Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]

By srtaflequis

83.3K 3.7K 373

«Nosotros Nunca» ya está disponible en PAPEL y puede ser vuestro EN CUALQUIER LIBRERÍA Y PUNTS DE VENTA COMUN... More

YA A LA VENTA EN FÍSICO
Nota de autora
1
2
El monstruo de las pesadillas (1)
3
4
El monstruo de las pesadillas (2)
5
6
El monstruo de las pesadillas (3)
7
8
El monstruo de las pesadillas (4)
9
El monstruo de las pesadillas (5)
11
12
El monstruo de las pesadillas (6)
13
14
El monstruo de las pesadillas (7)
15
16
El monstruo de las pesadillas (8)
17
17. 1
18
El monstruo de las pesadillas (9)
19
20
El monstruo de las pesadillas (10)
21
22
23
El monstruo de las pesadillas (11)
24
25
26
27
El monstruo de las pesadillas (12)
28
29
El monstruo de las pesadillas (13)
30
31
El monstruo de las pesadillas (14)
32
33
34
FINAL

10

1.3K 104 27
By srtaflequis

Dylan.

Me está besando.

Mi crush literario me está besando.

Ha sido un beso en escena. Un beso fugaz, pero lo suficientemente largo como para saber que no me he saciado de ella. Que quiero volver a saborear sus labios, que no me ha dado tiempo a descubrir a qué saben en realidad. Que son los mejores labios que he besado jamás. Y que, estoy dispuesto a que se conviertan en los últimos.

Daría lo que fuera por meterme en su cabeza, aunque fueran unos minutos. Necesito saber qué le ha parecido, si ha besado otros labios mejores, si ella está dispuesta a que los míos sean los últimos que bese. Son tantas las preguntas por formular que no sé por dónde empezar. Es ella la que rompe el hielo.

—Sabes a Coca-Cola.

Me quedo unos segundo en silencio.

—¡Agus! —chillo, sin responder—. ¡La escena ha salido jodidamente mal! ¡No estoy contento con mi interpretación! —hago el amago de darle una patada a la primera silla que veo, pero al instante me arrepiento y la dejo dónde estaba. El director me mira con una ceja arqueada. Fingir que me cae bien está siendo muy complicado, todo sea por Natalia—. ¿Podemos repetir la escena?

—No.

—¿Y eso por qué? Vaya director estás hecho... ¿Quién en su sano juicio se conforma con la primera toma? ¡Spielberg y Tarantino temen que algún día les quites el pódium! —ironizo, entre gritos.

Al girarme me topo con Gia, que sonríe al verme en pleno estado de frustración.

—Quieres volver a besarla ¿Eh? —me conoce demasiado—. ¿Por qué no se lo dices? Que te gusta, quiero decir.

—No le metas pájaros en la cabeza al chico, cielo —comenta el subnormal de su marido. La llama cielo porque si la llamara por su nombre tendría que tener cuidado para no confundirse y llamarla por el nombre de mi madre—. Natalia es una chica difícil. Dylan no se anda con complicaciones, además, no les conviene. Ni ella a él. Ni él a ella.

—¿Insinúas algo? —mi tono de voz resuena con dureza entre las paredes de su despacho. Con un gesto le indica a Gia que cierre la puerta—. ¿A qué coño ha venido esto último?

—¡Vamos, Dylan! Te conozco desde que eres un crío, nunca te han gustado los compromisos. No serías capaz de mantenerlo con ella y eso solo provocaría que le rompieras el corazón. Y créeme, ya ha sufrido suficiente para que ahora vengas tú a poner el broche final.

Me duele que él, a quién consideraba mi segundo padre, piense así de mí, pero en el fondo ya nada me sorprende, no después de saber que es cómplice del mayor asesinato que he presenciado en mi vida, el de mi inocencia. Mi corazón. El amor entre madre e hijo.

—Me he enterado de que habéis pasado unas cuantas noches juntos —mascullo.

Natalia y yo llevamos siete días viéndonos sin descanso. Noche tras noche, excusa tras excusa. Noche de películas, series, juegos de mesa... y mucha pero que mucha temperatura, porque cada vez que su mirada se clava en mis labios y mi mano se adueña de su mejilla, juro que le rezo al puto destino para que una ráfaga de viento nos haga chocar y sus labios me besen con pasión.

—¿Qué ocurre, Agus? ¿Nos viste desde la penumbra de una esquina, mientras esperabas que Gia se fuera a dormir para follarte a mi madre? Qué feo lo que has hecho... ya me he enterado que ha pedido el traslado de Nueva York a Vancouver. Le has hecho cambiar de país... Tío —río, sarcástico—, te arrodillaste en frente de ella en medio de la comisaría para que aceptara. ¡Quién te ha visto y quién te ve! Eso sí que es amor del bueno ¿eh? —ironizo—. Recuérdame que nunca quiera así a nadie. La forma que tienes de querer a Gia no es buena, pero tampoco lo es la que empleas con esa mujer que dice haberme dado la vida.

Agus resopla mostrando su enfado y tira con desprecio un bolígrafo sobre la mesa.

—Cierra la boca y responde a mi pregunta. ¿Qué hacéis en esas noches?

—¿Dos amigos no pueden quedar para tomar algo?

—¿En una casa? ¿Solos? Es raro, Dylan —mientras se acaricia la barbilla, pienso en lo bien que le quedaría un papel de villano. Daría lo que fuera por ver al héroe hacerlo desaparecer—. Empiezo a pensar que me has utilizado.

—¿Perdona? —mi mandíbula roza el suelo y mi ceja, en lo alto, el cielo. Esto roza unos límites del surrealismo—. ¿Qué yo te he utilizado a ti? —me froto la cara, frustrado—. ¡Estás encantado con el proyecto! ¡Lo estabas hasta que nos has visto acercar posturas fuera de cámaras!

—Dylan, tengo sustituto para tu papel. No me hinches las pelotas.

—¿Sí? —no lo hagas, Dylan, no lo hagas—. ¡Pues que te jodan!

Salgo del despacho dándole la espalda y cierro la puerta de un portazo. El barullo que formamos llama la atención de mis compañeros, también de los técnicos de producción, imagen y sonido. Avanzo por el set de grabación acercándome a la salida ignorando los gritos de Agus que me pide que regrese al interior de la sala. Veo a Natalia correr detrás de mí, pero no me detengo. Gia me pone una mano en el pecho, justo a dos pasos de la salida.

—Dylan ¿Qué ha pasado?

—Lo sabes bien —le digo, con una falsa sonrisa—. ¡Se puede meter el proyecto por el culo, Gia! ¡Qué lo disfrute! Pero yo me voy... —y de repente, me rompo.

—Cariño...

Gia no quiere llorar, y yo tampoco quería, pero es justo lo que estoy haciendo. Y no puedo controlar mis lágrimas. Porque me siento aquel niño pequeño que pasó de tenerlo todo a no tener nada. Y me duele el pecho, mucho. Porque discutir con Agus no significa hacerlo con alguien cualquiera, sino con la extensión de mi madre. Sé que esta noche cuando le diga a Gia que se marcha al despacho para avanzar trabajo y acuda a casa con mi madre, le contará lo que ha pasado. Ella creerá saberlo todo sobre mí. Opinará y me juzgará. Le dará consejos sobre cómo tratarme y mañana hará como si nada. Pero estoy cansado de fingir que no me afecta la verdad de mi vida, y el día menos pensado voy a explotar como dinamita

—Quédate —me pide, poniendo su mano en mi mejilla—. Si no lo quieres hacer por él, por mí o por ti, hazlo por Natalia. Tú mejor que nadie sabes lo que es que jueguen con tu ilusión, no le hagas esto.

—Necesito tomar el aire. Déjame salir —me limito a decir.

—Prométeme que no dejarás el proyecto.

—¿Y decepcionar a otra persona más? —niego con la cabeza—. Lo haré lo mejor que pueda. No te aseguro que no vaya a tomar una decisión que lo ponga todo patas arriba.

Le doy un beso en la mejilla y le doy la espalda.

—¡Dylan espera! —grita Gia, pero su voz no detiene mis pasos.

Pasadas unas horas, Zack me encuentra en la playa. Sin decir nada se sienta a mi lado. Saca un lote de seis birras y abre dos de ellas con ayuda del abridor. Me tiende una y él le da un trago a la suya. Dejo la mía sujeta en la arena. No quiero beber. No quiero convertirme en Agus. No quiero ser él. Y... mucho menos ahogar mis penas en una puta botella de alcohol, tal y como él hace pasada cierta hora.

Cuando me meto de lleno en mis pensamientos doy miedo. Soy capaz de lo impensable para que los recuerdos dejen de azotar mi jodida cabeza una tras otra vez. Creo que ese fue el punto de unión con Natalia y su historia. Ella vive por olvidarlos y yo muero por revivirlos.

Ambos compartimos una opinión, necesitamos que desaparezcan cuanto antes.

Cuando peor estoy acuden a mí para hacerme sentir aún peor. En todos ellos sale mi madre, es la protagonista. Serena Evans es la primera mujer que me rompió el corazón. Y duele saber que el apodo que tenía para ella es mamá. Duele saber que ha sido capaz de rehacer su vida sin mi padre, sin mí. Que para ella tan solo hemos sido el camino hasta alcanzar lo que quería, la cima de su profesión, esa a la que renuncié dedicarme cuando descubrí los entresijos de los altos cargos, incluida ella.

—Natalia se ha quedado preocupada. Me ha costado convencerla para que no viniera conmigo. No te aseguro que no me haya seguido... No sabía cómo te encontraría; si llorando, borracho, en una fiesta a veinte kilómetros de aquí o planeando el asesinato de un director de cine. Y he de decir que si lo último aún estuviera en tus pensamientos... Estaríamos a un paso de ser los presos más atractivos de Canadá, colega.

—No me lo digas dos veces, que me lo pienso —bromeo, sin sonreír.

—Dylan Brooks Evans —me nombra, haciendo énfasis en mi segundo apellido. Yo le miro con la ceja arqueada—. Agus me ha pedido que acudiera a su despacho, y después de hablar conmigo me ha obligado a prometerle que no te diría nada, pero nunca he sido un experto guardando secretos. Por eso mi madre me llamó Zack y no «guardián de los secretos» —contengo una risotada y él se da por satisfecho al sacarme una sonrisa—. Me ha pedido que le haga un favor y agregue un número de teléfono en la agenda de contactos de Natalia, que compruebe si tiene en su poder otro número y averigue el de otra persona... No sé de quién me hablaba, ni por qué quería hacerlo, le he dicho que no contara conmigo. Se ha enfadado, me ha echado de su despacho y de seguido me ha amenazado con sacarme del elenco. ¿Crees que alguno de nosotros podría ceder?

—¿Eso es lo que te preocupa? —mascullo, extrañado—. Te ha pedido que hagas... eso y... ¿Te preocupa si puede haber alguien infiltrado?

—Dylan Brooks Evans —vuelve a repetir, más a propósito que nunca. Pongo los ojos en blanco—, tienes dos minutos para contarme la relación que tienes con Agus si no quieres que empiece a sospechar de ti. Ha recalcado que no te dijera nada hasta en tres ocasiones.

Pero ¿Qué cojones?

—¡Yo también podría sospechar de ti! —alzo la voz. Zack no responde, mantiene la vista clavada en el horizonte y le da un trago a la cerveza. Por inercia, yo también le doy un trago a la mía—. Está bien. Más te vale que no seas el infiltrado del que hablas, porque te haré desaparecer, Zack. Te lo aseguro.

—Acepto riesgos, querido Brooks —dice, con tono de voz interesante.

—Mi madre y Gia eran mejores amigas, mi padre y Agus también. Los cuatro iniciaron en el cuerpo de policías de Nueva York, ellas patrullando y ellos formando parte de la secreta. Agus, Gia y mi padre se desentendieron de ese camino cuando mi madre se fue de casa, no me preguntes por qué, supongo que la ascendieran de cargo y detrás hubiera chanchullos, crímenes sin resolver y movimientos extraños les obligó a tomar una decisión si no querían verse involucrados. Mi madre viene de una familia de policías, el resto no. Supongo que... bueno, a mi madre no le hizo falta decir adiós a su trabajo, tenía las espaldas bien cubiertas. Durante años Agus se comportó como un padre conmigo cuando mi padre, que se vio envuelto en una depresión, no pudo en solitario con su hijo adolescente tras la partida de su madre. Gia nunca ha dejado de ser una segunda madre para mí —hago una pausa para encenderme un cigarro. Le doy un calo y expulso el humo—. Pillé a Agus y mi madre juntos, por primera vez, una noche volviendo de fiesta. Fue una semana que Gia voló hasta la ciudad natal de su madre, Weston, en Florida, porque su madre fallecido. Perdí las llaves por culpa del alcohol y no tenía forma de entrar en casa. Fui hasta el apartamento de Agus en busca de un llavero de repuesto, pero cuando llegué a la esquina de su calle vi a mi madre de su mano, besándolo en la puerta.

«A raíz de ahí me volví loco. Creo que por unas semanas llegué a perder la cabeza por completo. Les seguía allá donde fueran. Usé la electrónica de la policía que aún mi padre guardaba por casa para acceder a sus teléfonos. Puse micros en cada estancia de su casa... Una vez recaudé las pruebas suficientes, así como la información que estaba buscando finalicé el dispositivo. Y marqué distancias con él, sin que Agus se diera cuenta, claro. No quería hacerles daño, solo descubrir la verdad, esa que no había tenido valor para contarme»

—Si alguna vez necesito un agente secreto, te pediré presupuesto.

—No debería de haberte contado... todo.

—Si luego te arrepientes, culparemos a la cerveza —comenta con tono burlón. Levanta la lata y choca contra la mía—. Por nosotros, colega.

—Zack, no estoy de humor. Lo que me has dicho no pinta bien. No me fío de Agus y mucho menos de la persona que tiene al lado. Así que por favor, mantén a Natalia al margen de todo esto y si descubres algo, dilo.

Tras unos segundos en completo silencio mirando las olas del mar, añado:

—¿Ves a Agus capaz de matar?

—¿Estás de coña? —masculla Zack. Automáticamente lo miro desafiante—. No, no lo estás.

—Lo único que hay en mi vida que podría hacerle perder la cabeza es Natalia. Ella no soy yo, Zack. Cambia de opinión como el puto viento... No sé cuántas veces le ha plantado cara en lo que llevamos de semana. Cada enfrentamiento es peor que el anterior. No sé si es porque me tiene de ejemplo o simplemente porque no soporta que otro hombre se vea en el derecho de ningunearla.

—¿Y qué quieren de Natalia?

—No lo sé, Zack. No lo sé —le digo, mirando al cielo—. Sólo sé que pase lo que pase, no quieren que lo sepa. Y van a hacer lo imposible porque no me entere.

—¿Por qué hablas en plural?

—Por nada —miento. Zack deja de mirarme y abre otra birra. Me ofrece una segunda, pero declino su oferta enseñándole la otra. No la he terminado. Parece mustio—. ¿Y a ti qué te pasa?

El rubio se empieza a reír a carcajadas. Yo lo observo con las cejas en alto ¿Qué mosca le ha picado? Creo que el alcohol está empezando a hacer efecto en su organismo... Esto no es ni medio normal.

—Estoy cansado de que me rompan el corazón —dice, con seriedad. Yo no sé si puedo tomarme en serio a Zack y menos con las caras que pone—. Hacen que me ilusione, me usan para echar un polvo y después si te he visto no me acuerdo.

—¿No has pensado que quizás tú seas un pelín enamoradizo?

—¡Por favor! ¡Lávate la boca para hablar de mí, Brooks! ¡Te faltó limpiar tus putas babas con la lengua el primer día que viste a Natalia! —exclama, ofendido. Yo levanto las manos en son de paz—. Creo que Lily me ha hecho un amarre o algo de eso.

—¿Tienes sospechas de que sea una bruja? —no quiero reírme de él, pero es casi imposible no hacerlo. Zack borracho es muy gracioso—. Siento decírtelo, amigo. Pero si es una bruja... estás condenado a morir en su fuego eterno. De la cárcel se sale, pero... ¿De una amarre? Como no llames al número de atención al cliente del demonio... lo llevas jodido.

—Sí ¿Verdad?

Yo asiento con la cabeza mientras él me mira fijamente.

—Creo que el amarre lo hizo cuando me la estaba chupando. Hizo un movimiento con la lengua que me volvió loco... y después vino todo lo demás.

De haber tenido cerveza en la boca, lo hubiera escupido.

—Espera ¿Qué? ¿Tú y Lily...?

—Pues claro. Cada noche desde que vinimos a Vancouver, pero no se lo digas a tu novia. Natalia piensa que solo ha sido una vez.

—¿Mi novia? Suena bien —digo.

—Demasiado —masculla.

Zack pierde el hilo de la conversación y comienza a hablar sobre surf, conocimientos del mar y animales marinos. ¿Quién en su sano juicio es capaz de nadar mar adentro sin miedo a que un bicho feo y enorme devore sus piernecitas? Está loco.

Ya es suficiente por hoy. Zack se ha bebido las cervezas que quedaban, incluida la mía. Tengo que llevarle a casa. En su coche me siento en el asiento del copiloto y le abrocho el cinturón. Hace un intento por coger mi mano y ponerla en su entrepierna, pero me aparto rápidamente entre risas. Lo rodeo y me ocupo de la conducción, él no está en óptimas condiciones.

—Dime, surfista de pacotilla ¿Te gusta la rubia?

—¿Lily? Me chifla. Creo que estoy enamorado de cada átomo que la forma.

Es la primera vez que le escucho decir algo así y suena muy pero que muy cursi. No quiero reírme porque no está en uso de sus plenas capacidades, pero rompo a reír tras haber aguantado dos largas horas. El tono con el que lo confiesa no es del todo convencible. Además, a Lily no le pega nada el rollo cursi. Nada de nada.

Es que...

¿Lily y Zack? Son la noche y el día, en ese orden. Lily no estaría con una persona tan buena como Zack y Zack no aguantaría ni dos asaltos con una persona como ella. No creo que sea mala, simplemente... sibilina. No la ves venir. Es turbia. Y no me gusta la gente así. Aprecio la transparencia, el saber estar, la sinceridad. Ella lo tiene todo bien escondido, tanto que... no existe en su vocabulario la palabra realidad. No hace falta ver más allá de sus comportamientos para saber que toda su vida es una puta mentira. ¿Quién si no viviera una realidad paralela trataría así a la gente que le rodea?

Mañana Zack no se acordará de nada y yo tendré anécdotas qué contar con las que podré chantajearlo. Al final, el día me ha salido redondo dejando a un lado que el amante de mi madre quiere algo de mi futura novia que todavía no sé qué es, pero lo descubriré.

—Natalia me ha dado un papel para ti —dice, después de un rato.

—¿Y me lo dices ahora?

Zack no responde, está muy ocupado buscando en el bolsillo de su pantalón. Cuando por fin lo encuentra me lo entrega, con una condición:

—No le digas que has llegado tarde a la cita por mi culpa.

¿Qué? ¿Una cita? ¿De qué coño habla?

Quiero estrangularlo.

Mientras conduzco, leo el papel con cuidado de no apartar del todo la vista de la carretera. De seguido miro la hora, ya llego media hora tarde. Ahora sí que quiero hacerlo desaparecer. Cuando me encuentre con Natalia le explicaré lo sucedido y lo entenderá, pero ahora solo quiero que Zack deje de cantar canciones de rock mezcladas entre sí. Toqueteo los botones de su coche y me regaña, pero necesito poner música si quiero llegar cuerdo a mi cita.

—Por favor, no se lo digas —me suplica y subo el volumen de la música para no escucharle.

—¡Y una mierda que no se lo digo! ¡Has dejado mucho que desear como amigo! ¿Y ella? ¡Joder! ¿¡En qué momento pensó que sería buena idea callarse que hoy es su cumpleaños!?

—¡Tú verás, pero no le digas que sabes por mí que le gustas! —grita, cuando la canción termina. Zack se da cuenta de lo que ha dicho e intenta cambiar de tema, pero lo he escuchado. Y no puedo dejar de sonreír—. Os he avisado... —se pone a llorar—. No soy bueno guardando secretos...

Dejo a Zack en su calle, pero no le acompaño hasta su casa. Espero que no se caiga por las escaleras. Le ayudaría a subir, pero tengo algo más importante que hacer. Llamo a Natalia y pongo el manos libres. A la primera no me lo coge, supongo que se estará haciendo la dura. A la segunda descuelga y no dice nada, solo suspira. Voy a explicarle que ha sido una tarde muy larga y que Zack estaba borracho, que una cosa ha llevado a la otra y...

—Por lo menos te ha dado el papel. No confiaba —no parece enfadada.

—En cinco minutos estaré en tu portal. Espérame abajo.

—¿Qué? —y cuelgo.

Me gustan los cumpleaños que no me tienen a mí como protagonista y dar sorpresas, pero tengo poco margen de improvisación teniendo en cuenta que me acabo de enterar que es el cumpleaños de la chica a la que estoy intentando conquistar. Paso por delante de una floristería, pero está cerrada. La tienda de regalos, también. Y, si soy sincero, no sé su talla de ropa, así que no me arriesgo. Cuando estoy llegando a su calle suena una canción en la radio. Centro mi atención en la música. Suena igual a la que sonó la otra noche en la radio del bar. Natalia confesó que pertenecía al nuevo disco de su cantante favorito. Es una locura, pues la conozco desde hace relativamente poco... Pero decido hacerlo, igual podría morir mañana y siquiera tenga tiempo para arrepentirme de no haberlo hecho cuando pude.

Aparco el coche a la vuelta de su calle y saco el móvil en un movimiento rápido. Las manos si quiera me funcionan, estoy demasiado nervioso. Respiro profundamente tres veces y me digo a mí mismo que yo puedo. Introduzco el nombre del cantante en el buscador y accedo a la página oficial en la que aparecen sus conciertos. En todos y cada uno de ellos ha hecho sold out. Maldigo mi vida y, de pronto, la luz viene a mí, literalmente.

Sol Holland Smith, mi último rollo, acaba de escribirme un mensaje. Quiere saber qué tal me va, lo que me hace sospechar ¿Qué coño quiere? Cuando me meto en la pantalla del chat me llega un nuevo mensaje. Quiere saber cómo está Cat. Con que... eso es lo que quiere. Cat y Sol eran mejores amigas, ambas vivían en Nueva York y nuestros grupos a veces salían juntos de fiesta. Eneko y Ulises, los que eran mis amigos, a su vez son hermanastros de Sol, quién, a su vez, es hija de la estrella de rock Holland Smith. Creo que Cat no me recuerda, pero yo a ella sí.

Decido llamar a Sol.

—Con contestarme a los mensajes, sobra —dice, con chulería.

—Cat está bien. Y yo también, aunque no te importe.

—¿No me vas a preguntar qué tal estoy? ¿De verdad me vas a pedir un favor sin mostrar un mínimo de amabilidad, Brooks?

—No quiero pedirte... —Decido no continuar la frase cuando ella carraspea. Pongo los ojos en blanco y voy al grano—. Necesito que me consigas entradas para un concierto de Harry Styles. Dónde sea. Te haré una transferencia a tu cuenta.

—Con que... tu nueva amada tiene buen gusto musical —se limita a decir.

—¿Puedes conseguirlas sí o no?

—Veré que puedo hacer y, si desde la cuenta de mi padre puedo acceder a la plataforma de conciertos. Me gusta ayudar a las personas a reintegrarse en la sociedad —bromea—. Dylan —me llama, con autoridad.

—Gracias —respondo. Es justo eso lo que quiere escuchar ¿No?

Sol hace una breve pausa.

—¿Te gusta de verdad?

—Sí.

—¿Es un sí parecidos a los de tu amigo Eneko? O ¿Este es de los de verdad?

—A mí no me compares con él...

—Tenéis más en común de lo que vosotros creéis. Aléjame de vuestras mierdas.

—¡Yo no sabía que te gustaba! ¡Ni que a él le gustabas tú! Te lo callaste y tuve que pagar el pato yo...

—Lindo patito... intenta no dar más pena. Te devolveré el favor, sólo responde con sinceridad ¿te gusta?

—Sí, joder, sí.

—Dame unos minutos.

Y me cuelga.

Después de todo Sol es una buena chica. No supimos entendernos más allá del sexo. Al fin y al cabo, cuando nos veíamos yo ya tenía a otra persona en mi cabeza. Alguien que todavía no existía, pero me hacía soñar con el día en que la viera por primera vez. Y no diré que cuando lo hacía con ella me imaginaba lo que mi cabeza había creado por imagen de esa persona, pero deseaba que fuera realidad y en mi cama no estuviera una chica cualquiera, sino ella.

Veo a Natalia en la puerta de su edificio. Se acerca al coche cuando aparco en doble fila y ocupa el lugar del copiloto. Me saluda con media sonrisa y tengo que contener mis ganas de darle un beso de película como el de estos días en escena. La excusa de que es su cumpleaños es buena, pero no lo suficiente.

Ella me pidió distancia y yo se la voy a conceder, siempre y cuando pueda, claro. Estamos llegando a un límite en el que la distancia se está volviendo cada día más pesada.

—¿A dónde vamos? —curiosea, mientras le echa un vistazo al coche. Frunce el ceño al ver un llavero con forma de tabla de surf colgando del retrovisor—. ¿Es el coche de Zack?

—Sí, aparcar el suyo y arrancar el mío hubiera requerido más tiempo. Y ya llegaba tarde a la cita —intuyo no haber acertado con la palabra cuando la veo mirarme con la ceja arqueada—. O sea, a tu invitación de salida como amigos.

Se ríe. Voy por buen camino.

—Respecto a tu pregunta... No tengo un sitio pensado como tal, pero ya que te has puesto muy guapa para la ocasión —con chulería, le hago un repaso con la mirada. Ella se sonroja. Tengo que disimular mis nervios y, en la mayoría de casos, eso me convierte en un auténtico capullo. Aún no tengo regalo. Dependo de Sol—, aprovecharemos la tirada e iremos a los recreativos —parece que el universo me escucha, porque en mi móvil entra un mensaje en forma de archivo. Aprovecho el semáforo en rojo para consultar el chat. Lo abro y sonrío. Sol y yo estamos en paz—. Pero primero tengo que pasar por el centro comercial. Tú espérame aquí. Tardo diez minutos. Si te aburres, te he dejado una lista de reproducción personalizada en la emisora.

Me da pena perderme su cara de ilusión al escuchar en los altavoces las canciones de su artista favorito, al fin y al cabo, sentir que te escuchan es una de las mejores sensaciones de las relaciones entre humanos. Natalia no da la impresión de ser la típica persona a la que todo el mundo ha escuchado sin pedir nada a cambio.

Una vez cruzo las puertas del centro comercial activo el modo velocidad extrema. Comienzo a correr tratando de no chocar con nadie y me salto la cola que hay en la copistería. Los gritos de la gente me perturban el oído y creo escuchar a un señor llamarme cabrón. Lo ignoro, porque no quiero girarme y gritarle de vuelta. El dueño me mira detrás del mostrador asombrado y... siendo sinceros, algo asustado.

Con la respiración entrecortada digo:

—Tengo a la chica que me gusta esperando en el coche. Me acabo de enterar que hoy veintiocho de junio es su cumpleaños y todavía tengo que comprar una tarta. Necesito que me imprima...

No he acabado cuando el dueño me arrebata el móvil de las manos y se acerca hasta la impresora. En cuestión de minutos veo las entradas del concierto salir en formato de entrada antigua, con un toque vintage. Saco la cartera y, sin preguntar cuánto debo pagarle, pongo un billete de diez dólares sobre el mostrador. Ahora sí, al salir corriendo me choco con una señora.

—¡Cabrón! —chilla. Deberían innovar con los insultos... luego recuerdo que la palabra debería, según Gia debería de estar prohibida y lo ignoro..

—¡Perdón! —grito, sin pararme.

Entro al supermercado y cojo la primera tarta de chocolate que veo. Es demasiado grande para nosotros dos, pero quizás tenga hambre. Nunca es suficiente chocolate y, si sobra, querrá invitarme a desayunar mañana bien temprano. Y ahí estaré yo, en su casa, con la mejor de mis sonrisas, si es que es posible superar el atractivo de la que tengo por costumbre.

Enfrente del estante de las velas vuelvo a dudar hasta de mi propia existencia. Las hay de todos los colores, formas, estampados e incluso con bengalas. No me quiero arriesgar y prender fuego a los salones recreativos. Recuerdo que le gusta el color rosa, así que recurro a lo fácil y simple. Aunque, espera. No sé cuántos cumple. ¿Dieciocho? ¿Diecinueve? ¿Veinte? ¿Cumple veinticinco años pero aparenta menos?

Llamo a la primera persona que encuentro en mi agenda de contactos.

—¿Cuántos años cumple Natalia? —espeto, sin dar tiempo a que me pueda saludar. Aron duda durante unos segundos—. ¡Vamos, no hay tiempo que perder!

—Diecinueve.

—Adiós —y cuelgo.

Bien.

Cuando llego al coche, después de pegarme la carrera de mi vida y arranco, entre jadeos, Natalia me mira asustada. Al mirarla veo que la he sorprendido, no sé si para bien o para mal, pero dicen que la intención es lo que cuenta. Le guiño un ojo y ella pone los ojos en blanco. Bien. He conseguido que desvíe la atención de la bolsa que he dejado en los asientos traseros. Lo sé porque comienza a tararear la canción que suena.

Si mi regalo no es el mejor en lo que lleva de vida, rozará la perfección.

—Gracias —dice, mientras conduzco. No me da tiempo a preguntarle a qué se debe—. Por dedicarme tiempo.

No levanto la mirada de la carretera, pero sonrío. Y ella lo ve, me aseguro de que se haya quedado con esta sonrisa grabada en su retina, porque es la que va a ver siempre que la tenga a mi lado.

Fine Line, mi segunda favorita —comenta, sin precedente.

—Analizaré la letra.

—No responderé a tus preguntas

—Vale —dudo durante unos segundos. Ella me observa, hasta suspira. Empiezo a creer que pienso en voz alta—. ¿Temes que pueda conocer tu mundo como nadie más lo ha hecho?

—No.

—¿Entonces?

—Temo que no llegues a conocerlo.

La miro con descaro y pierdo el control del volante. Ella grita, histérica. Consigo recuperar la dirección al instante

—¿Qué insinúas? —me atrevo a preguntar.

Fine Line, Dylan. Todo en mi vida está sobre una fina línea por la que camina un equilibrista sin equilibrio. En cualquier momento caerá. El tiempo será el encargado de decir si cayó sobre blando o por el contrario, murió.

—Debajo podría haber agua, mucha agua.

—Se ahogaría.

—¿Al equilibrista no le enseñaron a nadar?

—Sí, pero... —contesta, con frustración.

—Pero ¿Qué? Entonces nadará hasta salvarse.

—¿Y si no lo consigue?

—Lo hará —digo, con seguridad, mientras aprovecho el semáforo en rojo para mirarla a los ojos. De repente tiene ojos de equilibrista y la línea de sus pestañas forma una fina línea por la que caminan las dudas—. ¿Sabes nadar?

—¿Qué? —su voz suena aguda.

—Responde.

—Sí.

—Bien. Nadarás hasta quedar a salvo.

—¿Desde cuándo soy un pez?

—¡Hasta ahora eras un equilibrista! —exclamo, apartando las manos del volante durante unas milésimas de segundo. Consigo que ría. Y no sé cuál es el motivo, pero yo también lo hago. Subo la música y dejo de escuchar sus carcajadas.

Es la primera vez que monta conmigo en un coche y no puedo delatarme así como así. No puedo cantar las canciones que se van reproduciendo. ¿Dónde quedaría mi tapadera de chico malo? No puedo confesarle que desde el día en el que volamos desde Los Ángeles a Vancouver, no he dejado de escuchar la música de su artista favorito. Es demasiado pronto para reconocer que en él también he encontrado ese refugio, que las canciones hablan más de mí que lo que sería capaz de hablar yo. Que... As It Was a parte de ser un hit mundial, me describe a la perfección. Sería tirar años de esfuerzo y dedicación a la basura, y no puedo permitirlo, así que me adueño de mi postura, tenso la mandíbula y levanto ligeramente la barbilla. Tengo que ocultar como sea que me gusta la música que escucha.

—El sitio que he elegido no tiene agua, ni cuerdas flojas. ¿Crees que sobrevivirás, equilibrista? ¿O debería de llamarte pececillo?

—Eres insufrible —masculla.

—Lo tomaré como un sí. Espero que tus branquias puedan aguantar sin agua.

—Dylan —dice, con autoridad.

—¿Tus fibrosos músculos podrán andar sobre suelo liso?

—Dylan —ahora suena mucho más enfadada.

—¿Qué?

—Tengo pulmones —aclara.

—Ah ¿Sí? ¿Cómo estás tan segura?

Deja de mirarme para clavar sus ojos en el primer chico que pasa de largo. Tiene músculos grandes, pero nada de otro mundo. Se cruza en frente del coche. Sin mirar. Joder. Podría haberle atropellado si no fuera un estupendo conductor. Vuelvo a mirar a Natalia y levanto las cejas en un acto reflejo ¿Le está mirando el culo? Esto tiene que ser una broma...

Carraspeo a propósito.

—¡Ay, perdón! —se lleva la mano al corazón y se hunde en el asiento—. Me había quedado embobada mirando a ese chico... ¡Y sin aire! —ríe, nerviosa—. Tengo pulmones, Brooks. Confirmado.

Pongo los ojos en blanco.

—No eres el único que sabe hacer chistes —dice.

—Ni tú la única que tiene pulmones —le echo un vistazo de pies a cabeza y contengo la respiración. Al cabo de unos segundos suelto todo el aire de golpe, exhausto—. ¿Ves? Yo también me quedo sin aire.

—La próxima vez que intentes ligar conmigo trata de que no me de cuenta.

—Mi intención es que te des cuenta, pececillo.

—¿Puedes dejar de ponerme motes?

—Vale, morena —respondo, con una sonrisa.

Desde que hemos llegado a los recreativos no deja de mover la pierna. No sé si está nerviosa o, por el contrario, la ansiedad se está adueñando de su cuerpo al igual que narra en sus libros. No sé muy bien cómo actuar. Me da pudor romper la barrera que tiene establecida con el contacto físico, pero no me agrada la idea de que esté pasando por un mal momento en solitario.

Esta vez decido no actuar. La dejo sola cinco minutos, lo que tardo en acercarme a la barra para pedir un refresco, pero cuando regreso no está. No hay ni rastro de ella. Ni siquiera se ha llevado la bolsa con la tarta para curiosear qué hay en su interior.

Le doy la espalda al camarero mientras me grita el importe a pagar. Lo ignoro, estoy entrando en pánico. Es imposible que haya huido, no el día de su cumpleaños. Hago memoria para averiguar si he dicho algo que haya podido molestarla, pero cualquier frase dicha por mi boca, en mi faceta de capullo es digna de molestia.

Cada vez avanzo más deprisa y mis zancadas son más grandes. Necesito encontrarla cuanto antes y llamarla no es ninguna opción.

Llevo media hora buscándola y por fin respiro tranquilo al verla a lo lejos. Está sentada en un banco, alejada de la sociedad, en el aparcamiento del centro comercial. La noche empieza a bañar Vancouver y las nubes apenas dejan ver el atardecer.

Me acerco a ella por la espalda y le escribo un mensaje avisando de mi llegada. No quiero que se asuste. Natalia voltea a verme para asegurarse que digo la verdad y cuando llego no me mira a los ojos, simplemente espera a que ocupe un lugar a su lado para murmurar:

—Todo es mi culpa. Siempre ha sido así. No hay día que no lo estropee todo.

No puedo dejar pasar ni un solo minuto más sin tocarla. Lo hago con delicadeza. Me siento a horcajadas en el banco, con las piernas abiertas hacia ella, coloco la mano en su brazo y tiro de ella hacia mí. No parece molestarle, pues consigo sacarle una sonrisa cuando hundo un dedo en sus costillas. Apoya su cabeza en mi pecho por voluntad propia y la rodeo con mis brazos. Pego mis labios en su frente. Huele jodidamente bien. Dedico unos segundos a analizar su perfume.

—¿Qué ha pasado ahí dentro? ¿Alguien te ha dicho o hecho algo?

—No siempre es necesario involucrar a terceras personas para que algo en mí vaya mal. Me basta con pensar de más —escucho su voz quebrarse—. He intentado controlar lo que estaba sucediendo en mi cabeza, pero de nuevo me ha vencido. No sé si han sido los sonidos de las máquinas tragaperras del bar de enfrente, el olor de la cerveza que tomaban los de la mesa de al lado o que, de pronto me he visto sola y he imaginado qué pasaría si, de repente ellos decidieran aparecer en el lugar en el que estoy —en su mirada descifro el dolor—. Me digo que soy fuerte, pero ellos hacen que me sienta débil.

—Ser fuerte no significa que nada sea capaz de hacerte daño, todo lo contrario.

—Llevo toda la vida soñando con este momento. Toda la jodida vida pensando en el momento de perderlos de vista, Dylan. La primera vez que deseé amanecer en la otra punta del mundo tenía cuatro años. Cuando se lo conté a mi profesor me dijo que llegaría lejos, muy lejos. Y no se equivocaba, pero era complicado creer en una persona cuando después había otra diciéndote lo contrario. Ahora que tengo en mi mano todo lo que siempre he querido, no sé qué hacer con ello. Porque no consigo separarme del dolor.

—Los humanos tendemos a pensar en lo complicado que es enfrentarse al caos, pero nadie habla de la complejidad de la calma después de la tormenta.

Quiero dar tiempo para que ella analice mis palabras y responda, pero me adelanto para añadir:

—Ahora mismo tu cabeza es la zona de la ciudad más devastada por un tornado que se lo ha llevado todo a su paso. Ha dejado las casas sin techo, otras las ha hecho desaparecer, los árboles se han quedado sin hojas, los coches han quedado irreconocibles, los cristales han reventado y el pánico se ha adueñado de la población. Una vez el tornado ha desaparecido, los daños siguen ahí. Y el silencio de la tranquilidad da más miedo que el ruido de la tempestad. Hay mucho por construir, arreglar y asimilar. Con el tiempo tu vida vuelve a ser la de antes, con la gente de siempre y sus costumbres. La calma vuelve a ti, pero nadie te asegura que un nuevo tornado no arrase con todo como ya pasó antes. Ahí tienes que decidir si merece la pena quedarse ahí y esperar sentada al caos más absoluto o buscar una zona en la que los desastres naturales, a su paso, no se lo lleven todo por delante.

—¿Estarías dispuesto a acompañarme? —pregunta, sin dar contexto.

No puedo decirle que sí, que la acompañaría al fin del mundo con tal de verla sonreír. No quiero parecer desesperado y tampoco nervioso, pero noto la boca muy seca y el corazón latiendo muy deprisa.

Ella deja escapar una carcajada

—Ni que te acabara de pedir matrimonio, tranquílizate —joder, joder, joder, su mano me está tocando la rodilla. Creo que no he sentido tanto placer en mi vida, porque ese gesto significa que entre ella y yo ya no existen los límites. El contacto cero me envidia, ha desaparecido y yo no sé si voy a poder contener las ganas de besarla mucho tiempo más—. Solo quería saber si puedo contar contigo. No me gustaría enfrentarme a la calma sin alguien de confianza a mi lado que pueda sostenerme en caso de que todo vaya mal, regañarme cuando esté a punto de tomar una decisión incorrecta y celebrar los logros a medida que vaya avanzando.

—Estaré a tu lado, morena —le digo, convencido—. Aunque... si me quieres pedir matrimonio... no seré yo el que te lo impida.

—No te flipes —espeta, con chulería.

El silencio se adueña de nosotros. Es el momento. Me está mirando y sé que tengo que hacerlo, que le tengo que dar el sobre con las dos entradas para el concierto. No quiero ser egoísta, pero sólo deseo que nunca le haya visto en vivo y en directo, porque necesito ver sus ojos brillar al cumplir uno de sus sueños.

Meto la mano en la bolsa de plástico y la vuelvo a cerrar rápidamente. No puede ver que escondo una tarta de grandes dimensiones, todavía no. Ella me observa con el ceño fruncido, pero descarto que sospeche de mis movimientos. No quiero continuar con la intriga, así que, sin decir palabra le entrego el sobre.

—¿Qué es? —pregunta, muy confundida. Lo sostiene entre sus dedos con delicadeza.

—Descúbrelo.

—Como sea una foto guarra...

—¿Qué? ¿Por quién me tomas?

—Quedas advertido —suena amenazante.

Natalia levanta la solapa del sobre y con la ayuda de la mano que le queda libre saca las dos entradas con dos dedos en forma de pinza. En el papel impreso se puede ver el nombre del artista, la fecha, el lugar y una foto promocional. No dice nada. Solo mira el papel con la boca entreabierta. Ni siquiera pestañea. Y temo porque en cualquier momento caiga al suelo redonda. Pero de repente me mira. Y vuelve a mirar el papel. Y me vuelve a mirar. Y así en bucle. Quiero preguntarle si le ha gustado, pero no soy lo suficientemente valiente como para arriesgarme a escuchar un no como respuesta

—Dylan...

Es la primera vez que murmura mi nombre de esa forma. Ha dejado correr las letras por sus labios como si fuera agua. Necesito que pronuncie mi nombre una y otra vez más, porque solo así conseguiré olvidarme de todos los malos recuerdos que lo acompañan. Porque solo así conseguiré olvidarme de la persona que me llamó de tal forma al nacer.

—Feliz cumpleaños, flequillitos.

—No me lo puedo creer, no puedo, no... —¿Se va a desmayar? Se levanta del banco de un salto y se abalanza a por mí para fundirnos en un abrazo. Sus brazos rodean mi cuerpo con fuerza—. ¡Te lo compensaré! ¡Te lo aseguro! ¡Joder, Dylan! ¡Es el mejor regalo que me han hecho nunca! —emite un grito de emoción e impacta sus labios contra los míos. Al apartarse, abre los ojos aún sorprendida por lo que acaba de suceder e intenta salir del paso gritando—: ¡No te arrepentirás de haber elegido ser mi amigo!

Amigo.

Porque sí existen mil formas de matar a una persona, ella ha elegido la más dolorosa de todas. No puede parecer que me afecta, no ha dicho ninguna mentira. No sé si es consciente de lo que ha ocurrido, creo que sí, porque al instante se separa de mí y se sienta a mi lado.

No quiero decir que con esto se acaba de activar el lado más capullo que escondo, pero así es.

—¿Cómo dices que me lo vas a compensar?

Natalia pone los ojos en blanco y devuelve la vista a las entradas. Puedo notar su ilusión desde la distancia. Sólo espero que ella no pueda notar mi decepción. No pretendía escuchar algo diferente, un morreo o una reacción fuera de lo común a lo que es ella conmigo, pero supongo que a veces, simplemente tienes que conformarte con imaginarlo y soñar tantas veces hasta que parezca real, volver al mundo de carne y hueso y aceptar que la única forma de querer y que me quiera, a día de hoy, es siendo eso, amigos.

Ni siquiera me paro a pensar que sus labios han rozado los míos.

—Amigos —susurro, con frustración.

Escucharla hablar sobre su cumpleaños en los términos que usa, duele. Nadie, mucho menos un niño merece tener ese día como sinónimo de miedo. Ella no merecía vivir las veinticuatro horas de su día con la sensación de que podría ser el último cumpleaños que pasaría con vida.

Cuando termina de hablar, se limpia una lágrima antes de que corra por la piel de su mejilla y me mira. Ojalá no le brillaran los ojos por esto.

—Ha sido el mejor cumpleaños de mi vida.

—Todavía queda la tarta —le digo, con una sonrisa. Lo único que podía endulzar el momento es una dosis extrema de bizcocho de galleta y diferentes tipos de chocolate.

Le agradezco que haya decidido pasar por alto que Zack se fuera de la lengua. No creo que sobrio lo hubiera largado. Ambos tienen una relación de hermanos, él, pese a que quisiera contármelo, no lo hubiera hecho. Por ella. Para cuidarla.

—Pide un deseo —digo, tras encender las velas.

Ella duda durante unos segundos, respira profundamente, cierra los ojos, frunce los labios y expulsa todo el aire de sus pulmones. Se aplaude a sí misma y deja de hacerlo cuando me río.

—¿Qué has pedido?

—Si te lo digo, no se cumplirá.

—Si no tuviera miedo a llevarme un guantazo, te besaría.

—Ni siquiera he pedido un beso como deseo.

No puedo reprimir mi gesto de desilusión.

—No sería tan estúpida como para solo pedir uno, teniendo la oportunidad de besarte toda la vida.

Continue Reading

You'll Also Like

440K 9.5K 59
Some random one shot,imagines,may make some of them into a story too #10k views-7/1/2021 #20k views-1/4/2021 #30k views-20/5/2021 #40k views-16/7/202...
700K 32.8K 41
What happens when you gain ownership of not just your brother's house..but also his hybrid. Hybrid AU Jimin ff Started 3-16-2020 Completed 10-7-2020...
1.6M 47.3K 35
In which a shy, unnoticed Gryffindor befriends the golden trio. Together, finding out the true secrets of the supposedly murderous, Sirius Black... {...
1.3M 41.7K 113
Su Ran, a music prodigy, woke up transmigrated into a book. At that point in time, the main story arc in the book had already been completed. As a vi...