"P" geminifourth

Door g4utopia

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Gemini está en la cárcel, Fourth es su nuevo compañero de celda. adaptación, todos los derechos a @romadamned. Meer

Prólogo.
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29. FINAL

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Door g4utopia


De aquella dulce y vil manera, esa noche el cuerpo de Fourth fue expiado con besos dulces y bañado con lágrimas amargas. Su alma fue cercenada, escindida y dolió sin sangrar.

No era una historia de amor digna de ser contada, era sucia y dolorosa. Lo de ellos era peligroso, los hacía vulnerables y débiles. Quizá no era amor, quizá Gemini tenía razón y solo era un síntoma de la irrevocable demencia en la que ambos habían caído. Una enfermedad, una leucemia de sentimientos demasiado propagada para poder ser detenida.

De ser así, no habría enfermedad más dulce en el universo ni muerte más esperada.

Fourth recordó, un paseo tenue por su memoria, cada momento vivido con Gemini. Lo bueno y lo malo, las lágrimas derramadas y cada muro derrumbado. Las peleas, las risas, las palabras hirientes y los arrullos. El placer que encontraban en el cuerpo del otro, los besos que se demandaban mutuamente; había tanto.

Sus primeros meses en North Collan, como Gemini intentaba apartarlo de él, como Fourth se negaba a ser apartado. Como se dejaba herir por su dueño y le exigía al mismo que lamiera sus heridas, sanándolo hasta que aprendiera a tocarlo sin lastimar.

Los ojos de Fourth pesaban, mas sus parpados de negaban a caer.

Ambos recostados de costado sobre la dura superficie llamada cama, mirándose sin tener nada más que decir puesto que habían vertido toda emoción en el otro cuando hicieron el amor, cuando encontraron la libertad una vez más. Con ojos hinchados y brillantes, producto de las lágrimas derramadas. Cuerpos desnudos y el sudor de ambos mezclados en un suave aroma, uno que Gemini sentía en su paladar; había besado y degustado cada recoveco del cuerpo de Fourth.

La poca luz le impedía a Fourth vislumbrar algo más que la silueta de Gemini, pero no necesitaba más. Había memorizado cada aspecto de su dueño, cada imperfección, cada cicatriz. Deslizó una mano vacilante hasta la quijada de Gemini y arrastró sus dedos por toda la perfecta extensión de esta.

—Bebé —suspiró Gemini sobre los labios de Fourth. Ronco y lento, con su voz gastada.

—¿Hm?

—Bebé... M-mierda, quiero decirte así cada día. Solo... Mi bebé.

—Lo harás... —contestó en un arrullo suave. Fourth sabía que Gemini estaba sonriendo. Eso dolía.

—Mi bebé... mi amor. E-eres mi amor, solo mío. Aquí estamos y... tú eres eso, eres mi amor. Nadie más lo fue, nadie más lo será, corderito. Solo tú.

—¿Me dirás que me amas?

—¿Necesitas que te lo diga?

—No.

—¿De verdad?

—Sé que lo haces. Sé que me amas.

—Le dije a Mark lo que siento por ti. Él dice que es amor, yo digo que es algo distinto... —Gemini dejó un beso débil en los labios de Fourth; estos estaban afiebrados. Seguramente rojos por las mordidas y lamidas—. Que no puede ser amor, que tú me amas... eso, lo que tú sientes, es hermoso. Es como, es así, limpio. Es brillante... como tú.

—Gemini, ¿por qué piensas que solo hay una manera de amar?

—¿Qué? No lo sé. No... No tengo idea, corderito. Antes de ti, ni siquiera podía imaginarme pronunciando esa palabra. Solo te tengo a ti de ejemplo.

Y Fourth jamás podría encontrar a otro ser humano más hermoso que Gemini. Tan roto y hermoso, tan ingenuo y cruel. Su dueño era una antítesis en su existencia. Fourth amaba eso. Fourth amaba todo.

—Tú me amas, Gemini.

—¿Lo hago? ¿Realmente? No es... ya sabes, ¿estás seguro?

—Lo estoy. Me amas, más de lo que cualquier humano podría llegar a entender.

—Pero no es... No me gusta amarte así. No es como tu amor, esto es... sucio.

—No importa. Está bien tu forma de amarme, Gemini.

—¿Sí?

—Porque nadie me había amado así antes. Nadie me amará así en el futuro. —Fourth comenzó a acariciar la parte posterior de la cabeza de Gemini, a rozar sus dedos con el cabello de su dueño—. Quizá es un amor sucio, pero el oro en bruto también lo es.

—No soy oro, Fourth. Soy alquitrán.

—Y yo un alquimista. —Entrelazó sus dedos con los de Gemini. Su pequeña mano parecía desaparecer en la del más grande—. Por ti me convertí en uno.

Eso era todo. La sintaxis de su historia; sucio alquitrán y un hombre ambicioso que aprendió el secreto para convertirlo en oro.

Gemini sonrió, presionando incontables besos en el rostro de Fourth. Ya no lloraban, ya no quedaban lágrimas. Solo dolor y una máscara sonriente. Acomodándose, Fourth rodeó a Gemini con sus brazos y se humedeció los labios antes de comenzar a besar el cuello del mayor, a degustar con su boca las notas de sudor que permanecían en aquella piel. Dejó a Gemini posicionarse entre sus piernas y gimió bajito al sentir el calor y el peso de su cuerpo.

Las manos de Gemini acariciaban los bordes de sus muslos con lentitud y era tan suave, tan apacible. Fourth se preguntó si así se sentiría al ser acariciado con una pluma.

—¿Entonces te amo? —susurró Gemini sobre su oído y apretó un suave agarre en su cadera.

Fourth solo podía rogar porque quedaran marcas, permanentes. Que cada caricia de Gemini quedara grabada en su piel.

—Me amas, sí.

—Tú me amas a mí.

—Lo hago.

—¿Por qué? No soy material para... amar. Es ridículo, Fourth. No deberías hacerlo, solo podrías. No lo sé. Dejar de amarme.

Fourth sonrió.

Como si Gemini le hubiera dejado alguna alternativa. Para el momento en que se dio cuenta ya había caído, dolorosa y profundamente.

—No quiero. No lo haré —respondió y bajó ambas manos, agarrando las mejillas del trasero de Gemini para apretarlas. Gemini gruñó sobre su oído—. De todas maneras, muchas gracias por el consejo, bebé.

—Amor.

—¿Hm?

—Yo te digo bebé, tú me dices amor. ¿No es así como funciona?

Los labios de Fourth se truncaron en un rictus amargo. Tenía tanto que enseñarle a Gemini, tanto.

—Sí. Tienes razón, t-tú eres mi amor.

—¿Alguna vez le dijiste así a alguien más? No quiero compartir.

—Eres una cosita celosa y no. Nunca, nadie más. Solo tú.

—Solo yo —repitió, sonriendo contra la mejilla de Fourth—. Solo yo, bebé.

—Ese soy yo.

—Sí. —Gemini se separó, apoyándose en sus brazos estirados sobre las sábanas. La poca luz que entraba en la celda le permitía vislumbrar la silueta de Fourth—. A veces pienso... Solo, me gustaría que todos en el mundo tuvieran un Fourth Nattawat en su vida.

—¿Lo dices en serio? —preguntó con un dejo de diversión y cerró sus ojos. Mordiendo su labio inferior al sentir las rasposas manos de Gemini repasando su vientre.

—Sí. No tú, solo... tú eres mío, pero, un Fourth que los hiciera encontrar un propósito a sus vidas. Que los salvara. Quizá, si... Si ellos, todos, tuvieran alguien como tú. —Fourth deslizó sus manos en busca de las de Gemini. Entrelazaron sus dedos y Fourth llevó las manos de Gemini a su boca para besar sus nudillos. Las cicatrices de estos cepillaban sus labios—. Entonces, el mundo no sería tan injusto.

—Gemini, dices que...

—Que lo que se me quitó es tan poco al lado de lo que he ganado. — Se inclinó hacia adelante y frotó su nariz contra la de Fourth, sus manos aún fuertemente entrelazadas—. Tú. Lo que he ganado, eres tú.

Ese fue el peor momento para que el suministro de luz volviera a la celda. Porque el Gemini frente a los ojos de Fourth se veía tan pequeño y vulnerable.

—Hazme el amor —gimoteó, con su garganta sintiéndose acre.

Los pestañeos de Gemini eran lentos, y Fourth estaba tan enamorado. No quería ni siquiera sentir placer físico, él solo quería, solo necesitaba tanto sentir a Gemini.

—Sabes Fourth, bebé. Si te hubiera conocido antes, en... aquella época. —Gemini negó con la cabeza, riéndose por lo bajo—. Cuando era un mocoso, seguramente tú hubieras sido mi primer flechazo, como de amor adolescente y todo eso.

—Hubiera sido mutuo.

—Lo habríamos discutido.

—Definitivamente —respondió en un suspiro, Fourth. Ambos sonrieron. Con ojos somnolientos, con ojeras violáceas y cuerpos lánguidos—. Bésame amor, deséame. Quiero tenerte dentro de mí.

Gemini cerró los ojos y juntó su frente a la de Fourth. Respiraron el aliento del otro, sintieron los latidos acompasados de sus corazones, la desolación y el amor que picaba bajo sus pieles.

Los labios febriles y entreabiertos del ojicafé fueron una invitación para la lengua de Gemini. Con un comienzo suave, arrastrando sus labios por los movimientos lentos de sus cabezas que hacían encajar sus bocas de manera idílica.

Gemini bebía y tragaba cada gemido que Fourth le regalaba, se bañaba en el bálsamo de sus labios mientras las yemas de sus dedos se deslizaban hasta la ingle de su corderito. Cepilló su suave capa de vellos y jugueteó con la punta de su miembro que lentamente se endurecía.

La espalda de Fourth se cimbraba y enroscaba los dedos de sus pies en las sábanas, enterrando sus uñas en la caliente espalda de Gemini. Con su boca siendo devorada perezosamente, la lengua de Gemini embistiéndolo profundamente, cepillando su propia lengua. Dulce, doloroso pero dulce; como el proceso de convertir alquitrán en oro.

—T-te amo —sollozó agudo, boqueando por aire.

Gemini lamió la punta de su nariz y volvió a besar sus labios. Fourth repetía aquellas dos palabras, rompiendo el interminable beso, una y otra vez. Solo más tiempo, solo eso pedía. Más tiempo para decírselo, para que aquellas palabras se grabaran en Gemini.

Dos dedos de Gemini comenzaron a jugar en el periné de Fourth, tanteando la humedad en su piel. Fourth protestó infantilmente por la tortuosa espera a la que Gemini estaba sometiéndolo. Su propio cuerpo anteponiéndose a los deseos de su corazón. Agotado y dolorido, con un delicioso pinchazo en su dilatada entrada. No importaba, podría pagar cualquier precio si eso significaba unirse una vez más a Gemini. Haciendo el amor como si fuera la última vez.

Pero una vez más, Fourth era un excelente mentiroso.

—Debería ser ahora. Aquí —lloriqueó en los labios de Gemini al sentirlo hundirse en él. La quemazón en su entrada lo hizo tensarse bajo el cuerpo de su dueño.

El cuerpo de Gemini encerrando el de Fourth, tórrido y acerbo; negado a dejar que su amante escapara del calor de sus brazos. El emperador tomó el rostro de Fourth con una mano, acunándolo para poder acariciar su mejilla con el pulgar.

—¿Qué cosa? —preguntó cuidadoso. Sin comenzar aún ningún movimiento de caderas.

—Nuestro fin.

Y Gemini, con sus ojos comenzando a verse vidriosos, inclinó su cabeza ratificando las palabras de Fourth.

—Eres tan hermoso, corderito coqueto. Haces que sea tan fácil ser cautivado por ti.

Las mejillas de Fourth se ruborizaron. Sabía que se veía horrible, que no era más que una sombra del hombre que fue antes de entrar a North Collan, y aun así, Gemini lo hacía sentir como si fuera la personificación de la belleza.

Solo eran unos tontos enamorados. Solo era un emperador enamorado de su prisionero; pero qué masoquista. Qué dulce idiota.

—T-tú hiciste que fuera tan difícil amarte. —Se encogió con un jadeo, aferrándose. Con sus talones presionándose en la parte posterior de los muslos de Gemini.

—Nunca quise que me amaras.

Y Fourth quería protestar, porque Gemini había nacido para ser amado por él. Silenció sus palabras, dejándose ahogar en gimoteos y gemidos de dolor y placer. Las penetraciones de Gemini lentas, profundas; ardiendo en su piel.

Gemini serpenteaba con sus caderas en cada estocada que propinaba para hundirse en Fourth. Respirando lento, con su frente presionándose en la curvatura del cuello del ojicafé. Ojos cerrados, negro y motas de luz bajo sus parpados.

—Pero... Mierda, pero lo hago, te amo —sollozó al sentir los dientes de Gemini mordisqueando la piel de su cuello. Sintiéndose lleno, saturado de emociones. Con Gemini devorando todo de él—. Te amo. Beso.

Llevó sus manos al cabello de Gemini y tiró de él, amedrentándolo por un beso. Poco importaba el dolor en sus maltrechos labios, necesitaba que Gemini le entregara hasta el último beso que poseía. Sus cuerpos ya no sudaban, ya no estaban calientes; solo tibios y extenuados.

Continuaron, como dos idiotas que no sabían cuando detenerse. Fourth sentía su propia erección decayendo a momentos, reavivándose cuando Gemini comenzaba a estimular su próstata. No podían culparlos, tan solo, no había manera de controlarlo. Aquel sucio, horrible sentimiento llamado amor. Tan solo, no podían salir de él, atrapados y borrachos.

Y aturdidos como lo estaban, cayeron en un profundo y cruel sueño. Fourth cerrando sus ojos contra su voluntad, Gemini descendiendo el ritmo de sus embestidas hasta que su cuerpo solo cubría el de Fourth.

—Vas a odiarme y yo moriré amándote —Susurró Gemini en el oído de Fourth, quien ya no podía escucharlo.



...



Fourth sintió su cuerpo ser removido con cuidado. Parpadeó para acostumbrarse a la luz, se sentía agotado. Su cuerpo pesaba y su cadera dolía demasiado. Con las fuerzas que reunió giró su rostro.

El mundo cayó a sus pies.

—¿Qu-qué haces aquí? —preguntó casi afónico. Se sentó y un mareo lo hizo volver a cerrar los ojos. Todo su cuerpo se estremeció en una ola de frío. Tenía nauseas, quería vomitar. Negó con la cabeza, comenzando a perderse en un sentimiento pegajoso y negro—. N-no.

No pudo decir nada más. Se removió cuando una mano intentó posarse en su hombro. Gemini no podía, no podía. No.

Llevó ambas manos a su boca, aguantando las arcadas. Su cabeza punzaba y se sentía ofuscado.

—Fourth...

¿Cómo podía ser que le quedaran lágrimas?

—N-no.

—Fourth, hermano.

¿Por qué? ¿Qué había hecho para que Gemini lo lastimara de esa forma? No lo merecía, ¿verdad?

—P-por favor, por... Dios, No. Duele. —Llevó una mano a su pecho, su respiración comenzando a salir agitada y errática de su pecho. Estaba hiperventilando—. No...

—Fourth, mírame.

Fourth se negó. Cerrando sus ojos, intentando calmar su propia respiración. Rogando porque la persona a su lado desapareciera, porque todo fuera una pesadilla, pero las pesadillas no podían lastimar y él estaba siendo malditamente lastimado.

—Vete —rogó, tan bajito. Vulnerable.

—Fourth, es hora de ir a casa. Abrió los ojos y giró su rostro. Satang se encontraba a su lado, sonriéndole con empatía, con lástima. Fourth no quería su maldita lástima.

—Mi casa es Gemini. M-mi hogar es él.

Satang suspiró y sacó una hoja que tenía en el bolsillo de su pantalón. Se la extendió a Fourth, quien la recibió con manos temblorosas. Sentía tanto frío. Tan roto y descompuesto se volvía un cadáver cuyo corazón latía. Sostuvo el papel frente a sus ojos, leyendo las pocas líneas escritas con tinta negra.

"El día que llegaste a North Collan, se cumplían tres años del día en que asesiné a cientos de inocentes. Ese día estaba decidido a darle fin a mi existencia. No lo hice, tú entraste en esa celda y al verte, supe que iba a morir sin conocer algo que me fue negado desde que nací. Me mostraste el café de tus ojos y te odié en ese preciso instante porque sabía que iba a terminar enamorado de ti. Me arrebataste la corona con tanta facilidad, corderito, que solo puedo darte las gracias... Gracias por bajar al infierno por mí, por liberarme. Por darme un motivo para respirar, por darme una razón para poder decir que te amo".

Y en North Collan jamás se hubo escuchado un grito más desgarrador.

Satang se aferró al cuerpo de Fourth. Intentó contener los espasmos de su amigo, de sostener sus manos para que dejara de rasguñar su pecho desnudo.

Fourth gritaba, despedazándose las cuerdas vocales. Sacudiéndose en un intento desesperado por soltarse de Satang.

—Fourth, por favor... —Lloraba, meciendo a Fourth en un abrazo—. Es hora de volver, hermano. Es hora...

Fourth bramó de dolor, peleó por apartarse del abrazo que su amigo le ofrecía. Su piel quemaba, no quería ser tocado. ¿Por qué Satang estaba tocándolo? No podía, no tenía derecho. Iba a hacerlo desaparecer; si lo tocaba, iba a hacer que el aroma de Gemini en su piel desapareciera. No podía permitirlo. Gritó para que lo soltara, intentó rasguñar los brazos de Satang, intentó soltarse con todas sus fuerzas.

"Es mi condena para ti. Jamás podrás olvidarme."

Fourth vio el tatuaje en su dedo anular. Picaba, necesitaba arrancárselo. Hundió sus uñas en sus manos antes de que Satang lo detuviera sosteniéndolo de las muñecas.

—¡Fourth, por favor detente! —gritaba en súplica.

Pero él no podía entender qué estaba diciendo Satang. Su voz se oía como un eco lejano. Lentamente sus movimientos desesperados amenguaron. Sus ojos desorbitados viajaron por toda la celda y en ese instante todo dio vueltas, todo se volvió negro.

Fourth yacía desmayado en los brazos de Satang, quien se aferraba a él empapado en lágrimas. Solo había visto una vez a Gemini, no lo conocía; pero le hizo una promesa e iba a cumplirla.

"No te conozco, Satang Kittiphop. Y te estoy entregando mi corazón; cuídalo. Porque volveré por él."

—Vamos a superar esto, Fourth —susurró acariciando el rostro pálido de su amigo. Repasando las ojeras bajo sus ojos—. Lo prometo.


...


Gemini repasó con la punta de sus dedos, el collar de rastreo que se encontraba encadenado a su cuello. Mark a su lado, ambos con la vista fija en el paisaje desértico que se veía a través del vidrio blindado.

Reynolds se encontraba sentado frente a ellos, fumando un puro mientras hojeaba una sección del periódico. Dos hombres armados con metralletas en sus manos los acompañaban. No tenían expresión alguna y Gemini se preguntó cuántos segundos le tomaría arrebatarles un arma y asesinarlos a todos. No podía tentar a su suerte.

—Vas a arrepentirte —soltó de la nada Mark—. Deberías haberte despedido.

Gemini sabía a qué se refería, ya se estaba arrepintiendo, pero no soportaría apartarse de Fourth así, en un adiós que quizá sería definitivo. Después de todo, no era tan valiente.

—No pude. Si Fourth me hubiese pedido que me quedara, habría matado a cualquiera que intentara impedírmelo —contestó con tranquilidad. Sin parpadear, sintiéndose tan vacío como lo estuvo años atrás.

El mafioso levantó la vista de su periódico, mas no dijo nada. Mark por su parte ladeó una pequeña sonrisa y golpeó su hombro contra el de Gemini. Horas de viaje los esperaban, Gemini ya lo sabía.

La fosa se realizaba en distintas localizaciones. Dependiendo del capricho de los malditos mecenas. Reynolds no había querido decirles nada al respecto. Gemini no podía estar menos interesado, fuera donde fuera, el resultado sería el mismo. Muerte.

Un espectáculo de humanos, quienes se arrebataban la vida unos a otros, en una recreación de los antiguos gladiadores en los coliseos romanos. Esclavos, entretención para hombres podridos.

—¿Todavía no podemos saber dónde será? —insistió Mark en dirección a Reynolds, quien inclinó la cabeza hacia abajo—. ¿Entonces?

—México —respondió el mecenas.

Y eso Gemini no se lo esperaba.

—¿México? —preguntó desconcertado. Nunca la fosa se había hecho fuera del país. Al menos no en los años que él participó. Vio como Reynolds esbozaba una sonrisa ladina y su ceño se frunció en respuesta al mecenas—. ¿Por qué mierda en México?

—Ya lo sabrás, Gemini. Todo a su debido tiempo. —Se encogió de hombros y reparó en el aspecto demacrado de Norawit antes de chasquear con la lengua—. Deberías dormir. Luces del asco, te necesito bien para impresionar a los apostadores.

—Como un maldito perro de pelea —voceó con mordacidad.

—Sí, exactamente.

—Bueno... —soltó Mark con diversión—. Esto es un poco difícil porque, sabes...

—¿Hm? —Reynolds frunció el ceño y se inclinó hacia adelante cuando Mark le indicó con la mano que lo hiciera.

—No creo que Gemini tenga pasaporte —susurró bajo, señalando al mencionado con el pulgar.

Reynolds estalló en una ronca carcajada que hizo a Gemini bufar. Volteó nuevamente el rostro hacia la ventana, ignorando las burlas del moreno y las risas de Reynolds. No se sentía con ánimos para responder, su mente ingeniosa y su irónica labia no estaban del todo disponibles en ese momento.

Cerró los ojos y respiró hondo, recordando los últimos besos que dejó en la piel de Fourth antes de salir de la celda. Cómo delineó su perfecta cintura y respiró el perfume de su cabello, cómo besó la argolla en su mano; su promesa muda. Solo podía esperar a que Satang, el famoso Satang, cumpliera con su palabra. Reynolds los había juntado unos días antes, por petición de Gemini. Tuvo que hablar con el hombre que Fourth hacía llamar su hermano, pedirle que cuidara a Fourth porque sabía que se desmoronaría cuando él partiera.

Podía escuchar el llanto de Fourth tronar en sus oídos, sus reproches y sus miedos. Sentir el dolor del ojicafé como si fuera propio, y era simplemente demasiado. La parte posterior de su garganta escocía cuando pensaba en eso, su pecho se sentía apretado e irremediablemente la angustia se recluía en él.

El resto del trayecto hasta el avión que los sacaría del país pasó lento y pesado. Escuchó sin prestar real atención a todas las advertencias de Reynolds, a las normas de seguridad y a la manera en que se dispondría de la fosa ese año. Sería en una casona apartada. Años atrás se había construido una estructura de subsuelo ideal para peleas, donde quienes presenciarían el espectáculo verían desde las alturas, como aquellos miserables se quitaban la vida unos a otros.

Un pequeño coliseo. Reynolds no podría conformarse con algo menos extravagante que eso. Hacer viajar a todos los mecenas solo era parte del paquete de excentricidades que se exigían en el renovado evento.

Gemini le preguntó por la lista de mecenas, esperando encontrar el nombre de Ivanov en ella. Su entrecejo se frunció al verlo, anotado junto al nombre de un peleador que parecía ser latino. Ese hombre, el único que parecía ser un grano en el culo de su padre. Iba a darle un buen uso.

Le dijo a Nick que se mantuviera alejado de Fourth o tendría una razón para matarlo.

Sobre aviso no hay crimen, era el lema de Gemini.

—Entonces, ¿cuántos peleadores seremos? —preguntó Mark a Gemini, quien tenía la lista.

—Quince. ¿Nos harán pelear a todos? Así fue el año anterior pero solo éramos ocho. —Reynolds negó con la cabeza.

—Tres grupos de cinco cada uno. Al final se enfrentarán solo tres.

—Asumo que no estaré en el mismo grupo que Gemini... me gustaría mantener mis tripas dentro de mi estómago lo máximo posible. —El humor burlón de Mark se contagió en Gemini.

—Hay otras maneras de sacarte las tripas. Ponme el culo y te las enseño.

—Adorable —farfulló el mecenas con una leve sonrisa—. Sí, Mark. No estás en el mismo grupo que Gemini. Cada día se presentará un grupo distinto, así que serán tres días de eliminatorias y el cuarto...

—La pelea final —terminó Gemini.

—La pelea final —repitió Reynolds, afirmando con la cabeza.

—¿No habrá putas? Gemini me contó que el año pasado hubo muchas.

—Sí. Putas, alcohol y drogas, pero no para ustedes. —El moreno bufó—. Quiero evitar contratiempos innecesarios. Hacerlo lo más profesional posible, si logro explicarme.

—No es muy profesional matar a tu contrincante —murmuró con tranquilidad el emperador.

—Gemini tiene un maldito buen punto. Podrían ser dos ganadores... Dos chicos calientes y refinados como nosotros.

Reynolds bajó la mirada, escondiendo una sonrisa. Se encogió de hombros y negó con un movimiento de cabeza. Eso era imposible.

—Eh, tranquilo cabrón. Sabemos cómo es esto. —Se apresuró a decir Mark—. Pero no perdía nada con intentarlo.

Guardaron silencio unos cuantos minutos. La incomodidad podía palparse en el aire.

—¿Tienen hijos? —preguntó de la nada el capo. Mark enarcó ambas cejas y negó, Gemini rodó los ojos. Como si no hubiese quedado suficientemente claro que para él un mundo perfecto sería donde llovieran pollas de los cielos. Pollas de pequeños ángeles con ojos cafés y cabellos castaños, muchas gracias—. Yo tengo una hermosa hija.

—¿Hija? Me imagino que debes ser un hijo de puta con quienes quieran acercarse. —El rostro de Reynolds se enfrió.

—Sí. Ella es un ángel... —Sus palabras se sintieron como veneno espeso—. Solía tener un hermano, un chico que salió de mi sangre.

Gemini entornó los ojos en dirección a Reynolds.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Mark con un dejo de desconfianza.

—Se suicidó, o eso dictaminó el servicio forense.

—¿Y la verdad es?

—Lo asesiné. —El emperador sintió un tirón en las esquinas de sus labios. No creía en las coincidencias, solo en lo inevitable—. Y tengo una pequeña deuda con la persona que salvó a mi hija.

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