El atardecer que nunca vimos...

By Uvita_412

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Una bailarina muy despistada, Un autor muy pervertido, Un choque muy repentino, Que una historia de amor emp... More

Dedicatoria
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1: Un desconocido muy conocido
Capítulo 2: El Festival
Capítulo 3: Peleas y avances.
Capítulo 4: Mi Casa, Tu Casa.
Capítulo 5: Despistada
Capítulo 6: La Librería
Capítulo 7: Dos Cervezas Y Un Pervertido
Capítulo 8: Problemas
Capítulo 9: Un Beso En El Baño
Capítulo 10: Un Secreto Descubierto
Capítulo 11: Reconciliación
Capítulo 13: Bajo La Lluvia
Capítulo 14: Solo Una
Capítulo 15: Cena De Familia
Capítulo 16: Conociendo A Los Suegros
Capítulo 17: Mejores Amigos

Capítulo 12: Peleas De Familia

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By Uvita_412

Se me había olvido el horrible sonido que hace la alarma. Cuando suena por la mañana estiro el brazo y la apago, me cuesta un par de intentos, pero finalmente logro que ese incordio de sonido cese.

Entierro la cara en la almohada y dejó escapar un largo suspiro. Me gusta bailar, aunque la pereza que me da levantarme por las mañanas para ir al conservatorio no se quita con nada.

Al final desisto y me levanto de la cama. Procuro no hacer mucho ruido, ya que apenas son las ocho de la mañana y Erik todavía está dormido. Voy al baño y me cepillo el pelo y los dientes, no desayuno, no suelo hacerlo cuando voy al conservatorio. Termino de prepararme y cojo la mochila que ya dejé preparada anoche, salgo de casa y cierro la puerta.

Al salir a la calle agradezco a mi yo del pasado por haber cogido una chaqueta. Por primera vez en mi vida voy bien de tiempo, así que no tengo porqué correr. Apenas me cruzo con nadie, y las pocas personas con las que lo hago están corriendo o paseando al perro.

Cuando llego no me lo pienso dos veces y entro, me cambio en el vestuario con el resto de mis compañeras, las cuales no se molestan ni en saludar, hace tiempo que yo también dejé de hacerlo, estaba cansada de no obtener respuesta.

—Señorita Baikal —me llama la señora Denis cuando salgo del vestuario, no parece enfada, algo raro en ella, sino preocupada.

—¿Pasa algo? —pregunto al llegar a su altura.

—Sé que esto de bailar te gusta mucho, y eres muy buena, pero no puedes seguir viniendo aquí —me dice sin remordimientos. La miro como si no entendiera a lo que se refiere.

—N-no entiendo… —empiezo a hablar, pero las palabras se me atascan en la garganta y no soy capaz de pronunciarlas.

—Daira, lo que quiero decir es que ya no puedes venir, no has pagado los últimos dos meses —aclara al ver que no la sigo. Y entonces es como si mi mundo entero se viniera abajo, como si el muro que la sostenía se tambalea, para segundos después caerse y destrozarlo todo.

—N-no es verdad, es… una broma… no p-puede —tartamudeo cuando consigo terminar de entender sus palabras. No puedo irme del conservatorio, bailar es mi mundo, es lo único bueno que tengo en vida.

—Lo siento mucho, de verdad —me dice la señora Denis y posa una mano sobre mi hombro —pero tienes que recoger tus cosas e irte.

La vida es como una carrera de obstáculos, llena de problemas y complicaciones, que es mejor esquivar. Sin embargo, lo más probable es que te los lleves por delante sin poder evitarlo haciendo que te caigas. Pero lo más importante de caerse es levantarse y seguir. A veces va a costar más y otras menos, algunas dejarán heridas más profundas y otras tan solo pequeños rasguños, sin embargo, no puedes parar, porque tienes que llegar a la meta, da igual si llegas el primero o el último, lo importante es que lo has conseguido, has superado todos los obstáculos que tenías en el camino, y si cuando llegas a la meta todavía te duelen las heridas, no te centres en lo que has dejado atrás, sino en lo que hay delante, en las personas que te han acompañado hasta el final, no en las que te han abandonado por el camino.

Levanta la mano de mi hombro y se aleja, dejándome ahí de pie, sin saber que camino coger para seguir avanzando. Quiero volver atrás, regresar dos meses antes y pagar el conservatorio, sin embargo, ese camino ya no existe. Solo queda ir hacia delante, porque conforme pasa el tiempo la zona en la que me encuentro es más y más pequeña. Llegados al punto en el que esa zona desaparece no me queda otra que dar un paso adelante y adentrarme en nuevo camino en el que el ballet ya no es el tema principal.

Dejo a un lado la tristeza que ha llenado mi cuerpo al enterarme de esto, y recojo mis cosas del vestuario para salir del conservatorio sin mirar atrás. Recorro el camino a casa pensando o en nada y en todo a la vez, es como si hubiera tantas incógnitas que no supiera ni cuál de ellas resolver primero. Ando de forma automática, me sé el recorrido de memoria, sé dónde está cada piedrecita y cada grieta.

Cuando entro en casa Erik está sentado en el sofá viendo la televisión, está tan en su mundo que no sé da cuenta ni de que he vuelto. Solo parece hacerlo cuando me planto delante suya, impidiéndole ver la pantalla.

—¿Qué haces aquí tan pronto? —pregunta mirando la hora en el móvil.

—Me han echado —respondo sin más, no veo la necesidad de darle más vueltas al asunto.

Erik me mira sin comprender lo que le acabo de decir, abre y cierra la boca, pero no emite sonido alguno.

—P-pero ¿Cómo? ¿Por qué? —murmura cuando consigue recuperarse del shock inicial.

—Me han dicho que no he pagado los dos últimos meses —resoplo y me dejo caer hacia atrás, sentándome en el sofá y apoyando la cabeza en el respaldo de éste.

—¿Por qué no los has pagado? —contesta todavía más sorprendido que antes.

—No lo pago yo, lo hacen mis padres, o por lo menos lo hacían —puntualizo, y entonces a Erik parece habérsele encendido una bombilla.

—¿Cuánto llevas sin hablar con ellos? —pregunta mirándome.

—No sé, unos tres meses —respondo encogiéndome de hombros sin darle mucha importancia.

Han sido los tres mejores meses de mi vida.

—Deberías llamarlos —sugiere Erik.

Él sabe la relación que mantengo con mis padres, al igual que sabe que siempre que hablamos terminamos discutiendo. Esto no ha sido cosa de ahora, lleva así toda la vida, es un bucle sin salida. Cuando era más pequeña siempre terminaba llorando encerrada mi habitación, sin que nadie viniera a ver si estaba bien. Todavía recuerdo la de noches que me quedé llorando hasta quedarme dormida, o todas aquellas que necesitaba un abrazo y nunca me lo dieron, o las veces que llegaba del instituto con moratones y ni siquiera me preguntaban si estaba bien. Por eso no le doy más importancia a esto, porque hace tiempo que aprendí que las personas que más quieres son las que más daño te pueden hacer.

—Paso —respondo recogiendo mis cosas y levantándome del sillón para ir a mi habitación.

Erik me sujeta del brazo y hace que me vuelva a mirarlo.

—Si no enfrentas los problemas no se van a solucionar solos —me dice.

—Hace tiempo que entendí que este problema no se va a solucionar —rebato y me suelto de su agarre para seguir mi camino, sin embargo, Erik es más rápido que yo y se pone delante de mí para cortarme el paso.

—Escúchame bien Daira, vas a sacar el teléfono, a marcar el número de tus padres y hablar con ellos, y no acepto un no por respuesta —sentencia mirándome con seriedad. Creo que nunca había visto a Erik tan serio.

No contesto, no sé qué decirle, pero tiene razón, no puedo dejarlo pasar, así que saco el teléfono y marcó el número de mis padres. No asimilo lo que estoy haciendo hasta que el teléfono empieza a dar señal y los nervios se apoderan de mí. Al final salta el contestador y me retiro el teléfono de la oreja.

—No lo cogen, seguro que están ocupados, llamaré más tarde…—comento fingiendo que me da pena, aunque mi cuerpo se ha destensado al no obtener respuesta.

—No, vas a volver a llamar, y si no lo cogen lo vuelves a intentar, pero no me voy a mover de aquí hasta que no hables con tus padres —sentencia Erik.

—Como quieras… —murmuro y vuelvo a marcar el número.

Justo cuando pienso que ya no me van a contestar se oye ruido al otro lado de la línea.

—¿Sí? —responde una voz femenina, mi madre. Mi cuerpo entero se vuelve a tensar al oír su voz.

—Hola —contesto bajito. Me tiemblan las manos. Erik me mira atento, como si no quisiera perderse ningún detalle de la conversación.

—Ah, eres tú, ¿qué quieres? —pregunta al reconocer mi voz.

—Yo… bueno… —empiezo diciendo y acto seguido me callo, no sé qué pretende Erik que le diga mis padres.

—Dile lo del conservatorio —susurra Erik para que no se le oiga.

—No pued….

—No tengo todo el día, ¿qué quieres? —interrumpe mi madre, no le doy más vueltas, Erik tiene razón si no enfrento los problemas no se van a solucionar nunca, así que sin más lo digo:

—¿Por qué no habéis pagado los dos últimos meses del conservatorio?

Se hace silencio al otro lado de la línea, por un momento espero que mi madre parezca arrepentida, pero ella no es así, si tiene que decir algo, lo dice de frente y sin rodeos, aunque la mayoría de las veces siente como un puñal en el corazón.

—Porque no tiene sentido que sigas haciendo algo que no sé te da bien. Además necesitaba el dinero para pagarle la universidad a tus hermanos, ellos por lo menos hacen algo que vale la pena.

De repente el silencio lo cubre todo, lo ha dicho tan alto que es imposible que Erik no lo haya oído. Siento que me escuecen los ojos y que las ganas de llorar se apoderan de mí, sin embargo, me mantengo fuerte y no dejo que vea que su comentario me ha afectado tanto.

—¡¿Y por qué para ellos sí y para mí no?! ¡¿Por qué lo que hacen mis hermanos siempre vale la pena y lo que hago yo siempre es una mierda?! ¡Estoy harta de que los pongáis siempre por delante, yo también soy vuestra hija, también os necesito!

Se hace silencio al otro lado de la línea, nunca le había contestado así a mi madre. Hasta ahora no me había dado cuenta de que las lágrimas corrían por mis mejillas, las limpio con el dorso de la mano y me vuelvo a concentrar en mi madre.

—No voy a tener esta conversación por teléfono, puedes volver a casa por Navidad, y así lo hablamos todos más tranquilos, creo que tu padre tendrá algo que aportar a todo esto —contesta mi madre, me tranquilizo al oír su respuesta, ya que esperaba solo recibir más gritos en respuesta.

—Allí estaré —aseguro, no lo he pensado, pero tampoco iba a hacer otra cosa en Navidades y creo que necesito hablar con mis padres sobre muchas cosas.

Se oye ruido al otro lado de la línea y cuando recibo una respuesta ya no es la voz de mi madre la que se escucha, sino una más grave, una que hace que un escalofrío me recorra el cuerpo de la cabeza a los pies.

—¿Qué necesitas? —espeta, y por su forma de decirlo ya sé que de esta conversación no va a salir nada bueno.

—S-solo llamaba para saber por qué no me habías pagado el conservatorio —admito bajito, pero lo suficientemente alto como para que me oiga.

—Porque es patético gastar dinero en algo para lo que no sirves —responde furioso, al oír su respuesta mi corazón se vuelve a romper un poco más, y sin poder evitarlo las lágrimas vuelven a llenar mis ojos.

—Pero a mí me gusta —rebato dolida. No parece importarle mucho como me pueda sentir, porque la siguiente respuesta es más dura que la anterior:

—Nunca me ha importado lo que te gustara, no va a empezar a hacerlo ahora, tampoco esperes una cálida bienvenida en Navidad, porque no la vas a tener. Ahora deja de molestar —y cuelga el teléfono.

No reacciono, no soy capaz de moverme. Poco a poco me retiro el teléfono de la oreja y me fijo en Erik, el cual ha escuchado toda la conversación. Aunque él sepa que mi relación con mis padres es bastante mala nunca había escuchado una conversación nuestra, y sinceramente parece sorprendido. Paso por su lado y me pierdo por el pasillo, no quiero hablar con nadie, necesito estar sola.

Me encierro en mi habitación y me siento en la cama, entierro la cara entre manos, preguntándome qué he hecho tan mal en la vida como para que mis propios padres no me quieran.

En el colegio siempre fui una niña a solitaria, me costaba mucho relacionarme con mis compañeros y normalmente pasaba los patios sola. Sacaba muy buenas notas, me portaba bien y era muy responsable, todo esto para impresionar a mis padres, a los cuales nunca les importó demasiado, ya que siempre mis hermanos eran más importantes.

Un día quedamos con unos amigos de mis padres, y mis hermanos y yo nos fuimos a jugar al parque, cuando me quise dar cuenta ya no había rastro ni de mis padres ni de mis hermanos. Estaba sola, se habían olvidado de mí. Apenas tenía diez años, pero lo recuerdo perfectamente.

—¿Mamá? —gritaba desesperada por que apareciera —¿Mamá, ¿dónde estás? —volvía a gritar, pero no obtuve respuesta. No fue hasta que una señora mayor se acercó y me ayudó a localizar a mi madre. Cuando ésta última apareció le di las gracias a la señora y corrí a abrazarla, sin embargo, justo al llegar a su lado levantó la mano y me miró enfadada, como si yo tuviera la culpa de todos sus problemas.

—Ni se te ocurra tocarme —dijo y mi yo de entonces retrocedió dos pasos, con miedo —ahora vámonos a casa, y más te vale no molestar —advirtió, yo solo pude asentir con la cabeza.

Estuvieron ignorándome durante dos días, y juro que fueron los peores días de mi vida.

Vuelvo al presente, donde tengo reciente la conversación por teléfono, en la que me han vuelto a recordar que lo único que hago en sus vidas es estorbar. Pero ya estoy acostumbrada es esto.

Las lágrimas ruedan por mis mejillas sin que pueda contenerlas, siento una presión muy fuerte en el pecho, un dolor que es peor que cualquier herida que me haya hecho nunca, duele, y duele más porque no sé cuál ha sido el desencadenante de todo, qué ha sido lo que ha hecho que yo me sienta a sí de mal conmigo misma. Que no pueda mirarme al espejo sin encontrar quejas. Que no sea capaz sonreír sin fingir esa sonrisa. Que sea incapaz ser yo misma por miedo a lo que piensen los demás. Que no pueda ser feliz.

Me desahogo, lloro todo lo que no he llorado en toda mi vida, me permito sentir, dejar salir ese dolor que llevo guardado desde hace demasiado tiempo. A lo largo de la vida siempre nos hacen creer que llorar es algo malo, que es un símbolo de debilidad, sin embargo, es la mejor forma de poder ser libres, de poder desatarnos de todo y dejarnos llevar por nuestros sentimientos. Tal vez no sea la opción más bonita de hacerlo, pero es la más útil.

No sé cuánto tiempo pasa, si son horas o minutos, lo único que sé es que cuando dejo de llorar me siento despejada, libre, relajada, y lo más importante de todo, me siento bien. Erik no ha aparecido por la habitación, supongo que sabrá que quería estar sola.

Me levanto de la cama y me seco los restos de lágrimas que quedan en mis mejillas. Probablemente tengo un aspecto lamentable, pero ahora mismo no podría importarme menos. Salgo de la habitación y voy al salón, donde Erik parece estar esperándome. Parece nervioso, y no se da cuenta de que me siento a su lado en el sofá hasta que me aclaro la garganta.

—¿Estás bien? —le pregunto, Erik levanta la cabeza y me mira.

—¿Eso no debería preguntártelo yo? —responde levantando las cejas.

—Estoy mejor —contesto, porque “bien” no estoy, y ya me he cansado de mentir.

—Sabes que puedes hablar conmigo de lo que quieras —insiste.

—No hace falta —aseguro.

—Vale, como quieras —cede finalmente y vuelve a concentrarse en lo que estaba pensando antes de que yo apareciera.

—¿Qué te pasa? —vuelvo a preguntar, porque antes no ha contestado.

—Nada —contesta rápido, bastante rápido.

—Ya.

El teléfono de Erik nos interrumpe, lo coge tan rápido que no me da tiempo ni a ver el nombre de la persona que lo llama. Se levanta del sofá de un salto y mientras responde a quien quiera que esté al otro lado de la línea desaparece por el pasillo y se encierra en su cuarto.

Creo que no te estaba esperando a ti.

Bueno, vuelvo a estar sola, ya que al parecer Erik tiene otros asuntos más importantes que atender. Decido encerrarme en mi cuarto también, aunque tampoco es que tenga nada interesante que hacer.

Cuando entro en mi cuarto me fijo en la hora que es, como no me empiece a preparar voy a llegar tarde al trabajo, así que me empiezo a vestir y arreglar. Al terminar salgo de mi cuarto y paso por delante del de Erik, donde todavía se oyen algunos murmullos, por lo que paso de largo y sigo mi camino hacia la puerta.

Al salir a la calle el teléfono empieza a vibrar en mi bolsillo, lo saco y descuelgo mientras me lo llevo a la oreja.

—¿Sí? —respondo.

—Hola despistada —contesta Aike al otro lado de la línea.

—No me llames así —refunfuño, pero la verdad es que me estoy empezando a acostumbrar al apodo.

—¿Estás ocupada? —pregunta, ignorando lo que he dicho antes.

—Sí, tengo que trabajar —aclaro algo molesta por el hecho de tener que ver a Derek.

—¿A qué hora sales? —cuestiona con curiosidad.

—A las nueve.

—¿Trabajas en el bar de al lado de tu casa, ¿no?

—Sí —contesto

—Me pasaré a recogerte —asegura, y sin que me dé tiempo a responder cuelga la llamada.

No entiendo esa necesidad de venir a recogerme, si literalmente vivo a cinco minutos andado, pero no me voy a quejar —además de que ya ha colgado —porque voy a pasar más tiempo  con él.

El turno del trabajo transcurre despacio, es como si los minutos fueran horas. El bar no está muy lleno, y me paso la mayor parte del tiempo hablando con mis compañeros de trabajo, cuyos nombres he olvidado. Intento ignorar a Derek lo máximo posible, y centrarme en otras cosas, pero a veces me lo pone muy difícil.

—¿Podemos hablar? —pregunta, creo que, por quinta vez, he perdido la cuenta.

Suelto un suspiro y me giro hacia él.

—¿Qué te ignore no te sirve para entender que no quiero hablar contigo? —le respondo cabreada por su constante insistencia.

—Quiero que aclaremos las cosas —insiste otra vez.

—No —contesto clara y concisa.

—Por favor —ruega, sólo le falta ponerse de rodillas.

—¿Qué no entiendes de la palabra “no”? —digo y me doy media vuelta para volver al trabajo.

Derek no me sigue, y lo agradezco, parece que por fin ha entendido que no quiero hablar con él. De camino a la cocina me choco con una compañera que es un año menor que yo.

—¿Sabes si Derek tiene novia? —pregunta mirándole, mi rostro se contrae en una mueca, espero que no lo diga enserio, pero por la forma en la que lo ha dicho deduzco que no es una broma.

—No que yo sepa, pero no es el mejor tío del mundo —le aseguro, aunque no soy nadie para decirle que hacer con su vida.

—Samanta me ha dicho que te acostaste con él —dice. Samanta es una compañera de trabajo, con la que creo que nunca he hablado sobre algo que no sean los pedidos de las diferentes mesas.

—¿Samanta?

—Sí, se lo dijo Derek —aclara al ver que no la sigo —Tengo otra pregunta.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—¿Cuánto le mide?

—¿Eh? —murmuro, entiendo lo que ha dicho, pero me niego a creérmelo.

—Sí, cuánto le mide la… —dice y empieza a hacer gestos con las manos.

Vale, esto es muy raro.

Un día normal en la vida de Daira Baikal.

—Y yo qué sé —contestó y me doy media vuelta para seguir a lo mío.

Cuando por fin se acaba mi turno en el trabajo salgo a la calle y me fijo en el chico que hay apoyado sobre un coche rojo. Me acerco a él y entonces fija sus ojos en mí, me recorre de arriba abajo con la mirada y aprovecho para hacer lo mismo. Va vestido con unos pantalones negros algo desgastados y una chaqueta de cuero, nada especial.

—¿Nos vamos? —pregunta al cabo de un rato. Asiento con la cabeza, no sé por qué, pero estoy nerviosa.

Aike rodea el coche y se sienta en el asiento del conductor, mientras que yo ocupó el del copiloto. En la radio suena una canción que creo reconocer como París de Morat.

La tarareo distraída mientras Aike se centra en la carretera, sigo sin entender por qué se ha empeñado en venir a recogerme, si vivo a cinco minutos andando. Llegamos en apenas dos minutos, lo único que ha hecho es gastar gasolina a lo tonto.

—¿Quieres subir? —pregunto cuando para el coche delante de mi portal, ya que ha venido aprovecho y paso más tiempo con él.

Mírala que lista.

—¿Eso lleva intenciones escondidas? —responde divertido.

—Si no quieres subir no pasa nada —contesto ignorando el comentario anterior.

—¿Tú quieres que suba? —cuestiona.

—¿Yo?

—Claro.

—Sí —no me lo pienso y lo suelto, y es verdad, sino no se lo hubiera preguntado.

—Genial, espera un momento que aparco el coche —dice y vuelve a arrancar el coche.

No tardamos mucho en encontrar un sitio donde aparcar, bajamos del coche y entramos en el portal, todo esto en completo silencio, no es un silencio incómodo, al contrario, es como si no necesitáramos palabras para estar cómodos.

El ascensor no tarda en llegar, nos montamos y pulso el botón del tercero. Cuando llegamos salimos del ascensor y yo busco las llaves en uno de los bolsillos de mi abrigo, abro la puerta y los dos entramos en casa.

—¿No está tu amigo? —pregunta Aike recorriendo la estancia con los ojos. Hago lo mismo, no parece que Erik este aquí.

—No, últimamente nunca está en casa, creo que esconde algo —contesto, y Aike asiente con la cabeza.

—¿Y ahora qué hacemos? —dice Aike, que parece pensativo.

—Podemos ver una película, si quieres, claro —respondo.

—Me parece bien —asegura, por lo que me adentro en el pasillo y Aike me sigue.

Entro en mi habitación y cojo el portátil, Aike sigue todos mis movimientos, y admito que su presencia me está poniendo muy nerviosa. No es la primera vez que está en mi cuarto, pero es como si está vez fuera más real. A lo mejor tiene algo que ver en que no me ve solo como una amiga, sino como algo más.

—¿Qué quieres ver? —pregunto mientras desbloqueo el ordenador.

—Me da igual, lo que quieras —aclara, y se deja caer en la cama con toda la seguridad del mundo.

Asiento con la cabeza y busco una película que me guste, cuando la encuentro también me siento en la cama y Aike se aparta para dejarme hueco. Mi cama es tan pequeña que es imposible que nuestras rodillas no se rocen, vemos la película en silencio, aunque no le presto mucha atención, estoy más concentrada en el chico que tengo al lado, su simple presencia hace que mis pulsaciones se aceleren.

No sé en qué momento pasa, pero el sueño se apodera de mí y dejo caer mi cabeza sobre el hombro de Aike, éste se tensa, pero tampoco me aparta, y antes de que me dé cuenta los ojos se me cierran y me quedo dormida.

***

Hola, antes de nada agradecer por que hayamos superado las mil lecturas, espero que lleguemos a muchas más.

No os olvidéis de comentar y votar.

Un saludo y nos vemos en el próximo.

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