Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]

By srtaflequis

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«Nosotros Nunca» ya está disponible en PAPEL y puede ser vuestro 💫 esto es una primera versión de la histori... More

Nota de autora
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El monstruo de las pesadillas (1)
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El monstruo de las pesadillas (2)
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El monstruo de las pesadillas (3)
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El monstruo de las pesadillas (4)
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10
El monstruo de las pesadillas (5)
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El monstruo de las pesadillas (6)
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El monstruo de las pesadillas (7)
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El monstruo de las pesadillas (8)
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17. 1
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El monstruo de las pesadillas (9)
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El monstruo de las pesadillas (10)
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El monstruo de las pesadillas (11)
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El monstruo de las pesadillas (12)
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El monstruo de las pesadillas (13)
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El monstruo de las pesadillas (14)
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FINAL

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By srtaflequis

Natalia.

Lo primero que hago nada más levantarme es llevarme las manos a la cabeza. Me duele tanto. Creo que nunca me ha dolido así. Me gustaría que fuera porque anoche acabé el día con los chicos del elenco en un bar de copas, pero lo cierto es que salí del rodaje a la hora de la cena y me vine al apartamento. Ellos se fueron a cenar juntos a nuestro bar de siempre, hasta me mandaron foto de lo que comió cada uno para abrirme el apetito y acudir ante sus súplicas y tentaciones, pero necesitaba estar conmigo.

Lara asegura que en mi interior tengo una batería social que unos días está llena y que en ocasiones se gasta y solo se puede recargar con soledad. Yo no creo que sea así, pues he comprobado que cuando más llena ha estado, han sido los días que he pasado con Dylan. Juntos. Él y yo. Sin la soledad. No sé cómo, ni qué tiene él que otras personas no, pero es capaz de hacerme no pensar, de invitarme a vivir en el presente y no en el triste pasado, ni en el futuro incierto. Eso significa no escuchar las voces de mi cabeza que me recuerdan todo lo que hago mal, mis defectos e imperfecciones y cada golpe, insulto o abuso que he soportado.

Es el politono de llamada de mi móvil lo que me hace maldecirlo todo. He estado a punto de derramar la leche. Dejo el brick en la isla de la cocina y corro a por el móvil. Por el camino impacto contra la mesa del salón. ¡Mi maldito dedo meñique! Doy saltitos de dolor. Cuando alcanzo a ver la pantalla del teléfono, veo una llamada entrante de un número desconocido. La ignoro. Conozco las tácticas que el monstruo de las pesadillas usa para ponerse en contacto conmigo. No quiero caer en su trampa.

¡Joder!

Es la quinta vez que suena la maldita cancioncita. Estoy empezando a odiar el tono de llamada que compré en la tienda de Itunes. A la sexta vez que suena, descuelgo.

—¡Qué! —espeto, con un tono de voz más agudo de lo normal.

Al otro lado de la línea alguien ríe y, aunque no se trata del monstruo de las pesadillas, me aterra de la misma forma. Un escalofrío recorre mi cuerpo de pies a cabeza, y escala por mi espalda hasta llegar a la nuca. Me hace caer de culo sobre el sofá. Y de repente, no puedo hablar. El dolor del pie ha desaparecido y el de la cabeza pasa desapercibido. No soy capaz de verbalizar mis pensamientos. Y confirmo la peor de mis sospechas; son capaces de adueñarse de mis emociones, mente y cuerpo aún estando a kilómetros de distancia.

—¿Vas a decir algo? O... ¿Le vas a pasar el teléfono a ese capullo para que me responda lo que tú no tienes valor de decirme? —cierro los ojos y cojo aire profundamente. A Dylan se le ha olvidado decirme un pequeño detalle y es que, cuando le enseñé los mensajes de Tyler en el avión, le contestó. Antes de eliminar los mensajes le pidió no muy amablemente que me dejara en paz. En una de las palabras delató ser un chico. Trago saliva cuando el timbre de mi apartamento suena—. ¿Quién es? Es ese chico ¿Verdad? ¡Ponle al teléfono! ¡Lo mataré!

Abro la puerta con un dedo sobre mis labios, indicando silencio. No sé qué hacen aquí tan temprano y sin desayuno que ofrecer, pero eso es lo de menos. Zack y Aron me miran con el ceño fruncido y el rubio, pese a que parece haberse despertado con ganas de pasarlo bien, deja la mochila de deporte que cuelga sobre su hombro en el suelo y ocupa un lugar enfrente de mí, de pie y con los brazos cruzados. Aron se sienta a mi lado. Los dos amigos se miran extrañados, entre sospechas e incertidumbre.

—¡Respóndeme! —grita. También reproduce un par de insultos que finjo no haber escuchado mientras me alejo el móvil unos centímetros de la oreja. Habla tan alto que Zack y Aron lo escuchan. Es el rubio quién, como exigencia, me pide por señas que active el altavoz. Y no quiero hacerlo, porque eso significa contar qué está ocurriendo en mi vida. Pero recuerdo las palabras de aquella jueza que dejó libre a mi agresor por falta de pruebas mientras yo lloraba desconsolada, envuelta en golpes. Zack parece sospechar y usa la grabadora de sonidos del móvil para grabar la conversación—. ¡Qué me respondas!

—¿Qué?

—¿Quién está contigo?

—Nadie. Ha llamado el cartero —me justifico.

—¿Dónde estás?

—No te lo voy a decir.

—Tengo tu ubicación, princesa.

El miedo se apodera de mi cuerpo. También la ansiedad. Y, en un impulso involuntario, como nunca antes ha reaccionado mi cuerpo, levanto el brazo y, sin colgar, estampo el teléfono contra la pared de ladrillo. Zack esquiva el terminal como puede y corta la grabación. Aron acerca su mano a mi pierna para consolarme, pero me aparto rápidamente. Siento mi pecho subir y bajar muy deprisa. Y el corazón bombear sangre de forma descontrolada. Mi puño se cierra y mis uñas vuelven a clavarse en mi piel, como de costumbre.

—Cambio de planes, pasaremos primero por el centro comercial a comprar un nuevo móvil —dice Zack, observando el mío hecho añicos—. Tienes fuerza eh. Yo que Agus... no te haría enfadar...

—¿Quién era? —inquiere Aron. Zack le dice algo así como que no es momento de preguntar nada, pero yo le miro haciéndole entender lo contrario.

Hablar del tema, quizás sea el primer paso para pararle los pies a mi ansiedad.

—Era Tyler. Él es... es...

—¿Tu novio? —pregunta de nuevo. De un movimiento brusco clavo mis ojos en los suyos. Mi mandíbula se tensa y a él lo veo tragar saliva con dificultad. La nuez de su garganta baja y sube con lentitud.

—No vuelvas a usar esa palabra para referirte a él —le advierto—. Él es la persona que ha abusado de mí. Dice ser mi pareja, pero lo cierto es que nunca le dije que sí. Nunca —recalco, mirándolos. Temo que me juzguen.

—Bien —Zack se frota las manos—. Si él se toma la libertad de abusar y acosar a mi amiga, yo me veo en la obligación de reventarle la cabeza a patadas. ¿Dónde dices que vive?

Pongo los ojos en blanco, pero cuando observo al rubio con una ceja arqueada él se encoge de hombros y me confirma que lo que acaba de decir no forma parte de una de sus bromas. Zack se acerca hasta mí y me da un beso en la coronilla. No me aparto, porque algo me dice que puedo confiar en él. Él se da cuenta, porque pronuncia un sutil gracias que hace que se erice el vello de mi piel.

—Yo me encargo de hacer café suficiente. Aron hará tostadas —el aludido se levanta de un salto y acude hasta la tostadora sin rechistar.

—¡Yo y las tostadas! ¡Siempre yo! —exclama Aron.

—Ve a cambiarte de ropa, enana. Coge ropa de deporte, el monitor nos estará esperando en el gimnasio.

—¿Monitor? ¿Qué monitor?

—Tu futuro novio —contesta Aron.

—Dylan —aclara Zack, con frialdad.

Hace años que no practico deporte. La última vez sonaba la canción de una de mis películas favoritas. Bailaba, y lo hacía como nadie. Porque quizás nadie bailaba pensando que sería el último día. Siempre he usado el arte para refugiarme del dolor. Con la danza y cada uno de los movimientos que se adueñaban de mi cuerpo conseguía deshacerme de las emociones que no era capaz de expresar de otra forma. Con cada movimiento me sentía más libre, más mía que de nadie. Y eso al monstruo de las pesadillas nunca le gustó.

Delante de los vecinos aseguraba no haber visto a nadie moverse como yo. Sé que no mentía, porque justo eso fue lo que le impulsó a hacer lo que hizo. Los comentarios sobre mi cuerpo derivaron en distintos trastornos alimenticios. Las inseguridades se apoderaron de mí a la hora de verme en el espejo y estar en una clase con chicas más guapas, más altas, más delgadas que yo... todo era una razón para llorar. Un día vino a mi habitación y me contó que mi profesora me había echado de la clase. Era mentira. Fue él quién me desapuntó de la extraescolar, pero no tuve otra salida que aceptar que la danza ya no era mi realidad, sino uno de los tantos sueños truncados. Y al que más dolió decir adiós de todos.

Cada vez que me anula dejo de ser un poco menos mía para ser un poco más suya.

—¿Y esos guantes? —me pregunta Zack, sorprendido. Vamos caminando por el gimnasio. Los chicos me miran. Zack les lanza miradas asesinas.

—Fue la primera compra que hice cuando vine a Vancouver. Tenía la intención de apuntarme a un gimnasio, pero no conocía ninguno.

—¿Has boxeado alguna vez? —curiosea Aron. Tiene una extraña manía de hablar mientras camina de espaldas al mundo. El día menos pensado se caerá. De repente, se choca con una máquina de hacer ejercicio y un monitor le llama la atención entre gritos y aspavientos. Zack oculta una risotada—. ¡Madre mía! Cómo se ha puesto... si solo ha sido un golpe de nada.

En ese mismo instante escuchamos piezas caer al suelo. Después, un gran estruendo. La gente cuchichea y nos mira. No queremos fijarnos, pero la curiosidad nos puede. Al voltearnos vemos la máquina desmontada, como si la hubieran demolido. Abrimos los ojos y nos quedamos sin habla. Aron hace los honores y rompe el silencio.

—Yo mejor me meto a una clase de... —echa la vista hacia arriba para ver una de las pantallas con los horarios de las clases—. ¡Aquagym! ¡Voy a por el bañador!

Echa a correr hasta salir de la sala de ejercicios. Zack y yo continuamos andando en busca de Dylan entre la multitud.

—Alguien me enseñó a boxear cuando sólo tenía cuatro años. Volvió del trabajo con un saco y unos guantes. Eran de color rojo. Yo me puse súper contenta, era la primera vez que me regalaba algo. Él sonreía y yo no sabía por qué. Decía que quería enseñarme a pelear para que pudiera defenderme. El problema es que era de él de quién tenía que defenderme. Nunca conseguí poner en práctica lo aprendido, todo lo que me enseñó.

—¿Estás hablando de tu padre? —deduce, y siento un nudo formarse en mi garganta. Me limito a asentir con la cabeza.

—Te agradecería si no le llamas así. Se llama...

—Está bien. Lo llamaremos sin nombre. Sin ser esto Harry Potter, será el Señor Tenebroso de nuestro mundo —me tranquiliza—. Tendré que hacer una lista con todos los malnacidos que te han hecho daño. Les partiré la cabeza uno a uno.

—Zack —le advierto.

—Ahí está Dylan —responde, como si nada.

☾☾☾⋆☽☽☽

—Codos hacia adentro, manos hacia arriba, la izquierda bajo la mejilla y la derecha bajo la barbilla. El mentón siempre hacia abajo, escondido, los pies...

Antes de que termine de explicar los conceptos básicos del boxeo ya he adoptado la postura requerida. Dylan asiente con la cabeza y se ajusta el velcro del guante de la mano derecha. Me pide que sujete el saco, él le dará primero. Se piensa que necesito una demostración, pero estoy harta de hacer esto mismo. Aun así, dejo que se venga arriba.

Mientras da saltitos, con la respiración entrecortada masculla:

—Tienes que contraer el cuerpo, que tus músuculos trabajen... ¡Hay que hacer fuerte a la mente!

—¿Desde cuándo eres Rocky?

Dylan ríe, perdiendo la fuerza en uno de los golpes.

—¿Alguna vez has visto las películas?

—Nunca les he puesto interés.

—¿Y a mí? ¿Pones interés al verme boxear?

—Como si viera a una mosca revolotear sobrevolando los deberes en clase —le digo, con superioridad. Me fijo en su torso, cubierto por una camiseta de tirantes—. ¿No tienes calor?

—¿Quieres que me quite la camiseta?

—No. La verdad es que no, por eso preguntaba —me burlo—. No quiero verte como tu madre te trajo al mundo.

Su rostro se vuelve serio, aparta la mirada, se quita la camiseta y la tira al suelo.

No sé en qué piensa cuando golpea el saco, pero parece enfadado. Muy enfadado.

No puedo dejar de mirarle. Su piel es adictiva, por no hablar de su firme torso. Por él caen unas gotas de sudor. Sigo su recorrido hasta que desaparecen cuando entran en contacto con la goma del pantalón. Zack, desde la zona de pesas silva y me hace entrar en contacto con la realidad. Dylan se ha dado cuenta de cómo le estoy mirando y no se esfuerza en ocultar la sonrisa chulesca que se dibuja en su rostro.

—Mi turno —digo, confiada. No quiero venirme arriba y el primer golpe que propino al saco es muy suave. Dylan me mira con una ceja arqueada como diciendo «¿Eso es todo lo que sabes hacer?». Agarra el saco con dos manos y lo agita con ímpetu—. Relaja, Rocky. Para no haber visto las películas... te vienes muy arriba ¿eh?

Hace una breve pausa para añadir:

—Me gusta esta versión de ti, la que pelea. Dale duro.

—El saco se pega con fuerza, en la cama en la cama es donde se da duro, querido Dylan.

Él no puede evitar sonreír, mientras muerde sus labios.

—Imagina que el saco son ellos.

—¿Qué? ¿Quiénes?

Ellos.

No muevo ni una sóla parte de mi cuerpo. Esta vez no es la ansiedad la que se está apoderando de mí, sino mi autocontrol. No estoy segura si quiero ceder ante la posibilidad de que Dylan conozca más de mí, pero recuerdo que he sido yo la que le ha pedido que me acompañe en este proceso.

Quizás y solo quizás, limitarme a vivir sin pensar en las consecuencias —porque pegar a un saco no me va a hacer sufrir las consecuencias más allá de lo que se conoce por agujetas—, sea uno de los pasos hasta aprender a vivir en calma.

Dylan se adelanta. Se aclara la garganta y vuelve a agitar el saco para llamar mi atención. Lo golpea de forma repetida, quiere mantener mi concentración sobre un mismo punto. Doy el primer golpe con la diestra y él muestra un gesto de conformidad. Cuando voy a dar el segundo, freno el movimiento del brazo a mitad de camino.

—¿Cuándo tenías pensado contarme que le escribiste de vuelta a Tyler?

Dylan se interpone entre el saco y yo. Y traga grueso.

—No me gustan las mentiras —continúo. Le propino un golpe seco al saco. Él se muestra impactado—. Y mucho menos que la gente se involucre en mi vida sin tener nada que ver. Porque aquel día todavía no formabas parte de ella.

—Lo siento —se limita a decir—. Quería ayudar. Hubiera hecho lo mismo si no hubieras sido tú y se tratara de Zack, Cat o cualquiera. Alguien le tenía que parar los pies.

—Si algo he aprendido estos años es que, cuando crees que vas un paso por delante de un delincuente, él te ha adelantado hace tiempo —me desabrocho un guante para acomodarme el flequillo mientras él me observa. Extiendo el brazo para que me ayude a ponérmelo—. Tiene mi ubicación, Dylan. Es cuestión de tiempo que en mi vida todo vuelva a ser la misma mierda de antes. O peor.

—Peor —repite, con tristeza en su voz—. ¿Por qué crees eso?

—Porque hasta hace un mes sólo tenía que cuidar de mí y ahora saben que la mejor forma de joderme es haciéndome daño a través de ti.

Dylan intenta decir algo. Sus ojos se abren como si en mis palabras hubiera un ápice de esperanza y yo suspiro. Soy consciente de lo que acabo de decir, y no me arrepiento, porque en el fondo quiero que él sepa lo que me hace sentir, pero que no podemos ser. Y también merece saberlo.

—Amigos, Dylan. Tú y yo solo podemos ser amigos.

La frase parece haber sido suficiente, porque él asiente, me quita la mirada, se ajusta el guante de nuevo, coloca el saco delante de su cuerpo, lo sujeta y agita con brusquedad. Con un gesto me pide que regrese al entrenamiento.

—Supongo que ya lo sabes, no me las voy a dar de experto, pero el deporte es un gran aliado para combatir la ansiedad. Usemos este saco como algo simbólico. Pegarlo será como ir andando por tu mente destruyendo cada momento malo que la forma.

Adopto la posición y hundo la mirada en el saco.

—¡Pega con fuerza, amiga!

Y no sé si es su charla motivacional, mi intensidad, las ganas por volver a practicar deporte o que me acaba de llamar amiga, pero siento unas ganas horribles de reventar el saco a base de golpes. Y lo hago. Pego con la derecha. Y después la izquierda. Dylan, entre gritos, me pide que no pare. No puedo evitarlo, imagino que lo dice en otra situación. En una cama. Sobre mi boca. Y de repente me muero de calor.

Cuando cree que he finalizado mi dosis de boxeo, suelta el saco. Ya es demasiado tarde cuando quiero reaccionar, porque mi puño derecho ya ha impactado con fuerza en su cara. Dylan se echa hacia atrás con las manos en la nariz y me mira con los ojos muy abiertos.

—Vaya golpe de diestra —musita, alucinado.

—¡Lo siento! Lo... ¡Ay mi madre, estás sangrando! —grito, al ver su nariz. Dylan tapona el orificio con la mano y yo le sostengo por los brazos, por miedo a que pueda desmayarse. Sin pensarlo, caminamos hasta el puesto del responsable de la sala. Cuando alza la cabeza para vernos llegar, frunce el ceño—. ¿Tienes papel? ¿Gasas? Hemos tenido un percance...

—¡Tú eres amiga del que se ha cargado la máquina! —brama.

—Mierda.

—¿Habéis roto una máquina? —pregunta Dylan—. ¡Es mi gimnasio de confianza!

—Cambio de planes. Voy a buscar mi mochila a la taquilla, no te muevas de aquí.

—¡Espérame!

Corro escaleras abajo y, con los guantes puestos, intento abrir el candado de la taquilla. No puedo. Es imposible. ¡Joder, pues claro! Me desabrocho uno primero, y el otro de seguido. Los dejo caer al suelo y abro la taquilla. Con la mochila sobre el hombro, con el corazón a mil por hora y escaleras arriba recuerdo que he olvidado los guantes en el vestuario. Regreso, los recojo y al salir por la puerta emito un chillido al chocar de frente con Dylan.

—Qué guapa estás acalorada.

—Se te olvida que estoy sudada.

—En el sexo también se suda ¿Sabes? Y no me da asco.

—¿Insinúas algo? —Dylan se señala y niega con la cabeza, con gesto irónico. He entrado en su juego, mierda. Me froto la cara con desesperación y seco las gotas de sudor que caen por mi rostro con ayuda de una toalla. Recuerdo lo ocurrido hace unos minutos—. ¿Tú no estabas sangrando?

—Eran dos gotitas de nada, ni que fuera una hemorragia...

—¡Te he pegado un puñetazo! Soy... soy...

—No eres tu padre, Natalia —me recuerda. Y se lo agradezco.

—No estaba pensando eso —miento—. Quería decir que soy un desastre. ¡Y lo siento!

—Hacen falta muchos como ese para poder conmigo.

Son las tres y media de la tarde. Me pongo los auriculares y salgo del edificio. Andar por las calles de Vancouver es un sueño hecho realidad. No recuerdo la última vez que caminé sola por la calle sin miedo a lo que pudiera pasar y aquí puedo hacerlo siempre que quiera, aunque el miedo siga estando dentro de mí, ellos no están cerca. Eso me tranquiliza.

Aprovecho que he cambiado de canción para reproducir Cinema de Harry Styles. Le escribo a Dylan para decirle que ya voy de camino al set de grabación. Esta tarde grabamos tres escenas juntos. Cuando salgo de la pantalla del chat veo la cuenta atrás qué tengo anclada en la pantalla de inicio del móvil y sonrío. Cada vez que lo pienso siento ganas de llorar. No me puedo creer que alguien haya invertido dinero, ilusión y tiempo en mí y me haya hecho el que se ha convertido en el mejor regalo de mi vida. Sólo quiero que llegue el día del concierto. Y vivirlo a su lado. Porque aunque me haya dejado elegir acompañante, en mi mente no existe mejor elección que su compañía. Aunque eso signifique aceptar riesgos y asumir que, quizás mi canción favorita siempre me recuerde a nosotros.

De camino, llamo a Lara.

—Pensaba que ya me habías cambiado por otra... —comienza diciendo, nada más descuelga el teléfono. Suena molesta—. ¿Cuándo pensabas llamarme? ¡Me he enterado por Zack que Dylan te ha regalado entradas para Mrs. Styles! ¡Y que has estampado el móvil! ¡Y que has besado a Dylan en frente de las cámaras!

—¿Desde cuándo hablas con él? —me hago la loca, como si no supiera que se dicen guarradas por mensajes de texto—. Y... ¿Desde cuándo habláis de mí a mis espaldas?

—¡Oh, venga! No me cambies de tema... ¿Te lo has tirado ya?

—Qué pesada...

—Lo siento —cantusea. No respondo, no lo haré hasta que ella no responda mis preguntas. Lara suspira—. Llevo hablando con Zack unas semanas. Es un buen chico, parece. NO para de hablar de ti... Me gusta hablar con él.

—¿Y ver su cuerpo desnudo por videollamada también?

—¿¡Cómo cojones sabes tú eso!? —de fondo sólo se escucha mi risa—. ¡Somos jóvenes! Si no lo hago ahora ¿Cuándo sino?

—Zack es genial —le digo, con ternura—. Sería genial que mis mejores amigos acaben juntos ¿te lo imaginas? ¡No tendría que contaros las cosas por separado! ¡Podría crear un grupo e informaros a la vez!

—No te vengas arriba. Yo llegué primero...

—Y nunca te irás ¿verdad?

—¿A qué viene esa pregunta? —inquiere, preocupada.

—Me gusta asegurarme.

—Deja de dudar y confía, Natalia.

En la puerta del set, Dylan me espera comiendo chuches. Cuelgo la llamada y guardo el teléfono en el bolso. Hoy no está fumando. Me ofrece regalices y cojo dos, son mis favoritos. Rojos, llenos de pica pica.

—¿Dónde te has dejado el tabaco?

—¿Desde cuándo eres fumadora? —evita contestar mi pregunta con otra pregunta—. No quería que estuvieras oliendo el olor del tabaco mientras grabamos. Sé que no te gusta. No me cuesta nada no fumar hoy.

—Podrías dejar de fumar no solo hoy, siempre.

—Se dice «Hola ¿qué tal joven y apuesto Dylan?» No hacen falta ataques gratuitos. Además, te he comprado tus chuches favoritas —dice, con chulería.

—No quiero que mueras.

—Yo también te quiero, morena —me guiña un ojo.

—¿Es ironía? —frunzo el ceño.

—¿No sabes cómo preguntarme si te quiero y tratas de usar excusas de mierda? Si me lo preguntas, te lo diré.

Pongo los ojos en blanco y alargo el brazo para meter la mano en su bolsa de chuches y robarle otros dos regalices. Le doy en la cara con uno de ellos y macho su mejilla de azúcar. Dylan no da crédito.

¿Qué hago?

Debería limpiar este desastre ¿no?

No puedo irme corriendo y dejarlo así ¿verdad?

Sería de muy pero que muy mala amiga ¿sí?

Me acerco hasta él y su respiración se paraliza, incluso, tira al suelo la bolsa de regalices. Saco la lengua y la deslizo por su mejilla de forma sensual. De un lametón elimino cada ápice de azúcar. Al instante, le propino un beso en la comisura de los labios que le pilla de imprevisto. Más aún, si es que es posible. Me apetece romper la barrera de contacto cero y sentirle más cerca que nunca. Él cierra los ojos esperando sentir uno más, esta vez sobre sus labios, pero le dejo con las ganas cuando pulso su frente con un dedo hasta hacerle tocar la pared con suavidad.

—No sé cuánto tiempo más podré resistirme.

—¿Crees que podrás aguantar sin besarme hasta el sábado?

—¿Qué pasa el sábado?

—Tenemos una cita —digo. Y abro la puerta de set, con él a mi espalda. Lo miro por encima del hombro para asegurarme que me está observando—. Prepara un plan... a la altura de una primera cita.

¿¡PERO QUÉ ESTOY HACIENDO!?

En el interior me adelanta y, ni los gritos que proceden de más al fondo nos hacen distraernos de nuestro ahora, tema favorito.

—Los amigos no tienen citas.

—¿Quién ha dicho que tú y yo seamos amigos?

—Mmmm ¿Tú? —responde, haciendo burla.

—He cambiado de opinión, Dylan —suspiro—. Tú y yo nunca podremos ser amigos.

Me centro en mis síntomas. Por primera vez no hay ni rastro de ansiedad, nervios, pálpitos en el párpado, corazón acelerado ni respiración entrecortada. Y me siento bien, muy bien. Porque estoy sintiendo algo que nunca había sentido antes, y quiero ver hasta dónde puedo llegar.

He dejado de dudar, Lara.

Dylan me mira con detenimiento. De fondo se siguen escuchando los gritos, pero cuando lo miro, esta vez con la intención de ver más allá en su interior, no oigo nada. Y me siento en paz. Y allí estamos los dos. Yo enfrentándome a la calma y él a mi lado, haciéndome compañía en el proceso, cumpliendo su promesa.

—Dilo —murmura.

—¿Qué?

—Quieres decirlo. Hazlo.

—Me gustas —confieso, en un susurro.

—Lo sé —sonríe.

Me aparta un mechón de la cara e imito su gesto, entregando la mejor de mis sonrisas.

Me siento relajada, liberada. Quizás, ser sincera y justa con los demás tampoco es tan mal plan. Dylan reacciona de la forma que espero, hunde su mano por debajo de mi pelo y me planta un beso en la mejilla.

—Tú también me gustas, morena.

Gia se acerca hasta nosotros y con un gesto tierno se disculpa por interrumpir nuestro momento. Se quita las gafas moradas de pasta y comienza a pasar las páginas del montón de folios que reposan sobre su brazo. Nosotros la miramos extrañados, pues tenemos ya nuestro guion. Nos entrega un montón de hojas agrupadas con una grapa en la esquina.

—Cambios de última hora, chicos. Perdonad que no os haya avisado antes. Hoy mi querido marido y vuestro director se ha levantado creyendo ser superior a cualquier mortal —pone los ojos en blanco—. Tenéis nueva compañera en el elenco. Y esto influirá en la trama. Hoy no grabáis juntos. Grabará Dylan con...

Sus ojos se abren de par en par.

—¿Qué hace ella aquí? —masculla, sin dejar que Gia termine la frase. Parece enfadado. Y no aparta la vista de la chica de pelo negro ondulado que conversa con Cat y Lily al fondo de la sala. Agus se acerca hasta ellas y le coge por el brazo. Caminan alejándose del resto—. Dime que no es la nueva.

—De eso justo quería hablarte, Dylan.

—Gia —escupe, a modo de advertencia.

—Que la rabia no se apodere de ti, Dylan. Recuérdalo. Agus la ha contratado. Interpretará a Lia, un nuevo personaje. Tendréis trama compartida. Mientras Dylan y Natalia, los del libro —concreta, como si no fuera obvio—, se dan un tiempo en su relación, él buscará consuelo en Lia.

—¿Qué? —grito—. ¡Eso no pasa en la historia!

—Eso mismo le he dicho yo... —murmura Gia—. Le dije que no sería buena idea, que primero tendría que hablarlo contigo, que te enfadarías. Y así ha sido... —mordisquea sus labios con nerviosismo—. Por no contar, no cuenta ni con la aprobación con los jefes de producción, pero ¿Qué le van a decir? Él es el que pone el dinero, chicos. Nadie puede pararle los pies.

—Lo está haciendo aposta —masculla Dylan, con el morro fruncido. Señala a Gia y ella suspira, como si supiera eso de lo que todavía no ha hablado—. Quiere que la relación entre Natalia y yo sea estrictamente profesional. Y me he negado. Sabe que ella también se negará pero ¿Traerla a ella? ¿No había otra persona en el mundo?

—¿Quién es ella? —pregunto, pero antes de que pueda terminar la frase Dylan desaparece y se cierra en su camerino dando un portazo. Se hace el silencio—. Su ex novia ¿Verdad?

Gia se limita a asentir con la cabeza, apretuja mi hombro con una mueca cariñosa y vuelve a su puesto de trabajo. Yo me acomodo en un sofá junto a Lily y esta apoya su cabeza en mí. Cada día que pasa rozo un poquito más la tranquilidad y, aunque no me está pareciendo fácil, el esfuerzo creo que, en algún momento valdrá la pena. En otro momento hubiera apartado el hombro al sentir su tacto en mí, hoy simplemente disfruto de la compañía de la que ya considero mi compañera.

Vemos actuar a Zack, Aron y Cat. Cuando esta última habla, hace realidad la ficción, como si hubiera nacido para hacer esto. Lily y ella, aunque de la primera no llego a fiarme del todo, me hacen sentir en casa. El lugar que Lara ocupa en mi vida es irremplazable, pero ellas ya tienen su propio hueco en mi corazón y no puedo dejar de pensar en la idea de juntarlas todas una noche.

La echo de menos. Mucho, en realidad. Después de mi habitación, Lara es lo que más extraño de mi ciudad. No me es suficiente hablar con ella cada día por llamada, ni contarnos chismes a tiempo real por mensajes, tampoco mandarnos estúpidas fotos con lo que estemos haciendo en ese preciso momento. Necesito tenerla conmigo a mi lado, enseñarle mi nuevo lugar, mi apartamento, que me aconseje para decorar la pared del salón que aún está vacía, que mi grupo también sea el suyo, que no tenga que pensar en la diferencia horaria para llamarla... Necesito presentarle a Dylan. Y que con una mirada me de su visto bueno. Que me diga eso que me dice cada vez que habla conmigo; «Cada vez que hablas de él te brillan los ojos, Nat. Nunca los había visto así».

—Es simpática —dice Lily, en un susurro. Yo frunzo el ceño al escucharla, no sé de quién me habla—. La nueva, digo. Se llama Andrea.

—Es la ex novia de Dylan.

—Noto... ¿Ciertos celos?

—¿Qué? —que la vida me libre—. No. Es solo que... me encuentro debatiendo con mi cabeza qué es lo correcto. Si, poner en peligro el trabajo de una persona o... ser fiel a mis principios, libros y lectores. Sí —asiento, con cierto dramatismo—, creo que los lectores son lo que más miedo me dan.

La rubia se ríe en voz alta y Agus le fulmina con la mirada.

—Creo que jugar con su trabajo no es la frase más adecuada. En todo caso, es responsabilidad del director, no tuya. Y, como lectora que se enfada cuando una adaptación no es fiel a la historia... sí, yo también tendría miedo.

—¿Crees que debería plantarle cara a Agus?

—Creo que deberías hacer lo que te diga el corazón —separa su cabeza de mi hombro y me mira. Yo me inflo los mofletes de aire y ella me los desinfla pulsando en una mejilla con el dedo índice—. ¿Qué harías ahora mismo si sólo escucharas lo que quiere decirte el corazón?

—Besar a Dylan.

—¿Y qué haces aquí? —me agita como un sonajero—. ¡Corre! —no corro, pero me levanto del sofá en dirección al camerino de Dylan. Me giro unas cuantas veces para mirar a Lily, que me sonríe y gesticula para que lo haga.

No me puedo creer lo que estoy haciendo. Ni, que se dice en las películas instantes antes de besar por primera vez a la persona que te gusta. He abierto la puerta del camerino con ímpetu y Dylan me mira con la ceja arqueada sin soltar el móvil. Tiene una pierna sobre el tocador y está sentado con pasotismo sobre el asiento que se encuentra frente al espejo. No quiero mirarme en el reflejo, lo último que necesito es saber la cara de situación que tengo. Cierro los ojos, cojo aire profundamente y vuelvo a clavar mis ojos en sus ojos. Escalo hasta su boca.

—¿Querías algo?

—Sí.

—¿Y bien?

Suelto el pomo de la puerta, recorro los tres pasos que nos separan, me paro en frente de él y suelto todo el aire por la boca. El corazón me va a mil por hora y siento nervios en partes de mi cuerpo que no sé que tenía. Dylan permanece inmóvil en frente de mí. No sé cuánto tiempo me quedo mirándole sin decir palabra, pero al escuchar al director cortar la escena, me acerco hasta la puerta, la cierro y me quedo de espaldas a él, con el pomo en la mano.

Cierro los ojos con fuerza y vuelvo a respirar profundamente.

Puedo hacerlo. Y lo hago. Me giro y le veo de pie detrás de mí, bueno, ahora en frente. A centímetros de mí. Derretirme no es una opción aunque, tenerle cerca hace que mi cuerpo tenga mucho pero mucho calor. Sus ojos recorren mi rostro y levanta las cejas esperando una respuesta.

—Quiero besarte —confieso.

—Lo sé.

—¿Tú quieres que te bese?

—Es lo único que quiero.

—Es ahora cuando debería besarte ¿No?

—¿Puedes dejar de hablar y besarme de una vez?

Alarga el brazo y con ayuda de su mano, apoyada en mi nuca, me atrae hacia él. La mano contraria reposa en mi cadera y su respiración se cuela por el hueco que forman mis labios. Tengo los ojos clavados en su boca, que grita querer un beso mío, y me da igual que se haya dado cuenta, porque voy a hacerlo. El momento es perfecto y, hasta para mí que escribo romance, parece irreal. Su perfume y el mío forman un intenso aroma que hago nuestro, casi tanto como mis manos en su piel, que se aferran a su espalda como si el fin del mundo estuviera a la vuelta de la esquina.

Es la primera vez que tengo el impulso de lanzarme a la boca de alguien. Y me encanta la sensación de saber que él será mi primera vez, aunque no mi primer beso, pero quizás si los últimos labios. Un escalofrío recorre mi cuerpo de cabeza a pies cuando Dylan impulsa mi barbilla hacia arriba con ayuda de su dedo pulgar e índice y hace que mis ojos se claven en los suyos. Estoy perdida. Porque creo que, aunque me gusta lo que veo de él en su forma física, lo que lleva por dentro me gusta aún más..

—Sé tú la que dé el paso. Hazlo ya —me suplica, dejando caer sus párpados.

—Te mancharé de pintalabios.

—Me quedará bien.

—¿Y si no te gusta?

—Me encantará.

—¿Y si no me gusta a mí?

—No volveremos a besarnos —dice y ladeo para dejar de mirarle. Su mano se aferra a mi mejilla, mientras me acaricia. Y algo me hace querer mirarle mientras lo hace—. Querrás repetir, te lo aseguro.

Me acerca a su cuerpo provocando que nuestras caderas se rocen y capto la señal. Es el momento. Y no puedo alargarlo más, ni tampoco quiero. Inspiro profundamente e intento no pensar en todas esas voces que me están diciendo que no soy suficiente, que tampoco soy su tipo de chica, que a un chico como él nunca le gustaría alguien como yo...

—Te miente —dice.

—¿Quién?

—Tu cabeza, tu ansiedad. Te están mintiendo —abro los ojos y él sonríe. No sé cómo lo sabe y no quiero averiguar cómo lo ha descubierto—. Me gustas, Natalia. No mentía. Y lo haces desde mucho antes de saber que existías.

Estampo mi boca en la suya y no le doy tiempo de reacción. Nuestros labios entran en juego e intercalan movimientos entre sí mientras nuestras lenguas se deslizan una sobre la otra. Sabe a refresco de Cola. Y creo que mi boca aún guarda el sabor del chicle de fresa que he tirado antes de entrar al camerino. Mi mente va muy deprisa y a la vez muy despacio. Y no sé si esa sensación me gusta o me encanta.

Dylan aferra sus manos a ambos lados de mi rostro y acabo con la espalda pegada a la pared en un intento por llevar la intensidad más allá de nuestros cuerpos. Río sobre sus labios y él me devuelve la sonrisa en forma de gemido. Siento las altas temperaturas acechando mi integridad física y temo porque el termostato explote. No puedo dejar de tocarle. Me deslizo por debajo de su blanca camiseta, sintiendo su espalda bajo las palmas de mis manos. Y quema. Tiene una piel muy suave. Y la quiero sentir bajo mis labios. Es entonces cuando vuelve a gemir y caigo en cuenta de lo que está teniendo lugar.

Le estoy besando.

Estoy besando a Dylan Brooks.

Y me siento la protagonista de mi propia historia de romance.

☾☾☾⋆☽☽☽

—Me han dicho que querías hablar conmigo —comienza diciendo Agus, tras una intensa mañana de grabaciones. Espera escuchar una respuesta de su agrado mientras sirve licor en un vaso de cristal y hace un gesto invitándome a sentarme en la silla de invitados de su despacho, pero declino la oferta—. Como comprenderás, no tengo todo el día.

—Teníamos un trato. Yo te cedía el poder de crear a raíz de mis libros siempre y cuando la trama no se viera modificada en la adaptación. Aceptaste y has incumplido tu parte. Si no rectificas no tendré problema alguno en romper el contrato que nos une.

No he terminado de hablar cuando Agus comienza a reírse de una forma un tanto maquiavélica. Juega con el líquido de su vaso, dándole vueltas. El hielo rebota en las paredes del vaso.

—No puedes romper un contrato, no cuando has firmado por un adelanto de ciento cincuenta mil dólares.

—Te los devolveré uno a uno.

—¡No me hagas reír! ¿Crees que me importa el dinero? ¡Podría comprar Hawái si quisiera! Esa cuantía de dinero es, tan sólo, un uno por ciento de lo que sacaremos con este proyecto —se acerca el vaso a los labios y se bebe el contenido de un trago. Cuando lo deja en la mesa expulsa el aire por la boca y muestra un gesto agrio—. Los padres de Andrea son viejos amigos míos, les debía un favor. ¿Qué menos que devolvérselo impulsando a su hija al estrellato?

—El papel que interpreta no existe. Nosotros Nunca no es la historia que estás a punto de crear. Los personajes se quieren, y se quieren bien. En el momento que esta película vea la luz, mis lectores acudan a los cines a verla y no encuentren similitud alguna con la historia te darás cuenta que cavaste tu propia tumba ignorando las señales que te lo avisaron.

—Es impresión mía o... ¿Es una amenaza? —no respondo—. ¡Te saqué de una casa en la que estabas siendo maltratada! ¡Te saqué de tu ciudad y te he servido un futuro nuevo en bandeja y me lo pagas así!

—Estoy harta de tener que dar las gracias a los demás por los logros que yo solita he conseguido. No esperes una súplica por mi parte y mucho menos una disculpa —abro la puerta del despacho y con el resto del elenco, cámaras y técnicos de sonido mirando lo que sucede, con la cabeza bien alta añado—: Conozco la soledad, la tristeza y el dolor. No esperes que haber conocido la felicidad me haga renunciar a mis principios por miedo a caer otra vez.

Cierro dando un portazo. Desde fuera escuchamos el sonido de un vaso de cristal chocar contra el suelo. Gia se dirige a mí con preocupación y hace una mueca.

—Lo dejaré, Gia. En su mano está revertir esta situación

—¡Ay... no! Primero Dylan y ahora tú... —Gia se lamenta—. Déjalo en mis manos, cariño. Veré qué puedo hacer —antes de que desaparezca de su campo de visión, me retiene por unos segundos—. Por Andrea no te preocupes, es uno de los recovecos del pasado de Dylan.

—¿Por qué debería preocuparme? No lo he hecho...

—Agus es mi marido, Natalia, pero no es de fiar. ¿De verdad piensas que es casualidad que Andrea, siendo la ex de Dylan, forme parte del proyecto? Dylan tiene más razón de lo que él cree... Ándate con ojo.

—¿Qué está pasando?

—No lo sé exactamente, Natalia. Pero cuídate, protege tus espaldas. Y... si tienes ocasión, haz que Dylan te muestre dónde vivo... por si algún día necesitas unos brazos en los que refugiarte.

Gia me sonríe, pero su sonrisa no parece del todo sincera. Parece preocupada.

¿Debería preocuparme?

Me acerco hasta el sofá donde se encuentra mi bolso, lo agarro de la correa y salgo del set esquivando a las personas que se cruzan en mi camino intentando impedir mi huida.

Confirmo que el aire es lo único que necesito. Camino por las calles de Vancouver con los auriculares en mis oídos, tal y como lo hice esta mañana de camino a grabar. Acabo de enfrentarme a alguien poniéndome a mí como prioridad. Y me siento bien, como si me estuviera deshaciendo del caos a medida que me enfrento a él en un intento por abrazar la calma.

Lily es quién sigue mis pasos y pulsa mi espalda mientras camino. Me pongo en alerta y me giro asustada, con los puños en guardia.

—¡Soy yo, soy yo! —grita, cuando ve que en un movimiento rápido marco el número de emergencias—. ¿Quién te pensabas qué era? Ni Tyler, ni tu padre están aquí —finaliza.

—¿Cómo sabes...? —frunzo el ceño.

—Agus nos puso en preaviso antes de conocerte —por fin responde, después de unos segundos con la mirada perdida. Parece nerviosa—. Nos dijo que... bueno, no habías tenido una vida fácil y sería complicado conectar contigo.

—Pero...

Yo no le conté a Agus la existencia de Tyler en mi vida.

—¡Pasemos a Starbucks! —me interrumpe. Me coge de la mano y pasamos al interior de la cafetería. No me da tiempo a preguntar nada, ella no deja de hablar acerca de lo bonita que es la decoración—. Un Té Matcha.

Por suerte, Marc, el dependiente capta la señal. Un guiño ha sido suficiente para que sepa que, a diferencia del resto de días que visito la cafetería, hoy no puedo ocupar la mesa más cercana a la barra y dejarle leer fragmentos de mis nuevas novelas a cambio de galletas con pepitas de chocolate. No quiero que Lily sepa que estamos en uno de mis rincones favoritos de la ciudad. Esta cafetería es mi refugio desde el día que llegué. En Madrid, siempre que podía me escapaba al Starbucks más cercano con el ordenador para escribir. Y no quiero perder una de las pocas cosas buenas que me llevo de mi ciudad, tampoco que, el que es mi lugar creativo se convirtiera en nuestro.

Hay placeres, como lo es la escritura, que prefiero disfrutarlos a solas.

Marc, que finge no conocerme desde hace un mes, me mira con las cejas en alto esperando a tomar nota de mi pedido y sonrío con timidez, como si fuera la primera vez que le veo. Indago en las pantallas que reproducen las imágenes con la carta y señalo la de la derecha. Él se voltea para verla.

—Un Frapuccino de Java chip. En tamaño grande, por favor.

—Gran elección...

—Natalia —contesto.

Una de las cosas que más me gusta de esta cafetería es que los vasos llevan tu nombre. Y eso hace que hasta el café más simple, para mí sea especial. El primer día que vine, lo hice después de un ataque de ansiedad. Aún tenía los ojos rojos y la cara hinchada. Marc tuvo que ver en mí la tristeza personificada y me puso una carita sonriente al lado de mi nombre. Y desde ese día no ha dejado de hacerlo.

—¿Has probado el de vainilla? Te lo recomiendo, es mi favorito.

—No me gustan los cambios —confieso. Pongo la tarjeta sobre el datáfono y me dirijo al final de la barra, dónde Lily me espera. Después de unos minutos nos entrega nuestras bebidas—. Gracias, Marc —deslizo los ojos sobre su placa, aparentando normalidad.

—Hasta otro día, Natalia.

Por la mirada que me echa Lily deduzco que ahora cree que entre Marc y yo hay algo más que una relación vendedor cliente. No le doy tiempo para que pueda formular preguntas absurdas e incómodas de responder. Comentar el corte de vestido de flores tan bonito que lleva la chica de dos mesas más allá a la izquierda es lo único que se me ocurre. Y parece funcionar.

—Me siento traicionada por Agus —le confieso. Necesito hablar del tema con alguien. Lily hace una mueca—. Sé que este mundo es así y que cuanto antes asuma que los altos cargos siempre van a creer estar en el derecho de pisar a los que consideran inferiores mejor me irá, pero no puedo mirar hacia otro lado.

—A veces, es mejor hacer como que no has visto nada. Y continuar.

—Eso no es una opción. ¿No era que debía hacer lo que dijera mi corazón?

—¡No pensaba que fueras a dimitir!

—No lo he hecho. No por ahora —hago una breve pausa para absorber el contenido de mi vaso—. Cree que puede jugar con nuestros trabajos y detrás de este proyecto hay mucha gente esforzándose cada día para que quede lo mejor posible. Y no voy a permitirlo.

—Esa gente no haría lo mismo por ti.

Quiero pensar que no se incluye, pero tampoco me atrevo a preguntárselo

—En ocasiones, no recibes lo que das, pero somos lo que damos —le digo.

Lily pone los ojos en blanco y yo dejo de hablar.

Tengo una extraña coraza que me hace alejarme de los lugares y personas que no me hacen sentir cómoda. He dejado de sentirme en confianza hace unos minutos. Lily no hace más que mirar a todos lados y sé que no me está escuchando, pero, aún así yo he seguido hablando. Ya no quiero hablar más, ni saber de ella, pues sé bien poco. Ella de mí sabe demasiado.

¿Quién me dice a mí que eso que sabe sobre mí no lo usará en algún momento para hacerme tanto daño cuánto desee?

—Esa mujer no me da buena espina —digo, sin quitar ojo a la mujer de cabello rubio recogido en un moño despeinado y traje negro que lleva mirándonos desde hace un rato. Marc se percata de la situación y acude a nuestra mesa a asegurarse de que estamos servidas, pese a no ser habitual en el establecimiento. Lily asiente y yo la imito. Al girar para volver a su puesto de trabajo, la misteriosa mujer nos saca una foto. Se le ha olvidado quitar el flash. Lily se levanta de la mesa con ímpetu y se encara con ella.

La mujer, que no dice palabra, saca de su bolsillo una placa y se la pone en frente de los ojos. Lily se tiene que retirar unos centímetros para verla con claridad.

—Policía de Nueva York —murmura, con precaución.

—Perdone, eh... ya nos íbamos —digo, pero cuando voy a coger a Lily del brazo para salir del establecimiento, la escucho pronunciar mi nombre sin yo habérselo dicho—. ¿Cómo sabe mi nombre?

—Soy Serena —me tiende la mano. La miro con detenimiento. Pienso en tenderle la mía, pero no lo hago. No la conozco. Y no sé si la placa que nos ha enseñado es falsa. Me pongo en lo peor. Quizás Tyler y... bueno, el monstruo de las pesadillas está detrás de todo esto—. Soy jefa del departamento de policía de Nueva York, temporalmente sirvo en Canadá. Me gustaría hablar contigo para hacerte unas preguntas. Aquí no, por supuesto.

Lily me propina un codazo para que responda, pero no lo hago. Y no porque no pueda, sino porque no quiero.

—Es sobre tu...

—No sé nada de esa persona. Y tampoco quiero —mascullo, antes de que pueda terminar la frase.

—Si no colaboras tendré que detenerte y hablar contigo en comisaría —espeta, con serenidad—. Es tu padre, está en un buen lío. Querrás ayudarle, supongo.

Supone mal. No quiero verle arder, ni que pague por lo que me ha hecho, sino que me deje en paz. Establecer distancia entre él y yo ha sido la mejor solución, por lo menos, a día de hoy. No me ha llamado ni una sola vez en el mes que llevo fuera de casa. Por un lado lo agradezco, por otro lo conozco lo suficiente para saber que cuanto más tarda en actuar, peores son las consecuencias. Mi madre me escribe cada día desde un número diferente al suyo. Para el monstruo de las pesadillas cualquier excusa es buena para hacer daño.

—Ayudarle sería lo último que haría —contesto por fin.

—Bien. Es justo lo que quería escuchar —me tiende una tarjeta con su nombre, su teléfono y en una esquina, el escudo de la policía—. Te escribiré para retomar esta conversación en un lugar más... —echa un vistazo alrededor y clava los ojos en Marc, que finge limpiar la barra mientras escucha con atención la conversación—, tranquilo.

—¿Cómo ha encontrado?

—Estaba trabajando y he venido por casualidad.

Serena permanece seria, pero baja la mirada para mirar a Lily por un segundo y vuelve a mirarme a mí. Noto como la que dice ser mi amiga es presa de los nervios. Se relame los labios una y otra vez porque tiene la boca seca. No levanta la mirada del suelo.

Una vez fuera de la cafetería, supongo que nuestro encuentro fortuito ha finalizado.

—Asegúrate de responder mis llamadas. De ti depende verle entre rejas.

Se va caminando con normalidad y yo me quedo en medio de una de las calles más transitadas de Vancouver sin saber qué decir, hacer o pensar. No sé si la persona que tengo al lado es tan amiga mía como dice ser, si la mujer que veo marchar calle abajo me ha encontrado por casualidad, si esto forma parte de un plan llevado a cabo por mis verdugos o si tan solo es mi maldita cabeza jugándome una mala pasada.

Cuando desaparece, Lily me propina un golpe seco en el brazo. Yo la fulmino con la mirada y me llevo la mano al lugar del impacto, dónde no siento daño, pero sí cientos de recuerdos que revuelven todo aquello que duele en mi interior y que en algún momento han marcado mi exterior.

—No vuelvas a hacer eso —la advierto.

Lily pone los ojos en blanco.

—¡Ha sido un golpecito de nada!

No respondo, me quedo mirándola, acariciando el tramo de mi piel afectada.

—¡Ha estado a punto de detenerte!

—No. Vuelvas. A. Hacer. Lo. Que. Has. Hecho —repito, esta vez con el ceño fruncido y los ojos llenos de lágrimas—. No tenía ningún motivo para llevarme detenida. Me ha intentado manipular llevando la situación por el lado emocional y lo ha conseguido. Así que deja de decir sandeces y dime la verdad.

—¿Qué?

—La conocías.

—¡No, joder!

—Sé el brillo que tienen los ojos cuando mienten.

—Espero que no lo digas en serio.

—Por eso hemos venido a la cafetería ¿No? —Lily no responde y eso hace que confirme mis sospechas, aún sin tener fundamentos para demostrar que esconden más de lo que me han dejado ver—. ¡Cuándo te has acercado a ella después de que nos sacara una foto ni siquiera le has pedido que la borrara! ¡Has estado parada en frente de ella lo suficiente para haberlo hecho antes de que te sacara la placa! —me froto la cara con desesperación—. Por eso estamos aquí ¿No? Me has seguido.

Sueno enfadada, pero, si me conociera sabría que lo que realmente estoy es decepcionada. Y me arrepiento de haberla comparado con Lara. Ella nunca me haría esto.

—Pero ¿Te estás escuchando? ¿Te has vuelto loca?

Loca.

Loca.

Loca.

Loca.

Dos sílabas son suficientes para que la cabeza me de vueltas. Me apoyo en la pared al sentir que mi cuerpo está empezando a fallar. Mis piernas no reaccionan y, apenas puedo hablar. Mientras Lily habla, yo me centro en mi respiración. No quiero ser el centro de atención del resto de viandantes que circulan por la acera, mucho menos acabar en el hospital porque alguien llame a emergencias. Explicar el motivo de mi ataque de ansiedad sería mucho más difícil que probar a controlarlo.

—No me vuelvas a llamar así —consigo decir.

—Vete a la mierda —masculla.

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