La historia detrás de la hist...

By no_soy_espia

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alguien se pregunto como fue la vida de Third Reich antes de la guerra, ¿como fue su infancia y adolescencia... More

Prólogo
el inicio de mi vida
Ahora que hago
¿Quién es esa señora?
Gatito solo

Otra vez navidad

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By no_soy_espia

En el pequeño y desolado pueblo de Stavanger, Noruega, en el infausto año de 1917, yacía una fábrica abandonada, testigo mudo del paso del tiempo. Sus paredes resquebrajadas yacían sumidas en la melancolía de un pasado glorioso, cuando el bullicio de las máquinas inundaba cada rincón con promesas de prosperidad. Ahora, solo el eco del silencio perpetuo llenaba sus vacíos pasillos.

Dentro de ese sombrío recinto de promesas rotas, encontraban refugio dos almas desgarradas, dos hermanos alemanes cuyos destinos se desvanecieron con el estruendo de los cañones. Weimar y Reich, una vez llenos de esperanzas y sueños, se convirtieron en prisioneros de aquel lugar desolado. Sus vidas, marcadas por el estallido de la guerra, se deslizaban entre los escombros como hojas marchitas arrastradas por el viento inmisericorde.

Pero Weimar era quien más dolor sentía, el eco de su lamento resonaba en los muros desnudos, un eco que solo encontraba consuelo en la fría compañía de las sombras. La mirada perdida de este reflejaba la devastación que la guerra había sembrado en su alma, una cosecha de dolor y desolación que marchitó cualquier atisbo de alegría. Sus ojos, alguna vez radiantes de vida, ahora solo destilaban melancolía y desesperanza.

El frío penetrante se adelantó a su llegada habitual, envolviendo el paisaje en un abrazo gélido y opresivo. La nieve, al caer en copos silenciosos, cubría la tierra como un sudario blanco, transformando el entorno en un yermo helado que reflejaba la fría indiferencia del invierno.

A medida que el resplandor titilante de las primeras luces de Navidad se filtraba entre las sombras del anochecer, las casas y las calles del pueblo se sumieron en un ambiente irreal y mágico. Las fachadas antes sombrías cobraron vida con destellos de color, mientras las calles albergaban un murmullo apenas perceptible, como si la atmósfera misma vibrara con una energía distinta, ajena a la rutina diaria.

Sin embargo, en medio de este escenario aparentemente mágico, la tristeza y la desesperanza se cernían como una sombra omnipresente sobre los corazones de la gente del pueblo. A pesar de los esfuerzos por aferrarse a la tradición y la esperanza inherente a la temporada festiva, la carga de los tiempos difíciles parecía amenazar con sofocar cualquier destello de alegría.

Así, en medio de la aparente calidez de la Navidad, la gente del pueblo se esforzaba por mantener viva la llama de la tradición y la esperanza, aun cuando su luz titilante se veía desafiada por las sombras que amenazaban con extinguirla.

Weimar, con el corazón roto y cargado de nostalgia, se encontró a sí mismo decorando el interior de la fábrica con fragmentos de ramas de abeto y pequeñas velas que logró encontrar entre los restos del desorden. Con ingenio, logró transformar aquel oscuro y frío refugio en un cálido rincón navideño, un oasis de luz y color en medio de la desolación. Cada adorno, cada detalle, evocaban buenos recuerdos que vivió junto a su padre, cada recuerdo era como un destello de luz en la oscuridad, trayendo consigo un destello de esperanza en medio de la desesperanza que lo envolvía.

Weimar dedicó horas a cada adorno, cada vela, como si al darles forma y lugar estuviera reconstruyendo su pasado, reconstruyendo la conexión que una vez tuvo con su padre. La madera áspera y tosca se transformó en delicadas figuras con las que decoró el espacio. Las velas, con su luz titilante, parecían bailar al ritmo de sus recuerdos, proyectando sombras que dibujaban en las paredes historias de tiempos mejores.

Cada fragmento de abeto, con su aroma inconfundible, llenaba el aire con la esencia misma de la época navideña. Era como si Weimar hubiera logrado aprisionar el espíritu de la Navidad en aquel pequeño espacio, como si, por un momento, pudiera escapar de la tristeza y la desolación que lo embargaba, y sumergirse en un océano de recuerdos felices.

A medida que avanzaba en su tarea, una sensación de paz y ligereza invadió su ser. Las risas y las conversaciones con su padre resonaban en su mente, llenando el vacío con calidez y ternura. No importaba lo desolado que estuviera el exterior, dentro de aquel rincón, el espíritu navideño había encontrado un nuevo hogar, uno lleno de amor y recuerdos que brillaban con la intensidad de mil estrellas.

Weimar tomó asiento, observando con satisfacción el resultado de su labor. Aquel rincón, tan modesto en apariencia, rebosaba con el amor y el cariño que depositó en cada detalle. Por un breve momento, en medio de la tragedia y la pérdida, encontró consuelo y esperanza en el recuerdo de tiempos más felices, en la certeza de que el amor perdura más allá de la distancia y el tiempo.

Un día como otros tantos, Weimar se levantó antes del amanecer, preparándose para salir en busca de algo que comer. Cada jornada, cargaba pesados paquetes como parte de un trabajo poco rentable, pero obtenía el dinero suficiente para sobrevivir en aquella realidad despiadada. Siempre se cuidaba de no ser reconocido, cubriéndose el rostro con unas telas raídas que apenas lograban ocultar sus rasgos. Temía ser identificado y juzgado por su situación, y junto con él, su pequeño hermano, a quien protegía con recelo, prohibiéndole salir de aquella fábrica a menos que él estuviera presente para vigilarlo. Temía que su hermanito resultara lastimado o afectado de alguna manera por las circunstancias adversas que los rodeaban.

Cada paso que Weimar daba por las calles, cargadas de desdicha y desesperanza, estaba marcado por la incertidumbre y el temor a ser descubierto. Cada mirada que se posaba sobre él le parecía un posible peligro, un enemigo que podía arrebatarle lo poco que tenía. Sin embargo, su determinación era férrea, alimentada por el deseo de darle un mejor futuro a su hermano, de protegerlo y brindarle un atisbo de esperanza en medio de tanta oscuridad.

Cada moneda que ganaba representaba un pequeño triunfo, un paso más hacia la estabilidad y la seguridad que anhelaba para su hermano. A pesar del agotamiento y el desgaste físico, Weimar continuaba adelante, impulsado por la necesidad de cuidar a su pequeño tesoro, de preservar la inocencia de su hermano, en un mundo que parecía empeñado en arrebatársela.

Mientras caminaba por las calles, logró ver a través de un mostrador un par de juguetes de madera. Se acercó curioso; los juguetes le recordaban mucho a los que su padre le regaló una vez. En ese momento de frío, algo tibio rodó por su mejilla. Era una pequeña lágrima traicionera que no pudo aguantar más. Todo este tiempo trató de ser fuerte, pero en el fondo él también tenía miedo, miedo de perderlo todo: su padre, su hermano, todo lo que él conocía como familia. Suspiró cansado para luego limpiarse la mejilla, admiró por última vez esos juguetes y luego suspiró entristecido. Se separó del cristal y continuó con su camino, dejando rastros en la nieve, su mente patinó hacia su pequeño hermano.

Lamentaba el no poder ofrecerle más a Reich. Esa vida no era nada comparada con su hogar. Para Weimar, aquellos recuerdos eran como pequeñas joyas escondidas en el desgarrador paisaje de la guerra. Las risas entre los tres en el hogar, las historias ante el fuego crepitante, la seguridad y calidez que solo un hogar puede brindar. Estos pensamientos se agolpaban en su mente, como un torrente implacable que lo envolvía en una mezcla de amor, añoranza y profundo dolor.

Weimar se aferraba a la esperanza, a la promesa de un futuro en el que su hermano volviera a disfrutar de la inocencia perdida en las garras del conflicto. Trataba de imaginar un escenario donde los juguetes de madera no fueran solo un espejismo del pasado, sino un símbolo de los momentos felices que aún podría brindarle a Reich. La guerra les había arrebatado mucho, pero su determinación por mantener viva la luz de la esperanza en los ojos de su hermano permanecía inquebrantable.

Cada paso en la nieve era una huella de resistencia, un recordatorio de que a pesar de la adversidad, el amor y la determinación podían prevalecer. Weimar llevaba el peso del mundo sobre sus hombros, pero cada vez que miraba hacia adelante, lo hacía con la certeza de que no permitiría que la guerra les robara el último hálito de dignidad y felicidad que les quedaba.

Miró con decepción el cielo y susurró para sí mismo: -¿Qué haré ahora?-. Se sentía cansado, pero nada pasó. Suspiró y continuó con su camino, pero en ese momento fue interrumpido por una madre pobre, lo notó por sus prendas gastadas. Detrás de ella, un par de niños con rostros sucios, cabellos desaliñados y harapos como prendas, pero con una gran sonrisa y unos muñecos en sus manos. En ese instante supo qué hacer, eso era lo que necesitaba: un regalo. Pero no sabía cómo conseguirlo; apenas le alcanzaba para vivir. Su corazón se partió en dos al pensar en la mirada de su hermano. - ¿Cómo pasamos de tenerlo todo a quererlo todo? - Se preguntó a sí mismo, con gran dolor en su pecho y un temblar en sus manos, a pesar de eso, continuó con su camino. -Hasta esa pobre madre tiene unos centavos para pasar una Navidad- se reprochó a sí mismo.

Mientras seguía su camino, el viento gélido soplaba con fiereza, como si intentara llevarse consigo las últimas migajas de esperanza que albergaba en su interior. Cada paso entre la nieve era como cargar con el peso del mundo sobre sus hombros exhaustos. Miró a su alrededor, observando a las personas que pasaban a su lado. Algunos tenían el rostro iluminado por la alegría, otros parecían sumidos en la melancolía y la desesperación.

Los jóvenes corrían por todos lados y los niños comían pan caliente, pero Weimar solo percibía una tristeza al imaginar la decepción de su hermano. A pesar de eso, algo dentro de él cambió; ni él mismo podía explicarlo. Fue como una sensación de desesperanza y certeza al mismo tiempo. El anhelo profundo de devolver la felicidad a su hermano se mezclaba con la triste certeza de que, al menos por el momento, no podía hacer más. Y así, entre la nieve y el frío, el peso de la responsabilidad y la imposibilidad de cambiar su suerte chocaban en su interior, dejando una sombra perpetua sobre su espíritu.

Cada rostro risueño, cada niño disfrutando de un pequeño placer, se convertía en un recordatorio constante de la brecha abismal que separaba su situación de la de aquellos que, a pesar de tener tan poco, encontraban motivos para sonreír. Weimar no podía evitar sentirse atrapado en un torbellino de emociones, donde la impotencia se entrelazaba con la determinación de no rendirse ante la adversidad.

Fue entonces cuando un destello de esperanza cruzó su mente, como una chispa en medio de la oscuridad.

Decidió que no podía ignorar lo que acababa de presenciar. Aquella escena de la madre pobre y sus hijos con radiantes sonrisas a pesar de las adversidades le había conmovido profundamente. Siguió avanzando, con cada pensamiento girando en torno a la idea de encontrar una forma de traer un destello de felicidad a aquellos niños. El amor que sentía por su hermano y la tristeza por no poder brindarle más se fusionaron con la necesidad de imitar tiempos pasados.

Cada paso resonaba con un propósito renovado, con una determinación nacida del deseo de traer un rayo de luz a su hermanito. Aunque su economía estaba tambaleante, su espíritu estaba firme en su decisión: encontrar una forma de hacer florecer la alegría en el corazón de su pequeño hermano, y así poder volver aquella sonrisa real, que él tanto le gustaba ver.

Mientras seguía caminando, una idea comenzó a tomar forma en su mente. Recordó una antigua historia que su padre solía cantarles a él y a su hermano en las noches heladas de invierno. La narración sonaba en su memoria como un bálsamo de esperanza, y con ella, nacía la certeza de que, aunque no pudiera ofrecer lujos ni regalos ostentosos, tenía algo más valioso que compartir: el amor y la calidez del hogar que una vez conocieron.

Así, decidido a encontrar una forma de avivar la alegría en el corazón de su hermano, Weimar se aferró a la promesa de que, tarde o temprano, la guerra cedería paso a la paz, y con ella, la oportunidad de reconstruir los lazos que el conflicto había intentado romper. Aquel sentimiento de desesperanza, aunque persistente, no lograría apagar la llama de esperanza que ardía en lo más profundo de su ser. Con cada paso entre la nieve, su determinación crecía como un brote nacido en medio del invierno, resistiendo contra viento y marea, nutriéndose de la voluntad de volver a ver brillar la sonrisa de su hermano una vez más. Y así fue como todo el día se sintió motivado a seguir, trabajó con fuerza, siempre pensando y aquella linda sonrisa que lo esperaba en casa.

Al regresar a la fábrica, su rostro cansado apenas podía sostener una débil sonrisa al ver a su hermano esperándolo con ansias. En sus ojos se reflejaba una mezcla de cansancio y resignación, pero también destellos de determinación y amor incondicional, una chispa de gratitud que fortalecía el alma de Weimar y le recordaba que, a pesar de todas las adversidades, siempre tendría una razón para luchar y seguir adelante. Sus esfuerzos nunca serían en vano mientras su hermanito estuviera a salvo y protegido a su lado.

- ¿Cómo te fue hoy? - Preguntó con inocencia el pequeño Reich, mientras ayudaba a su hermano a quitarse el abrigo que traía puesto - ¿Me trajiste algo? – volvió a preguntar con una amplia sonrisa, brillando con la esperanza y la ilusión características de la infancia. Weimar luchó por contener una oleada de emociones abrumadoras que lo invadían, y antes de decir algo, se acercó y besó la frente de su pequeño hermano, tratando de transmitirle toda la ternura y el amor que sentía por él.

- ¿Qué cree usted? Mi pequeño príncipe - comentó con una sonrisa genuina mientras buscaba algo entre sus prendas gastadas y sucias, emocionado por la alegría que sabía que causaría en su hermano. Con un suspiro, sacó de su suéter una pequeña cajita de metal, un destello de colores vivos en medio de la grisura que les rodeaba. El pequeño niño, con una sonrisa radiante y tierna, saltaba alrededor de su hermano, riendo y contando del uno al diez en distintos idiomas, para luego terminar frente a su hermano y extender la mano, mostrando una mirada llena de emoción contagiosa y pura felicidad, que provocaba que Weimar se sumergiera en el placer de hacer feliz a su hermano. Sus ojos se llenaban de lágrimas, pero esta vez, eran lágrimas de felicidad y gratitud.

- Al parecer si leíste lo que traje – Comentó con emoción, mientras le entregaba la cajita a su hermano, este asintió con una sonrisa deslumbrante y abrió el regalo con gestos llenos de emoción, ansioso por descubrir lo que su hermano había traído para él. - He aprendido a contar hasta cien en muchisisisisismos idiomas, y también aprendí trabalenguas, y los saludos, y como decir buenas noches, y como decir perro, y también leí que una planta puede crecer en la oscuridad – compartió así a su hermano, todo lo que había aprendido, lleno de entusiasmo y vitalidad. Se sentía feliz, disfrutando cada momento con una inocencia que iluminaba todo a su alrededor.

El pequeño Reich, con un brillo de alegría en sus ojos, sacó un chocolate de la cajita y lo devoró con una satisfacción palpable, moviendo la cabeza de un lado a otro con entusiasmo. Luego, con una sonrisa encantadora, extendió hacia su hermano otro chocolate, ansioso por compartir su felicidad. Weimar, con el corazón lleno de amor por su hermano, inicialmente quiso aceptar el obsequio, pero la sombra del miedo lo cubrió.

-Yo comí unos en el camino, sabes que si como mucho dulce enfermaré – se excusó sonriente, aunque en lo más profundo anhelaba aceptar aquel obsequio. Sabía lo mucho que su hermano amaba esos dulces, tanto que esperaba todo un mes para comerlos, y los guardaba con tanto afecto que siempre dejaba uno "para cuando llegue papá". Aunque la sonrisa de Weimar se mantenía, sus ojos reflejaban una mezcla de emoción contenida y tristeza, mientras trataba de proteger a su hermanito de la cruda realidad que los rodeaba.

El gesto cariñoso de su hermano, así como su alegría desbordante, le recordaban que, a pesar de las dificultades que enfrentaban, la complicidad entre ellos era un vínculo irrompible. Aunque su corazón estaba lleno de anhelo y una tristeza insondable, esa conexión especial que compartían con cada gesto y palabra les recordaba que, juntos, podrían superar todo lo que la vida les presentara. Con una mirada llena de amor y complicidad, Weimar acarició el cabello de su hermano y lo abrazó con ternura, agradecido por cada chispa de felicidad que su hermanito le brindaba, iluminando así su mundo con inocencia y esperanza.

- Bueno, señorito, ¿Qué tenemos para comer? – preguntó emocionado mientras cargaba a Reich en brazos, para luego girar, aumentando la velocidad cada vez más, pero siempre cuidando la seguridad de su hermanito, al realizar ese juego, sentía el frio viento en su rostro, pero no le hacía mal, se sentía cómodo y alegre, la brisa se combinada con las carcajadas del infante, que con todas sus fuerzas se aferraba a su hermano mayor, dándole un fuerte abrazo.

Pero el juego no es eterno, y al pasar los minutos bajó a su hermano con cuidado, sonriendo a ver como este caminaba tambaleándose, Reich estaba tan mareado que tropezó y cayó al suelo, provocando una risa en su hermano mayor, pero a la ves una preocupación por su estado, este se acercó y lo levantó, solo para ver el rostro alegre se Reich, quien lo tomó por las mejillas – Claro, hoy cociné pasta a la italiana – comentó entre risillas mientras sus mejillas se coloraban como capullos de rosas en primavera, o era así como lo veía Weimar – Bueno, vamos por unos pocos tallarines – dijo él, mientras volvía a tomar a su hermano en brazos, riendo mientras jugaba al "avioncito", y así pasó la tarde, comiendo mientras jugaban, al pequeño Reich le encantaba cocinar pasta porque Weimar, su hermano, solía jugar a que era el asesino "Jack el destripador". Aun en su inocencia, Reich disfrutaba esos momentos llenos de afecto, y en la noche dormía abrazado de su hermano, sintiendo su calor, y dando una oración, pidiendo por su padre, para luego recibir un cálido beso en la frente, "El beso que te protege de los monstros".
Como cada mañana, Weimar despertó antes que el sol, cogió sus prendas y dejó una olla con agua sobre la estufa, seguidamente fue a tomar una ducha de agua fría y se vistió, regresó y se encontró con el agua hirviendo, apagó la estufa y mescló el agua con un poco de avena y azúcar, luego se acercó a Reich y lo tomó en brazos, viendo como este ya estaba despierto, sonrió alegre, y lo llevó a la mesa de la cocina improvisada que tenían, dejó un plato con avena frente a su hermano, y él se sentó a un lado, ambos comían en silenció, mirándose den ciertos momentos, y cuando las miradas coincidían ambos soltaban unas carcajadas, al final Weimar recogía la mesa, y se despedía de Reich

Salía a las calles y caminaba al trabajo como cada mañana, así fue lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábados, y hasta domingos, trabajó todos los días, llegando a altas horas de la noche, y saliendo por horas muy tempranas, pero siempre teniendo tiempo para ayudar a su hermano con sus lecturas, o enseñarle a cocinar, también los juegos, y siempre tenía tiempo para decirle "Bueno días, mi príncipe", Weimar trabajó todo lo que pudo para poder comprarle a su hermano un regalo especial, uno que lograra dejar atrás todo los malos momentos y las preocupaciones.

Las vísperas de navidad estaban cerca y el nerviosismo de Weimar incrementaban, el día ya casi llegaba y el dinero no estaba, no alcanzaba, siempre era un "Solo un poquito más" pero cada vez parecía estar mas lejos de su meta, lagrimas de impotencia rodaban por sus mejillas frías, mientras caminaba bajo la nieve, ya era muy tarde, todo estaba oscuro, miró hacia adelante, sonrió vagamente y susurró con dolor – Perdón, pero ya no puedo más – miró sus lastimadas manos, veía las cicatrices, los cayos y las heridas – Yo se que tú me perdonarás, siempre lo haces, pero ya no quiero estar aquí, nunca me gustó, solo quiero ir con papá, solo quiero volver

Se desvió del camino y llegó a un pequeño parque de juego, miró con dolor los juegos viejos, se acercó a unos columpios y tomo asiento sobre uno, levantó la mirada con dolor y vio a la luna – Solo quiero volver, tengo miedo de perder, de no ser lo suficiente – bajó la mirada y vio al suelo, las lagrimas chocaban contra este, dejando un pequeño charco de melancolía y dolor - ¿Cómo lo haces tú? – se preguntó a si mismo, la mente mueblada y los labios secos, un hueco en el corazón y un cansancio mental – Solo quiero que estés aquí, te necesito – en ese momento se abrió y dejó que la luna lo escuchara y consolara como madre – Quiero hablarte, quiero que me digas que todo estará bien, quiero volver a casa y verte, quiero que me vuelvas regañar, quiero volver a las noches donde contábamos estrellas, cuando quemé las galletas, cuando me enseñaste a disparar, no soy como tú papá . . . no soy fuerte, solo quiero estar contigo, quiero volver a sentirte y que me digas que todo terminó, que solo fue una pesadillas, por favor . . . – las lagrimas salían, dejando las mejillas mojadas, y por un momento sintió que el cielo lloraba con él, la luna cautiva del dolor, no pudo mas y se escondió entre las nubes, dejando al joven solo en su dolor, desconsolado y sin encontrar un sustento, pero no podía hacer más, simplemente se limpió el rostro, y como cada noche llegó a casa, sonriendo para su hermano, quien lo esperaba alegremente para contarle su día.

Y una mañana fue despertado por los saltos emocionados de su hermano, corriendo por todo lado, cantando villancicos a todo pulmón, saltando y limpiando, Reich, al ver a su hermano despierto, corrió para abrazarlo – BUENOS DÍAS Y FELIZ NAVIDAD - gritó a todo pulmón, alegrando a su hermano, quien apenas despertaba de su placido sueño - Oh! Mi niño, al parecer alguien está muy emocionado - dijo Weimar mientras abrazaba al menor en señal de festejo.

- Claro, es navidad, y tú dijiste que podría salir a jugar - Expresó Reich, estando muy alegre, Weimar, al oir eso, sintió una gran miedo, pero supo como disimularlo con una sonrisa y juegos de cosquillas, luego preparó la comida como de costumbre y prometió a Reich salir por la noche a un parque cercano al muelle. Antes de partir, depositó un cálido beso sobre la frente del menor.

Reich por su parte no podía esperar, preparó su mejor ropa y limpió sus zapatos, tomó un baño y tomó asiento frente al reloj, veía como las horas pasaban, pero no llegaba su hermano, el impaciente Reich, se asomó por la puerta y asegurándose que su hermano no estuviese, salió asustado, pero emocionado, vio el cielo de colores cálidos y como las luces brillaban al ritmo de la música navideña, caminó por todo lugar nuevo para él estaba muy emocionado, sus pequeños ojos brillaban cual luciérnagas en pantanos. 

Reich, pequeño explorador de la noche, se aventuraba por caminos desconocidos, su alma infantil latía al ritmo de la emoción pura. Con cada respiración, absorbía el aire invernal impregnado de aromas festivos, sintiendo el cosquilleo de la expectativa recorrer su piel. La maravilla de la Navidad se trasladaba a través de él, extendiendo su influencia desde los árboles decorados hasta la sonrisa expectante que adornaba su rostro.

Al pasar unos minutos, logró encontrar el dichoso parque de juegos, muy alegre se dirigió a los columpios, esperando a que su hermano lo encuentre ahí, sin embargo, este  tardaba en llegar, el menor algo preocupado miraba a todos lados, notando como la oscuridad empezaba a consumir su alrededor.

Por su parte, Weimar salió muy contento de la fabrica, había llegado el día de su pago, y muy emocionado se dirigió a su puesto de trabajo, pasó por donde el jefe, el cual lo recibió sonriente, Weimar pidió su paga, a lo cual recibió mas de lo acordado, este lleno de curiosidad se dirigió a su jefe - Señor, esta es una suma mayor a la que usted mencionó, aun después de las largas horas de jornad - Weimar fue interrumpido por la voz gruesa de su superior - Lo se, y tambien se que perdiste a tus padres por culpa de la guerra, así como muchos de los muchachos aquí . . . se que tienes un hermano, y se para que quieres el dinero, eres un buen muchacho, un buen hijo y un buen hermano, no sabes lo orgulloso que estoy de ti - El hombre se expresó con sinceridad, había pasado mucho tiempo observando a Weimar, y sabía de sus carencias, algo que hizo un rebote en su propio ser, quien cual vivió las mismas necesidades que él, teniendo que cuidar de sus hermanos menores, llevando la gran responsabilidad del mayor, esto logró que naciera en él.

La gratitud de Weimar, encarnada en un abrazo cargado de sentimientos encontrados, resonó en el aire como una sinfonía de agradecimiento. La promesa silenciosa de retribución, suave como un susurro, impregnó el ambiente con la promesa de un futuro en el que el afecto recibido sería devuelto con creces. La chispa de la generosidad y la compasión encendió un fuego en sus corazones, ennoblecidos por el gesto desinteresado del hombre, que transformó la fría noche en un escenario de cálida camaradería y profunda conexión humana.

El desenlace de este encuentro, envuelto en una atmósfera navideña, irradió la esperanza de un futuro tejido con la bondad y el afecto mutuo. La figura del hombre y el espíritu de la Navidad se encarnó en ese instante efímero, transformando la noche en un testimonio vivo del poder del la empatía y el amor incondicional.

Por su parte, Reich, en medio de la oscuridad y el silencio, el temor se apoderó del pequeño Reich. Sus sollozos, ahogados por la noche, eran el eco de su desamparo, una súplica silenciosa que se elevaba hacia el cielo buscando una respuesta que disipara su angustia. Cada minuto que transcurría parecía eterno, colmado de incertidumbre y desasosiego, sumiendo al niño en un abismo de desesperación.

Atrapado en la desolación de la noche, el miedo se volvió su único compañero, oscureciendo sus pensamientos y nublando su visión de la realidad. La soledad arropaba su frágil figura, una carga invisible que pesaba sobre sus hombros y le robaba la capacidad de encontrar consuelo. El llanto desgarrador del menor se deslizaba por el aire, una melodía cargada de desesperanza y anhelo de auxilio, lanzando su llamado al viento, en busca de un salvador que lo rescatara de las garras del temor.

Cada sombra, cada movimiento en la penumbra, avivaba la llama de su preocupación, intensificando su sufrimiento y desatando un torbellino de emociones que lo abrumaban. Las lágrimas brotaban sin freno, empapando sus mejillas, un torrente salado que reflejaba el dolor y la esperanza perdida.

Sin embargo, un giro inesperado del destino alteró el curso de esta noche sombría. Un sonido se abrió paso entre la oscuridad, fragmentando el silencio y desencadenando un nuevo capítulo en el drama de Reich. El súbito incremento de su preocupación precipitó un torrente de lágrimas renovado, convirtiendo su llanto en una sinfonía desgarradora que resonaba en la quietud de la noche, un lamento infantil que buscaba refugio en un mundo inhóspito.

Pero entonces, una figura emergió de la oscuridad, una presencia humana que desentrañó la maraña de temores que aprisionaba al niño. Un halo de expectativa envolvió su corazón mientras observaba al misterioso individuo aproximarse, su respiración agitada marcaba el pulso de su inquietud, a la vez que una vaga esperanza comenzaba a florecer en su interior.

El aroma acre del cigarrillo y el alcohol se filtró en sus sentidos, tejiendo una atmósfera lúgubre alrededor de la escena. La fragancia mezclada con la oscuridad y el misterio cosía los hilos de la incertidumbre en el semblante del niño, desatando una sinfonía de emociones contradictorias que se reflejaban en sus ojos enrojecidos por el llanto.

Su corazón, atormentado por el pánico y la confusión, latía con la fuerza de un tambor en la noche, mientras aguardaba la revelación del propósito de la misteriosa figura que se perfilaba en la oscuridad, un enigma ambulante que amenazaba con abismarse en lo desconocido.

El hombre, al ver a Reich llorar se compadeció de él, y se sentó en el columpio de al lado - Feliz navidad, niño - Dijo con voz ronca, mientras dejaba el cigarro sobre el suelo - ¿Quién eres? Nunca te vi por aquí - Respondió con una sonrisa misteriosa en los labios - Lo se, porque yo vivo aquí - Comentó mientas veía a Reich de pie cabeza, teniendo la sensación de haberlo visto antes 

- Soy . . . un niño - dijo Reich con miedo, el hombre, notó el tartamudeo del menor, por lo cual metió su mano en su bolso gastado, y sacó un arma, sonrió ligeramente y entregó el arma al niño, Reich al ver eso se asombró y con el nerviosismo en el hablar comentó - Yo no se usarlas - el hombre sonrió y le explicó como disparar, Reich, algo mas nervioso preguntó por el origen el hombre, a lo cual él respondió - Soy ingles, pero me escondo de la guerra, no quiero morir aun, mi sueño es escribir - contó el hombre, para así ganar la confianza del menor 

- Eres como yo - comentó el menor con alegría, el sujeto asintió y miró al cielo - ¿Estás solo? - preguntó, Reich con una sonrisa respondió que esperaba a su hermano - ¿ Y papá? - preguntó el sujeto, mientras miraba a Reich con sospecha, el menor al escuchar esas palabras no pudo evitar derramar unas lagrimas de dolor - Él está cuidando del Imperio - tartamudeó, sintiendo un dolor profundo en el pecho - Lo se - dijo el hombre, para luego abrazar a Reich y tratar de acompañarlo en su soledad - Pero apuesto que a papá no le gustaría verte así, y mucho tú hermano, ¿No es así? - Respondió con una sonrisa amable - Pequeño Reich, pasaste por mucho, y por eso te perdono la vida - Fueron sus ultimas palabras antes de marchase y volver a perderse en la oscuridad dimensional.

Por su parte, en este momento de profunda inquietud, Weimar experimenta una crisis interna, manifestada en sentimientos de impotencia y desesperación. La incertidumbre sobre el paradero de Reich provoca un torbellino de emociones, desde la tristeza hasta la rabia, pasando por la frustración y la desesperanza. A su vez, la preocupación por el bienestar de su hermano y el impacto en la unidad familiar añade una capa adicional de estrés y agitación emocional. 

Buscaba por todo lado, pero no importaba que tanto gritara, simplemente no hallaba rastro del pequeño Reich, pasó un minuto, luego dos y tres; los minutos pasaron a ser horas, Weimar ya estaba perdido divagando por las calles oscuras, hasta que una idea llegó a su mente - ¡El parque !- gritó en voz alta mientras corría lo mas rápido que sus piernas le permitieran, lagrimas corrían por sus heladas mejillas, mientras que la nieve lo vestía de prendas blancas, en un momento cayó, y a pesar de eso, él continuó, siempre priorizando el bienestar de su hermano.

Al final llegó al parque envuelto en dolor y desesperanza, logrando encontrar al pequeño jugando solo en un columpio, suspiró aliviado, y con una gran paz se dejó derrumbar contra la nieve que cubrió los suelos, sonrió con sinceridad y metió su mano al abrigo negro que llevaba, se acercó con tranquilidad y se sentó a un lado del menor, este solo lo vio y sonrió - Si llegaste - Dijo Reich con una calma que guardaba muchas lagrimas de alegría - Yo siempre te encontraré- Respondió Weimar, seguidamente se puso de pie y abrazó al menor con gran ternura y amor que el pequeño Reich no pudo evitar llorar como un recién nacido, pero halló consuelo en los brazos de su hermano mayor, así como los bebés hallan consuelo en los brazos de su madre - Perdón - dijo el menor, pero Weimar solo se limitó a verlo y sacar un juguete de madera, que tenía en el bolsillo - mi vida, tú eres el ser mas perfecto que existe, no tienes que pedir perdón por nada, ¿Entiendes? - Respondió con ternura en su habla, casi rompiendo en llanto 

Ambos hermanos se abrazaron y pasaron la noche viendo como la nieve cae, contando historia viejas que su padre solía narrar a orillas de la chimenea, y así termina la navidad, con un 

- Feliz navidad, papá -

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