Whispers House. El origen del...

By MaryEstuardo2112

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Más intrigas, más terror, más secretos y pasiones prohibidas... *Prohibida su copia total o parcial. *Todos... More

Prólogo
Poema: "A la mansión susurrante"
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V

Capítulo I

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By MaryEstuardo2112

Tiempo atrás...

Dicen que las cosas bellas son, a menudo, las más letales. De apariencia frágil, pero poseedoras de una fuerza oscura latente en el interior. Como capullos de belladona, solo es cuestión de tiempo para verla eclosionar.

Aquella no era la primera vez que Miss Elizabeth Wright ponía un pie en los relucientes pisos de la colosal mansión, pero era la primera vez que lo hacía íntegramente vestida de blanco; un color tan vacío como lleno de significado: inmaculado, como los rosales que decoraban el Gran Salón de la propiedad, puro, como el deseo más hondo de su joven corazón.

Desde que había sido presentada en sociedad, la muchacha había  quedado prendada de Mr. Dominick, el hijo menor de la familia Bradley —favorecidos de la producción carbonífera—, con quien había congeniado de forma  instantánea desde su primer baile. Dos almas afines, de ideas radicales y espíritu rebelde, condenadas a vivir en peligrosa cercanía, anhelando aquello que les fue vedado, antes de que siquiera pudieran darle nombre a un sentimiento tan poco experimentado por ambos.  

Miss Elizabeth, no simpatizaba en absoluto con el concepto de matrimonio de su época y, pese a que Mr. Andrew Bradley (aunque más serio y formal que su fraterno) era objeto de deseo para la mayoría de las jóvenes de su entorno, no era exactamente el tipo de caballero con el que  hubiera preferido pasar la eternidad.  No obstante, había sido él quién había hecho la propuesta formal.

Tal vez con el paso de los años, si la sociedad evolucionaba lo suficiente, el matrimonio podría simbolizar la llave a su atesorada libertad. Había pensado la dama en un dorado instante de cándida ingenuidad.

En la actualidad, durante su caminata al altar, hacia aquel hombre que la miraba con el mismo interés  que una vaca a un bistec, le costaba trabajo recordar aquellos confortantes y alentadores pensamientos.

Inspiró hondo y se recordó así misma que no estaba desesperada por obtener su amor, ni siquiera era tan ingenua como para esperar que el caballero que la había cortejado apenas dos veces y le había dirigido la palabra unas tres, se hubiera enamorado. Si tenía suerte, aquella enrevesada afección llegaría por añadidura con el paso de los años y, si no, era perfectamente capaz de conformarse con una simple querencia, un buen trato y una amistad sincera por parte de su compañero, siempre y cuando pudiera deshacerse de su pesado legado, como la única hija de una familia de renombre londinense en su ocaso de gloria y ganar cierto estatus o identidad social.  

Claro que un matrimonio también implicaba esfuerzo, existían obligaciones ineludibles como futura esposa, pero se dijo así misma que podría asumirlas una vez que se convirtiera en la Señora de la flamante "Whispers House". Después de todo, era joven, inteligente, sana y determinada: un niño o dos, llegarían con facilidad.

Pensar en  la maternidad, mientras desfilaba hacia el altar  envuelta en un opulento vestido de tules y encajes, custodiada por los inquisitoriales y depredadores ojos de la gentry inglesa, le resultaba abochornante. Sus pálidas mejillas estaban más encendidas que la luz de los cirios de los ornamentados candelabros que engalanaban el espacio sacro.  

Aunque era capaz de ignorar a la multitud y a sus mordaces comentarios (varios referentes a la  posición social de su familia, algunos sobre su reputación —construida por quienes habían hecho oído de sus "escandalosos" ideales—, su cuestionable moral; otros pocos a cerca de su exuberante belleza, su físico desarrollado, la calidad de su atuendo, etc.) había un individuo en particular, cuya opinión le pesaba más que el resto.

Aquel  joven, que la observaba de pie junto a su hermano, con una mirada azul tan fría como esquirlas de hielo, provocó que su temperatura corporal descendiera. 

Sabía lo que sus ojos ocultaban, una única pregunta: ¿por qué? o mejor dicho, ¿por qué con él? ¡¿Cómo si hubiera tenido opción?! Porque sí, ambos eran iguales en ideas: los mismos pensamientos visionarios y progresistas, pero sus realidades, su posición, su género, era lo que los volvía totalmente diferentes. Él podía ser libre tan solo abriendo las alas, a ella se las habían cortado al nacer y había permanecido todo el tiempo dentro de una jaula. ¡¿Qué importaba si ahora tenía que entrar a una prisión distinta?! Tal vez no lograría autonomía inmediata, pero  poco a poco, paso a paso, su objetivo podría verse realizado. De momento, era cuestión de un único murmullo, un simple "sí" para sellar el pacto.

Dentro del Gran Salón de "Whispers House", sitio escogido para realizar la ceremonia -un detalle sorpresivamente moderno cabe añadir- se percibía un ambiente de auténtica felicidad. No existe aflicción que un delicioso banquete, música alegre y buena danza no puedan solucionar, al menos durante algunas horas.

Las parejas bailaban al son del vals nupcial. En lo alto, los astros iniciaban un excelso ballet en el infinito. Cielo y tierra entrelazados por las notas celestes que brotaban del flamante y singular piano de cola ubicado sobre el alto pedestal, bajo una inmensa cúpula de cristal que se abría como una flor al éter topacio.

Tan absorta se encontraba Ms Elizabeth por aquella hechizante melodía, sumida en una ensoñación donde la felicidad casi era alcanzable, tangible, real... que no supo exactamente en qué momento había pasado de los brazos de su esposo a los de su cuñado.

 
—Te deseo la mayor felicidad con mi hermano— La voz de Mr. Dominick fisuró el sueño en el que se hallaba. Pestañeó un par de veces para sacudirse el sopor, sólo para perderse en los hipnóticos ojos de su nuevo compañero de baile.

La melancolía que aleteaba en lo profundo de aquellos orbes se reflejó en los propios.

—Sé lo que estás pensando—prosiguió el joven— Pero aunque te cueste creerlo, mi deseo es sincero. Entiendo por qué lo hiciste...—su mano se enredó, férrea,  en la suya, cuando la hizo girar bajo el manto estrellado. No podía permitir que la muchacha fuera a soltarse y terminara en otros brazos tan pronto. La sorpresa de Elizabeth fue grande al oír sus palabras. 

 
— Comprendo que esta unión fue orquestada por terceros, que es y siempre será una farsa, como todo a nuestro alrededor —continuó, atrayendo sus cuerpos un poco más, todo lo que su ampuloso vestuario les permitía—. Aunque admito que al menos, y conociéndote como creo que te conozco, esperaba una mayor resistencia de tu parte —susurró cerca de su oído, haciendo estremecer su cuerpo con  los acordes musicales de su propia voz.

—Ambos sabemos que una parte de mí se ha muerto hoy— respondió la nueva Señora de Whispers House, lacónica. 

Por un momento creyó que él la comprendía sinceramente, pero se equivocaba. Lo suyo con Mr. Andrew no sólo era un matrimonio arreglado, sino que era la única opción disponible, considerando la deplorable situación financiera de su familia. Que el propio Mr. Bradley hubiera aceptado de buena gana aquella unión aún despertaba sospechas en la muchacha. Si bien existía una larga amistad entre su padre y su actual suegro, el dinero solía pesar más en estas cuestiones pragmáticas. Y su dote, había sido apenas aceptable. Probablemente había motivos ocultos, mucho más retorcidos de los que su joven mente pudiera imaginar y considerablemente más hondos que un sentimiento de amistad. No obstante, ella no estaba dispuesta a escarbar en esos terrenos...aún. Le bastaba saber que el convenio se había sellado por dos grandes familias, de apellidos memorables, y que el juramento ya no se podía quebrar.

No había marcha atrás, para bien o para mal. Pero ese no era momento ni lugar para entrar en detalles. Tal vez más adelante, si sus oídos estaban dispuestos a escucharla realmente podría contarle su historia.

Una sonrisa torcida se dibujó en el rostro de Mr. Dominick. Tal vez por resignación, tal vez por mera incredulidad...

—Será por eso que pareces un ángel—musitó, antes de hacerla girar por última vez. Aunque en esa ocasión su mano la soltó del todo, dejándola volar hacia los brazos de su consanguíneo.

Un sitio de pertenencia donde, desde ese punto en adelante y pese a los deseos de su atribulado corazón, ella siempre debería retornar...

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