Detrás De Cámaras ©

By EternalMls

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(+18) El regreso de Bastian Derking a la ciudad de San Diego, luego de unos extensos quince años, descolocó a... More

Nota importante
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By EternalMls

Cuando observé las grabaciones, mi respiración se removió.

Delante del computador portátil, mis dedos comprimían los botones del teclado con velocidad acelerando las secuencias filmadas dentro del club nocturno e inspeccionando atenta la calidad de mi propio trabajo ejecutado. Los pixeles de la pantalla me revelaban cada pieza encajada en los muros rojizos, los sofás ocupados con sombras difusas, así como los camareros excéntricos que se trasladaban de un sector a otro realizando su trabajo.

Adelantando secuencias ínfimas, la extensa grabación me iluminó con el baile erótico de los actores porn* deslizándose por la plataforma irradiada por reflectores y trasladándose al sector público para menear sus grandes atributos a sus espectadores. Los billetes verdes planeaban por encima de sus pasamontañas y las manos rápidas de las mujeres se sujetaban del filo de sus vaqueros para depositar sus ahorros diarios.

Cada uno de sus actos se notaba en perfectas condiciones pese a que la pequeña y compacta cámara de video no era de la mejor calidad, y dado que lo había corroborado en dicho momento, me sentía aliviada de que las luces hubieran estado a mi favor.

Sin embargo, cuando Bastian realizó su aparición con su disfraz de ladrón ante la cámara, el calor me recorrió los vasos sanguíneos hasta acumularse en mis mejillas. Contemplaba cada uno de sus movimientos: como me cargaba sobre sus fornidos brazos y descansaba mis extremidades en su torso desnudo, la sutileza con la que me posicionaba ante sus ojos avellana y sus manoseos cuando me obligó a situarme en la silla.

Recordaba vagamente que, entre susurros y en un estado sumiso, me aseguró que mi identidad no se detectaría en la filmación debido a la poca iluminación, y creí su mentira a ciegas.

Fue inevitable detectar mi rostro bajo los reflectores que encandilaban mis facciones y realzaban mi excitación por su cercanía. Todo mi cuerpo se tornó rígido y ardió, irradiando calor dentro de los cuatro muros de mi habitación al comprender que mis reacciones esporádicas, y que en ese instante me hipnotizaban, no solo las había vivido con pasión en mi mente, sino que, gracias a la cámara, había descubierto como el público se hallaba interesado ante mis gestos impensados.

– No puede ser – balbuceé con las mejillas enrojecidas.

Los nervios se habían apoderado de mis dedos ante la vergüenza por dejarme exponer de tal forma, entumeciéndolos e impidiendo que siguiera inspeccionando con velocidad el video moldeado en la pantalla. Observaba como me tocaba mi piel expuesta, como marcaba su territorio en cada uno de mis poros dilatados y como su boca se había apoderado de su razón para atacar mi cuello con ferocidad.

Con las imágenes claras y rememorando las secuencias, no podía deshacerme de sus palabras sucias y pronosticadas, enunciando que cuando inspeccione todo lo que me había hecho en mi computador, sentiría ansias de explorar mi zona intima.

Y maldita sea, tenía razón. No podía ver lo que había sucedido entre ambos sin imaginar que sus tanteos se desplazaban bajo mi ropa. Mi cuerpo iniciaba a tomar temperatura y exigir una vez más sus manos en mi piel.

Mierda. Odiaba que mi sistema aclamara solo su nombre, e iniciaba a agradarme la forma maliciosa y lujuriosa con la que solo se dedicaba a mirarme con toda su exclusividad. Como si solo yo existiera ante sus ojos.

No obstante, cuando la escena de nuestro primer beso en un momento muy inoportuno se posicionó ante mis ojos cansados, el recuerdo me recorrió la piel como una descarga, fluyendo bajo mi tez y tiñendo mi rostro en un rojo intenso. Rocé mis yemas en mis labios, volviendo a sentir muy levemente la evocación de su deseo enterrándose en mi blanda piel y acumulándose en diversos sectores de mi anatomía. Mis dedos recorrieron la circunferencia donde su magna y dócil mano había presionado sin inhibir mi respiración, haciendo memoria de cada sentimiento inconsciente hasta apretar mis muslos bajo el computador portátil.

Pero, pese a que podía seguir recordando, suspiré calmando mis emociones. Deshaciéndome de los audífonos, tras oír repetidas veces la música estridente que resonó en el club nocturno, el silencio ensordecedor de mi habitación me desestabilizó. Deslicé la computadora de mis muslos, apartándola sobre las sábanas blancas de la cama para poder estirarme a gusto, intentando olvidar todos los pensamientos que posicionaban su nombre como prioridad.

Para su mala suerte, su predicción había fallado divido a que la vergüenza por todo lo que había vislumbrado en la grabación se recapitulaba en mi mente sin descanso. Además, cuando recordaba cómo me observaba el público, el pudor me esfumaba cada pequeño sentimiento de necesidad por tenerlo a mi lado hasta normalizar mi sistema.

Era de tarde, y una hermosa brisa acariciaba mis persianas para ingresar al interior del cuarto. Al salir de las sábanas cómodas y posicionar mis dedos en el umbral para sentir el calor primaveral, el interior oscuro de la habitación de Bastian me daba la bienvenida como todos los días al ser mi primer impacto visual.

– ¿Otra vez no está en su casa? – modulé con calma.

Curvé una ceja, extrañada. Todo su interior permanecía en una soledad taciturna que disgustaba, en penumbra y sus muros internos olvidaban como el sol las penetraba a través de los cristales, generándome deseos de revivir su estructura como lo había sido cuanto tan solo era una niña.

Con el correr de las semanas me había percatado de él que no frecuentaba su vivienda mucho tiempo, y si lo estaba, el lapso era escaso, como si se tratase de un albergue transitorio y no un sector el cual descansar a gusto. Solía permanecer más tiempo afuera en algún lugar que desconocía que merodear por su casa a medio reparar, y me generaba curiosidad lo que podía estar haciendo en este instante.

Había trascurrido un par de días desde la última noche en que lo había visto en el club, y luego de obtener mis filmaciones y notar su desaparición del escenario, le envié un mensaje de agradecimiento, soslayando el pudor que me generaba escribirle unas simples palabras amistosas, y con su respuesta recalcando que me fuera del lugar, así como prometiéndome que me vería pronto, su presencia se desvaneció.

Observé la pantalla de mi teléfono encendido, y corrí a mi bandeja de correos, enseñándome nuestros últimos mensajes intercambiados. Quería volver a intercambiar palabras con él sin que los nervios acaloraran mis mejillas con el recuerdo de nuestros labios colisionando, pero al mismo tiempo no quería hostigarlo con la excusa de que necesitaba seguir grabando sus tiempos y sus actividades diarias.

No pretendía ilusionarme, pero no podía evitar pensar en él en los momentos menos inusitados. Ambos habíamos hecho un trato, y Bastian solo había aceptado un favor a mi terquedad por no acceder a otro asunto de interés para documentar. Estaba haciendo todo lo posible para que las filmaciones y los sentimientos se sintieran reales tras la pantalla, exactamente como lo debe hacer un actor, e intuía que sus actuaciones generaban algo más allá de lo que quería informar.

– Es actor, es lo que hace – me recordé.

Torné a suspirar, necesitando centrarme en lo que era realmente importante.

Me dirigí a las llamadas y con velocidad oprimí el número de Bart. El timbre resonó en mi tímpano por unos extensos segundos sin descanso, hasta que el contestador emitió su mensaje explicando que el número no estaba disponible. Protesté y torné a llamarlo.

Hace un par de meses le había ofrecido un micrófono pequeño y funcional para uno de sus proyectos anuales, no obstante, con el correr de los días de filmación junto a Bastian, y luego de corroborar que ya no le proporcionaba uso, lo necesitaba con urgencia. Si las siguientes filmaciones donde debía registrar su tonalidad de voz eran en sectores fuera de nuestra zona de confort, debía ser más prudente y no utilizar el micrófono extenso que me acompañó la primera vez en su jardín.

Bart se hallaba informado de que hoy iría por mi elemento faltante, pero al no responder mis llamadas, dudé. Volví a observar la casa de Bastian a la par en que mis dedos tamboreaban sobre el umbral de la ventana, pensando con seriedad si era una buena opción ir sola, y sin corroborar que él estuviera presente. Inhalé para calmar mis emociones y echándome un vistazo frente al espejo, así como oyendo los pasos amortiguados de mi padre merodeando por el corredor, tomé mis pertenencias personales para salir de la casa y colocarme en marcha.

La magna universidad me dio la bienvenida cuando llegué a su entrada arrastrando mis pies por el pavimento para atrasar la visita, y observaba la multitud de estudiantes surgir del interior de las cátedras. Odiaba los dormitorios de la universidad, mucho más luego de lo ocurrido con Nicolás. Había jurado no volver a caminar por los corredores de los dormitorios apestosos y ruidosos, pero para mí mala suerte, el domicilio de Bart se encontraba en uno de ellos.

Él se había ofrecido a llevarme el objeto a lo que restaba de nuestras clases o a mi vivienda luego de negarme en volver a su dormitorio para no regresar a ver el rostro de mi expareja, sin embargo, cada vez que nos reuníamos lo olvidaba, viéndome en la obligación de acudir a su pequeño cuarto estudiantil. Además, debía combatir mis nervios y emociones removidas para olvidar y dejar que el pasado circule lejos de mi presente.

Subí por las escaleras, rogando no hallarme con personas no deseadas en los minutos que correría por mi pertenencia y me mentalizaba en que debía armarme de valor para recorrer el estrecho corredor que me recordaba secuencias dolorosas. Me asomé por la arista del muro desfigurado, verificando que el sector se hallara despoblado, y me coloqué en marcha sin observar los metalizados números incrustados en las puertas.

Al llegar a mi destino, toqué su puerta. Luego de unos segundos incontables y creyendo que no se encontraba dentro, abrió.

– ¡Por fin! – Exclamé – Creí que no...

Las palabras se quedaron atoradas en mi garganta. La puerta se abrió a medias, revelando su interior en penumbras que conocía como la palma de mi mano y las destellantes luces de navidad que tintineaban sobre el muro blanquecino. Las sábanas de su cama estaban revueltas y caían como una lenta casada hasta rozar los almohadones negros. Pero, al notar una figura humanoide intentando cubrir sus partes íntimas y ocultando su rostro bajo lo que restaba de sábanas, mi mandíbula expresó mi asombro.

Bart se removió precipitado, revelándome su torso desnudo y moldeado, su cabello azabache deshecho, así como el rubor de sus mejillas encendidas por el acto carnal que había interrumpido, y la mitad de su cuerpo varonil se ocultaba tras la madera. Al notar mi presencia y no la de un extraño que no esperaba, sonrió con alarde y calma.

– Deva – nombró sosegado.

– ¿No que hace mucho tiempo no te acostabas con alguien? – curioseé ante la secuencia graciosa que se había formado en el interior.

– Dios me bendijo por primera vez en veintidós años, y quien soy yo para negarme a sus bendiciones – bromeó –. Yo sé que soy lo mejor que tiene tu vida, pero no me puedes interrumpir en este momento – masculló.

Punteó tras su dorso, enseñándome su compañía oculta.

– Y tú deberías haberme avisado que tú y tu pene estarían ocupados hoy – rebatí y mi curiosidad guio mis ojos hasta la persona anónima.

– ¿Por qué debería avisarte si voy a coger o no? – cuestionó entre risas.

– Por lo menos hoy deberías haberme avisado, mierda – protesté.

– Sigo sin entender por qué debería avisarte – curvó una ceja, curioso.

Suspiré cruzando mis brazos, sin poder evitar sonreír por la escena montada ante mis ojos.

– Te dije que vendría por el micrófono.

Le recordé con la esperanza perdida, pero cuando Bart enderezó su postura y la punta de su lengua acarició el borde de sus dientes delanteros, intuí que mis mensajes le habían resonado. Chistó, mordiendo con fuerza su labio inferior.

– Lo olvidé.

– Lo noté – descarrié mis ojos a su cama –. Estabas muy entretenido con...

Mis ojos comenzaron a adaptarse a la penumbra de su habitación pese a que me hallaba en el corredor, y al forzar mis ojos para centrarlos en la persona que no dejaba de removerme bajo las sábanas desechas, conseguí diferenciar un fragmento de su rostro.

– Un amigo – interrumpió.

Entorné mis ojos, sabiendo que había visto a esa persona antes. Cuando asoma su rostro al exterior, contemplé sus facciones con claridad.

– ¿Ese no es...? – al rebuscar su rostro en mis recuerdos y posarlo en mi mente, mi sonrisa se expandió – ¿Es el camarero que nos atendió en el club?

Chistó entre sonrisas nerviosas, asintiendo por mi curiosidad, y no me contuve en sonreír por la complicidad. Al final, luego de su coqueteo hace un par de noches había dado sus frutos, y al notar cómo me observaba en la sombra de la habitación para oír nuestra conversación, mordí mi labio interno procurando mantener mi prudencia.

– Espera aquí, te traeré tu micrófono – informó con una sonrisa pícara.

Desapareció tras la puerta, y cuando regresó a la entrada, la mitad de su cuerpo oculto se expuso ante las bombillas que iluminaban el corredor. Me cubrí con rapidez mis ojos, como si escanear su físico al desnudo pudiera generarme una ceguera temporal.

– ¡Mierda, Bart! – Protesté asqueada y me volteé por completo – ¡Cúbrete esa cosa!

– Me lo estoy cubriendo con la mano – explicó jocoso –. Y es un pene, ¿O acaso nunca has visto un pene en tu vida? – indagó tras mi dorso y cuando quise protestar, se adelantó –. El de tu ex no cuenta, porque eso no era un pene, era un maní.

– ¿Se lo viste? – curioseé bromista.

– Lamentablemente...

– ¿Qué? – pregunté, asombrada.

– Otro día te cuento la trágica historia.

Aguanté una risa que se comprimió entre mis mejillas.

– Dame el micrófono de una vez – fruncí el entrecejo ocultando que sus palabras me divertían.

– Espera... ¿Cuenta ver el pene de tu vecino a través de un video? – Siguió entre risas – Salvo que lo hayas visto en persona y me lo estés ocultando...

Mis mejillas se tiñeron de un rojo intenso pese a que no había ocurrido un acontecimiento más significativo que un beso entre ambos. No obstante, no podía negar que la imagen de su miembro viril expuesto en la película para adultos que había visto por simple curiosidad no se había quedado enmarcado en mis recuerdos.

– Bart, dámelo – exigí, y mi voz detonó las risas nerviosas que se atrancaron en mi garganta.

– Bien, toma – entonó rendido.

Al sentir sobre mis manos extendidas tras mi dorso el objeto, corroborando que fuera el micrófono, lo guardé en mi pequeño bolso que tendía de mi hombro.

– Gracias. Ahora puedes seguir con lo tuyo – comenté burlesca.

– Eso estaba a punto de hacer – oí como su puerta rechinó al iniciar a cerrarse –. Y avísame cuando estés en tu casa, ¿sí?

Asentí ante su pedido, sonriendo por su amable preocupación desde el momento en que nuestra amistad surgió, y cuando escuché que la puerta se cerró por completo, me di la libertad de voltear.

Barriendo mis ojos por todas las puertas cerradas del corredor, comprendiendo que los universitarios se encontraban en sus horas de estudio o fuera del campus, y comenzando a percibir gemidos agudos provenientes del cuarto de Bart, mis pies se movilizaron con rapidez para escapar del gran edificio, así como con la necesidad de olvidar los silabeos tras la desecada pared.

Cuando mis dedos se aferran a la barandilla metálica de la escalera, los vellos de mi nuca se erizaron al instante percibiendo una posible amenaza tras mi espalda.

– ¿Deva?

Su voz repercutió en el interior de mi cráneo, golpeando el hueso hasta penetrar mi cerebro. Un escalofrió circuló por mis tendones, vibrando y petrificando mi movilidad sin conseguir avanzar por los peldaños o retroceder ante su llamado. Cerré los ojos por instinto, presionando mis parpados por no tener otra opción más que corresponder, así como maldiciendo en voz baja por no acelerar mis pasos, y cuando la luz tornó a penetrar mis retinas, volteé.

Nicolás me divisaba asombrado desde el corredor, escapando del interior de un dormitorio que no era suyo, con los ojos perlados por notar mi presencia merodeando por el edificio luego de tanto tiempo, así como pasmado por haberme volteado por su llamado. Sostenía un libro delgado sobre su mano, el mismo que le había regalado meses antes cuando me había revelado que no tenía el dinero suficiente para comprarlo, y su ropa deportiva decoraba su cuerpo menudo.

Se aproximó con lentitud, emitiendo una sonrisa rígida y barriendo con su mano libre su cabello gomoso.

– Deva – saboreó mi nombre –. Escuché una voz gritona en el corredor que me resultó muy familiar, y cuando salí del cuarto te vi – sonrió –. ¿Qué haces por aquí?

A medida que sus pasos intentaban ocupar mi espacio personal, retrocedía por los peldaños, intentando encajar mis zapatillas en los escalones a ciegas.

– Eso no te importa – reñí.

– Hasta que por fin me respondes – comentó triunfal, con una pizca de superioridad. Sonrió ventajoso, ladeando su cabeza al detectar mi molestia –. Creía que habías hecho un pacto de silencio o algo así contra mí.

Mordí con fuerza mi mejilla interna, y mis mejillas iniciaban a teñirse de escarlata por la ira acumulada.

– Ni siquiera te mereces que te dirija la palabra, Nicolás.

– ¿Y por qué me estás hablando ahora si no lo merezco? – indagó jocoso, pretendiendo molestarme.

– Porque no tengo opción – respondí con sequedad. No pretendía hacerle entender que, si salía huyendo al oír su voz me vería como una cobarde –. Además, si no te respondía, te victimizarías con todos tus amigos como de costumbre.

– No me victimizo – se defiende con falsa inocencia.

– Lo haces desde que todos supieron que terminé contigo sin justificación cuando la realidad es que tú me engañaste y fuiste una mierda conmigo – mi voz iniciaba a detonar fuego al mismo tiempo que contenía su quiebre –. Vete y déjame en paz.

Roté sobre mi eje, sosteniendo mis dedos entumecidos en la barandilla metálica y ahogando mis propias palabras, comencé a bajar con rapidez oyendo como sus pasos amortiguados seguían mi camino.

– Espera, Deva – alzó la voz, pero mi mente bloqueaba su presencia –. Debo hablar contigo.

– No hay nada de qué hablar, y tú lo sabes.

– Lo sé, pero aun así quiero hablar contigo – insistió.

– Yo no – determiné.

Deslicé con fuerza la puerta metálica del edificio, escapando de sus garras y sintiendo la brisa fresca acariciando mi rostro. Sin embargo, la sensación de alivio se disolvió en por encima de mis pies al percibir su mano libre rodear mi brazo para detener mi andar. Giré con desespero, escapando de su agarre que me transmitía una sensación desagradable y me observó esperanzado.

– Te escribí, te llamé muchas veces – explicó con la respiración removida –. No me dabas señales, entonces fui hasta tu casa hace una semana.

El calor que se acumulaba en mis mejillas por la cólera se esparció tiñendo toda la circunferencia de mi rostro. Recordar el suceso donde Nicolás había invadido mi jardín por minutos eternos para verme, y la forma en que me ocultaba bajo el cuerpo de Bastian mientras rozaba sus labios sobre mi cuerpo generaba que mi aliento iniciara a intercalarse. Tragué grueso, pretendiendo que los recuerdos no inquietaran mi sistema.

– Te llamé – siguió al notar mi silencio – y esperé afuera, pero no estabas.

Me observó fijamente, intentando detectar mis emociones resguardadas.

– Estuve muy ocupada – argumenté directa.

Sus pies se removieron, intentando encajar dentro de mi espacio personal que comenzaba a ahogarme.

– Creo que los que estaban dentro de ese coche estuvieron más ocupados.

Rio cuando se colocó frente a mí, a solo un paso de rozar mi torso con su libro. Irguió su dorso, echando su cabeza hacia atrás para detonar la risa falsa que le carcomía la garganta, así como tornando a peinar su cabello repleto de gel, y cuando su postura se normalizó, su mueca se desvaneció hasta hallar gravedad en sus facciones. Sus ojos oscuros me divisaban con atención, tanta que incomodaba.

– ¿Coche? – pregunté con una simulada confusión, sabiendo perfectamente de lo que hablaba. Una sensación de necesidad en conocer su versión se apoderó de mi lengua y mi atención, apartando mis gritos internos en comenzar a circular por el campus repleto de universitarios.

– Mientras te esperaba, oí gemidos dentro de un coche que estaba aparcado cerca de tu casa – comentó rígido –. Parecía que eran tus vecinos, no lo sé, pero supe que no eras tú al instante.

Maldita sea, lo había oído todo. Quería desvanecerme con la brisa que refrigeraba mi temperatura corporal, sin embargo, mantuve mis ojos fijos sobre los suyos cuando sus últimas palabras retumbaron en mi cerebro.

– ¿Qué te hizo creer eso? – me crucé de brazos, estricta.

– Tú no gimes de esa forma.

Al contrario: jamás me había oído gemir de verdad. Mi silencio en nuestras relaciones siempre resultó continuo, y cuando él ansiaba oírme, lo fingía.

Me aparté de él con irritación, comenzando a reconocer sus planes momentáneos.

– ¿Para esto querías hablar conmigo? – Incordié con arrebato – ¿Para decirme que había dos personas gimiendo dentro de un coche?

– No – negó veloz –. Solo quería que hablemos un momento. Hablar bien, como antes. Quiero recuperarte, Deva. Quiero que olvides lo que pasó.

Sus palabras parecían sinceras, sin embargo, su modo de inspección, recorriendo cada sector de mis facciones me generaba sospechas de que tan sincero era su pequeño discurso.

– Yo...

– Ya sé lo que me dirás, y lo sé – presionó su pecho con sus dedos –. Solo regálame una cena.

Extendió sus brazos, en la espera de que su teatral resignación tuviera un efecto positivo en mi cuerpo. En cambio, descarrié la mirada. Ya no había confianza, ya no podía ni quiera mirar sus ojos sin retroceder en el pasado y recordar cómo me había lastimado.

– No – solté directa, tan decidida y dura como una roca. Nicolás, al ver mi determinación, rio sarcástico.

– ¿Qué? ¿Acaso sigues rencorosa y no puedes superar el pasado o ya tienes un nuevo idiota que te soporta todos los días?

La ira y decepción resurgieron, apoderándose de mis extremidades hasta hacerlas tiritar. Su voz era maliciosa, desprendía impudicia y desagrado, haciendo que yo comenzara a sentirme aún más miserable luego de que sus palabras se estamparon en mi pecho. No podía obtenerme, y su rabia lo cegaba por su fallido intento de volver a los viejos tiempos.

– ¿Qué mierdas dices?

Iniciaba a resultarme repulsiva su forma de dialogar, tanto que quería huir y dejarlo solo lanzando insultos ofensivos al aire. Pero, en vez de eso, mi cuerpo se inmovilizó. Nicolás encaminó por el sendero pavimentado hasta rozar mi torso con el filo de su libro y con barbarie, sus dedos barrieron los mechones rebeldes que colgaban sobre mi pecho, lanzándolos a mi espalda.

Sus ojos se posaron en mi piel expuesta, recorriendo mi cuello como si en mi tez cremosa estuvieran encriptados sus miedos más profundos. Ladeó su cabeza, y una risa breve e irónica se escurrió de sus cuerdas vocales.

– Sabia que no lo estaba imaginando – su sonrisa cruda intentaba mantener su forma, pero su enojo contrastaba con su falso sentimiento –. Tienes un chupetón.

Una vez más, la ira que me calcinaba la piel pasaba a un segundo plano para permitir procesar sus palabras. Sin quererlo, fruncí mi entrecejo desconcertada y perdida por su término.

– ¿Un qué? – rocé mis dedos por mi cuello, atónita.

– Tú sabes perfectamente lo que dije, Deva – entonó inflexible luego de que sus sospechas resultaran innegables.

Rasgué mis uñas frágiles en mi cuello, precisamente donde Nicolás no descarriaba sus ojos, intentando deducir como era posible que un chupetón coloreara mi piel sin permiso, así como sin tener noción de su aparición inesperada. Había inspeccionado mi imagen frente al espejo reiteradas veces y jamás había visto rastros de una nueva pigmentación. También había circulado por la casa con normalidad frente a mi padre y no me había nombrado el vistoso chupetón que decoraba mi cuello.

Necesitaba creer que era una acusación falsa, no obstante, su rostro recalcaba lo contrario. No tenía un espejo para verificarlo, pero cuando la imagen de Bastian besando, así como mordisqueando mí cuello reapareció en mi mente, todo cuadró. Dudaba que fuera un descuido de su parte cuando sabía muy bien como manejaba mi cuerpo, y era el resultado de mi propio descuido por no percatarme de que su obra de arte iniciara a dar sus frutos amargos. Para colmo, no habían transcurrido horas, sino días en los que había vagado con el chupetón sin percatarme de ello.

Al notar sus celos incomprendidos por entender que otro hombre exploraba mi cuerpo, y con una idea clara de lo que aún no me habían hecho, pero que él confiaba ciegamente que disfrutaba y no con su compañía, mi pecho se regocijó. No comprendía la satisfacción que me generaba que él sintiera la traición que yo había sentido, y temía que palabras hirientes sugieran de mi boca sin previo aviso. Pero, al notar su silencio, mi cuerpo actuó por voluntad propia.

– Sí, un chico me lo hizo – anuncié inmediata –. Me marcó como suya – acaricié el chupetón a la par en que sesgaba mi cuello para hacerlo más visible –, y desde que me besó ya no puedo pensar en idiotas como tú.

Mis palabras herían su ego, y su rostro iniciaba a transformarse. Los universitarios circulaban por nuestro lado, mirando de soslayo como la cólera le oprimía la garganta.

– ¿Te marcó? – Rio irónico – ¿Acaso es un vampiro que quiso marcarte como de su propiedad?

– Por lo menos él solo me quiere a mí.

Mentí, porque no podía asegurar tal testimonio. Su risa declinó, frunciendo sus labios y rozando el filo de su lengua por su comisura con rabia.

– De seguro es un imbécil – atacó.

– Un imbécil que coge muy bien.

Entoné segura, y el escaso ego que circulaba por su sistema se esfumó en un parpadeo. No había sucedido nada con Bastian, así como sabia a la perfección que lo estaba utilizando para el único fin de lograr ver como la vena que transitaba por su cuello se ensanchaba hasta enmarcarse sobre su piel, pero sabía qué hacía maravillas en la cama. A eso se dedicaba, y pese a que solo vi un cuarto de su video más corto, según sus palabras, confiaba ciegamente en que sabía cómo satisfacer a una mujer.

– Deberías presentarlo, ya sabes, para ver quién fue el pobre diablo que se atrevió a estar contigo – arremetió conteniendo sus palabras crudas en la punta de la lengua.

– A la última persona que lo presentaría, seria a ti – anuncié ocurrente –. Así que, ahora que sabes que hay una nueva persona en mi vida, no vuelvas a buscarme.

Advertí, hincando la cólera de mis ojos sobre su oscuridad herida y volteé decidida para iniciar mi camino por el sendero pavimentado, dejando su presencia en una total soledad demolida. Ya no quería oír su voz repiqueteando en mi oído, no quería sentir su cercanía que me colocaba incomoda y si debía tomar medidas desesperadas para hacerlo, lo haría con gusto.

Caminé hasta esconderme tras del edificio, oprimiendo mi pecho con ambas manos y nivelando mi respiración. No sabía de donde había sacado las fuerzas para mentir y acometerlo, pero los nervios aun eran visibles en el temblor de mis dedos y en el calor que emanaba mi rostro. El alivio me recorrió el sistema al poner freno ante su búsqueda incansable por mi atención luego de notar su cuerpo tenso, entendiendo que estaba tan decidida a entregarme a otra persona que no fuera él, y una delicada punzada en mi pecho me advirtió de que, posiblemente, mis mentiras pudieran tener repercusión.

Sin embargo, no quería centrar mi atención en lo que podía reparar en el futuro.

Extraje mi teléfono celular con celeridad y con la cámara frontal me observé en la pantalla. En efecto, el chupetón carmesí con tonalidades violeta resaltaba tras mis hebras oscuras, oculto de mi vista simple. Maldije entre dientes por mi imprudencia, pero también maldije el nombre de Bastian en todo su esplendor.

No me molestaba tenerlo, pero tampoco le había dado mi autorización para hacerlo. Ahora llevaba su gran marca en mi cuello como un recordatorio de cómo había acometido cada espacio de mi piel y debía cubrirlo lo más rápido posible.

Colocando más cabello para ocultarlo a la vista, ingresé a los mensajes enviados, divisando su nombre en la pantalla iluminada. Me hallaba con los sentimientos revueltos, ira acumulada, los nervios a flor de piel y ansiaba una explicación breve, así como veloz, por su parte. Ingresé a su casilla, observando de soslayo los mensajes antiguos y con necesidad, escribí:

[19:47 p.m.] Deva: ¡Si querías hacerme un chupetón, por lo menos regálame una base de maquillaje para cubrirlo!

No me había percatado de mis palabras hasta que apreté el botón de enviar. Le estaba reclamando por lo que había hecho, por lo que había gozado y sentir que volvería a intercambiar palabras con él luego de que nuestros labios se hayan fusionado me causaba una péquela descarga de nerviosismo.

Me coloqué en marcha por el campus, procurando no volver a encontrarme con Nicolás en el camino, y el teléfono vibró en mi bolsillo trasero. Sin verificar el remitente de la llamada, atendí.

– ¿Sí? – pregunté.

– ¿No te gusto mi regalo?

Su voz ronca, espera y repleta de diversión penetró mis tímpanos, ralentizando mis pasos hasta detenerme por completo. La perversidad burlesca que tanto caracterizaba a Bastian se había hecho presente, y una diminuta sonrisa esporádica, así como inmediata, se situó en mis comisuras acalorando mis facciones ante el reconocimiento de su tono y el efímero recuerdo de sus caricias, unas caricias que se tornaron temporales y embarazosas.

Pese a las reacciones positivas que generaba en mi sistema, el fastidio que me causaba tener un chupetón como un collar decorativo que cualquier persona pudo haberlo notado era indiscutible.

– ¿Tú crees que dejarme un chupetón es un regalo? – cuestioné irritable.

– Te tardaste un par de días en darte cuenta – rio malicioso, y la irritación causó que expulsara todo el aire que retenían mis pulmones.

– Y pasé vergüenza por tu culpa – mascullé cerca de la bocina del teléfono.

– No vi que me hayas detenido cuando lo hacía – justificó, y sabía que detrás de la línea su sonrisa resplandecía vencedora.

– Porque no tenía idea de lo que me hacías, Bastian – probé con la voz perdida, reconociendo que él tenía razón en esta conversación.

Su risa hipnotizarte, suave pero ronca, resonó en el altavoz del teléfono, tornando a erizar mis vellos corporales.

– Cierto, estabas perdida en mis besos.

Podía vislumbrar en mi mente su sonrisa destellante, socarrona y galana asegurando que me había dejado sin palabras. Sabia como robarme el aliento, tenía una forma única de enmudecer mis cuerdas vocales y una particularidad para que cayera sin ningún problema ante sus encantos.

– Debes regalarme maquillaje para cubrirlo – aseguré que mi voz no se escuchara afectada por sus palabras a la par en que tanteaba su tatuaje temporal en mi piel.

– Voy a regalarte los que quieras – afirmó franco, y me silencié por su permiso –. Solo quería que tengas un pequeño recuerdo mío mientras no esté en San Diego.

Su risa efímera se escudó por el ruido del motor de su coche, y comprendí que se hallaba en movimiento. El rugido de los motores que circulaban por su lado atosigaba mis oídos y una pequeña preocupación por su irresponsabilidad me presionó el pecho, sin embargo, la duda punzaba la punta de mi lengua.

– ¿No estabas en la ciudad? – Curioseé, revelando la duda que sostenía desde hace incontables horas – No me di cuenta de que no estabas en tu casa –Puntualicé falsamente, intentando ocultar la indagación que se había desprendido de mis cuerdas vocales.

– Me fui a Chula Vista a visitar a una compañera de trabajo y ahora estoy de regreso.

Comentó banal, como si su visita no hubiera sido emocionante y fuera una simple rutina y sin pensarlo, su propio trabajo comenzó a repercutir en mis emociones.

¿Fue a visitar a una de sus compañeras? ¿Una actriz porn* de las que suelen actuar con él en sus películas?

Quería preguntar, pero me tragué mis dudas.  

– Espero que me hayas traído un regalo – me mofé,  sorteando su comentario que me resultaba relevante.

– Lo siento, zorrillo. A ti prefiero hacerte regalos personalizados – aclaró ronco y mi espalda de irguió.

– ¿Personalizados? – indagué con atrevimiento.

Se echó a reír, sintiendo como el calor se apoderaba de mis mejillas.

– ¿Estas libre mañana? – eludió mi pregunta con una nueva, desconcertándome ante su interés.

– Para ti, no – bromeé reanudando mi camino.

– Que lástima, porque pensaba invitarte a salir – confesó, tornando a detener mis pies –. Tienes que filmar más contenido y, quizás, te compraba el maquillaje que me exiges. Pero como veo que no quieres...

Extendió su última palabra en la espera de mi cambio repentino de opinión, y la pequeña lámpara que iluminaba mi mente se encendió. Debía grabar más de su vida, de sus pasatiempos y era una oportunidad que no desperdiciaría. Además, ahora que tenía el pequeño micrófono recuperado, mis filmaciones serían más sencillas.

– Claro que quiero – lo detuve, y oí su risa escasa tras la llamada.

– Quiero que estés lista mañana a las 5 de la tarde – ordenó, desatando su naturalidad dominante.

– Bien, usaré mi blusa verde favorita – jugué al rememorar que, hace un par de semanas, me había confesado su aborrecimiento ante ese color.

El silencio se extendió tras la línea, y en cuestión de segundos, una efímera risa sarcástica se oyó.

– Te veo con algo verde, y te cargo en mi hombro hasta tu habitación para que te coloques ropa de otro color frente a mí. Y no me va a importar que tu padre este presente cuando lo haga.

Advirtió sagaz, y cortó la llamada. Mi cuerpo tirito ante la idea, pensando con seriedad si realmente quería jugar con su advertencia o verme profesional con mi equipo listo para seguir con mis preguntas puntuales. No podía negar que se vería emocionante cargándome sobre su cuerpo y obligándome a desvestirme, pero cuando mi padre fue mencionado, el temor circuló en mi sangre.

Haría mi trabajo, y procuraría no utilizar nada que incluya el color verde. 


Buenas, pipolitos. ¿Cómo están?

Espero que estén disfrutando los capítulos, porque me encanta como va la historia ❤️ Vamos conociendo un poco mas a Deva, pero aun falta mucho para saber mas su historia como la de Bastian  👀

Voten, comenten y compartan con quien crean que les puede gustar este tipo de historias. Me ayuda mucho que hagan eso para que sea mas visible. 

Nos vemos muy pronto, besitos 💋

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