Cauterio #PGP2024

By XXmyfutureXX

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Alexia lucha por superar el fracaso y convertirse en una bruja cuando una muerte inesperada pone en peligro s... More

Sinopsis
Capítulo 1: Un cadáver sin ojos
Capítulo 3: La desconocida del espejo
Capítulo 4: El Inked
Capítulo 5: Sin salida
Capítulo 6: La conspiración
Capítulo 7: Evocaciones
Capítulo 8: El grupo de investigación de Elisa
Capítulo 9: La advertencia
Capítulo 10: Los que esperan
Capítulo 11: Antepasados
Capítulo 12: Las pruebas en contra
Capítulo 13: El almuerzo
Capítulo 14: Amigos del pasado
Capítulo 15: El fracaso negro
Capítulo 16: Sospechosos
Capítulo 17: Nacyuss solo hace intercambios
Capítulo 18: Conversaciones espirituales
Capítulo 19: Los días felices
Capítulo 20: La moneda
Capítulo 21: La venganza
Capítulo 22: Peso muerto
Capítulo 23: Repercusiones
Capítulo 24: Lo que pudo haber sido y lo que es
Capítulo 25: Vi mi futuro y te vi a ti
Capítulo 26: Gatos
Capítulo 27: Asfixia
Capítulo 28: La confesión
Capítulo 29: El tercer subsuelo
Capítulo 30: Los tres caminos
Capítulo 31: Las memorias de Aradis
Capítulo 32: Aquello de lo que no se habla

Capítulo 2: Frustración

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By XXmyfutureXX

—¿Por qué fallo en cada cosa que intento? -gritó Alexia reprimiendo sus ganas de pegarle un puñetazo a la mesa que tenía enfrente.

—Solo te hace falta seguir intentando y...

—¿Cuánto más? —Sus ojos rabiosos se posaron en la cara semitransparente de la abuela Halia—. ¿Cuánto tiempo voy a tener que pasar sentada aquí intentando y fracasando?

Suspiró violentamente y guardó silencio mientras intentaba alejar los pensamientos intrusivos que le decían que era una inútil y una idiota por no haber abandonado todo ya. Falló en eso también, siempre fallaba. Aparecieron todos juntos como una bandada de cuervos y se amontonaron para comer los restos de su desinflada autoestima.

—¡Agh! Estoy harta de esto. —Estiró el brazo, y con un barrido en el aire, tiró al suelo todas las velas que hasta hacía un instante había intentado encender sin tocar. Cualquier otra persona hubiese conseguido hacer arder la mesa entera sin proponérselo con la furia que emanaba de sí, pero Alexia no.

—Nadie se convierte en un experto con solo un par de horas de práctica y tan poca paciencia.

—¿Par de horas? Me pasé los últimos cinco años tratando de meter un montón de información en mi cabeza para mover sillas, hacer pociones curativas, contactar a los muertos. ¿Para qué? Todo esto no ha servido nunca de nada.

La abuela, que estaba recogiendo las velas del suelo, se paró en seco. Su figura descolorida siempre desconectada de los objetos sólidos se convirtió en una mezcla de colores difusos cuando se irguió para recuperar la misma forma rechoncha y enrulada de siempre. La expresión tranquila y compasiva que había mantenido hasta ese momento cambió por una que denotaba seriedad. Alexia creyó por un segundo que se había sentido ofendida al escuchar que aquello a lo que la familia entera había dedicado su vida era una pérdida de tiempo, pero no fue así. Esa conversación, como todas las demás, terminaría desembocando en aquel día.

—No entiendes nada —dijo la abuela mientras se acercaba—. A veces parece que no te diste por enterada de lo que está en juego. La magia es lo único que te va a permitir defenderte...,

—Nunca podré hacer nada en contra de todas las brujas del Círculo.

—...y tú te pasas los días mirando el techo y repitiendo que nada te sale bien —continuó la abuela sin escucharla—. Realmente no puedo creer que te comportes así cuando de esto depende tu vida.

Alexia bajó la mirada, el enojo se le mezcló con un poco de angustia. Deseó desaparecer, como deseaba cada segundo desde el día en que la Maestra apareció muerta y la culparon a ella del crimen.

—No me importa que todo termine. Quiero que sea así —murmuró.

—No digas estupideces. —El grito de la abuela pisó sus palabras deprimentes.

—Es lo que quiero. —Se encogió de hombros.

La abuela hizo de cuenta que no la escuchó y continuó juntando las cosas del suelo. Llegaban a ese punto en la conversación más seguido de lo que Alexia hubiese querido. Ya había perdido la cuenta de cuánto tiempo pasó desde que dejó de importarle simular tener esperanzas de salvarse de algún modo. Lo único que sabía es que desde la primera vez que lo dijo, la abuela había reaccionado siempre igual: irritación y silencio. Alexia ya no solía sentir muchas cosas más que angustia e ira de vez en cuando, no obstante el silencio de la abuela la atravesaba y la dejaba vacía por completo.

—Es suficiente por hoy, pero mañana vas a seguir intentando. —Halia decidió terminar con la conversación y con su clase.

Alexia no esperó ni a que acabara de hablar para levantarse. Cruzó el comedor a grandes zancadas y salió de él. Cuando dejó de estar a la vista de la abuela echó a correr escaleras arriba. No le importó que el gato de la tía Julia estuviera observándola desde un rincón, ni que la persiguiera hasta el segundo piso y se quedara petrificado frente a la puerta de su cuarto después de que la cerrara con llave, aunque eso no fuera a detener a nadie más que a él.

Los gatos negros eran los únicos compañeros verdaderos de la brujas del Círculo. Aparecían en sus vidas cuando se iniciaban oficialmente y las seguían hasta su muerte, luego se esfumaban, o algo por el estilo, Alexia no estaba segura. Ella no tenía ninguno y no lo tendría jamás. La mayoría de los gatos pasaban por simples mascotas cariñosas, pero eran en realidad espíritus encerrados en cuerpos que alguna vez habían pertenecido a animales, y que permanecían en este mundo solo para servir a su bruja.

La primera vez que Helena la había acompañado a la casa dijo que el gato de Julia era lo que se conocía como un «espíritu acosador», encomendado a espiar.

—¿Ves como nos ha perseguido por toda la casa? —le había dicho—. El resto de los gatos no suelen alejarse de sus dueñas.

Eso sacaba a relucir que Julia cubría con su aparente apatía que en el fondo no era más que una chusma. Alexia no era particularmente reservada, sin embargo sentirse observada por el animal la ponía muy incómoda. Después de lo que había dicho Helena, solía ocultarse de la vista de aquel gato. Aunque desde su regreso definitivo a la casa no le quedaba mucho por hacer.

El gato de Julia la seguía religiosamente desde el cuarto al comedor, de allí al patio y devuelta a su habitación, todos los días. Alexia salía muy poco, cada vez menos, por lo que el gato no se le despegaba. Aquella debía de ser la orden que le había dado Julia por precaución, para estar al tanto si hacía algo estúpido o se escapaba. Aunque ella sospechaba que lo hacía por el placer de fastidiarla un poco más.

El Tribunal le había ordenado dejar la Academia durante la investigación, por lo que Alexia terminó viviendo tiempo completo en la casa de la familia de nuevo. Le podría haber ido peor y acabar encerrada en los calabozos del subsuelo de la Academia; sin embargo, el padre de Helena se apiadó de ella y usó su influencia para evitarlo. A pesar de sentirse miserable también allí, se lo agradecía; al menos en la casa podía ver la luz del sol.

La otra cosa que dispuso el Tribunal fue que se alejara de Helena. No se les permitía encontrarse ni establecer contacto por ningún medio. Temían que se complotaran o se las arreglaran para huir del Círculo, cosa que a Alexia le hubiese parecido graciosa en otras condiciones. Helena jamás se permitiría hacer nada de eso y ella no lograría persuadirla de lo contrario.

Si había una fiel seguidora de las normas del Círculo esa era Helena A veces se transformaba en una especie fanática ciega constreñida por las órdenes que les daba Bina, al punto de que a Alexia le daba miedo. El hecho de que no divulgara las conversaciones sobre cuánto odiaba Alexia el Círculo siempre le dieron una pizca de esperanza de que alguna vez abriera los ojos.

Creyó que distanciarse de Helena no la afectaría demasiado y, al principio, se engañó pensando que no era el fin del mundo, que podría ser peor. Pero no se había dado cuenta de cuán sola estaba sin ella. El hecho era que la extrañaba tanto que había estado a punto de olvidarse de todo y enviarle un mensaje. Justo antes de presionar el botón de enviar, recordó que probablemente ella la odiaba por lo que pasó. Ese día metió el teléfono en un cajón y volvió a sacarlo de allí muy pocas veces. No quería cagarla más y eliminar todas las posibilidades que le quedaban para explicarle que todo era una confusión y que era inocente.

Recordaba bien la expresión de Helena esa madrugada en la Academia, su confusión ante las palabras de su padre, su entrecejo fruncido y la decepción en su cara la última vez que cruzaron miradas. Después llegó Julia para llevarla lejos, sin darle la oportunidad ni siquiera de decirle adiós. Helena la odiaba tanto como ella se odiaba a sí misma, no le quedaban dudas.

Después de pasarse lo que quedaba de la tarde tirada en la cama, pensando en el pasado, cosa que ya en ese momento empezaba a convertirse en una actividad habitual en su rutina, Alexia se levantó y fue hasta el escritorio. Se sentó frente a la bola de cristal, que era aquello en lo que tenía la costumbre de perder el tiempo.

La adivinación era un talento que cualquiera podría tener, pero que por casualidades que no llegaba a comprender, le pertenecía a ella. No era un arte muy prestigioso debido a su alto grado de imprecisión. Bina siempre lo había desestimado y se negaba a enseñarlo.

—No sirve para nada porque el destino no está sobredeterminado —les había dicho el año anterior cuando alguien preguntó sobre el tema—. Si esta bola nos mostrara hoy que Alexia podrá encender la chimenea sin fósforos y sin leños el próximo invierno, nunca podríamos fiarnos de ello. Más allá de que por sí resulta inverosímil.

Algunos de los presentes habían ahogado sus risitas. «Patéticos chupamedias», pensó Alexia encogiéndose en su silla ahogada por la impotencia.

—Cualquier cambio —prosiguió Bina ese día—, aunque sea el más mínimo, en apariencia sin importancia, que se dé antes del invierno, llevaría a que Graf no logre comenzar ni una llama o prenda fuego toda la casa. El futuro es lo más variable e incierto, no vale la pena intentar predecirlo.

A pesar del desaliento de Bina, Alexia seguía haciéndolo, la mayoría de las veces no porque quisiera, sino porque el futuro llegaba a su cabeza por sí solo. Solía oír conversaciones antes de que dieran lugar. Le sorprendía el grado de precisión con el que adivinaba las palabras, tanto que, cuando llegaba el momento, podía reproducirlas a la perfección junto con su interlocutor. Hacía un tiempo que había dejado de hacer esto último porque el resto de las personas lo consideraba molesto, y quienes no pertenecían al Círculo, inexplicable.

La bola de cristal funcionaba como un mero catalizador de las sensaciones, sobre todo las visuales. Algunos obtenían de ella el reflejo exacto de cualquier cosa, mientras que otros no lograban proyectar nada. A lo largo de la historia se habían empleado diferentes elementos para conocer el destino: el agua, el viento, el cuerpo y demás objetos; ninguno de ellos tan útil y estético como la bola de cristal, sobre todo si querías hacerte pasar por pitonisa y sacarle un poco de dinero a los ignorantes de la magia. Alexia lo había comprobado dos veranos antes, cuando junto con Helena, decidieron pasar de sus obligaciones para ser felices e irse de viaje a la costa. Todas las tardes al bajar el sol, se sentaban con la bola de cristal en una esquina concurrida. La gente allí era lo suficientemente escéptica como para tomarse en serio cualquier cosa que Alexia pudiese decirles, y por lo general, le pagaban solo para reírse un rato. Muchos, demasiados, le preguntaban qué número saldría en la quiniela al día siguiente y protestaban cuando Alexia les aclaraba que no era capaz de responderles. Podía decir si la persona ganaría con el billete que había comprado, o si estaba en su impreciso y momentáneo destino ganar alguna vez. La gente se decepcionaba después de escuchar eso. Si no podía decir qué número iba a salir en el Loto, entonces la adivinación no servía para nada.

Alexia estaba cansada de decirles que no se harían millonarios y por eso a veces cedía a los pedidos de Helena y les mentía. Cuando se encontraba cerca, Helena percibía quién estaba teniendo una mala racha o los ánimos bajos, entonces le susurraba a Alexia y ella les decía que tendrían una buena vida, no perfecta, para que sea creíble, pero buena. No le veía ningún sentido a aquello, pero lo hacía porque era lo que ponía contenta a Helena.

—¿No me dices siempre que no es correcto mentir? —le preguntó Alexia una vez.

—Sí, pero peor es tener la oportunidad de alegrarlos un poco y no hacerlo. Una mentira piadosa no es para tanto.

—Yo creo que es cruel —murmuró con la intención de que la chica no la oyera—. Darles esperanzas inútilmente.

—Tú siempre piensas en lo negativo. Quién dice que esa esperanza no es el mínimo cambio en el presente que se necesita para que varíe el futuro.

Alexia se encogió de hombros.

—De todos modos nadie se lo toma en serio.

Pero Alexia sí le daba importancia. Revisaba su futuro maniaticamente dos veces al día para no perderse el más mínimo cambio: una vez por la mañana, antes del desayuno, y otra por la noche. Caso contrario no lograba conciliar el sueño.

El futuro que lograba divisar era siempre el mismo: ella, sola, en medio de las llamas. Sentía el calor que le subía por las piernas e inundaba el resto de su cuerpo. Nunca llegaba a observar como el fuego carbonizaba sus ropas, su pelo y su piel. Siempre dejaba de ver cuando el olor a carne quemada la ahogaba. Era tan insoportable y penetrante que la perseguía incluso después de alejarse del futuro.

Ese día no esperó a que cayera la noche para ver qué la esperaba. Puso ambas manos sobre la bola de cristal y fijó su concentración en el blanco etéreo de su interior. Se vio a sí misma, se reconoció a pesar de sus rasgos borrosos. Las llamas aparecieron a su alrededor, como siempre. Muy cerca frente a ella se mantenía erguida una figura de tez blanquísima y cabello negro con la boca abierta como si estuviese gritando, no obstante no se oía su voz entre el crepitar de las llamas. Alexia llegó a distinguir la camisa blanca con moño negro medio desecho en el cuello de Helena antes de que la escena se fundiera en el blanco brilloso de la bola de cristal.

Alexia soltó la esfera que cayó de la mesa y rodó bajo su cama. Se tiró al piso para tratar de recuperarla. Una parte de ella quería creer que se estaba equivocando, que había visto mal, pero la imagen estaba tan presente en su cabeza que no podía engañarse. Desistió en su intento de sacar la bola debajo de la cama. Se quedó en el piso, abrazó sus piernas a tiempo que escondía su cara entre sus rodillas y el pecho. Soltó todo el aire de sus pulmones en un resoplido. Se quedó quieta, sin inhalar y sin pensar en nada más que la presión que ejercía su tráquea desesperada por tomar aire otra vez. Solo volvió a respirar cuando el dolor se le hizo insoportable.

Podía soportar la idea de su propia muerte, pero arrastrar a Helena al mismo infierno la aterrorizaba. Ese día ambas compartían el mismo destino.

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