Detrás De Cámaras ©

By EternalMls

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(+18) El regreso de Bastian Derking a la ciudad de San Diego, luego de unos extensos quince años, descolocó a... More

Nota importante
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By EternalMls

Con mis dedos cubriendo mi visión a causa del sofocante sol me aproximé a su coche estacionado en su garaje abierto con los nervios a flor de piel, pero ansiosa por partir a donde él planeaba llevarme. Desconocía los planes de Bastian luego de que me invitara de imprevisto a salir con él luego de la abrumadora escena con mi expareja en el campus universitario, con el propósito de grabar más contenido para mi proyecto final por supuesto, y me carcomía el cerebro indagando en que sitio remoto de la ciudad iríamos o que lugares curiosos visitaríamos para poder captar sus mejores ángulos, alterando cada pequeño rincón de mi cuerpo.

Estaba contenta por verlo y no solo para grabar su cuerpo, o pensar en él toda la noche, sino para introducirme en su privacidad donde era bienvenida, donde me permitía conocer de a poco su historia remota en su antigua residencia y la calma que trascendió en su vida. Quería deducir sus demonios más arcaicos y novatos hasta conocerlo en todo su esplendor, porque por más que su personaje sádico emergiera a la superficie para hablarme, sabía que su verdadera identidad permanecía estancada en el fondo de su propio océano.

También, conocía que en esta ciudad él no había grabado hasta la fecha una película erótica, o lo intuía luego de estar fuera de la urbe por quince largos e importunados años, y eso me generaba dudas en si él reconocía los sectores nuevos, así como rememorar su niñez vagando por sitios ya abandonados sin tener un mapa digital a mano. Sin embargo, quería ver que me deparaba el destino a su lado.

Con mis pertenencias en un delgado bolso y mi padre notificado de mi acompañamiento, mis ojos entornados por la luz solar escaneaban las siluetas de mi cuerpo a través del cristal polarizado de su coche. Mientras esperaba a que emergiera de su casa, luego de haber quedado a una hora exacta mediante mensajes, recorría mi blusa de tela fresca al igual que mi vaquero rasgado corroborando que ningún color prohibido se exhibiera con naturalidad.

Me hubiera gustado utilizar tonalidades verdosas para notar su enojo y pronosticar como canalizaba su cólera en deshacerse de mi ropa para castigarme con gemidos que inundarían el interior de su coche. Pero al pensarlo, mis mejillas se acaloraban evidenciando mi nerviosismo.

Al mismo tiempo, vislumbré el chupetón oculto tras la base de maquillaje. Comenzaba a desvanecerse al utilizar un cepillo de cerdas anchas para que su circulación y desaparición apresurara su curso, pero lo ocultaba para no levantar sospechas. Ahora, Bastian me debía una nueva base de maquillaje, y quizás se había ganado un sermón de castigo por su descuido.

La puerta de su vivienda se abrió repentina cuando mis dedos acomodaban las tiras de mi blusa y tragué grueso por acto reflejo. Su cabellera sedosa, dorada y opaca planeaba con la brisa primaveral y se alojaba tras su coronilla, dejando descansar algunas hebras rebeldes en su semblante. Su playera oscura se ajustaba a sus músculos fornidos como una primera piel enmarcando sus abdominales y cuando sus brazos se elevaron para obstruir la entrada, sus bíceps profundamente trabajados se removieron bajo la tela como un espectáculo seductor.

Descendió por los peldaños de madera, aproximándose a mi paradero con lentitud y su mítica seguridad que tanto lo caracterizaba, exhibiendo su vaquero holgado que modelaba el inicio de sus caderas y que, al efectuar un movimiento ligero, su playera se elevaba por su abdomen para enseñarme, sin quererlo, la curvatura de su cinturón de Adonis.

Balanceando entre sus dedos una de las varillas de sus gafas de sol y permitiendo que el sol embistiera su piel cremosa, rodeó su coche limpio, trazando con su índice libre el contorno del tórrido acero expuesto a la temperatura ambiental.

– ¿A dónde iremos? – comenté impaciente para romper el hielo que cuajaba nuestras cuerdas vocales.

Se aproximó a mi paradero, clavando el avellana que destellaba por los resplandores del sol y penetraba mi sistema nervioso. La nerviosidad se instaló bajo la piel de mis mejillas al rememorar como sus besos me recorrían con necesidad y bestialidad mis labios, creyendo que él sentiría lo mismo, pero al notar su calma, intuía que su estado anímico era neutro.

No sabía si sabía controlar sus emociones o si realmente no repercutía lo que había sucedido entre ambos. No como a mí.

No pude evitar partir mis labios al notar su proximidad, así como su mirada cautivante que me inducia en una hipnosis temporal, y sin quererlo, mis ojos entornados por la resolana que golpeaba en los cristales de su coche se deslizaron por su torso hasta centrarse en sus pectorales. Me resultaban tan llamativos que me resultó difícil descarriar la vista al instante.

– ¿Acaso dormimos juntos? – se inclinó, intentando encontrar mis ojos perdidos en la masa de músculos que se proyectaba ante mis ojos, y curvé una ceja.

– ¿Dormir? ¿Juntos? – Indagué, pasmada –. No, claro que no.

– Entonces, si no dormimos juntos, primero deberías saludarme, ¿no crees?

Tragué grueso, recapacitando en cómo había dejado que mis nervios se apoderaran de mis palabras. Sonreí, eludiendo como mis mejillas no solo se tornaban rosadas por el estridente sol que las teñía.

– Hola, vecino – saludé vencida.

– Hola a ti también, vecina ansiosa.

Copió mi gesticulación, y mordí el interior de mi mejilla por acto reflejo.

– Ser ansiosa tiene sus ventajas, ¿sabes? – anuncié frunciendo mis labios –. Comienzo a aprender cosas de ti.

– ¿Y qué aprendiste? – sonrió ante mi ocurrencia y ladeó su cabeza.

Su voz era uniforme, simple y sin niveles nerviosos que me indicaran que mi presencia le causara los mismos síntomas inquietos que a mí. Debía actuar con naturalidad y no exhibirme fácilmente.

– Que debo saludarte cada vez que te veo...– ironicé ante lo sucedido, y me interrumpió.

– Lo que una persona normal haría, ¿no? – ridiculizó, y empujé con sutileza su hombro.

– Y que te gusta hacer esperar a las mujeres – me adelanté reacomodando el bolso en mi hombro.

Sonrió, haciendo resplandecer sus dientes blancos, y deslizó las yemas de sus dedos por su cabello.

– Me encanta hacerme desear – entonó con sarcasmo, y no pude evitar sonreír –. Pero no, te equivocas con eso. Cuando te vi salir de tu casa ya estaba afuera, solo que volví por esto – empinó su mano, enseñándome las gafas de sol que se balanceaban en sus dedos.

– Oh, claro – asentí ante su cuidado personal –. El sol está muy fuerte hoy y debes conducir.

Realicé un mohín ante mi propio descuido. Debía comprarme un par de esos cuando recaude dinero.

– Son para ti.

Sesgué mi cabeza ante su comentario, parpadeando con insistencia.

– ¿Para mí? – consulté atónita.

– Te vi entrecerrar los ojos por la luz y supuse que no tienes gafas – ocupó mi espacio personal, y su fragancia amaderada con notas frescas fusionadas con su crema de enjuague empantanó mis fosas nasales. Encumbró sus manos, enseñándome el objeto inerte y sin consultar, las varillas metálicas se deslizaron por el margen de mis orejas, consiguiendo vislumbrar sus facciones en tonalidades más apagadas –. ¿Y bien? ¿Ahora puedes ver mejor?

Asentí al notar con mejoría su sonrisa resplandeciente, pero al instante fruncí mi entrecejo.

– Tú las necesitas para conducir – especifiqué.

– Tengo mis propias gafas dentro del coche.

Palmeó la ventanilla cerrada con una pequeña sonrisa calma, y sin premeditarlo, sus manos jalaron mi bolso hasta deshacerme de su peso. Soslayó mi cuerpo, abriendo la puerta trasera e introduciendo mis pertenencias en el interior, y cuando se adelantó a abrir la puerta del copiloto antes de que yo misma lo hiciera, sus dedos se inmovilizaron en la cerradura.

Escaneó mi cuerpo, recorriendo con lentitud cada pequeño diseño inexistente de mis prendas de vestir y cuando posicionó sus ojos en el cristal templado de mis gafas, sonrió satisfecho.

– Bien, nada verde – testificó abriendo la puerta del coche –. Puedes entrar.

– ¿Qué? – La indignación brotó de mi garganta – ¿No me ibas a dejar entrar al coche si tenía algo verde en mi ropa? – me crucé de brazos boquiabierta.

– Exacto.

– ¿Es en serio?

Al notar su prudencia comprendí que sus palabras, así como lo que creía que era un juego, iban realmente en serio.

– Te advertí lo que te haría si te veía utilizando ropa de ese color – rememoró, y tragué grueso ante el recuerdo –. Además, aposté conmigo mismo a que me llevarías la contaría y te pondrías algo que realmente me molestara.

Fruncí mi entrecejo, intentando hallar tras su mirada donde ocultaba sus verdaderas razones de su dictamen. En cambio, mi ingenio dominó mi lengua en contra de mi voluntad, eludiendo mis posibles sospechas.

– Estaba a punto de ponerme un disfraz de Shrek para ver como colapsabas y te arrastrabas suplicando que me lo quitara, pero hacía mucho calor – jugué con una sonrisa jocosa, notando su irritabilidad desprenderse de sus pupilas –. Pero ya que apostaste no me gustaría verte perder, así que si me permites, iré a cambiarme de ropa.

Ahogué la risa burlesca entre mis mejillas a la par que mi pulgar punteó tras mi dorso, conociendo el frenesí que enmarcaba sus ojos de cazador y observando cómo sus labios gesticulaban un mohín desvariado. Me cambiaria de ropa sin dudarlo y no solo por la idea de notar como canalizaba su enojo en otras actividades, sino por diversión propia.

Sin embargo, cuando volteé decidida y traviesa, su magna mano, tan dócil y sólida, se aferró a mi cintura impidiendo mi avance. Roté la mirada encajando mis pies en el cemento endurecido y divisando como su contextura física se arrimaba a mi menudo cuerpo. Tragué grueso cuando su torso se inclinó, rozando sus labios en el borde de mi oído y desatando una melodiosa respiración sensata.

– Lo haces, y me encargaré de desvestirte con mis propias manos.

Su voz espesa, tan inflexible y libidinosa, se instaló en mi memoria auditiva generando que mis vellos corporales se erizaran. Sus ojos oscuros penetraban mi piel con tanta intensidad que ardía, entendiendo que si seguía jugando con él no habría un próximo aviso, solo actuaria.

Y por más que lo sabía, quería provocarlo hasta que mi curiosidad se sintiera satisfecha.

Su aferré se suavizó, apartándose de mi piel y liberándome en el instante en que mi corazón reaccionó a sus palabras para palpitar a una velocidad impracticable, y al tragar grueso, divisé la puerta aun abierta del coche. Él se movilizó hasta rozar el acero oscuro, observándome con quietud luego de haberme alterado el sistema nervioso y disfrutando la batalla interna que nos concernía, así como regocijándose en el efecto instantáneo en que sus palabras generaban impresiones positivas que se detectaban en mis mejillas, esperando a que ingresara en el interior.

Nivelé mi respiración y relamí mis labios agrietados, decidida en no brindarle satisfacción, y sonreí entrometida.

– ¿Tienes algún trauma con el color verde que deba saber? – me crucé de brazos para opacar mi inquietud.

Sonrió como respuesta, trazando el filo de sus colmillos con la punta de su lengua mientras me divisaba atento. Sus ojos permanecían en el reflejo de las gafas de sol, pero su mente nadaba en la brisa primaveral como si mi pregunta hubiera escapado de su propio límite, generándole un ligero remordimiento ante sus propios recuerdos. Bastian no conseguía conectar los cabos para generar una respuesta simple que, al mismo tiempo, no ansiaba explicar, manteniendo un silencio sepulcral que inició a inquietarme.

En cambio, dijo:

– Sube, debemos aprovechar la luz para la filmación.

Elevé mis cejas, arrugando mi faz bajo las hebras albas y oscuras de mi cabello.

– ¿Me ignoraras? – insistí.

– En realidad, no hay nada que debas saber ahora – tamboreó con sus yemas el vidrio polarizado –. Vamos.

Reclamó sin quitar sus ojos perdidos de mi rostro y sin más remedio, asentí. Entender a Bastian era complicado, mucho más cuando sus explicaciones o, mejor dicho, sus respuestas breves no concluían en un camino lineal del cual guiarme para intentar hallar la clave de sus reconcomios. Estaba más que claro que no quería extenderse en sus temas personales, no ahora, y por ese motivo, me movilicé hasta su paradero sin chistar.

Pese a que su mano se elevó y me la ofreció como ayuda, me introduje en el interior del coche de un sentón, sacudiéndome con el aroma a lavanda que se hallaba impregnado en el cuero oscuro de los asientos delanteros. La suavidad de la espuma bajo mi cuerpo me invitó a hundirme en su comodidad, rebobinando sucesos pasados ocurridos en el sitio donde mi dorso descansaba e incentivándome a vislumbrar su interior con más claridad.

La primera vez que mis dedos rozaron su interior en penumbras lo único que podía divisar eran sus ojos resplandeciendo sobre mi cuerpo acalorado. Sin embargo, dejando de lado los pensamientos que me calcinaban las mejillas y oyendo el impacto de la puerta obstruyéndose a mi lado, inicié un recorrido fulminante por el espacioso interior.

Sus gafas de sol personales descansaban detrás del volante, y un delicado rosario envolvía la caja de cambio. Roté mi cabeza, examinando el espacio trasero y fruncí mi entrecejo al notar una maleta a medio abrir descansando en el estrecho asiento tapizado. En su interior se distinguía a duras penas su ropa doblada, y el perfume de las telas emergía por los cuatro muros hasta conseguir olfatearlo desde la distancia.

Bastian se introdujo en el automóvil ubicándose en su respectivo asiento y colocándose sus gafas de sol, las cuales combinaban con las que modelaba en mi rostro, encendió el motor y el coche se colocó en movimiento hasta escapar de los suburbios.

Su perfume natural fundido con su fragancia habitual me resultaba un aroma exótico, y reacomodando mis pies sin ensuciar el tapizado de cuero, así como verificando que mi cinturón de seguridad estuviera bien abrochado, mis ojos se guiaron por el aroma hasta incrustarse en su mandíbula delineada, tan dura como un cristal en bruto, y distinguía como sus hebras doradas remarcaban sus rasgos más atractivos.

Mierda, Bastian es hermoso.

– Si me sigues mirando de esa forma me vas a dar mal de ojo.

Advirtió burlesco al notar como mis pupilas no se descarriaban de sus facciones, dejando en evidencia mi interés repentino y presionando sus dedos alrededor del volante, una amplia sonrisa se posó en sus comisuras.

Desvié la mirada al instante, centrándola en el parabrisas y procuré sonar natural.

– Un poco de miseria no te vendría mal – entoné apática y ocurrente.

– Si chocamos, será tu culpa – rio.

– No es mi problema que tu no sepas conducir – me encogí de hombros, tornando a observarlo.

Sus dedos se desplazaron entre sus hebras rubias, esbozando una sonrisa sagaz.

– ¿Y tú sí? – curioseó, echándome un vistazo fugaz.

Las palabras se atoraron en mi garganta. Estaba más que claro que conducir no se hallaba en mis prioridades por el momento, no hasta que consiga un coche en el futuro, me inscriba a clases de manejo y pueda movilizarme como lo hacen las demás personas. Sin embargo, recordaba algunas cortas clases de manejo que mi padre me había enseñado hace un par de años atrás, y en todas ellas, había fallado radicalmente.

– Algo – respondí barriendo la mirada por la ventanilla.

– Entonces no te importa que me detenga aquí y conduces tú.

Sus dedos torcieron el volante, reduciendo la velocidad y decidido en estacionar su coche para que tomara el control. No obstante, al notar su determinación y jocosidad, enderecé mi postura para observarlo fijamente.

– No voy a conducir tu coche, Bastian – anuncié con valor, y una pizca de temor surgió de mis cuerdas vocales.

– Ya que dices que no se conducir, hazlo tú – sonrió con malicia.

– Si alguien va a destruir tu casa rodante, esa no seré yo.

Rio tornando al ritmo habitual del coche, notando mis nervios ante su juego y reacomodando la postura de su dorso, curvó una ceja bajo sus gafas de sol.

– ¿Casa rodante? – repitió intrigado por mis palabras.

– Si – asentí rotando la mirada al asiento trasero –. Tienes una maleta ahí atrás, así que supongo que vives aquí dentro.

– O hice un viaje, ¿tal vez? – satirizó.

Apoyé la sien en el respaldo del asiento, centrándome en cómo sus ojos oscuros se posaban en el paisaje artificial tras el cristal.

– También – reí –. Pero no voy a descartar la idea de que estes viviendo aquí dentro.

– ¿Qué te hace pensar eso? – me observó de soslayo.

– Casi nunca estás en tu casa – acoté vacilante –, y si lo estas es un milagro.

– ¿Y cómo sabes si estoy allí dentro o no?

– Porque a veces observó tu casa y te busco...

Cuando su sonrisa astuta inundó sus labios, comprendí que había caído muy fácil en una de sus trampas. Me silencié al instante, recapitulando mis palabras en mi mente y maldiciendo una y otra vez la forma en la que me había expuesto.

Si, no era una novedad para mí que cada vez que circulaba por la ventana de mi habitación me centraba en encontrar su figura divagando por el interior de su hogar, y a veces cuando me hallaba en la cocina, pese a que la gran cerca de madera aislaba ambas viviendas, vislumbraba su jardín trasero con la esperanza de ver su rostro. Pero, pese a que era un acto que pretendía dejarlo en privado, me había dejado llevar por su engaño.

Ahora, mis mejillas me calcinaban la piel y pretendía ocultarlas bajo el cristal de las gafas de sol.

– Con que me buscas, ¿eh? – definió burlón, con una sonrisa amplia que exhibía sus dientes perlados, y no me contuve en admirarlo en todo su esplendor.

– Te busco para poder grabar más contenido – acometí con prisa, intentando arreglar mis palabras.

– Para eso tienes mi número de teléfono, zorrillo.

Su mirada se desplazaba del tráfico en la amplia avenida a mi nerviosismo que florecía en mi tez, acalorando aún más mi carne que se refrigeraba con la ventilación interna, pero mis ojos se centraban en como su mano se posaba en la caja de cambio y presionaba sus dedos en el material sólido, haciendo sobresalir las venas que le recorrían el dorso de su mano hasta concluir en su antebrazo.

– No quiero molestarte ahora que sé que vives aquí dentro – bromeé.

– Deja de decir que vivo en el coche – rio –. A veces debo irme de la casa, eso es todo.

– ¿Debes irte? – Curvé una ceja, confundida – ¿Por qué?

Su mandíbula danzó bajo su piel blanquecina, tragando grueso y haciendo sacudir su nuez de Adán percatándose de que, quizás, no se había expresado de la forma en que realmente quería. Sus labios rosados se mantuvieron rígidos y sus fosas nasales se ampliaron para inhalar el aire comprimido dentro del coche, recapacitando su refutación e intentando hallar la respuesta más acorde a sus palabras.

– Viajo muy seguido.

Respondió rígido, sumamente tajante como una hoja de afilar, rasgando mi piel y cultivando la curiosidad a precisar más respuestas. Me mantuve en silencio tras su repentino cambio de actitud, delimitando como su respiración era vertiginosa y su mandíbula delineada se meneaba bajo su piel.

– Entiendo – asentí, necesitando que el ambiente tenso se disipara –. ¿Y a donde viajas?

Sus ojos me observaron a través del cristal de sus gafas con interés.

– A todos lados – comentó indiferente –. Hace un par de días fui a visitar a una compañera de trabajo a una ciudad que queda a una hora de San Diego para acordar algunas cosas.

Sus palabras emergieron en mis recuerdos a la par en que mis ojos detectaban como el coche circulaba a una velocidad moderada por la avenida, sorteando las cafeterías y grandes centros comerciales, y me consultaba mentalmente a donde me llevaría.

– Es la chica que mencionaste por teléfono, ¿verdad? – indagué para estar segura.

– Ella misma.

– Cuando dices que es una compañera de trabajo... Bueno, ¿ella también...? – hice alusión a que compartían profesión mordisqueando la piel interna de mi labio.

Por alguna razón, mi pecho se comprimió al imaginar que se involucraba sentimentalmente con otra mujer. Suponer que sus dedos la tocan con cariño y la besan con la misma necesidad que lo había hecho conmigo generó que mi estado anímico se disipara a mis pies. Comenzaba a ilusionarme con una persona la cual ejercía un trabajo que implicaba el contacto físico y carnal, y debía mentalizarme en que solo me hallaba a su lado por un propósito que me traería ventajas en un futuro.

– ¿Una actriz porn*? – consultó con naturalidad –. Si.

Mis sospechas se hicieron certeras, sin embargo, mis ojos se iluminaron cuando comencé a comprender a donde se dirigía la conversación.

– Eso significa que tendrás una grabación dentro de poco tiempo, ¿verdad? – me incliné hacia él.

– Así es – asintió al notar mi interés –. Solemos reunirnos antes de tiempo para verificar algunas cosas.

– ¿Te refieres a tener intimidad?

– Algunos lo hacen, pero yo no. Esto es trabajo, no hay deseos de por medio – confesó –. Nos reunimos para hablar de cosas personales como, por ejemplo, nuestro estado de salud.

– ¿Para qué no se contagien los resfríos o algo como eso?

Se echó a reír, y negó.

– Para corroborar que no tenemos enfermedades de transmisión sexual – comunicó, y asentí frunciendo mis labios al no pensar con seriedad mis palabras –. La productora porn*grafica con la que estoy asociado es muy estricta en ese aspecto, tanto que no permiten que me realice tatuajes o pinte mi cabello sin su autorización. No podemos tener sexo con otra persona que no sea delante de una cámara, pero como muchos de nosotros rompemos esa regla, realizamos estudios médicos y se lo enseñamos a quien será nuestro próximo acompañante en el rodaje – se encogió de hombros con una media sonrisa –. Una vez un ex compañero de trabajo se contagió de clamidia por no cuidarse – relató –, y no se supo hasta que él lo admitió el mismo día de grabación. Lo despidieron.

Mi mandíbula se desunió manifestando mi asombro. Había realizado mi propia investigación a solas para que Bastian corroborara dichos datos, y había leído en páginas informativas que a muchos actores del entretenimiento adulto le inculcaban ciertas normas que seguir como una dieta precisa y ejercicio diario, pero al oír como sus palabras se fusionaban con su propio desgano, la mayoría de las reglas que su productora le infundía me resultaban un completo disgusto.

– ¿También debes hacer ejercicio y comer saludable? – solté mi duda.

– Debo mantenerme en forma – realizó un mohín –. No sabes cómo odio cuando quiero comer un simple helado y ellos me lo prohíben – rio con frustración.

– Más que su actor favorito eres su prisionero – mascullé.

– Si, ¿verdad?

Me oyó, y pese a que mis pensamientos se habían revelado, me sentí una tonta por lanzar ese comentario. Lo divisé con una sonrisa pequeña en sus comisuras, procurando centrar su atención en como los coches se dispersaban a nuestro lado.

– ¿Te gustaría tener algún tatuaje? – curioseé.

– Muchos – su sonrisa se expandió ocultando sus mejillas –. Así que, cuando mi contrato termine, estoy seguro de que me hare algunos.

Le dediqué una diminuta sonrisa ante su esperanza y torné mis ojos al parabrisas. Sus condiciones eran más una desdicha que vivir en armonía con él mismo, y podía comenzar a comprender un poco más del mundo caótico y cruel donde se hallaba inducido.

– Ven a la grabación conmigo – invitó repentino, y mis ojos se clavaron en su rostro –. Será en unos días, y puede que te sirva la experiencia.

Mis globos oculares destellaron ante el pensamiento de que podría estar presente en un verdadero set de filmación profesional, aun cuando no en el sector que ansiaba explorar, pero era un buen inicio. Aunque, imaginar ver a Bastian tener relaciones carnales con otra persona frente a mis ojos me generaba una sensación extraña y excitable que me obligaría a cubrirme los ojos o generar contenido para mi propia satisfacción nocturna.

– No creo que me sirva de experiencia verte coger con otra persona – solté bromista.

– Hablo de la experiencia en un set, Deva – ladeó su cabeza, y sabía que tras sus gafas de sol había rotado sus ojos.

– Me encantaría ir. Pero ¿puedo? – consulté. Temía que hubiera normas para que el set sea solo para personas asociadas a la productora.

– Si – afirmó –. Mientras no me hagas tomas en plena acción, puedes filmar lo que quieras.

– Tranquilo, no pensaba filmarte moviéndote como un conejo excitado.

Sonreí ante la conversación ejecutada, y su risa ronca inundó el interior del coche.

– Lo digo porque esta película no saldrá en un par de meses y para no tener problemas, prefiero que no me grabes – informó observando mi rostro, y se aproximó –. Pero, si algún día quieres filmarme desnudo y que solo tú puedas verme, solo dilo.

Insinuó ladino, divisando mis pupilas dilatadas por encima de sus gafas y guiñándome un ojo, tornó a su posición natural. Mi rostro enrojeció, tornándose de un color carmesí que no podía controlarse ni con el aire acondicionado que impactaba en mi piel erizada, y mi pecho se acrecentaba dejando en evidencia mi respiración agitada.

Saber que él me ofrecía esa confianza para filmar lo que quisiera mientras nos encontráramos en una habitación alejados del mundo me desecaba los labios y un escalofrió me recorría todo el cuerpo acompañando mi cruda fogosidad.

– Gracias por la horrible oferta, pero estaré bien filmando solo el set – solté jocosa, y esbozó una sonrisa como respuesta.

Mis ojos se posaron en la ventanilla, examinando como la urbe perdía sus rascacielos y lugares exóticos para revelarme la salida de la ciudad. Sin percatarme a tiempo y sin conseguir formar una oración rápida, nos encontrábamos transitando la carretera que circulaba por el contorno de San Diego, vislumbrando los sectores más concurridos desde la distancia y la movilización de automóviles que circulaban por nuestro lado a grandes velocidades.

Enderecé mi postura con preocupación, presionando mis dedos en el cuero del asiento y barriendo mis ojos del pavimento a los carteles luminosos que nos deseaban un buen viaje.

¿Acaso se había equivocado al momento de conducir por la ciudad?

– ¿A dónde vamos? – interrogué con preocupación.

– Ya verás.

Comunicó breve con una pisca de intriga en su voz, y comprendí que realmente el camino a donde él ansiaba llevarme implicaba circular por la carretera. Sin embargo, pese a que cavilaba en los posibles sectores fuera de la ciudad, más allá de unos hoteles transitorios o el campo abierto, no había nada llamativo.

Aunque cabía la posibilidad de que quisiera que lo filmara relatado su vida al lado de un estanque de agua natural rodeado de caballos, quien sabe.

Al cabo de unos cinco minutos, el coche descendió su velocidad y se desplazó del pavimento, movilizándose hasta que las diminutas piernas causaron turbulencia dentro del automóvil.

Se estacionó, y al notar lo que nos aguardaba en el exterior, mis ojos se ampliaron. Habían transcurrido años en los que no poseía información sobre este lugar, y la nostalgia golpeó mi pecho con fuerza. Lo recordaba como si solo hubieran pasado horas desde la última vez que estuve allí dentro disfrutando la fantasía que conseguía hacerme olvidar de mi realidad.

Pero, ¿por qué había elegido este lugar?

Observé a Bastian, confundida por su elección de sitio. Pero, al notar como su sonrisa segura y divertida se expandió por su rostro y sus ojos de cazador me limitaron, tragué grueso.

– Si debes filmar más contenido sobre mí, hagamos que sea interesante. 

¡Hola, pipolitos! 

Perdón por haberlxs echo esperar. Me gusta que ustedes empiecen a conocer un poco mas a los personajes, que entiendan que pueden estar ocultando y se obtenga mas información para saciar su curiosidad. 

Si les esta gustando el libro, por favor voten y comenten mucho, compartan con quien piensan que les puede gustar este tipo de historias hot, así se que les esta gustando. 

¿Quieren un spoiler del próximo capitulo? :

Pov Bastian 🌶️🌶️

Muchos besitos 💋


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