Guerra de Ensueño I: Princesa...

By Fantasy_book_queen

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Borrador final (espero) del primer libro de la saga Guerra de Ensueño antes de que sea publicado. Ziggdrall l... More

Oh, sh*t, here we go again!
Introducción
1: Ejército
2: Despierta en un lugar extraño
3: La torre de los magos
4: La armada
5: Mitos y Leyendas I
6: Permanencia
7: ¿Otro mundo?
8: ¿Magia para pelear?
9: Un matiz para la guerra
10: Conocer la guerra
11: Encuentros
12: Reparaciones
Interludio I
13: Volver a empezar
15: ¿Una misión asistida?
Interludio II
16: Razones para mentir
17: Lionel
18: Volver a casa
Interludio III

14: La reserva

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By Fantasy_book_queen


—No te exijas tanto. Llevas dos vueltas más que ayer, solo vas a lastimarte —dije no por primera vez a la incansable pelirroja que corría detrás de mí alrededor de la pista de La Arena.

Lilineth hizo oídos sordos y pese a que jadeaba al respirar, se esforzó por seguir adelante hasta darme alcance en la línea de meta.

No era ni un cuarto de lo que corría normalmente, pero tras haberle prometido que la ayudaría a entrenar, Sebastian había consentido que volviera a La Arena si y solo si me ejercitaba a su ritmo. Pese a todo, no podía quejarme. Llevábamos apenas una semana de coincidir en las mañanas, pero ella no dejaba de exigirse cada vez más, al punto de que estaba seguro de que, si el entrenamiento extenuante no la mataba primero, estaríamos corriendo la misma cantidad de vueltas en poco más de un mes.

—¿Cuántas vueltas fueron? —quiso saber, haciendo su mayor esfuerzo por no colapsar, al punto de tener que recargar sus manos en su cintura como una forma de obligar a su pequeño cuerpo a no caer a pedazos.

—Tres vueltas completas, creo que por hoy es suficiente —dije mientras buscaba una cantimplora para ofrecérsela como había sido desde el primero de los días.

Ella negó con la cabeza, retrocediendo un par de pasos para no recibir el agua.

—No. Ayer fueron tres vueltas, hoy debo poder hacer al menos media más —respondió decidida y aunque una parte de mí, esa que había logrado ver el alcance de su fuerza de voluntad, sabía que iba a lograrlo, negué con la cabeza de forma tajante.

—Hoy no. Te necesito para algo más y no puedes estar cansada —expliqué, consiguiendo que incluso su agitada respiración consiguiera serenarse un momento.

—¿Para qué? —dudó, sus ojos verdes llenos de curiosidad y también de una pizca de desconfianza que hizo que me mordiera la lengua para no reclamarle por la misma, sobre todo tras el trabajo que los planes del día requerían. Un beneficio que no era para mí.

—Llevas más de dos meses aquí. Tus memorias no han vuelto pero tu compromiso con esta armada es evidente. Sin embargo, te metiste en una pelea que no estaba autorizada en un ataque en el que no formabas parte de los soldados asignados. Trabajar en el ejército requiere disciplina y eso es algo que parece que es mi deber enseñarte —expliqué con seriedad.

—¿Así que me necesitas con energía porque vas a castigarme por eso? —dedujo, aunque por su tono, la idea le parecía tan ridícula como una broma. Casi quise reírme también.

—Exactamente. El día de hoy me acompañarás al pueblo de Ythala para abastecer las reservas que el ataque mermó anticipadamente y ya que no soy capaz de encargarme de transportarlas por mi cuenta, el ayudarme a que lleguen a salvo a la armada, será tu trabajo.

Lili me dio una mirada incrédula, entre molesta y sorprendida a la que me esforcé por no responder, simplemente manteniendo su mirada hasta que ella pareció ceder.

—Muy bien, pero... habías dicho que no podía salir de aquí...

—No podías, al menos hasta hoy. Ve por un baño, cámbiate y cuando acabes de desayunar te veré en la puerta para que podamos partir. No te tardes, Ythala está a medio día de viaje a pie y como habrás notado, en la armada no tenemos caballos.

Su expresión volvió a desencajarse, pues no parecía esperar que el castigo fuese tan severo, pero no quise confesar que aquel solo era el inicio de un plan de decenas de pasos para el día. Había planeado eso toda la semana como para arruinar la sorpresa.

Justo después de desayunar, a la hora acordada, Lilineth apareció, corriendo a toda prisa para estar en la puerta lo antes posible. Noté entonces que llevaba la misma ropa, aunque parecía haberla lavado y tratado de secar de forma inútil y me reprendí por no considerar las limitaciones de su guardarropa, pues a estas alturas desconocía quién le había estado prestando ropa por estos dos meses.

—Estás... tu ropa está mojada —dije en cuanto estuvo a mi lado, sintiéndome tonto apenas las palabras dejaron mis labios.

—No tenía otra ropa que pudiera servir para caminar muy lejos. Megan me había dado un vestido, pero terminó algo quemado la ocasión que traté de hacer una poción de fuerza. Fui descuidada con la hierba del fuego —aclaró cuando notó que no parecía comprender cómo se relacionaba.

—Diosa... yo... lo lamento mucho. No pretendía hacerte ir con la ropa mojada. Desconocía que no tuvieses otra —suspiré, pensando en una forma de solucionarlo y optando por deshacerme de la capa que llevaba para pasarla sobre sus hombros.

No solía utilizarla, por el incómodo grabado con mi rango del ejército, sin embargo, tampoco me sentía muy cómodo visitando a Edric con mi brazo inmovilizado, seguro de que se burlaría, pero eso no era nada comparado con la incomodidad que debía sentir Lilineth al tener la ropa empapada.

—¿Alex? —dudó, no esperando el gesto.

—No es la clase de castigo de la que espero que regreses con una enfermedad. Sé que estamos a mediados del quinto mes del año y no hace tanto frío, pero no quiero que te enfermes —dije mientras le extendía un frasco con un brillante líquido verde.

—No es... no está tan mojada —balbuceó mientras aceptaba la pequeña botella mirándola con curiosidad y luego dándome a mí una mirada idéntica cuando no pudo descifrar de qué se trataba.

—Llévala al menos hasta que lo esté —ordené—. Y es el antídoto al bloqueo que te dimos al llegar. Para visitar un pueblo debes ser capaz de dejar la armada —añadí, observando de reojo como sus ojos verdes se llenaban de ilusión.

Hice mi mayor esfuerzo para mantenerme estoico, maldiciendo el exceso de medicinas que Sebastian no paraba de poner en cualquier cosa, pues, aunque encontraba revitalizante que Lilineth mostrara una emoción que ya nadie más en el ejército parecía capaz de mostrar por cosas tan pequeñas, al punto de recordarme a mí mismo cuando luchaba por la oportunidad de liderar una armada, sonreírle cada cinco minutos no era más que incómodo y estaba seguro, escalofriante para ella.

Ella terminó de beber su frasco y se acomodó la capa sobre los hombros para asegurarse de que no la arrastraba al ser unos veinte centímetros más bajita que yo y me miró en espera de instrucciones.

—La poción ya debe haber hecho efecto. La carreta está afuera así que podemos irnos. De ida me encargaré de llevarla, pero al regreso es tu deber ayudarme, así que espero que no te canses de caminar —advertí, queriendo hacer una broma, pero la pelirroja asintió como si hubiese sido una orden y sin saber cómo aclararlo, me limité a avanzar en silencio mientras ella me seguía, entusiasmada como una niña y haciendo su mayor esfuerzo por esconderlo. Una vez más tuve que morderme el interior de la mejilla para no sonreír como un tonto.

El camino a Ythala fue largo y sorprendentemente incómodo. Las horas pasaron demasiado lentas debido a que Lilineth estaba llena de curiosidad por absolutamente todo lo que veíamos, pero no supe si consideraba el silencio como parte del castigo o simplemente, como bien me había hecho saber mi hermano al contarle mis planes, Lili por mucho tiempo me había considerado un monstruo terrible. Fuese cual fuese la opción, ella no se animó a preguntarme nada y temiendo incomodarla más al hablar sin saber exactamente cuáles eran sus preguntas, terminamos pasando todo el camino en silencio.

Apenas llegamos a la ciudad, ella me entregó mi capa de regreso y aunque había pensado en no recibirla, con el sol del mediodía, su ropa parecía haberse secado por completo y estaba seguro de que necesitaría la confianza de la prenda para enfrentar a Edric por mi cuenta, pues bajo ninguna circunstancia dejaría a Lilineth en su presencia, aunque mi visita se debiese principalmente a ella.

—Necesito que te quedes aquí mientras me encargo del trato por la comida —instruí una vez llegamos al centro del pueblo, elevando mi voz más que de costumbre debido al barullo del enorme mercado de la ciudad.

Lili se limitó a asentir, abrazándose a sí misma y luciendo demasiado pequeña, su curiosidad repentinamente convertida en desconfianza ante tantas personas.

—No tardaré mucho. Solo siéntate en la fuente y yo regresaré por ti. No tengas miedo, es un lugar seguro —me atreví a añadir, esperando calmarla.

—Pero...

—No, esto no es parte del castigo. Si lo fuese, te pediría que vinieras conmigo a conocer al encargado del pueblo. Créeme que estás mejor aquí. Solo necesito que me esperes, no tardaré mucho —prometí.

Una vez más ella se limitó a asentir y terminé por guiarla hasta que estuvo sentada en una de las orillas de la fuente principal de la plaza, pues no parecía saber cómo moverse estando tan rodeada de gente.

Por un momento me sentí mal y consideré llevarla conmigo, pero sabía que ambos terminaríamos por arrepentirnos y me despedí con un gesto, casi echando a correr al edificio del ejército, queriendo terminar con eso lo más pronto posible.

Al ser el pueblo más cercano a la armada, nuestros salarios eran entregados con Edric, cuyo puesto consistía en ser el tesorero de aquel dinero a la vez que el guardián presencial de Ythala, uno de los puestos máximos a los que se podía acceder, aunque demasiado aburrido en mi opinión, pues había muy poco que hacer más que encargarse de dar órdenes, recibirlas y documentar ambos sucesos.

Conocía al hombre desde hacía años. Habíamos estado juntos en la primera armada de Ziggdrall cuando recién entré en el ejército, pero poco a poco cada uno hizo su camino y él salió de la línea de fuego lo más rápido que pudo y desde entonces, no había dejado de insistir en que debía imitarlo.

Entré sin tocar, esperando sorprenderlo con algo ilegal, conteniendo una sonrisa cuando fue así y antes de comprobar de quién se trataba, terminó por lanzar la libreta de cuentas a un lado y comenzó a guardar de forma desesperada varios montoncitos de monedas en un cajón.

—Fino como de costumbre —dije sin poder contenerme más, haciendo que alzara su gris mirada, indignado.

—Eres un imbécil, debiste decirme que eras tú, ahora tendré que volver a contar todas mis ganancias —reclamó, señalando el cajón.

—Más bien tus estafas —corregí, avanzando hasta tomar la silla frente a su escritorio, recogiendo la libreta en el proceso y dándole una ojeada—. Que parece que van demasiado bien, por cierto...

Edric me arrebató la libreta, cerrándola y guardándola en el mismo cajón con un golpe.

—No son estafas. Todo lo que hago es legal y que tenga beneficios no es un crimen. Todos necesitamos dinero con la economía del reino —replicó ofendido—. La Diosa me bendijo con tres hijas que puedan heredar mi puesto, pero mientras tanto, tengo mucho que hacer por ellas.

Reí entre dientes, alzando las manos en señal de rendición.

—Sí, claro, todo lo que haces aquí es legal —dije de todos modos.

Edric me lanzó una nueva mirada ofendida mientras ponía sobre la mesa el enorme libro de contabilidad del ejército.

—Ya dime cuanto maldito dinero quieres y cuánto del mismo vas a gastar en provisiones y vete al diablo —exigió, haciendo que riera incluso más fuerte.

—Perdón, perdón, siempre eres tú quien me molesta, era mi oportunidad —me defendí y pese a todo, él tuvo que darme la razón.

—Bien, es justo, ya dime qué necesitas y veré cómo lo arreglamos —ofreció de mejor modo.

—En realidad vengo esperando que en serio sigas haciendo algunas cosas... no tan legales —reconocí, sintiéndome un poco estúpido por molestarlo cuando necesitaba su ayuda de esa forma. Una vez más maldije a las medicinas.

Edric me dio una mirada de incredulidad e indignación tal, que rogué mentalmente a la Diosa que me llevara en ese momento. El hombre dejó salir un suspiro y se pasó las manos por su cabello dorado donde las primeras canas eran visibles y asintió.

—¿Qué podría necesitar alguien como tú? —preguntó—. Hay muchas cosas que ya no hago y muchas que seguramente ni siquiera sabes que puedo hacer, así que...

—Me gustaría conseguir una Constancia de Registro Poblacional para alguien —confesé por fin.

—Oh por todos los Dioses, ¿eres padre? —preguntó de inmediato.

—¿Qué? ¡Por supuesto que no! —repliqué escandalizado—. Es para una chica como de veinte años, ¿cómo se te ocurrió que tendría un bebé en mi armada?

—¿Es...? ¿Una chica como de veinte años? —repitió y una sonrisa se abrió paso por sus rasgos.

—No, no, no, no —exclamé en cuanto comprendí su expresión, sintiendo que me sonrojaba, aunque no había un motivo real.

—Oh, pequeño pillo, por fin conseguiste una esposa —dijo de todos modos, golpeando la mesa un par de veces con la palma de su mano mientras reía—. Tráela de visita y si es bonita, con gusto les regalo el CRP —ofreció—. Siempre y cuando no sea una asesina o algo parecido, el fraude o la evasión de impuestos es algo que puedo llevar en mi consciencia por sacarte de las armadas, ya te estás haciendo viejo, amigo.

—¡¿Viejo?! —reclamé—. ¡Tengo veinticinco años, grandísimo imbécil!

—Y a tu edad yo ya tenía a mi primera hija —replicó—. Ahora habla, ¿dónde está?, no pudiste venir solo si estás pidiéndome un CRP...

—Está afuera, no la iba a traer para que la hicieras parte de esto —dije indignado, acomodándome en mi asiento.

Edric me regaló una sonrisa triunfal.

—¡No! No es... no es nada mío —aclaré frustrado—. Solo estoy ayudándola porque tuvo un accidente y no recuerda mucho. Mis magos la revisaron y nada. La chica es inocente, tiene magia de fuego y quiere ayudar al ejército. Necesito un CRP para que puedas registrarla como soldado en mi armada, seguimos siendo la siete, no debería ser tan complicado y tampoco tan costoso...

—Espera... ¿acogiste a una bruja de Hakém y ahora quieres que le dé un lugar legítimo en el ejército? —me interrumpió, incrédulo—. Debe ser la chica más guapa de Ziggdrall porque no veo otra razón por la que tú de entre todos decidiera confiar en ella con estos antecedentes.

—No es... —gruñí—. No es fea, ¿está bien? Porque sé que lo usarás en mi contra después si no lo aclaro, pero no fue eso. Ya te lo dije, Slifera y Sebastian se encargaron de todo. Es y será inofensiva, recuerde o no, estuviese con Hakém o no. No es un truco, de verdad no recuerda nada, tuve que recordarle las lunas el día que la conocí.

Edric alzó una ceja y asintió, considerándolo. Se puso de pie y caminó por su oficina un par de veces antes de ir a la ventana y observar el exterior.

—¿Está a la vista? —preguntó. Su tono había perdido el tono burlón usual y supe que no podía responder de esa forma tampoco.

—Sí, la pelirroja en la fuente —murmuré—. Tengo algo de dinero ahorrado, anda, te prometo que no causará problemas, Seb le puso un hechizo para bloquear su magia en caso de que se vuelva un peligro para nosotros y solo mírala, apenas tiene fuerza y recién redescubrió su magia, sé que podemos darle una oportunidad.

El soldado dejó salir un suspiro al terminar su análisis y con esa misma solemnidad volvió a sentarse frente a mí.

—No será barato, pero puedo hacerlo con una condición —pidió.

—Lo que sea, si puedo hacerlo, considéralo hecho.

—Cásate con ella —dijo con la misma seriedad, haciendo que mi boca cayera abierta.

—¿Qué?

—Es una bruja controlada que no tiene memorias. Es una ventaja enorme para que tu nula personalidad baste para impresionarla si sabes cómo jugar tus cartas —dijo como si fuese obvio.

Le di una mirada horrorizada.

—Por favor, Alexander. Tienes veinticinco años y llevas toda tu carrera militar en las armadas, pese a haber recibido decenas de ofertas de ascenso, sigues siendo la primera línea de defensa cuando podrías escapar a un lugar más seguro y seguir ayudando al ejército. No has tenido novia, no te has casado y parece que jamás piensas en visitar al Oráculo. Podrías morir cualquier día y todo tu talento y tus esfuerzos habrán sido en vano. ¿Es de verdad eso lo que quieres hacer con tu vida? Porque no queda mucho tiempo para que cambies de opinión.

Medité sus palabras un momento. Entendía por qué lo decía, pese a la ridícula broma y la horripilante sugerencia. No era la primera vez que me hacía comentarios al respecto, pero nunca había sido tan directo.

—Edric, de verdad agradezco tu preocupación y sé que lo haces con la mejor intención del mundo, pero mi lugar está allá...

—Ay, cállate, no digas más. Tu maldito sentido moral jamás va a dejarte cambiar de opinión. Eres más necio que la corriente de un río —reclamó—. Lo último que te diré es que es bonita. No funcionó con el resto de chicas, quizás lo haga con ella y, sería algo maravilloso porque es una bruja y tus hijos tendrían tus habilidades y su magia. Eso hará más por el mundo que morir por Ziggdrall en una armada.

Dejé salir un suspiro.

—¿Si lo considero al menos me darás un descuento?

Edric torció los labios.

—Bien. Porque sé que no conseguiré más. Dame su nombre y la anotaré en un CRP y en el ejército, aunque no voy a conseguirle nada mejor que un rango básico. Sabes que tendrás que hablar con Urso si quieres estrellas azules en su uniforme.

Asentí, conforme.

—¿Y cuánto me costará eso? —quise saber.

—Me conformo con el sueldo de dos meses.

—¡¿Dos meses?! Eso es demasiado —repliqué, levantándome.

—Vuelve a tu asiento. Es el precio, tómalo o déjalo.

—Tengo que pagar la comida de mi gente —recordé, frustrado—. Las reservas reglamentarias hace mucho que no alcanzan.

—Lo sé, pero es parte de mi negocio. No puedo hacer más por ti a menos de que obtenga una respuesta sólida.

Le regalé una mirada asesina.

—Bien. Cobra lo que quieras. Tengo algo ahorrado para esta clase de situaciones.

Edric revisó el libro de finanzas e hizo una mueca.

—No, ya no. Esto es lo último de tus ahorros, Alexander, así que espero que tengas cuidado de ahora en adelante.

—¿Qué? —respondí incrédulo—. Tenía meses ahorrando —añadí.

—Los precios han subido —se excusó—. No puedo hacer más por ti.

Gruñí, frustrado.

—Bien, lo que sea. Necesito esto, pero no creas que volveré a pedirte nada —advertí.

Edric rio entre dientes.

—Suerte igualando mis precios con Cert —se burló.

Volví a gruñir. Sabía que tenía razón, pero ya lo pensaría después. Lo importante era recuperar las reservas actuales y conseguir la incorporación de Lili en el ejército.

Suspiré, mirándolo hacer sus apuntes y sus cuentas, optando por cambiar el tema.

—¿Has sabido algo de Lionel? —pregunté tratando de sonar casual. Seguía registrado en mi armada, pero ya no recordaba la última vez que lo había visto.

—Está en el reino si es lo que quieres saber. Le envió regalos a las niñas hace un par de meses. Sin una dirección de regreso, como de costumbre. No tengo idea de dónde está y ya me cansé de tratar de averiguarlo, te recomiendo que hagas lo mismo por tu propia paz mental.

—Pero se supone...

—Urso está de acuerdo. No vas a conseguir nada a menos de que el viejo oso le quite el permiso. Pasamos años intentando que lo hiciera y no funcionó. Solo déjalo pasar.

Volví a suspirar, sintiéndome incluso más frustrado, pero decidí obedecer a Edric y tratar de olvidar el tema, como llevaba haciendo ya varios años, así que luego de unos minutos llenando el papeleo necesario para la bruja y aguantando sus burlas sobre la capa que llevaba que parecieron salvarme de que se burlara de mi brazo inmovilizado, fui libre de marcharme a la parte del edificio donde abastecerían mis demandas.

Entregué la hoja de petición de reservas con el sello de Edric y salí del edificio en busca de Lilineth para poder darle la buena noticia. Esperaba que al menos se alegrara. La conversación con ese idiota me había puesto de mal humor.

Al acercarme vi que ya no parecía tan nerviosa como antes, sino que escuchaba una canción que tocaban un par de jóvenes no muy lejos de ahí, mientras movía lentamente su cabeza de un lado al otro, igualando el ritmo. Movía sus pies que no tocaban el suelo como si quisiera unirse al baile y eso me hizo sonreír antes de que pudiera evitarlo, disipando parte de mi molestia. Era normal que fuese tan diferente dado que no recordaba nada, pero que pareciera vivir en su propio mundo, le daba una suerte de encanto que seguía encontrando revitalizante cada vez que convivía con ella.

Ese pensamiento trajo a mi mente la estúpida propuesta de Edric y mi sonrisa se esfumó, reemplazada con vergüenza. ¿Cómo se atrevía ese imbécil a insinuar siquiera que debería engañarla para tener hijos con magia?

Me froté el rostro con rudeza tratando de hacer pasar ese recuerdo y al abrir mis ojos noté que Lili ya se había puesto de pie y me miraba con preocupación.

—¿Sucedió algo? —dudó, una vez más pareciendo asustada, como si de verdad temiera que un terrible castigo se aproximaba.

No pude evitar sentirme incluso peor.

—No... no, en absoluto, todo fue de maravilla —balbuceé, sintiéndome como un idiota apenas las palabras abandonaron mis labios.

En primer lugar, porque era una mentira y en segundo, porque no tenía motivos para sentirme repentinamente nervioso en presencia de una de mis soldados.

—Eh... bueno, la verdadera razón por la que vinimos hasta acá es porque creo que, aunque merecías un castigo por no saber obedecer las órdenes dadas por tu superior cuando deseas convertirte en soldado, pasaste la prueba que te puse y también, te has dedicado a ayudarnos, así que, a partir de hoy, eres un miembro oficial de la armada siete y del ejército de Ziggdrall —anuncié con solemnidad.

Lilineth me miró con la sorpresa y la incredulidad escritas en sus ojos y para mi sorpresa y posterior consternación, comenzó a llorar, haciendo que no supiera qué hacer.

—¿Es... fue una mala noticia? —pregunté, confuso, pero ella negó con la cabeza y en un gesto que me confundió incluso más, se lanzó a abrazarme por la cintura, refugiándose en mí sin poder dejar de llorar.

Me rendí a la idea de encontrar algo coherente que decir cuando no entendía si su reacción calificaba como positiva o negativa y me limité a regresar el abrazo a medias, palmeándole la espalda en un intento de ayudarla a calmarse.

Pasamos así un par de minutos hasta que me soltó, limpiándose el rostro y luciendo avergonzada.

—Lo siento —susurró.

—No te disculpes, solo... espero que no haya hecho algo malo al anotarte ahora, porque no estoy seguro de que pueda cambiar esos papeles —reconocí, comenzando a preocuparme.

Ella, sin embargo, se rio y negó con la cabeza.

—No, no, no está mal. Al contrario, no pensé que pudiera formar parte luego de todo lo que sucedió con el ataque y demás. Fue... comenzaba a pensar que tenían razón y tal vez no estaba hecha para esto —admitió.

—Diosa, ¿por qué pensarías eso? ¿Fue... fue por la broma que te hice en mi oficina? Oh, sabes que no debí... no hablaba en serio, te lo dije ese día...

Lili volvió a reír y negar con la cabeza.

—No, Alex, no fue por eso. O sea... lo pensé un poco, pero no fue por ti. Pensaba muy diferente a como debía y en el camino hice enojar a mucha gente con mi necedad cuando desconocía el estado de la guerra y de Ziggdrall mismo —explicó, desviando la vista—. Creo que he aprendido mucho ya sobre lo equivocada que estaba, pero pensé que quizás por eso no podría ser considerada de verdad, cuando ni siquiera tengo lo necesario para salir a ayudar...

—Hoy estás saliendo a ayudar —recordé con media sonrisa.

—Es un castigo —replicó, indignada.

—Sigue siendo ayuda. Que te quedes con Seb en la Torre es ayuda y que vayas a la habitación de Abigail todos los días para comer mientras ella y Megan terminan de recuperarse, es ayuda. No toda la ayuda llega en formas de magia o de arma en un campo de batalla. A veces la ayuda que puedes dar fuera de uno es lo que es especial —expliqué, consiguiendo que ella separa los labios.

—¿Sabías que voy a ver a Meg y Abby todos los días? —dudó—. Pero... siempre estás ocupado...

Sonreí.

—Soy el líder de la armada y saber qué sucede en ella es mi trabajo. No significa que me dedique a espiar su vida, pero no es un secreto lo delicada que ha estado Megan. Me alegra que tenga la compañía que necesita para poder sanar —dije de corazón.

Lilineth se sonrojó con violencia y terminé por reír cuando ella balbuceó varias palabras sin poder formar una oración. Comenzaba a notar que siempre que estaba nerviosa, le pasaba eso.

—No tiene nada de malo. Lo que quiero decir es que tienes lo necesario para ser soldado. No te preocupes por eso, además, siempre que tenemos un nuevo miembro se le da un periodo de seis meses para comenzar a tomar misiones y estas deben ser supervisadas —expliqué, palmeándole la cabeza—. No te asustes porque apenas tengas unos días entrenando. Aún tienes tiempo.

—Pero... el ejército va a pagarme por no hacer nada —susurró abrumada.

—¿Y quién dijo que no vas a hacer nada? —respondí con humor—. Desde mañana empezarás a tener labores en la armada como todos los demás. Tienes que seguir entrenando conmigo y también con Sebastian. Ya me dijo que apenas comenzarán con las fórmulas y la magia. Tienes muchísimas cosas que hacer como para desquitar el sueldo.

—Dios, es cierto. Debía empezar a cubrir las labores de Kaiya también —dijo comenzando a abrumarse—. Con todo lo que había pasado olvidé decirte que no debías hacerlo por mí hasta que pasara la prueba. No tienes que seguir haciéndolo, yo puedo encargarme de ahora en adelante, aunque tampoco soy muy buena, estos días ayudando en la cocina... bueno, la verdad es que Ártica terminó por pedirme que dejara de meterme con su comida...

—Lili, por favor, una cosa a la vez —pedí, tomándola de un hombro para ayudarla a estabilizarse, pues parecía que comenzaría a caminar de forma ansiosa de un momento a otro.

—No lo dije porque quisiera que te preocuparas, lo de tener responsabilidades —aclaré—. Todo es poco a poco. No voy a encargarte nada para lo que no te sientas capacitada. Hay muchas cosas que hacer, sí, pero también somos muchos. Ya todos o bueno, casi todos —tuve que corregir con una pequeña mueca—, se han recuperado. El trabajo no tiene que ser tan pesado.

—Pero... tú y Kaiya...

—Diosa, ¿quién te dijo eso en primer lugar? —quise saber.

Ella abrió y cerró la boca sin saber qué responder.

—Solo... solo lo escuché en el comedor —balbuceó y supe que mentía. Era muy mala haciéndolo.

—Mira, no sé quién te lo haya dicho, pero mi trato con Kaiya, es mío. No voy a pedirle que siga haciendo labores si Seb le ha pedido renunciar a su vida por la tuya —dije tratando de calmarla, pero ella abrió mucho los ojos, incluso más preocupada.

—¿Cómo que mi vida por la suya? —preguntó.

—Bueno, es cómo funciona su magia, la magia de los Shërims.

Ella me miró sin entender, incluso más abrumada.

—Oh, Diosa... ¿no sabías cómo funcionaba esa magia? —me preocupé.

Lili negó con la cabeza y tuve que mirar alrededor para guiarla hasta conseguir que volviera a sentarse a la orilla de la fuente. Aquello no iba a gustarle nada.

—No te asustes y por favor no te preocupes de más. Es algo perfectamente normal y como seguramente ya sabes, tampoco es algo tan especial, pues Kaiya vende su magia —empecé—. ¿Si sabes que ella hace eso?

Lilineth asintió, pero parecía haberse quedado sin voz.

—Bien. La magia de los Shërim sirve para sanar. Es poco común y muy especial. Hay muchas habladurías de las razones por la que un Shërim viene a este mundo y yo creo que es mejor que no entremos en esos detalles, pero al usar su magia, ellos gastan su vida. No sé cómo catalogarlo, si es una especie de contenedor que va vaciándose conforme la usan o si hay una cuenta exacta de horas, días y meses que ellos empiezan a perder al sanar, pero entre más usan su magia, ellos viven menos.

Lilineth se puso de pie, incrédula y tuvo que volver a sentarse cuando su sorpresa fue tal, que estuvo a punto de caer.

—¿O sea que...? ¿Cada vez que sanan... podría ser la última? —balbuceó—. O sea que... ¿por qué Kaiya vende su magia si es... si es tan peligroso?

—Es inevitable. No puedes solo negarte a ayudar para siempre cuando tienes un don. Supongo que tú puedes entenderlo muy bien. Sigues aprendiendo magia —expliqué, tomando sus manos para ayudarla a calmarse.

—Pero... todos dicen que Kaiya es... yo misma le dije que era... egoísta —murmuró, arrepentida.

—Bueno, hay una organización llamada La orden de la Diosa que está compuesta de Shërims, quienes se dedican a ir por el reino curando personas necesitadas, así que entiendo por qué el comportamiento de Kaiya puede parecerles egoísta, pero yo la entiendo. La conozco desde hace mucho tiempo y bueno... ella merece priorizar su vida por la de los demás o al menos tener la mejor vida que pueda comprar a cambio de su poder —dije encogiéndome de hombros.

No solía reconocerlo en público, pero Kaiya era para mí y para Sebastian como una hermana menor. Sin embargo, debido a su personalidad, muchas veces le costaba congeniar con la gente y solían tener la impresión equivocada de ella.

—Dios... ya lo creo. Yo... necesito disculparme con ella —dijo Lili todavía abrumada.

—No te preocupes, tómatelo con calma. No creo que ella esté muy cómoda con las disculpas y menos de alguien que conoce poco. Quizás en unos meses puedan acercarse y hablar mejor. En ese momento podrías comentárselo —recomendé.

Ella dudó un momento, pero terminó por asentir.

—Gracias y lo siento —murmuró, luciendo culpable.

—Conmigo no es con quien debes disculparte —recordé, sonriéndole—. Lo importante es que ahora sabes algo más sobre ella y que puedes entenderla. Muchas veces el comprender de verdad los motivos de alguien es más importante que disculparte con esa persona.

—¿En serio lo crees? —dudó.

—Claro, si comprendes los motivos de las personas, entonces no tienes por qué juzgarlos tan duramente. Quizás si en algún momento lo hiciste no van a disculparte jamás, pero al menos no vas a repetirlo.

—Eso no suena muy agradable. No quisiera ofender a nadie de tal forma que no volviera a hablarme —reconoció.

—Creo que nadie quiere eso, pero a veces es inevitable. Es parte de la convivencia, supongo —dije restándole importancia con un gesto.

Lilineth no pareció tener más que decir, pareciendo sumirse en sus pensamientos, hasta que la tomé del brazo para que se pusiera de pie. Si no regresábamos pronto a la armada, estaríamos llegando de madrugada.

—Si de verdad no te molestó que te inscribiera al ejército, creo que debemos darnos prisa para que te entreguen tu uniforme y el resto de tus cosas —dije con suavidad—. Son muchas horas de camino hasta la armada y llevamos provisiones —recordé.

—Dios, es verdad —dijo avergonzada, dejándose guiar por mí.

Le indiqué el camino, llevando la carreta con nosotros para que pudieran cargar las cosas que había comprado mientras nosotros ingresábamos al almacén del ejército, una zona que tenía mucho sin visitar y que me pareció que lucía bastante descuidada y abandonada. Supuse que se debía a la poca gente nueva que se unía al ejército, pero no dejé que el pensamiento me desanimara cuando mi acompañante parecía, una vez más, encontrar hasta esas simples oficinas como algo maravilloso.

—Puedes preguntarme lo que quieras respecto a... bueno, todo —ofrecí en voz baja mientras avanzábamos hasta una ventanilla donde una soldado parecía ya esperar por nosotros, teniendo la carta de alta y el CRP de Lilineth en la mano.

—No quisiera molestarte con cosas sin importancia —murmuró Lili, apenada.

—No sería una molestia, honestamente prefiero eso a que estemos caminando seis horas en silencio —reconocí.

Ella se sonrojó con violencia hasta que sus mejillas igualaban el tono de su cabello y tuve que hacer mi mayor esfuerzo para mantenerme serio, pues no sería nada apropiado que un Mayor estuviese riéndose de una novata frente a otros soldados.

Me aclaré la garganta y saludé a la soldado tras la ventanilla, quien me regresó el gesto con respeto antes de entregarme los documentos y ofrecernos pasar al fondo, donde otro soldado podría ayudarnos a encontrar la talla adecuada para los uniformes de Lilineth.

Agradecí con un gesto y guie a la incómoda pelirroja a través del pasillo donde tras una nueva ventanilla, un hombre nos entregó tres juegos de uniformes tras analizar la complexión de la bruja.

—De momento no se cuenta con sastre en esta sucursal, los arreglos necesarios correrán por tu cuenta —explicó a Lili, quien asintió, algo intimidada con el proceso como para responder.

—Alguien en la armada puede ayudarte con eso, no te preocupes —dije tratando de tranquilizarla y ella asintió, agradecida, dejando que le pasara un brazo por los hombros para guiarla al siguiente punto, donde un soldado nos entregó una enorme caja que contenía dos pares de botas que, afortunadamente, sí parecían corresponder a la talla que Lili indicó al llegar.

—Son... algo pesadas —comentó todavía algo intimidada—. Al menos ya terminamos, ¿no? —preguntó.

—Oh, no, todavía nos quedan dos paradas más —admití, haciendo que me mirara con curiosidad—. Aún tienes que elegir tu comunicador.

—¿Puedo elegirlo? ¿Puede ser como los de ustedes? —dijo con una chispa de ilusión en sus ojos.

No pude evitar sonreír.

—Por supuesto que sí, puedes llevarte el que más te guste.

Ella sonrió incluso más, apurando el paso pese a estar cargando varias cosas y casi tuve que correr para que llegáramos juntos a la tercera ventanilla donde se extendía una estantería llena de comunicadores de diferentes tipos, desde animales o figuras de madera tallada, hasta anillos, aretes y collares con piedras preciosas.

Lilineth dejó salir un ruidito de emoción, casi saltando al ver la enorme selección, moviéndose de un lado a otro conforme algún diseño llamaba su atención.

Eso me hizo sonreír de nuevo y la dejé tomarse su tiempo mientras analizaba cada una de sus opciones, al menos hasta notar que sus ojos volvían cada pocos minutos a un collar con una mariposa de cristal que brillaba con decenas de colores cuando la luz la tocaba.

—Deberías llevarte ese —sugerí cuando sus ojos se quedaron fijos en ella por quinta vez.

—Pero... no parece muy práctica, además... parece que cuesta dinero —admitió, pues cada fila de comunicadores, una vez te alejabas de los que estaban hechos de madera, mostraba un número en diamantes, ya que el ejército solo te proporcionaba un comunicador básico. Si querías algo especial, debías pagar por ello.

—Solo son cincuenta diamantes extras —descarté, haciendo que ella me diera una mirada un tanto apenada.

—Creo que no tengo ni uno de esos —reconoció, dejando el collar y buscando una vez más entre los comunicadores de madera.

Me sentí un poco estúpido por no haber pensado en que ella obviamente no tenía ni un solo diamante para costear su comunicador, optando por tomar el collar y pedirle al soldado encargado que lo programara para ella y que añadiera el valor a mi cuenta.

—Pero... Alex... no puedo pagar eso y no deberías pagarlo tú —dijo Lilineth de inmediato, abrumada una vez más.

No pude evitar sonreír y estuve cerca de encogerme de hombros, deteniéndome a tiempo para no terminar lastimándome de nuevo.

—Te dije que te podías llevar el que quisieras, si no pagara por ese comunicador, no estaría cumpliendo mi palabra y perdería el derecho a esperar que tu cumplas la tuya conmigo, ¿no crees?

Ella me miró con una chispa de sorpresa, pensándolo por un momento antes de parecer de acuerdo.

—Pero... no deberías hacer promesas tan a la ligera, dicen que siempre pagas las reservas —murmuró, preocupada.

—Son cincuenta diamantes, apenas es un costal de harina y creo que todos hemos tenido ya suficientes bolas de harina en un año —bromeé, haciendo que ella una vez más tuviera que darme la razón.

Nos entregaron el comunicador en ese momento y lo recibí antes de que ella pudiera hacerlo, para poder pasarlo alrededor de su cuello y ver cómo la mariposa brillaba en decenas de colores entre sus clavículas.

Lilineth se acomodó el cabello y luego levantó el collar para poder admirarlo de cerca. Parecía tan complacida con aquel pequeño gesto que me alegré de no haberlo pensado dos veces antes de comprarlo.

—Ahora solo tienes que cuidarlo, una vez en casa, Ernesto puede enseñarte a usarlo y darte un listado con las claves necesarias. De momento solo nos queda una última parada. Imagino que ya deben haber terminado de grabar tus datos —dije, perdiendo una chispa de mi buen humor. Odiaba ir a esa sala del edificio del ejército.

Lili pareció notar mi cambio y se abstuvo de responder, así que solo la hice caminar conmigo en silencio, incapaz de mantener un buen humor conforme llegábamos al salón de las cadenas de identificación.

—¿Qué es este lugar? —susurró Lilineth, pegándose un poco más a mí cuando el ambiente se volvió repentinamente pesado.

—Todos los soldados por ley debemos portar un par de cadenas de identificación con nuestro nombre, cumpleaños y armada. En caso de que nos pase algo durante un combate, la cadena es entregada a nuestra armada y luego, tanto la identificación como las pertenencias se traen a la ciudad asignada para que alguien pueda venir a recogerlas —expliqué también en voz baja, incómodo cuando sus ojos viajaron a las decenas de placas de identificación que estaban colgadas en una de las paredes, esperando desde hacía quién sabe cuántos años que alguien viniera a reclamarlas.

Lili no consiguió darme una respuesta y yo no insistí, aunque mi mente me recordó que ahí había muchas placas de soldados que había conocido, pues la mayoría de los que se enlistaron después de los peores ataques de Hakém a las ciudades principales, habían sido los huérfanos que no tenían otra forma para mantenerse y sin el tiempo para la instrucción necesaria, sus vidas habían terminado por desperdiciarse en los campos de batalla.

Esa ola de reclutas nuevos y bajas, había dado lugar a la mala fama del ejército como el trabajo para los desesperados y también, había vuelto una tradición esa prueba de entre dos y seis meses para entregarle a alguien nuevo una habitación, pues casi nadie duraba tanto.

En momentos como ese, comenzaba a reconsiderar la oferta de Edric, quizás si estuviese en alguna de las ciudades, podría tener el tiempo de entrenar personalmente a los nuevos reclutas de mi División... pero esa clase de puestos se reservaban regularmente a mujeres, mientras nosotros permanecíamos en los puestos sencillos, principalmente burocráticos como los soldados que se habían encargado de atendernos hasta ahora.

Dejé salir un suspiro, alejando esos pensamientos y llegando al fondo de la sala donde un joven con expresión un tanto resignada nos entregó dos juegos de placas para Lili.

—Debes poner una placa en el interior de cada una de tus botas. Hay un espacio para eso en la parte de atrás, es en caso de que necesites ser identificada. Por favor avisa a tus seres queridos de esta situación, en el peor de los escenarios, podrán venir a este salón a solicitar tu placa y tus pertenencias, así como cualquier dinero que el ejército deba de tus pagos —explicó el hombre con voz plana que me hizo pensar que estaba tan cansado como yo de ese mismo discurso.

No quise pensar en la decena de veces que lo había oído antes y asentí, tomando las placas por Lili y guiándola fuera del lugar mientras sentía en mi espalda una vez más el peso de todos los compañeros y compañeras que ya jamás iba a volver a ver.

—Lo siento —dije una vez estuvimos fuera del edificio donde una soldado nos entregó la carreta con provisiones, en la que coloqué las cosas de Lilineth para que sus manos estuviesen libres.

Ella solo asintió, tratando de asimilar lo que había visto en ese salón.

—Eso fue... aterrador, creo —dijo por fin, con un hilo de voz.

—De verdad lo siento mucho —reconocí, sintiendo la culpa apretando mi garganta. Toda la emoción que el ánimo de Lilineth solía darme, había hecho que por un momento me olvidara de las razones por las que no había querido arrastrarla al ejército en primer lugar.

—No, no te disculpes —dijo de inmediato—. No me refería... bueno, sé que nada de eso es tu culpa, solo fue... abrumador. Aunque creo que es... bueno, lógico. Tal vez tuvimos suerte en el anterior ataque, pero esos magos y brujas... eso debe pasar con los soldados también. Dante está en problemas por el asesinato de un soldado de élite, debe ser... cualquiera que solo sea como yo...

—No —interrumpí, tomando una de sus manos antes de detenerme a pensarlo—. No te atrevas a mencionarte como los soldados cuyas placas están en ese salón. Es tu bienvenida al ejército, no la llenes de mala suerte hablando de los caídos. Ellos ya tienen su día para ser recordados y aunque sé que no es suficiente, no puedes... no te compares con ellos cuando recién estás entrando —supliqué, sorprendiéndome por la forma en la que mi voz sonaba, con una pizca de terror.

Tal vez no lo hubiese reconocido en voz alta, pero ya había encendido demasiadas piras por los míos, no me podía permitir ninguna más. No quería pensar siquiera en la posibilidad.

Lilineth pareció algo intimidada y fue entonces que noté que seguía sosteniendo su mano con quizás demasiada fuerza y me obligué a soltarla.

—Lo siento, no quería ser inapropiado —me disculpé.

—No, no. Tienes razón —murmuró, tratando de reponerse—. Qué tonta fui por casi arruinar mi primer día en el ejército con un mal augurio —dijo con una risa un tanto nerviosa.

»La gente en la armada se ha conocido ya por muchos años, así que... bueno, no tengo por qué terminar de esa forma si todos ustedes cuidarán de mí. Vamos, incluso el consejero del rey fue detrás nuestro y ninguno de los que estábamos en la armada ese día... bueno, ya sabes, aparte de los dos soldados que iban con Meg...

Se removió en su lugar, incluso más nerviosa.

—O sea, no quiero ser irrespetuosa con sus muertes, solo me refería a que, si ni el consejero de Hakém pudo con todos ustedes, nosotros —se corrigió—. Vamos, no hay razón para que estemos tan asustados tan pronto de que nuestra placa esté en el salón, ¿verdad?

—Claro, entiendo a qué te refieres, no estás siendo irrespetuosa, tienes mucha razón —tuve que reconocer.

—¿Ah sí? —se sorprendió—. Quiero decir... claro, claro, por eso lo decía...

No pude evitar reír entre dientes.

—No, en serio tienes razón. Ni siquiera el consejero pudo deshacerse de nuestra armada y ni una bruja de Hakém pudo contigo cuando no eras parte del ejército todavía. No tengo razones para preocuparme tanto, sabes cuidarte sola y estás entrenando para saber hacerlo aún mejor.

Lili me miró con una pizca de incredulidad y los nervios la hicieron removerse en su sitio una vez más mientras un tono rojizo comenzaba a aparecer sobre sus mejillas, amenazando con cubrir las pecas de su rostro.

—Tampoco es para tanto, solo... Diosa, hablar contigo es difícil —reclamó.

—¿Conmigo? ¡Tú eres la que no me dirigió la palabra todo el camino a Ythala! ¡Moría de aburrimiento y no tenía idea de cómo conversar contigo sin asustarte! —reclamé antes de poder contenerme.

—Ay, Dios, es cierto, ya me lo habías dicho hace rato, lo siento mucho —respondió, nerviosa—. Es que... pensé que era parte del castigo, tenía muchas preguntas y sigues siendo el líder y muy intimidante —se defendió.

—¿Yo intimidante? ¡Deberías conocer al líder de División! No por nada lo llaman oso —insistí, ofendido.

—Pues tú me aterrorizaste cuando llegué y luego me lanzaste a una tina porque arruiné tu libro, ¿cómo esperas que solo te hable, así como así? —cuestionó indignada.

Eso me dejó sin palabras por un momento porque ella tenía razón.

—Me disculpé por eso. Además, como líder tenía que ser así con un posible enemigo de la armada y ese libro que rompiste era lo único que me quedaba de mi padre, estaba muy enojado y no pensé con claridad en lo que hacía —tuve que reconocer. Todavía seguía buscando quien pudiera dejar como nuevo ese atlas, desde el inicio de la guerra conseguir libros y más aún, repararlos, se había vuelto un oficio poco común.

—¿Era de...? Oh, Diosa, sí debías lanzarme a esa tina —murmuró, consternada—. ¿Pudiste arreglarlo? ¿Puedo hacer algo para repararlo?

Dejé salir un suspiro y negué con la cabeza, quitándole importancia con un gesto.

—Tranquila, algún día conseguiré quien lo arregle, no te consternes tanto, ya me vengué de ti de todos modos. Te arrojé a una tina, te inscribí al ejército y ahora haré que me ayudes a llevar las reservas a casa —enumeré, señalando la carreta que seguía esperando por nosotros.

—Te concedo que parte de eso cuenta como venganza —sonrió, acercándose para comenzar a tirar de la carreta, por lo que me acerqué para ayudarla.

»Creí que habías dicho que solo yo iba a llevarla a casa —recordó, alzando una ceja acusadora en mi dirección, haciéndome reír entre dientes.

—Bien, eso también cuenta como venganza, solo quería asustarte un poco —confesé, haciendo que ella me diera una mirada indignada y un codazo.

—De verdad que eres un líder aterrador —reclamó.

—Ay, ¿y por eso tienes que golpearme en el brazo? Es el hombro herido, ¿sabes? —repliqué.

Ella hizo un pequeño puchero, alzando la barbilla.

—Creo que te lo mereces, ya te has vengado lo suficiente de mí —dijo con exagerado descaro.

—Tienes razón, lo reconozco, ahora no me castigues con otras seis horas en silencio —supliqué con tono fingido.

Lilineth rio y negó con la cabeza.

—Oh no, por supuesto que no. No me harás callar estas seis horas con preguntas, esa será mi venganza contra ti —acusó con exagerada maldad que terminó haciéndonos reír a los dos mientras comenzábamos a caminar, lejos de la plaza y de Ythala.

—Trataré de resistirla tanto como pueda —prometí, comenzando a pensar que quizás las medicinas no eran las únicas responsables de mi reciente buen humor al estar en compañía de Lilineth.



NA: Uf una disculpa por atrasarme unos días. Han pasado cositas como con todos, me enfermé. Debo 5,000 palabras a la cárcel de escritores y estoy muriendo, espero que al menos eso haga que el siguiente capítulo esté en tiempo. En otras noticias, NateWantsToBattle ha sacado un nuevo disco y es, como siempre, tan Guerra de Ensueño que es una fantasía escribir con él como banda sonora. Estoy trabajando en unos extras de PsN también, un cuentico de Dante y uno de Meg y Abby, espero que puedan ver pronto la luz una vez termine esta novela. Se supone que debe estar para diciembre, ¿creen que se pueda lograr?

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