CICLOS ARCANOS - En los Templ...

By davidlovewrite

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Ari quiere ser inventor en un mundo en donde la tecnología está prohibida. Su padre quiere que sea un guerrer... More

Banda sonora
Mapa del mundo
El Animaquion
I - Introducción
I - El señor del los templos
II - La ciudad de los vientos - Parte I
II - La ciudad de los Vientos - Parte II
III - A medio camino hacia el mar - Parte I
III - A medio camino hacia al mar - Parte 2
IV - Informe de investigación - Aribell Deodriellis
V - Lexadur - La Ciudad del Templo
VI - La Taberna de Lluvia
VII - Las Cuevas de Lexadur, Parte II
VIII - El Páramo de Roinn Pobail - Parte I
VIII - El páramo de Roinn Pobail - parte II
VIII - El Páramo de Roinn Pobail - Parte III

VII - Las cuevas de Lexadur

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By davidlovewrite

                  Cuando Ari recuperó la conciencia, todo daba vueltas a su alrededor. Imágenes confusas irrumpieron de golpe en su mente. El dolor que martilleaba su cabeza hizo que volviera a cerrar los ojos y arrastrara las manos de la frente hasta la boca. Entonces, lo recordó todo: El granero, los soldados, el calor de las manos del roinnasi que aún latía en su garganta, la praeda y la sangre, la sangre de su padre, tirado en medio de la celda. Ari se arrastró con premura hasta él y le verificó el pulso.

                   —¡Gracias a los dioses!— dijo, para luego retirarse al fondo de la celda, con cientos de voces de lamento que llegaban hasta él, desde alguna zona apartada de ese laberíntico lugar.

                   Al estallar la guerra que marcó el final de la era de los Místicos, las cuevas de Lexadur se utilizaron para encerrar a los prisioneros que venían de las batallas que se libraban en la costa. En aquel entonces, el enemigo hizo arder toda la cosecha y el pueblo tuvo que correr a las mazmorras en busca de refugio. Ari conocía los hechos por boca de su padre y, en ese momento, recostado a la pared de piedra, con las rodillas recogidas al pecho, recordó las noches lejanas cuando solía contarle historias antes de dormir. Los minutos que siguieron en esa esquina hedionda y polvorienta, los tomó para culparse por palabra, obra y omisión. Con los dedos engarfiados, perdidos en su cabellera negra y la mirada aturdida de quien siente que los dioses le han puesto un peso mayor al que puede soportar, se preguntaba, mientras miraba a su padre tendido en el suelo, al borde de la muerte, cómo habría sido todo, si le hubiera partido la cabeza en dos a ese soldado, si hubiera manchado de sangre sus manos por vez primera, si hubiera tomado el camino de acero que Sotus le había preparado en vez del camino de la ciencia que hizo que terminaran en ese lugar. Fue en ese instante cuando llevó su mano al pecho. Las correas y otros objetos le habían sido arrebatados, pero aún mantenía sus botas. Arrodillado, exploró con cautela en busca de un compartimento oculto, y allí lo encontró: un alambre que había adquirido en la tienda de la posada Medio Camino.

                   —Con esto, podré hacer una llave —dijo Ari lleno de júbilo
De repente, escuchó una voz que se alzaba con levedad sobre los murmullos que hacían eco en las grutas que conformaban la mazmorra. Una voz que le resultaba familiar.

                  —¿Hola?... —llamó titubeante—. ¿Quién vive?

Ari se puso de pie, llegó hasta la puerta de la celda y pegó su rostro entre los barrotes, intentando una vez más identificar a la persona que estaba un par de celdas más allá de la suya.

                 —Soy Aribell, Aribell Deodriellis, secretario del...

                 —Sé quien eres, reconocí tu voz. No has parado de lamentarte desde que llegaste.

                  —¿Quién eres? Tu voz también se me hace conocida

                 —Hazel, la hija del gobernador

                 —¿¡Hazel!? ¿En serio? ¿Eres tú, Hazel?

                 —¿Qué clase de pregunta es esa? No tengo necesidad de mentirte.

                 —No tiene sentido... ¿por qué estás aquí? ¿Cómo es posible que el gobernador...?

                  —¿Podrías callarte niño? Desde hace una hora que intento concentrarme y tu lloriqueo no me deja.

                   —¿Lloriqueo? yo no estaba...

                  —¡No puede ser! porque no encerraron a este con la gente del pueblo! ¡Silencio!

                    Ari intentó enfocarse en la fabricación de la llave, pero las palabras extrañas que Hazel susurraba no lo dejaban concentrarse. "por eso nunca le permito a nadie entrar a mi taller a verme trabajar. Yo también necesito silencio" murmuró para sí mismo. Los recuerdos de la ciudad que había dejado hace tan solo seis meses, le parecieron tan lejanos. Jamás habría imaginado que, cuando se volviera a encontrar con la primera mujer que lo había deslumbrado, sería en una mazmorra, separados por solo un par de celdas.

                   —Del fresco aroma de las flores en Eodriel, a la hediondez de unas mazmorras. —dijo Ari, esbozando una irónica sonrisa, mientras doblaba el alambre de acero.

                     —¡Qué necio! que te calles te he dicho! —le espetó Hazel

                      No le fue fácil guardar silencio. Tenía demasiadas preguntas bailando en la punta de la lengua. ¿Quién era Kol y por qué tenía bajo sus órdenes a una praeda de la talla de Morrigan, capaz de dejar inconsciente no solo a su padre, sino, seguramente también a ella, una de las estelares más poderosas del reino? Ari no se equivocaba, se necesitó la fuerza de cuatro hombres para igualar la fiereza que aún mostraba Hazel, cuando fue traída al área especial de las mazmorras: Lanzaba patadas al aire, gritaba casi sin aliento improperios hasta que se rindió, ya sin fuerzas, a sus captores, viendo a través de una cortina color carmesí que escurría de a poco por sus ojos, como le ataban las manos y la tiraban al frío suelo de la celda para luego partir entre murmullos.

                    Hazel se arrastró hacia el centro del espacio que la mantenía cautiva, se arrodilló y cerró sus ojos calientes. Entonces, comenzó a murmurar de nuevo palabras incomprensibles durante varios segundos, como si entonara un misterioso mantra. Concluido el extraño ritual, dirigió su voz hacia la celda de Ari:

                       —Ha pasado una hora desde la última vez que los soldados que custodian estas mazmorras pasaron por esta área. Llevo veintiún horas aquí y han pasado veinte veces, la última coincidiendo con la llegada de ustedes, así que deben estar cerca. ¡Escucha! En unos segundos haré algo que llamará su atención, así que vendrán corriendo. Necesito que cuando lleguen, los retengas el tiempo suficiente para poder abrir la cerradura de mi celda. Con lo mucho que hablas, no creo que te sea difícil. Espero que estés listo —finalizó la joven estelar, con voz de urgencia.

                       —Solo dame un momento —dijo Ari, con voz apresurada, mientras terminaba de darle forma al pedazo de alambre que tenía entre sus dedos.

                       —No tenemos mucho tiempo niño

                       —Mi nombre es Aribell, y aunque no lo creas, también he encontrado una forma de escapar.
Hazel no esperó. Cerró los ojos, alzó las manos atadas a la altura de su boca, en una posición que recordaba una plegaria y anunció, con voz solemne, un extraño hechizo:

                        —¡Feraquia!

                       Luego, tomó una bocanada de aire que llenó su pecho, juntó los labios suavemente y silbó una nota llena de viento, pura y misteriosa que hizo retumbar el acero de la celda y apagar casi por completo el fuego de las antorchas. Cuando el aire de su pecho se había extinto, las cuerdas que la apresaban, empezaron a brillar con luz tenue. Entonces, logró romperlas como si fueran de papel mojado, dejando ver, en su mano derecha, el brazalete blanco que revelaba de manera inequívoca su condición como Alterda, y en su mano izquierda, una marca roja sobre su piel lastimada.

                           —¿Feraquia? ¿Cómo es posible? —La pregunta de Ari se antojó inoportuna.

                          —¡Prepárate, ya deben estar por venir! —avisó Hazel con voz seca y agitada

                          —Aún no he abierto mi... ¡maldita puerta! —dijo Ari, mientras hurgaba el agujero de la cerradura con la llave improvisada.

                          —Deja eso, ¡vas a arruinarlo todo niño! —espetó Hazel, mientras limpiaba la sangre de sus ojos, para luego colocarse frente a la puerta dando traspiés.

                          El eco de unos pasos llegó desde la distancia. Hazel cerró los puños, cruzó las muñecas a la altura de su pecho y extendió rápidamente las palmas de su mano en dirección a la cerradura. Entonces, pronunció otro hechizo:

                         —Alterquia, nivel diez: ¡clau-magistia!

                         De repente, el sonido metálico de una puerta cortó el aire. Ari, había logrado escapar, mientras que ella, con la respiración entrecortada, continuaba repitiendo "clau magistia, clau magistia, clau magistia" hasta caer de rodillas y murmurar para sí misma con rabia contenida, ¡Mierda, ya no tengo energía! Luego, alzó la mirada. Ari le abrió la puerta y extendió su mano para ayudarla a levantarse. Hazel negó con la cabeza y se incorporó, pero sus piernas flaquearon, lo que provocó que su caída fuera detenida por el pecho de Ari. Este la miraba sorprendido por el contraste entre su pequeña estatura y su gran poder, reducidos ahora a casi nada. ¿Cómo es posible que pudieran doblegar a una mujer capaz de utilizar las tres artes del ánima? En ese momento, una lanza se precipitó hacia el rostro de Ari, pero Hazel lo empujó a tiempo, haciendo que la lanza rozara el tabique de la nariz. La sangre estalló en el aire. Ari trastabilló y miró hacia su derecha. Dos enormes roinnasi se abalanzaban hacia ellos, mostrando sus colmillos afilados y garras.

                         —Praedaquia —Dijo Hazel, tratando de realizar otro hechizo, pero se mareó y tuvo que agarrarse de las barras de la celda para no caer. Sin perder el tiempo, uno de los roinnasi la tomó por el cuello, y la alzó con una sola mano. La sangre se acumuló en su rostro mientras intentaba separar las manos del roinnasi, pero la fuerza de aquel ser era abrumadora. Hazel daba patadas en el aire, golpeaba las manos del roinnasi y trataba de pedir ayuda con voz ahogada.

                         Ari esquivaba con dificultad las embestidas de garras afiladas mientras que gritaba el nombre de Hazel y maldecía por no poder ayudarla. Entonces, dio dos pasos hacia atrás y corrió hacia el fondo de la mazmorra. En cuestión de segundos se encontró en frente de una pared de piedra y con una bestia semihumana de dos metros de altura a sus espaldas. Ari miró de soslayo. El roinnasi mostraba sus colmillos en una especie de risa. Luego, se colocó de espaldas hacia la pared y se dejó caer al suelo. Había comprendido su situación, la persona que tenía enfrente, si es que se le podía llamar a esa cosa una persona, disfrutaba de la violencia. Había nacido para la guerra. De pronto, su enemigo, con pisadas que parecían hundirse en el suelo, se abalanzó rápidamente y sin aviso hacia él. Ari, tenía al alcance de su mano el arma que lo hirió en la nariz y su enemigo se había percatado, así que, con un rápido movimiento, extendió su mano, agarró la lanza y la arrojó con fuerza sin detenerse a pensar en que parte del cuerpo del roinnasi podría impactar. Aquella bestia la atrapó en el aire, la partió en dos y antes de que se diera cuenta, Ari ya estaba sobre su cabeza, extendiendo un alambre de acero que se ciñó con fuerza, en un segundo, al cuello del gigante guardia. El impulso los hizo caer al suelo con un golpe sordo, dejando a Ari debajo de la bestia. En un intento desesperado por escapar de la situación, el roinnasi trató de levantarse, pero Ari arqueó su espalda y apretó aún más su cuello, impidiéndoselo. El roinnasi, al borde de la asfixia, forcejeó con mayor intensidad. El rostro de Ari estaba marcado por una expresión de terror y desconcierto.

                     —Por favor, no me obligues a hacerlo —dijo, mientras negaba levemente con la cabeza y apretaba con fuerza el cable alrededor del cuello del enorme guardia—. Solo déjanos escapar, por favor.

                      Ari recibió su respuesta, no la que quería, sino la única que en ese momento necesitaba: El roinnasi, había conseguido rasgar un pedazo de piel de las costillas del joven secretario. Forcejeaba, intentaba que sus garras encontrarán la tierna piel por segunda y tercera y cuarta vez.

                     —¡Detente!, no quiero hacerlo —repetía Ari, con voz quebrada, una y otra vez sin dejar de estrangular al enorme guerrero, quien forcejeaba y estiraba sus manos hacia atrás mientras abría la boca en busca de aire. Por fin, luego de unos segundos, de aquel guardia sólo quedaron espasmos esporádicos, ojos rojos, un hilo de sangre escurriendo por la nariz y brazos, ya sin fuerzas, tendidos en el suelo.

                         Ari, exhausto, de rodillas en el suelo permaneció con la mirada perdida al lado del cuerpo del roinnasi, que aún se encontraba tibio, derrepente, Hazel lo volvió a la realidad con un grito ahogado. Entonces, tomó la lanza partida y la lanzó hacia donde estaba el roinnasi que la estrangulaba, logrando incrustarla en su espalda. El roinnasi, como si nada, tiró a hazel en el suelo y se dirigió hacia Ari. Hazel tosía y trataba de tomar bocanadas de aire desesperadamente. El Roinnasi se acercó, vio a su amigo tendido en el suelo y luego, lanzó un rugido de dolor que lo envolvió todo. Ari con las pocas fuerzas que le quedaron se tambaleó hasta el roinnasi, pero no pudo más, cayó de bruces al suelo, de repente, a su lado, el roinnasi lo acompaño, sin vida. Cuando Ari alzó la mirada, vio a Hazel, quien le habia incrustado con mayor profundidad la lanza en las entrañas. Sus piernas flaquearon y cayó también al suelo.

                         —Gracias. Aribell. Ahora ponte de pie. Pronto vendrán más guardias. Tenemos que salir de aquí. —dijo Hazel, haciendo un enorme esfuerzo para incorporarse.

—Quien sabe a cuantos metros bajo tierra estamos. Yo ya no tengo fuerzas para seguir.

—Si ese es tu deseo, no insistiré. Pero yo tengo que salvar a la ciudad y a mi padre. Solo te advierto, que no vivirán más de dos días.

                        Hazel, se dirigió hacia el fondo de la mazmorra, a la misma pared de piedra con la que Ari se había encontrado. Este, por su parte, se quedó un momento observando el cuerpo del roinnasi que había asesinado. En ese momento, sintió la necesidad de buscar consuelo en su padre. Sus manos estaban manchadas de sangre. De niño, jamás se hubiera imaginado que su vida terminaría así. Pero ahora, a pesar que la amargura, impotencia y la tristeza, aún le apretaba la garganta, se dirigió a paso lento y cansado hacia la celda, para llevar a rastras a su padre hacia donde estaba Hazel y una vez ahí, luego de haber recuperado un poco el aliento. La joven estelar cerró los ojos, respiró profundo y pronunció con voz solemne, otras palabras extrañas a oídos de Ari.

                         —Wer Lek Hanna.

                        En ese momento se escuchó un crujir de piedras, luego toda la estructura se corrío de izquierda a derecha en una nube de polvo que descubrió, al disiparse, un pasadizo tenebroso. Las historias que Sotus le había contado de pequeño sobre las antiguas cuevas que conectaban tres ciudades de Merkel, con las montañas de Roinn Pobail, cobraron vida en ese momento.

                            —¿Quién eres? —dijo Ari a media voz

Ella lo miró con indiferencia y continuó hasta que lo único que se alcanzó a escuchar fue el eco de su voz en medio de la penumbra.

                            —¡Cállate y sígueme, más guardias se aproximan! —Hazel respiro un poco de aire denso, cerró los ojos y dijo de nuevo con voz solemne "Zir Lek Hanna" Las piedras crujieron por segunda vez hasta que la puerta se cerró con Ari, Sotus y ella dentro.

La oscuridad era profunda. Un mal presentimiento inundó la cabeza del joven guerrero. Entonces, Hazel con las pocas fuerzas que le quedaban, pronunció un nuevo hechizo.

                            —Alterquia, nivel uno: De lumen Hanna.
De repente, su brazalete comenzó a emitir una luz tan brillante que pudieron ver la terrorífica magnificencia del lugar en donde se encontraban

                             —Bienvenido a las Cuevas de Lexadur —Finalizó Hazel. Y se quedaron recuperando fuerzas para luego emprender su viaje.

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