In love with a ghost || Minch...

Por -MariaIribarne

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"En el jardín veo su cara. Entro a la casa y oigo su voz. Miro su fotografía y mi corazón se parte en dos" Añ... Más

Advertencias generales

Parte única

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Por -MariaIribarne

"El dolor me rodea el cuello con manos tormentosas. Las calles de Edimburgo me producen ese dolor; son esas manos, mi verdugo. Todo me recuerda a él: su olor, su sonrisa, sus promesas y el resplandor de sus irises tan claras como el cielo de Escocia. Y al escribir esto mis manos tiemblan aún por la incredulidad, por el desasosiego, por el fuego en mis entrañas" (1).


Si puedo presumir mi habilidad para recordar las cosas, son ocho el total de las veces que he leído este libro, y con cada lectura, tiendo a repetir el mismo párrafo quince veces. Quince veces nada más. No puedo contar la número dieciséis porque entonces el ardor de los ojos me parece insoportable y la vista se torna opaca. Y es sólo cuestión de segundos para que el pecho comience a dolerme de nuevo.

Luego de eso, como ahora, me veo obligado a parpadear para alejar las lágrimas. Es mágico, porque con ellas se va la sensación de asfixia y el nudo en la garganta. El corazón se me adormece de nuevo y puedo continuar con lo poco que queda del libro. Y una vez saboreo el último verso del poema final, vuelvo a acariciar la contraportada con la mirada ida, con la mente llena de ese párrafo que tan mal me hace, pero del que me apropié con orgullo. Me aferré a él como un sediento a un caudal porque en él está escrito su nombre, en cada letra y en cada oración, en su significado y en entonación.

Cuando mis dedos tocan las hojas, lo veo a él en el jardín de nuestra casa, con el libro en manos, con esa mueca tan concentrada y el entrecejo fruncido por la impotencia ante la injusticia que sus ojos leían. Y a pesar de eso, no pasaba mucho tiempo para que volviera a empezarlo. Con cada inicio, se percibía en sus ojos la redención y el perdón a la historia, también el amor ante las sensaciones que ésta le causaba. Él solía decirme que ese era precisamente la magia del arte: la habilidad para transmitir emociones al espectador.

Una vez escuché una discusión de dos personas acerca del apego hacia cosas inanimadas. Una argüía que los objetos carecían de alma y, por lo tanto, resultaba una tremenda estupidez crear lazos afectivos con algo que no otorgaría reciprocidad, que no sentiría un desprecio ni el placer de una caricia. Y ante eso, la otra insistía en que eso dependía totalmente de cada uno de nosotros. Decía que quienes tenemos el poder para otorgar el significado éramos nosotros; de nosotros depende dar el valor y crear cualesquiera que fuesen los sentimientos al objeto a través de ese mismo valor, porque los objetos forman parte de los recuerdos y en los recuerdos se queda la esencia de una persona, una parte de su alma.

Luego de eso, no escuché más. Han pasado años, pero todavía recuerdo sus palabras y con el paso del tiempo también las he comprobado. Porque para mí, tener este libro entre las manos es tenerlo a él, un pedacito, un recuerdo, una sonrisa y un llanto que sólo vive en mi memoria. Y al leerlo lo vuelvo a ver, y lo vuelvo a sentir, y vuelvo a percibir el perfume de las flores combinado con el almizcle tan delicioso que desprendía su piel y que se acrecentaba en días soleados, como este.

Suelto un suspiro profundo mientras me obligo a cerrar el libro. Todavía es temprano, la brisa matutina se sigue sintiendo por toda la casa, pero aún quedan bastantes cosas por hacer. En especial porque el día de hoy es martes.

Desde hace poco más de un año, todos los martes, Félix, Innie y Jisung vienen de visita. Los tres, sin falta. A veces aparece Hyunjin, otras Binnie, rara vez Seungmin, ya que el trabajo se lo impide. No me quejo, a pesar de la distancia, ellos me han sabido transmitir su infinito amor, del cual me encuentro bastante agradecido, aunque se los diga muy pocas veces, sé que lo saben.

Los martes se han vuelto días activos, pues su visita conlleva el esfuerzo de limpiar la casa y de esmerarme en apariencia. El brillo en su mirada y la sinceridad en su sonrisa dependen directamente del cómo luzca. No puedo juzgarlos y mucho menos culparlos, soy consciente de que es la preocupación imperando en ellos; intento empatizar, comprender... aceptar.

Hoy decido hacer un poco de pasta.

Minutos después del mediodía, el timbre suena. A través de la puerta puedo escuchar los distintos tonos de voces y mi corazón se calienta un poquito. Una semana es suficiente para extrañarlos.

—Minho, ¡hola! —El pequeño Yongbok me saluda con efusividad, y yo correspondo al abrazo que me da—. ¿Por qué tardaste en abrir?

—Lo bueno se hace esperar —contesto con diversión—. Adelante, pasen.

Me tienden una canastita con muchos postres que seguramente acabaré antes del anochecer. Ellos entran y yo me quedo un par de segundos atrás, mirando el jardín con emoción. Hoy es uno de esos días con suerte. El cielo, como si lo supiera, se aclara mucho más y el sol me pega de lleno en el rostro por un momento. Su calidez me arrulla como sus brazos solían hacerlo, se siente maravilloso.

— ¿Minho? —escucho a Jisung tras de mí, con un tono ligeramente preocupado y suelto un suspiro antes de voltear hacia él. Le sonrío.

—Ya voy. No había salido, así que me sorprendí por lo lindo del clima el día de hoy.

—Sí, está excelente —concuerda—. Innie ya está adueñándose de tu cocina, por cierto.

Soltando una risita, me adentro a la casa.

—Rompió su propio récord.

La tarde pasa entre risas, incluso parece que todo finalmente toma su rumbo. No obstante, detrás de cada una de ellas se esconde su nombre y todo lo que implica. Puedo sentir la tensión detrás de las carcajadas y las pupilas dilatadas, alertas a mis movimientos, a mis palabras, a cualquier indicio suyo que pueda escapar a través de mis poros.

En la pared, el reloj marca las cuatro de la tarde, y mientras las manecillas corren, el tiempo de despedida se acerca; con él, el discurso eterno gestado por una preocupación que cada vez les resulta insoportable.

—Min...

Oh no.

El tono siempre es el mismo. Me suena como el golpe del badajo de una campana, insistente, insoportable. Drena la energía que he conseguido con su visita y me ata a una realidad de la que he intentado huir por las últimas horas. De pronto sus rostros se convierten en mi verdugo y siento rencor, y una tristeza profunda. Antes creía que este martes sería distinto, que finalmente esas súplicas no llegarían. Todas las semanas guardo mi esperanza, misma que se quiebra con esa voz lúgubre que dice mi nombre como una sentencia de muerte. Hoy no fue la excepción.

—No, por favor —suplico—. Íbamos muy bien.

—Entiende que si te decimos esto es porque nos importas, nos preocupas.

—Félix tiene razón, además, no te hace bien estar solo, Minho —insistió Jisung, con el tono de voz agudo, desesperado. Y supe que entonces comenzaría con la casa, con el jardín, con la situación... con cualquier cosa antes de mencionarlo—. La casa se mira ya muy deteriorada, es demasiado grande para que vivas tú solo aquí. Además, ya sabes, no te hace bien revivir día a día recuerdos que todavía te dañan.

—Estoy bien aquí.

—No lo estás, lo sabes. Puedes vivir con alguno de nosotros, sin ningún problema.

—Lo agradezco, pero no lo haré. No seré una molestia para ustedes y tampoco significa una molestia para mí el vivir aquí. —Suspiré, evitando exaltarme. Se trataba de una discusión sinsentido. Resultaba un dejavú, una repetición exacta, una monserga que me sabía de inicio a fin y la cual tenía el mismo resultado siempre—. Sé que, si fuera por ustedes, quemarían esta casa. Pero esta casa es él y él sigue siendo mi todo. ¿Podrían respetar eso?

Félix se inclinó hacia adelante, el amago de permitirse liberar la frustración y la desesperación. Mordió su labio y se contuvo. La respiración lenta y progresiva, atado al sillón que pareció devorarlo de pronto, o quizás, acunarlo en un arrullo de sosiego.

Jeongin me miraba. Sus profundos ojos rasgados amenazaban con ahogarme en una inquietud aterradora. Pude percibir su miedo, su coraje, la manera en la que su ansiedad traspasaba sus huesos y se escapaba por sus poros con la única intención de aniquilar mi juicio. Me perdía en él, en las emociones que contrastaban con la inexpresividad de su faz.

Y de fondo, la entrecortada voz de Jisung.

— ¡Es que no lo entiendes, Minho! Ese es precisamente el problema. O más bien, él es precisamente el problema. Él, su recuerdo, sus cosas, sus vivencias..., ¡todavía puedo sentirlo aquí! Y tú lo vives a cada momento, te asfixias en él. ¡Y tiene que parar! —Y por primera vez en meses, vuelvo a ver ese dolor y mi cuerpo se congela—. Ya perdí a un amigo, no quiero perderte a ti también.

—Sabemos que si te quedas aquí, eso pasará. —La voz de Jeongin me suena lúgubre. ¿Será una suerte de profecía? ¿Premonición? Pensar en eso me tranquiliza, porque la incertidumbre es sinónimo de agonía.

Sonrío, como si la explosividad de Jisung no hubiese mermado en mi ánimo, aunque así fuese. —No tienen de qué preocuparse; eso no pasará.

Félix se encoje al primer sollozo y de pronto me veo a mí mismo, Félix se convierte en una suerte de reflejo en el que, si bien no percibo mis facciones, sí el dolor de mi alma. Encorvada, marchita y apagada, sollozante. Herida.

De pronto mi pecho se calienta producto de una ternura infinita y las manos me hormiguean por la ansiedad de estrecharlo entre mis brazos. Y eso hago. Félix se aferra a mi cintura con desespero, mientras que yo acaricio su cabello con parsimonia, como si mis dedos barrieran cualquier atisbo de tristeza en él, fuera de su cabeza.

Frente a nosotros, Jisung se aclara la garganta. También tiene los ojos llorosos, pero siempre ha tenido más control sobre sí mismo. — ¿Lo has visto? ¿Has vuelto a ver, ehm, a verlo?

Parpadeo con rapidez, atontado. ¿Qué puedo decir? ¿Sería prudente afirmar que lo veo cada noche, en cada rincón, a cada momento? Ya una vez lo exterioricé y las consecuencias fueron estas.

Sólo me queda mentir, aun cuando ellos no me crean.

—No.

Y sus hombros caen por el cansancio, no me ha creído.

—Minho...

—Todas las semanas es lo mismo. Llegamos al mismo punto —comienzo, todavía acariciando el cabello de Félix—. Ustedes vienen, confirman que sigo vivo, comemos, pasamos un rato agradable, nos reímos mucho y por un momento sentimos que el ambiente es el mismo de hace años, cuando todo estaba bien. Nos engañamos y eso está bien. Entonces, antes de despedirse, vuelven a sacar el tema y de nueva cuenta comienza el caos. Estoy cansado de negarme y sé que ustedes están cansados de proponerlo. También sé que a pesar de eso la rutina seguirá hasta que... hasta que algo cambie por fuerza externa. —Suspiro, sus facciones me transmiten resignación y conformidad, saben que tengo razón—. Sé que me comprenden, incluso si no, sé que lo intentan, y lo agradezco mucho.

—Es que esto te hace mal, incluso si no te das cuenta.

—No Innie, no me hace mal —refuto—. Ha pasado año y medio desde que Channie se fue. Año y medio desde que me siento morir en vida, desde que tengo este dolor que me aniquila cada vez más. Es una constante que sólo crece y crece y crece y se vuelve insoportable. Y ese dolor solo se calma si estoy aquí.

Escucho un tarareo desde la habitación, calmo y adormecedor. En mi pecho tenía guardada una oda al sufrimiento, a la constante tortura de su ausencia. Y con ella, el exalto de mi ánimo ante el desespero de no poder estrecharlo ni besarlo como tanto anhelo hacer. No obstante, él me calma. Siempre supo cómo hacerlo, incluso ahora. El arrullo de su voz retumbó en mis oídos y sólo entonces puedo volver a sonreír y respirar nuevamente sin la sensación nauseabunda que genera el duelo... Un duelo que, he aceptado, será eterno. Hasta que me reencuentre con él.

Jisung me acuna en un abrazo, y con los brazos de Félix todavía alrededor, resulta una posición incómoda; sin embargo, lo acepto y reparto palmaditas en su espalda a modo de confort. Miro hacia atrás, seducido por el portarretratos de la esquina. Ahí, reflejados en el vidrio, estaban sus ojos cafés. Profundos y curiosos. Me miraban fijamente, sin parpadear.

Rompo el contacto y me alejo con cuidado. El atardecer se acerca y eso indica el fin de la visita. Ellos lo saben y yo también.

En realidad, no hay tanta charla después. Un par de comentarios incómodos, todavía tinturados por la sensibilidad del momento previo. Algunas risitas, otros abrazos y al final ellos atraviesan el jardín con el rostro lleno de preocupación, de resignación por, nuevamente, irse sin mí.

Desaparecen y yo todavía me quedo en la puerta, mirando el jardín, las flores a medio crecer, también las marchitas. Lo imagino en medio de todo, sentado en la manta que le regalé en nuestra segunda cita y que jamás lo abandonó. En el aire aun permanece el aroma de las gardenias y las rosas.

—Ellos sólo están preocupados, Honnie. —Lo escucho en un susurro, tras de mí, mientras el sol se esconde en el horizonte.

Yo sonrío con plenitud e infinita ternura.

—Lo sé.

Dentro de la casa todo sigue igual, salvo el silencio. En las paredes aun resuenan las voces de nuestros amigos, conservan su vitalidad, su alegría y la reservan para mí por el resto de la semana. A veces pienso que él lo hace, que es él quien las conserva para sí mismo, que es él quien me las reproduce cada día para animarme.

Me pregunto dónde se encuentra y en seguida lo escucho en la cocina. Su preciosa voz tararea su canción favorita de Tchaikovsky y yo me dejo arrullar por ella. Recuerdo la noche en la que le pedí matrimonio. Yo sabía que era gran fan del Lago de los Cisnes y pude juntar el dinero suficiente para comprar las entradas de la presentación de ballet que se hace cada fin de año.

Esa noche fue mágica. No sólo por el baile, sino por el efecto que tuvo en mi lindo amor. Fue la primera vez que vi a sus ojos brillar tanto. Parecía un niño que ve las luces de navidad por primera vez, y el orgullo que infló mi pecho todavía burbujea en la actualidad. Sólo cuando le ofrecí la caja con el anillo, la mirada brilló un más, hasta el punto del sollozo.

A partir de ahí puedo decir que en mi vida llegó la etapa más hermosa, más pura y amorosa. Nuestras familias incentivaban nuestra emoción y el inocente nerviosismo de los enamorados ante la idea del matrimonio. La ceremonia fue perfecta, él se veía maravilloso envuelto en el traje blanco.

Parecía un ángel, y para mí, en verdad lo era. Y me amaba a mí, tanto como yo a él. En verdad, hasta la fecha, me considero el ser más dichoso del universo, porque hasta el último suspiro, su corazón me perteneció. Incluso más allá de lo temporal, el mío sigue latiendo por él.

Al final del pasillo, lo observo entrar a nuestra habitación, no sin regalarme una sonrisa cálida, enmarcada por sus adorables hoyuelos. No tardo en seguirlo, entusiasmado por verlo merodear a mi alrededor. Al entrar, lo encuentro sentado en medio de la cama. Su expresión es tranquila, expectante. Me observa entrar y caminar, sin decir nada, porque casi nunca lo hace.

Yo me acuesto a su lado, sin dejar de mirarlo, sin intentar tocarlo. Si lo hago, entonces mi mano lo atravesaría y la fantasía se quebraría en mil pedazos. Si para retenerlo un poco más debo permanecer inmóvil, me convertiría en una estatua. Sólo por él.

Me regala una expresión enternecida y su mirada se dirige al portarretratos que está sobre la mesita de noche. Yo lo miro también, antes de tomarlo con delicadeza. Es una foto de nuestra boda, el día más feliz de mi vida.

Vuelvo a mirar a Chan, quien me observa sin parpadear, con la sonrisa intacta. Y justo en ese momento, me permito quebrarme.

Chan significó la luz y el amor. Era mi más grande anhelo, mi más grande sueño, el más bello del mundo. La casa se convirtió en un santuario y él en mi adoración. Su nombre se leía en cada tapiz de pared, en el ambiente impregnado de su perfume acaramelado y en las flores del jardín. Los amaneceres llegaban en el momento en el que él abría sus ojos y los atardeceres cuando empezábamos a amarnos. Y en cada toque yo le dedicaba una oración entera, las caricias eran mi credo y sus besos el elixir de la vida.

Lo amaba tanto.

Estrujé la foto contra mi pecho, como si fuese él. Y al mirarlo de nuevo, encontré unos ojitos tristes. Intentó acariciar mi cabello, pero yo no pude sentir nada y comencé a llorar.

Año y medio y seguía sin entender el por qué tuve que vivir su pérdida. Mi vida era perfecta hasta que él se fue, hasta que el médico me dijo que lamentablemente su corazón no había resistido y murió a las nueve y treinta y cuatro de la noche. Yo me fui con él. Mi corazón, mi ánimo, mi felicidad fueron enterrados con él, en su lápida.

Todavía recuerdo el miedo a enfrentar la nueva realidad. Al regresar a casa y no verlo, al sentir la soledad y ahogarme en ella. A ya no verlo, a ya no abrazarlo, a ya no besarlo ni acariciar su piel, a ya no escuchar sus tarareos, incluso a ya no huir de su furia, su tierna furia.

El sepelio y el entierro significaron un infierno, y entre mis recuerdos aún lo hacen. Los días y las noches me parecieron tortuosas. La soledad representaba —todavía representa— mi propio cadalso. Abandoné toda esperanza hasta ese día en el que al salir lo vi arrodillado en el jardín, cuidando sus flores. Y me sonrió tan bonito que volví a extrañarlo mucho, mucho más.

Desde entonces comencé a verlo, a escucharlo en la casa. Mis amigos se enteraron de la situación y, por supuesto, me creyeron loco. Me aconsejaron abandonar mi hogar y comenzar de cero en otro lugar.

No pude.

No puedo.

Porque entonces fui consciente de que al hacerlo perdería la oportunidad que la vida me dio de volver a verlo, de escucharlo, de estar cerca, aunque siga tan lejos. Y no podría permitirlo, porque la caridad no es algo común para alguien como yo, no podría ni quería tentar a la suerte, no cuando se trata de él.

Y me quedé y callé y continué con mi rutina hasta el día de hoy. Él me consuela en mis noches de llanto y también es el creador de cada una de mis sonrisas. Como hoy, me serena cuando es el momento. Aún desde donde quiera que esté, es mi ancla, mi brújula, mi guía.

Me recuesto en la cama y lo miro entre lágrimas. —Te extraño tanto, Channie.

Y mi nombre se escucha por toda la habitación, con su voz dulce y amorosa.

Mi corazón se parte en dos.

Lloro, con la seguridad de que él me consuela, y no tardo en caer en el estupor que advierte el sueño profundo. Sólo entonces, cuando me encuentro entre el mundo real y el mundo de los sueños, siento más vívidas sus caricias y las palabras toman fuerza en mi subconsciente.

—Pronto, amor, pronto estaremos juntos de nuevo —me asegura—. Te esperaré hasta que sea el momento, sólo entonces nos iremos juntos. Lo prometo. Te amo, Honnie.

Antes de caer en la inconsciencia, el último pensamiento le pertenece a él:

Donde quiera que estés: te amo, Channie. 


_____________________________

(1) Por si tenían curiosidad, el fragmento es parte de otra obra que me pertenece y que pueden encontrar en mi perfil. Se llama Redemptio, y es el capítulo de "La carta". Advierto que la historia es Larry. 

Y nuevamente, si llegaron hasta aquí: mil gracias. Les quiero. <3 Espero leernos pronto. 

No olviden que ando activa en Twitter con AUS y OS también. User Minhhott

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