La Puerta Hacia Los Sueños: E...

By ignatttius

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Había una vez una familia que se amaba, cuatro hermanos y dos padres. Había una vez una pareja de extraños qu... More

Prólogo
Capítulo 1: Una vez en 1675.
Capítulo 2: El rastro.
Capítulo 3: Huéspedes.
Capítulo 4: La advertencia.
Capítulo 5: El sueño.
Capítulo 6: Amenaza.
Capítulo 7: Magia.
Capítulo 8: Revelación
Capítulo 9: Brujas y Hechiceros.
Capítulo 10: La visita y la ayuda.
Capítulo 11: Entrenamiento.
Capítulo 12: Brujas en el pueblo.
Capítulo 13: El ático invisible.
Capítulo 14: La petición.
Capítulo 15: La muerte.
Capítulo 17: La puerta hacia los sueños.
Capítulo 18: Pesadillas.
Capítulo 19: Miedo.
Capítulo 20: El plan y la noticia.
Capítulo 21: Secretos y mentiras.
Capítulo 22: El inocente.
Capítulo 23: La furia.
Capítulo 24: La huida.
Capítulo 25: El adiós.
Capítulo 26: El pasado desvelado.
Capítulo 27: El origen.

Capítulo 16: Antes y después de la muerte.

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By ignatttius


Arlen despertó totalmente agitado. Al momento de incorporarse en su cama en la oscuridad de su habitación, tomó su cuello y se pasó los dedos varias veces para comprar que estaba bien y que todo había sido una horrible pesadilla.

Él no se había percatado que, al momento de despertar de esa pesadilla, sus ojos aún seguían brillando de un color verde brillante, que indicaba que sus dones mágicos se habían despertado incluso cuando estaba dormido.

En aquella pesadilla se veía a sí mismo caminando por la casa de un hombre. Su cuerpo era débil y viejo. Alguien había tocado la puerta, y al momento de abrirla se encontró con una silueta delgada a la cual no podía verle la cara pero el miedo se había apoderado de él. Por alguna extraña razón dejó entrar a ese sujeto a la casa y caminaron juntos hasta una pequeña estancia. Entonces, aquella silueta sacó un arma blanca y perforó su cuello con rapidez, enterrando la hoja metálica entre las venas que no tardaron en desangrarlo.

Fue ahí cuando despertó.

Cuando se dio cuenta de que todo había sido un sueño, el nombre del Padre FitzMaurice apareció en su mente, bajó hasta su garganta y salió de su boca como un susurro.

Supo en ese instante que algo horrible había ocurrido.

Se levantó de la cama y se puso sus botas. No le importaba salir en pijama, después de todo, nadie lo vería en la oscuridad de la noche. Ni siquiera pensó en decirles a sus hermanos, tenía que llegar a la casa del Padre FitzMaurice, asegurarse que el hombre seguía con vida, sólo así estaría tranquilo.

Abrió la puerta de su habitación, y frente a él se encontró con su hermana, con el cabello claro bajando por su delicado cuerpo, y con una vela encendida en una de sus delicadas manos.

—Heavenis, hermana—dijo, mirándola confundido— ¿Qué haces despierta a estas horas?

—Te sentí—dijo ella sin más—. Sentí tu miedo, me desperté por ello. Quería asegurarme de que estabas bien.

—Estoy...estoy bien, sólo un poco agitado—dijo Arlen—. Ya puedes volver a la cama.

— ¿Vas a alguna parte? —preguntó Heavenis, viendo que su hermano tenía sus botas puestas.

—Ah...—dudó—, bien, te diré qué sucedió—dijo, y le contó sobre su pesadilla y como el nombre del Padre había llegado a su boca.

—Iré contigo—dijo entonces la chica.

—No, necesito que te quedes aquí, además está por llover—dijo su hermano.

—Me da igual, Arlen, es muy peligroso que vayas solo—dijo Heavenis, siguiendo a su hermano por la habitación mientras él tomaba una capucha de color verde oscuro que hace años no usaba—¿Qué tal si el sueño fue real? Te encontrarás con un asesino que no dudará en eliminarte, y aún no sabes usar bien tus dones, necesitas que alguien te respalde.

Arlen se le quedó viendo un momento. Su hermana tenía razón, nunca en su vida se había enfrentado a nadie, mucho menos a un posible y potencial asesino. Necesitaría al menos un testigo en caso de que las cosas salieran terriblemente mal.

—Está bien—accedió finalmente—, pero si las cosas se ponen feas quiero que corras y uses tu magia, no me importa que Yahui se enfade con nosotros por hacerlo frente a personas corrientes que no saben de las brujas, ¿está bien?

Heavenis accedió y corrió a su habitación, en donde, al igual que su hermano, se puso unas botas largas y encima de su pijama colocó una capucha de color celeste claro que le habían regalado sus hermanos hace un par de cumpleaños atrás.

Samje, que dormía plácidamente en su recamara, se despertó por los pasos de Heavenis corriendo por el pasillo, a pesar de que la chica era ligera también lo era el sueño de Sam. Se quedó despierto, analizando si los ruidos que había oído eran de algún extraño o alguien en la casa se había levantado con urgencia al baño. Oyó murmullos y sólo pudo reconocer la voz de su hermano mayor, así que se apegó a la puerta para tratar de entender algo de lo que ocurría esa lluviosa noche.

Hedrigan, por su parte, no había podido conciliar el sueño, así que bajó y se preparó una taza de té de lavanda, intentando encontrar relajación en la infusión. No lo logró, estaba inquieta, como si algo dentro de ella le dijera que su mundo poco a poco comenzaría a desmoronarse y que faltaba un movimiento en falso para que eso ocurriera.

Cuando Arlen y Heavenis bajaron, intentando pasar desapercibidos para el resto de los habitantes de la casona, se encontraron con Hedrigan, sentada frente al vivo fuego, bebiendo su té. En un inicio no la notaron, pero ella si los había escuchado bajando las escaleras que rechinaba hasta con el tacto de una pluma.

— ¿Se puede saber a dónde van ustedes dos a estas horas de la madrugada? —dijo Hedrigan, levantándose de su sofá, dejando la taza con cuidad sobre su plato.

Arlen y Heavenis se quedaron congelados.

— ¿Qué hacías tu aquí abajo? —preguntó Arlen, intentando imponerse.

—No pretendía salir, como ustedes dos—repercutió ella, poniendo sus manos en las caderas—. No volveré a preguntar, ¿Dónde creen que van a ésta hora?

Entonces, sin más remedio, Arlen le contó sobre su pesadilla.

Sin tener que decir ni una palabra más, Hedrigan corrió a su habitación sacó una capucha de color carmesí y la colocó sobre su cuerpo, abrochó sus botas y se sumó a la travesía de sus hermano para saber si el Padre FitzMaurice, un hombre tan bueno y cálido, estaba bien o requería de la ayuda de los hermanos.

(...)

Con sumo cuidado de no despertar a las tres personas que quedaban dormidas en la casona, cerraron la puerta y caminaron por el pórtico casi de puntillas.

En cuanto sus pies tocaron la gravilla del camino comenzaron a trotar en dirección al pueblo. Sabían que el tiempo era crucial, debían asegurarse de que ninguna vida inocente fuera arrebatada esa noche.

Cuando iban saliendo de la propiedad, oyeron como una de las ventanas se cerraba de golpe detrás de ellos. Escucharon y vieron como una silueta amarilla surcaba el cielo, entre las nubes grises que bloqueaban las estrellas. Siguieron el sonido hasta que un joven aterrizó frente a ellos, con los ojos brillando de un color amarillo.

Era Samje que había salido por la ventana, siguiendo a sus hermanos.

— ¿Creían que podrían irse en una aventura nocturna sin mí? —rio el muchacho. Los hermanos lo miraron algo acongojados por tener que meter a su hermano menor en ese lío, pero finalmente lo aceptaron en la travesía, pues no habría manera de que lo dejaran en la casa, mucho menos cuando podía seguirles el paso entre las nubes.

El pueblo comenzó a aparecer en la lejanía. Habían corrido un gran tramo, pero no estaban cansados, quizá sus nuevos dones mágicos también aumentaban su resistencia física, no estaban seguros, tampoco pensaron mucho en ello, lo que de verdad les importaba era la salud del Padre.

Caminaron por las desoladas calles del pueblo, casi parecía una ciudad abandonada, sólo se oían los grillos, los gatos callejeros peleando, y las ratas luchando por la comida, también ladridos lejanos de perros del campo.

De vez en cuando se cruzaban con un vagabundo, intentaban esquivarlos, pues, muchos de ellos estaban armados y asaltaban con tal de tener algo para comer o beber. Pero a lo que más temían, era encontrarse con Lord L'creux, ese hombre siempre aparecía en el momento menos oportuno.

La lluvia, que no había cesado, se hacía notar por su repiqueteo en las ventanas, los techos y las piedras de las que estaban conformadas las calles. En los charcos podían ver grandes ratones bebiendo agua, que luego salían disparados hacia la oscuridad cuando notaban a los cuatro hermanos, camuflados entre las esquinas y barriles abandonados.

—Vamos a coger un buen resfriado luego de ésta salida nocturna—bromeó Samje, secándose el agua del rostro.

—Nada que una infusión de pétalos secos de aciano no pueda curar—susurró Heavenis, que ya se imaginaba preparando un té caliente para el resfriado.

—Es ahí—apuntó Arlen—, esa es la casa del Padre, al lado de la iglesia.

Caminaron entre la bruma, apurando le paso, usando la capucha para protegerse la vista de las gotas de lluvia. Entonces, cuando estuvieron cerca, se asomaron a una ventana.

Para su asombro, el Padre yacía sin vida sobre un escritorio, con su cuello sangrando. Pudieron ver la herida incluso antes que la sangre que chorreaba.

Arlen, al ver el tajo en el cuello del hombre, tocó su propio cuello, recordando la sensación dolorosa que soñó. Entonces entendió que su sueño quizá no había sido premonitorio, sino que le estaba mostrando lo que le había sucedido al Padre FitzMaurice, o quizá si fue una premonición, pero llegaron muy tarde. Demasiado tarde.

Samje quedó pálido al ver a un hombre muerto, no podía creer que estaba viendo un cuerpo sin vida de una persona que veía casi a diario.

Heavenis y Hedrigan sintieron como sus ojos se humedecieron. El Padre siempre fue un buen hombre, nunca los juzgó por las acusaciones de brujería que L'creux había lanzado contra los Crowell y por eso ellos estarían por siempre agradecidos. Lo único que lamentaban era no haber podido llegar a tiempo para poder salvarlo.

—No—murmuró Hedrigan, bajando la cabeza—. Carajo.

—Llegamos tarde—dijo Arlen, con la voz quebradiza—. Muy tarde.

Entonces entraron dos hombres a la habitación. Eran Sir Gabrielle y Lord Antoine L'creux.

L'creux llevaba sus manos llenas de sangre, él era el asesino y ahora los cuatro hermanos lo sabían, pero no podían decir nada.

Los cuatro hirvieron de ira al confirmar su pensamiento de que Antoine no era más que un loco asesino que plantaba el miedo de pueblo en pueblo. Debían sacarlo del pueblo o mejor aún, atormentarlo al punto de que quiera irse y jamás volver.

Había muchas personas en peligro en la ciudad. Todas y cada una de ellas destinadas a acabar en la horca o arder en la hoguera por la simple sospecha de ser brujas o cómplices de éstas. Los Crowell incluidos.

Entonces ocurrió una revelación.

Antoine y Gabrielle comenzaron a besarse luego de haber tenido, lo que parecía, una acalorada discusión.

La mandíbula de los cuatro hermanos cayó, estaban helados viendo la escena. Era increíble que un hombre como Antoine, tan apegado a la biblia y religioso y que, según su propia boca, predicaba la palabra y las acciones de Dios, pudiera hacer algo que estaba penado en el mismo libro sagrado que él mostraba con orgullo.

En ese momento Arlen recordó lo que vio cuando tocó la mano de L'creux aquella vez que los fue a ver a su propia casa. Había visto a Gabrielle y Antoine besándose, era real, Arlen tenía una mente demasiado poderosa, tanto así como para ver el presente, pasado y futuro, también para controlar mentes, pero eso él aún no lo sabía.

Fue cuando Gabrielle se dio la vuelta repentinamente y se les quedó viendo dos segundos con una expresión de puro terror. Entonces el hombre desapareció por la puerta. Ahora venía por ellos.

—Debemos correr—dijo Arlen, tomando la mano de Samje, en su instinto por proteger al menor de su familia.

Samje le dio la mano a Heavenis, quien ya había encontrado la mano de Hedrigan, y así comenzaron a correr los cuatro tomados de la mano, así, si Antoine o Grabielle los atrapaban, podrían luchar hasta salir victoriosos.

—Nos siguen de muy cerca—dijo Samje, viendo, de manera fugaz, como los cazadores de brujas corrían detrás de ellos.

Entonces los ojos de Arlen brillaron, estaba usando sus dones de manera consciente porque sabía que podía hacer algo. Su mente divagó en el temprano recuerdo, cuando abrió la puerta de su habitación y Heavenis le había dicho que sintió el miedo que tenía antes de despertar.

Puedo proyectar emociones, probaré si puedo proyectar alucinaciones, pensó Arlen.

Cerró los ojos, y cuando los abrió, dio una orden de reír, cuatro voces agudas que reían mientras corrían por la lluvia. Podía oír esas risas en su cabeza, eran escalofriantes, pero no eran de él, ni de sus hermanos, eran alucinaciones que pudo proyectar a los cazadores para infundir miedo.

Por un momento pareció funcionar, pero luego los dos hombres que corrían detrás de ellos apresuraron su paso aún más.

Fue entonces que Arlen sintió que Samje apretaba su mano con fuerza.

— ¡Sujétense! —dijo a todo pulmón, pero los cazadores no lo oyeron pues seguían escuchando las risas maníacas que Arlen proyectaba.

Los hermanos le hicieron caso, y apretaron sus manos aún más, aferrándose lo más posible.

Entonces, los cuatro, se despegaron del suelo.

En un inicio vieron como el suelo de alejaba de ellos, dejando atrás a los cazadores que quedaban boquiabiertos en el suelo. Luego todo se tornó gris y la lluvia pareció intensificarse.

Pero luego se encontraron ante uno de los escenarios más bellos que jamás presenciarían.

Estaban flotando sobre un mar de nubes grises, mientras, en el cielo, había un manto estrellado y una luna blanca y enorme que brillaba sobre ellos.

— ¿Qué demonios? —vociferó Hedrigan, aferrándose a la mano de su hermana.

— ¿Cómo es que estamos volando? ¿Samje? —preguntó Arlen, intentando parecer relajado, pero sin lograrlo.

—Sabía que esto serviría—vociferó el chico—. No se preocupen, mientras estén tomados de mi mano, podrán flotar tal y como lo hago yo.

— ¿Cómo es que sabías que esto funcionaría? —preguntó Heavenis, envuelta en risas, pues sentía un cosquilleo en el estómago.

—Cuando Yahui nos hizo entrenar, hace unos días—comenzó a contar el chico—. Me di cuenta de que cuando tomé la mano de Debbie, antes de que cayera, flotó igual que lo hago yo, entonces entendí que mi don no es volar, es algo más.

— ¿Algo más? —preguntó Hedrigan, un poco más relajada.

—Hace unos meses, antes de toda ésta magia que estamos viviendo—contó Samje—. Fui a una fiesta de doctores y físicos que organizó el departamento de Ciencias del pueblo vecino, acompañé al doctor Gideon para que, según él, comenzara a conocer el área y el ambiente. Ahí conocí a un hombre al que todos rodeaban pues había descubierto una nueva teoría, una teoría sobre una ley llamada gravedad, la cual descubrió cuando una manzana le cayó en la cabeza. Su nombre es Isaac Newton, y, bueno, el hombre dijo que no quería contar más sobre la ley de gravedad hasta más adelante, dijo que posiblemente estaría completa en 1687, así que daría pocos detalles.

— ¿Y qué es la ley de gravedad? —preguntó Arlen.

—Pues, en palabras de Newton, básicamente es lo que nos mantiene pegados a la tierra, y no nos permite flotar como pasaría en otros planetas, donde la gravedad no existe—dijo Samje, muy concentrado en no perder ningún detalle—. Si se dan cuenta, cuando floto, todo lo que está alrededor mío, como piedrecillas, hojas o lo que sea, flota conmigo, y cuando tomo la mano de alguien también lo puedo hacer flotar. Mi teoría es que mi don no es volar, mi don es alterar la gravedad de la que habla Newton, es por eso que puedo hacer otras cosas flotar como yo.

—Vaya—dijo Hedrigan, encantada con la explicación tan elaborada de su hermano menor, sintió un poco de tristeza, pues recordó aquellos días cuando Sam era sólo un niño que siempre preguntaba todo lo que ocurría a su alrededor, y ahora encontraba respuestas bien respaldadas para todo.

Cuando la conversación cesó, Samje voló en dirección a la casa con todos sus hermanos maravillados de poder surcar el cielo como las aves. Sin duda su don era el más hermoso y liberador de todos.

Al llegar a casa se miraron entre los cuatro. Sabían que lo que habían presenciado debía quedar como un secreto, de otra manera, L'creux sabría que ellos fueron los cuatro encapuchados que los espiaban por la ventana y, eventualmente, se elevaron mágicamente hacia el cielo tormentoso.

Tenían una conversación pendiente, pero estaban demasiado cansados y mojados como para sentarse a hablar en ese momento.

Esa madrugada Heavenis soñó con un pueblo, lleno de habitantes felices, no llenos de miedo como lo estaba la gente en el mundo real. Soñó que aquellos habitantes le tenían una casa a cada uno de ellos, y que cada noche había fiesta y música por las calles. Durante el día había mucho bullicio, y luego de las fiestas nocturnas todo se calmaba y todos dormían en un profundo sueño, ¿Qué era lo más bonito de todo? Que el pueblo se encontraba a orillas de la costa, donde un tranquilo mar de color turquesa mojaba la arena blanca.

Nunca se imaginó que un día se encontraría cara a cara con esa gente que había creado en su cabeza.

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