El arte de romper un corazón...

By JeanRedWolf

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[Autoconclusiva] [Novela Corta] Dicen que hablar de amor es cliché, y también aquellos que amamos genuinament... More

P R E F A C I O
2. Las primeras razones
3. Los primeros intentos
4. Los más intensos
5. Los errores se pagan
6. Los finales decididos

1. Los primeros nudos

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By JeanRedWolf

El anhelo llevó a las personas a esforzarse por alcanzar sus objetivos o satisfacer sus deseos más profundos. A menudo, se asociaba con sentimientos de insatisfacción o incompletitud, ya que sugería que faltaba algo en la vida de una persona y que anhelaba obtener.

Ese fue uno de los primeros nudos de mi soga cuando mi amor era ciego.

También fue uno de los que más me persiguió hasta el final del camino, aunque comenzó a intensificarse durante una fría mañana de invierno cuando salí del hospital. Las noticias que tenía que contarle a Narciso no eran precisamente buenas, por lo que llamarle fue lo primero que hice nada más salir por la puerta del edificio y sentir que el viento gélido quemaba mi piel de la cara, poniéndola colorada tanto en la parte de la nariz como en mis mejillas.

En mi mano tenía el teléfono móvil, pegado al oído, mientras sentía la tonta esperanza de que aceptara la llamada en lugar de ignorarme durante las primeras veces.

El número que llamó estaba apagado o fuera de cobertura. Por favor, llame en otro momento. Puede dejar un mensaje después de la señal.

Eso era lo que solía escuchar más veces de las que me habría gustado tras la línea telefónica. Al principio no era algo tan recurrente, aunque con los años la misma voz mecánica era lo más cercano a obtener una negativa después de horas de silencio, anhelando escuchar su voz detrás del teléfono para recordarme que era afortunado de querer a un chico tan increíble.

Qué estúpido era, pero me volvería a enamorar de nuevo si pudiera renacer; claro que intentando mejorar algunas cosas.

Aquel día, tras salir del hospital, me dirigí a la parada más cercana del autobús mientras no paraba de escuchar la voz de la mujer una y otra vez, mentalizándome de que las cosas no eran tan fáciles como eran antes. En lo que esperaba, al mismo tiempo que mi piel se congelaba del mismo modo que lo harían algún día mis emociones, hice una bola de papel con lo que obtuve del hospital y lo tiré al cubo de la basura.

No se sintió liberador, como tampoco lo hizo el subir al autobús y tras dos intentos más Narciso tomó la llamada.

¿Sí? —preguntó al otro lado de la línea—. ¿Ocurre algo importante, Ébano? Ya sabes que en esta época debo tomar horas extras en el trabajo.

La tristeza y el anhelo me invadieron junto al sonido de su voz, provocando que mordiera mi labio para controlar las lágrimas que empezaron a salir sin que tuviera ninguna oportunidad de detenerlas a mi voluntad.

—E-estaba nevando y... bueno... —murmuré, dándolo todo de mí para que no se me notara lloroso—. Me... me preguntaba cuándo volverías a casa. Se sentía muy vacía sin ti...

¿Te ocurre algo en realidad, o es esa sensación de melancolía que te da siempre que nieva?

Miré mi mano pálida, con la piel nacarada que rivalizaba con la nieve que caía perezosamente al otro lado de la ventana del autobús. El invierno no era realmente melancólico, sino lo que Narciso y yo solíamos hacer en el pasado. Sentía como si él no recordara o no quisiera acordarse de ello; por eso dije:

—Había pensado en hacer sopa con albóndigas y patatas —le informé, esperando obtener una respuesta positiva—. En invierno siempre te entraba bien mi sopa especial, ¿verdad...?

No puedo —interrumpió en un tono duro, casi pareciendo molesto. Aquello me deprimió más de lo que me gustaría—. Tampoco deberías cocinar, ya que siempre pareces cansado por todo. Llamaré a Barney para que te traiga esa sopa a casa, ya que prácticamente es la misma que se hace por tu zona.

—Pero...

Tengo que colgar —volvió a interrumpirme—, ya que estoy ocupado y necesito ganar dinero si no quiero que todo se vaya a la mierda. Es mi obligación proveer.

Y tras esas palabras, me colgó.

Al principio pensaba que Narciso era un pobre hombre al que las empresas explotaban de una forma muy sutil, también que solo era alguien exigente con expectativas lo bastante altas por las que tendría que luchar más duro que nadie. Justificarme siempre fue sencillo, especialmente si eso me ayudaba a no llorar como estaba haciendo dentro del autobús de camino a casa, mientras la gente me observaba desde la distancia sin siquiera tener la decencia de no hacerlo demasiado descarado.

No podía entenderlo, cómo alguien a quien le dedicaba todo mi amor de manera fiel y condicional, era capaz de hacer lo que fuera para hacerlo feliz... cuando él ni siquiera tenía la decencia de volver a nuestra casa. Aquello podía demorar semanas.

A veces pensaba que tener a Barney como una especie de ayudante temporal era algo bueno, me hacía sentir atendido porque Narciso trabajaba demasiado. El problema era que lo que al principio parecía una buena iniciativa, con el tiempo se volvió una rutina a la que yo mismo me obligaba a no tomar como opción de manera más directa; sin importar que Narciso pagara a Barney, o que el hombre siempre quisiera darme un rato de conversación porque no se atrevía a confesar que estaba triste por dejarme solo como un perro abandonado.

Era bastante triste comer solo los primeros días de invierno. Para nosotros, esos primeros días eran bastante alegres, ya que yo le preparaba a Narciso una sopa que me salía deliciosa porque la hacía con todo mi amor, y a veces le escondía un poquito más de carne para que tuviera energías suficientes para trabajar. Era una época de risas. Era una época en la que nos gustaba estar juntos, aunque su trabajo fuera exigente y su esfuerzo fuera un reto personal por el que lucharía hacia un final conjunto.

—Supongo que echarte de menos es mortal —me decía a mí mismo, llevando mi manga en dirección a la nariz para interceptar el sangrado que comenzaba a salir otra vez.


Narciso pensaba que empezar el invierno era un día cualquiera, un día más; sin embargo él estaba equivocado en algo: Quizás el invierno que entraba, yo ya no estuviera esperándole en esa casa vacía.

La sensación de recordar puede variar desde ser vívida y clara hasta ser borrosa y fragmentada. A menudo, cuando recuerdas algo, puedes experimentar una gama de emociones asociadas con ese recuerdo. Puedes sentir alegría, nostalgia, tristeza, felicidad, o cualquier otra emoción que esté relacionada con la memoria específica que estás evocando.

El problema de amar, siendo uno de los varios nudos que tuve que llevar conmigo, era el recordar constantemente algo. A veces triste, a veces doliente, y alguna que otra vez feliz para que no todo fuera tan negativo.

Eso me lo recordaba constantemente, sobre todo cuando el Dr. Heich me llamaba durante las mañanas. A veces para verificar mi estado, otras para sólo conseguir provocarme una risa tímida y agradecida de su atención.

Ébano, ¿no has considerado la opción que te di para que todo mejore? —me dijo una mañana cuando estaba a nada de salir—. Entiendo que dé algo de miedo, pero los estudios...

—Siempre le agradezco que sea tan atento, doctor —le interrumpí intentando no parecer demasiado grosero por ello—, pero necesitaré algo de tiempo para meditarlo mejor. Es una gran responsabilidad.

Entiendo... 

No era ningún secreto para mí que el Dr. Heich llevaba mucho tiempo preocupado por mí, al igual que muchas personas cuando me encontraban. Aunque las razones eran bastante distintas, pues él sabía mi evolución en el apartado médico y los demás sólo obtenían lo que yo les demostraba ver. Siempre con una sonrisa.

La gente de mi localidad era muy amable, gente de pueblo ya mayor que observaba a la juventud con diferentes expresiones de sus rutinas. Para ello, yo era un buen chico que siempre intentaba ser lo más amable que pudiera pese a mis posibilidades. Sabían que era agradable, trabajador, y nunca me negaba a tener una charla ligera con la gente que estaba dispuesta a disfrutar de un buen día.

Visitaba sus locales para comer, hablaba levemente de mi vida sin tocar temas que les forzaran a verme con lástima, y siempre que podía les ayudaba a que desatacaran sus lenguas para sentir sus cargas menos pesadas. Aunque, por supuesto, la gente se terminaba oliendo que yo no dejaba de adelgazar constantemente pese a verme pálido y bastante frágil a simple vista. 

Cuando entraba y comía, no sólo lo hacía para ver a esta gente esforzarse día a día por un trabajo que querían conservar pese a las subidas de impuesto, sino también para recordar.

Como dije, el amor nos hace acordarnos de cosas dependiendo de nuestras vivencias. En este caso, el invierno hace que muchas cosas me recuerden a cuando yo y Narciso estábamos juntos pese a las dificultades. No podía olvidar tampoco las veces que él quería que yo comiera porque siempre me veía delgado, quebradizo y débil, mientras él se negaba comer fuera de casa porque no quería que sufriéramos demasiado económicamente.

Yo no lo permitía. Aunque tuviéramos que compartir una sopa para dos, era mejor motivarlo a que cumpliera sus sueños y hacerle feliz aunque yo sólo era débil y algo cobarde.

El problema era que, incluso en los recuerdos más agridulces, también habían mentiras.

—Juro estar siempre para ti, Ébano —me juró Narciso años atrás, en el mismo local en el que me encontraba en la actualidad—. También prometo esforzarme mucho para hacerte feliz, y que ninguna lágrima se atreva a aparecer en tu rostro.

Cuántas mentiras me dijo, y yo le creí. Supongo que es lo que tiene ser ciego y esperar obtener siempre algo de amor aunque el invierno fuera cruel y el mundo injusto. Nuestro amor, al igual que los tazones de sopa que tomaba, se iban haciendo más pequeños y sólo tenía que sonreír amargamente para recordarme algo doloroso.

Aun cuando él me mentía, yo le seguía queriendo.

—Sigo creyendo que la quimioterapia es la mejor opción, Ébano —aconsejó el Dr. Heich por segunda vez esta semana. Se me habían terminado algunas pastillas, por lo que tenía que venir para volver a obtenerlas—. Si lo pospones, la cosa será demasiado peligrosa en el caso de que aceptes de última hora.

El Dr. Heich era un buen hombre, amable y dulce. Siempre se preocupaba en exceso por sus pacientes sin importar su edad o género, además de saber siempre qué palabras utilizar. Aunque era un hombre amable, siempre parecía desolado o un poco amargo antes de voltearse y sonreír a la gente que lo llamaba por su nombre. De un suave color castaño, su cabello siempre se mostraba pulcro y bien peinado, ofreciéndole una expresión jovial y alegre a su rostro con lentes sencillas. A veces, cuando lo veía leer sus papeles dentro de su consulta, su ceño oscuro se apretaba un poco y sus rasgos faciales se acentuaban, haciéndolo un poco más mayor de lo que podría ser en el futuro.

Aun así, pese a que él es una buena persona, yo sigo siendo la persona de hace diez años: cobarde, tímido y tonto.

—Según los enlaces que me pasó para que me mantuviera informado —empecé a decirle, bajando mi mirada hacia mis dedos colocados sobre mis piernas—, creo que es algo que debo mantener todavía en mente. Usted mismo me dijo que era importante sentirse mentalmente estable, y en la actualidad necesitaré algo más de paciencia, debido a que estoy solo en mi apartamento. No creo que sea conveniente tomar una decisión tan importante si no está todo bien colocado en su lugar.

—Pero...

—Por favor —le interrumpí con amabilidad—, siga recetándome los medicamentos que ha estado haciendo durante este tiempo. Gracias a ello sangro menos —le informé al mismo tiempo en que él suspiró al comprender que no debía presionarme—. Sin embargo, la fiebre se ha vuelto más agresiva y últimamente eso afecta a mis sueños.

—¿A qué te refieres, Ébano?

—Sueño con el fuego —musité, escuchando que su mano se detuvo de escribir—, uno que me termina quemando vivo por dentro hasta que la piel se me agrieta y sale hacia el exterior... Desperté en un estado lamentable.

El hombre me miró con una expresión preocupada, habitual en él, y con un tono suave me dijo:

—Nunca olvides que cuido a mis pacientes, Ébano. Eso implica apoyarlos en momentos difíciles aunque no tengan a nadie a su lado, así que aférrate a cualquier esperanza que se te presente.

Sus palabras siempre parecían querer acariciarme el corazón, aquel que Narciso había colocado una infranqueable malla de recuerdos pasados, promesas vacías, sonrisas ensayadas y una amarga soledad que me carcomía por dentro al igual que mi enfermedad. Siempre que hacía eso, yo bajaba la mirada hacia la planta de su escritorio y sonreía un poco, sin decir nada más allá de un "gracias, Doctor" que en realidad a mucha gente le hubiera parecido superfluo y condescendiente.

Sin embargo, en esta ocasión después de tanto tiempo entre doctores, él fue el primero que hizo algo diferente. Fue justo cuando me dirigía hacia la puerta con las recetas de mi medicación, en lo que el sonido de su silla me hizo voltear por un segundo y ver al hombre sosteniendo su propia maceta entre las manos.

—Toma —me la puso literalmente entre las manos, dejándome sorprendido por el arrojo de aquella acción—. Nunca es bueno que nuestra mente divague cuando necesitamos concentrarnos en tomar las mejores decisiones, así que un hobby amable como cuidar plantas pueda ser lo que necesitas para encontrar lo la respuesta a tus dudas.

El Dr. Heich me regaló su macetita de unas flores que poseían algo irónico. Se trataba de las campanillas de nieve flores que, aparte de ser mis favoritas, tenían un significado hermoso: Esperanza y consuelo.

Yo no tenía ni idea de cómo cuidar una planta, cuando se me morían hasta los propios cactus, así que obtener algo que parecía gustarle mucho sólo me hizo sentir más nervioso todavía. 

—Do-Doctor... 

—Por favor, no lo niegues —insistió, volviendo lentamente hacia su asiento—. Es mi manera de tener esperanza de que tomarás las decisiones correctas, Ébano. Si al final es correcta mi predicción, tras terminar el tratamiento, las flores se verán más hermosas que ninguna.

Henry Heich tenía veintisiete años, era uno de los doctores más populares del hospital de un pueblecito de montaña, y fue el hombre que jamás se rindió aunque yo estuviera bailando constantemente con la amabilidad y utilizara mi ceguera como un acto cobarde de negación. Hubiera sido muy fácil seguir sus instrucciones, aceptar el tratamiento y ser acompañado por alguien amable... pero yo era fiel a mi corazón, y tenía la esperanza de que Narciso se daría cuenta de todo lo que estaba haciéndome.


Ese mismo frío día de principios de invierno me fui directo a mi solitario departamento, lamentando durante todo el transcurso del viaje en el transporte público que Narciso llevaba diecinueve días sin venir a casa.

Ese mismo día no sólo sufrí un dolor terrible que invadía todo mi cuerpo, obligándome a irme corriendo entre bamboleos hasta llevar la medicina a mi boca, sino que también recordé la primera vez que me enamoré de narciso perdidamente: Ambos éramos estudiantes, y él llevaba tiempo enamorado de mí. Así que, sabiendo mis gustos, él mismo compró mi libro favorito y aprovechó un fin de semana en el que el autor curiosamente visitó una ciudad vecina. Obtuve el libro el lunes siguiente, con hermosos deseos de un hombre que no había visto jamás en mi vida y por parte de un chico tan dulce como llevarte una cucharada de miel a la boca.

"¡Espero que te guste el libro... y que te guste yo también!" 

Eso fue lo que me dijo Narciso, en medio de las escaleras que daban a la azotea, conforme el libro que sujetaba entre las manos estaba a la altura de las mías. Tenía la cara completamente roja, incluso las propias orejas. Los ojos castaños de él se acristalaron por la vergüenza. Una persona normal seguramente lo hubiera considerado una situación curiosa y romántica, pero yo vi más allá.

Simplemente caí enamorado bajo la idea de que un chico como él, tan directo y amable, me garantizaría una buena vida aunque yo fuera débil y tímido. También demostraría a mis padres que estaban equivocados cuando me dijeron, año tras años, que jamás le resultaría atractivo para una chica que un muchacho como yo fuera tan flojo y excesivamente agradable. 

Fue una suerte que Narciso fuera un hombre y no una mujer, como también fue una amarga decisión saber que, años después, ese mismo amor que seguía conservando dentro de mi pecho, estaba envenenándome por cada día que pasaba.

Esa misma noche que encontré el libro que me regaló dentro de mi pequeño estudio, al lado de mis botes de pastillas, me sentí tan débil que prácticamente me quedé adormecido en el sofá con la esperanza que Narciso entrara por esa puerta por sorpresa.

Y mi deseo, vago e inocente, se cumplió.

—¡Joder, qué susto me has dado! —exclamó él nada más encender las luces, llevándose una mano al pecho y dándome una expresión enfadada—. ¿Acaso quieres que me dé un ataque al corazón?

Narciso se volvió un hombre emocionalmente intenso. Antes no lo era. Al principio, me enamoré de un hombre dulce, alegre, empático y encantador que intentaba siempre esforzarse por verme sonreír aunque mis días fueran difíciles. Sin embargo, con el tiempo, ese amor que él sentía por mí tan bello y cristalino, se fue quebrando por varios acontecimientos. 

Uno de ellos era el sexo.

Las primeras veces me presionaba y yo, pensando que eso me ayudaría a recuperar al hombre al que amé, simplemente se lo daba aunque mi cuerpo doliera horrores y al finalizar él se quedara dormido y yo hecho un asco a su lado. Después tuve que negarme. En un principio verbalmente, pero después los silencios eran la mejor respuesta aunque él se pusiera de mal humor y mascullara frases dolorosas.

Con el tiempo, Narciso hizo que su personalidad conmigo se volviera cruda. Era como ser acariciado por un pedazo de hielo, quemándome la piel y al mismo tiempo regalándome una sutil sensación de frescura que desaparecía pronto. Nadie tenía que decirme que Narciso tenía algún amante ahí fuera, en algún lugar, teniendo una segunda vida lejos de este hombre enfermo que tenía que soportar por los recuerdos o Dios sabe qué otras cosas. El hecho era que, como bien dije, con el paso del tiempo su personalidad fue cambiando y en su lugar los retazos de rechazo tanto suyos como míos provocó que él fuera más implacable y yo más quebradizo que el propio vidrio.

—Lo lamento —le dije en un tono bajo, casi neutro.

—¿Por qué demonios tenías que estar en el sofá? ¿Es que acaso quieres enfermarte más? —Chistó su lengua con enfado, alejándose hasta el perchero de la entrada para colgar su elegante abrigo marrón con forro interior. Ese era nuevo, al igual que las botas que llevaba en ese momento—. A todo esto, pensaba que ya estarías acostado en la cama.

Mi mano apretó el libro, el cual seguía sosteniendo en mi mano mientras lo observaba desde el sofá. Verlo como amor era estúpido, y no me quedaban demasiados sentimientos que regalarle desinteresadamente, por ello siempre optaba por hacerlo con suavidad y calma; aun cuando eso parecía irritarle.

—Estaba demasiado cansado —me excusé, siendo una mentira a medias—. Tampoco esperaba que vinieras de trabajar hoy, tan pronto.

¿Pronto? En absoluto. Casi tres semanas sin verle la cara se sentía como una eternidad.

—Debo de encontrar algunos momentos para volver a casa como una persona normal, ¿no? —sacudió la cabeza de un lado a otro, echando restos de aguanieve contra la madera que daba al pasillo, y volvió al salón. Yo seguía en mi lugar, como un perro esperando a que el dueño de la casa volviera y le prestara a tención—. No puedo permitirme pagar más habitaciones de hotel para ahorrar tiempo de trabajo.

—Tampoco me llamaste diariamente como me prometiste.

Narciso me dedicó una mirada severa, haciendo que yo baja la mía y me escondiera en una máscara de pétrea apatía. Todavía lo amaba como el primer día, pero mi nivel de estupidez y ceguera fueron cambiando con el paso del tiempo.

—¿Has vuelto a adelgazar, Eb? —Cambió de tema, algo que solía hacer muchas veces cuando no quería confrontar ciertas palabras por mi parte. Para él era más fácil apunta algo que me acomplejaba un poco—. Dios... ¿no te da asco verte al espejo, y descubrir que cada año estás más delgado? ¿Acaso eres un niño que necesita ser vigilado las veinticuatro horas del día?

Narciso era como el invierno: Una belleza cruel.

A veces su lengua lanzaba sonidos horribles que te hacían daño, al igual que agarrar hielo con las manos desnudas y no querer soltarlo aunque la piel te ardiera; y también habían momento en los que todo ese veneno, rechazo y dolor, intentaba intercambiarlo con un intento manido de amor crepitante y cuasi escarchado.

Supe que iba a hacer eso cuando me levanté de inmediato, en silencio, y me largué directamente hacia nuestra habitación con la mirada en el suelo. Ser herido era algo terrible, especialmente cuando el dolor provenía de una persona que querías con todo tu corazón aunque éste fuera frágil. También lo supe cuando me puse el pijama y él salió, diez minutos después, de la ducha para deslizarse sobre la cama y querer ser la cuchara grande en la cama.

Sentí su mano apoyada en mis costillas, y su tono cambió ahora a uno más débil y suave: 

—¿Cuánto peso has perdido? —preguntó, sintiendo sus dedo golpear las partes donde se encontraban las puntas de las cotillas—. Cada mes te siento más esmirriado, Eb.

—No he tenido demasiada últimamente —me excusé, siendo una verdad pero no completa—. Intento mantener el mejor aspecto que puedo, pero no soy experto en ello.

Al ver que no le rechacé el contacto de su mano, aunque se sintiera doloroso e incómodo, sí tuve que hacerlo en el momento que sentí su mano meterse por debajo de la camiseta del pijama. Ni siquiera dudé en sacársela de ahí y devolvérsela.

—¿Pero qué...?

—Estoy cansado, Narciso.

—He estado trabajando a cuatro ciudades de distancia, y ahora estoy aquí —respondió molesto por negarle algo que sabía que le gustaba recibir después del trabajo—. ¿Enserio que no me vas a demostrar cuánto me has echado de menos?

Echaba de menos a Narciso cada hora que tenía el día, ya estando despierto o durmiendo. No importaba que nuestra relación fuera una historia prefabricada para que mi corazón no se deteriorara rápidamente, como tampoco quería caer en esa dolorosa opción de sentir una ruptura de la primera persona a la que amé con intensidad. Daba igual que él fuera gélido, caprichoso, mandón, quejica e impulsivo; simplemente yo lo seguía queriendo de forma genuina y unilateral.

Era muy cruel en jugar esa carta conmigo. El decirme que me había echado de menos, cuando seguramente se habría acostado varias veces con su amante —o en plural, porque él era un hombre muy guapo— mientras estaba trabajando, era algo que había aprendido a rechazar de mi mente a como diera lugar aunque doliera demasiado.

—Teniendo en cuenta que también estoy enfermo, es mejor que no me insistas —le dije en voz baja, cerrando mis ojos para no querer ser testigo de su expresión entre dolida y juzgadora—. Además, acabas de llegar de trabajar. Deja de ser tan caprichoso entre semana, y aprovecha todas las horas que puedas para dormir.

Él apagó la luz y se colocó boca arriba.

El tic-tac del reloj de la habitación entre la penumbra me hizo abrir los ojos, recordando claramente las palabras de mi madre cuando ella sabía que me gustaba un chico. No le dije su nombre al principio, aunque supuse que una madre terminaba viendo más allá que sus hijos para saber si había algo o peligroso entre nuestras palabras resumidas. 

Ella, siendo una mujer creyente de mente cuadriculada, cuando se enteró que me gustaban los hombres, simplemente soltó un "¡JÁ!" sarcástico mientras llevaba una copa de vino a sus labios. Me dijo directamente a la cara que dos hombres no podían estar juntos, porque la parte más fuerte siempre sería la infiel y el débil sufriría constantemente al no poder atarlo con un bebé. Sostenía, entre sorbos de vino rosado y un programa de televisión de comedia desfasado, que no importaba cuán bueno fuera mi personalidad o cuán habilidoso fuera para mantener la casa limpia y su comida siempre preparada; él tarde o temprano me dejaría y se iría con una persona mejor y más fácil de controlar.

Mi padre, por su parte, sostenía que mi madre estaba parcialmente equivocada pero que una relación no podría nutrirse sólo por amor. Yo era débil, pequeño y muy distinto al hombre convencional que las parejas necesitaban, demasiado frágil, por lo que tarde o temprano mi pareja, fuera quien fuera, terminaría dejándome para encontrar un reemplazo mucho mejor y más resistente.

Sin embargo, pese a su rechazo y duras palabras, mi padre me dijo la misma frase que le dijo su propia madre cuando se enamoró de la mía: Hijo, el mismo día que comiences a pensar en los buenos recuerdos que tuviste durante tu relación, es entonces cuando debes de comprender que tu amor por él ha muerto y sólo quedan brasas que intentas transformar en llamas con papel mojado.

No negaré que llevé bastante tiempo pensado en cortar esta relación malsana e irme hacia... no lo sabía, a algún lugar tranquilo y dejar que el destino diera fin a mis pesares de la forma que quisiera.

Esa misma noche, en la Narciso mostró tanto rechazo como yo aunque de diferentes maneras, sólo me di la vuelta a la cama y lloré en silencio mientras le pasaba un brazo por su estómago. Yo lo quería, y por ello soportaba muchas cosas; sin embargo, sin importar todo lo que hiciera fuera de casa, prefería que lo hiciera lejos de mis ojos o seguramente yo terminaría finalizando todo aquello que una vez empezamos hace catorce años de manera casual.

Lloré por dos horas ininterrumpidas, sin despertarlo ni una sola vez, mientras le suplicaba en mi mente a él que dejara de ser tan cruel y mezquino conmigo, y volviera a mirarme de esa forma tan especial que tenía sólo para mí. El verle sonreír cuando llevaba una cucharada de mi sopa a la boca, la risa que obtenía cuando lo abrazaba en medio de la calle y le decía la primera tontería que cruzaba mi cabeza, el abrazo nocturno en el sabor suave y sensual de unos labios que pronunciaban mi nombre en un tono melódico, el sentir su presencia como un techo que me protegería de las inclemencias del exterior... todo eso y más, pero por cada presión que me daba, y cada efecto negativo que me clavaba como un aguijón en la piel, más me obligaba a alejarme.

Después de llorar y desahogarme, saqué un paquete de cigarros de mi mesita de noche y me largué hacia el salón a solas sin pensar en nada durante ese trayecto. El rechazo siempre dolía, y no siempre estaba inclinado hacia algo físico sino también emocional: El rechazo hacia algo nuevo, una idea, un color, una prenda, una canción, una comida, un recuerdo...

Entre calada y calada, sentado con una ligera manta alrededor de mi cuerpo y la vista perdida más allá del cristal que daba al balcón, pensé en todo lo que cambié por él. 

Yo era una persona muy trabajadora y alegre, siendo agradable con las personas en la empresa que trabajaba. Pero también fui bastante débil para evitar que otros me arrastraran, lo que desencadenó que mi vida adulta estuviera llena de desenfrenos como alcohol, tabaco, muchas horas nocturnas despiertos, exceso de café, alimentación deplorable... Todo para que mi trabajo fuera mi prioridad, pudiera darme una vida decentemente buena, y saber que yo y mi pareja no tendríamos que rompernos el lomo como si volviéramos a cuando eran cincuenta años atrás.

Fue un error que me salió caro.

Yo era el único culpable de que ahora mi cuerpo estuviera roto e inservible, aferrado a un amor que no era bilateral, estancado en una casa que mayoritariamente se quedaba vacía, y por supuesto que también esperanzado de volver a tener algo por lo que luchar en lugar de dejar que el tiempo disminuyera algo más que mis días.

Yo siempre intentaba ser el que tenía buena cara.

Yo siempre intentaba ser el que no tenía problemas aparentes.

Yo siempre era el que tenía que hacer que el día estaba bien.

Siempre yo. Nunca él.

Los celos son veneno, y eso es algo que siempre he aceptado desde la primera vez que lo escuché por parte de alguien muy cercano. Es una de las cosas que rompe las relaciones, ya sean infundados, justificados o simplemente por mera desconfianza acentuada por uno mismo.

En cuanto terminé de tomarme la medicación de la mañana, Narciso se asomó por la puerta de la cocina con el cabello revuelto, pero que le quedaba tan bien. Su cara, al contrario que su cabello, más que despreocupado parecía receloso de algo que había visto u oído.

—¿Desde cuándo te gustan las flores? —fue la pregunta que me lanzó con el ceño fruncido—. Es más, siempre pensé que tú no eres un "chico de flores", o al menos eso me dijiste cuando te quise regalar rosas en la universidad

Él tenía razón a medias. No es que no fuera "un chico de flores" sino que simplemente tenía demasiadas cosas que hacer con mi vida para, en algún momento, dedicarle un tiempo que no poseía a otro ser vivo que dependería de mí. No importaba que fuera una planta. Tener algo que, con el paso de los días terminaría muerto, era algo cruel y desagradable.

Lo que yo no entendía era el por qué me lo había preguntado con ese tono en su voz, áspero y demandante, como si tuviera que darle explicaciones por unas simples flores que decidí dejar en la mesita de café del salón sólo para alegarme un poco la vista.

—¿No puedo encontrar un hobby relajado? —le devolví la pregunta.

—¿Flores? ¿Es en serio, Eb?

—Me las regaló un amigo —decidí decir, lo cual no era una mentira. Consideraba a mi doctor como un amigo después de tanto tiempo, pero siempre manteniendo la profesionalidad y cierto respeto distante entre ambos—. ¿Acaso ahora estás celoso de que alguien me ayudara a probar algo nuevo?

—Esas jodidas flores son caras.

Puse los ojos en blanco.

—Son campanillas de invierno, Narciso —le dije, algo que él seguramente ya sabría de sobra—. ¿Qué van a tener de caro unas flores de no más de doce centímetros?

—Pues quizás porque esas flores son las primeras que crecen en el equinoccio de primavera y estamos recién empezando el invierno, ¿quizás? —espetó con desdén y una punzada de asco al señalarlas con su dedo como si fuera un ser horrendo y apestoso—. Por estar fuera de temporada, son carísimas. ¿Quién te va a regalar a ti algo tan caro, eh? Además, ¿qué amigo? ¿De dónde es? ¿Es de aquí?

Como ocurría de vez en cuando cuando algo distinto ocurría en mi vida, Narciso solía sacar esa intensidad de que lo caracterizaba, comportándose como un novio celópata. Pelear con él era inservible. Con el tiempo, aprendí que el silencio y seguir con mis cosas era el camino correcto para que terminara dejando el tema, dándome algunas palabras hirientes, y seguidamente se pusiera a ver la televisión en lo que yo le preparaba el desayuno si ese día no tenía que ir a trabajar.

Pero hoy no iba a ser ese día en el que él lo dejaría pasar. 

En un arrebato de enfado, me tomó fuertemente de brazo e hizo que el paquete de tostadas cayera sobre mis pies y él, sin siquiera fijarse, destruyera varias dentro del paquete con su propio pie. Verlo enfadado era algo terrible, pero yo no era un hombre débil que se dejara golpear por otro por cosas tan estúpidas. Fue por ello que lo miré con seriedad, dedicándole mi peor cara de consternación por tomarse como algo demasiado personal el hecho que alguien me regalara unas flores.

—Así que tú puedes divertirte fuera de nuestra casa, y yo no tengo derecho a hacer amigos, ¿no? —Solté directamente sin siquiera bajar la mirada. Me había limitado demasiado por este hombre con el paso del tiempo, queriendo ser el novio perfecto, y al final Narciso no podía ver más allá de sus propias narices—. ¿Quién eres tú para querer ponerme una correa y atarme a la puerta de casa?

—¡Qué cojones insinúas, imbécil! —grito, apretándome lo bastante fuerte para sentir una punzada justo en el hueco, pero me aguanté—. Me paso los días trabajando como un imbécil fuera de casa, lejos de mi casa, para que tú puedas hacer tus cosas desde aquí en lugar de caer enfermo todo el rato entre tus viajes en autobús, ¿y tienes los huevos de insinuarme algo como eso?

Sonreí con desdén, suspirando por la nariz. 

—¿Tu casa? —cuestioné—. Hasta donde yo sé está al nombre de nosotros dos, y el treinta por ciento de lo que entra aquí lo gano yo mismo sin que me tengas que tratar como si fuera un sugar baby, Narciso. ¿O acaso olvidaste la carrera que tenía?

—Así que eso es lo que tienes que decir, ¿eh? —Sonrió de la misma manera que lo hice yo, acentuando sus obvios celos contra enemigos imaginarios—. ¿Intentas hacerme gaslighting, Eb? A lo mejor ese supuesto amigo es, en realidad, algo más y por eso anoche no te quisiste acostar conmigo. ¿Tan barato sales que pueden comprarte con una planta modificada?

—¿Lo dice el hombre que volvió anoche oliendo a dos perfumes diferentes de los que estoy habituado a oler?

Como si mi insinuación directa le hubiera golpeado en el ego, soltó mi brazo la mano inversa se levantó con intenciones de darme una bofetada. Él jamás me había puesto una mano encima, ni siquiera cuando estaba enfadado o borracho durante un mal día, aunque quizás esto se debía a que la herida era reciente y él estaba comprendiendo que habían cosas que comenzaban a fallar en algo en lo que sólo yo estaba manteniendo a flote con mis propias manos. 

Irónico, pues no tenía más de un año de vida hoy por hoy, y no esperaba que el tratamiento me ayudará a eliminar todo aquello que yo mismo me provoqué por mi estupidez.

—¿Realmente estás dispuesto a golpearme? —le pregunté segundos antes de que su mano sufriera un tic nervioso—. Si volviste sólo para exigir mi cuerpo y que te cocinara algo más que un desayuno simple y vago... será mejor que salgas y reflexiones sobre lo que estás a punto de hacer.

Como era de esperar, Narciso volvió a la habitación para cambiarse de ropa y dar un portazo al marchase, mientras que yo di otro portazo... en la puerta del baño... para vomitar un coágulo de sangre.

Y eso sólo significaba algo: No quedaba demasiado tiempo.

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Con ella sentirme vacia no era un problema pues me llena, entendi que hay personas que son de estar y otras de ser con ella yo puedo SER.
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Dogday empieza a tener sueños extraños donde todos mueren y Catnap se vuelve un auténtico monstruo, y en donde cuyo felino es el causante de la muert...
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《𝐀𝐁𝐑𝐀𝐊𝐀𝐃𝐀𝐁𝐑𝐀 #𝟏》 ❝𝕯𝖎𝖔𝖘 𝖍𝖆 𝖒𝖚𝖊𝖗𝖙𝖔❞... Y su raza está maldita. ¿El amor será suficiente para salvarlos de la extinción? Tre...
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Mi chica e' modelo, Gigi Hadid Yo sigo invicto, como Khabib Tengo mi vida en Argentina Tengo mi gente acá en Madrid Álvaro me dice que no pare Que, e...