Pequeño Hongo

By Naybeamar

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"Hasta el día en que caiga la humanidad." En el año 2020, los polos magnéticos de la tierra desaparecieron y... More

Aclaraciones
Libro Uno: Día del Juicio
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Libro Dos: Rosas
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20

Capítulo 2

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By Naybeamar




"¿Volverán a la Base Norte?"




An Zhe caminó por mucho tiempo.

Muchos días y noches después, la distancia que había recorrido en el mapa era apenas del ancho de la uña del dedo meñique de un humano, mientras que la distancia que le faltaba para llegar a la Base Norte era del tamaño de un dedo entero. Sin ningún medio de transporte humano, no tenía idea de cuánto tiempo le tomaría llegar hasta allí.

Finalmente, notó que el olor húmedo y lúgubre se desvanecía y sintió que el suelo bajo sus pies se volvía más firme.

Esa tardecita, el sol se hundió tras la lejana cadena ininterrumpida de montañas negras como un ojo carmesí que parpadea. Su luz desapareció gradualmente, y mientras el crepúsculo y la aurora se elevaban juntos, An Zhe se esforzó por distinguir las escrituras y símbolos en el mapa.

El río seco que acababa de cruzar marcaba una frontera del "Abismo", y más allá de esta frontera se encontraba un lugar llamado "Segunda Llanura". La Segunda Llanura tenía un nivel de peligro de tres estrellas y un nivel de contaminación de dos estrellas, y era el hogar de grandes monstruos de clase artrópoda y animales de clase roedora. La tierra estaba dominada por arbustos comunes en lugar de hongos.

Efectivamente, el terreno irregular del Abismo, las fosas más comunes y las enmarañadas sombras de árboles enormes que aparecían a altas horas de la noche habían desaparecido. Uno podría contemplar la vista de este lugar con una sola mirada: un crepúsculo plano y sin límites.

Sin embargo, An Zhe se sentía inquieto.

El aire seco de la Segunda Llanura no parecía propicio para la supervivencia de los hongos, y él no pudo encontrar tierra de la cual pudiera absorber nutrientes, así que solo podía recuperar su fuerza a través de métodos humanos, como dormir.

Caminó durante un rato más antes de encontrar finalmente una pendiente poco profunda en el suelo, donde crecía un escaso y bajo pastizal verde amarillento. Se sentó con los brazos alrededor de sus rodillas y se acurrucó en una postura adecuada.

Un hongo suele pasar la mayor parte de su vida durmiendo, pero esta era la primera vez que An Zhe se dormía en una postura humana.

El sueño de un hongo implicaba quedarse tranquilo en un solo lugar y esperar a que pasara el tiempo, pero parecía que el sueño humano era diferente. No mucho después de cerrar sus ojos, una infinita oscuridad surgió como la marea, y el cuerpo de An Zhe se volvió ligero.

O, en otras palabras, parecía que estaba perdiendo su cuerpo poco a poco.

En algún punto, el silbido del viento llegó a sus oídos. Era el sonido del viento en la naturaleza, que solía ser su favorito.

Pero ahora esos sonidos ya no tenían sentido, pues había perdido su espora cuando se revolcaba en una zona de la naturaleza que le gustaba. Se escuchaban algunas voces humanas entre el viento. No podía recordar muy bien aquellas sílabas, solo recordaba una ínfima parte de ellas. Incluso convertidas en lenguaje humano, eran frases fragmentadas que no podía unir.

—Es muy... extraño, muy...

—¿...Cómo es?

—Toma... muestras... este lugar.

En el siguiente instante, un dolor indescriptible irradió por cada rincón de su cuerpo. La sensación era sutil pero profundamente penetrante. Un vacío se abrió en su conciencia, incapaz de llenarse nunca más, y en ese momento supo que había perdido lo más importante para él.

El miedo se extendió por su cuerpo en un parpadeo. Desde entonces, vivió en la cueva, temiendo al sonido del viento.

Su corazón latía con fuerza y una ola de miedo lo invadió de repente, el mismo miedo que sintió cuando perdió su espora.

Los ojos de An Zhe se abrieron de golpe y al instante se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Solo los humanos podían soñar. En el momento siguiente, dejó de respirar por completo.

Conocía el origen de ese miedo. Una criatura negra estaba frente a él.

Dos ojos compuestos, rojos como la sangre, brillaban débilmente. An Zhe se tensó mientras su mirada recorría a la enorme criatura. Esta poseía tres pares de extremidades delanteras delgadas y afiladas como guadañas, cada una tan larga como un humano adulto, las cuales resplandecían con un brillo tan frío como la luz de la luna.

Al darse cuenta de lo que era, su cuerpo se estremeció con una sensación lejana que provenía del temblor del primer ancestro de hace miles de años: la premonición de que, como hongo, moriría al ser mordido por las termitas.

Quizás los depredadores del "Abismo" no le prestaban atención a un hongo, pero tal vez los monstruos de clase artrópoda de la Segunda Llanura podrían considerarlos una rara exquisitez.

Justo cuando An Zhe pensó esto, ¡rodó instintivamente hacia un lado!

Con un sonido sordo que hizo temblar incluso la tierra, la afilada pata delantera del monstruo artrópodo se clavó en el suelo a su costado, donde él había estado acostado momentos antes.

An Zhe agarró su mochila, se giró y se levantó antes de correr hacia los arbustos cercanos, mientras las rápidas pisadas del monstruo artrópodo resonaban en sus oídos. Cuando el sonido se suavizó un poco, An Zhe miró hacia atrás. Bajo la aurora, por fin vio claramente a esa cosa en su totalidad. Era un enorme monstruo negro que parecía una hormiga amplificada miles de veces.

Afortunadamente, su cuerpo parecía excesivamente torpe. La velocidad a la que los humanos podían correr era superior, así que mientras pudiera alcanzar los arbustos que tenía delante...

Tropezó.

En ese instante, la sombra del monstruo lo envolvió. En medio del agudo silbido del viento, su extremidad delantera se abalanzó hacia su brazo.

La manga larga de An Zhe se vació de repente, haciendo que la tela cayera y que el monstruo no cortara nada.

Se quedó quieto, aparentemente sorprendido por lo que acababa de ver.

Al mismo tiempo, las hifas se estiraron y volvieron a crecer dentro de la manga larga de An Zhe, formando una vez más un brazo humano completo.

Se lanzó al suelo y rodó, evitando por poco el próximo ataque del monstruo, se impulsó desde el suelo y se lanzó hacia los matorrales, donde dos grandes arbustos protegieron su cuerpo.

Pero eso no fue suficiente para escapar de los ojos del monstruo. An Zhe tomó algunas respiraciones apresuradas y su cuerpo comenzó a transformarse. Los contornos de sus brazos, dedos y demás extremidades se volvieron difusos y algo se agitó bajo la superficie, volviéndose más similar a las hifas mientras se preparaba para escapar por un medio más ágil.

Justo en ese momento...

¡Pum!

Un rayo de luz blanca voló por el aire y golpeó la unión entre la cabeza y el tórax del monstruo como una estrella fugaz.

Tras el sonido sordo del impacto, la luz blanca estalló silenciosamente, mezclándose con una llamarada de rojo.

An Zhe quedó tumbado entre los arbustos, mirando con los ojos bien abiertos cómo esa cosa enorme se partía en dos y caía al suelo.

El impacto hizo que las hojas volaran por el aire, cayendo sobre An Zhe.

La cabeza del monstruo aterrizó a no más de medio metro de él, con sus ojos rojo sangre que seguían mirando en su dirección.

En el pasado, An Zhe había visto criaturas en el "Abismo" que aún eran capaces de moverse después de haber sido cortadas en tercios. Justo cuando pensaba en alejarse de la cabeza, de repente escuchó sonidos cercanos.

—Ese fue el último casquillo de uranio. Iremos a la base después de recoger el cadáver. —La voz del hombre era imponente.

—Los caparazones de tipo artrópodo no son baratos. No pensé que terminaríamos consiguiendo uno. —Otra voz masculina, más grave que la anterior.

Después de un breve intercambio, dejaron de hablar y los sonidos de sus pasos se acercaron. Era el sonido de unas botas de cuero de suela gruesa pisando la arena, mezclado con el crujido de la fricción.

Humanos.

Tras la muerte de An Ze, no había visto a ningún humano durante mucho tiempo. Levantó furtivamente la cabeza de los arbustos.

Los arbustos crujieron. Escuchó al primer hombre instar con urgencia en voz baja.

—¡En guardia!

En el siguiente instante, tres bocas de armas negras apuntaron en su dirección.

An Zhe miró a los hombres.

Le vino a la mente el confuso recuerdo de la noche en que perdió su espora, pero la existencia de An Ze le había mostrado la amabilidad y la buena voluntad de los humanos. Reflexionó sobre su situación actual y luego habló.

—Ho... Hola.

Bajo la luz de la aurora, la escena ante él se podía captar de un vistazo: tres humanos vestidos con ropas grises oscuras, todos varones. Alrededor de sus cinturas llevaban anchos cinturones marrones con cargadores para sus armas atados a ellos. El hombre que estaba en el medio sobresalía sobre los otros dos más bajos.

Era el mismo que había hablado sobre el uranio. Su voz era tranquila mientras preguntaba:

—¿Eres humano?

An Zhe dudó por un instante. Pensando en el arma que hizo estallar al monstruo por la mitad, respondió:

—Sí.

—¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu número de identificación? ¿Qué pasó con tus compañeros?

—An Zhe. 3261170514. Nos separamos.

El hombre lo miró con el ceño fruncido. Tenía cejas gruesas y oscuras, claros ojos negros, puente nasal alto y labios gruesos. A diferencia de las bestias salvajes del Abismo, la combinación de esos rasgos faciales no hizo que An Zhe sintiera peligro, así que frunció los labios y devolvió la mirada.

Tres segundos después, uno de los sujetos al lado del hombre, uno bajo y de piel oscura, cargó el arma una vez más con un chasquido, la acción llena de amenaza implícita. Miró a An Zhe y habló con voz grave y palabras rápidas.

—Desvístete.

An Zhe salió de entre los arbustos y desabotonó el primer botón de su camisa gris, revelando la piel de su cuello. Su piel era suave, y de un blanco lechoso que se parecía un poco al color de sus hifas.

Entonces escuchó el silbido del tercer hombre. Aquel hombre tenía la piel pálida teñida de rojo y el cabello rubio, así como muchas arrugas en la cara, signos del envejecimiento humano. Los ojos azules grisáceos del hombre, más oscuros en los costados, lo miraban fijamente.

An Zhe bajó la cabeza, desabotonó el resto de los botones y se sacó la camisa.

El hombre de ojos azules se acercó a él, silbó otra vez y comenzó a examinarlo de la cabeza a los pies.

La mirada de este hombre era muy pegajosa, similar a la saliva de los animales del Abismo. Después de examinar a An Zhe una vez, fue hasta el costado de An Zhe.

Luego agarró la muñeca de An Zhe y pasó los dedos por la piel allí. Con el pulgar frotando el hueso de la muñeca de An Zhe, preguntó con una voz ligeramente penetrante:

—¿Qué es esto?

An Zhe se miró el dorso de la mano y la muñeca. Tenía algunas marcas rojas irregulares, que eran arañazos que se había hecho con los arbustos cuando estaba esquivando los ataques del monstruo antes. Giró la cabeza, usando su mirada para indicar los arbustos detrás de él.

—Hojas.

Siguió un breve silencio. Al cabo de un rato, aquel hombre chasqueó la lengua y dijo:

—¿Te la quitarás tú mismo o debo quitártela yo?

An Zhe no se movió.

Sabía más o menos lo que estaban haciendo, pues había escenas similares en los recuerdos de An Ze.

La contaminación genética ocurría entre monstruos y monstruos o entre monstruos y personas. El método de verificación provisional para determinar si alguien había sido contaminado era comprobar si había heridas.

Sin embargo, el hombre que tenía detrás le hizo sentirse incómodo. Era el mismo sentimiento que lo invadía cada vez que las serpientes se deslizaban por su tallo y su sombrero cuando todavía era un hongo.

Levantó la cabeza y miró al hombre del medio. Había visto muchas bestias feroces en el Abismo y también era capaz de juzgar más o menos qué tan amenazadoras eran. En este momento, intuyó que ese hombre era el menos agresivo de los tres.

—Hosen. —Tras un breve intercambio de miradas, ese hombre volvió a hablar, su voz muy sombría—. No vuelvas a caer en tus viejos hábitos mientras estemos aquí afuera.

Dejando escapar una risa burlona, Hosen examinó a An Zhe con una mirada aún más desenfrenada.

Tres segundos después, aquel hombre le habló a An Zhe.

—Ven conmigo a la parte de atrás.

An Zhe obedientemente lo siguió alrededor de la cabeza del monstruo hacia el otro lado. Aparte de las marcas de arañazos dejadas por las ramas y hojas, no tenía ninguna otra herida.

—¿Cuánto tiempo has estado separado de tus compañeros? —preguntó el hombre.

An Zhe pensó un momento y luego respondió.

—Un día.

—Tienes mucha suerte. Parece que no hay muchos monstruos aquí. Pero hay muchos insectos. —Aunque el discurso del hombre era siempre muy cortante, parecía confiable.

An Zhe abotonó su camisa, miró al hombre y preguntó con voz suave:

—¿Volverán a la Base Norte?

—Sí —respondió el hombre.

—Entonces... ¿puedo ir con ustedes? —preguntó An Zhe—. Tengo mi propia comida y agua.

—No depende de mí —respondió el hombre.

Justo cuando terminó de hablar, dio un paso adelante y miró a los otros dos hombres.

—No tiene heridas. ¿Lo llevamos con nosotros?

Hosen sonrió, miró a An Zhe con los brazos cruzados, silbó por tercera vez y dijo:

—¿Por qué no? No importará si lo hacemos.

Luego miró al último hombre.

—¿Qué dices, bastardo?

An Zhe también lo miró y se encontró directamente con la tosca mirada del hombre de piel oscura.

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