CICLOS ARCANOS - En los Templ...

By davidlovewrite

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Ari quiere ser inventor en un mundo en donde la tecnología está prohibida. Su padre quiere que sea un guerrer... More

Banda sonora
Mapa del mundo
El Animaquion
I - Introducción
I - El señor del los templos
II - La ciudad de los vientos - Parte I
II - La ciudad de los Vientos - Parte II
III - A medio camino hacia el mar - Parte I
III - A medio camino hacia al mar - Parte 2
IV - Informe de investigación - Aribell Deodriellis
VI - La Taberna de Lluvia
VII - Las cuevas de Lexadur
VII - Las Cuevas de Lexadur, Parte II
VIII - El Páramo de Roinn Pobail - Parte I
VIII - El páramo de Roinn Pobail - parte II
VIII - El Páramo de Roinn Pobail - Parte III

V - Lexadur - La Ciudad del Templo

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By davidlovewrite


—¿Enviaste el informe como te pedí? —preguntó Sotus mientras el camino se volvía nuevamente más escarpado. 

—Lo haré en cuanto lleguemos a Lexadur. Aún no he terminado con los cambios que solicitó —respondió Ari, como si quisiera evitar la pregunta.

—Tuviste tiempo de sobra. ¿Qué estabas haciendo?

—Quería despedirme de Kimi.

—Lo primero que haremos será visitar a Silvanis. —Sotus prefirió cambiar de tema—. Esperemos que tenga suficiente grano para ayudar al reino. Si no pagamos nuestras deudas quien sabe que represalias tomarán las otras naciones.  Después, iré al palacio de la gobernación y tú irás a la Taberna de Lluvia. Esa señora rumorosa tiene una pequeña pero acogedora posada en los pisos superiores. Quiero que termines ese informe antes del anochecer y lo entregues a la oficina del cuerpo de carteros.

—Ni siquiera sé por qué tendría que realizar esos cambios en primer lugar —respondió Ari, con un tono que denotaba cierta molestia.

—No estás hablando como Aribell, el secretario cortés del reino, sino como Ari, el hijo malcriado de Sotus. Pero es mi culpa, he sido demasiado blando contigo. —continuó Sotus, con voz tan firme que no necesitó elevarla para que Ari sintiera en su piel, la autoridad que emanaba de él—.Presta atención, Aribell Deodriellis, porque quien te hablará no será Sotus Eodriell, tu padre, sino el ministro, tu superior. Y a pesar de que esa, debería ser razón suficiente para que sigas mis órdenes sin objetar, te explicaré los motivos: Uno, el informe que realizaste se siente muy personal. Si deseas hablar sobre tus sentimientos, objeciones y opiniones sobre cómo el rey y la cámara de Lores deberían funcionar, cómprate un diario. Dos: No tienes autorización para traer contigo ningún instrumento que no esté avalado por el consejo de innovación. Y tercero: ¿En serio quieres que se enteren de que gracias a ti murieron tres personas? Ese hombre hubiera tenido un juicio justo...

—¿Ese hombre? Brais, ¡Su nombre era Brais! —La ira relampagueó en sus palabras.

—¡No necesito conocer su nombre para saber lo que era mejor para todos, ni mucho menos para hacer cumplir la ley! —respondió Sotus, en voz alta—. A ese hombre, Ari, le esperaba un juicio justo y si lo condenaban, ¿sabes cuantas comidas al día hubiera tenido por cinco años? ¡responde!

Ari apartó la mirada en silencio. Nunca había visto a su padre tan enfadado.

—¡Dos! —continuó Sotus—. Mucha más comida de la que estaba teniendo y su hija, ¡su hija Ari! hubiera estado con los otros cinco niños que enviamos al centro de restauración de Prium para ser atendida de urgencia por hombres y mujeres especializados en alterquia de curación.

—Lo sé, por eso escribí el informe de esa forma. Pero ahora quieres ocultar todo. —respondió Ari en voz baja—. ¿Tú no eres el que siempre le gusta informar al detalle y decir siempre la verdad?

—¡Mereces un año de cárcel, Ari! Tienes cargos por desobedecer órdenes directas, obstrucción de la justicia y negligencia. Y que los dioses nos libren de la pesadilla que sería si la Cámara de Lores se enterara de tus actuales pensamientos sobre ellos. ¿O es que no lo entiendes?

—Lo que usted no quiere es tener que dar la cara y abogar por mí frente a Riff. Siempre es lo mismo. Y otra cosa, padre, por si lo ha olvidado: dice que no puedo utilizar mi invento porque no está avalado, pero yo tengo permiso para inventar lo que desee. Siempre hablas de que los tiempos del viejo rey se terminaron, pero actúas como si por inventar cosas, el reino aún te castigara con la muerte, como si todavía existiera en nuestras tierras ese bosque que devora infantes y como si por robar, aún se castigara cortandote las dos manos. El mundo está cambiando. Yo solo quiero ayudarlo a cambiar en la dirección correcta.

—¿Y tú cómo sabes cuál es la dirección correcta? —dijo Sotus, con la voz llena de rabia contenida—. Inventar sigue siendo ilegal, Ari. El reino regula qué se inventa y quién lo inventa. Aún no entiendo cómo es que Yoldic te dio el permiso.

—Porque él ve cosas en mí que usted nunca ha visto y parece que nunca verá.

—Dejaré la conversación de este tamaño, Ari. Me adelantaré

—Ni siquiera podemos tener una discusión real. Siempre huye, siempre es igual. —murmuró Ari, para sí mismo.

            Luego de unos pocos minutos, divisaron a lo lejos, desde lo alto de la que parecía ser la última colina de su viaje, la ciudad de Lexadur, con sus cientos de casas de techos puntiagudos como lanzas, sus campos de cultivo interminables y sus calles blancas de piedra caliza , que resplandecían con la cálida luz de la tarde baja. Pero había una extraña edificación que en la última visita de Sotus no estaba. Majestuosa, se alzaba con una torre de unos cinco pisos al noreste de la ciudad. Sin duda, lo mencionado por Cuyén parecía ser verdad. Al verla, sólo podía preguntarse, «¿qué demonios estaba sucediendo en Lexadur», el llamado granero del país y una de sus dos últimas paradas en su viaje.

            Luego de bajar por la colina y serpentear por el camino dibujado entre los árboles de maple, se alzó ante ellos la puerta de Lexadur, un monumento en forma de arco con el nombre de la ciudad tallado, junto a varias figuras geométricas y patrones en forma de hojas, flores y frutos. Continuaron por el puente que franqueaba el río largo o Lonraver, en la lengua de los primeros hombres y llegaron a la calle principal que partía la ciudad en dos, en silencio y sin detenerse. Los habitantes de Lexadur eran por lo común gente alegre y hospitalaria, pero sobre todo grandes comerciantes que no dudarían en ofrecer algún servicio o vender algún recuerdo a todo aquel que llegara a la ciudad. Pero ese día no hubo bienvenidas. No vieron ni un solo comercio abierto, y las pocas personas con las que se cruzaban entraban a sus casas o murmuraban en pequeños grupos con rostros de inesperado asombro.

            El eco persistente de los cascos resonaba en el silencio que envolvía a la ciudad. A medida que avanzaban, Sotus notó un aumento inusual en la seguridad. Soldados de raza roinnasy y humanos se encontraban en cada esquina. Plantados, con un rostro que no invitaba a la conversación ni a la amistad.

            Desde su posición, podían avistar la punta de la torre de la edificación que avistaron desde la colina. Ari sentía un peso opresivo en el aire, como una sombra de maldad estuviera a punto de atacar en cualquier momento y desde todas partes.

            Dejaron atrás el centro de la ciudad y continuaron hasta llegar al pueblo. No había ni un alma. Parecía como si una maldición hubiera caído sobre él, convirtiendo a sus habitantes en espectros. Al llegar a los límites del pueblo, con la esperanza de encontrar respuestas en Silvanis, tomaron un giro a la derecha por un sendero de tierra que conducía hacia los campos.

            Ari miró asombrado más adelante, en la cima de una colina y casi rozando el horizonte, una construcción de madera oscura, tan alta como una torre y tan larga como un barco. Su corazón por un momento se llenó de emoción, por fin luego de un viaje lleno de contratiempos a lo largo de todo el reino, habían llegado a su destino: el Gran Granero de Fuego de Lexadur, llamado así por su madera, capaz de resistir un incendio tan grande como el que azotó sus tierras, al final de una era que muchos no desean recordar.

            Luego de subir las escaleras, los recibió en la entrada Kol, un hombre alto y delgado que llevaba botas de cuero que se extendían hasta las rodillas y vestía pantalones ajustados sostenidos por tirantes. Recorrieron con la mirada todo el lugar. La ausencia de sacos de kamut y demás productos, no pasó desapercibida.

—Bienvenido, usted debe ser el ministro, ¿verdad? ¿y usted es? —preguntó Kol, señalando con la mirada a Ari

—Aribell Deodriellis, secretario del reino —respondió Ari.

—¡Oh! mis disculpas, no se me habían informado que el ministro vendría acompañado.

—Te haré tres preguntas y quiero respuestas cortas —dijo Sotus con voz fría y los ojos clavados en Kol—. La primera ¿quien demonios eres tú? La segunda, ¿dónde está Silvanis? y la tercera, ¿qué ha pasado en esta ciudad?

—Mi nombre es Kol, un simple granjero que en sus ratos libres difunde la palabra de Gera. Oh señora, tus mandamientos obedecemos ciegamente —pronunció Kol, mientras alzaba sus manos al cielo para luego taparse los ojos con solemnidad.

            Ari recordó a los aldeanos que había alimentado en Medio Camino. Kol continuó con su explicación.

—Silvanis ha sido destituido de sus funciones y reemplazado por este humilde servidor. En cuanto a lo que sucede en esta ciudad. No entiendo a qué se refiere, mi señor.

            Sotus caminó con paso lento pero firme hacia el centro del granero, al tiempo que sumergía los cuatro dedos en su larga cabellera de azabache. Volvió a recorrerlo con la mirada y asintió

—Ari, mira este lugar ¿Es un granero muy grande verdad?

—Así es, —respondió Ari—, más grande que cualquier otro que haya visto.

—Dígame algo administrador Kol, —continuó Sotus con voz calmada pero con un tono que resultaba imponente—, esta tierra junto con Sawelberg produce cerca del veinticinco por ciento del grano de todo el país. ¿no cree que es muy extraño que en tierras menos productivas hayamos podido contar hasta 20 sacos de Kamut en sus graneros?, —Sotus alzó la voz—. Así que la gran Lexadur no ha podido cosechar ni un solo saco

—Son tiempos difíciles, mi señor —respondió Kol

—Le solicito me informe, señor administrador, donde está el producto de la cosecha. —Replicó Sotus de manera brusca

—No se que insinúa señor, pero le aseguro que no hemos podido cosechar más que los sacos necesarios para que nuestro pueblo sobreviva el invierno —respondió Kol

—¡Justo a eso me refiero! Usted no tiene la autorización de distribuir ni un solo quintal. No tengo tiempo para esto. Ari, nos marchamos. Tengo varias preguntas que hacerle al Gobernador, comenzando por su salud mental, porque solo un loco habría quitado a un hombre como Silvany de su puesto.

           Ari y Sotus salieron por la amplia puerta del granero. Afuera, se encontraron con soldados y aldeanos apuntándoles con espadas y lanzas que relucían ante la luz crepuscular

—¿Qué significa esto? ¿Acaso no saben quien soy?

—Lo sabemos muy bien mi señor. No es nada personal, es solo que con usted aquí, no podríamos llevar a cabo nuestros planes. -respondió Kol, apareciendo de la nada a sus espaldas.

             Sotus le lanzó a Kol una mirada de soslayo mientras Ari se preparaba para intervenir con un discurso persuasivo. Entonces, sin previo aviso, un grito tensó la cuerda de la calma que ya estaba a punto de romperse. Soldados llegaron, abriéndose paso para arrojar en medio de la plaza, frente al granero, a una mujer vestida con harapos que ocultaba su rostro tras una capucha desgastada. Se arrastró entre sollozos hasta donde estaban Ari y Sotus, suplicando ayuda. Ari la recibió.

—Cual es tu nombre -preguntó el joven secretario, con genuina preocupación

—Morrigan mi señor —respondió la mujer

—muestra tu rostro —le ordenó Sotus, firme y sin apartar la vista de las armas de los soldados.

           La mujer se apartó de Ari y, siguiendo las órdenes de Sotus, se colocó frente a él. Alzó la cabeza y se quitó la capucha lentamente, revelando un rostro de semblante pálido como el marfil y realzado por unos ojos de fuego, que Sotus, sintió clavados en él. 

—¡Demonios!, Ari, ¡apártate! —gritó Sotus y de inmediato, una lanza se interpuso en su intento de dar un salto hacia atrás. Era Ronko, un hombre de raza roinnasy que había fabricado el momento para que Morrigan lograra tomar la muñeca de Sotus. Entonces, en un instante de brisa quieta, se acercó a su oído y le susurró las siguientes palabras: 

—Praedaquia, nivel cincuenta, dominio... —La mujer sonrió y luego terminó el hechizo pronunciando el nombre del estelar: —Sotus

             Un leve temblor hizo vibrar todo el lugar. Sotus quedó paralizado, con los ojos blancos y la boca entreabierta, quieto, como la muerte en el cuerpo de un guerrero.

—¿Qué fue lo que hiciste? —gritó Ari, mientras se acercaba con violencia hacia Morrigan—. ¡responde!

Ronko no dejó que Ari se acercara un centímetro más. Se abalanzó contra el de inmediato, dejándolo inmóvil en el suelo. Ari comenzó a forcejear pero era inútil, el hombre fornido de razgos felinos, ejercía una presión en su cuerpo, ni siquiera con Ciaran, en aquella ocasión que su padre organizó un enfrentamiento con el gran estelar.

—Morrigan, te agradecería que actuases con mayor celeridad. No sabemos cuánto tiempo puede permanecer este hombre bajo tu dominio. —dijo Kol en voz alta y como acariciando palabra por palabra.

          Morrigan tomó una roca que tenía preparada, la colocó en el suelo y le ordenó a Sotus recostar su cabeza sobre ella. El estelar así lo hizo, quedando a la vista de Ari, que alzaba la cabeza con dificultad para rogar por la vida de su padre a Morrigan, quien sostenía en alto otra roca.

—¡No, por favor, no lo...! —La sangre de su padre le salpicó en la cara. Ari lanzó un grito de terror que le ayudó a sacar fuerzas para incorporarse, lanzando al gran roinnasy lejos de el con una patada. En ese instante, Egger, un joven delgado de piel cobriza, se unió con su espada al enfrentamiento. Ari desenvainó su espada y avanzó a una velocidad inhumana hacia Egger, haciendo resonar el acero mientras esquivaba hábilmente los golpes mortales de las armas que lo rodeaban. En ese momento, por primera vez en su vida, sintió que las lecciones que su padre le había impartido realmente podían ser útiles. Reunió las últimas fuerzas que le quedaban y ejecutó, con la esperanza ardiendo en sus ojos, el movimiento especial que Sotus le había enseñado:

—Envainar la espada —se dijo a si mismo, recordando las instrucciones de su padre—. bajar la postura en forma de montura, respirar profundo, cerrar los ojos, visualizar a tu oponente y... —Ari lleno sus pulmones con un suspiro y gritó: ¡lanzarse con furia!

          Su oponente lo esperaba, con una sonrisa segura tras su espada. Sin embargo, un segundo antes de que el letal golpe conectara, Egger giró su cuerpo mientras pensaba en lo fácil que había sido esquivar la estocada, pero cuando se dió cuenta de lo que realmente habia pasado, ya era demasiado tarde. Ari desaparecio de su vista con un salto que lo obligó a dar una vuelta completa en el aire, un movimiento hecho para partir en dos la cabeza del enemigo. Pero la duda asaltó su determinación un instante y en un acto rápido, dejó caer en su mano una bolsita, de uno de los compartimientos de las correas que cruzaban su pecho, que al impactar con la nuca de Egger explotó en un destello deslumbrante. Luego, antes de que Ari pudiera volver a atacar, Ronko lo sujetó con firmeza por el cuello en pleno vuelo. Y mientras su mano lo estrangulaba en el aire, con voz profunda como un trueno pronunció esas palabras:

—Arte, praedaquia, nivel diez, dominio: Aribell... Duerme. 

De inmediato, las estrellas que saludaban a Ari, brillantes desde la cúpula celestial, se desvanecieron, hasta envolverlo todo, en una negrura infinita. 

—¿Algún cambio de planes? —preguntó ronko
—No, llevenlos a las mazmorras. —respondió kol—. Ese golpe no será suficiente para matar al gran estelar. Así que mañana tendremos un buen espectáculo nuevamente. Hermanos míos -continuó Kol, con voz solemne—. con nuestro sumo sacerdote, el príncipe Egger y nuestra gran sacerdotisa, nuestra amada Teru, daremos inicio a un nuevo mundo. La tierra de Kamut y carne que estamos llamados a heredar. Por nuestra diosa Gera. ¡Oh gran señora, tus mandamientos obedecemos ciegamente! Todos repitieron al unísono, mientras alzaban sus manos, tapaban sus ojos y se apartaban para dar paso a una pequeña jovencita vestida de blanco, de cabello largo y castaño que caía como un velo, y un rostro imperturbable que mostraba una sonrisa llena de dulzura. Una dulzura que llegaba a incomodar.

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