Todo lo que sube tiene que ba...

By Hubrism

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Valeria y Salomón son vecinos de toda la vida que no se soportan... hasta que se quedan atrapados en un ascen... More

Resumen + Nota de la autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24

Capítulo 13

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By Hubrism

PASADO 12

3:09pm

No sé por qué me puse a pensar en la futura boda de Salomón porque justo en eso es lo que sueño cuando me quedo dormida. Estoy en la última banca en la iglesia, viendo la boda de Salomón con la Catira Regional. A medida que la ceremonia avanza, mi banca retrocede hasta que, cuando se dan el beso, estoy tan lejos que parecen dos hormiguitas.

Me despierto con un «nooo» atorado en la garganta y con el corazón golpeando mi pecho con más fuerza que un tambor de Barlovento.

Un dolor en el cuello me obliga a enfocarme de nuevo en la realidad. Mi cama es suave y mullida así que ahí no es donde yazco. Froto mis ojos y...

La verdadera pesadilla es la realidad. Sigo atrapada en el ascensor.

Una respiración rápida que no es la mía me llama la atención. Salomón sigue sentado en su rincón pero no duerme. Tiene sus manos contra su cara.

—Este, ¿estáis llorando?

—No —masculla detrás de sus manos.

—¿Y entonces qué te pasa, calabaza?

—Nada. —Remueve sus manos. Sus mejillas y su pecho se ven más oscuros de lo normal, pero tiene una pierna levantada y no me deja pesquisar si la causa de la aflicción está en sus pantalones otra vez.

—¿No me digáis que otra vez se te paró el muerto?

—¿Qué? ¡No! —Si hubiera una foto bajo la definición de «horror» en el diccionario, sería de Salomón en este momento.

—Ah, bueno perdón. Es que estáis respirando raro y te veis como un semáforo. —Hago como que tengo que frotarme los ojos otra vez para ocultar que mi cara se está volviendo un farol también.

—No es por eso. Es que, este, me empecé a sentir un poco mal hace rato.

Es como si me hubieran volcado un balde de agua fría encima.

—¿Qué tenéis? ¿Qué puedo hacer?

—Nada. No hay nada que hacer.

—Salomón, si me vais a vomitar encima por lo menos avísame a ver si me da chance de voltearme.

Un alarido de risa sale de su boca hasta que la aprieta firmemente.

—Por favor no me hagáis reír —masculla entre los dientes.

Mis ojos se abren como huevos hervidos.

—No me digáis...

—No te lo digo. Es más, ni lo penséis. Aquí no pasa nada. —Sacude su cabeza con fuerza—. Todo está bien. Podemos esperar hasta mañana si nos toca.

—Confieso que me quiero reír o poner a llorar, pero no quiero que me den ganas de ir al baño a mí tampoco así que no voy a hacer ninguna de las dos.

—¿Podemos pensar en literal cualquier cosa menos en ir al baño?

—En la escala del uno al diez, ¿qué tan peor es esta urgencia respecto a la anterior?

Si las miradas mataran la de Salomón me fulminaría.

—Bueno, bueno. —Con muy poca sutileza, agarro el pote de jugo de naranja que ha permanecido entre nosotros y lo pongo detrás de mí. Aunque fue muy noble en mantenernos sin sed, ahora ha causado otra crisis.

—¿Qué estabais soñando que te quejabas como si te quisieran quitar un pedazo de torta?

Vaya, sin saberlo ha dado con el clavo.

—Nada, una pesadilla ahí equis.

—Osea, entendeme. Necesito algo que me distraiga.

—Ahh... Ehh... ¿De qué son tus planes más tarde?

—Tengo o tenía una sesión de estudio, no sé. ¿Y vos?

—¿Ah? Yo no tenía planes. —Levanto un hombro.

—No te creo.

—Okay, sí tenia planes. —Antes de que diga el «aja» que se ve que quiere decir, remato—: Después de clases me iba a echar una siesta y ahora estaría estudiando pa' tres parciales que tengo la semana que viene.

—¿Eso es todo? —Suena normal y si no fuera porque no para de frotar sus muslos no sabría que está sufriendo—. ¿Y los machos?

—¿Qué machos? —Me río ante la noción.

—Valeria, ar favor. Vos siempre los ponéis a voltearse como ventiladores.

—Ja, ja.

—Es en serio. En esta residencia sola hay al menos tres coños que se dan golpes de pecho por vos.

—Miarma, ¿quiénes? —Frunzo el ceño.

—No te voy a decir porque no me vais a creer.

—Muy conveniente ese argumento.

—¿Y en la universidad no tenéis arrejunte?

—No. Levanto mucho menos de lo que creéis. —Paso mi mano por mi cabellera corta hasta los hombros en un intento de relajarme. La verdad este tema es peor que a que si tuviera unas ganas terribles de ir al baño.

—Yo creo que es por lo odiosa.

—¿No y que habíamos hecho una tregua?

—Ah, verdad. —Sonríe cuando levanto mi puño en amenaza—. ¿Y qué pasó con el último macho?

—¿Arnoldo? —Caramba, no había pensado en mi ex más reciente desde que rompimos hace casi un año. Eso de dos meses de despecho fueron suficiente para superarlo.

—Ese, el Hey, Arnold.

Arnoldo conoció a Salomón una vez, la única vez que me vino a visitar a la casa y nos topamos con mi vecino precisamente en este ascensor. Cuando se lo presenté, lo primero que hizo Salomón fue echar esa bromita con su nombre y la caricatura de Nickelodeon. Arnoldo se pasó el resto de la visita picado y mascullando que no tenía cabeza de balón.

Lamentablemente ese fue un factor en la ruptura. No tenía nada de sentido del humor.

—No compaginamos muy bien —respondo sin más.

—No fue culpa mía, ¿verdad?

El muy condenado se dio cuenta de que fue poco después de ese episodio que Arnoldo y yo cortamos, ¿no? Entrecierro los ojos.

—A ver si dejáis de ser tan metío.

Pero de todas las reacciones que me esperaba, la que ocurre no está en la lista. Salomón levanta sus cejas.

—O sea que, ¿sí fue mi culpa?

—No, no. No te creáis tan importante —apresuro a enmendar—. Simplemente no teníamos química. Nada que ver con vos.

Pero ahí caigo en la cuenta de que tiene todo que ver con Salomón.

Las razones por las que Arnoldo y yo decidimos dejar de ser novios de mutuo acuerdo fueron porque él no tenía sentido del humor, besarlo era como jamonearse con una piedra, y según él yo era tan fría como una piedra también. Y es que no me incitaba las ganas de echarle broma, de escudriñar su mente para ver como funcionaba, de hacerle perder la paciencia o hacerle reír, como con Salomón.

Será que me mudo a marte a ver si ahí lo supero.

—¿Pero qué clase de bate quebrao y mango aguao hay que ser pa' no tener química con vos?

No puedo evitar reírme.

—Bueno, vos lo conociste.

—Sehh, me parecieron como aceite y agua. Que conste que el baboso era él.

—Ay, gracias.

—A ver si te buscáis mejores gustos.

—Más fácil decirlo que hacerlo. La cosecha no es como que muy buena por estos lares.

—¿Y yo qué? ¿Estoy pintado en la pared?

Me ahogo en mi propia saliva.

Salomón sacude la cabeza rápidamente, como si quisiera borrar los últimos segundos de su mente.

Él tiene que estar oyendo el escandaloso tucu tucu de mi corazón.

—Salomón... ¿Qué queréis decir?

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