.

—¡Fourth, abre la puerta! —gritó su madre, desesperada. Ejerciendo presión en el pomo de la puerta, intentando abrirla sin éxito.

Fourth negaba, gritándole que se fuera, que no quería ver a nadie. Su delgado y fatigado cuerpo temblando. Todo él siendo un caos en su existencia. Sin espacio para el razonamiento, su destrozado corazón vociferando por él.

Ese día los demonios jugaban con Fourth. Distorsionaban todo frente a sus ojos, enseñándole recuerdos de Gemini, de los días que se amaron.

Y Fourth solo quería arrancarse la piel, solo quería desaparecer para que dejara de doler. Ya no podía seguir soportándolo. Era ácido y quemaba, una y otra vez. No sanaría nunca; Gemini no se lo permitiría.

La luz molestaba sus ojos, el aire que entraba en su pecho hacía doler los huesos de sus costillas y el sonido de voces que no eran las de Gemini, hacía que tapara sus orejas.

—Por favor, hijo —sollozó su madre. Golpeando la puerta con suavidad—. S-sal de ahí, ¿sí? T-tengo una nueva historia. E-es para ti, amor. Es de las que te gustan.

Fourth dejó de pellizcar la piel de sus manos y miró en dirección a la puerta.

Cuentos, historias de amor con finales eternos. Algo que él con Gemini no tuvo; era lo único que lograba devolverle un poco de humanidad.

Se colocó de pie, ayudándose por la cama. Sus delgadas piernas no eran más que piel y huesos. Trastabillando con sus descalzos pies llegó hasta la puerta. Al abrirla vio a Lily, su madre sonreía y respiraba entrecortado.

—Y-yo...

—Shhh —siseó Lily—. Está bien, amor.... Está bien, ¿sí? —Abrazó a Fourth, permitiendo que su hijo se aferrara a ella y sollozara, pidiendo perdón entre hipidos—. No, amor. No me pidas perdón, todo estará bien. Eres fuerte, mi bebé. Eres tan fuerte... Gemini estaría orgulloso de ti, ¿bien? Porque estás viviendo, como él quería que lo hicieras.

Fourth asintió. La culpa creciendo en su vientre y es que su madre tenía razón. Gemini le dijo que viviera, que comiera y el ojicafé no lo estaba haciendo.

—M-me va a odiar —hipó, tragando sus lágrimas—. E-estoy horrible y me va a odiar.

—No, amor. Eso es imposible. ¿No me dijiste que él te ama? El amor no mira el aspecto de una persona. —Lily se separó de Fourth y limpió sus mejillas, repasándolas con sus pulgares—. ¿Quieres hablarme un poco de él y luego te leo la historia?

Fourth asintió y dejó que su madre tomara su lastimada mano. Lily fingió no ver las heridas y rasguños en esta, guiando a su hijo hasta el salón donde ambos se sentaron en un mullido sofá.

—Lo siento —susurró nuevamente el castaño—. N-no quiero ser esto... p-pero no sé cómo detenerlo.

—Fourth, está bien. Ya te lo dije... No te sientas culpable, ¿de acuerdo? —Fourth asintió, sorbiendo su rojiza nariz—. Ahora, ¿qué quieres recordar?

Fourth apretó los labios mientras pensaba. Quería recordarlo todo, pero no diría eso. Lily siempre lo dejaba hablar de Gemini, era la única forma en que podía dejar salir un poco de todo el amor que guardaba en su pecho; tanto amor que parecía, iba a desbordarse.

—Él... —comenzó—. Era muy estricto. —Sonrió al recordar la rutina militar de entrenamiento de Gemini—. Y-y yo una vez... me enojé tanto, porque siempre estaba entrenando. Así que... entré al gimnasio y... rompí su saco de boxeo favorito.

Recordaba como Gemini se había puesto de histérico al ver su saco azul rasgado después de darle solo un golpe. Gemini pensó que era culpa suya por golpearlo muy fuerte.

—Ay, cariño. —Lily se carcajeó, palmeando el muslo de Fourth—. Me imagino cómo reaccionó.

—F-fue divertido.

—Estoy segura que lo fue.

Continuaron platicando. Fourth le contaba sus aventuras y desventuras en North Collan. Todo lo relacionado con su dueño, aun si Lily ya había escuchado esas historias, él necesitaba contarlo. Mil veces; por siempre.

—Ahora, hijo, ¿aún quieres que te cuente la historia?

—Sí, sí. Por supuesto.

—Bien... Este libro lo encontré hoy. Me gustó mucho la portada, ¿sabes? —Lily se colocó de pie y caminó hasta una mesita de adorno donde una bolsa de papel se encontraba reposando—. Cuenta la historia de cómo el rey del infierno, el emperador de los demonios, se enamoró de un ángel.

Fourth tragó. Vagos recuerdos quemando en él.

—¿U-un emperador?

—Sí... —Lily tomó cautela por la reacción de Fourth—. ¿Quieres que lo lea, o lo dejamos para otro día?

—¡No! —gritó, aferrándose con uñas a la tela del sofá. —Léelo, léelo por favor.

—Bien, amor. Tranquilo. —Caminó para sentarse al lado de Fourth. Su hijo no demoró en acurrucarse a su lado, luciendo tan vulnerable y frágil que estrujaba su pecho—. Voy a comenzar.

—El final...

—¿El final? —preguntó Lily, repitiendo las palabras de Fourth.

—Puedes comenzar... leyéndome el final. Por favor.

—Oh. Uhm... Sí, claro. Bien, veamos. —Abrió el libro a solo páginas del final—. El rey de los demonios sangró, viendo como sus alas eran cercenadas de su espalda. Como sus garras le eran arrancadas de las manos. Sus colmillos se usarían para forjar espadas y su piel para hacer armaduras de fuego.

—... ¿Qué? No ¿P-por qué le están haciendo eso? —Susurró agitado. Sintiendo un mareo asentarse en su cabeza.

—Fourth... amor, no lo sé. Leámosla del comienzo, ¿sí?

—¡No! El final... Solo dime el final.

Lily suspiró y llegó a la última página.

—El ángel ya no era un ángel. El emperador de los demonios no era un emperador. Solo eran ellos dos, siendo algo que se había escapado de las manos del creador. No eran hombres mortales, no eran deidades celestiales. Y el universo forjó un paraíso solo para ellos, para que esos seres pudieran vivir ocultando su amor. Porque un amor como el de ellos, era tan intenso, tan mágico, que era considerado una maldición. Fueron encerrados ahí, porque nadie más debía saber, que una vez existió un emperador que entró al paraíso, para robarse al ángel del que se había enamorado.


...




Cuando Fourth salió del hospital, con su madre levantando su mentón con orgullo y Satang sonriendo sinceramente, supo que finalmente la pesadilla había terminado.

No, no lo había superado. No lo haría nunca; pero aprendería a vivir con ello.

Fue una pesadilla que duró muchas lunas; seis meses de ellas. Y ahí estaba, dejando atrás un peligroso historial médico que incluía tres intentos de suicidio, autolesiones, desorden alimenticio y depresión.

Medallas de batallas ganadas, eso es lo que eran. Pugnas que no habría podido ganar de no ser por el apoyo incondicional de su familia; Fourth jamás podría pagarles todo lo que habían hecho por él.

Sí, había perdido su rosa; ya no quedaba de ella más que los recuerdos. Y eso era suficiente para que Fourth pudiera seguir respirando día a día, era suficiente para que tomara el tenedor y se llevara comida a la boca.

Él se enamoró, y amó y seguiría amando a la misma persona hasta que exhalara su último aliento; estaba orgulloso de poder hacerlo. Ya no intentaría frenar los latidos de su corazón para poder bajar al infierno y encontrarse con su dueño; esperaría pacientemente a que se encontraran cuando el destino lo demandara. Mientras tanto, viviría con el corazón en mano, gritándole al mundo que no fue digno de presenciar algo como lo de ellos.

Su alma sanaría con el tiempo, cuando las voces de su mente se silenciaran. Tiempo, eso era todo lo que Fourth tenía a su favor; y sería suficiente. Se lo había prometido a Lily, le prometió que viviría, porque su amor por Gemini había sido eso, había sido vida.

Guardaron las maletas de Fourth en el maletero, su madre sonriendo en todo momento.

—Entonces, esto sería todo —dijo la mujer al cerrar el maletero.

Sus palabras iban mucho más allá, Fourth lo sabía.

—Bien, ¿ahora a dónde vamos? —preguntó el ojicafé al subirse al auto de su madre; en el asiento del copiloto. Satang se sentó en el asiento trasero.

—A casa —respondió su madre, alegre.

Fourth aún no podía pronunciar aquella palabra sin sentir que se ahogaba. Quizá algún día lo lograría.

—B-bien... vamos.

El viaje fue ameno, los tres conversando sobre el montón de cosas que debían hacer ahora que Fourth estaba oficialmente dado de alta y como Lily había organizado un fin de semana que incluía la maratón completa de sus series favoritas.

Fourth y Satang no se miraron, pero ambos tenían risas fingidas al saber que serían obligados a ver temporadas completas de aburridas historias de amor.

Llegaron al departamento de Fourth, quien parpadeó varias veces al no reconocerlo. Completamente remodelado, ya no era el mismo lugar que dejó meses atrás cuando intentó quitarse la vida por tercera y última vez.

—¡¿Te gusta?! —preguntó su madre, emocionada, mientras Satang llevaba las maletas de Fourth a su habitación.

—Eh, sí... En realidad, sí. —Y no mentía. Todo lucía cálido y acogedor.

—Me esforcé mucho para que quedará así, por lo cual es bueno que te guste y que no debas volver a la clínica porque tu mamá te castró con un cuchillo de cocina.

El ojicafé siseó y caminó hasta su madre para envolverla en un abrazo. Los abrazos de Lily eran los mejores en el mundo, los mejores ahora que su rosa ya no estaba con él.

Satang apareció a los segundos, mirando su teléfono móvil y con el entrecejo arrugado.

—Yo debo volver a la oficina, Fourth. Me llamó mi secretaria y me dijo que... —Satang permaneció en silencio unos segundos y luego suspiró—. En realidad, me hubiera gustado decírtelo de otra forma.

Fourth se giró, con su ceño fruncido y sus orbes fijos en Satang.

—¿Me perdí de algo? —preguntó alternando su mirada entre Satang y Lily. Ambos se miraban, cómplices

—Bueno, en realidad... No quería decirte nada hasta no estar seguro.

—Satang, por amor al cielo, solo habla de una vez.

—Me llegó un oficio judicial la semana pasada.

—Oh, bueno... Es sobre, uhm. ¿Es sobre mi caso? —Satang asintió levemente en lo que Lily se soltó de él y se abrazó a sí misma.

—Fourth, cariño... Sé que deberíamos haberte dicho de inmediato, pero realmente queríamos que primero salieras de la clínica. No fue nuestra intención ocultarte nada y...

—¡Mamá! —la interrumpió, Lily tendía a balbucear cuando se ponía nerviosa—. Está bien. Comprendo. ¿Qué dice el oficio, Satang?

—Eso es... Bien. Estás limpio.

—¿Qué?

—Estás completamente limpio, Fourth. —El ojicafé se preguntó si tanta medicación lo había dejado estúpido, porque realmente no comprendía las palabras de su mejor amigo—. Se encontraron pruebas, no sé cómo... pero lograron demostrar que todo este tiempo fuiste inocente.

Los fanales del castaño se abrieron con incredulidad. ¿Cómo podía ser eso posible? Ellos habían hecho lo inalcanzable para demostrar que Fourth era inocente y todo fue en vano.

—¿Qué? ¿Pe-pero cómo? Es decir, alguien... —Tragó con dificultad—. ¿Alguien siguió con mi caso?

—Así parece... Aún no tengo todos los detalles. Esta semana me presentaré en el juzgado y veré la resolución del juez y las pruebas. No quería decirte nada todavía, pero todo indica que... —Sonrió, amplio y con ilusión en su mirada—. Que recuperaras tu título de médico, Fourth.

Fourth miró a su madre, quien asintió con efusión.

—Te dejaré a solas con Satang para que no te sientas agobiado, ¿de acuerdo?

Fourth asintió en silencio. Pensó que caería al suelo. ¿Volvería a ser médico? ¿Era verdad?

—Pe-pero... —No sabía que decir. Una mano se colocó sobre su hombro y al levantar la vista vio a Satang.

—Escucha, no estoy completamente seguro... pero creo que esto tiene que ver con alguien que tú conoces.

—¿Qué yo conozco? Satang, amigo. Por favor, ten en cuenta que estuve meses tomando pastillas que me hacían sonreír al ver una manzana...

—Bien, es solo que... Cuando me llegó el oficio, lo primero que hice fue contactar a la parte demandante y exigirles una explicación. Hablé con el padre del bastardo de tu exnovio...

—Alex.

—Sí, ese... Bueno, la cosa es que, no sé cómo decirlo, pero el hombre sonaba realmente asustado. Me pidió perdón y dijo que haría lo que sea, pero que por favor lo perdonáramos. Estuve realmente perdido cuando eso ocurrió, por eso no quise decirte nada. Le dije a Lily y ella me aconsejó que investigara un poco antes de decirte... y lo hice.

—Por supuesto que lo hiciste.

Satang rodó los ojos a las palabras de Fourth.

—Y encontré algo bastante interesante. Las acciones del hospital que te acusó de asesinato por negligencia médica, fueron recientemente compradas por un grupo de inversionistas de Irlanda.

—¿Irlanda?

—Así es... Y dentro de ese grupo, un nombre me sonó. Lo recordé porque hace años... Ya sabes, yo era un gran admirador del boxeo.

—Satang, necesito que vayas al maldito grano porque me está dando migraña.

—Charles Reynolds. ¿Lo recuerdas?

Cada pieza comenzó a encajar. Las palabras de Ian tomaron forma, porque sí, Fourth lo recordaba. Imposible olvidar al padre de Mia, de su pequeña princesa.

—Y-yo... No sé qué decir.

—A mí también me tomó por sorpresa, créeme. —Satang también sabía del hombre, no de su clandestina participación en el Under, pero sabía que era el padre de la pequeña Mia. ¿Cómo no iba a saberlo? Cuando él fue quien acompañó a Fourth en todo ese horrible proceso— . Al principio su nombre solo se me hizo conocido, luego recordé la demanda que le pusieron al hombre por haber descuidado a su hija y como testificaste a su favor.

—Mia siempre hablaba bien de su papá —Fourth buscó con la mirada un sofá y se dejó caer en él, sujetando su cabeza con ambas manos—. Parecía ser un buen hombre.

—Lo sé, Fourth.

—P-pero él... —Fourth no sabía qué decirle a Satang.

No había vuelto a saber de Reynolds, no había tenido el valor para ir a la prisión y buscar a Mark o Ford. No era tan fuerte para verlos a la cara sin sentirse sepultado en vida.

—Escucha, aún no puedo asegurarte nada. Son solo suposiciones mías, pero sabes que rara vez me equivoco.

—¿Crees que él me ayudó?

—Lo creo.

—Debo hablar con él... D-debo... —Fourth se colocó de pie y caminó en busca de las llaves del auto de su madre.

—¡Fourth, espera!

—¡No! No entiendes Satang, esto no es... Mierda, necesito que me lleves con él.

—Fourth, no sabemos si realmente tuvo algo que ver, además... No tengo idea de dónde vive. —El ojicafé miró el suelo, respiraba agitadamente y su boca se sentía seca—. Escúchame, iré a mi oficina y veré la resolución del juez. Resolveremos primero la devolución de tu título médico y luego nos dedicaremos a buscar a Reynolds, ¿de acuerdo?

El ojicafé asintió y se dejó envolver en un abrazo cuando Satang estiró sus brazos hacia él. Se reconfortó, intentando calmar la respiración de su pecho.

—Tengo miedo, Satang.

—Todo estará bien, Fourth. Lo prometo. —Y Fourth sabía que Satang siempre cumplía sus promesas.




...



Era cosa de algunos días, de los malos. Cuando sus ojos se abrían para comenzar nuevamente, sentía tanto dolor, tanta desolación que le era imposible no presionar su rostro contra la almohada y abandonarse a sí mismo entre lágrimas ácidas y tibias, mientras gritaba hasta que sus cuerdas vocales quedaban resentidas.

Se repetía a sí mismo que debía hacerlo, por Lily y por Satang, por sus futuros pacientes. Debía seguir respirando, aun cuando ya no tenía un motivo para hacerlo. Y lo estaba haciendo, con toda su fuerza de voluntad lo hacía. Con los sobrantes de su corazón marchito y seco, lo hacía.

Fourth no podía hablar de Gemini sin quebrarse por dentro. No podía poner en palabras simples los secretos que convirtieron su amor en una eterna epifanía. Porque nadie lo entendería, porque a nadie le dolería. Porque nadie era merecedor de saber la manera en que se amaron.

"Cuando te toco, Corderito coqueto... Es como, no lo sé. Es como poder respirar nuevamente después de haberme ahogado bajo el agua."

Se levantó de la cama y fue directamente al baño, ese día finalmente iría en busca de la verdad. Después de semanas de búsqueda, Satang había logrado dar con el paradero de Reynolds, o quizá Reynolds había dejado que dieran con él. No estaba completamente seguro de cuál era el caso.

Bajo la lluvia artificial lavó su cabello y restregó su cuerpo con una barra de jabón.

"Déjame lavar tu cabello, puto derrochador... Que me cuesta dos cojones conseguir una botella de shampoo."

Sonrió, presionando sus dedos en su cuero cabelludo. Ya se había acostumbrado a ello, a estirar sus labios cuando se caía un pedazo de su corazón. Nadie lo notaba, era su máscara; era la manera en que el dolor se hacía real a través de su cuerpo. Y Fourth sonreía, siempre. Porque siempre dolía.

Frotó su rostro con ambas manos, viendo dos horribles cicatrices trazadas en sus muñecas. Recordatorio de la segunda vez que intentó detener los latidos de su corazón, demasiado drogado como para siquiera recordarlo.

Quizá estuvo demasiado tiempo bajo el agua, pero era un ritual necesario para él. Para esos días donde la ansiedad lo abrazaba.

Hizo su rutina de siempre al salir del baño, vistiéndose rápidamente y abriendo las cortinas y ventanas al pasar por el salón hasta la cocina. Con manos diestras en el manejo de su cafetera consentida, hizo un expreso y lo bebió en tres sorbos antes de ir por su móvil para llamar a su madre y a su terapeuta.

—Hola Lily —saludó con el móvil en su oreja y caminó lentamente hasta el balcón para tomar el fresco de la mañana.

Había dejado de vivir con su madre hacía poco más de una semana, cuando su terapeuta consideró que ya era posible para él retomar su ritmo normal de vida.

Conversó con Lily a gusto, escuchando todo lo que ella tenía que decir sobre sus diversas actividades con sus amigas y respondió con cariño en la voz a cada pregunta que su madre le hizo. Prometió ir a visitarla al día siguiente.

Fue como Satang dijo, su reputación como médico fue restablecida. Logró una disculpa pública por parte del director del hospital y una enorme indemnización económica, una que Fourth realmente no quería, pero que Satang se empeñó en obtener.

En realidad tampoco le molestaba el deportivo rojo que se había comprado con parte de la indemnización. Mucho menos a Satang, quien era prácticamente el conductor del deportivo, ya que apenas lo veía le arrancaba las llaves a Fourth.

Para Fourth, lo único realmente gratificante había sido que podría volver a trabajar como médico pediatra. Podría volver con aquellos niños que esperarían efusivamente por él cada día, que lo ayudarían a manejar la ardua tarea de continuar viviendo, cuando había perdido las ganas de hacerlo.

Escuchó el timbre y frotó su nuca con las yemas de los dedos de sus manos, mientras se hacía camino de manera perezosa hasta la puerta. Un sonriente Satang fue a quien se encontró.

—¡¿Dónde están?! —preguntó haciendo referencia a aquellas piezas metálicas que significaban más para él que todo en su vida.

Fourth rodó los ojos y le indicó una mesita de adorno a la entrada donde se encontraban las llaves del deportivo. Satang prácticamente corrió a ellas.

—¿Estás listo? Ya vamos, vamos.

—Por Dios, Satang. Solo llévate el maldito auto y cásate con él.

—¿Se puede? Es decir, ¿nos has visto juntos? Somos perfectos. — Acunó las llaves en sus manos y las besó como quien besaría a un canario—. Ahora sé que el amor es real.

—Sí, como sea. Voy por una chaqueta.

—Te esperaré abajo con Emy.

—¿Emy? —preguntó con el ceño fruncido.

—El nombre de mi chica. —Besó de nuevo las llaves y Fourth negó con la cabeza.

—¿Le pusiste nombre a mi deportivo?

—¡Hey! No le hables así... No es una cosa.

—Estás loco.

Satang sonrió e hizo sonar las llaves al rodar el llavero por su dedo índice. Salió del departamento mientras Fourth fue por su chaqueta, tomando su billetera y las llaves de su piso al mismo tiempo.

Palmeó el bolsillo de su pantalón en busca de su móvil. Estaba acostumbrado a tenerlo con él.

Con su caminar ligero que lo caracterizaba y que le hacía ganar uno que otro cumplido, mientras usaba sus dedos para sacar los mechones de cabello que caían por su frente, llegó al deportivo donde un enamorado Satang lo esperaba. Su mejor amigo estaba prácticamente cantándole una serenata al vehículo, mientras acariciaba el volante. Fourth estaba pensando seriamente en regalarte el deportivo.

—¿Listo? —preguntó Fourth sentándose en el lugar del copiloto. Colocándose sus lentes aviadores que había guardado en la guantera.

—Nací listo. —Satang le dio un guiño y encendió el motor, haciéndolo sonar con sorna antes de quemar el asfalto al partir a toda velocidad. Fourth bufó y rodó los ojos, una sonrisa plasmada en su rostro.

Estaba asustado, emocionado y con un nudo en su vientre que le había hecho imposible comer algo. No podía ser de otra forma. No ese día al menos. Porque finalmente vería a Reynolds, al mecenas que llevó a Gemini a su muerte.

Sí, Fourth lo había odiado, había querido tenerlo frente a sus ojos para poder arrebatarle la vida, tal como Reynolds lo había hecho con Gemini al llevarlo a la fosa. Sin embargo, no lo haría; porque ni Reynolds ni la muerte lo iba a separar de Gemini. Y con ese pensamiento enraizado en su cabeza, la paz se había hecho un pequeño lugar en su desolado corazón.

Ahora solo quería saber los motivos que tuvo Reynolds para ayudarlo, quería saber cómo murió Gemini. Sus últimas palabras y por qué las peleas en el Under habían sido clausuradas como le dijeron a Satang cuando intentó averiguar sobre Mark y Reynolds en North Collan.

—¿Estás bien? —preguntó Satang luego de una hora de viaje. Fourth inclinó su cabeza hacia abajo.

—Sí, solo... Algo conmocionado. Sabes que esto es, bueno, es difícil para mí.

—Podemos posponerlo.

—No, no podemos, Satang. Necesito saber, necesito... Ya sabes.

—Sí, lo sé. Tranquilo. —Satang palmeó un muslo de Fourth, regalándole una sonrisa.

—Eres demasiado bueno conmigo —suspiró—. ¿Por qué nunca me enamoré de ti?

—Porque somos hermanos y sería raro.

—Buen punto. No me viene el incesto.

—Y porque siempre te quejas de que mis pies apestan.

—¡Es verdad! Dios, ¿has visto un médico? Que no es normal.

—No, creo que me gusta. Es como... mi perfume personal.

—¡Asco! Ahora recuerdo por qué no tienes novia. —Fourth fingió temblar, con sus labios apretados y su nariz arrugada.

—En realidad...

—No —Fourth lo interrumpió.

—¿Qué?

—No, no puedes tener novia. No vas a tener novia... Tu futuro es ser un viejo soltero con muchos perros y que se embriaga en costosos bares.

—... Hermoso.

—Lo sé. Y me llamarás por teléfono a las cinco de la madrugada para decirme que no puedes manejar por estar borracho.

—Suena como algo que tú harías.

—Por supuesto que no. Soy un hombre casado. —Fourth le mostró su mano izquierda a Satang, moviendo su dedo anular donde el tatuaje de anillo lucía radiante.

Satang rodó los ojos, sin embargo, sonrió. Que Fourth hablara de Gemini como si todavía estuviera en su vida era algo a lo que ya se había acostumbrado. Era la forma en que Fourth podía lidiar con el dolor.

El resto del viaje fue placentero. Porque el viento era agradable, porque Fourth hablaba como pocas veces lo hacía, con una enorme sonrisa en su rostro. Contándole a Satang anécdotas entre él y Gemini. Era ameno, sí. Porque Satang no sabía que Fourth mordía con fuerza su mejilla interna hasta hacerla sangrar, cada vez que se callaba. Porque nadie sabía que Fourth moría con cada paseo a su pasado. Una y otra vez.

Fourth le contó como a veces se escondía de Gemini, solo porque le gustaba saber que su dueño se volvía loco buscándolo por todo North Collan, y es que los abrazos que Gemini le daba cuando finalmente encontraba su escondite eran los mejores; los más fuertes y tibios.

Cuando el ojicafé se dio cuenta, ya habían salido de la carretera para adentrarse en un sendero al interior de un bosque. Miró a Satang con cierta duda, su amigo le dijo que Reynolds se encontraba en su casa de campo junto a su hija.

Finalmente se estacionaron a las afueras de una enorme casona. Hermosa y construida sobre una base de piedras de cantera. Fourth apenas si esperó a que Satang apagara el motor para salir del deportivo de un salto, prácticamente corriendo hasta la puerta de entrada.

Madera maciza chocó contra sus nudillos al tocar la puerta. La puerta se abrió.

La boca de Fourth se secó y los recuerdos, todos, cada uno, de él y Gemini, se agolparon en su cabeza. Sintió un mareo y fue sostenido por las grandes manos del hombre.

—Hola, Fourth.

—Hola Reynolds. —El mecenas sonrió y Satang llegó a los pocos segundos. Sintió la mano de Satang colocarse en su espalda baja—. Vengo por respuestas.

Reynolds le regaló una sonrisa sincera y negó con la cabeza.

—No es aquí donde vas a obtenerlas, pero quiero que pasen. Hay alguien que quiere verte.

Fourth botó el aire de sus pulmones y miró a Satang antes de adentrarse en la casa, sintiendo sus piernas flaquear a cada paso.

Reynolds los guio hasta el salón principal y Fourth no fue consciente de las lágrimas que recorrían sus mejillas hasta que sintió ese delgado cuerpo abalanzarse contra él.

Su pequeña princesa lo abrazaba como si su vida dependiera de ello.

—Mia...

—¡Peter! —gritó la pequeña interrumpiéndolo.

Fourth se inclinó para envolverá en un abrazo. Besó los cabellos de la pequeña, quien llevaba orgullosamente la corona que él le había regalado tantos años atrás. Estaba hermosa, grande y sus ojos aún brillaban como diamantes.

—... Hola, campanita.

Satang miró a Reynolds, quien estaba perdido en la escena de su hija y Fourth.

—¡Te estuve esperando! Lo hice porque me prometiste que volverías por mí. ¡Y cumpliste!

—Sí. —Estaba sobrepasado de emociones. Su cuerpo temblaba y todos sus pensamientos habían hecho cortocircuito.

Mia se separó de Fourth y limpio sus hermosos ojitos llorosos con fuerza. Era una niña fuerte, de eso no había duda. La pequeña sonrió y levantando sus manitos se sacó la corona de su cabeza.

El labio inferior de Fourth tembló. Quiso gritar.

La pequeña Mia colocó la corona que Fourth le había regalado sobre la cabeza de este.

—Mia... No.

—¡Ahora te toca a ti llevarla! —Fourth negó con la cabeza. Desesperado—. ¡Sí, tú lo dijiste! Que si yo llevaba la corona hasta que volvieras por mí, después la llevarías tú y ambos seríamos de la realeza.

Y Mia no sabía. En su inocencia la pequeña no sabía el peso que caía sobre Fourth al tener aquella corona sobre su cabeza.

Satang palmeó su hombro y Fourth limpió sus lágrimas con el dorso de una mano.

—Mia, amor. Después podrás jugar con Fourth. Primero tengo que hablar con él, ¿de acuerdo?

La jovencita hizo un puchero y asintió con la cabeza. Abrazando a Fourth por última vez antes de salir con pequeños pasitos del salón principal.

—Está enorme, pero sigue... Ella...

—Mia ha quedado estancada en la época que vivió contigo en el hospital. La llevé a diferentes especialistas y muchos de ellos me han dicho que se debe al abuso sexual que sufrió y todo el daño emocional que vivió en aquellos años. Está con un especialista, dice que con los años logrará reponerse... Aunque no dice cuántos años.

—L-lo siento. Yo...

—No es tu culpa, Fourth. No es tuya, no es mía... Me tomó años comprenderlo. Quien ocasionó el daño fue el único culpable. Algún día lograrás entenderlo. —Fourth bajó la mirada, sin aceptar del todo las palabras del mecenas—. Ven.

Tomaron asiento en un enorme sofá y Reynolds les habló más sobre la condición de Mia. Sin necesidad de preguntas, con su corazón en mano, el hombre les contó el infierno que vivió cuando descubrió que su hijo mayor violaba a su pequeña. Cómo gracias a Fourth no la había perdido y como siempre le estaría agradecido por eso. También le dijo lo mucho que le sorprendió encontrarse con Fourth en North Collan...

Fourth escuchó todo, respondiendo con dificultad a las preguntas que Reynolds le hacía. Agachando la cabeza cuando el mecenas dijo que había escuchado sobre su estadía en el hospital por sus intentos de suicidio.

—Lamento todo esto, Fourth. Es, no sé cómo decirlo... Creo que la vida nos ha puesto en el camino del otro una y otra vez.

—Eso veo —respondió vacío. Se sacó la pequeña corona de la cabeza, dejándola reposar sobre sus rodillas.

—No pude dejar que llegaras a mí antes, lo siento por eso. No podía exponer a mi hija, exponerte a ti... A quienes protejo.

—Yo lo comprendo, es solo que... —La mano de Satang se colocó sobre la suya. Fourth sonrió a su hermano de alma—. Gemini. Él, él es parte de mí.

El mecenas apretó los labios y comenzó a jugar con sus dedos.

—Él dijo lo mismo, ¿sabes?

—¿Lo dijo? —Su ritmo cardiaco se aceleró.

—Sí, cuando le dije que... bueno, le conté que estaba en deuda contigo y que haría todo lo que estuviera en mis manos para ayudarte, él me dio las gracias. Le dije que no debía hacerlo, que lo hacía por ti, no por él y entonces... —Reynolds estiró una mano y señaló con su palma extendida a Fourth—. Me dijo que tú eras parte de él.

—Lo sigo siendo. —Tragó seco—. Lo seguiré siendo.

—Él me dio un mensaje para ti antes de su última pelea. —Fourth abrió la boca para decir algo, pero ninguna palabra salió de ella—. Dijo... Si muero, lo haré viendo el cielo porque es el lugar donde tú y yo nos encontraremos.

Y Fourth sonrió.

—N-no puedo. —Las comisuras de sus labios dolían—. No puedo dejar de sonreír. No puedo, solo no...

—Fourth.

—Nunca podré dejar de hacerlo. —Sus ojos estaban irritados y rojos. El café en ellos destacaba debido al rojo a su alrededor.

—Fourth, escúchame... Si muero lo haré viendo al cielo porque es el lugar donde tú y yo nos encontraremos.

El ojiazul frunció el ceño. Estuvo en silencio unos cuantos segundos. Llevó ambas manos a su boca, ambas temblando. Lo recordaba, lo hacía...

Aquella conversación. Una noche como tantas, con Gemini a su lado, acariciando las curvas de su espalda hasta el nacimiento de sus glúteos. Embriagados del otro, su dueño le había hablado sobre aquel lugar que se asemejaba al paraíso.

"Ese lugar es como el cielo, corderito... Algún día te llevaré porque mereces verlo, mereces ver el paraíso porque tu perteneces a él."

—Grand —susurró con voz tiritona. Apenas audible—. L-la isla. Grand Anse.

Los labios de Reynolds se curvaron en una sonrisa.



...




Fue cuando Gemini abrió la puerta, expectante de conocer finalmente a Ivanov, el hombre que su padre quería muerto, que se encontró a la persona que jamás esperó encontrarse.

—¡¿Tú?!

—Gemini, te presento a Ivanov. Mi salvador y también... mi jefe.

—Hola, emperador.

—¡¿Pero qué mierda estás haciendo aquí, Ford?!

—¡Ay, maricón! No grites que me pones nervioso.

Gemini miró a Reynolds y después a Ford. Sin comprender absolutamente nada de lo ocurrido.

—Lo mejor será que tomes asiento, Gemini —intentó tranquilizarlo el mecenas. Colocando una mano en el hombro del ojiverde.

—¡No me digas que hacer! —rugió Gemini tomando a Reynolds y empujándolo contra la pared. Su antebrazo ejerciendo presión en el cuello del hombre—. ¡Mark!

—¡Cállate, gilipollas! —gritó Ford.

—¡Mark!

—¡Qué no llames a mi novio, hijo de puta!

Gemini vio el revólver que Reynolds cargaba en el borde de su pantalón. Lo sustrajo y soltó a Reynolds, retrocediendo y apuntando a Ford, quien rodó los ojos.

—¡¿Cómo quieres que no lo llame?! ¿Quién eres en realidad?

—¡Que no lo quiero aquí! ¿No lo viste? ¡Anda ahogándose en putas!

Gemini tenía su entrecejo tan fruncido que llegaba a doler. ¿Qué mierda estaba ocurriendo ahí?

—¡Gemini! —Escuchó la voz de Mark a través de la puerta seguido por fuertes golpes.

Los ojos de Ford se abrieron con sorpresa. Gemini no bajaba su arma y Reynolds siseaba con la cabeza.

—Dile que se vaya —susurró apenas audible el irlandés, sacudiendo su cabeza de un lado a otro con tanta rapidez que pareciera, iba a romperse el cuello—. Que se va a enojar conmigo. Gemini, dile que se vaya... Primero tengo que hablar contigo.

El desconcierto en el rostro de Gemini llegaba a ser divertido.

—¡¿Gemini, que ocurre?! —La voz de Mark sonaba desesperada.

—Na-nada... —gritó finalmente el emperador. Ford suspiró aliviado, llevándose una mano al pecho.

—¡Abre la puerta, Gemini!

—¡Solo espérame ahí!

Escucharon a Mark gruñir un poco más, antes de gritar que estaría fuera de la habitación. El arma en ningún momento dejó de apuntar a Ford, y Reynolds caminó hasta el irlandés.

—¿Estás bien?

—Sí, solo me asusté —sonrió el rubio.

—¿Me van a decir que mierda ocurre aquí o tendré que disparar?

—Deja el drama de perra herida y toma asiento, Gemini. Lo que voy a decirte es importante.

Gemini gruñó en respuesta, pero se sentó al frente de Ford, quien sonrió mostrando sus perlados dientes. Gemini tenía el revólver sobre su regazo, dispuesto a usarlo en cualquier momento. No importaba que tuviera sus manos esposadas, eso no sería dificultad para apretar el gatillo.

—De acuerdo... —Ford tomó una bocanada de aire y su rostro risueño cambió drásticamente a uno firme y seco. Una expresión que el emperador jamás había visto en él—. Ivanov es el nombre que usa mi padre para hacer negocios. Así nos mantenemos protegidos de posibles enemigos.

—¿Eres su hijo? —preguntó Gemini con la voz áspera.

—Lo soy. —Asintió con la cabeza—. Y como bien tú sabes, Nick, tu padre, ha mantenido ciertos conflictos con mi padre por algunos años ya.

—Solo supe que tu padre se ha convertido en una amenaza para Nick.

—Sí, bien. Puedes agradecerme por eso. —Ford estiró una carpeta en dirección a Gemini, quien al tomarla comenzó a ver su contenido. Su rostro mostrándose sorprendido al ver las fotos, facturas, documentos... Pruebas de cada ilegalidad cometida por Nick.

—Esto... Joder.

—Años de trabajo, Gemini.

—¿Cómo lo conseguiste? ¿Por qué?

—Guantánamo.

—¿Qué? —preguntó Gemini, ahogado.

En el rostro de Ford se esbozó una pequeña sonrisa.

—Hace algunos años el coronel Nick hizo un importante negocio con mi padre. Contrabando de armas militares... Le vendió cinco cargamentos de armas militares a mi padre y todo habría quedado bien, de no ser porque Nick fue descubierto en su crimen. —Gemini bufó. No era nuevo para él escuchar sobre su padre siendo una rata— . Tu padre aseguró que no había cometido tal infracción y emitió una orden militar de búsqueda a los cargamentos de armas...

—¿Dieron con las armas?

—Sí. No les fue difícil dar con ellas puesto que Nick sabía dónde estaban.

Reynolds no decía palabra alguna. Perro fiel al lado de Ford, se mantenía en silencio.

—Ya... O sea, Nick se jodió a tu padre. ¿Dónde me involucra esto?

—Vale. Te calmas un poco, hijo de puta. La historia se pone buena justo ahora —exclamó Ford, luciendo ofendido.

—Vale, como sea... —Señaló al rubio para que continuara su relato.

—Entonces... Mi padre se quedó sin armas y sin el dinero. Millones de euros. —Gemini silbó.

—¿Qué hizo tu padre al respecto?

—¡Se volvió loco! Quería llenarle el pecho de plomo a Nick.

—Debería haberlo hecho —bufó Gemini.

—Concuerdo... —Se encogió de hombros—. Pero no es idiota y recuperar el dinero era más importante. Tenía pruebas que demostraban que Nick había sido quien le vendió las armas y prometió usarlas en su contra si no le devolvía el dinero.

—Mi padre devolviendo dinero. Estoy seguro de que eso no ocurrió.

—No, no ocurrió... —El rostro de Ford lucía amargo y decaído—. Por supuesto que no devolvió el dinero. Nick es un ratero y decidió que era mucho mejor intentar deshacerse de mi padre que pagar su deuda.

—Eso sí suena a Nick. Solo un hijo de puta como él haría algo así. ¿Mató a tu padre?

Ford apoyó sus codos sobre el escritorio y acunó su barbilla en la palma de una mano.

—En esa época, mi hermano mayor y su esposa fueron en una misión de ayuda a un campamento de refugiados ilegales en Guantánamo. Mi padre fue con ellos para ayudar en lo que le fuera posible. Siempre ha sido un hombre de corazón blando y ayudar a los desprotegidos es la forma en que conserva los pies en la tierra. Ya sabes, el trabajo de hombres como mi padre no es muy ortodoxo. —Ford soltó un suspiro y sus labios se fruncieron en un rictus amargo—. Pero mi madre cayó enferma y mi padre tuvo que devolverse ese mismo día. No le dijo a nadie...

—N-no... Ford, dime que no es...

Gemini no necesitaba más información. Ya todo había tomado forma en su cabeza. Ahora, finalmente después de tantos años, tenía el motivo por el cual su padre había asesinado a todas esas personas, todo intentando deshacerse de un hombre.

—Nick usó sus contactos en el gobierno de Los Estados Unidos para llevar a cabo el asesinato de mi padre.

—Fue por eso que me mandó a ese campamento. Para que matara a tu padre y así no tuviera que pagarle nada.

—Todo por el maldito dinero. —Reynolds palmeó el hombro de Ford, sabiendo que la parte más difícil era la que seguía—. Mi hermano y su mujer murieron esa noche, Gemini. Murieron junto a los cientos de civiles.

Gemini sintió los dedos de sus manos entumecerse. Quería vomitar.

—Y-yo...

—No tienes la culpa. Lo sé, no pasé más de un año en prisión contigo y Mark por nada. —El emperador bajó la vista. No se sentía capaz de ver a Ford a la cara—. Seguramente Nick se sorprendió cuando mi padre lo contactó al tiempo, exigiéndole el dinero de vuelta... ¿Divertido no crees? Nick movió todos sus contactos para matar a un solo hombre y... este no murió.

La risa ácida de Ford perforaba los oídos de Gemini.

—¿Por qué no se vengó en ese entonces?

—No imaginábamos que Nick sabía la verdadera identidad de mi padre. Además, tú sabes que todo ocurrió bajo el marco legal de la milicia norteamericana y lo hicieron pasar como una operación antiterrorista de Estados unidos. Nick no aparecía ligado bajo ningún aspecto a lo ocurrido. Por otro lado, nos costó un largo tiempo conseguir el nombre del culpable puesto que fue mantenido como secreto de estado.

—Mierda...

—Pero todo secreto termina por saberse. Cuando descubrimos que había sido Gemini Norawit, hijo de Nick Norawit... No hicieron falta más pruebas. —Tamborileó con sus dedos sobre la mesa—. Tú ya estabas en prisión, cumpliendo tu condena.

—Ya... —tragó amargo. —Pudriéndome en North Collan por culpa de Nick.

—Fue en ese entonces que mi padre conoció a Reynolds y le dijo que necesitaba su ayuda, pero Reynolds no podía acercarse a ti.

—Yo estaba con Nicholas.

—Exacto. Y Nicholas trabajaba para tu padre. Así que Reynolds no podía acercarse sin levantar sospechas. Por lo que decidí entrar yo mismo en el juego; aunque mi padre no quería.

—Mierda... ¿Nick no sabía de ti?

—No. Ni de mí, ni de mi hermano. Nuestro padre siempre cuidó nuestras identidades.

Gemini asintió. Intentando procesar todo en su cabeza. De alguna manera ya todo encajaba; todo tenía una respuesta.

—Mark va a matarte.

—Me ama.

—Nos mentiste. Le mentiste. —La voz de Gemini sonaba profunda y lenta. Un amago de tristeza surcaba sus cansadas facciones.

—¿Qué debía decirles? La verdad siempre sale a la luz, Gemini. Solo hay que ser paciente.

—... Fourth. ¿Él sabía? —preguntó con miedo en la voz. Sintiéndose vulnerable. No podría soportarlo... Que Fourth le hubiera mentido; preferiría morir ahí mismo.

—Créeme, él no estaba en mis planes. De hecho, Reynolds casi se orinó en sus pantalones cuando lo vio contigo. —El mecenas bufó y Ford lo miró de reojo—. ¡¿Qué?! No es mentira.

Gemini sintió que podía volver a respirar.

—¿Y ahora qué? ¿Para qué mierda me has traído aquí? Sé que quieres algo de mí, Ford. Así que dilo de una maldita vez.

—Los hombres que están aquí...

—¿Qué con ellos? —interrumpió Gemini.

—Son los aliados que tu padre mantiene en los bajos mundos. Sus conexiones y sus protectores. Son quienes no han dejado de buscar la manera para destruir a mi padre por petición de Nick. —Esbozó una sonrisa de satisfacción—. Y los junté a todos... Los amarré a mi dedo meñique, Gemini.

—¿Lo dices en serio? —Ford asintió—. Joder, Mark tenía razón. Estás demente.

—Un poco, pero créeme, no podía ser de otra forma. Necesito a tu padre vulnerable, Gemini. Lo necesito expuesto porque créeme, voy a acabar con él. Lo pisotearé hasta que ruegue por piedad y luego, cuando no le quede nada... Le cortaré la garganta.

—No estás buscando simple venganza —afirmó.

—No. Esto no es venganza, Gemini. Es un castigo... Y serás tú quien lo ejecute.

Se miraron en silencio. En el rostro de Ford no había más que convicción férrea.

—¿Sabías que Mark vendría a la fosa? —Ford negó con la cabeza.

—No. Por supuesto que no. se suponía que solo tú pelearías. — Suspiró, molesto—. Mi padre y Reynolds iban a encargarse de todo, de que ganaras para que volvieras a prisión con un mensaje...

—¿Un mensaje?

—Sí. Un mensaje para Nick... De que Ivanov iría por él. Pero hubo un cambio de planes. Tu padre descubrió que un hijo de Ivanov estaba en prisión y metió a sus hombres para descubrir quién era. Por eso su urgencia con que te deshicieras de mi padre.

—Por eso me presionó con Mark y amenazó con hacerle lo mismo a Fourth. —Finalmente dejó el arma sobre el escritorio. Estiró sus manos en dirección a Reynolds, quien de inmediato le sacó las esposas—. Entonces, ¿qué debo hacer? ¿De qué manera vas a usarme?

Al final eso era todo. Siempre usado; siempre un peón del tablero de ajedrez. A eso se limitaba su vida. Patético.

—Necesito que mates a todos los mecenas que han venido.

—¿Qué?

—A todos y cada uno, Gemini. Los verás esta noche y memorizarás sus rostros... Háblales, salúdalos... Preséntate como Gemini Norawit y confírmales que eres el hijo de Nick.

—¿Por qué? Mierda, tu mente está retorcida.

—Porque necesito que testifiquen que el hijo de Nick Norawit ha muerto. Ellos pensarán que estás muerto y le dirán a tu padre que estás muerto, porque lo estarás.

Gemini resopló, sintiéndose agotado. Tanto luchar, durante toda su vida... Solo para terminar siendo una herramienta. Se repasó el cabello con una mano.

—Entonces moriré y después me encargaré de matar a los bastardos que ayudan a Nick.

—Lo harás.

—Y mi padre verá a sus socios caer, uno a uno. Eso lo volverá loco. Conozco a Nick, cuando algo comienza a amenazarlo, comete errores... Muchos.

—Exactamente.

—¿Y si no lo hago? Si no te ayudo con esto.

—Lo harás. Porque odias a Nick tanto como lo hago yo.

—Odio que me conviertan en una marioneta, Ford. Demasiados años siéndolo.

—Será la última vez, Gemini, pero te necesito en esto, no podría ser alguien más... No puedo correr ningún riesgo, no cuando hay vidas en juego. Reynolds, Mia, Fourth y su familia... Mark. Todos ellos están expuestos mientras tú vivas, porque tu padre sabrá que puede usarlos para llegar a ti.

—Entonces, ¿debo morir?

—Debes hacerlo.

Gemini le mantuvo la vista a Ford durante varios minutos, su cabeza finalmente logrando hilar todo lo ocurrido desde aquella operación en Guantánamo.

—Sé que has planeado Ford. No necesitas decírmelo y hay una posibilidad de que todo se vaya a la mierda, lo sabes. Sabes perfectamente que puedo morir de verdad.

—Lo sé, pero no puedo dejar que sigas con vida. Eres un peligro para quienes amas mientras sigas en el mapa... Y no puedo dejar que mates a Mark.

Ford tenía razón. Gemini lo sabía, había pensado en ello durante noches completas. En como su amor por Fourth no era más que una debilidad, una maldición que podría servirle a Nick para manejarlo a su antojo.

—Lo haré.

—Por supuesto que lo harás. —Se miraron en silencio unos cuantos segundos—. No podemos cometer ningún error, Gemini... Ninguno.

—Lo sé, rubio. Créeme, lo sé.

Y así comenzó. Fueron horas de plática, de entrega de información. De secretos develados sobre la vida de su padre. Ford le dijo todo, le contó cómo Nick era una amenaza para muchas personas y como una de esas personas, era Fourth.

Su amado castaño, quien seguramente no tenía idea de que Nick estaba custodiándolo, manteniendo un ojo encima de cada movimiento que hiciera. Gemini apretó sus puños con tanta fuerza, al escuchar sobre Nick vigilando a Fourth, que sus uñas se enterraron las palmas de sus manos.

Acordaron cada paso a seguir, cada movimiento y una salida alternativa en caso de fallar. No sabían cuánto tiempo le tomaría a Gemini deshacerse de todos esos hombres. Estimó algunos meses, y Ford le dijo que debían ser lo más rápidos posible, dejando a Nick sin tiempo para planear un contraataque.

Con Gemini muerto, Fourth y Mark ya no estarían bajo la mira de Nick. Inservibles para sus propósitos. Aquella idea lograba tranquilizar a Gemini, lograba darle una paz que no había encontrado en semanas. Finalmente su padre desaparecería de su vida.

Finalmente sería libre de verdad.

Reynolds les mencionó que ya tenía listo el cambio de directorio para North Collan, por lo que apenas terminara la fosa, sería asignado un nuevo director a la prisión y las peleas serían clausuradas... Su nexo con Nick quedaría acabado en ese momento. Se escondería unos cuantos meses hasta que Nick no fuera más una amenaza y cuando eso sucediera, se encargaría de ayudar a limpiar la imagen de Fourth.

Y cuando Nick cayera, cuando no quedara de él más que un nombre; Gemini dejaría que Fourth se encontrara con él. El punto de encuentro sería un lugar que solo Fourth lograría comprender. El cielo...

La playa de Grand Anse en la isla de La Digue. Un lugar que Gemini tuvo la oportunidad de visitar una vez en su vida. Cuyo mar era del mismo color favorito de Fourth, cuyas arenas eran doradas como la piel de Fourth. Sin lugar a dudas, era el paraíso.

—Los cuerpos de los muertos serán enterrados esa misma noche — dijo Ford sin dejar de mirar a Gemini—. Necesito que tu cuerpo esté ahí cuando comiencen a enterrarlos. Que vean que estás siendo enterrado, así no habrán dudas.

—Ya. Entonces me entierran con los muertos, genial —resopló.

—No será tan terrible... —Ford se encogió de hombros—. Cuando terminen de enterrar los cuerpos se celebrará la fiesta de clausura. Reynolds se encargará de que el terreno alrededor de la fosa esté despejado.

—¿Quién me sacará de la tierra?

—Yo.

—¿Tú? Vale... —Recorrió a Ford con la mirada. Una sonrisa sardónica haciendo aparecer sus hoyuelos—. No es que... no crea en ti, rubia, pero vamos... No te puedes ni las bolas de Mark y vas a poder sacarme de la tierra.

Ford lucía horrorizado por las palabras de Gemini. Se llevó una mano al pecho e hizo chistear su lengua contra el paladar.

—¡Soy muy hombre macho, cariño! ¿Verdad, Reynolds?

—Uh...

—¡Reynolds!

—Bien. Sí, como sea... —El mecenas carraspeó, incómodo por tener que mentir.

—Solo dime que no vas a cansarte y tomar un descanso mientras me estoy asfixiando bajo tierra.

Ford bufó y entornó los ojos en dirección a Gemini.

—Deja de ser un imbécil.

—No lo soy. Simplemente no sé cuánto tiempo pueda aguantar bajo tierra con un hoyo en mi abdomen.

—No te quejes, en North Collan te hicieron cosas peores.

—Seguro dices eso porque Mark pasa clavándote el puñal en el agujero del culo.

—Aleluya por eso. —Sonrieron levemente antes de recuperar la compostura—. Escucha, no serán más de diez minutos. Es todo lo que necesito que aguantes. Te sacaré de la tierra y nos largamos.

—¿Y Mark?

—Debe volver a North Collan o Nick podría sospechar. No pienso arriesgarme.

—¿Cómo estás seguro de que no intentará hacerle nada?

—No lo estoy, pero no puedo retroceder. Reynolds tiene algunos de sus hombres dentro y ellos se encargarán de que a Mark no le ocurra nada, por otro lado... El nuevo director tiene algunas deudas con Reynolds.

Gemini miró al mecenas, quien dio un leve asentimiento con la cabeza.

—Bien...

—Entonces... Eso sería todo.

—Cabrón hijo de puta, cuando esto termine voy a patear tu culo con tanta fuerza que Mark no tendrá donde meterla. Lo juro. —El rubio golpeó su mejilla interna con la punta de su lengua simulando una felación—. Puto.

Ford sonrió, pero solo duró unos segundos antes de que su rostro cayera y mirara en dirección a la puerta.

—Ahora salgan y díganle a Mark que pase...

Gemini se colocó de pie y le dio la mano al rubio antes de girar sobre sus talones.

Reynolds abrió la puerta, Mark de inmediato se despegó de la pared en la que estaba apoyado. Miró con recelo a su mecenas y su rostro se alivió al ver que Gemini estaba bien.

—¿Todo bien?

—Imposible —gruñó el emperador. Reynolds había cerrado la puerta—. Allá dentro, hay alguien que muere por tener tu polla en su culo. — Señaló la habitación tras la puerta cerrada.

—¿Qué?

—Solo entra de una vez y no grites... Solo no, no lo hagas.

El moreno frunció el ceño, pero obedeció a Gemini. Su mano colocándose sobre el pomo de la puerta, tanto Reynolds como Gemini, sabían lo que ocurriría.

Al abrir la puerta el rostro de Mark palideció. Tantas emociones en su rostro en tan poco tiempo. Abrió la boca para decir algo, seguramente gritar, sin embargo, un par de labios se estrellaron contra los de él. El moreno fue jalado al interior de la oficina de Ford por unas manos ansiosas, con la puerta cerrándose a su espalda gracias a la ayuda del mecenas.

—¿Esperamos? —preguntó Gemini con una mueca de asco en el rostro. Reynolds negó con la cabeza—. Perfecto.

Reynolds volvió a esposar las manos de Gemini y bajaron las escaleras. Ignorando los gritos al interior de la habitación. Unos hombres armados impedían que alguien más pasara el umbral que daba a la oficina donde Ford estaba con Mark.

Gemini en un punto perdió la noción de la hora. ¿Cuánto tiempo habría sido? Dos horas o quizá tres. Todos los capos demasiado drogados y ebrios como para notar la ausencia del moreno, quien finalmente se dignó a aparecer. Tenía los ojos rojos y sus labios hinchados. Su cabello era un caos y su cuello presentaba inmensos cardenales de besos.

Gemini rodó los ojos al ver que Mark sonreía.

—Linda noche, ¿no? —preguntó el moreno parándose a su lado.

Reynolds conversaba con uno de los mecenas a gusto, con guapas mujeres bailándoles.

—Omíteme detalles.

—Estaba tan malditamente apretado, joder.

—Imbécil.

—Y sus besos, mierda. Había olvidado lo bien que se siente besarlo.

—¿No estás molesto? Nos mintió. —Mark negó con la cabeza y luego se encogió de hombros.

—Ford puede hacer lo que quiera conmigo, Gemini... No me importaría si me traiciona, estoy loco por él.

—Maldito loco.

Ambos permanecieron en silencio y se miraron de reojo. No querían sonreír, no querían demostrar que una pequeña chispa de esperanza se había instalado en ellos.

—Lo haré bien, Gemini. Lo prometo.

—Lo sé.

—Tienes que decirme dónde debo hacerlo para no tocar algún órgano vital.

—Después.

—Bien... Lo haré bien. Te daré la mejor puñalada de tu vida y terminaremos con esta mierda. Lo prometo.

—Ya cállate, pareces hasta emocionado. Maldito demente.

—¿Qué puedo decir? Siempre quise enterrártela. 

—Lo mismo le dices a todos.

Nunca cambiarían. Gemini estaba seguro de eso.

Y la fiesta llegó a su final, con los hombres felices y las mujeres con los bolsillos llenos. Con Gemini bebiendo una copa de champagne, su sabor burbujeante haciéndole recordar la sensación de sus labios cuando dejó un último beso sobre la piel de Fourth antes de marchar.



...



Fue cuando la fosa comenzó que Gemini sintió miedo. Porque podía cometer un error y poner en peligro la vida de Fourth. Porque podía morir en lo que cometía cada asesinato de la lista que Ford le había entregado. Porque Mark podía realmente arrebatar su vida en la pelea final.

Pero todos sus miedos desaparecieron cuando sintió la daga enterrarse en su abdomen, cuando vio el cielo azul y su cuerpo se desplomó en el suelo.

El miedo desapareció cuando murió. Cuando Gemini Norawit dejó de existir y el título de emperador recayó en Mark.

Ya era de noche y en la casona la música resonaba sobre las paredes. Los hombres de Reynolds custodiaban que nadie saliera, dándole paso libre a Ford, quien llegó hasta la fosa común de cadáveres.

Su cuerpo mimetizándose con la noche gracias a su ropa negra. Una pala en sus manos. Cavó con rapidez, con gotas de sudor en su frente y manos temblorosas. Nada le aseguraba que todo fuera a salir bien.

—Venga, hijo de puta... —susurró. Sus manos hundidas en la tierra. Removiendo cuerpos en busca de Gemini; hasta que lo encontró.

El corazón latía con fuerza desmesurada. La adrenalina recorriendo su torrente sanguíneo. Todo el peso recaía en Ford, en que hiciera bien su parte.

Se apresuró en sacar a Norawit de la tierra, comprobando que su corazón aún latiera, que respirara. El labio inferior de Ford temblaba, sus ojos irritados debido a las lágrimas que rogaban por salir y humedecer sus mejillas.

Gemini demoró en reaccionar, desesperando a Ford, quien susurraba a la noche cientos de "por favor, despierta". Y finalmente despertó, tosiendo levemente y sintiendo un lacerante dolor en su abdomen.

No sentía el cuerpo y su corazón apenas si bombeaba sangre. Gemini lo sabía, la muerte esa noche había ido por él.

—Eres un maldito inmortal —reía Ford entre lágrimas. Vendando el abdomen de Gemini—. Vale, ya está... Vamos.

Ayudó a Gemini a colocarse de pie. El ahora ex emperador apenas si se podía las piernas. No iba a hablar; no podía gastar energías innecesariamente. Cada respiración dada era una lucha por permanecer con vida.

Estaban nerviosos, las manos de Ford llenas de tierra y la herida de Gemini punzando en su abdomen, imposibilitándole el moverse con facilidad.

—Mark dice que meterte la daga fue la mejor sensación del mundo. — Dejó a Gemini apoyado sobre un árbol cercano antes de caminar a la fosa de los cadáveres y devolver la tierra removida a su lugar.

—¿Ce-celoso? —jadeó únicamente. Con una mueca de dolor en su rostro.

—Casi —respondió. Aplanando con su pie la tierra que hubo removido para sacar a Gemini. Preocupado de no dejar ninguna pista.

Gemini apenas si podía sonreír, mareado y finalmente recuperando el aire que tanta falta le hizo. Lo que en su cabeza se sintió como horas, no habían sido más de unos cuantos minutos desde que fue enterrado hasta que Ford pudo comenzar a escarbar en la tierra para sacarlo.

Con los mecenas ya apartados en su celebración, vigilados por Reynolds y Mark en la fiesta para que nadie saliese al lugar donde yacían los cuerpos de los combatientes caídos.

El rubio tenía todo magistralmente planeado para que pudieran salir de la casona sin ser vistos, traspasando una conveniente abertura en el muro que rodeaba la casona.

Ocultos tras el velo de la noche. Gemini dejándose guiar por Ford, ya que él mismo no se encontraba en condición de tomar decisiones.

—Ya casi, perra. Casi lo logramos —musitó en un susurro, Ford. Prácticamente arrastrando a Gemini con él.

Gemini quiso sonreír por la altanería del rubio; mas no pudo. Su boca estaba demasiado seca y su lengua se sentía pesada. Su cabeza dolía y el frío estaba acrecentándose en su cuerpo.

—Nos están esperando cerca. Solo un poco más, Gemini. Lo juro, aguanta un poco más y toda esta mierda pasará. 

Gemini apenas si asintió. Demasiado ido para hacer algo más.

Fue cuando sintieron el aire cambiar, cuando finalmente pudieron respirar tranquilos, arriba del todo terreno blindado que los llevaba al lugar donde Gemini se recuperaría de su dolorosa herida, que sonrieron victoriosos. Lo habían logrado. Y la cacería comenzaba.



...



—Estás oficialmente muerto. Tu padre incluso pagó una lápida con tu nombre en un cementerio para militares —dijo Reynolds llegando al lado de un vendado Gemini en recuperación.

Después de todo, Mark no lo había hecho tan bien y esa maldita puñalada casi le costó la vida.

—Quien diría que se siente tan bien estar muerto —respondió. Una lata de cerveza en una mano y un trozo de pizza en la otra. Sentado en un viejo y blando sofá.

La noticia de su muerte se esparció rápido. Todos lo sabían; Nick incluido.

Según Reynolds, Nick había sido pillado de sorpresa con la noticia de la muerte de Gemini. No lo había creído en un comienzo, sin embargo, muchos fueron los testigos que vieron a Gemini ser apuñalado y enterrado.

—El imbécil prácticamente me culpó por tu muerte.

—No me sorprende. ¿Cuánto ha pasado ya? Debería aceptarlo de una maldita vez. Que se compre otro perro y ya.

Habían transcurrido algunas semanas desde el final de la fosa; Nick no tuvo más opción que aceptar que había perdido a su mejor peón.

Reynolds carraspeó, llamando la atención de Gemini, quien alzó ambas cejas, curioso por lo que el mafioso tenía que decir.

—¿Qué? —preguntó al ver como Reynolds rascaba sus rodillas con ambas manos, ansioso—. Dime por qué luces como mierda vomitada. —Reynolds gruñó, frotándose la desprolija barba que le había crecido los últimos días.

—Tu, tu padre le envió una... —Se aclaró la garganta—. Una carta a Fourth...

El rostro de Gemini palideció.

—No.

—En ella le informó de tu muerte.

—Reynolds... Di-dime... —Buscó aferrarse a la camisa del hombre; casi con desesperación—. Dime que mi corderito está bien.

—Sí, lo está. Es decir... —Mierda, esa era la parte difícil—. No muy bien, ¿de acuerdo? Él.... —Tomó una bocanada de aire—. Fourth intentó quitarse la vida.

Gemini no dijo nada, dejó que sus manos cayeran a sus costados y fijó su vista en el techo. Reynolds balbuceó algo, pero Gemini no pudo prestarle atención.

¿Por qué su padre había hecho eso? Quizá sabiendo que solo Fourth y él lamentarían la muerte del emperador, por motivos distintos, sin embargo, Gemini les haría falta a ambos.

Y ahora su ángel estaba sufriendo. Por su culpa; al parecer Fourth siempre iba a sufrir por su culpa. Porque Gemini no podía ser lo que él necesitaba.

—¿Harry? Hey... ¡Gemini! —El mencionado parpadeó. Ford se encontraba frente a él—. Maldición. Ya me estabas asustando, mierda maricona.

—Fourth... —No pudo decir más.

—Está bien —lo tranquilizó el rubio—. Es difícil para él, pero estará bien. Te lo prometo, ¿sí? No te preocupes por eso ahora.

—¿Qué no me preocupe? —Preguntó con ironía. La rabia pincelando sus palabras—. ¡Estoy haciendo toda esta mierda por él! ¡Para protegerlo a él! ¡¿Y dices que no me preocupe?! —Se colocó de pie. La herida punzando en su abdomen. Dio un paso hacia Ford, sin embargo, Reynolds se interpuso—. ¡Si algo le pasa por tu mierda de plan, juro que voy a matarte, Ford!

El labio inferior de Ford tiritaba y sus ojos estaban vidriosos. Había dolor en su rostro. Quizá era la culpa, quizá el miedo.

—¡No le pasará nada! —gritó, secándose las lágrimas con rabia—. Conozco a mi amigo y será fuerte. Voy a confiar en él, Gemini.

Gemini golpeó una pared cercana por la frustración; reiteradas veces. Sus puños moliéndose contra la madera.

Fourth lo era todo para él, todo. Y si algo le pasaba, Gemini ni siquiera encontraría consuelo en la muerte.

Así transcurrieron días, semanas y meses. Cada día más cerca de su objetivo, tachando uno a uno los nombres de la lista. Ahogándose con cada noticia que le llegaba sobre Fourth; queriendo correr a su lado cuando se enteró de que el amor de su vida había intentado dejar de vivir. Volviéndose loco cuando Ford le contó que Fourth lo había vuelto a hacer. Que las muñecas de Fourth quedarían marcadas para siempre con los estigmas de su intento por descender al infierno.

Ambos marcados por distintos motivos. El cuerpo de Gemini con medallas de cada batalla ganada.

El único consuelo que obtenía era saber que Fourth las besaría como prometió hacerlo. Como lo haría.

Porque en ese momento, con sus manos presionándose sobre la garganta de aquel hombre, Ford sonriendo a su espalda, se acababa la cacería.

Lo vio botar su último aliento y apartó sus manos, llevando una hasta su espalda baja para sacar del borde de su pantalón su arma. Disparó dos veces en la frente del hombre para asegurarse de que no quedara vivo. Una sola vez había cometido el error de no asegurarse que el hombre estuviera muerto, y tuvo que perseguirlo durante una hora.

Limpió con una manga de su camiseta la salpicadura de sangre que había en su rostro y al levantarse, al sentir la mano de Ford en su hombro, supo que el final estaba por llegar.

—Ahora déjamelo todo a mí, Gemini.

Asintió.

—¿Cuánto tiempo te tomará arruinar a Nick?

—No lo sé. Será poco, lo prometo...

—De acuerdo.

Gemini tomó el bidón de gasolina y lo esparció sobre el cadáver del hombre. Fue Ford quien le prendió fuego. Ambos saliendo de aquella mansión, dejando a su paso cadáveres de los hombres que habían sido contratados para proteger al último mafioso de la lista.

—Nos veremos pronto, Gemini.

—Puedes apostar que sí.

Se dieron la mano, dando por sellado su pacto.

Aquella noche la luna les sonreía, porque ella lo había presenciado todo. Ella había visto cómo Gemini quitaba cada vida y en su mudez, lo envalentonaba a continuar. Le recordaba el motivo por el cual lo hacía; le recordaba a Fourth. Y ya había terminado, ahora solo debía esperar...

Lo haría, esperaría en aquel paraíso terrenal, en el lugar donde Fourth recuperaría sus alas.




...




Fourth bajó del avión. Apretando con demasiada fuerza aquel papel en sus manos temblorosas.

No había dormido en todo el viaje, no había dormido antes del viaje. No sabía que encontraría ahí, no sabía si quería saber...

Tenía una dirección y una esperanza. Tenía un hogar al cual volver.

El clima de La Digue era cálido, su brisa era fresca y el cielo era tan brillante que dolía mirarlo. Las personas lo saludaban amablemente mientras esperaba su maleta.

Sentía hormigas recorrerle todo el cuerpo. Quizá debería haberle hecho caso a Satang y haber dejado que su mejor amigo lo acompañara, porque realmente le estaba costando mantenerse de pie.

A punto de sufrir un colapso mental, por el tiempo que estaban demorando sus maletas en aparecer, recordó que debía llamar a Satang y decirle que había llegado bien. Finalmente vio aquellas valijas grisáceas que le pertenecían.

Una parte de él quería dejar ahí mismo todo su equipaje, tomar el primer taxi y correr al lugar que salía escrito con tinta en el papel; una dirección que había memorizado. Por otro lado necesitaba aplazar ese momento, necesitaba comprender que no estaba soñando, que era real.

Tomó sus maletas y al salir del aeropuerto vio un servicio de taxis para turistas. En ese momento agradeció las clases de francés que su madre lo obligó a tomar, puesto que en La Digue se hablaba aquel idioma más que el inglés. Saludó a un conductor y le mostró la dirección, diciéndole que no tenía problemas con pagar el precio que el hombre pedía.

El viaje a Grand Anse pasó lento, fue doloroso y Fourth tuvo que mantenerse con la vista fija en sus manos para no pellizcar sus dedos. Había prometido no volver a hacerlo.

El conductor intentó comenzar una plática con él, sin embargo, Fourth no encontraba suficientes palabras para responderle. El paisaje pasó casi inadvertido para sus ojos y poca atención prestó al hombre que le hablaba sobre los puntos turísticos de la isla. A Fourth no le importaba, no era el clima ni la playa lo que convertiría aquel lugar en su paraíso. Era él, Gemini.

La velocidad del taxi lentamente disminuyó y cuando el vehículo frenó frente a una casa, Fourth sintió que vomitaría. ¿Cómo iba a vomitar? No había probado bocado alguno hacía más de un día.

Cerró los ojos e intentó regular la respiración que salía ajetreada por su pecho. Sus manos estaban entumidas y su labio inferior temblaba.

El hombre le indicó que ya habían llegado y se bajó del taxi para ayudar a Fourth con las maletas. El ojicafé, sin poder controlar el movimiento trémulo de sus manos, le pagó la cantidad acordada al bajar. Agarró sus maletas y dio un paso, sintiendo sus ojos aguarse tras cada segundo transcurrido.

Su piel estaba erizada, sus oídos escuchaban el piar de algunas aves y el sonido de las hojas al bailar con el viento. Su cabello revoloteaba por la brisa.

Y la lluvia cayó sobre él. Tropical, cubriendo la tierra caliente. Cada gota cristalina mojando su piel, pegando las ropas que vestía a su cuerpo. Fue repentina, mas no le importó. Ni siquiera se habría percatado de ella de no ser porque la tinta en el papel frente a sus ojos comenzó a borrarse.

Sus pies avanzaban sobre la tierra mojada. Sus ojos clavados en la pequeña casa frente a él. Las maletas yacían a su espalda, ya no podían importarle menos.

Su mano trastabilló cuando quiso golpear la puerta con sus nudillos. Finalmente lo hizo, golpeó la puerta, sin embargo, el latido de su corazón era lo único que hacía eco en sus oídos.

Y golpeó. Una, dos y tres veces. Sin embargo, nadie salía a su encuentro. Siguió golpeando la puerta. Ahogándose con cada vez que sus nudillos tocaban la madera.

¿En qué momento las lágrimas se habían fusionado con la lluvia?

Desesperado. Hipando entre ruegos miserables porque Gemini apareciera frente a él. Ambas manos daban golpes en la madera. Boqueaba para gritar aquel nombre... Para que fuera verdad.

Debía ser verdad, él había vuelto a su hogar. ¿Dónde estaba? ¿Por qué?

Tiempo incierto siguió golpeando la puerta. Hasta que sus nudillos se amorataron con cardenales, mas nadie abrió para él. Y fueron sus piernas las traicioneras que lo hicieron caer al suelo, indignas y sin fuerzas.

Se llevó ambas manos a la boca para ahogar sus gritos.

¿Por qué? ¿Entonces era verdad? Ya no había ningún hogar al que regresar.

Aferrándose a la puerta, luego de un tiempo inexacto, logró ponerse de pie. Caminó hasta sus maletas y giró para salir de ahí.

¿Por qué Gemini lo había hecho viajar a esa playa?

Ese lugar no sería su hogar si Gemini no estaba en él. No sería el paraíso.

—P-por favor —rogó a la nada. Caminando bajo la lluvia de manera miserable. Las ruedas de sus maletas haciendo eco contra el suelo de tierra empapada—. De-devuélvanmelo. Por... Por favor.

Y quizá alguien escuchó su ruego, porque ese lugar sí era el paraíso y en ese preciso momento, como si alguien le hubiese prendido fuego a su cuerpo, incluso bajo la lluvia, se sintió quemar. Fue encerrado por unos brazos y fue hecho prisionero; una vez más.

—Soy yo —llegó a su oído. Suave, mágico e irreal. Como un hechizo.

Su voz.

Quedó congelado unos segundos, aquellas dos palabras haciendo un bucle en su cabeza. Giró, sin salir de su encierro, y vio su rostro.

Sus ojos.

—E-eres tú —susurró apenas. Tragándose cada hipido.

Su boca. Estaba sonriendo.

—Mírame, corderito —le pidió al ver la mirada perdida de Fourth—. Mírame. Somos nosotros, tú y yo. Como debe ser...

Con vacilación levantó las manos, acunando entre ellas el mojado rostro del hombre frente a él.

—¿E-eres real?

¿No era un sueño? Por favor, que fuera un sueño y que nadie lo despertara jamás.

—Lo soy.

—Mi dueño.

Era Gemini. Era su Gemini, su dueño, su amor. Era su emperador.

Las nubes parecían gritar por Fourth desde lo alto del cielo. Llorando como él, empapándolos con sus lágrimas.

Tenía tanto que decirle y simplemente no podía hacerlo. Porque dolía demasiado, porque finalmente volvía a vivir. Porque su cuerpo comenzaba a sanar en ese preciso instante y dolía como cada herida era abierta para que pudiera curarse.

—Voy a decirlo ahora —dijo el hombre de ojos oscuros y cicatriz en su labio.

Levantó a Fourth del suelo, tomándolo por la parte baja de sus glúteos y haciéndolo enredar sus muslos en su cadera.

—Dilo.

—Te amo.

—Dilo de nuevo.

—¡Te amo! —gritó Gemini.

—¡De nuevo! ¡Dímelo! —Fourth se aferró al ojiverde por su cuello, pegando sus frentes.

—¡Que te amo, te amo Fourth Nattawat! —gritaba con los ojos cerrados, girando sobre sus talones.

Fourth ya no podía sonreír.

Y fue horrible, fue melancólico como se hundió en el más dulce llanto, demandándole a Gemini que le gritara al mundo una y otra vez que lo amaba. Fue caótica la colisión entre sus bocas y como cayeron al suelo en un beso que exigía el todo del otro.

—Te amo, te amo. Maldito infeliz, te amo —sollozó en el beso. Gemini sonreía, podía sentirlo—. Mi rosa.

La verdadera, la única rosa cuyas espinas podían clavarse en su piel.

—Mi daga, la única que puede lastimarme.

Sus cuerpos ardiendo febriles mientras se aferraban entre sí, con sus corazones latiendo desbocados. Viéndose como si fuera la primera vez que lo hacían, enamorándose de lo que se reflejaba en sus ojos.

Comenzaba una nueva historia, dejando atrás las anteriores. Dejando en el pasado al ángel que había olvidado como volar al enamorarse del emperador del infierno. El sucio alquitrán y el alquimista codicioso. El prisionero y su dueño.

Y eso eran ellos dos y esa era su historia.






















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