Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]

By srtaflequis

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«Nosotros Nunca» ya está disponible en PAPEL y puede ser vuestro 💫 esto es una primera versión de la histori... More

Nota de autora
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El monstruo de las pesadillas (1)
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El monstruo de las pesadillas (2)
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El monstruo de las pesadillas (3)
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El monstruo de las pesadillas (4)
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El monstruo de las pesadillas (5)
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El monstruo de las pesadillas (6)
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El monstruo de las pesadillas (7)
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El monstruo de las pesadillas (8)
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El monstruo de las pesadillas (9)
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El monstruo de las pesadillas (10)
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El monstruo de las pesadillas (11)
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El monstruo de las pesadillas (12)
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El monstruo de las pesadillas (13)
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El monstruo de las pesadillas (14)
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FINAL

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By srtaflequis

Dylan.

—¡Corten! —grita Agus. Se levanta de su silla de director de pacotilla y camina con paso firme hasta nosotros. Mi mano sigue anclada en la mejilla de Natalia y aunque ya no me está mirando, sigo sintiendo sus ojos en mi boca. El director me pone el guion en la cara y lo golpea con el dedo. Comienza a andar en círculos—. ¡No podéis miraros así! ¡La tensión hay que generarla, no surge por arte de magia! ¡Enfrentamientos, enemistad!

—Tranquilo, cariño —dice Gia.

Agus la aparta de un zarpazo y esta se va del decorado llorando. Es la segunda vez que la trata así. Tenso la mandíbula y lo miro desafiante. No la ha tocado, porque si lo hubiera hecho yo estaría encima de él dándole de puñetazos, pero ha sido un gesto lo suficientemente violento y cercano para que Natalia se haya sentido agredida. Ha retrocedido dos pasos. Me arriesgo a decir que son cuatro. Está temblando.

—Baja los humos, Spielberg. No quiero volver a repetirlo.

Agus bufa. Se encara conmigo.

—¡Estoy harto de tus amenazas!

—Te gustarán menos cuando las ponga en práctica. Si dejaras a un lado tu comportamiento de mierda y pusieras de tu parte para que el ambiente de trabajo fuera el mejor, yo no tendría que tomar medidas.

—Dylan Brooks —masculla, rabia—, cuánto te pareces a tu padre. Rick y tú sois dos gotas de agua... Dos hombres con complejo de salvadores del mundo. Una pena que el mundo no quiera vuestra ayuda ¿verdad?

Me acerco a él todo lo posible y hundo mi boca en su oreja.

—Tú y mi madre debéis de ser el mismo tipo de persona, porque de lo contrario, no sé qué hubiera visto en ti que le hiciera enamorarse de una persona como tú.

Zack se mete entre nosotros y nos separa, colocando las manos en nuestros pechos, justo antes de que Agus utilice la fuerza para separarme de él.

—Calma. Es la grabación de una película de amor, no la secuela de The Karate Kid. Ni tú eres Daniel LaRusso —me mira—, ni tú eres Johnny Lawrence —mira a Agus—. Dejad de hacer de esto una tortura creada por el mismísimo satán.

—Pues lo parece —mascullo—. ¡No nos ha dado tiempo a estudiar el guión en condiciones, Zack! ¡Y todavía nos exige más de lo que él puede darnos como maestro!

—Dylan Brooks, ven a mi despacho —dice, con autoridad.

—No —espeto. Agus gira sobre sus talones con cara de sorpresa—. ¿Has leído los mismos libros que ella ha escrito? Los protagonistas terminan juntos. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Es una jodida película de amor! Si en las primeras escenas los protagonistas no tienen química ¿qué va a pensar el espectador? ¿el lector? ¡La mitad del público serán lectores que quieren ver la reproducción en pantalla de las páginas que algún día leyeron! Da igual cuánta enemistad haya entre ellos, esto requiere miradas, gestos, pequeños detalles.

Agus ríe con superioridad. Es insoportable. Acerca la boca hasta mi oreja y murmura:

—¿A qué llamas tú pequeños detalles, Brooks? ¿A mirarle la boca mientras te relames los labios después de que encuentre a tu personaje robando en la librería de la ciudad de madrugada y le amenace con llamar a la policía si no suelta los libros que lleva encima? Limítate a seguir el guion ¿Entendido?

—Roba los libros para regalarlos, son para la protagonista. No se los puede permitir —mascullo. Evito contestar la primera parte de la pregunta.

—Eso el espectador no lo sabe. ¿Quieres destripar el final en una de las primeras escenas de la película?

—Cómo le preguntes qué es lo que quiere destripar... no te va a gustar la respuesta —comenta Zack, con las cejas en alto. Agus lo fulmina de una mirada y el rubio levanta las manos en son de paz.

—Lo que plantea Agus tampoco es tan descabellado —comenta Natalia. La observo con incredulidad. No puede haber dicho lo que acabo de escuchar.

—Ha puesto el dinero, pero no la cordura. No tienes por qué darle la razón como a los tontos, aunque lo sea —digo. Natalia se acerca hasta nosotros. Permanece más cerca de mí que de Agus—. Ilumíname —le digo, haciendo aspavientos con las manos.

—Él está enamorado de ella. Y ella de él. Ninguno de los dos conoce los sentimientos del otro. Tenemos que crear un ambiente cargado de enigmas sin resolver, hacer creer al espectador que lo conoce todo, sin conocer nada. Crear falsos enfrentamientos, aunque desde la butaca tenga más que claro que los protagonistas se van a ver involucrados en una trama romántica porque así lo adelanta el póster de la película en cartelera.

La sonrisa de Agus se amplía. Ha ganado, lo sabe. Tuerzo el morro.

Repetimos la escena tres veces, hasta que se da por satisfecho. Al terminar, sigo a Natalia hasta su camerino. Meto la punta del zapato entre el marco y la puerta impidiendo que de un portazo y voltea asustada. Cuando me ve, abre la boca para decir algo, pero se limita a guardar silencio. Se sienta en su sillón y comienza a desmaquillarse en frente del espejo. Me alegra ver que al quitar los restos de maquillaje, ya no hay moratón.

Me apoyo en el marco de la puerta. Observo cada puto detalle de su anatomía.

—Tú también me has mirado la boca —la acuso, con una sonrisa.

—Eso es mentira. Y si lo hubiera hecho formaría parte de un guion estipulado que previamente he escrito.

—No me gustan los finales escritos. Me parecen aburridos ¿Y a ti? —pregunta. No quiero entablar una conversación con ella. O sea, sí, pero no debo. No puedo. No después de..., joder. No—. Lo tomaré como un no.

Cuando me voy a ir, su voz me retiene unos instantes más.

—Me entran ganas de llorar si pienso en el futuro. No me gusta formar parte del caos. Me gusta tenerlo todo bajo control. Lo necesito. No quiero que nada me sorprenda. Normalmente, la vida me ha sorprendido para mal.

—Vivir, sentir y no tener un guion que seguir en el día a día no es sinónimo de destrucción masiva —contesto. Me acerco hasta ella y le pongo la mano en el hombro. Me observa a través del espejo. No se aparta. Sigue haciendo lo que estaba haciendo hasta que su cuerpo y el mío han entrado en contacto—. Lo entiendo. Es la manera de asegurarte que no volverá a suceder otra vez ¿verdad?

Natalia aparta la mirada. Suelta el algodón sobre la mesa y se pone de pie. Como obviedad, dejamos de estar en contacto. Se acerca hasta mí y me pone la mano en el hombro. Mi cuerpo se tensa. Pero me relajo al instante.

—Hasta mañana, Dylan.

Se va del camerino chocando su hombro con el mío.

Y sonrío.



Natalia.

Dylan se acerca hasta mí, pero frena sus pasos cuando niego con la cabeza. Al instante, seco la lágrima que cae por mi mejilla. Recorre mi piel en solitario, casi tanto como lo hago yo por la vida. Él me observa con detenimiento mientras muerde su labio inferior. En la noche de Vancouver, nuestros cuerpos se bañan de agua bajo la tormenta.

No sé qué hace aquí, ni quién le ha avisado. Ni siquiera tengo claro que no me haya seguido hasta el puente, mi lugar. No me gustaría compartirlo con él, ni con nadie. Es la única forma que tengo de escapar del mundo real. Los árboles rodean el puente de madera, el agua corre bajo las tablas y las luces y edificios de la ciudad se pueden ver a lo lejos. Esto es paz, toda cuanta no puedo conseguir cuando las pesadillas se adueñan de mí en la madrugada.

Bajo la cabeza hacia abajo y suspiro. Mis pies no tocan el suelo, estoy sentada sobre la valla de madera, con las manos apoyadas a cada lado de mi cuerpo. He salido de casa en pijama. No me he molestado en vestirme. Me he puesto una sudadera ancha por encima, las deportivas y los cascos cubriendo mis oídos y, sin mirar atrás he corrido hasta aquí. He huido del miedo, el ruido y barullo del centro. De mi cabeza. De mi interior. Vengo aquí en busca de lo que he perdido. Acudo aquí de madrugada con la esperanza de encontrarme conmigo, no con el amor.

—Deja que me acerque a ti.

Niego con la cabeza.

—Por favor —ruega, con voz guruntual.

—No quiero estar con nadie, Dylan.

—No tienes por qué estarlo si no quieres, pero es injusto que les des el placer a los villanos del cuento de verte aquí, sola.

Avanza dos pasos, pero vuelve a frenar cuando elevo la vista para mirarle. Coloca ambas manos a los lados de la cabeza y baja poco a poco. No habla, sus ojos se quedan fijos en mí y su boca no articula palabras. Debería de estar hablando. Es su turno, su frase. El guion es claro y conciso. Agus no quiere improvisación, pero nadie corta la escena.

Dylan coge aire profundamente y se acerca hasta a mí. Contiene la respiración cuando su cuerpo entra en contacto con el mío y sus ojos me piden, con una sola mirada, que confíe en ellos. No sé si debo hacerlo, si... esto conlleva una discusión con el equipo de dirección... No tengo claro si sigo siendo aquel personaje de libro, de película. Creo que él ya no es el personaje, ni yo tampoco.

Ocupa un lugar entre mis piernas. Pone sus manos alrededor de mi cintura, en la espalda, con cuidado de sujetarme sin tocar de más para que no me caiga al agua. Su tacto no me incómoda, pero tampoco me hace estar completamente relajada. Tengo cientos de insectos dentro de mi estómago, revoloteando de lado a lado. Tenerle tan cerca... joder, tan súmamente cerca... Puedo oler su perfume a la perfección, sentir su aliento e incluso escuchar cómo sus párpados se cierran entre sí, resecos del frío, el viento y la tempestad.

Dylan se aclara la garganta y con voz ronca canta en un murmuro:

—«You can let it go, You can throw a party full of everyone you know».

—Dylan...

—«And not invite your family, 'cause they never showed you love».

Le puse Matilda en el avión mostrándole la parte más escondida de mí, no para que lo cante a los cuatro vientos. Con un gesto me invita a terminar la estrofa de la canción.

—«You don't have to be sorry for leaving and growing up».

—Puedes hacer una fiesta y no invitar a tu familia porque nunca te quisieron, Natalia, pero eso no significa que en el mundo no existan más personas. Hay muchas personas que te quieren y estarán encantados de asistir a esa fiesta.

—No quiero organizar ninguna fiesta...

Dylan ríe. No sé si lo hace el personaje o el de verdad.

—Cuando hablo de fiesta, no hablo de una fiesta. Hablo de la metáfora entre una fiesta llena de gente que te quiere y la vida, que, pese a las adversidades que van ocurriendo en el tiempo, se hace más llevadera cuando la creas a partir de gente que saca lo mejor de ti. Eso no quiere decir que las personas que hacen daño desaparezcan, pero les estarás dando menos lugar en ti, en tu cabeza... —pulsa mi pecho con su dedo índice—, en el corazón.

Este último palpita bajo mi piel con fuerza, como pocas veces lo ha hecho, sin necesitar de un factor de riesgo como lo es la ansiedad acechando mi ser. Un escalofrío recorre mi cuerpo de cabeza a pies y me obliga a cerrar los ojos. Disfruto de su aroma, del viento que azota mi nuca. De su mano en mi piel, que trepa por mi espalda bajo mi sudadera. Mi cuerpo se contrae al tacto. La yema de sus dedos está fría, pero no me molesta. No quiero que me suelte. Es agradable. Disfruto de su mejilla, que se funde con la mía cuando su otra mano me atrapa por detrás y pego los pies al suelo, para abrazarnos.

Una vez más, no sé si somos los personajes del libro y la película. O si esto tan solo es una simple excusa para sentirnos cerca, muy cerca. Estamos a un solo paso de incumplir la norma y no siento remordimiento, aunque sí miedo. Miedo por él. Por mí. Por nosotros. El monstruo de las pesadillas y su sucesor nunca dejarán de hacer su vida dependiendo de mí y mi felicidad. Si ellos se enteran de que estoy sintiendo algo por él... No quiero que Dylan sufra daños colaterales, aunque con la mirada me diga que está preparado. No los conoce. No sabe a qué clase de monstruo nos enfrentamos.

Cuando nos alejamos, sus ojos se clavan en mis labios y suspira. Vuelve a mirarme a los ojos y... entre labios, puedo escuchar en un susurro como me pide permiso para hacerlo. Finjo no haberle escuchado, no puedo contestarle. Quizás sea el frío, el miedo o la sensación de estar viviendo una vida que no es la mía, pero no puedo pronunciar ni media palabra.

Me retira un mechón de pelo de la cara y lo coloca detrás de mi oreja.

—¿Puedo?

Asiento con la cabeza.

Su respiración se acelera. Su pecho sube y baja con velocidad. Él entreabre los labios y yo los observo con admiración. Tiene una sonrisa tan bonita... quiero tocar su piel una vez más.

—¡CORTEN! —grita Agus.

El recorrido de nuestros ojos, así como el de nuestros labios se frenan al instante y las miradas que hasta hace unos minutos eran de pura complicidad, ahora son frías y distantes.

Agus abandona el puesto de dirección y camina con paso firme hasta nosotros.

—¿Qué demonios...?

—Yo paso —masculla Dylan, que se va de la escena chocando el hombro con el director. No es un gesto como el que tenemos entre nosotros, esta vez parece brusco, descarado—. ¡Nos vemos, morena! —grita, sin girarse para verme.

Agus me pide explicaciones con la mirada, pero no tengo ninguna intención de dárselas. Ni yo podría explicarme a mí misma lo que ha ocurrido.

—Sé que esta mañana te he dado la razón, pero ahora... Si le tienes un mínimo de respeto al amor, deja esta escena en la película.

Me voy de la misma forma en la que se ha ido Dylan, con las manos en los bolsillos. Cuando estoy a punto de montarme en el coche de producción, le escucho chillar:

—¡ME NINGUNEAN, GIA! ¡SOY EL DIRECTOR Y ESTA PANDA DE MOCOSOS ME NINGUNEA!

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