Frontera de caza

Galing kay katiealone

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Cumplir dieciocho años en la tradicional y poderosa familia Bautista-Montagny es todo un acontecimiento. Y Da... Higit pa

Sinopsis
📜 Epígrafe 📜
🩸 Introducción 🩸
1. Los barrios altos
2. Preparativos
3. La caja
4. Sangre
5. En aprietos
6. Culpable
7. Pagar el precio
8. Frente a frente
9. Sangre nueva
10. Primera vez
11. Matamos a un Edevane
12. Bebe
13. S.O.S
14. Primero, las balas
15. Momentos de debilidad
16. La historia según Arabella
17. Nos preparamos
18. Dulce escape
19. Verdades sobre la mesa
20. Tuya
21. Tenemos visita
22. Enemigos
23. En nuestras venas
24. La escena de Jack
25. Sin esperanza
26. Sin lugar en el cielo
27. La cazadora
28. Lo que perdimos
29. Tal vez es tarde
30. Poder ancestral
31. Relish
32. Fugitivos
33. Sin culpa
34. Sombras
35. No me sigas
36. Sangre de mi sangre [Final]
🧛 Nota de la autora 🧛
🩸 Epílogo 🩸
Extra 1: Lover
Extra 2: Aquella niña perdida
Extra 3: Ternura
Especial de Halloween 2023 [Parte 1]
🎨 Ilustraciones para FDC 🎨
😜 Memes 😜
📚 Otras historias de la autora 📚

Especial de Halloween 2023 [Parte 2]

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Galing kay katiealone

VI. El horror

—¡Milla! ¡Diego! —gritó Aliz. Segundos después, Dani los vio asomarse por su balcón, los dos iban a medio vestir. Milla gritó espantada, pero Diego salió corriendo escaleras abajo hasta la piscina, mientras el resto lo seguía.

Cuando llegaron, el chico ya se había metido al agua para sacar al hombre. Si por un instante pensaron que tal vez estaba vivo y que eso fue un accidente, todo se acabó en cuanto notaron que aún tenía el arma que lo apuñaló varias veces en el vientre, y además le habían desfigurado el rostro. Milla se abrazó a ella, y empezó a llorar, pues conocía al hombre desde niña, él siempre trabajó con su familia.

—Ha vuelto... Se escapó... Se escapó... —empezó a decir ella presa de los nervios. Era ese asesino, ese maniático de Jack. ¿Quién más podía ser?

—¡A la casa, ahora! ¡Cierren todas las puertas! —exclamó Aliz, quien tomó el mando de pronto.

—¡No está José Alonso! —gritó Diego.

—¡Lanslet tampoco! —añadió ella, mirando por todos lados. ¿Y si el asesino los encontró primero?

—¡A la casa! —insistió Aliz, y Milla se la llevó de la mano casi corriendo.

—¡Tenemos que ir por ellos! —insistía Diego, y le pareció que Aliz asentía.

Pero primero había que ponerse a salvo. Una vez entraron a la cabaña, Milla se apresuró a poner seguro a las ventanas y a la puerta principal. Estaban temblando, y con el pasar de los segundos se ponía peor, pues ninguno de los chicos aparecía.

—¡Papá tiene un arma! ¡Está arriba, en la gaveta! —advirtió Milla, y Diego asintió.

Sin decir nada, corrió escaleras arriba y poco después regresó con la pistola y las balas. Vio que Aliz cogía un palo y un cuchillo de cocina, los dos se estaban armando, y ella no sabía qué hacer.

—Vamos a ir a buscar a los chicos —les dijo Aliz—. Quédense aquí, no abran ni una sola ventana a nadie, ¿está claro?

—¡No puedes irte! ¡Diego! —lloró Milla. El chico la abrazó fuerte, pero no eso no iba a detenerlo.

—¡Aliz, no! —gritó ella, sintiendo que las lágrimas le nublaban el rostro. A modo de despedida, la chica la tomó de las mejillas y le plantó un beso antes de salir, Diego la siguió.

Así que se quedaron solas, y eso solo consiguió que se pusieran más nerviosas. Las chicas se abrazaron y lloraron, Dani temblaba sin tener idea de qué hacer. Tal vez podrían escapar hasta la comisaria o al pueblo en el auto, ¿luego qué? ¿A quién pedían ayuda? ¡Estaban aisladas! Ni siquiera había línea telefónica, ni nada, y...

—¡Dani! —gritó de pronto Milla. Al seguir el rumbo de su mirada, notó lo que estaba viendo. Jack estaba allí, sostenía un cuchillo, y a José Alonso.

Estaba paralizada. Se notaba que había golpeado al chico, quien apenas podía moverse. El hombre les sonrió, y golpeó la cabeza de Alonso contra el vidrio de la mampara. Paseó el cuchillo por el cuello de Alonso, como si fuera a cortarlo. Ellas gritaban, rogando que se detuviera, pero eso él lo disfrutaba más.

—¡No! —gritó Dani horrorizada justo en el instante en que Jack hundió el cuchillo en el costado del chico.

Lo apuñaló un par de veces, y después lo tiró de nuevo contra el vidrio, que empezaba a mancharse de su sangre, él ya estaba inconsciente del dolor.

Sin decir nada, el monstruo aquel se dio la vuelta y huyó hacia los árboles. Y aunque Aliz advirtió que no abrieran las puertas para nada, no iba a dejar que José Alonso se murieran desangrado. Tomó varios paños de la cocina y abrió la mampara, se arrodilló a su lado y le cubrió la herida, empezó a presionar con fuerza.

—¡Milla, trae un botiquín o algo, no sé! —gritó, presa de la desesperación. La herida seguía sangrando, pero no tanto como le pareció de lejos. Tal vez había una esperanza.

Las dos chicas pegaron un grito cuando alguien empezó a tocar de forma frenética la puerta principal. Milla salió hacia allá, pensando que eran Diego y Aliz. Eso también creyó Danielle, hasta que poco después su amiga regresó con la oficial Jerika.

—Maldita sea... —dijo la mujer por lo bajo—. Estuvo aquí, ¿verdad? Mierda, mierda...

—¡¿No se supone que lo habían capturado?! —gritó ella mientras presionaba la herida de Alonso.

—No estaba solo —advirtió la oficial—. Sus compinches llegaron a rescatarlo, tenían metralletas, hubo un tiroteo. El ejército llegará pronto, pero...

—¿Cómo sabías que estaría aquí? —le increpó Milla.

—Él dijo que se vengaría de los que hicieron que lo atraparan, por eso vine directo para acá. Supongo que es tarde...

—No, aún no —dijo ella—. Milla, presiona este lado. Iré por vendas, no va a resistir si lo tenemos aquí, hay que llevarlo a un hospital.

—Si, si... Solo que no tengo botiquín, ni nada... —respondió su amiga, poniéndose de rodillas a su lado.

—Yo sí, en la patrulla —les dijo Jerika—. Ven conmigo y coge lo que necesites.

—Ajá, si. Sostén aquí —le pidió a Milla, y esta asintió. Tal vez Danielle no era experta en primeros auxilios, pero sí sabía lo necesario. Papá y su gusto por la caza le habían enseñado algunas cosas.

Sin pensárselo mucho, fue detrás de Jerika. La policía tomó su llave y abrió la parte trasera de la patrulla. Estaba hecha un desastre, pero entre todas las cosas pudo ver un botiquín de emergencia grande.

Mientras lo sacaba, varias cosas llegaron a su mente en apenas un instante. ¿Hacía cuantas horas que Jack escapó? ¿Por qué solo fue a buscarlos esa oficial? Y lo más importante, lo que la hizo dudar. Un policía le dijo a Jerika que el asesino se había roto una pierna, pero eso no era verdad. Le mintieron, y tal vez los policías...

Entonces escuchó un clic detrás de ella. No, era el ruido de una pistola. Y luego, sintió el cañón del arma en su cabeza. Se giró despacio, y los vio. Era Jerika quien la apuntaba, pero a su lado estaba Jack, mirándola con una sonrisa diabólica. Los dos tenían esa sonrisa.

—Listo, señor. Ya tenemos una nueva virgen para el sacrificio —dijo Jerika antes de golpearla.


***************

VII. Son más

Ella fue la primera que vio al chico. Se sintió estúpida de no haber llevado linternas, estaba tan apurados y nerviosos con la rapidez de la situación que ni lo pensaron. Por eso al inicio fue difícil reconocerlo entre los arbustos. Esa noche era oscura, las nubes cubrían la luna y las estrellas, y los truenos se escuchaban a lo lejos. Pronto iba a llover, y todo se pondría peor.

Cuando señaló a Lanslet, Diego corrió hasta él y pegó el rostro a la altura de su corazón. Lo vio suspirar con alivio, entonces el chico estaba vivo, pero inconsciente. Notaron que le habían dado un golpe en la cabeza y sangraba un poco, así que Aliz le quitó la capa de príncipe del disfraz del chico para cubrirlo. Mientras Diego cargaba al herido, ella buscó a José Alonso por los alrededores. Pero nada de nada, apenas un rastro de sangre.

—Hay que llevarlo a la cabaña, vamos por linternas y luego volvemos a buscar a Alonso. —Diego asintió, y sin mucho esfuerzo, se llevó a Lanslet al hombro y lo cargó de vuelta a la casa.

Al regresar, el panorama no mejoró en nada. Milla estaba cubriendo sin mucho éxito la herida de José Alonso, al tiempo que gritaba el nombre de Danielle entre lágrimas. Diego recostó al inconsciente Lanslet en el sofá, luego cogió un mantel de la mesa de la cocina para apretar la herida de Alonso.

—¿Y Dani? ¿Dónde está ella? —preguntó ella.

—¡No sé! ¡Creo que se la llevó la policía esa!

Entre lágrimas, Milla les contó como llegó Jack y apuñaló a José Alonso delante de ellas, y como poco después apareció Jerika a contarles lo del escape del líder de la secta. Dijo que hacía ya casi diez minutos que Dani fue con ella a traer vendas, pero ninguna de las dos volvía.

Cuando Aliz salió a la entrada principal, temiendo encontrar a las dos mujeres heridas, lo que encontró fue peor. No estaban. Se habían llevado a Danielle.

Solo tuvo que sumar dos más dos para entender la situación. "Esa perra traidora..." se dijo, apretando los puños. No había otra opción, Jerika trabajaba con Jack, de seguro ella lo liberó. Y quién sabe quienes más de la policía protegían al desgraciado. Eso era importante, pero más urgente era encontrar a la chica. "La quieren sacrificar", se dijo con horror, y sintiéndose cada vez más desesperada. Apenas la conocía, y no era solo por lo mucho que le gustaba. No iba a dejar que nadie dañara a una persona más, y menos a ella.

Con paso firme, volvió con el resto. Lanslet estaba volviendo en sí, Milla y Diego terminaron de apretar la herida de José Alonso, y parecía que al fin había dejado de sangrar. Los dos chicos estaban fuera de juego, pero su ahijado era quien estaba en peor estado. Había que actuar y pronto.

—Milla, ¿sabes manejar? —la chica asintió—. Entonces lleva a Lanslet y Alonso al hospital, nosotros iremos por Dani.

—¿Qué pasó? ¿Se la llevaron? —asintió, pero no había tiempo de explicar más. Su silencio fue suficiente respuesta para hacer llorar a la chica de los nervios.

—Debe haberla llevado a las ruinas de la secta, no se me ocurre otra cosa. Cuando vayas al hospital, corre la voz, no podremos solos. Diego, vamos por la chica. Ahora.

—¿Solo los dos con una pistola y un palo?

—Si, no hay de otra. ¡Vamos, muévanse!

Ayudaron a Milla a llevar a los chicos a la van en la que llegaron. Fue una suerte que no le hicieran nada al auto, y pronto la chica pudo arrancar. El hospital estaba en dirección contraria, así que tuvieron que ir hacia la carretera y rogar a que pasara un auto que los llevara más rápido.

—¿Qué hora es? —le preguntó Aliz a Diego mientras corrían. El chico tenía reloj en su muñeca, y miró.

—Casi las tres, ¿por?

—No lo sé, tengo un mal presentimiento.

Porque en algún podcast había escuchado que la hora precisa para los rituales eran las 3.33 am, y de seguro pensaban matar a Dani más pronto de lo que imaginaban. Si no se daban prisa...

—¡Oye! ¡Mira!

A lo lejos vieron un auto que se acercaba por la ruta. No iba rápido, así que extendieron los brazos y se pararon en medio de la pista para obligarlo a detenerse.

Eso hizo y, para sorpresa de ambos, se trataba del mismo comerciante que los llevó a la comisaria esa mañana cuando huyeron de la escena del crimen. Este los reconoció y los miró con sorpresa. Esta vez Diego se sentó en el asiento trasero, y ella fue en el copiloto. Ya no tenía mercancía atrás, así que había suficiente espacio para los dos.

—¿Quieren ir con la policía, chicos? —dijo el tipo.

—No, solo más allá, por donde nos encontró —respondió ella.

—¿A esta hora? ¿Necesitan ayuda?

—Una amiga está en peligro, y si, vamos a necesitar toda la ayuda...

Aliz intentó explicar un poco de lo que pasaba, y mientras, miraba cada detalle del auto. Poco después se dio cuenta de que el hombre había dejado de hablar, y que conducía muy serio y en silencio. Cuando le indicaron, tomó el desvío por el bosque para acercarse al edificio abandonado.

—Muchachos, si es verdad lo que dicen...

—Es verdad —dijo Diego.

—¿En serio creen que ustedes dos podrán con la secta de la Nueva orden?

—Pues claro...

—Diego —interrumpió ella muy seria, y se giró para mirarlo.

El chico era listo, siempre lo fue. Y puede que ambos estuvieran nerviosos, pero Aliz se dio cuenta de las cosas, y él captó. Nunca mencionaron nada sobre la secta, ni siquiera en la mañana cuando lo encontraron por primera vez. Solo le dijo que su amiga necesitaba ayuda, que se trataba de gente armada, y nada más. Pero él lo sabía, ¿y cómo?

En el auto había algunos detalles que quiso pasar por alto, y ya no podía hacerlo. Estaba oscuro, pero los asientos tenían manchas oscuras. Sangre. Y del espejo retrovisor colgaba una cadena extraña, como un crucifijo modificado. Había visto uno de esos en los azulejos de la sede de la secta.

Era uno de ellos.

El auto se detuvo en seco, y Aliz se sostuvo fuerte. No fue suficiente, pues se golpeó la frente contra el vidrio y se sintió mareada. Todo eso le dio tiempo al chófer para sacar un cuchillo con el que la amenazó.

—No te muevas. Solo matamos vírgenes, pero si quieres jodernos...

—¡Baja esa puta arma!

Diego había reaccionado, y sacó la pistola del padre de Milla. Le apuntó a la cabeza al tipo, quien de reojo notó que estaba en desventaja. Pero no le importó mucho, pues sonrió.

—No lo harás, niñito. No sabes usar eso, antes de que lo hagas, mataré a esta...

No pudo decir más, porque se escuchó el disparo. Aliz se manchó con la sangre del tipo, quien ya estaba fuera del juego.

—¡Diego! —gritó, aún conmocionada por todo.

—Mierda, mierda, mierda... ¡Qué he hecho! —gritó. Y, preso de los nervios, bajó del auto.

Aliz no quiso mirar más al hombre, también bajó del auto y alcanzó a Diego antes de que sucumbiera a la desesperación. El chico caminaba de un lado a otro, al borde de las lágrimas. Aliz lo alcanzó, lo tomó fuerte de los hombros y lo sacudió.

—Lo maté, Aliz, lo maté... No quería, te juro que no... No soy un asesino, no soy.

—Me salvaste, eso pasó —le cortó—. Ahora vamos a ir a ese maldito lugar, y vamos a rescatar a Dani, ¿entendido?

—Pero yo no... No puedo, no...

—Si podemos. Vas a venir conmigo y vas a rescatar a la chica, ¿si? Milla no te perdonaría si no le llevas de vuelta a su amiga.

—Si, si... —Hizo acopio de la poca cordura que le quedaba, respiró hondo y se recompuso.

—Vamos, tenemos que detener a esos maniáticos.


**************

VIII. El sacrificio

Aún se sentía mareada cuando empezó a despertar. Estaba en un sueño, o en una pesadilla. Le dolía mucho la cabeza, y le parecía escuchar voces. Un canto.

Cuando al fin estuvo despierta, no quiso abrir los ojos. Porque escuchaba, y sabía lo que iba a ver. Su espalda reposaba sobre una superficie dura y fría, pero recta. El altar del sacrificio. También se dio cuenta de que estaba atada de pies y manos, y apenas podía moverse.

Danielle abrió los ojos lentos, y vio al cielo. En esa pesadilla se encontraba en el lugar donde vio aquella chica en la mañana, con el hoyo circular en el techo, por donde podía ver el cielo oscuro, había empezado a llover, y las gotas de agua le mojaban el rostro. Había antorchas iluminando la estancia, y gente que cantaba alrededor de ella. Todos tomados de las manos, y elevando plegarias oscuras en un idioma desconocido.

Sabía que no tenía escapatoria. Si hasta la policía estaba con ellos, si quizá sus amigos ya estaban muertos, ¿qué le esperaba? Ni siquiera podía rogar que fuera rápido, pues según lo que había visto, necesitaban dolor. La iban a mutilar y hacer sufrir mucho antes de matarla al fin, de solo pensarlo, sus ojos se humedecieron con las lágrimas.

Entonces ese hombre se acercó, Jack. La vio llorar, y sonrió. Ella quiso sacudirse y apartarse cuando le acarició la mejilla.

—Es muy pronto para llorar, virgen, Aún no ha pasado nada. Ya podrás llorar con ganas, pero todo a su tiempo. Ya casi es hora.

A una señal del hombre, los cantos ceremoniales se detuvieron. Miró alrededor, y notó que todos estaban cubiertos con capuchas, serían al menos ocho personas. Jack sostenía un cuchillo en la mano, el mismo con el que hirió a José Alonso. Colocó una mano en su vientre, y elevó la mirada al cielo.

—Es hora, reina escarlata, de darte el alimento que por tanto tiempo te fue negado. Tú que eres nuestra madre oscura, la reina del caos y el dolor. A ti te adoramos y honramos, a ti te daremos de beber la pureza de esta mujer. Pero antes, vas a saborear el dolor.

Jack cerró los ojos, Danielle estaba temblando. Susurró algo para él mismo, y luego alguien le alcanzó una copa.

—La deidad está hambrienta —anunció—. El sacrificio de ayer no le bastó, el de hoy tampoco la aplacará. La abandonamos, y tenemos que pagar el precio. —Silencio, nadie dijo nada. Pero se miraron entre sí—. Jerika, acércate.

A paso lento, la oficial fue ante él. Se quitó la capucha, y lo miró. Danielle estaba entre ambos, mirándolos sin entender.

—Me darás tu sangre para aplacar a la reina escarlata.

—Con honor brindaré mi sangre para las copas, señor —declaró la muy desgraciada con voz solemne.

—Solo tu sangre no basta. —Danielle contuvo el grito, pues Jack fue en verdad rápido. La cogió del cuello, y antes de que pudiera hacer algo, le clavó la navaja en el costado izquierdo del mismo—. Tu muerte ayudará.

La sangre le salpicó en la cara, Jerika quiso escapar, pero ya era muy tarde. Otros miembros de la secta la sostuvieron, y Jack puso la copa debajo de su cuello para recolectar la sangre derramada. No pararon hasta que la chica cayó a un lado, muerta. Y así, vio asqueada como todos ellos se pasaban la copa de mano en mano y bebían de ella.

—Ahora, sí, virgen. Llegó tu turno de honrar a la reina escarlata.

No le habían puesto una mordaza, pero ni siquiera podía gritar de lo paralizada que estaba. ¿Por dónde empezarían? ¿Qué seno mutilarían primero? ¿O la abrirían en canal como un cerdo? Tenía un ataque de pánico que solo complacía más a Jack. No sabía quién disfrutaba más su miedo, si esa reina escarlata, o el maniático aquel.

Apretó los ojos, rogando por un colapso. ¿La dejarían desmayarse o la querrían despierta? ¿Y si sufría un paro cardiaco? Eso sería mejor, injusto, pero mil veces más piadoso que lo que estaba por pasar.

Fue así que escuchó el primer disparo. Venía desde arriba. Y luego otro, y otro más. Aún sin entender, miró alrededor, y vio que Jack había caído a un lado, aunque vivo. Otro no corrió la misma suerte, y se derribó justo al lado del cuerpo de Jerika. Arriba, en el techo, estaba Diego.

—¡Deténganlo! —ordenó Jack, gritando. Estaba rojo de furia—. ¡Va a arruinar el sacrificio!

Al escuchar su voz, los encapuchados salieron corriendo hacia el segundo piso en busca del chico, lo que lo obligó a alejarse y esconderse. Ellos ya estaban arriba, y cerca de la entrada se escuchó ruido, habían derribado algo. Dani no se dio cuenta de que había una escopeta en un rincón hasta que Jack la cogió, y así, decidido, salió para allá.

Estaba sola por primera vez. Intentó moverse, arrastrarse un poco siquiera, pero era muy difícil. Escuchaba los ecos de los pasos apresurados por todos lados, gritos y balas lejanas. Así fue hasta que ella apareció.

Jamás pensó sentir tanta alegría de verla. Era Aliz, quien llevaba un cuchillo. Sin decirle nada, empezó a cortar las ataduras de sus pies, y luego de sus manos. Cuando al fin estuvo libre, la abrazó con fuerza. Tuvo el impulso de besarla, Aliz la detuvo poniendo un dedo sobre sus labios.

—Ahora no, tenemos que irnos —susurró.

Dani no dijo nada, solo se dejó conducir de la mano de la chica, pasando sobre los cuerpos de los caídos. Estaban todos arriba, no las habían visto. Corrieron hasta salir de la casa en ruinas, y cruzaron la alambrada. Allí las esperaba Diego.

—¿Ahora qué? —preguntó, pues ya se habían dado cuenta donde estaban. Pronto las alcanzarían.

—Hay un auto, ¡corre! —ordenó Aliz, y ella no se lo hizo repetir.

Tal vez solo estaba asustada, pero casi sentía que le pisaban los talones. Ya estaban pasando la alambrada, y ellos corrían como podían en medio de la vegetación hasta un supuesto auto. Danielle contuvo la exclamación cuando vio un cuerpo al lado, era del hombre que les dio un aventón esa mañana.

No había mucho que pensar, Aliz subió al asiento del piloto, ella al del copiloto y Diego fue atrás. Estaba nerviosa mientras ponía las llaves en su sitio e intentaba arrancar. Frente a ellos, Dani y Diego vieron que se acercaban los demás miembros de la secta, con Jack a la cabeza.

—¡Arranca! —gritó Diego.

—¡Eso intento! —decía ella, pero el maldito auto no encendía por nada del mundo.

Se acabó, ya no había escapatoria. Ellos tenían armas, y pronto los rodearían. Jack ya estaba frente al auto, y posó las manos sobre la capota.

—Aliz... —Llevó una mano sobre la de ella, y la sostuvo. La chica la miró. Las dos se miraron conteniendo la respiración, conscientes de que esa podía ser la despedida.

—No, no. Este no será el fin.

Ella no se rindió. Por última vez, quizá en vano, giró la llave. Pegaron un grito cuando las luces de los faros se encendieron, cegando por un instante a los miembros de la secta. El motor sonó, el auto vibró. Y ya no sabía como iban a escapar de eso.

—¡Abajo! —gritó Aliz. Una vez más, solo siguió órdenes.

Se agachó y se agarró fuerte del asiento. Aliz hizo lo mismo, pero presionó el acelerador y el auto fue directo a ellos para atropellarlos. Gritaba mientras le parecía escuchar algunos disparos. El auto no seguía un rumbo regular, pues Aliz no veía nada y apenas alcanzaba el timón. Pero Danielle sí escuchó y sintió el impacto del auto contra los cuerpos, incluso podría jurar que pasaron por encima de ellos. Pronto las balas se detuvieron, y el ruido afuera cesó. O eso parecía.

No salieron ilesos de ese truco desesperado. Se golpeó la cabeza y otras partes del cuerpo, pero se obligó a mantenerse consciente y firme. Varias cosas habían caído de la capota del auto, y otras más resbalaron del asiento trasero. Incluyendo una pistola.

Sin pensarlo mucho, Danielle extendió la mano y la tomó. Miró a Aliz, y ella se incorporaba lento, haciendo un gesto de dolor. No sabía como quedaron los de afuera, si estaban heridos, inconscientes o muertos. Solo tenía claro que había que irse de allí, y el auto ya no ayudaba mucho.

—Diego, ¿podrás caminar? —preguntó Aliz, y esta asintió a medias.

—Si, creo...

Estaban todos entumecidos por el dolor y la conmoción, pero cuando alguien abrió la puerta del piloto, solo Danielle pudo reaccionar por instinto y apuntar con la pistola. Fue Jack quien se hizo presente, y aprovechó que Aliz estaba mareada para cogerla de los cabellos e intentar sacarla del auto. Aún tenía ese cuchillo ceremonial, y apenas vio la pistola, se la puso en el cuello a la chica.

Él también estaba herido, le sangraba la cabeza y tenía las mejillas manchadas de su propia sangre. Esos no eran nada comparado con la furia de sus ojos, que tal vez por alguna extraña ilusión óptica le pareció ver que eran color rojo.

—Baja del auto, virgen. Vienes conmigo, o la mato —amenazó, estaba jadeante. Podría jurar que tenía otras heridas, y ni aún así quería rendirse.

—No vas a ir a ningún lado, Danielle. No lo escuches y dispara —le pidió Aliz.

Sentía que le temblaba la mano, y casi todas las lecciones del tiro al blanco con su padre se iban por la borda. Sabía que en ese momento todo dependía de ella, y no sabía si sería capaz de disiparle a ese maniático.

—Suéltala, iré contigo —mintió, pero Jack no parecía ceder.

—Baja el arma primero, virgen —le pidió, ella no se movió. Al contrario, frunció el ceño porque empezaba a irritarla que la llamara así.

—Mi nombre es Danielle —respondió, y fue justo en ese momento que apuntó.

No cerró los ojos, no titubeó. Fue casi como sentir la presencia de papá a su lado, guiando su mano. Apretó el gatillo, y antes de que se escucharan los gritos de sorpresa, Jack cayó de espaldas. Le había dado directo a la frente.

—¡Lo hiciste! —gritó Diego—. ¡Mierda! ¡Lo lograste!

—¡Si! —exclamó ella, sin soltar el arma. Aliz, quien casi se encontró con la muerte, aún no salía de su asombro. Solo cuando Danielle casi se arrojó sobre ella y la abrazó, la otra correspondió con todas sus fuerzas.

—Me salvaste... —susurró a su oído.

—Si, pero ahora hay que irnos de aquí.

Se apresuraron a salir del auto, era Diego el que apenas podía andar, se había torcido una pierna en medio de esos atropellos. Una vez fuera, vieron el cuerpo de Jack, el de unos cuantos más, y otro que quedó atrapado bajo las llantas del auto. Si alguien sobrevivió, se había dado a la fuga, y era mejor que ellos lo hicieran también.

Entre las dos ayudaron a Diego a caminar, y así llegaron a la carretera. La perspectiva de tener que caminar unos kilómetros heridos, y quizá con un par de asesinos aún vivos, se le hizo insoportable. O así fue hasta que vio luces doblando por el camino. No eran uno, sino varios autos. Entre ellos, una ambulancia.

Todos se quedaron quietos cuanto notaron que eran gente del pueblo de Villa Paraíso, y fue más sorprendente cuando vio que Milla bajaba de la ambulancia. Entonces fue ella la que dirigió a todo ese grupo de rescate. No pudo menos que sonreír.

Al fin la pesadilla parecía haber acabado.


***************

IX. Otro día

—Quien podría adivinar —empezó a decir con algo de dificultad— las terribles consecuencias, casi mortales, que acarrea ser virgen —concluyó José Alonso. A su lado, en la otra camilla, Lanslet apenas podía reír, y el chico menos. Aliz solo negó con la cabeza, ni siquiera golpearlo en broma podía.

—Pero Dani está bien, ¿verdad? —preguntó Lanslet, y ella asintió.

El primo estuvo inconsciente unas horas después del golpe que se dio, y seguía en observación. Por su lado, Alonso pasó por cirugía. Jack no llegó a herir órganos internos, pero sí que tuvo una hemorragia. Si no fuera porque los dos compartían el mismo tipo de sangre, José Alonso no la contaba.

—Todos tenemos algunas heridas leves y contusiones, pero estaremos bien —informó Aliz.

—¿Y nos vamos a ir a la cárcel? Porque según tu impactante narración, al menos tres de nosotros se cargaron a varios.

—No lo creo. Ya sabes que el padre de Milla es el dueño de media selva, y además les hicimos un favor matando a todos los asesinos. Si hasta vino la familia de la chica que vimos sacrificada a abrazarnos y traernos comida.

—Ah, vaya... Entonces me calmo. —José Alonso cerró los ojos. Y ella, en un extraño arranque de ternura, le acomodó los cabellos.

—Tú solo descansa. Milla y Dani están coordinando con sus padres para que envíen una avioneta que nos evacuará de emergencia. Pronto volveremos a El Sirada.

—Con lo bonito que se está aquí...

—Si... Bueno. Ya ves que tan paraíso no era.

Ninguno de los chicos respondió nada. Lanslet había cerrado los ojos, y Alonso también. Hacía un rato que una enfermera fue a ponerles un relajante, y al fin estaba haciendo efecto. Ella retrocedió despacio, y dejó la habitación del hospital en completo silencio.

Aliz solo tenía vendas en el brazo izquierdo por una herida que se hizo, el dolor en todo el cuerpo debido a los golpes podía soportarlo. Diego se hizo un esguince en la pierna derecha, y a su lado estaba Milla, la única ilesa del grupo.

Su angelito tampoco había salido bien librada de todo. En medio de la adrenalina, ella apenas se dio cuenta del corte que se hizo en la pierna, uno largo que en realidad no era tan malo, pues no perdió mucha sangre, pero estéticamente, le dejaría una cicatriz.

Eran los únicos internados en el hospital de Villa Paraíso, y gozaban del privilegio de tener habitaciones propias. Aliz volvió a la suya, y encontró a Danielle recostada en la cama, mirando el techo con la vista perdida. Esa mañana terminaron de arreglar la antena de telefonía, y solo por eso pudieron comunicarse con su familia. Según sus cálculos, para esa noche ya podrían irse.

Aliz se acercó a la muchacha, y se sentó a su lado. Tenía una expresión ida, casi triste. La acarició la mejilla despacio, y la vio suspirar.

—¿Qué pasa, cielo? ¿Te sientes mal?

—No... Es que lo que pasó... Nunca lo voy a superar, ¿sabes? Aún tengo miedo que vuelva —sabía que se refería a Jack.

—Pero no va a volver, tú lo mataste.

—No llegué aquí para matar a nadie...

—Hey —la tomó de las mejillas, y la miró directo a los ojos—. Pero me salvaste, no olvides eso. Hiciste lo que tenías que hacer, estaría muerta de no ser por ti.

—Y yo estaría muerta si tú y Diego no hubieran ido a buscarme a ese lugar. Se arriesgaron por mí...

—¿Por qué no lo haríamos? ¿En serio pensaste por un instante que nos daba miedo ir a la selva a enfrentar a unos maniáticos? Somos de los barrios altos, niña. Nosotros somos los que damos miedo.

Dani se rio, y eso se le hizo tan... Hermoso. Ella era hermosa, y no podía evitar enternecerse, o verla de otra forma. Ya no era solo una chica con la que tener una aventura, era la que le salvó la vida, y a la que quería conocer más.

—Prometo que no voy a volver a llamar malandro sin oficio ni beneficio a Diego —bromeó ella.

—Bueno, es que si lo es... —rieron a la vez. La chica se inclinó un poco para acomodarse cerca de ella. Con acceso directo a sus labios.

—¿Sabes? Papá se va a enojar cuando le cuente lo que pasó...

—¿En serio?

—Si, aunque tal vez esté orgulloso de saber que maté al líder de una secta.

—Yo estoy orgullosa.

—¿Ah si?

—Si.

Ya no pudo aguantarse más, atrapó sus labios en un beso, y Dani solo cerró los ojos, dejándose llevar. Así se quedaron, una sobre otra, besándose sin parar. Cuando sin querer rozó su pierna herida, y Danielle hizo un gesto de dolor, Aliz se apartó despacio.

—Oye... ¿Tú crees que solo vino por nosotros por mí? —comentó de pronto—. Querían sacrificar una virgen...

—No es tu culpa, solo eran una sarta de maniáticos.

—Pero si vinieron a mí por virgen...

—Eso se puede arreglar cuando quieras —se miraron, Danielle sonrió con complicidad, ella le acarició los labios.

—Cuando volvamos a El Sirada, ¿si? Quiero ser tuya.

—Música para mis oídos.

Volvió a besarla, Danielle la rodeó con sus brazos. Podría quedarse así el resto de la tarde, o de la vida.

Ojalá no hubieran sonado las balas. Ojalá de verdad hubiera despertado de esa pesadilla.



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Como me encantan los finales abiertos xddddd

¡Feliz Halloween, bbcitas! Espero que hayan disfrutado del especial 

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