La redención del rey

By Panitet

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Leiren adopta una nueva identidad como refugiada en un país enemigo, con la esperanza de formar una nueva vid... More

Prologo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29

Capítulo 30

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By Panitet


N/A: Tengan en cuenta al leer que hay un salto de tiempo de algunos meses.

Leiren.

Me siento erguida detrás del escritorio en cuanto escucho el tenue chillido que cobra fuerza con el pasar de los segundos. Al apartar mi rostro del libro, con los ojos resecos por la lectura sin descanso, me percato de la luz grisácea que entra por la ventana. Ha amanecido, por todos los cielos. Apago la vela apresurada y estiro la espalda, amagando con levantarme cuando Atheus reacciona bruscamente desenterrando la cabeza de la almohada.

—Yo voy...—murmura, tropezando un poco al salir de la cama.

Lo veo correr el dosel de la cuna que ordené poner hace unos meses y levantar el pequeño bulto que se retuerce con fuerza.

Ni siquiera hago el intento de llamar a la nodriza, ya hemos discutido varias veces porque él no consiente la presencia de extraños más allá de lo estrictamente necesario. Incluso cuando fue quien entrevistó a las niñeras, pronto expresó su disgusto con la idea de dejarlas a solas con Arya.

Podrían intentar matarla, envenenarla, asfixiarla, nunca lo sabríamos, objetó cada vez que le dije de dejarla en su habitación, rodeada de guardias y niñeras, por supuesto. Atheus me miró como si le hubiera propuesto arrojarla a un acantilado. Nunca creí que de los dos él terminaría siendo el sobre protector, y no tuve otra opción más que traerla a dormir con nosotros.

Aún cuando preferiría cortarse la lengua antes de admitirlo, su enfoque acerca de la protección roza la paranoia. No puedo culparlo cuando sé que se debe a que cuando estuvo en su lugar, fueron las personas que debieron cuidarlo quienes lo dañaron.

—¿Es su pañal? —suelto una largo bostezo, arrastrando los pies hacia el armario.

—No es eso, solo quiere molestarme y que la haga pasear por el castillo cuando sabe muy bien que tengo que dormir... Quiero decir, trabajar—sigue meciéndola impaciente sin calmar los sollozos hasta que, como ha dicho, comienza a caminar por el dormitorio—. Ya, ya, duérmete ya, engendro.

Muerdo mi mejilla luchando contra una sonrisa.

—¿Y cómo sabría ella eso?

—Se lo dije. Doce veces anoche.

—Creo que sobrestimas sus capacidades de comprensión.

—Yo creo que tú la subestimas—protesta—. Te lo juro, sus ojos son malignos cuando espera estratégicamente a que me siente para comenzar a llorar.

Esta vez no lo reprimo, me río de él.

Con una mirada ofendida, no contesta a favor de seguir paseándola mientras ella patalea y solloza furiosa. Tampoco permitirá mi ayuda, todavía demasiado obsesionado con el tema de mi salud y sus preocupaciones de exigirme demasiado. A mí me angustia él y su cansancio que crece cada día.

Nuestros ojos se encuentran atreves de la habitación tras unos minutos en los que el llanto se calma, igual de hundidos y agotados, aunque por diferentes motivos.

—No dormiste—nota entonces, frunciendo el ceño.

—Sigo nerviosa—admito, con un pequeño encogimiento de hombros justo cuando golpean la puerta.

Cierro mi camisón y mi dirijo a abrir, encontrando a cinco de mis damas de compañía junto a algunas criadas.

—Hemos hecho los arreglos que pidió ayer, majestad.

—Aguarden en el salón, por favor—índico con una sonrisa cortes y regreso hacia mi familia después de cerrar.

Atheus y Arya ya me están mirando con el ceño fruncido, esta última amenazándome con un mohín marcado y tembloroso que anuncia llanto si me atrevo a dejarla.

—Es temprano para que te vayas, ni siquiera dormiste—me recrimina Atheus.

—No importa, quiero tener todo listo antes de la ceremonia—me dirijo hacia él para quitársela y finjo que su peso no es demasiado. Ha crecido a pasos agigantados este último tiempo—. La llevaré con su nodriza, ya debe tener hambre.

—La guardia...

—Estará conmigo. Tengo que comenzar a prepararme para el evento y ella también—dejo un beso casto en sus labios y me alejo—. Duerme un poco antes de comenzar tú.

—Es temprano—repite tenso.

—Es importante, Atheus—lo regaño—. Nada puede salir mal hoy.

Tardamos meses en arreglar la disputa con el templo antes de que cedieran a reconocer a Arya como heredera al trono. Hoy es el día y las implicaciones sobre ello aún me asustan. No quiero trasmitirle mis preocupaciones, así que me despido lo más rápido posible para encontrar a mis damas de compañía. Ya han preparado una bañera caliente con agua de rosas y discuten sobre la elección de accesorios para mi vestido. Me desconecto de la conversación, dejándome manejar a voluntad mientras me pierdo en mis pensamientos.

Tuvimos largas discusiones con Atheus en el transcurso de estos meses, sin saber exactamente cómo abordar las intenciones expresadas por su tío. Ninguno quería ceder, pero las opciones comenzaban a volverse escasas con el desastre que se orquestaba afuera tras la desaparición de Galea. Aún ahora necesitamos el apoyo del ducado y la solidificación de la unión entre nuestras casas es claramente beneficiosa.

No me agrada, no creo que nunca lo haga. El mismo poder que ahora utiliza para apoyar el reconocimiento de mi hija es el mismo que puede emplear mañana para intentar desplazarla. Él quiere a su sangre directa en el trono después de todo, eso no es una sorpresa, y no soy lo suficientemente ingenua como para no darme cuenta de que este problema se extenderá a cualquier posible compromiso que involucre a Arya.

Pero ahora, necesitamos presentarla en sociedad como la primogénita de Atheus, y para que eso suceda sin mayores contratiempos, hemos llegado al acuerdo con el ducado Fanlot de perdonar "nuestras mutuas faltas" y esperar un próspero acercamiento entre ambos niños para el futuro.

Es todo caso, no hay nada que pueda obligarla a estar atada a alguien que no quiera, no aún al menos. Solo queda esperar y contemplar como se desarrolla el panorama a su alrededor con respecto a su aceptación siendo la primera princesa heredera de Rybelius.

—... ¿Qué opina, majestad?

Levanto la mirada, todas esperan expectantes mi aprobación sobre el atuendo. Asiento distraídamente y salgo del agua ya tibia para rodear mi cuerpo con una toalla. Ellas comienzan a trabajar en mi cabello mientras prueban algunas mascarillas faciales en mí y traen los otros trajes. Acercan un pequeño vestido exhibido sobre un cojín rojo, la tela blanca es idéntica a la del mío y cuenta con la misma elaboración de hilos de oro, con los bordados llenos de incrustaciones de diamantes. Otra criada acerca una caja de cuero, con el collar que Atheus me confió durante mi embarazo. El rubí rojo perteneciente a una de las tantas piedras preciosas que decoran la corona brilla majestuosamente a la luz del día, esperando volver a ser utilizado después de casi treinta años.

—Pensamos en ponérselo antes de la ceremonia, para que no se ensucie.

Miro hacia mi hija en el regazo de su nodriza, ya la han alimentado y ahora luchan por colocarle un moño en sus cortos rizos.

—Buena idea. ¿Qué hay del traje del rey?

—Solo faltan algunos ajustes a sus medidas, ha perdido peso.

Desvía la mirada hacia detrás de mi espalda y giro el rostro, enfocando el maniquí masculino con el traje blanco que me recuerda vagamente a aquel que utilizó el día de nuestra boda. Los detalles de la costura, por otro lado, siguen el patrón de los vestidos, bordado con oro y luciendo sus insignias sobre los colores claros. Pensar en lo adorables que lucirán vestidos a juego casi me hace embozar una sonrisa.

—Es perfecto—suspiro complacida—. Si no queda ningún pendiente sobre el vestuario, pasemos a...

—De hecho, tiene un visitante en espera—me interrumpe, frunciendo los labios arrepentida—. Intenté decirle que estaba muy ajetreada, pero insistió en verla.

Antes de que pueda interrogarla, veo la silueta de un hombre cruzar la puerta. Me pongo de pie de inmediato, cuadrando los hombros.

—Conde Valeus.

Ha pasado poco más de una semana desde la última vez que lo vi, pero en aquel entonces había estado estresado por el trabajo. Es agradable verlo bien vestido y con una sonrisa relajada.

—¿Llego en mal momento?

—En absoluto, me alegra que se hiciera un momento para responder mi llamado—hago una seña para que despejen la sala y Arya es dejada en mis brazos antes de que todas se retiren—. Tome asiento, por favor.

Sus ojos se fijan en la pequeña niña en mis brazos, ladea el rostro y extiende la mano para intentar acariciarla.

—Hola, pequeña. Estás más grande desde la última vez que te vi.

Arya esconde el rostro en mi cuello soltando un quejido molesto.

—Está un poco malhumorada—murmuro, dejando palmaditas en su espalda—. Es la hora de su siesta.

—Es una copia del rey—se ríe entre dientes—. No solo tiene el mismo color de ojos... ¡Me mira igual de mal!

—Atheus lo niega—me burlo resignada—. Debe ser la única persona en el mundo que afirma que se parece a mí—me acomodo en mi asiento cuando él lo hace y dándole un vistazo al reloj en la pared, decido ir al punto—. Me sorprende que decidiera aparecer ahora.

Parece vagamente arrepentido, pero asiente.

—No respondí antes por... las turbulencias que han perturbado la corte, ejecuciones por aquí, desapariciones por allá. El rey ha tenido una racha ocupada, ¿eh? —resopla—. Bueno, al menos se ha dado fin a la búsqueda de la reina madre.

—Fue conveniente con la presión que estableció el ducado Fanlot para adelantar la presentación de Arya—asiento.

—Sí, bueno, consideré apropiado esperar a que se calmaran las aguas, tampoco quería importunarla con la preparación de la ceremonia—seca sus manos en sus pantalones, volviendo su atención a Arya que ha dejado de esconderse para mirarlo con auténtico disgusto. El recelo es una expresión extraña para una bebé—. Y sobre la propuesta que me hizo, agradezco el tiempo que me ha dado para considerarlo, pero tengo una respuesta ahora.

Mi pulso se altera a tiempo que mi interés despierta. Sin embargo, resulta inquietante que decida tocar el tema justo en este momento.

—¿Hoy, de todos los días? —frunzo el ceño.

Me da una sonrisa seca.

—Créame, no podría ser de otra manera.

Atheus.

Ingreso a la oficina esquivando el intento de intercepción de Luca y cierro la puerta en su cara, ansioso de escapar unos minutos del bullicio alborotado que trae locos a todos en el castillo. A diferencia del resto, incluida mi propia esposa, no es la ceremonia lo que me mantiene nervioso, sino los preparativos previos a ella, mismos que decidirán si Arya será nombrada heredera o no en unas horas.

Es algo que he reservado incluso al conocimiento de Leiren, algo de lo que solo me he encargado con ayuda de mi hermano y otro involucrado perteneciente a la nobleza. Han sido meses largos, pero todo terminará hoy. Me dirijo a mi escritorio y abro el compartimiento oculto debajo de los cajones, tomando el manojo de llaves acompañado de una pequeña caja azul y guardo todo en el interior de mi traje, reparando brevemente en el cambio de inmobiliario orquestado por mi esposa hace dos semanas.

Me recuerda un poco a esa atrocidad rosa que hizo aquella vez que quiso hacerme una sorpresa, sin duda el buen gusto no es su fuerte, pero esta vez me obligó a mantener los cambios: toda estatuilla decorativa ha sido quitada de la vista, los bordes afilados de cualquier asiento, mueble, escudo, biblioteca y espadas han sido cubiertos o remplazados, dejando un sitio ordinario, privado de la majestuosidad que corresponde.

Es todo culpa de la cosa.

Viendo con cuidado, incluso las patas de mi escritorio están dañadas por causa de esa salvaje. Pero Leiren me llamó bárbaro cuando propuse el uso de una inofensiva jaula para bebés.

Hace poco más de un mes, de golpe, le creció su primer diente, al mismo tiempo, comenzó a incursionar en el gateo. Una mezcla desastrosa de verdad. El médico real nos advirtió que era normal que los niños buscaran calmar sus dolores de encías mordiendo objetos, pero nunca especificó que se ensañaría tanto con mis cosas, conmigo, para ser más claro. Tengo la marca de ese maldito diente en mi mano todavía.

Hablando del diablo, dos golpes atraviesan la puerta antes de ser abierta y revelar a mi hermano, llevando al mal entre las manos. Arya está parada en sus piernas rechonchas, medio colgando, con Noel semi inclinado y sosteniéndola de los brazos por encima de la cabeza. La expresión de la niña amenaza con romper en llanto en cualquier momento, y es que, salvaje como es, todavía no camina. Solo se para con pobre equilibrio si la sostienen antes de sollozar para que la alcen y no le gusta que le insistamos para ello. Su nodriza dice que es normal, pero he leído esos estúpidos libros y ya está por superar la edad para dar su primer paso.

—Hola—Noel la suelta con cuidado en el suelo cuando la niña le lanza un alarido sollozante.

—¿Qué hacen aquí? —niego con reprimenda cuando Arya se precipita en mi dirección gateando ruidosamente y Noel le festeja la vagancia.

—Leiren está ocupada y me envió a pasear con ella—se encoje de hombros—. Alguien está irritada porque no durmió su siesta.

—Si duerme ahora no resistirá hasta la ceremonia—murmuro distraído, antes de percatarme de lo que dijo—. ¿Leiren no termina aún? Se fue temprano hoy.

—Creo que terminó con sus damas de compañía, estaba en una reunión con el conde Valeus cuando me llamó.

Frunzo el ceño tratando de hacer memoria. No lo mencionó, pero puedo hacerme una idea de lo que están tratando si tengo en cuenta lo que hablamos con anterioridad. La propuesta de utilizar a su heredero como intermedio para apaciguar la seguridad de mi tío sobre el compromiso arreglado. Me gustaría decir que no me preocupa, pero conociendo las convicciones estúpidas de ese hombre, su respuesta positiva no está asegurada. Escucho algo crujir y giro en mi silla, encontrando a Arya tratando de hacer equilibrio contra la repisa de vidrio, alzando las manos al brillo de las piedras exhibidas dentro. Tomo el cojín de mi asiento y se lo arrojo a las piernas, provocando que caiga sentada con un quejido.

—¿Te aseguraste de que el carruaje esté listo? —devuelvo mi atención a Noel.

—Solo falta que des la orden.

—Irás solo, pero no te mostrarás en público y...—cierro los ojos cuando escucho otras cosas cayendo y volteo, encontrando a la niña hurgando entre unos estantes más bajos. No sé cómo se mueve tan rápido si todavía no da un maldito paso—. Saca tus pegajosas manos de mis libros en este instante.

Me mira atentamente mientras se lleva una punta fundada a la boca y la llena de sus babas.

—Dicen que está en esa etapa inquieta—musita Noel.

—Le dije a Leiren sobre la correa, pero se negó. Tampoco aceptó la jaula. Quiere criarla en el libertinaje y el salvajismo—resoplo sin entender—. Estaba tan ofendida que no volví a mencionarlo, pero no entiendo cuál es su problema. ¿Cómo piensa que crían a sus hijos los demás? Debe tratarse de la influencia suave de su familia extranjera.

—Tampoco me gustan esos métodos para los niños, odiaba cuando me metían en esa jaula—se frota la nuca—. Los tratan como si fueran perros.

A mí me metían en una celda y ni siquiera era un bebé, ah, pero yo soy el desquiciado por sugerir límites.

—No está muy lejos de serlo, se arrastra por el suelo y muerde—me quejo—. Será su culpa si vuelve a perderse.

—¿Cuándo se perdió?

—Céntrate en el tema—vuelvo a él—. Tienes que estar atento cuando estés en el templo, si las cosas no resultan bien con Leiren... Tendrás que salir y aceptar que podrías ser considerado mi sucesor aún por encima de Arya.

Su rostro palidece, puedo escucharlo tragar saliva desde aquí.

—Me sentiría más cómodo si se lo dijeras a Leiren—murmura con un hilo de voz—. De verdad no quiero hacerlo.

—Me diste tu palabra.

—Pero yo...

—No tenemos tiempo para seguir aplazándolo—lo despido con un gesto—. Me alertarás cuando estés en tu carruaje y nosotros saldremos en una hora. Prepárate.

No se molesta en despedirse y sale cerrando con fuerza. Sé que es difícil para él, pero tengo prioridades que atender.

—Oye... vuelve aquí y llévatela—alzo la voz detrás de él—. Tengo que trabajar todavía.

Pero el inútil no regresa y otro estante vuelve a caer a mis espaldas. Suspiro resignado y regreso mi atención a los documentos que Luca dejó para comenzar a trabajar. Solo logro pasar unas treinta páginas cuando vuelvo a sentir el ruido de arrastre en el suelo viniendo a mí.

—¡Luca! —vuelvo a levantar la voz inquieto cuando Arya se aferra a la tela de mi pantalón lloriqueando por atención. Maldita sea, tengo tres pilas de permisos por revisar—. ¡La niña!

Pero nadie responde. Estoy rodeado por ineptos. Recurro al último truco aprendido sobre la paternidad, sacando una pelota de otro compartimiento oculto en mis cajones y arrojándola al otro lado de la oficina.

—Ve a jugar allá. Shu, shu.

Perdiendo la sonrisa babosa que revela ese diente solitario, arruga el rostro y se acuesta de espaldas, comenzando a gritar tanto que el rostro se le pone rojo. Presiono el puente de mi nariz estresado y sin otra opción, la subo al escritorio, sacando un pañuelo para limpiarme las manos porque de alguna forma se las arregla para ensuciarse a cada hora.

—Ahora quédate quieta y callada, tengo trabajo que hacer—la regaño.

Por supuesto que no le importa un demonio y se dedica a tirar todo al suelo, dejando rastros de baba en mis documentos importantes y tratando de fastidiarme para que la haga pasear. Le aplasto la ropa con un pisa papeles para que se quede quieta y al final, se contenta con el mango de mi navaja de bolsillo con incrustaciones de gemas. La trabo, por supuesto. Se queda abrazándola y al cabo de unos minutos termina dormida en una especie de enredo en mis brazos. Me rindo con el asunto de la siesta y la dejo, sin fuerzas para entretenerla.

Leiren llega poco después de media hora, se detiene al ver el desastre en la oficina y enarca una ceja.

—¿Cómo se portó?

—Mal, como siempre.

Rodea la silla y me abraza por la espalda, mirando por encima de mi hombro.

—Se ve cansada.

—Por supuesto, gasta mucha energía en agotar mi paciencia. ¿Qué hacías, por cierto?

—Tuve una reunión con el conde Valeus—bajo el tono, oyéndose apagada y cuando extiende la mano para acariciar el cabello de Arya, se detiene—. ¿Qué es eso? ¿Qué te dije sobre dejar armas a su alcance?

—Está trabada, es prácticamente decorativa.

—No importa. ¿Qué pasa si un día se confunde y toma una de verdad?

—Se cortará y aprenderá a diferenciarlas.

Me pellizca la mejilla en reprimenda y se aleja, llevándose la navaja consigo. Probablemente no la vuelva a ver.

—¿Qué respuesta te dio Valeus? —interrogo frotándome el rostro.

—No... No fue una respuesta positiva—admite en un murmullo, suena decaída y aunque me encantaría seguir escuchándola, la campanada que emite el reloj de pared me alerta y me pongo de pie.

—Me lo contarás en el carruaje, debemos salir.

Parpadea desconcertada.

—¿Qué? Pero faltan horas, el templo ni siquiera ha abierto sus puertas y...

—No al templo—dejo el cuerpo dormido de Arya en sus brazos y la guio hacia afuera—. Debemos hacer una parada antes.

Leiren

Decir que estoy confundida no alcanza para describir mi estado cuando en vez de tomar el carruaje real, soy guiada a uno mucho más discreto y cerrado, por no decir corriente. No me tranquiliza que los miembros especiales de la guardia real nos sigan y Atheus continúe negándose a decirme una palabra al respecto. En este punto Arya está retorciéndose en mi regazo, molesta con la nula tranquilidad que le ofrece la dudosa ruta que tomamos, que por cierto, se extiende mucho más de lo esperado. Una hora, quizás más. Comienzo a inquietarme, preguntándome si Atheus recuerda siquiera que tenemos un evento importante al que asistir, o si acaso algo malo sucedió y prefiere mantenerme a ciegas.

Suelto un suspiro de alivio cuando el jinete se detiene, pero mi sonrisa vacila al ver como Atheus se limpia el sudor de las manos contra sus pantalones. Está igual o más nervioso que yo, lo que solo me pone peor. Está ocultando algo, es claro.

—Muy bien, escúpelo. Ya no lo soporto.

—Bajemos primero—pide, aumentando mi ansiedad.

Cuando el carruaje estaciona, mi bebé quejosa se queda en brazos de uno de los guardias de Atheus y esté se adelanta a mí para bajar, ofreciéndome su brazo y advirtiéndome que vaya con cuidado. No entiendo al principio, pero pronto todo queda claro cuando lo único que puedo ver al cruzar la puerta es arena y mar.

—Hace frío, ponte esto—me envuelve con su capa y me ayuda de recoger mi cabello cuando el viento azota con fuerza.

Tropiezo un poco y me quito los tacones para sentir la arena blanca bajo mis pies. La guardia real se aleja lo suficiente para darnos privacidad, pero no tanto para perderlos de vista. Se me escapa una risa al ver al grupo de intimidantes hombres en el suelo tratando de distraer a una iracunda Arya que probablemente quiere volver con nosotros.

—¿Dónde estamos? —pregunto desorientada, mi atención se dirige en el mar que ruge turbulento bajo el cielo gris

Es un paisaje hermoso, pero dada la situación, me desconcierta estar aquí.

—Es un pueblo rural—se acerca para que pueda oírlo a través del ruido—. Adquirí esta vieja propiedad después de despojar a sus anteriores dueños...

Hace un ademán hacia mi espalda y al voltear, entre abro los labios sorprendida. Lejos de la división de la playa, pero aún visible por su gran tamaño, se encuentra una mansión blanca rodeada por amplios muros que lo dividen de lo que parece ser el pueblo, construcciones pequeñas y coloridas donde la gente se resguarda de la tormenta que se avecina. Tras contemplarla por unos minutos, me percato de las similitudes que tiene con la antigua propiedad principal que poseía mi familia en Burjat. El estilo y la decoración son prácticamente copias en un tamaño apenas menor.

Parece una tontería, pero dada la situación, es curioso al menos.

—¿Despojaste a quién? —vuelvo a la realidad, preocupándome al reparar en ese detalle.

Frunce los labios, arrepentido de revelar eso.

—... Los compensé bien por su voluntario retiro—se corrige entre dientes, y al ver mi disgusto, resopla molesto—. No me mires así, era de un viejo más muerto que vivo y le pagué lo suficientemente bien por una propiedad que estaba en ruinas.

—Atheus...

—Ha sido reformada, completamente. Cuenta con un mayordomo y un ama de llaves entrenados por trabajadores del palacio. No habrá más sirvientes por una cuestión de seguridad, pero no te preocupes, son más que competentes para hacerse cargo de cualquier necesidad que tengan...

Es evidente que me estoy perdiendo de algo. Tomo su muñeca, deteniendo el parloteo que vomita sin cesar.

—¿Por qué adquiriste este lugar? —interrogo extrañada—. Es bonito, y está bien si deseas un sitio de descanso, pero está demasiado lejos del castillo y su frente es expuesto. ¿Y si hay un ataque? Necesitas estar en casa para cualquier emergencia.

—Lo tomé para ti, no para mí—espeta de golpe.

—¿Para mí? ¿Por qué para mí? —arrugo la frente, cada vez más perdida.

Traga saliva audiblemente.

—Porque... Porque quiero darte un hogar seguro.

Me cuestiono si algo está mal con mi cerebro y mi capacidad de comprensión, pero no, sus palabras siguen siendo las mismas y entonces, comienzo a asustarme un poco.

—Espero, por tu propio bien, que tu locura con la paranoia no esté yendo demasiado lejos y no estés hablando de recluirme aquí solo porque crees que van a matarme de nuevo—advierto con lentitud.

—No se trata de eso, no pretendo dejarte en una prisión, simplemente es tuyo—se defiende medio ofendido.

—Es...—agito la cabeza, sin comprender. Bien podría ser un lindo obsequio, pero hoy, en este momento, es simplemente incorrecto—. No entiendo por qué me estás mostrando esto ahora. Te lo agradezco, pero tenemos que volver antes de la ceremonia y ya tomamos mucho tiempo en el viaje.

Me sujeta del brazo cuando intento guiarlo hacia atrás de nuevo. Tengo un mal presentimiento y la expresión impotente que lleva solo lo empeora.

—Espera—pide, con demasiada fuerza—. Es por la ceremonia, es cierto, la reconocerán como mi heredera en unas horas.

—¿Entonces? ¿Qué hacemos aquí?

Toma aire temblorosamente y retoma en lo mismo.

—Una vez que sea reconocida como tal, no habrá marcha atrás, Leiren—repite con cuidado—. Nada la librará de su deber para con el reino, solo la muerte.

Un escalofrío me recorre.

—Sé eso—tartamudeo por el rumbo que está tomando la conversación—. Pero la protegeremos, estará bien con nosotros, ¿verdad?

—No existe garantía de ello—es su desalentadora respuesta—. Y por eso te traje aquí, para que puedas elegir.

—No lo entiendo, ¿elegir qué? —exijo ya exasperada. No es momento para hablar con tan poca claridad.

—Otra vida—dice en cambio, y suena como si quisiera tragarse las palabras—. Una donde no tengas que vivir asustada de que puedan dañarlas, donde no debas renunciar a nada y no tengas como única opción el quedarte conmigo.

—¿Quieres...? ¿Hablas de vivir aquí? —balbuceo incrédula—. ¿Nosotros tres?

—No nosotros, ustedes.

Me río, aunque no entiendo, o no quiero entender, porque estoy comenzando a asustarme de la tristeza en sus ojos y el dolor en su voz, de lo que insinúa sin atreverse a pronunciar. Él no me haría eso. Algo tiene que estar mal, algo debo estar malinterpretando.

—¿Y cómo se supone que viviríamos lejos del castillo? No seas ridículo. Somos... tu familia, soy tu reina.

Guarda silencio por eternos segundos y el pecho se me estruja con dolor ante la insinuación no verbalizada. Suplico a mis adentros que sea una broma.

Pero él no se ríe, apenas puede mirarme a la cara y desata en mi pecho una oleada de pánico similar a la que sentí cuando creí que me había dejado a manos de su madre para terminar mi embarazo. El pecho me duele.

—Leiren, te traje aquí para que tomaras una decisión antes de la ceremonia—musita, casi inaudible, abriendo la palma de su mano donde cuelga una delgada cadena sujeta a un juego de llaves que empuja a mis manos—. Puedo hacer los arreglos para que Arya no se vea obligada a ser mi heredera, aún puedo usar a Noel mientras ella no haya sido presentada en sociedad. Me encargaré de que ninguna de las dos vuelva a estar relacionadas a la dinastía, o a mí. Tendrás una vida normal sin que te falte nada y con el tiempo se borraran los rastros...

—Oh, Dios—retrocedo, impresionada cuando lo proceso de golpe.

—Cumpliré mi palabra, no tendrás que volver a estar atada a mí por la seguridad de Arya—se enreda a medida que habla y el nerviosismo lo consume—. Solo te pido que si es lo que quieres, aceptes formar tu vida aquí donde aún si no estoy podré asegurarme de que estén a salvo y...

— ¿Estás abandonándome?

Se detiene en seco y vuelve a mirarme por primera vez desde que ha expresado esta locura, horrorizado.

—¿Qué? ¡No! Yo... Yo solo...

Intenta tocarme y lo aparto con ira ciega.

—¡No, me estás abandonando! ¡A las dos!

Niega desesperado, pero ya no escucho.

—Yo nunca...

—¿¡Entonces qué es!? ¡Me trajiste aquí cuando ya estabas planeando elegir a tu hermano como sucesor! ¡Lo decidiste aún cuando yo seguía preparando todo para nuestra hija! ¡Me viste la cara de estúpida todo este tiempo mientras yo seguía esperando que te acostumbraras a lo que estábamos construyendo! ¡Idiota mentiroso...!

—¡No te mentí, no hice nada de lo que me acusas!

—¿Y qué es esto? —le exijo sujetándolo por la camisa con rabia—. Contéstame y deja de huir como un cobarde. ¿La quieres o no? ¿Es por eso que lo estás haciendo? —escupo esa estúpida pregunta que ha estado atormentándome desde hace meses, la que me tragué cada vez por temor a volver a escuchar un no.

Lo escuché más de una vez durante mi embarazo, no creí que podría volver a soportarlo después de tener a Arya en mis brazos. Pero estoy desesperada, no puedo seguir esperando.

Me mira como un siervo perdido, como si el pánico fuera a atraparlo si doy un paso en falso. Lamentablemente, ya lo he dado.

—Yo... No sé...

—Atheus—siseo, y duele hasta hacerme apretar los dientes y arder los ojos, él lo sabe y se desespera más.

—¡No lo sé! No sé qué hacer con ella, no sé cómo cuidarla, no sé cómo quererla, no sé...

—Exactamente como lo has hecho hasta ahora-. ¿Por qué no puedes decirlo? ¿Por qué estás haciendo esto? —repito igual de angustiada.

—¿Cómo se supone que lo sepa? Incluso si no lo hago ahora, ella sufrirá y estará en peligro por el simple hecho de ser mía. No merezco tener... no soy bueno para ella, ni para ti, nunca lo seré.

No puedo entenderlo, la sensación de volver a retroceder a ese tiempo donde no confiaba en él vuelve a abrumarme.

—Respóndeme esto entonces—tomo aire, limpiándome las mejillas bruscamente por la humedad que noto solo ahora—. ¿Te da igual no volver a verla? ¿En serio está bien para ti enviarnos aquí y solo saber que seguimos vivas? ¿Seguirías abandonándome también si accediera a dejarla como querías hacer en un principio?

—Jamás harías eso—afirma, sin un gramo de duda.

—No. Y pensé que tú tampoco pese a que lo dijiste. Pero nos estás dejando, todavía no la quieres en tu vida y eso es igual a no quererme también, lo que parece que no te molesta...

—¡Yo no quiero eso! —me grita con hartazgo y rabia detrás de su desastre tembloroso—. No quiero. No quiero vivir un solo día sin verte, u oírla, no quiero volver a despertar solo, pero tampoco quiero volver a herirte, y eso pasara, es inevitable, me odiaras cuando la lastime y no sé si puedo...

—No vas a lastimarla.

—Creíste lo mismo de ti y lo hice.

—¡No fue tu culpa!

—¡Sí lo fue!

Manoteo impulsivamente y arrojo el juego de llaves a algún sitio entre la arena, ganándome una mirada exasperada de su parte.

—El único momento donde me has lastimado intencionalmente es ahora mismo proponiendo esta estupidez—lo señalo—. Si me quisieras, si de verdad quisieras cuidarme, no harías esto ahora después de todo lo que hemos pasado.

—Estoy haciendo esto por ti, terca cabeza hueca. ¿Por qué no me escuchas? Si hay algo incuestionable para mí es lo que me haces sentir, y si te doy esta opción es porque sé que tú sí amas a nuestra hija y nunca me perdonarías si por mi causa terminara convirtiéndose en algo remotamente parecido a mí...

—No pasara, nada de eso pasara—lo corto bruscamente, enfureciéndome otra vez cuando veo otro destello de color oculto en sus manos. Juro que si es otra maldita llave voy a cortarle la garganta con ella—. ¿Qué es eso?

Se pone rígido y juro que veo rojo cuando intento increparlo.

—Nada—retrocede, intentando ocultarlo.

—¡Dámelo! ¡Voy a tirarlo también!

—¿Quieres calmarte? Estás actuando como una demente.

—¡Estás intentando dejarme!

—¡Estaba intentando poner un punto antes de que perdieras la cabeza! —me toma por los hombros impidiendo que siga manoteando como una loca—. Quiero que me elijas por tu propia voluntad, porque me quieres, no porque no tienes otra opción más que...

—¡Te dije que te quiero!—le grito irritada, todavía tratando de tirar la maldita cosa—. Te quiero. Te quiero. Te amo, tonto mentiroso y terco que...

—Leiren...

—Y me amas—clavo mi dedo en su pecho, casi acusándolo, decidida a pelear.

Él no se molesta en eso, lo acepta como un hecho irrefutable.

—Sí.

—Y la amas. Sé que lo haces, aún si tienes miedo, te prometo que nunca podrías hacerle daño—no me contesta, ni siquiera me mira—. Así que no puedes dejarnos. Nunca.

—No quiero dejarlas.

—¿Entonces?

—Antes de que intentaras matarme, y arrojaras la única llave de la mansión a no sé dónde, había otra cosa que debía darte—pone la pequeña caja a la altura de mi rostro.

—No me la diste cuando te la pedí—señalo, ahora un poco avergonzada de mi arrebato.

—Porque me amenazaste con tirarla también.

—Porque me estabas asustando. Y como sea otra cosa sobre dejarnos te voy a...

La abre, cortando mis palabras al revelar el destello de un zafiro, rodeado por un trenzado dorado y diamantes. Es un anillo precioso.

—¿Qué... qué es...?

Me da un golpecito en la sien, como si algo estuviera realmente mal con mi cerebro. En este punto también lo creo.

—Cásate conmigo.

También debe haber algo mal con él.

—Ya estamos casados, tonto—mascullo nerviosa y quizás por el exceso de emociones siento que mis ojos vuelven a arder cuando se me quiebra la voz en el insulto.

—¿Te recuerdo quien me dijo que nunca me eligió y solo se casó conmigo porque no tenía opción?

—Han pasado meses desde eso—sollozo—. ¿Estás intentando vengarte?
—Estoy intentando arreglarlo. Acéptame esta vez, porque quieres, porque me quieres, aún teniendo la opción de irte.

Se lo quito de inmediato, asintiendo entre lágrimas mientras me aferro con fuerza porque el idiota me ha asustado a muerte haciéndome creer que me dejaría.

—Sí—me lo pongo antes de que reaccione—. Sí. Sí. Sí. Dios. Sí. ¿No podías comenzar por esto? ¿Tenías que asustarme con todo ese dramatismo...?

Interrumpe mis protestas con un beso sin aliento y me rindo en mis insultos abrazándolo por el cuello.. No tengo suficiente, no hay tacto o calor que calme el temor de que se marche, pero todavía lo busco desesperadamente en su boca hasta que el llanto furioso llega a nosotros a través de la distancia y nuestro momento acaba. Aún debemos irnos.

::

La arena pica en mi piel debajo del vestido blanco. Me arrepiento profundamente de no haber tomado un baño antes de dirigirnos al templo, pero las cosas se... extendieron, más lo esperado, y no quise arriesgarme a otro contratiempo. Dirijo una mirada nerviosa hacia Atheus, que mece distraídamente a nuestra bebé hasta que el carruaje se detiene. Una nueva oleada de nervios me azota al dar un vistazo hacia afuera y reparar en la cantidad de gente que nos espera.

—¿Lista?

Murmuro algo incomprensible y tomo su mano al bajar, manteniendo la mirada al frente cuando abren las grandes puertas del templo. Basta con ingresar para que la tranquilidad lograda de nuestra hija se termine y comience a lloriquear.

Atheus se impacienta intentando calmarla y me apresuro a tomarla cuando un hombre joven vestido con una túnica blanca se nos acerca.

—Nos honra su llegada, majestad—se inclina antes de tomar mi mano y besar el dorso—. Mi reina.

El brazo de Atheus se interpone frente a mí haciéndolo tropezar un poco hacia atrás.

—Demos fin a esto—ordena impaciente.

—Por supuesto—balbucea—. Si le parece bien y su alteza se encuentra en condiciones...—mira a Arya que todavía solloza—. Entonces solo faltarían los juramentos de los caballeros y la presencia de sus espadas.

Trago saliva.

—¿Están todos aquí? —miro detrás de él, donde los presentes que participaran como testigos se encuentran ubicados. El desagrado me invade al reconocer el símbolo de la casa Fanlot resaltando entre otros.

—Su tío fue uno de los primeros en llegar—revela el hombre.

—Por supuesto que sí—replico con amargura.

El duque Marcus se acerca en ese momento acompañado por la duquesa, en sus brazos lleva a su propio bebé, apenas mayor que la mía, envuelto en un manto rojo.

—Majestades—nos saluda con una sonrisa galante—. Estaba impaciente por su llegada debido al leve retraso, así que me tomé la molestia de preparar todo para que estuviera listo con la llegada de la princesa. Solo falta ubicar a su espada...

—Eso les estaba diciendo, su gracia.

—¿No hubo otra llegada? —indaga Atheus, ignorando la intervención de su tío.

—De hecho...

—Lo lamento, Dios, tuve problemas con la vestimenta de mi hijo.

Volteo confundida y una sonrisa florece en mi rostro con alivio al ver por segunda vez en el día al conde Valeus, con su hijo esta vez. La decisión final ha sido a nuestro favor entonces. El niño lleva la misma vestimenta en blanco que los demás, con la caracterización del emblema de su casa y otra capa roja. Luca un poco confundido con la atención que recibe de los sacerdotes, pero de cualquier forma, se apresura a ofrecer una reverencia completa en cuanto nos ve.

—Es inadmisible en un evento así—reprende Atheus, poco impresionado.

—Reitero mis disculpas, pero estamos listos.

—¿Listos para qué? —interviene Marcus, su sonrisa reemplazada por un ceño fruncido mientras alterna miradas—. ¿Cuál es el significado de esto, majestad?

Atheus lo mira inexpresivo.

—¿A qué te refieres?

—La presencia de ese niño no fue lo acordado—sisea con ira.

—Accedí a que tu casa respaldara el nombramiento de mi hija, jamás dije que sería la única.

El juramento de espadas debería ser dado por miembros nobles de ambas familias, pero la mía puede ofrecer poco y nada con la revocación de su título y Atheus... Bueno, el ducado si está colaborando, aunque no de la forma que desearía. Otras casas se tuvieron en cuenta durante la planeación, pero las más grandes y cercanas a la corona pronto quedaron descartadas.

En un mundo perfecto, Noel habría podido jurar su espada de parte del ducado y mi hermano de parte de Burjat. Y aunque este panorama no es ideal, sigue siendo mejor que ver la sonrisa ganadora de Marcus por tener a su hijo como único candidato.

Irritado, el duque toma a su heredero y se encamina a un lado del podio en representación de su apoyo al nombramiento. Jadel ofrece una mirada de simpatía antes de guiar a su hijo de la mano al otro lado, cerca de mi familia.

Otro sacerdote se acerca a mí con el manto dorado y rodeo a Arya, siguiendo a Atheus de cerca cuando nos acercamos al centro.

A pocos metros de llegar, mis ojos se desvían hacia arriba, chocando directamente con una mirada ensombrecía por la capucha de una túnica. Sus manos se aferran con tanta fuerza a la baranda que los nudillos se le vuelven lizos y cuando nos ve entrar, cuadra los hombros, corre la mirada y desaparece por detrás de los otros testigos.

La piel se me eriza. Sacudo la cabeza disimuladamente y empujo la sensación de malestar lejos. Debo concentrarme.

—¿Ofrecerán un saludo a los visitantes extranjeros? —el joven hace un ademán hacia detrás de los testigos donde dos filas paralelas y cortas rodean el podio.

Representantes invitados de países vecinos y lejanos que accedieron a venir tras la intervención de Funix. Otro intento de poner a Rybelius en el visto bueno después de tanto alboroto.

Me detengo brevemente en uno en especial, con mis labios curvándose hacia arriba al reconocer un rostro familiar y sonriente, llevando el símbolo de la bandera de Galileo.

—Su alteza ha sido enviado en representación del príncipe de la corona en su nueva función como embajador—lo presentan. Casi puedo escuchar a Atheus gruñir con disgusto.

—El título te queda bien—mantengo mi emoción a raya y empleo un tono bajo—. Nunca tuviste madera de príncipe.

Janik alza los hombros con resignación.

—Mi padre dijo algo parecido antes de hacerme decidir entre renunciar a mi título o a mi hombría—comenta con falsa alegría. Sus ojos caen en la pequeña en mis brazos y se agacha para estar a la altura de su rostro, Arya, con su humor encantador, le arruga el rostro y patalea de malas—. Mira esto, el pequeño diablo que causo tanto alboroto. ¡Se ve temible como su padre! Déjame cargarla.

Ella comienza a llorar mientras Janik da un discurso sobre la ingratitud a quien cumplió mis antojos en Galileo y yo siseo para que se calle.

—Mantén tus manos lejos de ella—le advierte Atheus entonces, rompiendo su silencio. Tiro de su brazo para advertirle que mantenga las apariencias y él luce más disgustado—. La puede llenar de gérmenes, no se la des a cualquiera—me reprende.

Resoplo divertida al verlo alejarse de mí para dar la bienvenida menos acogedora de la historia para los extranjeros y regresar. Janik cabecea en despedida aunque sé que volveré a verlo en pocas horas. Seguimos nuestro camino y acortamos la distancia hacia el padre que nos espera con expresión seria, es la única persona además de nosotros que viste de dorado y banco.

El duque Fanlot y el conde Valeus están a cada costado a cinco pasos de distancia arrodillados con sus respectivos herederos y sosteniendo las espadas de sus casas.

Arya, milagrosamente, guarda silencio cuando nos acercamos y el padre levanta su copa dorada.

—Estamos reunidos hoy—su voz llena y retumba en el templo con fuerza—Para recibir bajo la gracia de Dios a la princesa Arya Rybelius, primogénita de rey Atheus Rybelius, segundo en su nombre, descendiente de los fundadores—eleva la copa por encima de su cabeza y reprimo una mueca al sentir el hedor de su contenido. Luca me dijo lo que llevaba durante los ensayos: vino, agua bendita, sangre de ternero y de Atheus—. Como la representación de Dios en la tierra, como enviados del orden y la justicia, me honra ser quien reconozca y bendiga a la heredera de la corona, a su sangre sagrada, a su primer y último aliento—cuando inclina la muñeca, mi esposo cubre con su mano el rostro de Arya, cerrándole los ojos y tapándole la nariz—. Con el poder que me confieren mis votos, le encomiendo la carga de este reino, la responsabilizo de su paz, de su caos, de su crecimiento y su deterioro. Con el poder que me dota, ruego a los cielos por la prosperidad en sus manos y la gloria de su legado.

El líquido se vierte en su frente y rostro hasta su torso manchando el vestido y bañando el collar rojo. Me trago la mueca de desagrado y me apresuro a arrullar a Arya cuando obviamente rompe a llorar a gritos desgarradores.

Atheus se apresura a tomarla en lo que se retuerce como poseída y el resto de presentes ofrecen vitoreos por el futuro de esta nación, recitando también el juramento de lealtad de ejercito Rybelius.

El llanto de Arya se ahoga dentro del alboroto y no perdemos el tiempo en regresar sobre nuestros pasos mientras los testigos se dispersan a nuestras espaldas, esperando nuestra marcha para subir a sus propios carruajes y asistir al banquete ofrecido en el castillo a puertas abiertas para el pueblo.

—Gracias—respiro profundo cuando reconozco que es el mismo padre quien me tiende una toalla para reemplazar el manto dorado manchado.

Los ojos del anciano me observan serios al asentir. Escucho por lo bajo a Atheus apresurando a sus caballeros para abrir el camino hacia el carruaje de la plebe que espera nuestra salida. Dios. La multitud es incluso más inmensa que cuando entramos. Ruego que no ocurra ningún incidente.

—No debería lucir tan aliviada, mi señora.

—¿Disculpe? —parpadeo desconcertada.

—La ceremonia de nombramiento no es gran cosa—sigue con más claridad y un tinte sombrío—. Bendije a muchos niños que más tarde fueron destronados, asesinados y reemplazados.

Puedo escuchar mis propios latidos acelerados mientras lo miro en blanco.

—... No será su caso.

—Mientras no haya una corona sobre su cabeza, e incluso entonces, la lucha por el trono la perseguirá hasta su último aliento. Es el peso de un rey—dictamina sin dejar lugar a replica antes de alejarse en un tumulto de faldas.

—¿Leiren? Nos esperan—Atheus me saca de mi aturdimiento y me insta a seguirlo.

Seguimos rodeados por cuatro miembros de la guardia real hasta nuestro carruaje. El camino ha sido embayado para nuestro paso y una inmensa masa de gente rodea todo el tramo desde ambos lados. Gracias al festival al que tendrán acceso y a las medidas que tomamos de repartir alimento y obsequios al pueblo, es un alivio ver rostros felicites y canticos tanto para nosotros como para nuestra hija. Pero aún con el buen ánimo general, el tiempo lamentablemente no acompaña. Las nubes grises se mueven y luces oscuras comienzan a iluminar el cielo. Una de mis damas comentó que no era buen augurio, y aunque sé que es una tontería, sigo inquieta.

Me repito mentalmente que Arya estará bien y Noel no será un problema, que la mayor parte de familiares amenazantes de la dinastía han sido liquidados durante el propio ascenso de Atheus al trono. El único riesgo probable son los traidores y las facciones que podrían unir fuerzas en nuestra contra para...

—Quédate quieta, cielos. Te lo estoy quitando.

Empujo lejos las preocupaciones que zumban en el fondo de mi mente y devuelvo mi atención hacia Atheus, que le quita el vestido dejándola en pañal. Mis damas se adelantaron a la tradición de sangre y colocaron un protector debajo del atuendo para que no la manchara por completo.

—¿Quieres dármela?

—No—resopla—. Estás pálida como un cadáver. ¿Qué te sucede?

Trago saliva con una sonrisa temblorosa.

—Nada, yo solo...

—Todavía estás preocupada—protesta.

Niego, sacando un pañuelo del interior de mi manga y me inclino a limpiar con cuidado los rastros de sangre de mi niña. Me hace pucheros con los ojos llorosos e hipa. Beso la punta de su nariz al terminar y levanto la cabeza.

Otro par de azules me miran fijamente.

—¿Qué? —ladeo el rostro.

Aprovecha mi posición para dejar un beso en mi frente.

—No tienes que temer por nada—murmura.

—Lo sé—suspiro, recostándome contra él—. Solo estoy siendo paranoica. Confío en tu promesa sobre morir antes de dejar que nos hagan algo.

—Y te prometeré lo mismo mañana—apoya el mentón en mi cabeza—, y el día después de ese, y el siguiente, y cada día que haga falta...

—Te entendí—me río, elevando la mirada para encontrar sus ojos—. Tú también.

Enarca una ceja.

—¿Yo qué?
—Tú también eres mío para proteger—beso sus labios—. Para amar, para pertenecerme.

Aunque no responde, una calidez inusual suaviza su expresión por el resto del viaje. No tengo deseos de bajar, no cuando mis inquietudes finalmente se desvanecen en la protección de sus brazos y la presencia tranquila de nuestra hija. Al menos ahora, en este momento exacto, sé que nada puede salir mal.

FIN.

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