DRESS โ–ฌ Percy Jackson

By livvlxy

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...โ€ข๐Ÿน Dress "Say my name and everything just stops" -แด›แด€สสŸแดส€ sแดกษชา“แด› โ Donde una chica... More

โœ Dress โ›
โœ it's nice to have a friend โ›
- i. canceled vacation
- ii. dreamed of a princess
iii. son of poseidon
iv. new mission and a bus explodes
v. Jackson won't let me take a picture
xi. shut up Annabeth and boom
viii. function for olympus

vii. the princess of Ares?

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By livvlxy





— CHAPTER SEVEN —
🏹.- ¿La princesa de Ares?

1/2


El 14 de julio, mientras dormía había tenido unas palabritas con su mamá que por fin se había dignado a responder a su llamado desde que se enteró que tenía una misión con Percy.
Por la mente de June, solo trataba de descifrar a qué se refería cuando le dijo:

"June ten cuidado, el no sabe que está haciendo y no es su intención dañarte".

Para luego desaparecer de su sueño sin mencionar nada más, ni darle tiempo de cuestionarla. Por su mente había cruzado la idea de decírselo a los chicos, pero no quería causarles mas problemas y preocupaciones de los que ya tenían, así que mejor se lo guardo para ella misma.

Faltaba una semana para el solsticio de verano, nos encontramos en Denver, nos encontramos hambrientos debido a que no habíamos comido nada desde ayer en un carro-restaurante, y no se había bañado desde el campamento mestizo, cosa que como hija digna de Afrodita la tenía disgustada, deseando poder darse un baño al fin.

Regresando al presente se encontraba escuchando a Annabeth hablar.

—Intentaremos contactar con Quirón —dijo Annabeth—. Quiero hablarle de tu charla con el espíritu del río.

—No podemos usar el teléfono, ¿verdad?— dijo Percy.

—Ella no habla de eso, Aquaman.

Annabeth nos mantuvo caminando por mucho tiempo en el calor en el centro para poder encontrar un lavacoches vacío.

—¿Qué estamos haciendo exactamente? —preguntó el hijo de Poseidon mientras Grover agarraba una manguera.

—Son setenta y cinco centavos —murmuró—. A mí sólo me quedan dos cuartos de dólar. ¿Annabeth? ¿Adrianna?

—A mí no me mires —contestó—. El coche restaurante me ha desplumado.

Busqué en mi mochila y saqué un dólar que tenía guardado por cualquier cosa.

  —Fenomenal —dijo Grover—. Podríamos hacerlo con un espray, claro, pero la conexión no es tan buena, y me canso de apretar.

  —¿De qué estás hablando?

  Metió el billete y puso el selector en la posición «LLUVIA FINA».

  —Mensajería I.

  —¿Mensajería instantánea?

  —Mensajería Iris —corrigió Annabeth—. La diosa del arco iris, Iris, transporta los mensajes para los dioses. Si sabes cómo pedírselo, y no está muy ocupada, también lo hace para los mestizos.

  —¿Invocas a la diosa con una manguera?

  Grover apuntó el pitorro al aire y el agua salió en una fina lluvia blanca.

  —A menos que conozcas una manera más fácil de hacer un arco iris.

No tardó mucho en formarse un arcoíris con el agua y el reflejo del sol.

Annabeth le tendió la mano a Percy y dijo:

  —El dracma, por favor.

El se lo dio.

  Levantó la moneda por encima de su cabeza.

  —Oh, diosa, acepta nuestra ofrenda. —Lanzó el dracma dentro del arco iris, que desapareció con un destello dorado—. Colina Mestiza —pidió Annabeth.

  Por un instante, no ocurrió nada.

  Después tuve ante mí la niebla sobre los campos de fresas, y el canal de Long Island Sound en la distancia. Era como si estuviéramos en el porche de la Casa Grande. De pie, dándonos la espalda, había un tipo de pelo rubio apoyado en la barandilla, vestido con pantalones cortos y camiseta naranja. Tenía una espada de bronce en la mano y parecía estar mirando fijamente algo en el prado.

  —¡Luke! —le gritó Percy a través del arcoíris que se formaba.

Se giró sorprendido hacia Percy.

  —¡Percy! —Su rostro mostró una sonrisa—. ¿Y ésa es Annabeth? ¿June? ¡Alabados sean los dioses! Eh, chicos, ¿estáis bien?

  —Estamos... bueno... Sí, bien —balbuceó Annabeth nerviosa por la presencia de Luke—. Pensábamos que Quirón... bueno...

  —Está abajo en las cabañas. —La sonrisa de Luke desapareció—. Estamos teniendo algunos problemas con los campistas. Escuchad, ¿va todo bien? ¿Le ha pasado algo a Grover?

  —¡Estoy aquí! —gritó Grover. Apartó el pitorro y entró en el campo de visión de Luke—. ¿Qué clase de problemas?

  En aquel momento un enorme Lincoln Continental se metió en el lavacoches con la radio emitiendo hip hop a tope. Cuando el coche entró en la cabina de al lado, el bajo vibró tanto que hizo temblar el suelo.

  —Quirón tenía que... ¿Qué es ese ruido? —preguntó Luke.

  —¡Yo me encargo! —exclamó Annabeth, aparentemente aliviada por tener una excusa para apartarse de en medio—. ¡Venga, Grover!

  —¿Qué? —dijo Grover—. Pero...

  —¡Dale a Adrianna la manguera y ven! —le ordenó.

  Grover murmuró algo sobre que las chicas eran más difíciles de entender que el oráculo de Delfos, después me entregó la manguera y siguió a Annabeth.

  Ajusté el pitorro para mantener el arco iris y seguir viendo a Luke.

  —¡Quirón ha tenido que detener una pelea! —me aulló Luke por encima de la música—. Las cosas están muy tensas aquí, chicos. Se ha corrido la voz de la disputa entre Zeus y Poseidón. Aún no sabemos cómo; probablemente el mismo desgraciado que invocó al perro del infierno. Ahora los campistas están empezando a tomar partido. Se están organizando otra vez como en la guerra de Troya. Afrodita, Ares y Apolo apoyan a Poseidón, más o menos. Atenea está con Zeus.

Lo único qué pasó por mi mente en este momento era como llegamos a esto en menos de unos días.

  —¿Y en qué situación están?— nos preguntó Luke—. Quirón sentirá no haber podido hablar con ustedes.

Percy le contó todo con unas pequeñas interrupciones de mi parte con cosas demás, e incluso sus sueños, también pensé en decirle mi sueño con mi madre, pero el mismo pensamiento intrusivo de la mañana me invadió. Después de unos cuantos minutos, sonó un pitido de la manguera advirtiendo que solo quedaba un minuto más.

  —Ojalá estuviera ahí —dijo Luke—. Me temo que no podemos ayudarlos demasiado desde aquí, pero escucha... Tiene que ser Hades el que robó el rayo maestro. Estaba en el Olimpo en el solsticio de invierno. Yo acompañaba una excursión y lo vimos.

  —Pero Quirón dijo que los dioses no pueden tocar los objetos mágicos de los demás directamente.

  —Eso es cierto —convino Luke, y parecía agobiado—. Aun así... Hades tiene el yelmo de oscuridad. Si no, ¿cómo es posible entrar en la sala del trono y robar el rayo maestro? Hay que ser invisible.

Los tres nos quedamos callados, hasta que Luke pareció darse cuenta de lo que acababa de decir.

  —Un momento —protestó—. No estoy diciendo que haya sido Annabeth. La conozco desde siempre. Ella jamás... quiero decir que es como una hermana pequeña para mí.

Yo podría haber jurado que la forma en la que se refirió Luke  a Annabeth, no le habría gustado nada. Segundos después se oyó un grito y la Lincoln salió casi volando del auto lavado.

  —Será mejor que vayan a ver qué ha sido eso —dijo Luke—. Oye Percy, ¿estás usando las zapatillas voladoras? Me sentiré mejor si sé que te sirven de algo.

—¡Oh... sí, claro! —mintió con desfachatez—. Me han venido muy bien.

  —¿En serio? —Sonrió—. ¿Te van bien?

  El agua se terminó. La lluvia fina empezó a evaporarse.

  —¡Bueno, cuidaos ahí en Denver! —gritó Luke, y su voz fue amortiguándose—. ¡Y dile a Grover que esta vez irá mejor! Que nadie se convertirá en pino si...

  Pero la lluvia había desaparecido y la imagen de Luke se desvaneció por completo. Estaba solo en una cabina mojada y vacía de un lavacoches.

  Annabeth y Grover aparecieron por la esquina, riendo, pero se detuvieron al vernos  la cara. La sonrisa de Annabeth desapareció.

  —¿Qué ha pasado, Percy? ¿Qué ha dicho Luke?

  —No demasiado —mintió el—. Bueno, vamos a buscar algo de cenar.

  Unos minutos más tarde estábamos sentados en el reservado de un comedor de cromo brillante, rodeados por un montón de familias que zampaban hamburguesas y bebían refrescos.

  Al final vino la camarera. Arqueó una ceja con aire escéptico e inquirió:

  —¿Y bien?

  —Bueno... queríamos pedir la cena —dijo Percy

  —¿Tenéis dinero para pagar, niños?

  El labio inferior de Grover tembló y Annabeth parecía a punto de fenecer de hambre.

  Intentaba pergeñar una historia tristísima para la camarera cuando un rugido sacudió el edificio: una motocicleta del tamaño de un elefante pequeño acababa de parar junto al bordillo.

  Todas las conversaciones se interrumpieron. El faro de la motocicleta era rojo. El depósito de gasolina tenía llamas pintadas y a los lados llevaba fundas para escopetas... con escopetas incluidas. El asiento era de cuero, pero un cuero que parecía... piel humana.

El tipo de la motocicleta habría conseguido que un luchador profesional llamase a gritos a su mamá. Iba vestido con una camiseta de tirantes roja, téjanos negros y un guardapolvo de cuero negro, y llevaba un cuchillo de caza sujeto al muslo. Tras sus gafas rojas tenía la cara más cruel y brutal que he visto en mi vida, el pelo, cortísimo y negro brillante, y las mejillas surcadas de cicatrices sin duda fruto de muchas, muchas peleas.

Digamos que no tarde mucho en deducir quién era y del alivio solté un grito.

—¡Yupi!

—Esa es la Bell que conozco " la princesa de Ares" — dijo Annabeth.

—¿La princesa de Ares?—preguntó Percy.

—Es solo uno de los muchos que me tiene Annabeth Ridícula Chase, Percy.

Al entrar en el restaurante produjo una corriente de aire cálido y seco. Los comensales se levantaron como hipnotizados, pero el motorista hizo un gesto con la mano y todos volvieron a sentarse. Regresaron a sus conversaciones. La camarera parpadeó, como si alguien acabara de apretarle el botón de rebobinado.

  —¿Tenéis dinero para pagar, niños? —volvió a preguntarnos.

  —Ponlo en mi cuenta —respondió Ares. Se metió en el reservado, que era demasiado pequeño para él, y acorraló a Annabeth contra la ventana. Levantó la vista hacia la camarera, la miró a los ojos y dijo—: ¿Aún sigues aquí?

  La muchacha se puso rígida, se volvió como una autómata y regresó a la cocina.

  El motorista se quedó mirando hacia Percy.y luego le dedicó una sonrisa pérfida.

  —Así que tú eres el crío del viejo Alga, ¿eh?

  —¿Y a ti qué te importa?— respondió el.

  Annabeth le advirtió con la mirada.

  —Percy, éste es...

  El levantó la mano.

  —No pasa nada —dijo—. No está mal una pizca de carácter. Siempre y cuando te acuerdes de quién es el jefe. ¿Sabes quién soy, primito?

Entonces pareció caer en cuenta. Casi como si se acordara de los chicos de la cabaña 5 o la pequeña pelea que tuve con Annabeth.

—Eres el padre de Clarisse —respondió —. Ares, el dios de la guerra.

Ares sonrió y se quitó las gafas. Donde tendrían que estar los ojos, había sólo fuego, cuencas vacías en las que refulgían explosiones nucleares en miniatura.

—Has acertado, pringado. He oído que le has roto la lanza a Clarisse.

—Lo estaba pidiendo a gritos.

—Probablemente. No intervengo en las batallas de mis críos, ¿sabes? He venido para... He oído que estabas en la ciudad y tengo una proposición que hacerte.

La camarera regresó con bandejas repletas de comida: hamburguesas con queso, patatas fritas, aros de cebolla y batidos de chocolate.

Ares le entregó unos dracmas.

Ella miró con nerviosismo las monedas.

—Pero éstos no son...

Ares sacó su enorme cuchillo y empezó a limpiarse las uñas.

—¿Algún problema, chata?

La camarera se tragó las palabras y se marchó sin rechistar.

—Eso está muy mal —le dijo a Ares—. No puedes ir amenazando a la gente con un cuchillo.

Ares soltó una risotada y luego dijo:

—¿Estás de broma? Adoro este país. Es el mejor lugar del mundo desde Esparta. ¿Tú no vas armado, pringado? Pues deberías. Ahí fuera hay un mundo peligroso. Y eso nos lleva a mi proposición. Necesito que me hagas un favor.

—¿Qué favor puedo hacerle yo a un dios?

—Algo que un dios no tiene tiempo de hacer. No es demasiado. Me dejé el escudo en un parque acuático abandonado aquí en la ciudad. Tenía cita con mi novia pero nos interrumpieron. En la confusión me dejé el escudo. Así que quiero que vayas por él.

— Iugh — un sonido salió de mi boca de forma involuntaria y fue ahí cuando el se dio cuenta de que estaba ahí.

—June— le dijo con una pequeña sonrisa—. Así que lo que me dijo tu mamá era cierto, si viniste.

Aunque al decir lo último su tono de vez disminuyó un poco. Pero Percy para acabar el momento, dijo:

—¿Por qué no vas tú?

El fuego en las cuencas de sus ojos brilló con mayor intensidad.

—También podrías preguntarme por qué no te convierto en una ardilla y te atropello con la Harley. La respuesta sería la misma: porque de momento no me apetece. Un dios te está dando la oportunidad de demostrar qué sabes hacer, Percy Jackson. ¿Vas a quedar como un cobardica? —Se inclinó hacia el—. O a lo mejor es que sólo peleas bajo el agua, para que papaíto te proteja.

—No estamos interesados —repuso—. Ya tenemos una misión.

—Lo sé todo sobre tu misión, pringado. Cuando ese objeto mortífero fue robado, Zeus envió a los mejores a buscarlo: Apolo, Atenea, Artemisa y yo, naturalmente. Ahora bien, si yo no percibí ni un tufillo de un arma tan poderosa... —se relamió, como si el pensamiento del rayo maestro le diera hambre— pues entonces tú no tienes ninguna posibilidad. Aun así, estoy intentando concederte el beneficio de la duda. Pero tu padre y yo nos conocemos desde hace tiempo. Después de todo, yo soy el que le transmitió las sospechas acerca del viejo Aliento de Muerto.

—¿Tú le dijiste que Hades robó el rayo?

—Claro. Culpar a alguien de algo para empezar una guerra es el truco más viejo del mundo. En cierto sentido, tienes que agradecerme tu patética misión.

—Gracias —farfulló.

—Eh, ya ves que soy un tío generoso. Tú hazme ese trabajito, y yo te ayudaré en el tuyo. Os prepararé el resto del viaje.

—Nos las arreglamos bien por nuestra cuenta.

—Sí, seguro. Sin dinero. Sin coche. Sin ninguna idea de a qué os enfrentáis. Ayúdame y quizá te cuente algo que necesitas saber. Algo sobre tu madre.

—¿Mi madre?

Sonrió.

—Eso te interesa, ¿eh? El parque acuático está a un kilómetro y medio al oeste, en Delancy. No puedes perderte. Busca la atracción del Túnel del Amor.

—¿Qué interrumpió tu cita? —le preguntó. Percy no tenía miedo a morir —. ¿Te asustó algo?

Ares le enseñó los dientes, cosa que le recordó a la mirada amenazante de Clarisse.

—Tienes suerte de haberme encontrado a mí, pringado, y no a algún otro Olímpico. Con los maleducados no son tan comprensivos como yo. Volveremos a vernos aquí cuando termines. No me defraudes.

—No me gusta —dijo Grover—. Ares ha venido a buscarte, Percy. No me gusta nada de nada.

Miré por la ventana. La motocicleta había desaparecido.

—Quizá no fue más que un espejismo —dijo Percy —. Olvidaos de Ares. Nos vamos y punto.

—No podemos —contestó Annabeth—. Mira, yo detesto a Ares como el que más, pero no se puede ignorar a los dioses a menos que quieras buscarte la ruina. No bromeaba cuando hablaba de convertirte en un roedor.

—En eso ella tiene razón, Percy. El seria capaz de convertirlos en roedores a los tres— mis palabras no parecieron gustarle a Annabeth porque me dio un pequeño golpe en el hombro.

—¿Por qué nos necesita para una tarea tan sencilla?

—A lo mejor es un problema que requiere cerebro —observó Annabeth—. Ares tiene fuerza, pero nada más. Y a veces la fuerza debe doblegarse ante la inteligencia.

—Pero ¿qué habrá en ese parque acuático? Ares parecía casi asustado. ¿Qué haría interrumpir al dios de la guerra una cita con su novia y huir?

Annabeth, grover y yo nos miramos nerviosos.

—Me temo que tendremos que ir a descubrirlo —dijo finalmente Annabeth.


+5 COMENTARIOS PARA LA SIGUIENTE PARTE!

Otra vez más,
un pequeño bloqueo
al escribir este capítulo
Y si bien no tiene la cantidad de
palabras de siempre se compensa
con su continuación.
—Los quiere, Liz

2602 palabras

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