El arte de romper un corazón...

By JeanRedWolf

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[Autoconclusiva] [Novela Corta] Dicen que hablar de amor es cliché, y también aquellos que amamos genuinament... More

P R E F A C I O
1. Los primeros nudos
2. Las primeras razones
4. Los más intensos
5. Los errores se pagan
6. Los finales decididos

3. Los primeros intentos

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By JeanRedWolf

Narciso creía que el amor era algo que se conseguía con sexo de cualquier clase, independientemente de si era algo brusco o delicado, si habían besos y abrazos o agarres y mordidas, si sonaban nuestros nombre o sólo salían sonidos ininteligibles. Narciso cría mal, especialmente esa noche, haciendo que su intento de que lo perdonada por todo lo que había hecho obtuvo un efecto caótico y brumoso, alejándose de lo que debería de haber sido la experiencia.

Aunque después de terminar él se hubiera quedado dormido en segundos, yo pasé algunas horas despierto con lágrimas en los ojos, murmurando todo lo que pasaba en mi cabeza porque sabía que él no iba a escuchar nada por tener un sueño muy profundo. Le confesé el miedo de haberlo visto desquiciado sobre mí, el dolor de las muñecas, las punzadas del trasero, el asco de haber sido forzado, lo difícil que es demostrarle directamente que todo lo que estaba haciendo conmigo no iba a terminar bien. Hacía las preguntas erróneas, tomaba las decisiones egoístas, creía deliberadamente cosas sin fundamento en base a sus propios miedos personales.

Yo ya intuía cómo iba a acabar Narciso cuando yo ya no estuviera a su lado. Se daría cuenta demasiado tarde de todos sus errores, de sus sentimientos equivocados, de sus palabras incómodas, de las miradas aprehensivas, de la falsedad de mis sonrisas al ser la mayoría entrenadas para parecer siempre alegre, el hecho de ser voluble en un contexto trágico por no querer estudiar cada paso que daba... Narciso iba a sufrir mucho en el corazón, y yo ni siquiera le haría daño por una bofetada.

Mi sonrisa era más cruda que una espada bastarda, y el doble de afilada que una daga.


Cuando me despertó a primera hora de la mañana con un abrazo silencioso, supe que tuvo una pesadilla a la cual le habría afectado mucho mentalmente. Conmigo siempre tenía pesadillas cuando habían cosas mal en la relación. Llámalo casualidad o como quisieras, pero no fallaba ni una sola noche hasta que el problema se solucionaba o él se marchaba fuera de casa. 

Sería demasiado fácil echarme la culpa, aunque tampoco me importaba.

Tampoco importaba demasiado que, cuando me desperté unos quince minutos después para tomar mi medicación de la mañana, Narciso hubiera preparado la mesa alta del salón con varios platillos para el almuerzo. No es que no apreciara el esfuerzo y el gesto, pero no podías esperar que olvidara completamente lo que ocurrió ayer... o al menos lo que él fue haciendo desde hacía tiempo a mis espaldas. De hecho, la última vez que él hizo algo así para mí, fue alrededor de cinco años atrás.

Aun así, la charla en la mesa fue bastante breve. Tomaba la suficiente medicación para saber de antemano que mi estomago, desde hacía tiempo, ya estaba jodido. No tenía arreglo. Esa era una de las razones por las que no dejaba de adelgazar, y no podía decírselo porque él no parecía demasiado interesado en saber qué pasaba conmigo. Narciso se quedaba flotando en la parte superior del lago, esperando que el intento de hacer algo bonito por fin fue suficiente para que el contador de problemas volviera a cero. No iba a funcionar. Así no podían ir las cosas para nada, ni siquiera aunque te enfadaras por ello y patalearas como un niño.

Yo sólo me lo tomaba con calma. Picoteaba aquí y allá poco, escuchaba la charla banal que me regalaba para que la mesa no se quedara en silencio, y por supuesto que cuando llegó a sobre lo que ocurrió a noche eso consiguió que mi estómago se cerrara de golpe. 

—¿Te dolió mucho? 

Aquello fue lo que se atrevió a preguntarme, como si a alguien le gustara que su pareja de una década le arrancara de la ducha, lo inmovilizara con la mano, y con la otra le obligara a abrirte las piernas para meterla sin siquiera dilatarte el culo. Era asqueroso, y más todavía cuando me mostraba una expresión de arrepentimiento que antes me hacía dudar si realmente yo era un dramático o él era demasiado bueno fingiendo.

Yo sólo sonreí y negué.

—Sólo sé gentil la próxima vez.

Denunciar una violación en la sociedad, no funcionaba, y menos todavía si eras un hombre ahora que toda la política giraba entorno a las mujeres. Y aunque lo hicieras, en algunos lugares incluso llegarían a burlarse de ti "por maricón". Denunciar no servía, como tampoco huir como si nada porque temías empeorar las cosas.

Gritarle en la mesa tampoco solucionaría nada. El daño ya estaba hecho, mi cuerpo ya sabía lo que había sufrido y mi mente sufrió durante el proceso... pero aun así, aun estando comiendo en esta mesa juntos como si no pasara nada, todavía me mostraba Narciso que no había entendido nada.

¿Por qué no se daba cuenta de los detalles? ¿Por qué no podía ser capaz de ver más allá de lo obvio? ¿Por qué con verme una sonrisa en la cara es suficiente para olvidarlo todo?


Pero entonces llegó la hora de la comida, y supe de inmediato que no había estado ciego de algo: Narciso no llevaba nuestra alianza, la misma que yo seguía conservando desde el primer momento que decidí comprar un juego para ambos. 

Vi su dedo ahí, agarrando el tenedor para tomar una porción de ensalada con queso, cuando la marca de su dedo estaba casi difusa con su natural color de piel. Eso significaba que llevaba demasiado tiempo sin él puesto, lo cual no era del todo una sorpresa para mí, pues llevaba temporadas en que veía que no lo tenía y, de repente, aparecía en su dedo días después. 

Eso hacía un daño atroz.

—¿Y tú anillo? —pregunté casualmente, llevando una albóndiga a mi plato para cortarla en pedacitos pequeños. Mi pregunta hizo que la mano se quedara suspendida sobre el plato—. Bueno, no pasa nada que lo hayas perdido. No era gran cosa porque era muy barato, así que no te preocupes.

Narciso se hizo el estúpido, haciéndose preguntas a sí mismo sobre "¿dónde estaría el anillo?" o "¿No sería buena idea pedir otro par?".

Él seguía sin darse cuenta de que su intento de hacer las cosas bien, no dejaba de empeorarlo. Perder el anillo y no darle importancia, era lo mismo que estaba haciendo conmigo. El pensar que con comprar un par nuevo era suficiente, nada me dolería, y las cosas volverían a estar bien de nuevo. 

El anillo no era barato.

El anillo no era intercambiable.

El anillo tenía un gran peso simbólico, porque se lo regalé en su primer cumpleaños que cumplimos juntos, durante el invierno. Para Narciso fue el mejor regalo de su vida, el hecho de que la persona con la que quería vivir hasta hacerse viejo le regalara aquello, era una perfecta y enorme señal de cuánto lo amaba. Mi devoción por él era innata y desinteresada. Incluso tuve que hacer horas extras en mi trabajo, dañarme una de mis manos, y comer menos porque para mí ese par de anillos eran tan ideales como lo éramos nosotros. 

No hablamos más sobre ello porque yo me fui a por una botella de agua, y al rato Narciso se fue a la compañía para seguir trabajando. Estaba seguro que iría a trabajar, pero también a ver a esas otras personas que deseaban tener una oportunidad real con aquel hombre trabajador y guapo, pero que tenía un tipo de ceguera distinta a la mía. 

Porque yo amaba incondicionalmente, mientras que él no sabía ver más allá de la superficie.

Yo siempre intentaba ser una buena pareja: Atento, comprometido, amable, paciente, colaborativo, anticipado... Pero supuse que no era suficiente si él tenía a otras personas esperándole en otros lugares, pues ni siquiera se percató una mañana de que se iba a ir a trabajar sin un bufanda que evitara que cayera enfermo. Sólo recibí un sorprendido "gracias" y un beso en la mejilla, seguido de una promesa de que vendría por la noche a casa.

Yo sabía que él intentaba no errar tras darse cuenta de su error, y de que sus pesadillas no terminaran mientras conviviera conmigo en la misma cama. Pero también sabía que me iba a fallar, y eso era cuestión de tiempo.

Así que ese mismo día, respondiendo al mensaje del Dr. Henry sobre que mis medicinas se quedaron olvidadas en su coche, decidí ir por mí mismo al hospital aunque el clima de hoy fuera más frío que los anteriores, y yo cada día me notara más débil por dentro.

En medio de una metrópolis bulliciosa, con rascacielos que perforaban el cielo y calles llenas de desconocidos, se erigía un bastión de esperanza y curación: El Hospital Metropolitano de Sta. Clarissa.

Sus imponentes estructuras de cristal y acero se alzaban majestuosamente en medio del paisaje urbano, como faros de esperanza para los necesitados, mientras que los cielos nubosos invadían los cielos y la nieve a duras penas se encargaba de tocar todo con su blancura.

La gente que sabía de mis recurrentes visitas al hospital, decía que yo era un alma valiente pero asediada por la enfermedad, sin importar las veces que cruzara el umbral del hospital con un cuerpo esmirriado y una sonrisa siempre en la cara. Escuchaban mis pasos resonando por el suelo pulido del vestíbulo, y los murmullos de la vida cotidiana de un centro médico nunca abandonaban los rincones. Los hospitales no siempre eran como en las series o películas, donde la gente se podía permitir estar alegre y despreocupada; por eso todos los rostros que pasaban frente a mis ojos, mostraban la mezcla de sufrimiento y esperanza, recordándose silenciosamente que la lucha constante para algunos estaba garantizada a transformarse en éxito.

Las enfermeras de blanco impecable se desplazaban con gracia, como ángeles de la compasión, mientras los médicos llevaban la responsabilidad de cuidar y sanar en sus hombros. No eran perfectos. No eran dioses. Estas personas era mortales con sus vidas ajetreadas, miedos internos y días decepcionantes cuando la cosas no iban bien. Sin embargo la gente aquí dentro no podían pensar en ello mientras buscaba consuelo y alivio, en obtener respuestas a las preguntas que normalmente los profesionales médicos podían ofrecérselo.

Los largos pasillos del hospital se extendían como un laberinto, cada puerta ocultando historias de dolor y supervivencia. Mientras me dirigía hacia la la sala del Dr. Heich, avancé pensando que cada habitación era un capítulo en la epopeya de la vida, y de cada pasillo, de cada persona que entrada como una página en blanco llena de sorpresas y miedos.

Finalmente llegué hacia donde tenía el doctor su consulta, y me senté en las sillas de afuera al estar ocupado. El letrero azul a mi derecha decía mucho sin palabras, y lo único que pude hacer en este momento era suspirar profundamente. 

Las personas que estaban adentro lloraban, o más bien el padre al enterarse que su hijo tenía una enfermedad incurable pese a sólo tener doce años. Ver aquello me recordó también a mis padres cuando se enteraron que yo también estaba enfermo desde joven, aunque mi madre fue la que más drama armó en el hospital a causa de la negación. Ella creía que, por ser un hombre enfermo y débil, jamás le daría nietos ni me vería ser un padre de familia feliz de tener unos padres que me dieron de todo.

Aquello era bastante irónico, pues ambos fueron una cal y otra de arena a lo largo de mi vida hasta que dejaron de hablar conmigo, debido a que les dije que no iba a abandonar a Narciso y me daba igual que fuera un hombre de bajos recursos.

Tampoco importaba demasiado ahora pensar en mis padres, ya que ambos estaban muertos. 

—Siempre con esa mirada melancólica, Ébano.

Levanté la cabeza, percatándome que el Dr. Henri ya se había despedido de la familia y ahora lo tenía delante de mis narices. Siempre con una pequeña sonrisa amable. Siempre con su vestimenta pulcra y blanca como la túnica de un ángel. Siempre deseando que me encontrara con él para asegurarse que estaría bien.

—Lamento el haber retrasado mi visita —le dije, debido a que pasaron unos pocos días desde que decidí venir por mí mismo—. También quise aprovechar para que hablemos de la quimioterapia.

El Dr. Henry era de esas personas que se preocupaban demasiado por sus pacientes, y yo no era una excepción. Hablar de esto me daba miedo, pues sabía que conocía de sobra el final de mi vida y esto sólo era un deseo egoísta para poder irme tras dejar que Narciso supiera a apreciar más a las otras personas. 

No me gustó que hablara también sobre relación con Narciso —aunque no nombrándolo—, y hacerme el tonto no sería. Narciso me dejó un pronunciado moratón en el cuello tan visible que el maquillaje no podía ocultarlo en el exterior. Aun así, tuve que escuchar sus palabras de que era importante que tanto mi cuerpo como mi mente estuvieran centrada, ya que hacer quimioterapia era algo más allá de tumbarme y esperar a que todo sanara. Era ser comprometido, paciente, tener esperanza... pero sobre todo aceptar que no estamos solos al caminar por este camino en concreto.

Yo lo estaba, en cierta medida.

Y cuando Narciso me llamó en mitad de la charla en la consulta, confirmándome que él no vendría esta noche, tampoco me sorprendió. 

No me excusé con el doctor sobre lo poco delicado que fue Narciso, y tampoco me avergoncé del hecho de haber sido marcado como una res en el cuello, seguramente porque fue su manera de "marcar territorio" al saber que visitaba mucho al doctor. Una estupidez, por supuesto, pero ya sabíamos todos cómo eran los hombres cuando hacían estas tonterías. 

—Es importante que estés seguro de si esa relación que tienes es lo que necesitas, Ébano —prosiguió él después de silenciar mi teléfono—. Es más... ¿siquiera se lo has dicho? No quiero meterme en algo que no me concierne, y sin embargo creo que es importante...

—Doctor Heich —lo interrumpí en un tono suave—. Él no sabe nada de esto.

—¿Por qué...?

—Porque no me gustaría que una persona tan joven como él viviera su vida tan triste —sonreí de manera genuina, más tirando a la tristeza—. Sé que estas cosas son difíciles, y él está demasiado ocupado trabajando. Destrozar todo su esfuerzo es algo que no me gustaría ser partícipe.

Podía entender que Henry me dijera que pensara bien en mi relación, ya que por los informes que él me había dado durante todo este tiempo, se decía muchas veces que era importante que tuviera cuidado tanto con mi cuerpo como con mi mente. Yo ya de por sí estaba débil, había soportado muchos desplantes terribles, y con la quimioterapia todo podía irse cuesta a bajo en cualquier momento.

—Lo entiendo... —murmuró, dejando de toquetear su bolígrafo—. Pero, por favor, Ébano, debes de cuidarte primero tú y después pensar en los demás.

Tomé la bolsa de medicinas en la mesa, al lado de las flores de nieve, y tras levantarme le dije:

—Envíame un mensaje en cuanto sepa el día en el que empiece.

Y sin más me fui de allí, aceptando que esto sólo era un parche, y cuando Narciso se enterara de todo lo que quise soportar para asegurarme que fuera feliz, comprendería al quitarlo que bajo de él habían cosas más profundas que una sonrisa dulce repetitiva y una mirada lacónica.

—¡¿Quién te dio permiso para traer a esa cosa aquí, Eb!? 

Aquella voz por parte de Narciso me asustó, tras haber estado cuatro días desaparecido, y ahora lo tenía a unos pocos metros de donde me encontraba yo. En lugar de llevar el traje negro con el que lo vi irse, ahora llevaba un traje de tartán rojo oscuro que no había visto nunca. Se había arreglado el cabello para parecer más profesional, y la corbata tenía una horquilla bastante bonita con algo de pedrería para parecer más glamuroso. 

En lugar de saludar como una persona, mirándome a mí, en su lugar lo que obtuve fue a un hombre observaba al pequeño gatito que tenía en una caja frente a mí mientras jugaba con él usando un juguete sencillo. Los ojos de él se pusieron oscuros de enfado, e incluso sus puños se cerraron al ver que volví a hacer algo impropio de mí. 

Oh, bueno, más bien algo que él creía.

—Échalo de casa —insistió al ver que no le respondí al momento—. Esa clase de animales son sucios, rompen cosas, estropean muebles y por su aspecto callejero podría pegarte una enfermedad, Eb.

Hacía cuatro días que él ni siquiera me había llamado por sí mismo y emocionalmente me sentí deprimido, por lo que en el paseo del cuarto día por la mañana, encontré una cajita con un gatito vivo y dos muertos dentro de un contenedor de basura. Me dio demasiada lástima, por lo que enterré a los gatitos en un rincón del parque para que al menos pudieran tener un descanso pacífico, y me llevé al que todavía vivía. Era delgado y raquítico, pero quitando pulgas y garrapatas, se le veía bastante saludable.

—Además, no recuerdo que te interesaran los animales.

—Parece que sufres amnesia selectiva, Narciso —respondí decepcionado para voltear hacia el animal y así seguir jugando con él—. Cuando éramos adolescentes te dije que mis padres no querían que tuviera animales, ya que debía de centrarme sólo en mis estudios y aspirar a sacarme una buena carrera —expliqué—. Por ello, me prometí que cuando tuviera mi propia casa, adoptaría a algún animal para que me acompañara en los momentos difíciles. 

—¿Yo no te valgo para eso?

Tú no siempre estás en casa.

—Tu trabajo es difícil, y le dedicas mucho esfuerzo para ser bueno en ello. 

—Aun así, en estos diez años que llevamos juntos, nunca te ha dado por adoptar ningún animal. ¿Por qué ahora mismo estás siendo tan terco? —Sabía que él me decía eso para hacerme sentir mal, pero no estaba viendo las señales que yo le estaba dando de manera muy directas—. ¿Qué tal si esperas unos años más y compramos uno de raza que tenga mejor aspecto?

Me quedé callado, volteando sólo para dedicarle una mirada fija que le comenzó a poner un tanto incómodo. Seguía sin entender nada. Para Narciso, técnicamente yo debería de estar contento de tener un techo sobre mi cabeza, comida caliente para comer y una pareja; pero en realidad estas cosas no eran suficientes aunque él intentara que me centrara en las cosas buenas: El techo sobre mi cabeza de poco me servía si pronto vería el cielo dentro de una caja de pino; el tener una comida caliente no me servía de mucho porque prácticamente todo me sentaba pesado por la medicación; y aunque amara fielmente a mi pareja, ésta utilizaba el trabajo como excusa para dejarme solo y visitar a otros.

El gato era mi manera de decirle que sus ausencias herían y dolían más que muchas otras cosas, y estar todo en día en casa no era precisamente mi gusto predilecto para el tiempo que me quedaba de vida. Además... ¿Tiempo? ¿Unos años? ¿Cuándo iba a utilizar sus propios ojos para ver las señales? ¿Por qué uno de raza debía de ser mejor que un mestizo o que viniera de la propia calle? ¿Siquiera pensaría así de los niños adoptados? ¿De los objetos de segunda mano bien conservados?

—Quiero este gato —le dije.

Narciso me miró fijamente, intentando parecer un tanto estricto en lo que acababa de decirme, pero al cabo de un largo minuto chistó la lengua y se fue sin decirme ni una palabra. 

Esto significaba que había cedido a un capricho, pero también tendría que pagar un precio.

Y lo pagué, por supuesto que sí. Porque precisamente esa misma noche, Narciso se puso un poco intenso y se me pegó descaradamente por detrás, dejándome claro lo que quería. Claro que hubiera sido muy fácil decirle "no" o "no me encuentro bien", pero a estas alturas no importaba demasiado si teníamos en cuenta su forma de reaccionar en la ducha. 

Pero entonces la cagó, llamándome "Ever" en medio de un gruñido casi al finalizar, lo que destrozó más todavía mi esperanzas de que él mejorara. No podía entenderlo. ¿Por qué para mí era muy fácil compartir mi vida con una persona, pero para él no era suficiente? 


La siguiente noche, llegando borracho a la hora de cenar, también me volvió a llamar "Ever" aunque en esta ocasión con más claridad. 

Aguanté. 

Callé.

Simplemente en cuanto fue de día, tomé la novela más gruesa que tenía en mi librero y me puse a leer tranquilamente en el sofá, aceptando que Narciso aprendería a las malas cuando todo fuera demasiado tarde. Peor todavía fue enterarme que, como era de esperarse, iba a irse a un viaje de negocios —lo que no era raro en él— durante dos semanas, y se encargaría que los nuevos tipos que incluyeron a su empresa conocieran los gafes del oficia. 

¿Pero a qué no adivinarías quién era una de esos novatos? Ever Sprins, un chiquillo recién graduado de la universidad y que casualmente estaba en espera después de casi medio año. Y no es que aquello me pusiera celoso, sino más bien lo que provocó es que me sintiera triste saber que Narciso estuviera haciendo estas cosas con una persona que no era yo.

¿Desde cuánto tiempo? ¿Por qué? ¿Él sabría siquiera que Narciso era un hombre ya dentro de una relación?

Sin más que hablar al respecto, él se marchó diciéndome que esperaba tener un buen trato con un cliente y pronto podría acompañarme a hacerme chequeos al hospital para saber en qué podría ayudar.

El intento fue bueno, aunque insuficiente, porque él todavía no se quería dar cuenta de que todas las señales estaban volitando a su alrededor.

El tiempo para mí se acababa, mientras que la información estaba tomando impulso antes de impactarle en el corazón cuando llegara el día exacto.

Soportar las sesiones de quimioterapia era algo que a mi cuerpo le sentaba horrible, especialmente porque no sólo me provocaba nauseas y cerraba mi estómago, obligándome a ir corriendo a un baño, sino también me hacía sentir mucho más débil de lo habitual. Aquello, sumado a estar solo en una casa que se me hacía grande y el saber que Narciso estaba con otras personas más allá de la amistad, provocaba que fracasara todos mis intentos de soportar esto. 

Supuse que el primer intento fue devastador, especialmente por llamarme con el nombre de otro.

Dos semanas de espera era demasiado tiempo. 

Mientras que el Dr. Henry estaba ahí apoyándome durante las tardes, que era cuando su turno de trabajo terminaba, Narciso no me llamó en los primeros tres días. Yo lo hice, y descubrí que estaba cenando con Ever, el cual parecía tener una voz amable y jovial sin parecer demasiado aniñado. Dolió. Dolió mucho, pero no más que cada sesión en la que tenía mi estómago deshacerse dentro de sí mismo, la fiebre me dejaba en un estado lamentable durante las noches y la simple acción de caminar parecía exigirme el doble de esfuerzo. 

Hice todo lo que estaba en mi mano para soportar cada cosa mala que había en mi relación, incluso cuando un simple gesto generaba una tristeza profunda mientras la soledad de una habitación abandonada por uno del equipo me abrazaba con crueldad. Sin embargo, el Dr. Henry no paraba de ser cada vez más atento: Insistía en que comiera caliente en lugar de tibio, siempre protegiéndome del frío, siempre preguntándome cómo me sentía, siempre mirándome con esa amabilidad que me daba Narciso cada vez que cruzaba la puerta de casa y me encontraba sentado con un libro en la mano.

—¿Ya estás despierto? 

Volteé a mirar en dirección a la puerta, observando que el Dr. Henry había asomado su cabeza por ahí, sumado al Golden Retriver que llamaba "Sushi" y se le veía muy contento.

—Sí, y lamento haberle causado problemas ayer.

Ogh, por favor, Ébano... —suspiró, abriendo más la puerta para ingresar dentro de la habitación de su casa. En su mano llevaba una bandeja con un bol de sopa con arroz y algunas verduras reblandecidas—. En la consulta te lo puedo permitir, pero fuera de llo soy una persona normal pese a mi profesión. Llámame Henry.

—Pero...

—Henry —repitió.

—¿Todos los doctores son tan autoritarios? —pregunté, haciéndole que alzara las cejas castañas en señal de sorpresa—. Tenía entendido que los médicos eran gente amables porque así era el cliché favorito de las mujeres.

Él sonrió levemente y se sentó en el borde de la cama donde estaba yo. Sushi, por el contrario, prefirió rodearla y colocarse sobre mis pies mientras su afelpada cola dorada se agitaba de un lago a otro.

—Te traje una sopa ligera para que tuvieras algo de alimento —evadió mi pregunta, e incluso mi púa, para plantarme lo que me trajo delante de él. Olía muy bien, pero en realidad no tenía demasiada hambre pese que a lo de anoche fue catastrófico—. Por favor, tómala y no te rías de mi mediocridad ante la cocina, ya que no tengo mucho tiempo para aprender muchas recetas o romper mano con lo que tengo.

—Es usted es dem...

—¿Qué? Creo que no estoy entendiendo bien lo que estás diciendo.

Sonreí un poco.

—Eres demasiado amable... —murmuré.

—Somos amigos, ¿no? —dijo, moviendo la cuchara en mi dirección para que yo mismo la tomara—. Los amigos deben de cuidarse, porque nunca sabes en qué momento necesitarás sentirte apoyado por uno cuando todo se haga complicado.

Todo esto ocurrió porque anoche me encontré terriblemente mal, tanto que me equivoqué de número y en lugar de llamar a Narciso para decirle, entre lágrimas, que me sentía terrible por muchas razones diversas, al final llamé  Henry. Qué vergüenza era decirle a mi doctor estas cosas, y descubriera que mi relación con Narciso sólo era unilateral y habían muchas cosas que me había callado durante mucho tiempo.

Él llegó rápidamente a casa en cuanto me exigió ir a verme, aunque no contamos con que la fiebre me golpearía tan fuerte que, justo al abrir la puerta, me caí desmayado encima de él.

No recordaba mucho de lo que pasó durante la noche, más allá de que estaba llorándole y diciéndole cosas horribles por teléfono a la persona equivocada alrededor de las dos de la mañana. 

Soportar algo nuevo era difícil, y más todavía cuando te querías esforzar mucho para que nada ni nadie te mirara por encima del hombro, tomándote como una persona que en cualquier momento moriría tras pillar un resfriado. Al final sólo te quedaba ponerte una máscara a tu gusto, mostrarla abiertamente, y recordarte que tú mismo elegiste tomar todas esas decisiones complicadas en lugar de tomar el camino fácil del abandono.

Ese primer día que me desperté en la casa del Dr. Henry, pasaron muchas cosas extrañas y algo divertidas. Por ejemplo, descubrí que Henry vivía solo en un departamento modesto con vistas a un bonito parque donde paseaba a su perro, y que era un cocinero terrible.  También un poco raro cuando tomaba ciertas actitudes. 

Por ejemplo, cuando comimos, al notar que no podía comer mucho más de lo que me había puesto porque el arroz llenaba demasiado mi estómago, él tomó mi plato y lo intercambió por un cuenco de sopa. 

"Tienes que comer, pero forzarte a ello puede hacerte daño", eso fue lo que dijo tranquilamente. "La sopa está rica y puedes repetir si te quedas con un poco más de hambre". 

El gesto fue bastante considerado, pero se sentía... extraño. Era como si Henry quisiera mostrarme algo más que estar comiendo con un amigo en su casa, demostrar que yo era una persona importante más allá de ser su paciente, y que no le molestaba en absoluto allanar mi camino hacia una hipotética mejoría.

No podía lavar los platos porque el agua estaba demasiado fría.

No podía darle de comer al perro porque el saco pesaba demasiado.

No podía dormir en el sofá porque no era plegable.

No podía alejarme de la manta porque yo parecía alguien friolero.

Sus intenciones eran buenas, siempre con una sonrisa amable, pero cuando miraba el anillo de mi mano sus ojos se ponían tristes e intentaba centrarse en otras cosas. 

Yo no sabía que le interesaba a Henry más allá de la relación médico-paciente, pero aquello fue una irónica forma de decirme la vida algo: Él hubiera sido una buena opción si mi amor no fuera ciego, estúpido y fiel.

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