Todo lo que sube tiene que ba...

By Hubrism

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Valeria y Salomón son vecinos de toda la vida que no se soportan... hasta que se quedan atrapados en un ascen... More

Resumen + Nota de la autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24

Capítulo 14

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By Hubrism

PASADO 13

3:28pm

—Nada, nada. Solo era un chiste. —Muestra una sonrisa con dientes apretados—. Vos sabéis, me las doy de que soy el mejor prospecto de la cuadra ja, ja, ja.

—Jaa, jaa. Si bueno, vos no estáis en la lista de candidatos.

«Na' más sois la lista completa».

Salomón se aclara la garganta y soba sus muslos con más fuerza. Los músculos de sus hombros y brazos saltan con los movimientos pero no los admiro por mucho rato al recordar que tiene radares para detectar buzas profesionales.

—¿Cómo vais? —pregunto ante la aparición de venas que sobresalen por su cuello.

—Aquí, pasándola chévere con mi vecina favorita. Cero humillación ni nada. Todo muy divertido.

Aprieto mi puño contra mi boca para no reírme.

—¿Qué puedo hacer pa' ayudarte? ¿Me pongo a lanzar alaridos otra vez?

—Este... —Su voz se quiebra—. Sí, porfa.

—Bueno, no te vayáis pa' ningún lado —bromeo mientras me levanto y Salomón levanta su cara para fulminarme con rayos láseres.

Sin su ayuda no llego al borde del piso, pero hago mi mejor esfuerzo de pegar gritos hacia el hueco. Hago otro remix de los clásicos «auxilio», «ayuda» y añado «hasta cuando no nos van a parar bola». Pero esa improvisación es precisamente lo que nos precipita hacia la catástrofe. Porque en vez de llamar la atención a nuestros vecinos desprevenidos, le da risa a Salomón.

—Noooo, Valeriaaaa. —Salomón se retuerce hasta caer de lado sobre el suelo, su cabeza encima de una bolsa plástica de supermercado.

—¡Perdón! ¡Perdón! —Me arrodillo a su lado—. Aprieta como nunca has apretado en tu vida.

—Deja de sonar como que te queréis reír.

—Estoy más seria que un tiro —miento por su bien—. Voy a gritar cosas serias ahora.

—Okay. —Su voz sale como un hilito.

Me desgañito por un buen rato. De vez en cuando hago pausa para respirar y también para chequear a Salomón. Se logra sentar de nuevo con sus piernas cruzadas a nivel de las rodillas. Respira tan rápido como una mujer en trabajo de parto.

Qué lástima que no tengo una cámara para preservar este momento para la historia. Generaciones futuras se lo perderán.

Ahora me toca hacer ejercicios de respiración a mi para no reírme.

—¿Qué es este escándalo ladilla? —Llega una tercera voz.

—¡Aquí! ¡En el ascensor! ¡Somos Valeria y Salomón! Llevamos no sé cuántas horas encerrados en el ascensor que no funciona. —A estas alturas casi no me queda voz y mis palabras salen roncas y agolpadas las unas sobre las otras.

Otro set de zapatos se acerca.

—¿Los hijos de la Machado y los Rodríguez? —Contesta una voz querrequerre que reconozco muy bien.

Normalmente este vecino regañón me hace sentir como una niñita de primaria a la que la maestra la tiene castigada, pero en este momento siento que me desmayo de alivio.

—¡Sí! —exclamo—. Señor Olegario, ¿le puede avisar a nuestros papás de la situación?

—¿Y Salomón por qué está sin camisa?

Eso es lo menos importante pero lo conozco. Es como un perro que no deja ir el hueso.

—La mía se rompió y Salomón me dio la suya. Pero de verdad necesitamos ayuda, llevamos muchísimas horas aquí.

—¿Y se rompió por accidente o tengo que avisarle a los Rodríguez que les maté al hijo por accidente?

De la sorpresa suelto una carcajada.

—¡Valeria! —gime Salomón entre los dientes.

—Le aseguro fue un accidente —recalco para que el señor Olegario no le siga dando vueltas al tema—. Y de verdad necesitamos ayuda, especialmente Salomón.

—¿Le duele algo o qué?

—Supongo que sí. —Lanzo una mirada sobre mi hombro y consigo venas saltonas en las cienes de Salomón—. El pobre lleva rato haciéndose pipí.

—Ah. —El señor Olegario se aclara la garganta—. Bueno, ya busco a sus mamás.

—Mil gracias.

Veo sus piernas alejarse.

—¿Le tenías que decir? —espeta Salomón a través de los dientes apretados—. Ahora todo el vecindario me va a mamar gallo por el resto de mi vida.

—Era pa' que entendiera la urgencia.

—Te odio.

—Luego me agradecerás.

—No veo cómo.

—¿En la escuela de periodismo no te han enseñado qué tan absorbente es el papel periódico?

—Valeria. —Mi nombre sale como un gruñido feroz—. Una palabra más y aquí yaces.

—Pero si ahorita no podéis ni matar una mosca. —Me agacho hasta sentarme al lado de él otra vez y lo observo.

Toda su piel está cubierta de sudor. Tiene sus manos clavadas entre sus muslos como si eso lo ayudara a contenerse, y las venas de sus brazos saltan tanto como si estuviera levantando pesas en el gimnasio. Igual las de su cuello. Una gota gorda de sudor baja de su cien por su mejilla. Rueda bajo su quijada y continúa el camino hacia su cuello. Es una de muchas.

De verdad está sufriendo. Mejor me dejo de burlar.

—Intenta respirar profundo —sugiero—. Si sigues respirando así de rápido te puedes desmayar y si eso pasa seguro tu cuerpo relaja la presión y...

No tengo que terminar la oración.

—Mierda —murmura y empieza a intentar modular la respiración.

—¡Muchachos!

Esa es la voz más hermosa que he oido en el carrusel de gente que ha presenciado nuestra situación.

—¡Mami! —Brinco para ponerme de pie.

Entre gruñidos, mi mamá se rebaja hasta arrodillarse frente al hueco. Su cara aparece en mi rango de visión y casi me pongo a llorar al instante.

Mejor aún, junto a ella aparece la señora Gabriela, mamá de Salomón.

—Olegario nos avisó lo que pasaba y ya viene la caballería —anuncia mi mamá—. Y mientras tanto, pásale esto a Salomón.

—¿Ah?

Entre las dos jamaquean algo y lo introducen por el agujero. Mi mamá estira el brazo para que yo pueda agarrar el perol sin que me lo lancen. Lo agarro y una vez que lo tengo a nivel de mis ojos me tardo un buen momento inspeccionándolo. Es que mi cerebro no logra procesar lo que ven mis ojos.

—Es una ponchera —explica la señora Gabriela muy tranquila—, pa' que Salomón haga pipí.

—¡Mamáááá! —El alarido de horror de Salomón quedará grabado en mi mente el resto de mi vida—. ¿Cómo se te ocurre sugerir que mee frente a Valeria?

—Nadie dijo que en frente de ella —rechista su mamá—. Simplemente te dais la vuelta y hacéis tu asunto en la esquina.

—Aja, pero se me ocurre un problema —dice mi madre hacia su amiga—, ¿después de eso cómo hacemos pa' sacar la ponchera llena de miao?

—Ay. —La señora Gabriela hace una pausa—. ¿Será que mejor traemos una botella con tapa?

—¿No es más difícil apuntar así?

—Ya lo tengo. —La mamá de Salomón se chasquea los dedos—. Que apunte a la ponchera, luego que con un embudo lo bote todo en la botella.

Ante aquella tertulia, Salomón expide un gemido de animal herido. Y no hay fuerza en este mundo que contenga las carcajadas que explotan de mi pecho como lava de un volcán.

Y pago las consecuencias, porque las ganas de ir al baño que tenía dormidas se despiertan también como un volcán.

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