Prohibido Amarte

By JAnia88

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Sexto libro de la Saga Londres de Cabeza. ¿Podrán dos personas enseñadas a controlarlo todo dejar de lado sus... More

Sinopsis
Personajes Sociedad de las Sombras
Prólogo
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By JAnia88

Lucinda se levantó somnolienta, apenas había logrado conciliar el sueño a las 3 de la mañana.

—Buenos días, milady.—Bonnie abrió las cortinas de par en par.

—Buenos días.—contestó ella en medio de un bostezo.

—¿Cómo amaneció?

—Perfectamente.—mintió. En realidad estaba extremadamente cansada por la falta de sueño.

—Servirán en breve el desayuno y tiene que estar lista.—la doncella la instó a ponerse en pie mientras preparaba las prendas que usaría.

—Te noto algo inquieta, Bonnie, ¿o es mi impresión?—se apresuró a quitarse el camisón.

—La señora Portia ha vuelto.—Esas simples palabras bastaron para que la joven comprendiera la gravedad de la situación.

—¿Y los gemelos?

—Ellos ya recibieron su castigo.

La sirvienta acabó de colocarle el stay y ajustarle el vestido antes de empezar a peinarla. El movimiento oscilante del cepillo sobre su cabello le hizo recordar lo que vivió la noche anterior.

—El señor Bleiston debe tener bastantes amantes.—la duda la carcomía por dentro.

—¿Por qué piensa eso, milady?—Bonnie frunció el ceño.

—Parece saber mucho de mujeres.

—Precisamente porque sabe demasiado, prefiere evitarlas.

—¿Cómo?

—A diferencia de los gemelos, mi señor no suele salir con muchas damas.—Negó con una sonrisa—. Lo llamamos el efecto Crystal.

—¿Efecto Crystal?

Bonnie asintió.

—Todas las interesadas tienen miedo y con razón a la furia de mi señora, así que se lo piensan dos veces antes de acercarse.

—Entonces, Crystal es su escudo.

—Es más que su escudo. —Bonnie soltó una risita—. Si mi señor no fuera tan atractivo y adinerado, apostaría cualquier cosa a que aún conservaría su virtud.

—¿En serio?

La doncella asintió.

—Es un efecto bidireccional, también se aplica a mi señora.—explicó mientras terminaba su recogido—. El ego es lo que les hace huir, no soportan no ser una prioridad, milady.

—Suena difícil aceptar algo así.

—Pero es como funciona, cualquiera que no lo entienda está condenado a sufrir.

—¡BONNIE!—unos golpes en la puerta interrumpieron su amena charla.—¿Qué están esperando? ¡La señora Portia ya quiere servir el desayuno!

—Enseguida vamos, Olga.

Lucy se puso de pie deprisa, había olvidado la adrenalina diaria que experimentaba cuando la señora Archer estaba presente.

Pero lo recordó apenas cruzó la entrada del gran comedor. El lugar era un absoluto templo y las horas pasaban con una rápidez escalofriante.

—Espero que la comida sea de su agrado.—dijo antes de sentarse a la mesa. Era la primera vez que lo hacía, comunmente Portia solía comer con el resto del servicio en la cocina.

—¿Cómo está su hermana, señora Archer?—preguntó Bleiston a su lado. A nadie le parecía raro que la mujer se les uniera.

—Mucho mejor, mi señor.

El desayuno fue tenso de principio a fin y con notables ausencias.

—¿Y los gemelos?—Lucinda ya no podía continuar disimulando su interés. La joven quería saber qué estaba pasando.

—Desayunando en el deposito.—contestó la señora Archer y un silencio abrumador prosiguió a su respuesta. El deposito era el lugar, donde se almacenaban los alimentos y algunos utensillos de cocina.—Ellos así lo decidieron.

—Entiendo.

Una vez que Lucy terminó su desayuno se refugio en el invernadero. Deseaba culminar el perfume que estaba haciendo antes del anochecer.

—Mezcle con cuidado.—la riñó Bonnie al ver que tomaba el frasco con brusquedad. Era su segundo intento del día, el primero lo había hechado a perder por colocar mucha agua y poco alcohol.—Concéntrese, milady.

—Lo siento.—Su mente no dejaba de divagar en el beso de la otra noche.—Puedes ayudarme revisando cómo están los perfumes que dejamos macerando.

—Eso iba a hacer, milady.—la doncella se dirigió al anaquel ubicado a sus espaldas y volvió con dos frascos en su mano.—Luego de tres semanas están listos para usar.—confirmó orgullosa.

Lucy aspiró el aroma y sonrió satisfecha al ver que había podido replicar casi en su totalidad la esencia de su hermano. Anthony usaba un perfume bastante característico y por eso lo había elegido para su experimento.

—Mi señor.—la voz de la sirvienta le hizo volver en sí. Se había distraído tanto con su creación que por un momento olvidó que no estaba sola.

—Danos un minuto, Bonnie.—pidió Damien parado la entrada del invernadero.

—Pero mi señor...

—Solo será un minuto y puedes permanecer detrás de la puerta si lo prefieres.

La doncella miró a su señorita dubitativa y luego al caballero.

—Los esperaré afuera.—aceptó al cabo de un rato y abandonó la estancia en completo silencio.

—¿A qué se debe su visita señor Bleiston?—Lucy se cruzó de brazos con aire retador.

—Solo quería disculparme por lo que pasó ayer, eso es todo.—se giró para marcharse.

—Espere...—la joven se acercó con un frasco de perfume en sus manos.—Esto es para usted.

—¿Para mí?¿Por qué?

—Supongo que es un pago por su alojamiento.—la dama se encogió de hombros divertida.

—¿Es un pago por secuestrarla?—arqueó una ceja.

Lucy negó.

—Es verdad que al principio creí que me secuestró con fines egoístas.—admitió sin remordimientos—pero traerme aquí le trajo más problemas que beneficios. Y sé que usted no es el tipo de hombre que actúa solo por impulso.

—¿Y?

—Me trajo a este lugar para protegerme de Elliot Grinford ¿o me equivoco?

—Esa es una deducción bastante precipitada, milady.

—Pero cierta.—sus miradas se encontraron.—Lo supe por su reacción cuando mencioné su nombre esa noche y lo confirme al ver a Elliot en el retrato de David y Nastasia.

El caballero recordó esa conversación y también el cuadro al que la mujer hacía referencia. Tenía que admitir que fue muy hábil conectando toda esa información, aparentemente inconexa.

—Creo que la subestimé, milady.

—Y no lo culpo. Personalmente, no me gustan los enfrentamientos, odio las armas y el sonido de un disparo me paraliza. Pero al vivir aquí me di cuenta que hay más de una forma de atacar.—esbozó una sonrisa.—Tal vez no tenga la experiencia de Portia, ni el sigilo de Bonnie o la adaptabilidad de Minerva, pero soy buena observando y aprendo lento, pero aprendo.

—Eso puedo verlo.—su atención se dirigió hacia la puerta.—Me gustaría poder quedarme, pero hice una promesa y tengo que irme.

—Asegúrese de usar el perfume. 

—Lo haré.—levantó la mano en señal de despedida.—adiós Lucinda.

Ese simple gesto provocó que todos los colores se le subieran al rostro. Porque cuando él lo decía todo sonaba más íntimo, más especial.

—Adiós, Damien.

***
París, Francia.

Hace apenas unos minutos estuvo cara a cara con la muerte y tuvo la vida de un hombre en sus manos.  Todo en un mismo día.

Víctima y asesino, en su mundo esas palabras podían ser sinónimos.

Apretó con fuerza las riendas en su siguiente giro y su montura le respondió con un ligero derrape. Iba deprisa y con la mente fija en un objetivo: Llegar antes que Bastián a Bleiston House.

Pero...

El peor asesinato es matar con imprudencia, por sentimentalismo o codicia. Es lo peor que un ser humano puede hacer.

La voz de David resonaba en su mente desde que tuvo la visión del niño y la mujer. Fueron escasos segundos en los que pudo verlos, pero eso bastó para que una avalancha de recuerdos amenazaran con ahogarla.

Siempre supo que David le ocultaba algo. Pero lo amaba tanto que no le importó ignorarlo hasta que él murió. Y entonces esa pacífica vida queconstruyeron juntos se cayó en pedazos y tuvo que despertar a la fuerza.

Todo porque un joven conde de Glamorgan falló un tiro.

El peor asesinato es matar con imprudencia, por sentimentalismo o codicia.

Al pelear junto a él ese día se dió cuenta que Glamorgan no tenía lo necesario para convertirse en un asesino. Su defensa era buena y sus habilidades superaban al promedio, pero no halló sed de sangre en sus ojos.

¿Acaso eso es lo que vió Holdrich ese día? ¿Un joven temeroso con un arma en sus manos?

Su desempeño era pobre, pero su coraje no. Si la bala golpeaba a Ana, lo más probable es que hubiese muerto allí mismo. Era un disparo directo al corazón.

Pero él lo evitó poniéndose en medio.

¿Tanto la amas?

—Tienes que resistir, maldito.—gruñó apretando los dientes.—Demuéstrame que tomé la decisión correcta al dejarte vivir.

¿Qué es lo que harás con él, Crystal? Nadie moverá un solo dedo hasta que decidas.

La residencia de Bleiston entró en su campo de visión y un alivio pleno la llenó por completo. Era una sensación casi instantánea que se activaba cada vez que llegaba a casa.

Pero esa no era su casa.

—¿Señorita Crystal?

Bajo del caballo con ayuda de uno de los lacayos.

—Llévame a la habitación de Bastian.

—Pero señorita...

—Es una orden.

El hombre se mordió el labio nervioso, era muy difícil mantenerse sereno con el aura de desprecio que destilaba esa mujer.

—Por aquí...

El sirviente la guió hacia el ala este de la residencia y con un dedo titubeante señaló la habitación de Lord Rosemont, Bastián Dubois.

¿Por dónde empezar? pensó Elise escaneando con la mirada todo el lugar.

Podía buscar en lugares recónditos, cerca de los filos de la cama, en medio de los libros o en los huecos de las paredes. Pero si su percepción era correcta, Bastián era el tipo de hombre que confiaba plenamente en sus habilidades. Y por lo tanto...

Abrió el primer cajón de la mesita de noche.

—Bingo.—tomó los sobres y los analizó uno por uno hasta dar con las cartas enviadas por Bleiston.

Rosemont

Todo sigue de acuerdo al plan, en cuestión de meses me enfrentaré a mi enemigo en el campo de batalla. Solo cuando hayamos partido hacia España tendrás el permiso para enviar a Elise de vuelta a Londres. Asegúrate de que llegue sana y salva.

Cuento contigo.

B.

Con que eso era...—Crystal estrujó la carta entre sus manos.—Pensabas dejarme fuera de todo esto.

—¿Señorita?—el sirviente estaba aterrado al verla tan furiosa.

—¡Prepara mi equipaje, ahora!

—Enseguida.

—No permitiré que cargues con este pecado tú solo, niño tonto.—siguió al lacayo hasta su habitación.

A sus 18 años Glamorgan no fue capaz de matar a su tío en su primer intento. ¿Ella sería capaz de matar al traidor en cuanto lo viera?

Para asesinar a un enemigo que alguna vez fue querido, se necesitaba primero matar el lazo que los unía.

Ciertamente, ella no disparó contra Glamorgan, pero mató cualquier vínculo en el instante en que dudó entre auxiliarlo o no. Por eso y aún cuando el conde consiguiera sobrevivir, él estaba muerto para ella.

—Lo mataré...¡Mataré a ese traidor, lo juro!

***
Londres 1824

Oscuridad y matorrales.

Eso era lo único que podía divisar mientras obligaba a su montura a continuar su camino. El caballo se movía por los sinuosos senderos con dificultad abriéndose paso entre la hierba crecida y los numerosos obstáculos que a simple vista no se podían divisar debido a la falta de luz.

Un viento helado le calaba los huesos conforme se internaba más en aquel apartado bosque siguiendo una dudosa corazonada. Su razón le advertía que era imposible que alguien pudiera vivir allí, pero el papel en su mano le decía lo contrario.

Cubriéndose mejor con su capa continuó con su camino hasta que una tenue luz lo hizo detenerse en seco. Estaba frente a una pequeña cabaña ligeramente iluminada y rodeada de silencio.

Anthony descendió de su montura, amarró a su caballo a uno de los árboles más cercanos y con cautela empezó a acercarse a aquel lugar recordando lo que había leído hace escasos minutos.

Stephan Murgot está vivo.
Cabaña Bleiston, afueras de Londres.

Aquella declaración y ambigua dirección era lo único que tenía que probaba que aquel monstruo seguía con vida. Lo cual era lógicamente imposible. Bow Street debió haberlo eliminado hace exactamente una semana junto con el resto de sus secuaces.

¿Y si se trataba de una trampa? ¿o una broma?

Quedaría como un idiota, pero eso le daba igual solo quería asegurarse que ese hombre jamás volvería hacerle daño a él ni a sus hermanas. Tanteó en su pantalón la pistola y se infundió valor para seguir adelante.

Elliot y David le habían enseñado a disparar y ya no era un niño, pero aún así un ligero temblor se extendió por su cuerpo cuando fue a tocar la puerta. El golpe nunca llegó. Apenas sus nudillos tocaron la madera esta cedió, dándole un vistazo de su interior.

El pasillo estaba demasiado oscuro y sus pies se sentían un poco torpes mientras avanzaba hacia la pequeña fuente de luz que emanaba de una de las habitaciones. Anthony entró reconociendo inmediatamente que se trataba de una biblioteca. Tenía siete estanterías muy bien distribuidas por todo el lugar y repletas de ejemplares de medicina.

—París...Pharmacología.—leyó en una de las portadas.—Teoría y arte de prescribir.

El sonido de unos pasos acercarse detuvo su escrutinio y las voces de un hombre y una mujer le obligaron a esconderse detrás de una de las estanterías. No deseaba que ellos reparan en su presencia.

Anthony sabía que su actitud era sencillamente absurda, pero en ese momento en lo único en lo que podía pensar era en lo tonto que había sido al creer una nota de un extraño. Los dueños seguramente lo tacharían de loco y con justa razón.

—Pueden pasar primero Tomás... Clarisse.—sus pensamientos murieron al escuchar esa ronca voz y sus manos se curvaron en puños cuando el timbre de Stephan Murgot se esparció por toda la habitación confinándolos a un sepulcral silencio.

Procurando no hacer movimientos bruscos Anthony trató de divisar a sus tres acompañantes, aunque fue un poco difícil por la escasa luz de la estancia.

Cuando por fin los halló resultó evidente por la forma en que el caballero cubrió con su cuerpo a la dama que además de mantener un fuerte vínculo entre ellos conocían muy bien a Holdrich y sabían lo que era capaz de hacer.

Anthony volvió a tantear la pistola en su pantalón sintiendo el cosquilleo de la anticipación. No podía volver a confiar en otro para terminar con ese monstruo, tendría que hacerlo él mismo.

Mataría a su tío, aunque eso fuera lo último que hiciera.

Anthony cuadró los hombros y apuntó con su arma a su tío. Necesitaba un disparo certero y el infierno llegaría a su fin.

***

Después de recorrer unos segundos la estancia Holdrich se detuvo cerca de una estantería y Anthony pudo ver su oportunidad. Su tío estaba histérico y precisamente eso lo hacía más vulnerable a un ataque. Sus manos continuaban temblando, pero su rabia no lo dejaba pensar con claridad.

Apretó el gatillo y el sonido del disparo  acalló las voces de sus acompañantes. Anthony  sintió como todo su cuerpo se congelaba cuando se dió cuenta que Holdrich había salido ileso. Su disparo estuvo muy lejos de llegar al blanco, es más ni siquiera parecía haber estado destinado a matarlo.

El conde maldijo entre dientes y salió de su escondite enfrentándose al monstruo que lo miraba con suficiencia.

—¿En serio creíste que serías capaz de matarme?—sus labios se curvaron en una sádica sonrisa mientras jugueteaba con el arma entre sus manos. Las pistolas que ambos portaban solo tenían una bala y él como un idiota había usado erróneamente la suya.

Pero eso no se iba a quedar así... Avanzó dispuesto a completar su trabajo aunque tuviera que usar sus propias manos para hacerlo. Ya no le importaba nada. Solo quería matarlo.

—Espere.—escuchó el sonido de una voz femenina a sus espaldas. La ignoró.

—¿Qué se supone que vas a hacer?—le increpó su tío divertido. Era evidente que se regodeaba con su dolor y rabia. El cañón de la pistola apuntó hacia él y por un momento se detuvo a pensar en lo que estaba haciendo. Pero solo fue un segundo antes de lanzarse contra ese miserable sin meditarlo dos veces.

Intentó arrebatarle la pistola y someterlo en el piso para acabar con su vida, pero no fue tan fácil como había pensado.

Forcejearon por un rato hasta que el sonido del disparo lo detuvo en seco. Fue tan rápido que Anthony apenas pudo registrarlo. El conde esperó sentir dolor o una punzada de ardor en alguna parte, pero lo único que escuchó fue el grito desgarrador de un hombre y un fuerte golpe en su costado, lo que provocó que soltará a Holdrich.

A Anthony le costó varios segundos asimilar la situación mientras veía aturdido a la mujer recostada en el piso y al caballero que trataba por todos los medios de detener el sangrado.
Stephan farfulló varias maldiciones antes de lanzar un candelabro a la pila de papeles que había armado y que él en su estado de rabia y desespero ni siquiera notó.

—¡Maldito!

El fuego empezó a bailar en sus narices con una llama que parecía consumir todo a su paso. El conde observó a los dos extraños y luego a su tío.

¿Qué debía hacer?

Anthony se acercó a la pareja rasgando un poco de una tela que encontró en uno de los sillones y se lo extendió al caballero, quién no apartaba su mirada de la mujer. El olor a humo se extendió por la habitación justo en el instante en que Holdrich se encaramaba y saltaba por la ventana.

—Tenemos que sacarla de aquí.—susurró a duras penas.

—Traeme ese maletín de allí.—señaló una esquina de la habitación y Anthony corrió en busca del neceser mientras escuchaba los suaves sollozos del caballero.—Amor mío... ¿porqué te atravesaste?

—Tú hubieses hecho lo mismo por mí, Thomás, así que no llores.—su voz sonó entrecortada.—Pase lo que pase tienes que cuidar de Damien. Él te necesita, Londres te necesita.

—Pero yo te necesito a tí.

Anthony regresó con el maletín.—aquí tiene, señor.—se lo extendió centrando su atención en la puerta principal. La entrada había sido sellada por una de las estanterías que cedió bajo su propio peso y ahora ardía en llamas junto con la mitad de la habitación.—No hay forma de salir.—negó mirando la ventana por la que su tío había escapado.

Ese maldito...

La rabia mezclada con el dolor y la culpa volvieron a consumirlo, pero esta vez con más fuerza.

¡Necesitaba encontrarlo!

—Volveré con ayuda.—advirtió cegado. Si era lo suficientemente rápido mataría a Holdrich y lograría sacar a aquella pareja de aquel lugar.

Sus acompañantes no le respondieron, es más parecía que ni siquiera deseaban verlo.

—Volveré con ayuda.—repitió más para sí mismo que para ellos y apartó de su camino unos cuantos libros que ardían antes de encaramarse a la ventana. El aire se sentía pesado y el humo cada vez le dificultaba más respirar.

Como imaginó no hubo respuesta. No una dirigida a él por lo menos.

—Gracias por regalarme los mejores años de mi vida Thomás...Por permanecer a mi lado a pesar de todo...Ni el dinero, ni un título me pudieron dar un hombre mejor que tú. Je t'aime et je t'aimerais pour toujours.

Apenas Anthony sintió el pasto en sus pies empezó a andar. Nunca antes había corrido tan rápido como ese día. Imprimió su alma en cada paso ignorando las protestas de su propio cuerpo que le pedía parar. Su respiración era errática y sus piernas se doblaban conforme avanzaba en dirección a su objetivo.

¿Cómo pudo fallar?

¿Cómo?

Se resbaló y rodó unos centímetros hasta que logró alcanzarlo. El hombre se alzaba imponente a pocos pasos de él y con una gran sonrisa botó la pistola vacía de su mano.

—Parece ser que solo quedamos tú y yo.

Anthony se incorporó sujetando con firmeza la daga en sus manos. Solo necesitaba una estocada y terminaría con el monstruo. Solo una.

—¡Maldito seas!

—¿En serio crees que eres capaz de matarme?—su tío rió entornando sus oscuros ojos y con pasos suaves se fue acercando hasta poner una mano en su hombro  y con la otra sujetar el filo de la daga contra su propio estómago.—Adelante, hazlo.

Las manos de Anthony empezaron a temblar nuevamente mientras la impotencia hacía estragos en su cuerpo. Sentía unas inmensas ganas de apartarse, pero sabía que no podía hacerlo. Su consciencia no le permitiría fallar dos veces.

—Una vez me dijiste que solo un monstruo puede acabar con otro.—masculló entre dientes. Cada palabra estaba cargada de resentimiento.—No sé si seré uno, pero no pienso detenerme hasta que te maté o muera, lo que ocurra primero.

Holdrich trató de alejarse al darse cuenta que el miedo de Glamorgan era reemplazado por ira, pero fue demasiado tarde. El filo de la daga atravesó su cuerpo de una sola estocada.

—Tú...—escupió una gran bocanada de sangre cuando Anthony arrancó el arma de su estómago y volvió a apuñalarlo, pero esta vez en el pecho. El conde sintió como su tío trataba de colocar sus propias manos como escudo, pero fue inútil. Sus movimientos eran torpes a causa del dolor y su fuerza parecía haberse agotado.

Anthony volvió a levantar la daga y la inserto nuevamente. La rabia inundaba su cuerpo como una segunda piel mientras su ropa se teñía de sangre.

¡Lo había logrado! Lo ha-abía...

Sus pensamientos murieron al ver la pequeña sonrisa en ese maldito rostro y oír el estruendo a su espalda. Se giró rápidamente y corrió de vuelta a la cabaña recordando a quiénes había dejado atrás. Pero cuando llegó era demasiado tarde, el fuego había consumido gran parte de la vivienda y debido a su intensidad era imposible entrar. Había conseguido matar a su tío, pero a qué costo...

Su satisfacción fue transformándose en culpa y dolor, mucho dolor. Cayó de rodillas al suelo y gritó sobrecogido en su sitio. Sus lágrimas enjugaban la sangre del cuchillo que aún sostenía en sus manos, como si de una especie de amuleto se tratará.

—¡NO!

—¿Señor?—una voz consiguó colarse en medio de sus gritos.—¿Está herido?

Luchando contra las lágrimas Anthony alcanzó a distinguir el uniforme de Bow Street. Era un agente.

—No parece estar herido.—oyó que le decía a su compañero.

—Suelte eso.—masculló mientras le arrebataba el cuchillo. Se sentía tan indefenso como se veía y apenas puso resistencia.

—Aquí tenemos un muerto.—otro agente sujetaba el cuerpo sin vida de su tío.

—¡Necesitamos más refuerzos para controlar el incedio!—se gritaban unos a otros.

—¡Hallé a un joven!—gritó un tercero.—Parece inconsciente, necesitamos un médico.

¿Un joven? pensó para sus adentros.

—Seguramente es hijo de los Bleiston.

¿Tenían un hijo? 

Anthony recordó entonces el pedido de la mujer: Pase lo que pase tienes que cuidar de Damien. Él te necesita.

—¿No hay más supervivientes?—gritó desesperado buscando al agente que estaba a su lado.

—No señor, usted y el chico son los únicos.

Su cuerpo empezó a temblar con violencia mientras veía cómo levantaban al muchacho entre dos agentes y caminaban hacia él para llevarlo al carruaje, ubicado a sus espaldas.

Cerró los ojos al verlos aproximarse.

—No hagas eso.—la voz de Elliot le obligó a reaccionar. El agente había llegado a su lado en medio de todo el barullo—Un buen asesino mira siempre a sus víctimas, jámas les niega la mirada.

—Pero yo no soy...

—Ahora ya lo eres.—le mostró el cuchillo cubierto de sangre, la sangre de su tío.

—¡No!—se llevó ambas manos a la cabeza y clavó la vista en el suelo.—¡Olvídalo! ¡Olvídalo!

Lo siguiente que supo fue que estaba en un carruaje de camino a la agencia de Bow Street, donde admitió haber matado a su tío. Pero Elliot lo borró de su reporte y luego simplemente lo dejo ir.

Lo último que vió fue como incineraban el cuerpo sin vida de Stephan para hacerlo pasar por una víctima más de aquel terrible incendio.

***

Hola, espero que este capítulo les refresque un poco la memoria con respecto al incendio en casa de los Bleiston y la muerte de Holdrich. En el anterior libro "Buscando tu perdón" la historia se contaba a través de las pesadillas de Anthony, pero ahora he querido traer una visión más completa y ordenada de este suceso, clave en mi saga.

No sé olviden de dejar su 🌟🌟🌟

Esta canción describre muy bien el tormento de Anthony con sus pesadillas.

Nos vemos

Joha

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