El arte de romper un corazón...

By JeanRedWolf

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[Autoconclusiva] [Novela Corta] Dicen que hablar de amor es cliché, y también aquellos que amamos genuinament... More

P R E F A C I O
1. Los primeros nudos
2. Las primeras razones
3. Los primeros intentos
4. Los más intensos
6. Los finales decididos

5. Los errores se pagan

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By JeanRedWolf

Narciso no sabía que yo sufría una coagulopatía debido a mis problemas internos, siendo una enfermedad que no podías ver desde el exterior y, por lo tanto, esconderla para no provocar la lástima de las demás personas. Sin embargo, al parecer para él no era algo que pudiera intuirse pese a ver mi deterioro con el paso del tiempo, creyéndose que las cosas eran demasiado simples y todo se debía a mi terquedad o mi ego. 

Bastante irónico si teníamos en cuenta que él, a diferencia de lo que decís su boca, hacía lo mismo de lo que a mí me acusaba; pero Narciso lo hacía de verdad, mientras que yo sólo era una proyección de sus celos.

Aquel día, cuando Narciso se dio cuenta que su abuso había sido desmedido, llamó a su hermano y éste tardó un poco en venir. Sentí vergüenza de que una persona tan buena y devota a su trabajo como enfermero, viera lo que su propia sangre era capaz de hacerle a otro ser vivo. Podía escuchar desde la puerta su conversación: Edén estaba bastante enfadado, acusando a su propio hermano de ser un bruto que no tenía ninguna consideración por su pareja, y encima estaba decepcionado por su sadismo. 

—¡Yo sólo...! —se quiso excusar Narciso, pero su hermano levantó la mano para que se callara la boca.

—Es una vergüenza que un hombre, a tu edad, tenga que comportarse de este modo contra una persona que está enferma y es débil desde que lo conoces —prosiguió sus quejas, con los brazos cruzados y una mirada severa. Era mayor que Narciso por cinco años, y se veía bastante más viejo aun así—. Le has magullado la boca, tiene la lengua y la garganta hinchada, tiene una muela suelta, le sangre el trasero como si sufriera la regla y un pómulo rojo. ¿Te ha puesto los cuernos acaso? ¿Te ha robado mucho dinero? ¿Qué clase de hermano tengo que se comportar como un cobarde que no sabe tener piedad por las personas enfermas?

Narciso no dijo ni una sola palabra. Sólo agachó la cabeza y dejó que los siguientes minutos sólo se escuchara la voz de su hermano hablándole, quejándose, despotricando de un pasado que ya quedó atrás... y también lo que ya supuse que había detrás.

—Lo siento... —fue lo único que le escuché decir en todo ese rato.

—Has estado los dos últimos años de tu matrimonio haciendo cosas muy desagradables —suspiró Edén con una expresión triste hacia donde yo estaba tumbado en la cama, enrollado entre las mantas porque sentía demasiado frío—. No apoyo eso, pero eres un hombre adulto y sólo tú debes de comprender que este tipo de juegos nunca traen nada bueno a un matrimonio. Descargar tu mal humor por Ébano es terrible, y peor aún que después de dos años sin verlo, me he dado cuenta que ha cambiado muchísimo: Está más delgado, más débil, más pálido... y me lo encuentro de esa guisa. —Levantó la cabeza y dedicó una mirada de ceño fruncido a Narciso—. ¿Qué tal si dejas de actuar como un adolescentes desvergonzado, y reflexionas sobre lo que tienes ahora mismo?

—Dejaré ver a los otros...

—De acuerdo, confiaré en tu palabra —finalizó—. ¿Dónde tienes el...?

No pude escuchar más, ya que se alejaron de la puerta y me quedó dormido por todo el cansancio acumulado. Quizás también por soportar todo el dolor.


El perdón y el jurar que cambiarías no era algo fácil de aceptar, sobre todo cuando llevabas tiempo decidiendo que ibas a dejar este mundo luchando lo mínimo, hasta que el cuerpo deja de moverse por sí mismo pese al dolor. Era algo que yo ya sabía. Como también supe que, al día siguiente, Narciso intentaría ser el hombre que una vez fue en el pasado tras la visita de mi cuñado.

Lo supe cuando desperté y el olor a la sopa de pollo de la cocina entraba por la habitación. Normalmente era yo el que cocinaba, y él únicamente lo hacía cuando yo estaba demasiado enfermo o por días especiales.

Lo supe cuando él estaba sentado en el borde inferior de la cama, viendo las noticias sin siquiera alejarse demasiado de mí. Al igual que un perro que no quería despegarse de su dueño, o quería saber que él estaría bien.

Lo supe cuando se acercó a mí y quiso revisar las heridas de mi boca. La sangre todavía podía sentirla, junto a tropezones de sangre seca manchadas en la comisuras de mis labios por la cara interna.

Lo supe cuando se rio en el momento de que rechacé su contacto. Siendo un golpe suave por mi parte, y un pequeño tic en su ojo a causa de una negación que nunca le gustaba recibir ni siquiera cuando las cosas iban bien con nosotros.

Lo supe cuando se excusó, justificando todas sus acciones en pos de sus celos. El miedo a que alguien como yo lo abandonara por otro hombre más guapo, más rico, más exitoso o que estuviera más tiempo en casa. Incluso jugó la carta de su trabajo, diciendo que su puesto lo había conseguido gracias a que su jefe valoraba mucho su esfuerzo.

Trabajar era algo bueno si lo hacías con una sonrisa en la cara, el estómago lleno y un sentimiento cálido en el corazón. Pero Narciso se marchaba con una expresión seria, un café bailando en los jugos de su barriga, un corazón lleno de recelo y los huevos llenos porque su esposo sólo era un tipo tonto y amable que enfermaba demasiado rápido.

El abuso no se podía justificar, ni si quiera cuando tu amor seguía intentando reducir el impacto de las acciones. Sí, yo seguía queriéndole pese a todo lo que me hizo, pero tras el tiempo transcurrido la venda se iba desprendiendo de mis ojos y la realidad pesaba más que los sentimientos. Era un sabor amargo, como saborear tu propia sangre, y difícil de quitar incluso con una taza caliente de té o chocolate con nubes.

Mi problema nunca fue que él trabajara, viajara con sus compañeros de trabajo o fuera un hombre ocupado. Era la mentira, el engaño, la ceguera emocional, la negación, la sustitución... Diez años eran mucho tiempo para haber conocido a tu pareja lo suficiente para, al menos, anticiparte a ciertas situaciones o leer ciertas expresiones detrás de la cortina facial. 

Él siguió justificando sus acciones sin llegar al punto correcto: "Me esforcé mucho en mi trabajo por ti", "Yo no puedo hacer nada, porque si me quejo no ascenderé más", "siento que te sientas solo, pero así es la vida adulta"... pero la que más dolió, entre varias, fue la de decir que anoche se sintió furioso y actuó impulsivamente.

Qué chistoso. ¿Violar a tu pareja, ahora se le llama "ser impulsivo"? ¿Follarle la boca y el culo hasta sangrar, ahora se llamaba "sentirse enfadado"?

—Golpéame o insúltame si eso te hace sentir mejor, Eb.

Yo sólo negué con la cabeza, alejándome de él, y simplemente le dije:

—Ahora eso no sirve, porque lo que rompes no puede repararse para que así se sienta igual de bien que al principio.

No dije nada más, directamente me marché a la habitación de huéspedes que teníamos sólo para jugar con el gatito.

Porque mi enfermedad sólo era un clavo, y mis palabras serían un martillo para romper un corazón sin tocarlo.

Las relaciones eran como las plantas: Si no las cuidabas adecuadamente, éstas, morían aunque lamentaras la consecuencia obtenida.

Como era de esperarse, desde el momento que mi venda cayó lentamente de mis ojos aunque mi corazón doliera, pasé los primeros días después del evento mostrando una actitud estoica aunque no desagradable. Mantenía la distancia, alzando una ligera barrera invisible a la altura de la cadera para que Narciso se diera cuenta de lo que estaba pasando; pero ahora de un modo distinto al habitual.

El primer paso ya estaba dado, y fue pequeños golpecitos al ego en modo de silencio o frases limitadas. Al principio él se enfadaba al instante y gritaba que le dijera qué me pasaba, el por que me comportaba como una perra, y que él no sabía leer mentes. No necesitaba leer lo que pensaba, sino voltear hacia atrás y comprobar que muchas acciones tenían consecuencias.

El segundo llegó poco tiempo después, donde cambié las sábanas de la cama de la habitación de huéspedes para que dormir ahí de momento. El resultado fue tenerlo detrás, indignadísimo, diciéndome que estaba siendo ridículo e irracional, y que parecía que estaba adoptando un comportamiento típico de una mujer despechada.

Era gracioso como el "hoy" era criticable, pero el "ayer" quedó olvidado. Las relaciones no funcionaban esa manera, y yo no era de madera para que los golpes sólo se quedaran en simples grietas. Con Narciso debía de aplicar lo que se conocía como "Amor Duro". Un eufemismo muy conveniente si me preguntan, pero de momento era mejor esto que dejarlo pasar todo como un tonto que no tenía ningún tipo de personalidad. 

—¿Crees que no puedo vivir sin ti? —Le pregunté justo cuando terminé de hacer la cama, mirándole por encima del hombro con una expresión neutra.

—¿Qué? —Su mirada expresó incredulidad por un momento, antes de que se le escapara una sonrisa nerviosa—. No creo que vayas a morirte de repente, bobo. ¿Qué clase de pregunta es esa? 

Esa respuesta fue totalmente condescendiente. 

Me gustaría enfadarme, gritarle que estaba hablándole muy enserio y que las probabilidades de no volver  ver la primavera eran altas. Pronto me costaría moverme de la cama. Mi estómago se cerraría tanto que hasta un vaso de sopa me lo llenaría. Pero él seguiría igual de ciego, y yo sólo habría estado esperando el momento ideal para darle el primer y último golpe antes de poder cerrar los ojos y no volver a abrirlos. Conservar la esperanza era una pérdida de tiempo.

También me ofendía esa respuesta porque habíamos estado juntos por diez años y nos conocimos catorce. La mitad de mi vida. 

—Simplemente vete —murmuré, tomando al gatito de su cajita de cartón y salí para sentarme en la mecedora del salón.

Ahora el muyo entre nosotros llegaba hasta cubrir el corazón.


Fue a finales del mes cuando mi relación con Narciso, y parte de mi salud, terminaron empeorando. Esa mañana me levanté con un poquito de buen humor, jugué con el gatito y el dolor era bastante soportable. El día estaba previsto que fuera bastante gélido hasta el medio día, así que beber agua caliente era lo mejor que podía hacer para conservar el calor pese a ir con manga larga.

El timbre sonó, y cuando abrí me llevé toda una sorpresa: Al otro lado la puerta había un chico de cabello negro y ojos marrón verdoso que no le echaría más de veinticinco años. Cabello corto y dotándolo de un aire inocente, de rasgos finos y suave vello a duras penas creciéndole en parte de su cara. Era la primera vez que lo había visto en toda mi vida, aunque conocía su identidad.

Era Ever.

—¿Sí, qué necesitas? —le pregunté en tono calmado.

—Me gustaría hablar de Narciso. —Fue directo al tema, lo que en realidad eso era mejor para mí, porque tener al amante de mi pareja era una buena forma de sacar más información para que mi golpe hacia su corazón fuera limpio—. ¿Puedo pasar.

—Pasa, por favor.

Le ofrecí un té caliente porque afuera hacía frío y por su ropa sabía que nevaba un poco. Era gracioso verle sorprendido que le tratara con cortesía, una tono de voz estable y ni siquiera le exigiera explicaciones. Quizás en el pasado lo hubiera hecho, incluso la probabilidad de cerrarle la puerta en la cara era posible. 

Nos dirigimos al salón y tomamos asiento. La conversación al principio era bastante sosa y predecible, o al menos yo me había imaginado una situación parecía en algún momento de mi vida si hubiera conocido a alguno de esos amantes: Confirmó mis sospechas de que él uno de muchos —aunque no fue exactamente como él me lo dijo—, que tenían una relación desde hacía tres años, y que dejara de arrastrar a un buen hombre porque yo parecía ser el causante de sus cambios de humor.

Me sentí un poco triste en el fondo, pero mi respuesta simplemente fue:

—Al igual que la naturaleza, a algunos hombres no se les puede retener ni aunque se derramen lágrimas en nombre de otros. 

Entonces Ever sonrió un poco, casi pareciendo ilusionado por contarme algo.

—Entonces un problema, porque anoche Narciso y yo pasamos la noche juntos, ya que por lo que me contó entre trago y trago, tú estabas siendo una perra desagradecida —hizo una pausa, y añadió al ver mi mandíbula tensada—. Hemos pasado por mucho tiempo juntos. Tanto en las cosas buenas como en las malas, y no estoy seguro de si eres de esos que prefieren agarrarse a un clavo ardiendo hasta que mueran, o simplemente te gusta molestar a otras personas que podrían darle una mejor vida.

—Oh.... 

—Supongo que lo vuestro empezó a romperse en vuestro tercer año de pareja o algo así me confesó.

—Hace tres años... —murmuré al recordar algo, ignorando gran parte del veneno que me negaba a tomar—. Eso fue cuando...

Fue una epidemia de adenovirus, llegando repentinamente al pequeño pueblo en que vivía con Narciso. En aquel entonces, llevábamos tres años de relación oficial. Le había dado el pack de anillos y me apoyó cuando murió mi madre, aunque nunca la viera como una mujer que mereciera la pena derramar lágrimas. 

Narciso no tenía su puesto de director de área secundaria en su actual empresa, sino que trabajaba para un grupo minorista que trasladaban productos en camiones grandes; normalmente muebles, electrodomésticos, o mercancías en grandes cantidades. En aquel momento, el pueblo estaba en un caos cuando sonaron las alarmas por enfermedad y decidieron acordonar todas las entradas y salidas de la carretera para prohibir el flujo de vehículos e impedir futuras expansiones.

Yo estuve presente en aquel entonces. Fui testigo de como la gente moría por problemas respiratorios, vomitaban sangre que ensuciaban los respiradores, y el personal médico estaba desbordado. Los podías encontrar moviéndose durante horas, sin saber cuándo tendrían un cambio de turno o cuando podrían dormir; e incluso algunos dormían sólo minutos hasta que alguien les despertaba por una urgencia. Así que, durante un tiempo, se abrieron los alas: Los que estaban aislados, y los que podían recibir algún tipo de visita siempre y cuando se siguieran las normativas expuestas.

Yo tenía a mi jefe y a su familia en ese hospital, sufriendo los estragos de una enfermedad que te devoraba por dentro y no sabías si despertarías al día siguiente o mejorarías. Él era una persona muy buena, y su mujer una señora increíble que siempre saludaba a todo el mundo incluso cuando parecía tener un humor de mierda. En el momento de que mi jefe murió, me sentí devastado cuando me dijeron la noticia, como si una parte de mi corazón me la hubieran arrancado y lanzado al mar para así jamás volverla a obtener. Como dije, él era una persona extraordinaria y murió muy pronto pese a no superar sus cincuenta. 

Como obligación moral, centré mis esperanzas en su mujer y su hija adolescente, esperando que algunas de ellas dos pudieran superar una enfermedad de la que podrían salir con paciencia, medicación de calidad, atención y esfuerzo propio. 

En aquel momento, herido por la pérdida de una persona que me había ayudado cuando mi enfermedad estaba a duras penas en sus inicios, pensé que la vida de una persona enferma como yo no era buena para Narciso. Retrasaría su éxito, el amor que tendríamos se pudriría, habrían demasiadas lágrimas y aflicciones en lugar de risas y alegrías, pero sobre todo nunca faltaba el pensamiento intrusivo de que esta relación sería un problema en el futuro. No tendría arreglo si seguía con él.

Esa misma noche, Narciso apareció de repente en el hospital y salimos afuera para hablar de estas cosas, evitando molestar a los enfermos. Él estaba muy nervioso y enfadado. Llevaba días sin saber de mí, preguntándose dónde demonios estaba y por qué no llevaba mi teléfono encima. Salieron palabras duras e hirientes de su parte, y calmadas por el mío por haber visto lo frágil que era una relación con una persona de su clase. No es que sirvieran de mucho, ya que me dio levantó la mano al enterarse que no salí de ahí porque estaba cuidando a personas que "no eran de mi familia", pero no me golpeó. En su lugar, yo le tomé de la mano y le dije con paciencia que existían muchas clases de familia más allá de la tradicional, y mi deber personal era ofrecer apoyo a aquellas personas que me ayudaron en momentos difíciles. 

Fue una de las primeras veces en las que Narciso lloró con el corazón abierto, exponiendo muchas de sus preocupaciones y miedos, y balbuceando que vivir sin mí era como arrancárselo del pecho hasta que él dejara de moverse. Que yo era el único que podía tocárselo en todo el mundo.

Narciso tenía razón en algo: Yo era la única persona de su vida que pudiera tomar su corazón, arrancarlo y romperlo contra el suelo. Pero yo no quería arrancárselo, sino crear pequeñas grietas sin moverlo del sitio.

Por desgracia, la familia de mi jefe murió. Su esposa lo hizo diez días después de la visita de Narciso al hospital, y su hija la siguió en la madrugada del día siguiente. Fue un día gris, lleno de lluvias torrenciales y ni una estrella en el cielo, dándole a todo esto un toque depresivo.

Lo mismo que yo pensé, se lo dije a él de un modo más resumido, a lo que Ever asintió.

—Sí, recuerdo esa época —miró sus dedos como si fueran más interesantes que mirarme a la cara—. Todavía estaba en mi carrera universitaria cuando aquello pasó, pero yo vivía en otra ciudad y por lo tanto podía verle más tiempo. Sólo que Narciso estaba demasiado ocupado trabajando y pensando en cosas innecesarias.

—Entiendo que estés a la defensiva tras conocer a la pareja oficial del hombre al que estás acostándote a mis espaldas, lo cual es un tanto deprimente si tenemos en cuenta que no eres el único en su vida.

—A diferencia de ti, que pareces disfrutar de disfrazar tu dolor en palabras amables y un tono dulce —tomó la taza de té ya tibio y me miró, con un brillo que deseaba muchas cosas horribles—, yo soy más directo. A Narciso le gusta la honestidad. Le aconsejé que te dejara, porque dice que siempre estás enfermo, triste y no puede hacer cosas propias de una pareja sin que se sienta... insatisfecho. Así que supongo que, entre vosotros, lo que antes fue una relación más o menos estable aunque fuera cara el público... ahora sólo parecéis tener una relación familiar. Ya sabes, como se hacía antiguamente, donde la gente sana cuidaba a los enfermos por lástima. 

—Cuidar a los enfermos es una labor encomiable —arrojé, conteniendo parte de mis emociones y no tirarle nada a a cabeza—. Que tú creas esas cosas tan desagradables, no es mi...

—¿Sabes lo que hizo con vuestro anillo? —me interrumpió, consiguiendo que dejara el té en la mesa.

Miré hacia abajo, acariciando el anillo que seguía en mi dedo pese a todos nuestros problemas, recordándome que sólo tenía que resistir un poco más antes de dejarlo todo preparado.

—No...

—Lo tiró —respondió, deteniendo mi corazón por un momento—. Dijo que quería cortar lazos contigo en algún momento, pero no sabía cómo hacerlo sin que te comportaras como una mujer despechada. Así que, intentando cambiar de corazón, lo tiró delante de mí al no ser algo valioso más allá del peso emocional de un pasado carcomido. 

—Eso no es...

Ever se levantó tras terminar su té y añadió, inclinándose frente a mí en el sofá de al lado:

—¿Te gustaría que te dejará con las sobras, o prefieres que te lo traiga la próxima vez que termine borracho en mi cama?

—Fuera de mi casa... —solté de inmediato, conteniendo todo lo que estaba soportando mi cuerpo.

Él solo se rió levemente, marchándose mientras yo mismo deseaba escupirle que no volviera a llamar a este hogar como si creyera que algún día sería suyo.

Hubiera estado bien haber soltado eso. Sólo que, en realidad, forcé tanto mi cuerpo que terminé escupiendo sangre.

Tenía poco tiempo, por eso empecé a tomar decisiones finales.

Cuando todas las piezas terminaban encajando, ya entendías como iba a terminar todo. Tenías una cosmovisión hacia las preguntas más relevantes, dándolas por sentado aunque todavía no se hubieran creado en una situación directa, como también lo harías con las menos relevantes. Aquello fue gracias a Ever, que aunque se apreciaba toda la oscuridad que guardaba un corazón tan joven, fue lo bastante directo para darme el empujón necesario para que toda la energía acumulada durante años terminara en un bonito golpe directo al corazón.

Al día siguiente de que Ever hiciera un destrozo emocional en mi cuerpo, Narciso me anunció que estaba trabajando muy duro para darme una gran sorpresa en año nuevo. No necesitaba saber qué clase de sorpresa era, porque al final las cosas iban a ser siempre igual: Él me daría dinero en un sobre; el cual parte de él se guardaría en una hucha para un futuro que yo no iba a disfrutar; y después me llevaría a cenar a un lugar bonito, donde podría lucirse a la hora de sacar varios billetes.

El problema era que el dinero no sanaría mi enfermedad, y mi estómago no podía meter demasiada comida por lo que sería un desperdicio.

Año nuevo sería mañana, pero no la pasaría con él.

Ya tenía varias decisiones tomadas, por lo que antes de que él se marchara, abrí mis brazos con una sonrisa. Narciso vino a aceptarlo. La sensación de abrazarlo se sentía bien, como siempre ocurría, mucho más allá de estar desnudos en una cama y con los dolores acechando en cada empellón. Abrazarlo así, a mi manera, era gentil y un tanto nostálgico.

—Se siente como si esto fuera una despedida, Eb —me susurró—. ¿Por qué mi corazón duele un poco, Eb? 

Yo no respondí a ello. Simplemente me quedé así en ese minuto, abrazándolo del cuello con los ojos cerrados, y recordar que todo esto era tomado por una lección en el nombre del amor. Era una decisión extrema, por supuesto, pero sólo yo sabía hasta dónde podría aguantar mi cuerpo independientemente de los ánimos o las cosas que diera la gente por ello sin saber mi situación.

Cuando él se fue, tomé la carta que escondí en el falso fondo de mi mesita de noche y la escondí entre los veinte botes de medicinas, esperanzado de que en algún momento encontrara en mis palabras el efecto que llevaba cultivando con paciencia. Después me vestí bien y tomé una mochila preparada, donde terminé saliendo a caminar en medio de una suave nevada por la mañana hasta la estación de tren. 

Diría muchas cosas que pasaron durante ese trayecto, pero la más importante era otra decisión tomada hacia el Dr. Heich. Heinri llevaba días enviándome mensajes de disculpas por lo que ocurrió en su consulta, el lamentar que un error hubiera hecho que me saltara algunas sesiones de quimioterapia, y que retrasara los volantes de mis medicinas y chequeos. 

Los mensajes empezaban siendo propios de un hombre afligido por la vergüenza, y finalmente dieron paso a alguien fervoroso y directo. 

"Si no vienes a quimioterapia o al hospital para hablarlo al menos, iré directo a tu casa".  Qué descaro, un hombre tan respetable como él cometiendo errores por alguien como yo. ¿Acaso no se daba cuenta de que estaba consiguiendo el efecto contrario con aquel carácter levemente autoritario?

En la estación tuvimos una llamada de no más de cinco minutos, y porque yo lo quise así. Abrí parte de mi corazón al decirle que iba a dejar de intentarlo, de que lamentaba causarle problemas a un hombre tan dedicado a su labor de ayudar a otros, y que aunque sus intenciones para que volviera eran buenas, no iba a vivir mucho. 

Esto último no era mentira. Día a día me estaba sintiendo peor, tanto que pensé que sólo conseguía salir de la cama porque era necesario tomar cada decisión hasta el final del trayecto, pues postrado en una cama nada funcionaría igual. 

¿Sirvió alejarlo de mí?

No. No lo hizo, porque de repente Henry apareció en la estación yendo directamente hacía mientras observaba un cartel luminoso, anunciando que los trenes se retrasarían treinta minutos como mínimo por las nevadas. Fue una sorpresa encontrármelo, enfadado y la cara tensa, por lo que obviamente sabía que iban a salir palabras duras por ambas partes.

De un modo semi-poético, Henry volvió a declarárseme sin decirlo abiertamente delante de la gente de la estación, confesándome que quería cuidarme hasta el final de mis días. Era una declaración hermosa, digna de una novela romántica de época, pero los dos éramos hombres y nuestra sociedad no veía este tipo de relaciones como algo puramente bueno. Y aun así, aunque fuera otro caso aparte, él no dejaba de ser mi médico y yo su paciente, lo que lo volvería todo demasiado poco ético.

¿Cómo me encontró? Por el GPS.

¿Por qué vino? Porque necesitaba verme.

¿Por qué me lo confesó? Porque intuía cuan roto estaba. 

Hubiera estado bien que hubiera dejado a Narciso, y en su lugar me hubiera fugado con Henry, ¿verdad?  Si lo hubiera hecho, entonces esto sería una historia de amor con final feliz; pero en realidad era todo lo contrario.

¿Y me marché en el tren? No. Tomamos una decisión mejor.

Decidimos tomar una misma ruta, porque el final del camino iba a dar el mismo resultado.

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