Guerra de Ensueño I: Princesa...

By Fantasy_book_queen

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Borrador final (espero) del primer libro de la saga Guerra de Ensueño antes de que sea publicado. Ziggdrall l... More

Oh, sh*t, here we go again!
Introducción
1: Ejército
2: Despierta en un lugar extraño
3: La torre de los magos
4: La armada
5: Mitos y Leyendas I
6: Permanencia
7: ¿Otro mundo?
8: ¿Magia para pelear?
9: Un matiz para la guerra
10: Conocer la guerra
11: Encuentros
12: Reparaciones
Interludio I
14: La reserva
15: ¿Una misión asistida?
Interludio II
16: Razones para mentir
17: Lionel
18: Volver a casa
Interludio III

13: Volver a empezar

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By Fantasy_book_queen

Las cosas en la armada, pese al gran liderazgo de Inanna y Alexander, no parecían capaces de mejorar.

Había trabajo de reparación desde la primera hora de la mañana hasta el anochecer, misiones que atender y mentiras que decir a la División sobre las razones por las que algunos de los miembros de la armada no respondían al llamado que les hacían y en su lugar, los mismos soldados se ocupaban de todo.

La enfermería seguía llena y la Torre de los Magos había dejado de ser mi habitación para ser la de muchos de los miembros, mientras poco a poco reparábamos cada una de ellas, aún con el miedo de un posible ataque cada día y con el abrumador peso del frasco de veneno en nuestros bolsillos.

Desde aquella primera noche había tratado de ver el lado positivo, pero cada desencuentro con Meg y el miedo que tenía a hacer hasta la cosa más trivial, la constante preocupación de Abby que comenzaba a consumirla al punto de que ya tampoco la reconocía y el miedo a la magia que solo crecía al ver la evolución de las heridas de cada uno de mis compañeros, lo hacían imposible y todas las demás noches había terminado por derrumbarme apenas tocaba mi temporal cama.

Me sentía tan atrapada y a la vez tan decepcionada y agotada que no sabía qué podía hacer para arreglarlo, para mí y para todos los demás.

Solo trataba de obligarme a levantarme cada mañana y poner mi mejor cara mientras ayudaba en todo lo que podía, porque seguía siendo una de las afortunadas que estaban ilesas y sería egoísta de mi parte no hacerlo.

Aunque, claro, eso no era del todo cierto, pues aún llevaba la muñeca vendada y también el ojo, cuando al día siguiente de mi estúpida pelea fue obvio que era imposible para mí abrirlo.

No quise culpar a Dante, pese a todo, pues ambos habíamos actuado mal y, aunque hubiese sido de la peor manera posible, al menos por un momento me había hecho olvidar todas las preocupaciones que llevaba encima y que desde que él se había ido a su misión, no dejaban de multiplicarse.

—Lili, hoy no hay asignaciones. No podemos seguir trabajando a este ritmo. Por favor ven con nosotros y comamos juntos en la enfermería con los que están ahí —pidió Inanna con suavidad, quitándome de las manos el trapo con el que, perdida en mis pensamientos, llevaba repasando la madera de una de las mesas del comedor por quién sabe cuánto tiempo.

—Lo siento —dije de inmediato, mirando alrededor y notando que todos parecían estar preparando platos y ollas para obedecer la orden de Inanna.

—No te disculpes. Sé que todos estamos un poco... distraídos estos días, solo vamos —dijo con amabilidad, por lo que, al verla tomar una pila de vasos, no dudé en seguirla con dos jarras de agua limpia.

Llegamos a la Torre de los Magos en una pequeña peregrinación agotada en la que no pude ver a Sebastian, Alexander, Luca o Fausto por ningún lado, ni siquiera al llegar al piso de la enfermería. Aquello me pareció extraño, pues los cuatro habían estado ayudando la noche anterior y nadie parecía buscarlos. Era como si todos supieran dónde estaban, menos yo. Quizás era así, pero en ese momento no me atreví a preguntar.

Nos instalamos entre las camas, en el suelo y donde podíamos tras repartir un plato de lo que parecía un estofado de verduras a todos los presentes y noté por fin, que esa clase de reuniones eran de algún modo, habituales, pues la mayoría parecía de mejor humor, como emocionados ante la expectativa de lo que pasaría.

—Muy bien, muy bien, un momento por favor, todos —indicó Inanna, haciendo sonar su vaso con una cuchara y consiguiendo que la miráramos. Nuevamente noté que, pese al cansancio, las ojeras y la tristeza que había envuelto a todos los últimos días, ahora se encontraban sonriendo entre ellos.

Mi corazón se hinchó de emoción, contagiado por los gestos de la mayoría de mis amigos, aunque mi naciente sonrisa no duró demasiado al notar que Megan y Abby no parecían ni un poco emocionadas.

—Lo sé, han sido días horribles, los más difíciles que hemos tenido desde que nos bajaron el rango de la armada —comenzó Inanna, llamando de nuevo mi atención mientras la mayoría asentía de acuerdo—. Pero me gustaría utilizar esta primera ocasión de estar reunidos todos juntos otra vez para felicitarnos. Resistimos un ataque y por fin, la armada comienza a lucir como antes, del mismo modo que muchos de nosotros —sonrió.

»Sonia, felicidades, hoy te daremos el alta —añadió, haciendo que la mujer asintiera y sonriera, alzando su brazo casi recuperado para que todos pudiéramos verlo.

—De esa herida ya no queda ni el recuerdo, capitana —aseguró y al escucharla, todos aplaudieron, por lo que no dudé en imitarlos.

—Ennya, también conseguirás el alta. Tu pierna va de maravilla —siguió Inanna—. Jean, lo mismo para ti. Estarás haciendo guardias en cuestión de horas.

—No me emociona tanto el regresar a los turnos de noche, pero sí lo hace el salir de aquí a ayudar —reconoció con humor, haciendo reír a varios y poco a poco, volvía a sentir mi corazón lleno de emoción.

—Ernesto, esa quemadura va mejor que los comunicadores, te necesitamos allá —pidió al otro soldado, quien sonrió con una pizca de timidez.

—A la orden, capitana, nunca pensé que iba a extrañar la estática del puesto de control —bromeó, haciéndonos reír de nuevo.

Habíamos estado tan ocupados, tan sumidos en lo que habíamos perdido, que no parecíamos notar lo que habíamos ganado y que ninguno de nuestros compañeros hubiese sido asesinado, era algo digno de celebrar.

Inanna siguió felicitando a cada uno de los presentes, por sanar o por ayudar, hasta llegar a Megan, quien una vez más parecía a la defensiva, como retando a cualquiera a decir algo de su estado o del recurrente hecho de que había traicionado a la armada, aunque en todo el tiempo que había pasado desde que estaba despierta, no había escuchado a nadie recriminárselo.

—Meg, tras todos estos años... no fue tu culpa —dijo la capitana con suavidad—. Nadie aquí lo cree. No deberías hacerlo tú...

—Lo hacen. Lo veo en sus ojos cuando me acercan la comida o cambian mis vendajes —replicó con hostilidad, apagando las sonrisas y sumiendo nuevamente a los presentes en esa melancolía de la que tanto nos costaba salir.

—Yo no te culpo —me atreví a murmurar y aquello desató un coro de voces que me imitaron, asegurándole a Megan que todo estaba bien, pero ella se negaba a creerlo.

—Estás dándole el alta a todos. Dámela a mí para que pueda renunciar al ejército. No pienso quedarme aquí —dijo a Inanna cuando todos terminaron de hablar.

—¿Qué? —exclamó Abby, tomada por sorpresa pese a que no era la primera vez que la pelirroja nos amenazaba con algo parecido.

Inanna le sostuvo la mirada, impasible, pero terminó por bajar su plato y dejar salir un suspiro.

—Lo siento. No puedo hacer eso, sabes que cualquier desertor que sea un soldado de carrera debe ser arrestado. Son las reglas y no creo que sea bueno ni para ti ni para los números de esta armada, tener a dos personas bajo custodia y conseguir que la División nos visite, eso es algo que no nos podemos permitir. Estaríamos comprometiendo al ejército entero por enemigos que solo están en tu cabeza, cuando hay enemigos de verdad ahí afuera que están causando daño real. El enemigo ha empezado a moverse nuevamente. No solo fue nuestra armada —dijo con pesar.

Un coro de murmullos volvió a llenar la habitación, entre los que pude distinguir algo sobre Dante siendo arrestado en Zivawe, sobre la muerte de un miembro de las fuerzas especiales y algo sobre un tal Urso ordenando su arresto mientras un juicio se programaba en su contra y cómo Alexander llevaba un par de días luchando por arreglarlo.

—Sí. Lo sé. La mayoría oyó los rumores tras las comunicaciones hechas a Alexander y a mí —dijo Inanna, buscando callar a todos—. Lo que se dice es cierto. Nuestro miembro de las fuerzas especiales está bajo arresto por sospecha de traición y por complotar con el enemigo para robar documentos confidenciales tras asesinar a su compañero de guardia, el miembro de las fuerzas especiales de la armada nueve, Aarón.

Ni siquiera Megan fue capaz de insistir con el tema de irse luego de escuchar esa noticia, que, pese a que varios ya parecían sospecharla, de todos modos, los sorprendió el encontrar confirmación de la misma.

Miré de reojo a Gabriel, que estaba a mi lado ahora y lo había estado en el momento en el que Dante se había ido a esa misión, en una condición que era de lejos la adecuada. ¿Habría influido eso en lo que sucedió más tarde cuando el enemigo apareció?

Una vez la ansiedad amenazó con consumirme al pensar en lo que podría significar que hubiese sido arrestado y estuviese en espera de juicio. No pensaba que fuese la persona más confiable, pero no estaba segura de si lo creía capaz de aliarse con el enemigo, cuando él se había deshecho de más magos que nadie durante el ataque.

—Meg, sufriste algo terrible, algo que no puedo ni siquiera comenzar a imaginar y sé que esto no tiene nada que ver contigo en este momento, pero te pido, como ya lo he hecho muchas veces a solas, que trates de resistir. Somos un equipo, siempre lo hemos sido. No dejaremos que pases por nada de esto tú sola, pero tienes que seguir adelante. No podemos abandonar el ejército, ninguna de las dos. Así que cuentas conmigo hasta el final y también lo haces con Abby, con Lili, con todos. Estamos aquí para ti, pero si sigues ahogándote en miedo y en lástima, me temo que no vamos a poder salvarte y en cambio, solo nos hundiremos contigo —dijo Inanna con firmeza, aprovechando que, en ese momento, Megan seguía tratando de asimilar la noticia que había dado, quizás algo más dispuesta a escuchar cualquier cosa que le dijeran que en otro momento.

»No te pido que dejes de lado tu duelo para ayudar, que pretendas que lo horrible que te ocurrió no lo hizo, ni mucho menos —aclaró—. Solo te pido que no te cierres en un sitio donde no podamos alcanzarte, no permitas que tu dolor te consuma no solo a ti misma, si no a las personas que te amamos —pidió, señalando con la mirada a Abby, quien bajó la vista, avergonzada, pues en su rostro era obvio que apenas y había dormido, comido o salido en los días pasados, todo por cuidar a Megan, quien en la mayoría de las ocasiones había terminado por ignorarla y en las peores, agrediéndola.

Los ojos de Abby se llenaron de lágrimas de vergüenza y yo misma sentí que los míos se me empañaban mientras Megan parecía ser consciente por primera vez del estado de nuestra amiga.

—No es... nada de esto me molesta, solo... me duele verte así y no poder ayudarte de ninguna forma, Meg —reconoció Abby con la voz quebrada, buscando tomar la mano de Meg, pero ella no solo la tomó, si no que terminó por tirar de Abby hasta envolverla en un apretado abrazo.

Aquel fue un avance enorme que hizo que más de uno de nosotros pareciera emocionado, pero nadie dijo nada, no queriendo intervenir de más o hacer algo que volviera a hacer sentir incómoda a Megan.

—Quédate unos días más aquí con Abby —recomendó Inanna mientras invitaba al resto a comenzar a recoger todo para dejarlas en paz—. Será más tranquilo sin todos nosotros. Aunque seguiremos aquí para lo que sea que necesites, que ambas necesiten. Somos su familia, ¿recuerdan?

Ambas chicas asintieron, sus ojos llenos de lágrimas que hicieron que tuviera que hacer uso de toda mi fuerza de voluntad para no correr a abrazarlas en ese momento. Las quería como si fuesen mis hermanas pese a conocerlas hacia apenas un par de meses, pero sabía que la conexión entre ambas era especial y si me adelantaba, terminaría por volver a abrumar a Megan. Inanna tenía razón, debíamos darles su espacio, pero a la vez estar para ellas, por lo que no tardamos en abandonar la Torre, rogando a la Diosa de ese mundo que las ayudara a sentirse bien, como nos sentíamos todos ahora, luego de que esa reunión saliera mucho mejor de lo que nadie parecía esperar. Sin embargo, aún quedaba un tema pendiente.

—¿Qué sucederá en el juicio? —pregunté a Gabriel, quien frunció el ceño de inmediato, pensando—. ¿De verdad crees que... es culpable?

—Diosa, por supuesto que no —dijo enseguida—. Podrá ser un cretino en muchas formas, pero... jamás traicionaría al ejército, lleva toda su vida aquí, como el resto y Diosa, ni siquiera tolera la magia, viste lo que hizo por todos en el ataque, no creo que...

—Yo creo que sí —replicó Ennya, quien caminaba no muy lejos de nosotros y pareció escucharnos—. ¿No es raro que luego de tantos años en el ejército no hable con nadie o tenga amigos? Es como si estuviese escondiendo algo o le preocupara formar vínculos, bien podría haber sido un espía desde el inicio...

Miré a Gabriel para saber su opinión, pero Jean, al escucharnos, terminó por unirse también y negar con la cabeza.

—Que tenga una personalidad arisca y mal genio no lo hace un espía de Hakém —replicó.

—Hermano, calma, estamos hablando de Dante, no de Luca. No tienes que defenderlo siempre —recomendó Ernesto con una chispade humor, haciendo que Jean pareciera avergonzado.

—Bueno, Dan ha hecho cosas por nosotros —recordó.

—¿Cómo hacer que nos bajaran el rango? —dudó Inanna, también uniéndose a la discusión.

—Ella tiene un buen punto, amigo —intervino Sonia—. Aunque ellos también. No creo que le permitieran casi matar al consejero del rey si trabajase para ellos. Diosa, ni siquiera habrían metido a Megan en la mezcla si estuviese con Hakém, ya sabrían nuestra ubicación.

Todos tuvimos que asentir de acuerdo. Si Dante estuviese con el enemigo, el ataque hubiese sido de otro modo.

—Bueno, pero también existe la posibilidad de que todo eso fuese arreglado para que no dudáramos de él. Vino el mismo consejero de Hakém a esta armada y estamos todos vivos, ¿no les parece raro? —preguntó Ernesto y ahora todos habíamos terminado por detenernos frente al comedor, discutiendo si Dante podría o no ser culpable.

Escuché demasiados comentarios a favor y en contra en ese rato: sobre su pelea con Urso, su pelea con la líder de la División del sur y su paso por todas las armadas de mejor rango antes de terminar con nosotros. Había quienes consideraban eso una prueba inequívoca de que no tenía la disciplina necesaria para espiar para el bando contrario, pero otros argumentaban que esos eventos podrían haberlo empujado a apoyar a los magos de Hakém. Todo terminaba siendo tan convincente que llegó un punto en el que no sabía qué creer.

—¿Alguna razón para que estén todos en la puerta? —preguntó Alexander en ese momento, en una voz quizás demasiado alta que hizo a todos callarse.

Me giré queriendo saludarlo, encontrándome con que iba a acompañado de los miembros restantes de la armada, quienes parecían incómodos al haber estado escuchado la discusión, pues algunos habían comenzado a hablar demasiado alto y, allí, rodeado de los soldados recién llegados, Dante parecía haber oído todo perfectamente.

Quise disculparme, pero terminé por darme cuenta de que no tenía sentido que lo hiciera, puesto que yo no había dicho nada, sin embargo, nadie más pareció dispuesto a hacerlo y por un momento, solo nos quedamos en un incómodo silencio.

—Dan... —empezó Gabriel, quizás la persona con la que mejor se llevaba, pero el muchacho negó con la cabeza y se encogió de hombros como quitándole importancia.

—No importa. Tienen derecho de decir lo que quieran. Sé que lo hacen a mis espaldas, da igual que lo hagan de frente ahora —dijo con voz cansada, tratando de sonreír sin que la más mínima pizca de vida iluminara su demacrado rostro, pálido, lleno de ojeras y con algunos rasguños sin sanar de los que recordé, yo era culpable.

—Dante —dijo Alexander, pero una vez más, él lo interrumpió.

—Ya lo sé. Iré a mi habitación y trataré de no hacer nada —anunció con fastidio, haciendo a un lado a Luca y a Fausto para dirigirse hacia allá, dejándonos solos y volviendo el ambiente incluso más tenso.

Alexander dejó salir un suspiro frustrado y negó con la cabeza.

—¿De verdad era necesario discutir esto de esta forma cuando sabían que volvíamos hoy? —preguntó, haciendo que todos nos sintiéramos incluso más avergonzados.

—Lo... lo siento. Yo fui... yo pregunté y no pensé en que no era adecuado —balbuceé, pero Alexander pareció sorprenderse al escucharme, y terminó por quitarle importancia con un gesto.

—¿Has avanzado con el colmillo? —dijo a Sebastian entonces, pero el mago negó con la cabeza.

—Hay demasiado que hacer como para que sea prioritario —reconoció.

Alexander volvió a suspirar.

—Bien. Dime cómo puedo ayudarte para que te encargues de eso. Es urgente —pidió.

—Tienes que recuperarte primero. Apenas puedes mover el brazo —replicó Seb y esa queja fue coreada por varios miembros de la armada, quienes se ofrecieron a renunciar al día libre que Inanna había ofrecido a todos para poder ayudar.

Alexander no parecía dispuesto a ceder, tanto porque no parecía interesado en descansar, como en hacer que su gente se encargara de lo que consideraba su deber.

No logró convencer a nadie y luego de una pelea de al menos unos veinte minutos, Alexander terminó por ceder e incluso yo terminé por ofrecerme a ayudarles con algo. Sobre todo, porque pese a que nadie quiso culparme por la discusión sobre Dante, no dejaba de sentirme responsable. Si era inocente, no solo había sobrevivido a una pelea y había perdido a un compañero cercano, si no que había escuchado a todos los que vivíamos con él discutir si lo considerábamos digno de absolución o no.

—¿Por qué no me ayudas a ponerme al día con los reportes? —preguntó Alexander luego de haber asignado actividades a la mayoría de los presentes.

Asentí de inmediato, agradeciendo que, aunque no parecía muy convencido, hubiese decidido asignarme una labor al final.

—Gracias. Me cuesta reconocer que con un brazo fuera de servicio no puedo encargarme ni siquiera de eso —dijo como disculpa y aunque parecía intentar hacer una broma, era obvio lo mucho que lo frustraba.

—Apenas pasaron un par de días, te recuperaras pronto —dije tratando de animarlo y él me regaló una sonrisa agradecida.

—Me gustaría confiar en tus palabras, pero por lo que dice Seb, estaré un par más de semanas así —suspiró, tratando de mantener el buen humor pese a eso.

—No es mucho tiempo. Yo me tardé mucho más en poder salir de la habitación de Inanna —recordé mientras avanzábamos a su habitación, cosa que me hizo ser consciente de que llevaba varios días robando su cama y que esa noche probablemente tendría que encontrar otro sitio donde dormir.

—Bueno, pero eso le dio una excusa a ella y a mi hermano para por fin compartir una habitación —replicó Alexander, sonriendo un poco más.

Aquella declaración me tomó por sorpresa y lo miré en busca de una confirmación que hizo que él luciera apenado de haber hablado de más.

—A Seb le parece bien cuando termino por acusarlo con Inna porque no quiere ir a dormir, supongo que es parecido —sugerí, queriendo ayudarlo a sentirse mejor—. Duermo en la Torre de los Magos, he convivido mucho con ellos —aseguré.

—Es cierto, habías estado durmiendo ahí. ¿Dónde te asignaron estos días que todos estuvimos en la enfermería? No recuerdo haberte visto por ahí...

—Bueno... de hecho... Inanna me dijo que podía dormir en tu habitación —admití, sintiendo que me sonrojaba.

—Oh... es, es maravilloso, de verdad, no te preocupes. Pasaste los dos meses, encontraste tu magia, va siendo hora de que empiece a buscar lo necesario para darte una habitación propia.

—¿De... de verdad? —dije demasiado sorprendida.

—Por supuesto. Eres una de nosotros. Va siendo hora de que sea oficial —sonrió mientras abría la puerta y me invitaba a entrar primero.

»Con el ataque no tenemos demasiado material o tiempo para una habitación, pero te prometo que voy a trabajar en eso. No lo olvidaré —aseguró, avanzando hasta su escritorio y haciendo una mueca.

Contemplé la gran cantidad de papeles que se acumulaban incluso en el suelo y que no había notado hasta entonces debido a lo agotada que llegaba, al punto de no encender ni siquiera una lámpara, por lo que veía su cuarto quizás por primera vez.

Había un librero a medio llenar en un lado de la habitación, junto al escritorio en el que todo se encontraba ordenado a excepción de las hojas. Al otro lado había un closet con un espejo, un buró junto a la cama en el que había una lámpara y un cesto vacío que supuse que era para la ropa sucia. Pese a los días fuera y a que hubiese estado usando el lugar sin preocuparme mucho por ayudar en algo, seguía estando impecable.

—Diosa, lamento muchísimo el desorden —murmuró apenado al notar que miraba alrededor—. Con el ataque no pude siquiera terminar el papeleo de ese día y bueno... aquí las consecuencias...

Pese a lo mucho que lo intenté, no pude evitar reírme en alto con su disculpa, haciendo que me mirara incluso más abochornado.

—Lo... lo lamento, es que... no hay nada fuera de lugar —reconocí.

—Por supuesto que sí —replicó, señalando los papeles que se esforzaba por recoger con un solo brazo.

—Viví dos meses con Sebastian —recordé, mientras me acercaba a ayudarlo a recoger todo.

—Diosa, eso lo vuelve incluso más vergonzoso —se lamentó, sentándose en su silla para comenzar a ordenar los papeles.

—No, no, en absoluto, dormí en tu cama sin siquiera avistarte y eres el líder. Eso... yo debería disculparme —respondí, sintiendo que una vez más mis mejillas se ponían calientes.

—Bueno, era una emergencia y yo no estaba usándola. No tienes nada de qué disculparte —dijo de forma distraída pues sus ojos ya estaban fijos en los papeles, leyendo y separando algunos de ellos.

—Eh... de todas formas... —seguí, pero él no me respondió de inmediato, haciendo que mi disculpa se quedara a la mitad.

»¿Cómo puedo ayudarte? —pregunté luego de unos minutos en los que lo vi seguir acomodando los papeles.

—Diosa, lo lamento —dijo de nuevo, avergonzado y no pude evitar cuestionarme cómo es que había estado asustada de él durante tanto tiempo—. Solo... hay que ordenarlos por fecha. Arriba tienen un indicador en color. Hay que dividirlos por fecha y por color. Cada uno representa la gravedad de la misiva, así que, si encuentras alguno en rojo, pásamelo de inmediato.

Asentí, tomando la silla frente a él y comenzando a trabajar, leyendo por encima algunos de los papeles y mirando de reojo cómo Alexander comenzaba a responderlos, escribiendo mensajes y firmándolos antes de ponerlos en la parte superior de una extraña caja de madera con dos niveles. En la parte de abajo, tras el brillo de una piedra, aparecía una nueva hoja cada tanto y al parecer, cuando él respondía y las ponía en la parte superior, con el brillo de la misma piedra, las hojas desaparecían. Aquel artefacto era fascinante.

—¿Terminaste con esos? —preguntó en ese momento, sacándome de mis pensamientos al tiempo que notaba lo rápido que era, pese a solo estar utilizando una mano.

Asentí de inmediato, entregándole las hojas y tomando un par más, esperando ser un poco más veloz esta ocasión. No lo logré y Alexander terminó por ayudarme a clasificar los papeles para terminar más rápido.

—Lo siento —murmuré, sintiéndome un poco inútil.

Alexander alzó una ceja en mi dirección mientras terminaba de firmar una de las últimas hojas.

—Me estás ayudando, ¿por qué tendrías que disculparte por algo? —quiso saber y tras dudar un momento, dejó la pluma de lado para darme toda su atención.

»Además, no puedo pedirte que seas más rápida cuando tu ojo está herido —agregó, haciendo que una vez más me sintiera terriblemente avergonzada.

—No, no es nada, no deberías preocuparte por eso...

—Es una herida en una zona delicada. Como bruja y como soldado debe ser difícil tener la visión limitada —replicó—. Aunque... ahora que lo pienso... ¿cómo te lastimaste el ojo? —quiso saber.

»No recuerdo haberte visto con esa herida cuando acabó el ataque, estabas bien, pese a haberte metido sin permiso en una pelea.

—Ay, Dios —susurré, incómoda mientras me cubría el rostro con las manos.

—¿Qué sucede? —se alarmó Alexander—. ¿Es...? Perdóname, no quería ser entrometido o inapropiado, solo...

—No, no lo eres. Es que... bueno, es cierto, me metí en una pelea que no me correspondía en ese momento y quizás también lo hice después —tuve que reconocer.

—¿A qué te refieres? —dudó, analizándome con la mirada como si de esa forma pudiera leer la verdad en mi rostro. En ese momento sentí que hasta mis orejas se ponían calientes.

—Lo siento, es que... bueno, cuando empezamos las reparaciones, me asignaron a la puerta con Gabriel y Dante iba saliendo para su misión... y, bueno, quizás en ese momento hablé de más y una cosa llevó a la otra...

—¿Él te agredió? —dedujo, atónito.

—Bueno, más bien podríamos decir que nos peleamos. Yo... los rasguños que tenía... fueron mi culpa —confesé por fin, bajando la vista.

—Pero él es un soldado entrenado, no tenía ningún motivo para agredirte, mucho menos después del ataque que recibimos —regañó, poniéndose de pie.

Me encogí en mi sitio sin saber qué esperar, pero para mi sorpresa, él rodeó el escritorio y puso dos dedos bajo mi barbilla, obligándome con apenas un toque suave a alzar la vista.

Sus ojos del color de la miel, estaban tan cerca que una vez más sentí todo el rostro caliente.

—Déjame ver —pidió con suavidad, como si no quisiera asustarme, pero eso me puso nerviosa de una forma que me pareció incluso peor.

—Yo... no es... de verdad —balbuceé, pero él no me soltó, mirándome con tal intensidad que el gesto parecía una orden en sí mismo. Una que me vi obligada a obedecer.

Solté la venda con cuidado, haciendo mi mayor esfuerzo para no parpadear con el cambio de luz, pues el simple gesto me dolía y cerré los ojos, incapaz de evitar que, al mirar con uno, el otro quisiera parpadear.

Escuché que Alexander dejaba salir un suspiro cargado de molestia y no supe qué hacer.

—No te muevas. Debo tener algo para ayudarte aquí. Apuesto a que Sebastian ni siquiera lo ha revisado —dijo mientras lo oía alejarse y abrir un par de cajones en busca de la medicina.

—No se lo dije, fui yo quien se metió en problemas —insistí—. Con todo el trabajo que hay no quería quitarle su tiempo...

—¿Y a cambio vas a perder la vista? —replicó mientras volvía y lo escuchaba poner un par de frascos sobre el escritorio.

—No es tan grave —me defendí.

—Ni siquiera puedes abrir el ojo —respondió con una chispa de molestia—. No te muevas, esto va a arder un poco —advirtió.

Hice mi mayor esfuerzo por obedecer, pero cuando el dolor se abrió paso hacia mi cráneo, no pude evitar retroceder, consiguiendo que Alexander vaciara incluso más medicina en el ojo, cosa que me hizo gritar y llevarme una mano al rostro.

—No, no lo toques —pidió, deteniendo mi mano con la suya, pese a que inconscientemente trataba de soltarme—. Calma, resiste, pasará pronto —prometió con voz suave, mientras lentamente liberaba mi mano y buscaba la otra medicina.

—No está pasando —me quejé con dientes apretados, tratando de no moverme y de no comenzar a llorar o la medicina terminaría por desperdiciarse.

Alexander entonces puso un ungüento con suma delicadeza alrededor de mi ojo y casi como si se tratara de magia, el ardor desapareció y dejé salir un suspiro de alivio.

—¿Estás segura de que quieres estar en el ejército? —dijo Alexander con un tono amistoso mientras trataba de arreglárselas para poner una venda limpia sobre mi rostro.

—¿Qué quieres decir? —respondí ofendida, mientras le quitaba la venda de las manos para intentar ponerla por mi cuenta. Aquello no salió muy bien y pude oír a Alexander riéndose.

—Oh, vamos, no te enojes, solo era una broma —pidió, ayudándome de todos modos con la venda, misma que logramos poner entre los dos.

Le di una mirada indignada en cuanto terminamos y él volvió a sonreír, culpable.

—Lo siento, fue una broma muy descortés, tú tienes más que lo necesario para ser una maravillosa bruja del ejército —aseguró, acercándose entonces para limpiar un poco de la medicina que se había escurrido a mi mejilla con un pequeño pañuelo blanco que sacó de uno de sus bolsillos.

—Bueno, eso está mejor —respondí, irguiéndome y tratando de ignorar el calor que acudía a mi pecho con sus palabras y por qué negarlo, también con sus atenciones.

Alexander me regaló una sonrisa ladeada antes de ir a guardar todo para volver al trabajo.

—Sin embargo, aunque soy plenamente consciente de tus capacidades, te pediré de nuevo que no te metas con Dante. Te diría que recibirá un castigo por esto, pero en su condición actual —suspiró y negó con la cabeza—. Lo está pasando mal y como su líder debo ser el primero en tener paciencia. Pero, eso no significa que desconozca de qué es capaz. Ha tenido problemas. Graves problemas con otras personas en el ejército, ¿sería mucho pedir que tengas cuidado cuando te relaciones con él? —preguntó, dándome una mirada suplicante a la que no me pude negar.

—Lo sé, no debería molestarlo, pero no pude evitarlo. Pareció... no tomárselo a mal al final —añadí, recordándolo—. Solo me dijo que debería aprender a pelear porque estaba en una armada —añadí en voz baja, dándome cuenta en ese momento de que tenía razón.

—Pero eres una bruja de fuego bastante poderosa —descartó el soldado—. No es tu obligación aprender combate cuerpo a cuerpo, mucho menos cuando estás en mitad de tu entrenamiento.

—Bueno, en realidad no he empezado a entrenar magia. Ya sabes, Seb y Slifera han estado muy ocupados...

—Es cierto, pero no es obligatorio si no estás interesada...

—Pero lo estoy —dije interrumpiéndolo, aunque no me atreví a confesar que seguía asustada de la magia y lo que menos quería era empezar esas clases.

—Oh... bueno, en ese caso quizás podrías comenzar a visitar La Arena como todos los demás, empezar un poco de entrenamiento básico...

—¿Y quién puede darme clases? —pregunté—. Todos están muy ocupados y la última vez que hablamos al respecto mencionaste las espadas cortas...

Alexander dejó salir un suspiro.

—Sí, tienes razón. Yo puedo ayudarte con los básicos, pero desgraciadamente mi habilidad con las espadas cortas no es nada comparada con la de Dante —reconoció.

Asentí. Ese había sido el callejón sin salida al que había llegado desde que había comenzado a considerar abandonar la magia y decantarme por una disciplina menos destructiva.

—Lo sé, ese es el problema que llevo un rato tratando de resolver...

—Bueno, no siempre tienes que empezar por el arma definitiva —sugirió, tratando de animarme, cosa que le agradecí—. Puedo ayudarte con el entrenamiento físico y a usar cuchillos como sabemos hacer todos los soldados. Creo que es un buen comienzo.

—¿De verdad? —sonreí entusiasmada.

—No siempre tengo demasiado tiempo, pero entreno cada mañana. Podrías unirte y después resolveremos lo de las espadas.

—Eso... sí, de verdad, muchas gracias —sonreí, conteniéndome por muy poco de lanzarme a abrazarlo. Era mi oportunidad de alejarme definitivamente de la magia.

—Pero... me temo que debo pedirte un favor a cambio —admitió Alexander, un poco incómodo cuando mi sonrisa se borró casi de inmediato—. No es nada malo, de verdad —se apresuró a aclarar.

—No pensé que lo fuese —dije tratando de calmarme, pues el miedo a la magia volvió a removerse en mi interior.

—Solo... ¿puedes vigilar que Seb se encargue del colmillo? Es un collar pequeño en la Torre de los Magos, ayuda a Dan a dormir mejor y con todo lo que está pasando... sé que lo necesita. No es fácil de arreglar, así que entiendo que Sebastian esté posponiéndolo, pero es una emergencia...

—Oh, eso, por supuesto. Puedo encargarme de que lo revise —prometí, aliviada de que no tuviera nada que ver con magia de fuego.

—Muchísimas gracias —dijo con sinceridad—. ¿Crees que sería demasiado si te pido que vayas en este momento? —dudó—. Casi termino aquí, así que...

—Por...por supuesto —asentí, poniéndome de pie, todavía sintiéndome un poco rara por lo poco que sentía que había contribuido para toda la ayuda que me estaba ofreciendo.

Alexander volvió a sonreír, agradecido y por reflejo, me encontré sonriéndole de vuelta. No solía verlo así de relajado a menudo, mucho menos sonriendo, cosa que me hizo comenzar a preguntarme tanto por qué no sonreía más a menudo cuando su sonrisa era tan bonita, como si no sería esto una consecuencia de Sebastian llenando su comida de medicamentos para obligarlo a descansar. Supuse que podría preguntarle en cuanto volviera a la Torre.

Sin saber qué decir que no me hiciera lucir más torpe de lo que me sentía, al parecer sin razón aparente, me despedí con una inclinación de cabeza y salí de su habitación antes de que pudiera reclamarme por el gesto, casi echando a correr a la enfermería.

—Seb, por favor, Alexander me encargó que insistiera —dije ya sin esperanzas, siguiendo al mago por toda la enfermería mientras recogía los pocos ingredientes que quedaban en las alacenas para comenzar a reabastecer las pociones y fórmulas.

—Ya lo sé, Lili. Me encargaré mañana. No he dormido en días y debo apresurarme con esto. Dante estará aquí mañana también y probablemente muchos días después de eso. Está bajo arresto, puede esperar un poco.

Suspiré, rindiéndome. Tenía razón, había demasiado que hacer por la armada, por la Torre y por quienes seguían recuperándose, pero Alexander me había encargado aquello y, si me era honesta, sentía que al cumplirlo al menos ayudaba un poco tras el incidente de esa mañana con todos. Pese a todo, seguía sintiendo que le debía algo a Dante después de eso.

Inconscientemente me llevé una mano a la venda en mi ojo, dándome cuenta de que ya no dolía y eso me transportó una vez más a esa tarde con Alexander y la sensación de calidez en mi pecho volvió.

No quise rendirme con el encargo, así que segura de que Sebastian no bajaría en un buen rato, fui al primer piso de la Torre, sin poder ocultar mi indignación con él y me puse a buscar el collar.

Afortunadamente ni siquiera había tenido tiempo de moverlo de su mesa de trabajo, así que lo extraje de la pequeña caja, notando que todo en él parecía en orden. El hilo de cuero negro estaba intacto y el diente, aunque algo desgastado, seguía completo. El problema era el encantamiento.

Hice una mueca y miré alrededor. No sabía nada de magia, pero quizás intentarlo era mejor que seguir molestando a Sebastian y comencé a caminar entre las estanterías, repasando los títulos de cada uno de los libros y tomando cualquiera que parecía hablar de esa magia en específico.

No me preocupé demasiado por el idioma, mientras pudiera entenderlo era suficiente, por lo que pronto terminé con más libros en el idioma prohibido de Sebastian que en el enredado idioma de Ziggdrall y, temiendo que Sebastian pudiera bajar y descubrirme, busqué un pequeño espacio entre dos estanterías del fondo, agradeciendo ser lo suficientemente pequeña para entrar ahí y comencé a estudiar.

Los libros hablaban de temas muy variados y en su mayoría, no conseguía entenderlos, pues la magia de Ziggdrall, sobre todo en esos idiomas extraños parecía tan basta, que no había siquiera escuchado de la mitad en el tiempo que llevaba allí, al punto de comenzar a preguntarme, cuánto de la misma dominaría Sebastian.

No recordaba haberlo visto leyendo alguno de estos libros, pero tampoco podía garantizar que no lo hiciera, pues sus horarios de sueño eran terribles, como lo eran los de la mayoría de la gente con la que vivía.

Seguí hasta el amanecer, dándome cuenta que yo misma tenía ahora esos mismos horarios de sueño, pero, aunque más de una vez había estado por quedarme dormida, el sueño se esfumó cuando encontré algo relacionado a lo que buscaba.

Me erguí, lamentándolo de inmediato cuando mis dormidas piernas se quejaron de la posición que había mantenido por horas, pero traté de ignorarlo mientras repasaba palabra a palabra las instrucciones, preguntándome si serviría y qué podría pasarme si al intentarlo, arruinaba el colmillo de forma definitiva.

Mi tobillo se quejó en ese instante como recordándome de lo que Dante era capaz, así que no quise arriesgarme a experimentar con el collar sin hacer pruebas primero y salí de mi escondite en busca de los ingredientes del encantamiento, pensando en cómo podía poner a prueba el hechizo.

Megan fue la primera persona que vino a mi mente. No estaba segura de si tenía o no pesadillas, pero el encantamiento funcionaba con un comando en específico y quizás si conseguía algo que pudiera usar, podría ayudarla a recuperarse. Sin pesadillas y con un descanso adecuado. No podía hacer más, pero valía la pena intentarlo. Miré a mi alrededor buscando algo que pudiera usar para hacer el hechizo y por una vez agradecí el desorden de Sebastian, pues había un frasco en uno de los rincones que parecía contener cuentas, hilos, dijes y algunas pulseras polvosas.

Tomé una que tenía varios cuarzos de color púrpura y luego volví a mi mesa de trabajo, entusiasmada con la idea de estar haciendo algo bueno con magia, algo que cumpliese con mi deber como bruja, pero se mantuviera lejos del fuego. Deseé que Abby y Meg estuvieran allí, pero pese a la recomendación de Inanna, esa tarde al volver a la Torre, la encontré vacía, pues al parecer ambas habían ido a quedarse en la habitación de Abby.

No dejé que eso me desanimara, estaba feliz por ambas, por el avance que Meg parecía haber tenido en su recuperación y aunque sabía que eso solo era el inicio, el poder ayudarla al menos un poco me dio la confianza para comenzar a mezclar los ingredientes y crear la burbujeante poción incolora donde hice caer la pulsera. El lugar se llenó de humo y eso me asustó por un momento, pues no quería que Sebastian se enterara de nada, por lo que me di prisa en seguir mientras ponía toda la convicción de la que me sentía capaz en el hechizo.

—Descanso tranquilo, dale al portador descanso tranquilo. Nada de pesadillas, nada de malos sueños o malos recuerdos. Descanso tranquilo, siempre que el portador quiera descansar, hazlo descansar de la mejor forma posible. Siempre, en cada oportunidad, brinda un descanso tranquilo —dije todo lo que se me ocurrió, de forma específica y repetitiva esperando que algo cambiara en la poción y poco a poco, la misma dejó de burbujear como si se tratara de una tetera a la que le han apagado la llama.

Aliviada dejé salir un suspiro, notando entonces que no había conjurado el hechizo en el idioma de Ziggdrall y me pregunté si eso influiría o si lo había arruinado, pero no tenía idea, pues el libro mostraba los pasos para lograr un encantamiento sencillo más no cómo debía lucir una vez terminado. Torcí los labios y esperando no quemarme, metí mi mano en el líquido para sacar la pulsera.

Fue una mala idea. La misma estaba hirviendo y no pude evitar soltar una maldición mientras la arrojaba a la mesa y trataba de revisar mi mano. No quería una venda y mucho menos otro interrogatorio así que corrí a los anaqueles de la Torre buscando una poción para eso y abriéndola con los dientes antes de echarla sobre mis dedos. Suspiré aliviada cuando el dolor remitió, pero, aunque el cansancio pareció multiplicarse con eso, no dejé que me ganara y corrí a acomodar todos los ingredientes, los libros y cualquier cosa que Sebastian pudiese notar fuera de lugar antes de volver a tomar la pulsera, esta vez con ayuda de un trapo y abandonar la Torre en busca de Meg y Abby.

Era todavía muy temprano, de modo que no esperaba encontrarlas despiertas, pero mi entusiasmo era tal, que estaba dispuesta a esperar fuera de la habitación hasta que oyera movimiento. Sin embargo, para mi sorpresa, Megan se encontraba sentada en la puerta de la habitación de Abby, mirando al cielo. Había algo entre sus dedos que emitía una delgada columna de humo y no tardé en comprender que se encontraba fumando.

Aquello me tomó por sorpresa y no quise interrumpirla, pero sus agudos sentidos de soldado la hicieron girarse en mi dirección antes de que diera media vuelta y ella se apresuró a apagar el cigarrillo, arrepintiéndose a media acción y poniéndose de pie para acercarse a mí, desafiante.

No me atreví a retroceder, recordándome por qué estaba ahí y lo mucho que quería ayudarla, así que, en lugar de irme, caminé hacia ella, cosa que por un momento pareció sorprenderla.

—¿Qué hacías aquí? —quiso saber con tono brusco—. ¿Ibas a ir a acusarme con Alexander o Inanna?

—¿Acusarte? ¿Por qué? —respondí sin entender, un poco intimidada por su tono, pese a que ya lo esperaba.

—Por favor —replicó, enseñándome el cigarrillo a medio terminar—. Pueden decir que no está permitido aquí, pero si no me dejan renunciar y el alcohol solo va a atontarme, al menos pueden dejarme fumar.

—Yo no sabía que no estaba permitido —reconocí con honestidad—. No podría culparte por hacerlo. Es... lo que dijiste, tienes razón...

Ella alzó una ceja, recelosa.

—¿Entonces vas a jugar a qué me tienes compasión como el resto ha estado haciendo? —insistió.

—No, no es un juego —dije sin poder ocultar mi decepción—. De verdad estoy preocupada por ti, Meg. Solo quiero ayudarte...

—¿Y cómo podrías ayudarme? —recriminó—. ¿Vas a ir a matar al consejero y al rey y acabar con esta locura?

—No, bueno... no sé si pueda hacerlo, pero me quedaré aquí con ustedes y ayudaré en lo que pueda...

—Si de verdad vas a hacerlo, al menos usa tu magia para prender esto —exigió, agitando el cigarrillo frente a mí.

Negué con la cabeza de inmediato, sintiendo nuevamente la punzada de náuseas en mi estómago que me daba al pensar en magia de fuego.

—No... no podría —balbuceé, haciendo que Megan pareciera más molesta.

—Claro, pero quieres ayudarme, ¿no? —ironizó.

—Meg, por favor... no sé usar bien la magia, no quisiera lastimar a nadie...

—Los mismos pretextos de toda la gente con magia. Incapaces de usarla para ayudarnos tan solo un poco. Solo un grupo de egoístas que cuando quieren le arruinan la vida a los que no tenemos magia —se quejó.

Mis labios temblaron con aquello y apreté la pulsera en mi mano.

—No puedo hacer magia de fuego para ayudarte con eso, pero vine a buscarte porque hice esto para ti —dije extendiéndole el presente.

Ella no lo tomó de inmediato, mirándome con desconfianza, pero su curiosidad pareció ganar y me arrebató el paquete, apartando la tela para encontrar la pulsera de cuentas.

—¿Y esto qué se supone que es? —preguntó, analizándola por cada ángulo posible.

—Es una pulsera encantada. Es... no estoy asegurando que la necesites, solo... fue por si podías necesitarla. No estás obligada a aceptarla —aclaré con cuidado, aunque pude ver en sus ojos que no me creía.

—¿Y qué se supone que hace?

—Bueno... está hecha para ayudarte a descansar —expliqué vagamente—. Luego de lo ocurrido, quizás todos necesitamos ayuda para tener una noche de sueño reparador.

—¿Exactamente cómo me ayudaría a descansar? —quiso saber.

—Bueno, solo así... —dudé—. Esta hechizada para que siempre que quieras dormir puedas hacerlo sin problemas, ya sabes... sin malos sueños o recuerdos. Nada de esas cosas, solo un apacible descanso.

Ella pareció dudar un momento, mirando de nuevo la pulsera, como si considerara aceptarla.

—¿Y para qué más está hechizada?

—¿Cómo que más? —pregunté, sorprendida.

—Sí, eso es lo bueno, pero debe hacer otra cosa. ¿Es para que me quede aquí sin quejas? —reclamó.

—No, no, en absoluto. Solo... —murmuré, sin saber cómo explicar lo que sentía, demasiado avergonzada de dar voz a todo lo que pasaba por mi cabeza.

—No tienes una razón —acusó—. Deja de tratar de inventar una excusa, te descubrí, al menos como mi supuesta amiga ten el valor de reconocerlo —exigió, tomándome del brazo con demasiada fuerza.

—No, Meg, no es nada de eso, por favor, me estás lastimando —respondí, tratando de soltarme, pero ella solo apretó con más fuerza.

—¿Entonces qué rayos es?

Apreté los dientes. No quería hablar, pero sabía que no me quedaba de otra. Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas, pero no tenía nada que ver con el dolor en mi brazo.

—No tiene ningún hechizo, solo la hice porque quería arreglar el colmillo de Dante y no sabía cómo hacerlo. Ni siquiera sé si funciona —admití con la voz más aguda de lo que pretendí—. Solo era un experimento para poder ayudarlo porque Alexander me ofreció ayudarme a entrenar con armas a cambio de esto y desde el ataque estoy aterrorizada de mi magia. No quiero volver a usarla después de ver lo que les hizo y lo que yo hice.

Sentí las primeras lágrimas bajando por mis mejillas, llenas de vergüenza.

—Nadie deja de hablar de lo horrible que es la magia luego del ataque y sé que tienen razón. Se me revuelve el estómago cada vez que pienso en el fuego porque enseguida recuerdo el aroma del cabello quemado. Ojalá no la tuviera y ojalá pudiera ayudarles de otra forma que no tuviese nada que ver con magia. Esa es la verdad, eso... —no pude terminar de hablar, soltándome de su agarre con un tirón y limpiándome el rostro con rudeza.

»Pensé en ti cuando aprendí cómo encantar objetos porque tampoco puedo dormir bien y no me imagino lo difícil que debe ser para ti. No tengo ninguna segunda intención ni estoy haciendo esto para nadie. Solo quería ayudarte y ayudarme a mí misma en el proceso. Solo soy una... una niña tonta que se metió en todo esto pensando que podía hacer lo correcto, aunque me dijeron que no entendía nada del mundo y que resultó que tenían razón. No entendía nada del mundo —me rendí, frustrada conmigo misma como no me había permitido sentir desde el ataque.

Miré a Megan con mis ojos todavía empañados en lágrimas, esperando ver la burla en su mirada, la ferocidad de sus palabras diciéndome de mil formas cómo había fracasado, pero ella solo se acercó a mí y me envolvió en un apretado abrazo que hizo que comenzara a llorar de nuevo.

—Soy una tonta, se supone... se supone que yo iba a animarte —me lamenté, aferrándome a su abrazo.

—Ya lo estás haciendo —respondió. Su voz apenas un murmullo quebrado.

—No veo cómo puedo estarlo haciendo —repliqué, avergonzada.

—Porque ahora sé que no soy la única que se siente como una niña tonta que creía que podía hacer lo correcto y entonces puedo confiar en ti.

Su respuesta me hizo reír y llorar a partes iguales y pronto noté que ella hacía lo mismo, mientras ambas apretábamos el abrazo en la otra.

—Pero no sé qué hacer luego de esto —me lamenté.

—Yo tampoco —reconoció Megan, por fin soltando el abrazo y dedicándome una sonrisa llorosa—. Pero al menos creo que ambas sabemos cómo comenzar.

La miré sin entender y por respuesta, ella puso la pulsera en su muñeca y luego me ofreció una mano.

—Tal vez somos unas niñas tontas, pero entre más seamos, algo mejor se nos ocurrirá —sugirió, tirando de mí hacia la habitación de Abby.

Sonreí sin poder evitarlo. Volvíamos a ser tres y algo me dijo que, de algún modo, si estábamos juntas, encontraríamos cómo resolver cualquier cosa.





NA: Wow que largo capítulo y lo mucho que me ha costado... Pese a eso, siento que es mi capítulo favorito de PsN hasta ahora :'D estoy orgullosa de mis chicas. ¿Qué les pareció a ustedes?¿Cuál ha sido su capítulo favorito? ¿Su personaje favorito? Me encantaría leer sus respuestas. Nos vemos en quince días :D

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