· Desde el punto de vista de un personaje histórico, narrar algo de su vida.
Felicitas
Hoy no parecen poder verme. Solo cuando el clima refleja el pesar de mi corazón, cuando el agua cae como se han derramado mis lágrimas; solo entonces las personas se percatan de mi presencia. Cuando suenan las campanas de la que hubiera sido mi boda.
"La mujer más hermosa de la República" me llamaban. La joya de los salones porteños". ¿De qué me ha valido la belleza? Mi vida estuvo plagada de dolor, y mi última esperanza de felicidad me fue arrebatada a causa de mi apariencia.
¿Qué no hubiera dado por ser recordada como "la más feliz de la República"?
No le bastó al cruel destino quitarme a mis hijos, que constituían mi única alegría en la vida amarga y sin sentido que mi padre me procuró al obligarme a contraer nupcias con un anciano. No fue suficiente mi pesar para la providencia.
¿Cuál fue mi pecado para que se me negara la vida plena de este modo? Tal vez pequé de cortés, al evitar dar una negativa más directa a Don Enrique Ocampo en el momento adecuado. Quizá pequé por exceso de confianza, segura de que el amor que me profesaba le impediría cometer los terribles actos que juraba que llevaría a cabo. O supongo que al final se trató de simple vanidad, ya que fue mi vestido, traicionero vestido, el que impidió mi huida en el último instante.
Pero todo eso ya no tiene importancia. Hoy recorro los pasillos solitarios de la capilla erigida en mi nombre y aguardo.
Allí está otra: saca un pañuelo de tela y, murmurando una plegaria, lo anuda a la reja de mi morada. Espera aliviar su dolor. Tomo la delicada prenda y con ella seco mis lágrimas. Su pena es ahora mía. Solo es un grano más en el costal.
Que Dios la acompañe, querida extraña, perfecta desconocida. Viva su vida, y sea feliz por Felicitas.