October 23, 1610.
Vante.
En un vago recuerdo, la ira fue partícipe de sus obvias expresiones y pensamientos. Yacía atado a una cama adornada con ásperas colchas que suponían ser baratas. El aroma a azufre y el llanto descontrolado de su propia madre no lo pasaba por alto, esos intentos tan pobres por intentar descifrar que estaba pasando le volvían loco y su vista se mantenía distorsionada por el color rojo adornando su tersa piel.
Recuerda bien que siempre fue un compañero leal y un niño apodado prodigio, muchos pares de ojos, especialmente envidiosos, caían sobre su familia cada vez que se le otorgaba un logro en esa apestosa granja. Fascinado por su pronta apariencia de ángel, comenzó a usar esta a su favor desde que tenía uso de razón y esos buenos halagos hacia su persona habían desaparecido tan pronto como dejó salir a flote su asquerosa personalidad.
Una carcajada ciertamente profunda escapó de su garganta una vez volvió al presente. Se encontraba recordando cada cosa mientras las lágrimas continuaban adornando sus mejillas, se sentía perdido, perdido sin el amor de sus propios padres y las voces de su interior resurgieron empeorando esos gritos de súplica eterna.
—Santo jesús, vámonos Edna, no es posible.— Añadió el hombre con soberbia y cierto miedo, tirando del brazo de su esposa. Apenas lograba divisarlo entre las espesas lágrimas color carmín, a pesar de todo, esa débil sonrisa se mantenía una vez su cuerpo se sacudía con clara violencia, su fé lo había dejado a flote.
Padre santo, ¿por qué me haz abandonado?