Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]

By srtaflequis

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«Nosotros Nunca» ya está disponible en PAPEL y puede ser vuestro 💫 esto es una primera versión de la histori... More

Nota de autora
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El monstruo de las pesadillas (1)
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El monstruo de las pesadillas (2)
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El monstruo de las pesadillas (3)
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El monstruo de las pesadillas (4)
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El monstruo de las pesadillas (5)
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El monstruo de las pesadillas (6)
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El monstruo de las pesadillas (7)
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El monstruo de las pesadillas (8)
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17. 1
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El monstruo de las pesadillas (9)
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El monstruo de las pesadillas (10)
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El monstruo de las pesadillas (11)
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El monstruo de las pesadillas (12)
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El monstruo de las pesadillas (13)
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El monstruo de las pesadillas (14)
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FINAL

16

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By srtaflequis

Dylan.

Estoy empalmado y tengo muchas ganas de follar.

No sé cuánto tiempo llevo sin tener relaciones con alguien, pero es un dato insignificante. Mi problema es ella. Su boca, su cuello, su piel, el olor que desprende cuando se acerca para decirme algo... Me vuelve loco cada jodido rincón de su cuerpo.

No sé si hace calor o es el puto alcohol. Con eso de que no le gusta el vino, beber Whisky no sé si ha sido la mejor decisión de todas. Todo aquel que me conoce sabe que, sólo hay dos cosas que me excitan. Una es el perfecto equilibrio entre el deseo y la conexión. La otra es el Whisky. Con ella tengo las dos. Y nunca, repito; nunca las he mezclado.

Entro en el baño y me miro en el espejo. Mis mejillas arden y la jodida camisa me estorba. No puedo quitármela y salir al comedor sin ella así como si nada, pero estoy a punto de empezar a chorrear sudor. De fondo Natalia canta la canción que se reproduce en los altavoces, está borracha, pero no más que yo. Y de repente mi entrepierna.

Mi polla está dura. Demasiado. Como una piedra. Y no se me ocurre nada para bajar la erección más que una ducha de agua fría. Me agarro con fuerza el bulto que eleva la tela de mi pantalón y mis mofletes se llenan de aire. Lo expulso de golpe. Tocarme no ha sido buena idea. Creo que hasta me duele. Y no puedo dejar de pensar en ella. No me borro la imagen del sueño de la otra noche. Cómo me movía en su interior...

—¿Estás bien? —pregunta Natalia, dando golpes en la puerta.

—Sí, sí. Ya salgo —grito. ¿Cuánto tiempo llevo encerrado en el baño para que se haya dado cuenta? Joder, quiero follar, pero no ahora. Quiero que siga hablando de ella. Estaba a punto de contarme el significado de sus tatuajes... su piel, joder. No puedo más. Abro la puerta de golpe y me topo con ella—. Tenemos un problema.

—¿Cuál?

No respondo. Señalo mi entrepierna y sus ojos se deslizan por mi cuerpo hasta llegar a mi polla. Los deja muy abiertos. No pestañea.

—¿El tamaño de tu... es proporcional al de tus manos?

—¿Qué?

—Nada, nada... —parece asustada. Me miro las manos. Son grandes, creo que lo he entendido—. ¿Cuál es el problema? Estás empalmado ¿Qué hay de malo?

—Que quiero seguir hablando contigo, pero no puedo dejar de imaginarme cómo sería follarte. Y joder, duele.

La pillo por sorpresa, porque abre y cierra la boca en un par de ocasiones seguidas intentando encontrar las palabras adecuadas. Vuelve a clavar sus ojos en mi entrepierna.

—Por favor, deja de mirarme así.

—¿Así cómo? ¿Cómo si quisiera follarte?

—Sí, justo así —contesto, indignado.

En su rostro se dibuja una sonrisa cargada de maldad.

—Pongamos a prueba tu autocontrol, Dylan —dice.

Se marcha por el pasillo subiéndose el vestido negro ajustado que cubre su cuerpo, dejando ver la parte baja de sus nalgas. Cierro los ojos y me froto el pelo con exasperación.

Va a ser una noche difícil.

La sigo hasta el sofá, dónde me espera sentada sobre su pierna, que permanece semiflexionada. Apoya el codo en el respaldo del sofá y su cabeza sobre la palma de su mano. En la otra mano sostiene el vaso de alcohol. Cuando la alcanzo, se lo quito y lo dejo sobre la mesa. Se queja, emitiendo un gruñido.

—Suficiente alcohol por hoy —finalizo. Me siento a su lado imitando su postura, aún con un bulto bastante providente en mi pantalón. Natalia hace amagos, no quiere mirar. Pero termina clavando sus ojos—. Estabas hablándome sobre tus tatuajes. Continúa ¿Qué significado tienen?

—¿Todos?

—¿Tienes algo mejor que hacer? ¿Alguien con quien hayas quedado? ¿Un trabajo de fin de carrera por entregar? ¿Una entrada de cine para la sesión de madrugada?

—Vale, vale. He captado la señal —pone los ojos en blanco. Joder, cómo lo vuelva a hacer la voy a besar. No puedo no imaginar esa cara en otro ámbito de carácter sexual—. En las costillas tengo tatuado Nosotros Nunca, en honor al libro. En la clavícula —desplaza el tirante de su hombro izquierdo para dejarme ver la tinta que cubre su piel. Cada movimiento es más sexy que el anterior—, la constelación de Cáncer, está relacionada con mi fecha de nacimiento. Mi abuelo siempre decía que era un conjunto de estrellas alborotadas, porque me llenaba de purpurina y brillaba mucho. No me estaba quieta. Aquí —dobla el brazo para mostrar el lateral de su muñeca—, una Luna. Me gusta la filosofía de su transformación, desde siempre, cada fase lunar me afecta de una manera y, no sé cómo me las apaño, pero siempre que ha ocurrido algo malo en mi vida, cuando miro al cielo siempre está ahí acompañándome.

—Quiere que alguien le baje la Luna —digo y hago el movimiento de un boli pintando al aire—. Tomo nota.

Ella ríe.

—En el pie, una gota de lluvia en honor a todas las veces que he llorado. En los momentos felices, quiero recordar de dónde vengo, cuánto me ha costado conseguir lo que tengo —continúa diciendo. Levanta la pierna con sutileza y la desliza por encima de mi muslo. Agarro su tobillo con mis manos y suspiro. Deslizo la yema de mis dedos por encima del tatuaje. No cambia de postura—. En la nuca, llevo el número diecinueve. Es el día que mi abuelo... eh... —antes de que su voz se quiebre, me acerco a ella y sostengo sus manos entre las mías.

—¿Cómo era?

Mi pregunta no parece sorprenderle, pero le cuesta contestar. No me arriesgo a avistar si se siente incómoda o no. Tarda unos segundos en decir algo. Son tan sólo dos sonidos que vienen del fondo de su garganta, como si las palabras no fueran capaces de salir al mundo.

—No hace falta que hablemos de él si no quieres.

—Era la persona más especial que he conocido nunca.

—¿Qué ocurrió?

—Murió a causa de un ictus cuando yo tenía diez años. A raíz de ahí todo se torció. Él era el único que conseguía mantener a raya al monstruo de las pesadillas y compañía. Una vez se fue, nadie se atrevió a pararle los pies. Hasta hoy.

—Eso no es así. Tú lo has hecho.

—Lo mío no es una situación permanente, Dylan. Algún día tendré que volver.

—¿Quieres volver?

—No.

—¿Entonces? ¿Qué hemos hablado de los límites?

—En la vida, hay veces que las personas no tienen lo que se merecen. Está bien actuar en base a lo que quieres, pero no siempre se puede. Tú lo sabes mejor que nadie. Si por ti fuera ¿No hubieras corrido detrás de tu madre el día que se marchó? —pregunta y no respondo. Bajo la mirada hasta su pierna—. Seguramente querías, como cualquier persona en tu lugar. Pero no podías. Pues esto es igual. Llegará un día que tendré que volver aunque no quiera, y no podré quedarme dónde el corazón me diga.

—¿Me estás diciendo que lo nuestro tiene fecha de caducidad?

—Te estoy diciendo que habrá días en los que no parezca ni yo, en los que esté en cuerpo pero no en alma. Puede que desaparezca y me tire el día dando tumbos por ahí intentando huir de mí misma, que mis ojos no brillen y que lo único que haga que mi mirada se ilumine sean las lágrimas. Volver no significa volver a casa, sino al lugar dónde tanto sufrimos. Y ahí entra mi mente. Por mucho que quiera pensar que tu amor es curativo, no estoy en lo cierto. Amar ayuda, pero no basta. Y, desde este momento te pido perdón. No porque te vaya a tratar mal, ni mucho menos. Sino porque has llegado en un momento crítico de mi vida. Y no mereces sufrir viéndome rota.

—Voy a estar aquí.

—¿Pase lo que pase?

—Sí.

—Aunque... —las letras tiemblan en sus labios.

—Sí.

—¿Aunque quiera volver a Madrid? —Consigue terminar la frase. Para mi sorpresa es una pregunta. Yo trago saliva y asiento—. Prométeme que no me dejarás volver.

Recuerdo las palabras de Gia.

—Yo...

—Por favor —murmura.

Sé que no debo hacerlo. Que... es un jodido error. O eso pensarían todas las personas a las que les prometí algo en esta vida. Tengo que avisarle que soy un desastre cumpliendo promesas, que no estoy seguro de si podré llevarla hasta el final si se diera el caso. Que, en realidad, no me veo capacitado. Pero no puedo, no porque sienta que en un futuro voy a fallar, sino porque no quiero fallar ahora.

—Te lo prometo —pronuncio con firmeza.

Natalia me besa y, por primera vez, no siento sus labios. Mi cabeza funciona más deprisa de lo que mi parte consciente puede asimilar. El miedo a joderlo todo me gana la batalla y me veo en la obligación de separarme de sus labios. Y la abrazo.

Hundo mi nariz en su cuello y cierro los ojos con la esperanza de que amaine el temporal. Ella acaricia mi pelo en sentido ascendente. Eso me relaja. Pero no es suficiente.

—Necesito contarle esto a alguien —digo. Natalia se aleja y me mira con precaución. No habla, quiere escucharme. Y se lo agradezco, pero no sé cómo empezar—. Nunca lo he hablado con nadie. Y dudo mucho que lo vaya a volver a hacer. Quizás mañana me arrepienta porque estoy borracho, pero ¿Vida sólo hay una no? ¿De qué sirve arrepentirse?

—Dylan ¿Qué ocurre?

—No me llamo Dylan —la corto de cuajo.

—¿Cómo dices? —espeta, algo molesta. Su cara es un poema.

—En realidad... ¡Joder! —grito y me pongo en pie—. Prométeme que no te irás.

—No te puedo prometer eso, no después de mentirme en algo tan básico como lo es tu nombre. ¿Por quién me has tomado?

Se está empezando a enfadar. Y lo veo normal. Pero no querrá alejarse de mí cuando sepa la realidad de mi vida, la gran mentira que me lleva acompañando desde aquel fatídico día de enero...

—Soy...

—¿Eres...?

—Soy Spider-Man —digo, con naturalidad—. ¡Joder, ya lo he dicho!

—Eres....

—Spider-Man, te lo acabo de decir.

—¡Imbécil! —grita y me arroja un cojín a la cara.

No puedo frenar mis carcajadas. Me llevo las manos al estómago, me duele de tanto reír.

—Te tendrías que haber visto la cara... ha sido buenísimo.

Se levanta para sacudirme el cojín y se lo quito con un movimiento rápido pero conciso. Lo arrojo al sofá por encima de su cabeza y hago uso de la ley de la atracción para pegarla a mi cuerpo. De fondo suena Only Angel de Harry Styles en los altavoces. Las velas se han ido consumiendo y en nuestros vasos ya no queda ni gota de alcohol. Natalia tararea la canción por lo bajo.

—¿La conoces? —bromeo.

—Esta canción me pone muy, pero que muy cachonda.

Por pura inercia nuestros cuerpos empiezan a tambalearse al ritmo de la música. Natalia deja caer sus brazos sobre mis hombros y yo poso mis manos en sus caderas

—Me encanta bailar, pero nunca nadie me ha sacado a hacerlo. De pequeña soñaba con cursar la secundaria en un instituto americano y tener baile de graduación. ¿Tú tuviste baile?

—Andrea y yo fuimos los reyes del baile. Y esa misma noche, minutos antes de la coronación la pillé follando en los vestuarios con el que por aquel entonces era mi mejor amigo, Daniel. El resto de mi grupo de amigos; Eneko y su hermano Ulises, Nick y Pelirrojo me sacaron de allí después de tirarle el cuenco de ponche por encima Tuve suerte de que fuera el último día de instituto, porque el director tenía bastantes ganas de expulsarme.

—Lo siento mucho... —frunce el morro, pero al instante se ríe—. Bueno, no del todo. Si no fuera por nuestro pasado, quizás no estaríamos aquí, borrachos, bailando una canción a las tres de la madrugada, ignorando las decenas de llamadas de nuestros amigos y... apunto de tener el mejor sexo de nuestras vidas.

—Ah ¿Sí?

—Yo pensaba dormir —le digo, con chulería.

—Tu entrepierna no compartía ese pensamiento...

—Mi entrepierna quiere tantas cosas... y todas empiezan y terminan en ti —recalco.

Le doy la vuelta haciéndola girar agarrada de mi mano y dejo su espalda pegada a mi pecho. La abrazo desde ahí. Nos seguimos moviendo al compás de la música, pero la canción que sonaba hace unos instantes ya ha terminado y la que suena ahora me está incitando a hacer cosas no aptas para cardíacos. Natalia ladea la cabeza y deja su cuello al descubierto. Yo me tomo la libertad de colar un dedo bajo el tirante y deslizarlo por su hombro, ahora desnudo. Pego mis labios en su piel y subo por su cuello, hasta morder el lóbulo de su oreja. Ella exhala todo el aire en un suspiro de lo más sensual.

Espero haber pasado la prueba del autocontrol, porque no sé cuánto tiempo más podré aguantar si me lo sigue poniendo así de difícil.

Nuestros cuerpos siguen tambaleándose. De izquierda a derecha. Y a la inversa. La música ya parece dueña del momento. La siento como si formara parte de nosotros. Lo agradezco, en mis planes no está alejarme de este cuerpo de escándalo para pausarla.

Mi mano lleva unos minutos pegada a su muslo y el final de su corto vestido cada vez sube más y más, dando vía libre a mi imaginación. Huele tan bien... Hundo mi nariz en su cuello y aspiro su aroma con intensidad, con los ojos cerrados, quiero disfrutarla después de disfrutarla. En todas sus versiones.

Una mano se adueña de mi nuca. Su rostro ladea para verme y mis labios quedan sumergidos en un sinfín de besos con lengua que encenderían hasta al más friolero. Me queman los labios. La lengua. La ropa. Estoy harto de la ropa. No quiero llevarla. Y sé que ahora, sí que sí, no es el alcohol.

Natalia gira sobre su propio eje y comienza a desabrochar uno a uno los botones de mi camisa con torpeza, pues no deja de besarme. Río sobre su boca al sentir sus manos enredarse con la tela de mi camisa.

—¿No era que las mujeres podíais hacer dos cosas a la vez?

—Sí. Espérate a verlo cuando te demuestre la facilidad que tengo de dar placer y recibirlo al mismo tiempo —dice, con aparente normalidad, como si no me acabara de decir que quiere ver mi cara hundida entre sus piernas. Como si, no me acabara de proponer la postura más sensorial de todo el jodido kamasutra—. ¿Qué me dices, Dylan? ¿Podrás aguantar mi nivel?

—Aguantaría todo el día —respondo, con superioridad.

—Déjate de frases de Superhéroes y bésame —masculla, para después estampar su boca en la mía, sedienta de sus besos, húmedos, largos e intensos. Agarra ambos extremos de mi camisa cuando por fín consigue desabrochar todos los botones y dejo que se deslice por mis brazos hasta caer al suelo. Así, algo más cerca de la desnudez, me siento más cómodo. Pongo mis manos en sus muslos y tiro de ella hacia arriba, cogiéndola en el aire. Caigo en sofá de espaldas con ella encima de mí, a horcajadas—. Joder, Dylan. Te quiero sentir dentro de mí...

Río.

—Me gusta esta versión tuya tan directa. Por favor, que no desaparezca nunca.

—Ah ¿Sí? —roza mis labios, tanteando un beso que no se produce—. ¿Qué más te gusta de mí?

—Tu sonrisa, tus ojos marrones, el lunar de tu mejilla, el que reposa encima de tus labios, el de tu clavícula... —beso esta última—. Me gusta tu pelo liso, la mancha de nacimiento de tu hombro, tus piernas, tus manos —la palma de su mano se junta con la mía. A comparación con la mía, parece diminuta—. Me gusta todo de ti. Incluso lo que todavía no conozco.

Natalia se muerde el labio con picardía. Cruza los brazos por delante y agarra el final de su vestido hasta hacerlo desaparecer en algún lugar del salón.

Joder.

—Me gustan tus tetas —le confieso. Clavo los ojos en su pecho. Son grandes. Y el sujetador negro que las recoge le hace un escote de escándalo. Quiero llenarlas de besos. Eternamente. Cuánto más lo pienso, más calor tengo. Una oleada de aire caliente recorre mi cuerpo.

—Son sólo un par de tetas.

—Ya, pero son tus tetas.

Sé que le gusta que le repita una y otra vez todo lo que me gusta de ella. Es como si, con palabras pronunciadas por mi boca tratara de olvidar otras tantas que la hicieron odiar lo que ve en el espejo. 

No podemos dejar de besarnos. En el sofá. Sobre la encimera. Encima de la mesa. Contra la pared. Mientras andamos camino al dormitorio. Al cerrar la puerta.

Sin dejar que la distancia se instale a vivir entre nosotros me besa con pasión mientras tanteo la hebilla del cinturón para desabrocharlo. Sostengo su cara entre mis manos para retarla y mantener nuestras bocas pegadas al mismo tiempo que ella desabrocha el botón y baja la cremallera de mi pantalón, que cae al suelo por su propio peso.

Natalia se tira de espaldas sobre el colchón. Clavo las rodillas en la cama y se arquea para mí. Palpo su espalda hasta dar con el cierre del sujetador. Lo desabrocho. Tiene la piel más suave que jamás he tocado. No quiero tocar otra piel que no sea la suya. Tengo la sensación de que nunca me saciaré de ella. Siempre querré más y más.

Mis manos cubren la piel que antes cubría el sujetador. Acaricio y amaso con ganas. Su espalda se contrae cada vez que ejerzo fuerza sobre ellos. Al deslizar mi lengua por sus pechos emite un gemido. Es jodidamente excitante. Quiero escucharla de nuevo. Vuelvo a pasar mi lengua por su pezón. Hago lo mismo en el otro. Y vuelve a emitir ese sonido procedente del mismísimo cielo.

Gime cuando mis dientes le toman el relevo a mi lengua.

—¿Te gusta? ¿O quieres que pare? Podemos dejarlo aquí y dormir abrazados —hablo con la voz entrecortada. No soy el único que está a punto de desmayarse de pensar que tiene desnuda ante sus ojos a semejante diosa.

—No quiero que pares, Dylan.

—¿Segura? No quiero hacer nada para lo que no te sientas preparada.

—Nunca he estado tan segura de algo.

Desliza sus manos por mis hombros y mi piel se eriza al contacto. Siento un impulso por seguir besando su piel. No quiero dejar de hacerlo. Gime cuando, después de trazar un recorrido de besos húmedos desde sus pechos hasta el ombligo, cuelo mis dedos bajo la cuerda floja de su tanga de encaje y tiro de él, deslizando por sus piernas hasta caer al suelo y deslizo mi lengua entre sus piernas. Una y otra vez. Sin dar tiempo a que pueda contener esos gemidos que bañan mis oídos de placer.

Introduzco mis dedos en su interior. Y vuelve a gemir.

Cómo siga haciendo esos sonidos voy a terminar antes de tiempo.

—No te tapes la cara. Agárrame del pelo —digo, levantando la mirada para verla. Su mano izquierda calla su boca y la otra cubre su rostro—. Quiero verte morir de placer.

—Vale —susurra.

Mi lengua se cuela en el interior de su cuerpo. Y mis ojos se alzan por encima de sus caderas para verla gemir. Sus manos tiran de mi pelo a medida que los movimientos de mi boca, así como los de mis dedos se vuelven más intensos. Su espalda se encorva cuando me muevo en su interior, haciendo el gesto de atracción con los dedos.

Tiembla.

Cada vez siento más presente la necesidad de ser yo el que se hunda dentro de ella. Es tan gratificante verla rabiar de placer a mi merced. Me vuelvo a hundir entre sus piernas y la consigo llevar a su jodido límite, porque tira de mi pelo con fuerza. No quiero que termine, no ahora. Pero no quiero parar. Sé que ella tampoco quiere. Y no me sacio de su sabor. Una vez la he probado, quiero más, tanto como pueda. Se lo hago saber, porque mis manos se aferran a su trasero con intensidad.

—Joder... —murmura.

—¿Qué?

—No pares.

Sus palabras son órdenes. Sigo haciendo los mismos movimientos que hace unos minutos. Grita. Y ahoga el segundo grito con su mano, pero no el tercero, porque retengo sus manos a ambos lados de su cabeza mientras le hago llegar al clímax.

Ascenso por su cuerpo hasta llegar a su boca y la beso con pasión. Nuestras lenguas se enzarzan en un juego de lo más placentero y mi respiración jadeante deja entrever mis ganas por sentirla, esta vez, debajo de mí.

Tira de la goma de mis calzoncillos hasta hacerlos desaparecer y la sujeto por las caderas. Retengo el bulto de mi entrepierna bajo mi mano y la deslizo por ella un par de veces. Está dura. Y después de llevar días y días sin tocarme, esto es lo más cerca que estaré jamás de tocar esa jodida Luna de la que tanto habla Natalia.

Me mira con deseo. Su boca queda entreabierta cuando fija sus ojos en mi entrepierna. Tengo que ahogar una carcajada. No puedo decirle que sé el tamaño que tiene, pero que no tiene porqué asustarse. Mejor me ahorro los chistes y bromas posibles.

No puedo esperar a estar dentro de ella. Y, por sus gestos, ella tampoco puede esperar mucho más a que me hunda en su interior.

Lo hago. Retengo sus muñecas bajo mis manos a ambos lados de su cabeza y siento sus caderas tentarme con movimientos de lo más sensuales. Contengo el aliento cuando me deslizo entre sus piernas y me hundo en su interior. Ella gime, no consigue contenerlo. Se lo agradezco, porque me gusta escucharla, saber que le gusta, que quiere más. Y así me lo hace saber sobre mis labios, en un susurro:

—Quiero sentirte dentro, más aún.

Lo hago. Mientras la beso me hundo más y más en su interior. Muevo mis caderas hacia delante y hacia detrás. Y cambio la velocidad según la intensidad de sus gemidos. Suelto sus manos y sus uñas se clavan en mi espalda. Y joder, cómo me gusta sentirla. No solo por el simple echo de estar experimentando el mejor sexo de mi vida, sino porque, creo que he olvidado cómo me llamo, quién soy y de qué color son mis ojos. Siento cómo se vuelven en blanco y mi boca se abre expulsando aire entre dientes, cuando decide no bastar con mis movimientos. Verla moverse bajo mi cuerpo es la imagen más parecida al puto paraíso. Y sólo puedo verla yo.

Nuestros cuerpos chocan. Nuestros movimientos se compenetran y mi boca busca la suya, ansiosa por sus besos, por su sabor. Natalia me pega a su torso. Siento sus pechos rozar mi piel. Su aliento en mi hombro. El tacto de sus dedos en mi pelo, aferrándose a la última oportunidad para gritar cuánto muere por mí.

Abro mi boca para jadear al compás que sus caderas chocan contra mi cuerpo y aprovecha para entrar en mí con su lengua, que juega con la mía de la forma más húmeda y sensual que existe.

No puedo más. Y ella tampoco. Pero queremos más, mucho más. Embisto con todas mis fuerzas en su interior y ella grita desesperada por sentir más. Le doy todo aquello cuanto necesita y vuelvo a moverme tal y como lo acabo de hacer.

—¡Me encanta, Dylan! —grita. Freno mis movimientos. No me lo esperaba. Es la primera vez que, haciéndolo, me llaman por mi nombre a gritos. Y no sé si me gusta o me encanta. Siento la polla más dura que nunca. Y embisto como nunca antes en su interior.

Mis movimientos se vuelven rápidos e intensos. No puedo dejar de moverme. Mis manos vuelven a aferrarse a las suyas, pero esta vez de la manera más bonita que existe, entrelazando nuestros dedos. Sus manos ejercen fuerza sobre las mías y yo tenso mi espalda para continuar con el vaivén de nuestros cuerpos, que nos hace gemir al mismo tiempo de placer.

—Te quiero —mascullo cuando sus ojos entran en contacto con los míos. Ella sonríe y busco sus labios para saciarme de ellos. La beso desesperado, como nunca antes he besado a nadie. El corazón se me va a salir del pecho. El suyo rebota contra mi piel. Su respiración se entrecorta con la mía cuando las embestidas se vuelven insoportables. Gruño sobre sus labios.

—Y yo a ti, macarra.

Quiero que sean mis últimos movimientos. O así lo imagino. Y ella sabe que también serán sus últimos, porque su espalda se contrae y se relaja una y otra vez. Su pecho sube y baja con velocidad y la intensidad de sus gritos aumenta al mismo tiempo que lo hacen mis embestidas. Me pide más y se lo doy. Le pregunto cómo le gusta y no responde, está concentrada en sentir. Y me muero de placer al verla con los ojos cerrados, la boca abierta y mi nombre saliendo de su boca de la forma más guarra que existe.

Ella llega a su límite y la hago gemir de placer por última vez, pero me sigo moviendo en su interior hasta hacerla terminar. Clava sus uñas en mis brazos y echa la cabeza hacia atrás, arqueando su espalda. Su cuerpo tiembla. El mío tiembla de verla así.

—Quiero que termines dónde empezaste, en mis tetas. Córrete para mí, Dylan.

Esto no puede estar pasando de verdad.

Es mucho mejor de lo que imaginaba.

Joder.

Cierro los ojos con fuerza esperando que no sea un sueño y los vuelvo a abrir. Cuando lo hago, ella me mira mordiéndose el labio.

En cualquier momento voy a dejar de respirar.

Me sujeto de sus caderas y embisto en su interior hasta sentir que estoy a punto de venirme en su interior. Vuelvo a hacerlo una y otra vez y gruño de placer. Ella disfruta de verme así con una sonrisa, mientras jadea, aún alterada.

Deslizo mi cuerpo para huir de su interior y atrapo su cuerpo bajo mis piernas. Deslizo con fuerza mi mano por el recorrido de mi polla hasta que me corro en sus tetas. Mi cuerpo se contrae y expulso un gemido final cuando termino. Ella ríe al verme caer a plomo sobre el colchón. Y nuestras manos se entrelazan.

Por primera vez he hecho el amor y puedo decir que es mucho mejor que follar. Pero, qué bendita locura follar con la persona de la estás enamorado, bajo la mentira de hacer el amor.

Vamos a la ducha agarrados de la mano. Mientras preparo el agua caliente, ella se apoya sobre el lavabo y se mira al espejo con la boca entreabierta. La miro con deseo, con admiración, con orgullo.

Esta diosa es mi novia.

Dejo la manguera colgada en la pared de la ducha y me acerco hasta dónde ella se encuentra. Los dos estamos desnudos. Me mira a través del espejo. Yo la miro. Nunca antes nadie me ha mirado como lo hace ella. Y yo nunca he mirado a ninguna chica como mis ojos la observan a ella.

La rodeo con mis brazos por detrás y mis manos se pegan a su tripa. Natalia cierra los ojos y expulsa todo el aire. Acaricia mis brazos con suavidad y me propina un beso en la mejilla cuando mi cara se hunde en su hombro.

—Nunca me he sentido tan satisfecha.

Besa mi corazón, y mi orgullo. También mi ego.

—Jamás me he sentido tan segura de mí misma.

Jamás me he sentido tan orgulloso de alguien. Ha dejado sus miedos, inseguridades y pasado atrás para disfrutar de su cuerpo, su sexualidad. Para ser libre.

Con un toque en su barbilla ladeo su cabeza y nos fundimos en un beso.

Después de la ducha, nos quedamos en ropa interior. Ella se queda en el baño echándose crema y secándose el flequillo con el secador y yo me despido de ella hasta que vuelva a la cama con un beso en la coronilla.

Veo el colchón y me tiro en plancha. Caigo de espaldas y cierro los ojos. Como no venga rápido, me encontrará dormido y quién sabe si con la baba caída sobre la almohada.

Llega justo a tiempo, se tumba en la cama y estiro el brazo para que se apoye en el espacio entre mi pecho y mi hombro. Cuando lo hace, flexiono el brazo para abrazarla y pegarla a mi cuerpo. Ella pasa su brazo por encima de mi torso y pega su mano a mis costillas.

—Buenas noches, macarra.

Sonrío. Me acomodo sobre la almohada y pego mis labios en su frente.

—Buenas noches, morena.

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