El último amanecer de agosto...

By jonazkueta

28.2K 3.1K 2.2K

LAS COSAS DE PALACIO VAN DESPACIO... HASTA QUE EL AMOR LES OBLIGA A DESVELAR SUS SECRETOS. Elena no soporta l... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
EN LIBRERÍAS
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64

Capítulo 8

601 69 36
By jonazkueta


IZAN


El cuarto es tan grande y tan lujoso que impone. He dejado la maleta a un lado de la cama y he dado un paseo por él. Y literalmente, he deambulado por las decenas de metros cuadrados que tiene, hasta que cansado de arrastrar mis pies por las mullidas alfombras, he posado mi cuerpo cargado de electricidad estática en un sillón con vistas al jardín.

El terreno que rodea la mansión es enorme y está protegido por una gran valla de piedra en la que, como acabo de comprobar, hay más de una puerta. Está la principal, por la que hemos entrado en coche, y otra ubicada en la zona Oeste. La última es mucho más pequeña y pasa desapercibida tras una serie de setos. Pero desde aquí la puedo ver, al igual que puedo ver el rojizo tejado que se aprecia tras el muro.

Me pongo en pie y me acerco al cristal.

Mi vista no fallaba: al otro lado hay una cabaña. De una única planta, pero que abarca una gran superficie. Está rodeada de cipreses que ocultan parte de su fachada y que tan solo dejan una única ventana desprotegida.

Entrecierro los ojos tratando de ver el interior a través de ella pero los reflejos de los rayos del sol del mediodía me lo impiden. Tendré que esperar a la tarde.

Toc, toc, golpean unos nudillos la puerta y abandono mi faceta curiosa.

—¡Adelante!

No barajaba la posibilidad de que se tratase del primo de Elena. Este se para en la entrada, se posa en el marco y observa:

—Ya te has instalado.

Su voz ronca me provoca un cosquilleo y siento cómo la carga eléctrica que mi cuerpo había acumulado a través del deslice de mis pies, causa un potente chispazo en mi interior. Como el día del funeral, cuando entre nosotros dos se prendió algo más que un cigarrillo que se quedó a medias.

—¿Te gusta tu nuevo hogar?

Aunque es espectacular, controlo mi entusiasmo:

—No está mal.

—Vaya. —Se decepciona—. ¿Y eso?

Tampoco quiero parecer un sobrado:

—A ver, que mola, eh. Pero... —Desvío el tema—: Da igual. ¿O es que eres el encargado de que nos acomodemos en el palacio?

Se ríe y me sigue el juego:

—Lo soy. Puntúa mi servicio.

—Mmm. Un cinco.

—Oh, no... —Se muerde el labio inferior en un gesto tan adorable como peligrosamente atractivo y vacila—: ¿Y qué puedo hacer para subir la nota?

Trago saliva y muy a mi pesar rechazo:

—Nada en particular.

—Bueno, sin prisas. Ya te atreverás a pedirme eso que tanto deseas.

—Eh, que no deseo nada —repito.

—Aún... —asegura.

Cierra la puerta a sus espaldas y se aproxima con su característico andar desgarbado. Por si estar apartados del resto del mundo fuese poco, también estamos encerrados y muy cerca. Se ha detenido a menos de un metro.

—Te has cambiado —digo lo primero que se me ocurre—. Y toda tu ropa es de marca. Pareces Elena.

—Yo no soy tan elegante como ella. A partir de mañana me verás en chándal.

—¿Te gusta hacer deporte?

—Por supuesto.

No me pilla por sorpresa. Por muy buena genética que tengan los Ibarra, es evidente que unos brazos como los suyos no se esculpen por sí solos. La camiseta valdrá una pasta, pero nadie lamentaría quitársela a tirones.

—¿Quieres hacerlo conmigo?

Mis ojos se salen de órbita:

—¡Qué...! ¿Qué?

Se truena los nudillos, deja que se me oxigene el cerebro y aclara:

—El deporte. Que si quieres practicarlo conmigo.

Definitivamente, soy imbécil. Aunque por cómo me mira, más que desesperarlo lo entretengo. La traviesa curvatura de su boca me indica que se lo está pasando genial poniéndome en este aprieto.

—Sí que quiero —afirmo y miento—: Me flipa entrenar.

Andoni me mira de arriba abajo, con la ceja cortada alzada, y yo enfatizo:

—Lo hago todos los días.

—¿Qué rutina sigues?

—La más variada. —Detallo—: Cargo con bidones, me peleo con la caja registradora cuando no se abre, corro detrás de los clientes que se marcan un sinpa... Trabajo en un bar.

Suelta una carcajada y me relajo un poco, recupero algo de soltura.

—Con que eres camarero. ¿Y hasta cuándo estás de vacaciones?

Me gusta su interés, por ello trato de mantenerlo:

—Sin fecha.

—Vamos —hunde mis aires de misterioso— que te han despedido.

—No, no. Me he despedido yo.

Se encoge de hombros y apoya:

—¡Pues muy bien hecho! El verano está para gozarlo.

—Eso pretendo.

—Eso harás. —Da un paso al frente.

Vuelvo a sentirme un tanto pequeño, aunque de altura compruebo que medimos prácticamente lo mismo.

—Andoni... —lo llamo, pese a estar a dos pies de él y tener sus ojos clavados en los míos.

—Dime.

—Ahora en serio. ¿A qué has venido exactamente?

—Vaya. —Resopla—. ¿Me estás echando?

En absoluto, aunque no me siento preparado para afrontar una situación tan incendiaria. Creo que las alfombras peludas han empezado a arder bajo mis electrizantes pies.

—No te echo pero...

—Tranquilo, era coña. —Me empuja con su puño—. Sé que te encanta que charlemos. Venía a invitarte a comer.

—¿A mí?

—Sí. Con el resto. —Entiendo que no es una cita—. Nos esperan en el comedor. ¿Bien?

—Guay.

Seguido, se distancia y yo me apuro. Sé que debería ir tras él y unirnos a los demás, pero mi cuerpo se mantiene anclado.

Y no sé si lo que pretendo es arriesgarme a alargar un poco más nuestro momento —creo que me he quedado con ganas de una cita— o si realmente quiero resolver las dudas que me han asaltado antes de que él llegara, pero pregunto:

—¡Eh, Andoni! —Aguarda en el umbral—. ¿Por qué hay una puerta en el muro? La que da a la cabaña del otro lado. ¿Es vuestra?

De golpe, cualquier atisbo de simpatía desaparece de su expresión, esta oscurece hasta el punto de hacer que me estremezca.

—¿Qué cabaña?

Mi dedo índice la apunta.

—Esa de ahí.

Finge indiferencia:

—Ah. Ni puta idea.

—Tenéis una cabaña pegada al palacio y no sabes...

—No —es una negación tan terminante que intimida—. No lo sé, porque yo no meto las narices en lo que no me incumbe.

Con un hilo de voz, acepto:

—Vale. Te dejo en paz.

—Mejor.

Da media vuelta y aconseja:

—Y cualquier duda, a mi hermano. Él es el listo de la familia.

No me atrevo a presionarlo y Andoni huye pegando un violento portazo que para nada venía a cuento. ¿Qué cojones le pasa? Supongo que no podía ser un malote en condiciones sin tener sus sombras. Putos clichés.

Vuelvo a ojear la cabaña, tan grande y tan discreta a su vez. ¿Qué hace ahí? Separada de la mansión pero conectada a ella. ¿De quién es? Y sobre todo, ¿por qué Andoni la evita?

Tal vez yo también debería evitarla, e incluso evitarlo a él, así como me aconsejó que hiciera en el funeral: «Deberías escapar». Pero no lo voy a hacer. ¿Por qué? Porque su magnetismo cada vez es mayor y mis neuronas no pueden hacer frente a semejante atracción...

Joder.


ELENA


La mesa es ovalada y exageradamente prolongada. Pasar un salero de una punta a la otra sería todo un reto. Por ello, los cinco platos están reunidos en el centro. En una analogía con un reloj, Mikel y Andoni están sentados a las tres en punto y nosotros a las nueve. Yo frente a Mikel, Rosa a mi derecha, e Izan a la suya, frente a Andoni. Aunque nuestro amigo rubio aún no ha llegado y, cuando lo hace, su cara es casi más larga que la mesa. Hasta Rosa se percata:

Baby, ¿qué ocurre?

Andoni se adelanta y reconoce:

—Es por mi culpa.

—¿Por lo de Piolín? —deduce ella.

—No, no es por eso. —Andoni se lo piensa—. Bueno, igual también.

Izan pone los ojos en blanco y pese a que es obvio que nos hemos perdido un capítulo, considero que lo mejor es correr un tupido velo. Tengo una duda que plantear:

—Oye, ¿siempre vamos a juntarnos para comer?

—Depende —cuestiona Mikel—. Si te disgusta la compañía...

—Ah, no. No es eso. Es que he venido a escribir y no sé si podré adecuarme a vuestros horarios.

Rosa se cuelga las gafas del escote, hace una mueca en señal de desesperación y se cachondea:

—Ay, es que tiene a la editora de Crepúsculo presionándola para que termine su terrorífica historia. Es la nueva Stephenie Meyer. Aunque seguro que menos romántica...

Mikel se contiene para no reír y me obliga a sacar mi lado más orgulloso:

—Pues no escribo nada mal.

—Seguro que no. —Este desea—: Me encantaría leerte.

—Ponte a la cola, chiqui —le avisa Rosa—. De momento, el único privilegiado ha sido Izan.

Las miradas se posan en él pero este está tan rayado que las ignora. No sé qué tiene en mente pero debe ser algo importante. Ya lo interrogaré luego en privado, ahora sugiero:

—¿Comemos?

La puerta que comunica con la cocina se abre de golpe y un señor con un imponente gorro blanco entra para servirnos.

—¿Cuánto tiempo lleva ahí? —se asombra Rosa.

Y Mikel lo presenta:

—Es Darío, el cocinero.

—Y su maestro culinario —puntualiza el hombre de unos cincuenta años de edad—. Tengo al mejor aprendiz.

Han preparado la comida entre los dos. Por lo visto, Mikel además de ser un amante de la jardinería también pone interés en la gastronomía.

—Son ensaladas Caprese —nos informa él y Darío las sirve:

—Ojalá os gusten.

Le damos las gracias y saboreamos el primer plato. Está buenísimo, las caras de placer lo corroboran. Todas excepto la de Izan. Está totalmente ausente. Y puede que enfadado. Sí, definitivamente está cabreado. Clava el tenedor en su mendrugo de pan y exclama:

—Mikel, tengo que hacerte una pregunta.

Mira de soslayo a Andoni y dispara:

—¿Por qué hay una cabaña al otro lado del muro?

Yo no sé a qué cabaña se refiere, pero no hace falta que nuestro amigo especifique porque Mikel lo pilla de inmediato.

—Ahí es donde se alojaba el servicio cuando el palacio aún pertenecía a los antiguos dueños.

A Izan no le convence, pero Rosa interrumpe:

—Además de Darío, ¿hay más empleados?

—Sí, hay bastantes, pero no internos. Esto no era necesario. Ahora usamos la cabaña para almacenar algunos productos de limpieza y trastos. Los trabajadores no se hospedan en ella. Estos vienen de vez en cuando para ayudarnos con ciertas labores y mantener el palacio en buen estado. Nada más.

Con ello confirmo que mis sospechas acerca del cuidado de la residencia eran ciertas:

—Se nota. El jardín está precioso.

—Y la jungla que hay aquí dentro también —se fija Rosa en las decenas de plantas que nos rodean.

—Es cosa de Mikel, que le gusta plantar florecillas por todas partes —reprocha Andoni.

Y Rosa aprovecha la ocasión para flirtear:

—¿Y tú qué haces? ¿Qué hace un chico como tú en un sitio como este?

—Deporte —confiesa él—. Corro por el monte, nado en la piscina, me machaco en el gym que he montado en mi cuarto...

—Oh, qué genial. —Se acopla—: Pues podemos entrenar juntos.

Andoni pincha el último pedazo de lechuga que le queda en el plato, lo mastica lentamente y contesta:

—Había acordado hacerlo con Izan.

—Ah, pues los tres —soluciona ella.

E Izan rechaza:

—Id vosotros. Yo paso.

Andoni aprieta la mandíbula y, haciendo un gran esfuerzo, se disculpa:

—A ver, Piolín... Perdón por haberte hablado así antes...

Sin embargo, no lo ablanda.

—Perdonado, pero paso de ir al gimnasio contigo.

Por lo que Andoni cambia de estrategia:

—Vamos, que no quieres hacer el ridículo.

—¿El ridículo yo? —consigue picarlo.

—Sí, tú —gruñe Andoni—. ¿Te da miedo, verdad?

Su mirada se encuentra con la de Izan, quien le sonríe y no se achanta:

—Aquí lo único que da miedo es tu cara...

Por suerte, Andoni recibe el ataque entre carcajadas, y su risa es tan contagiosa que hasta a Izan se le pega.

Ante este repentino buen rollo que se acaba de crear, Rosa interviene:

—Guay, entonces, ¿ya tenemos plan para hoy?

—Si Izan se atreve sí —lo reta Andoni.

Y como era de esperar, este le sigue la corriente:

—Venga, claro que me atrevo. —Le tiende la mano—. Prepárate para morder el polvo, niño pijo.

Andoni se la estrecha y, divertido, le susurra:

—Y tú para sudar la gota gorda conmigo, Piolín.

Ahora la que mastica con calma soy yo, mientras contemplo el percal y siento cómo la tensión entre mi ex y el chico malo se torna un tanto sexual. Me mantengo expectante, hasta que me meto un pedazo de huevo cocido en la boca y este se me agolpa en la garganta al Mikel proponer:

—Perfecto. Pues cuando vayáis los tres al gimnasio yo le enseñaré el palacio a Elena.

Me atizo el pecho hasta despejarlo.

—¿Cómo dices?

—Bueno, si no quieres no. Igual prefieres entrenar tú también.

—No, por Dios —me niego—. Pero sobre ver el palacio... Ya lo hemos recorrido al llegar. Muy bonito.

Me contradice:

—No lo has visto todo aún.

—Yo creo que sí.

—Estoy convencido de que no. —Se yergue e insiste—: Confía. Quiero enseñarte algo... Te va a encantar.

Por culpa de las ideas que Rosa me ha metido en la cabeza, estoy perturbada. Ahora todo me suena erótico, desde la disputa entre Andoni e Izan hasta la invitación de Mikel.

—¿Te animas? —la mantiene.

Estoy entre la espada y la pared.

Por muy fría que pueda llegar a ser, hasta a mí me da palo decirle que no a alguien que se implica tanto. Además, se lo debo. Bastante borde he sido ya con él.

—Venga, vale, sí.

—¿Sí? —se asegura.

—Sí. Sí quiero.

Ni que me hubiera pedido matrimonio.

—Genial, Elena. Gracias.

—A ti. —Agacho el mentón y bebo un sorbo de agua.

Qué nervios más tontos me han entrado de repente.

Si solamente voy a dar una vuelta con el nieto de Lourdes, quien podría considerarse mi primo, un nuevo pariente.

Daremos un mero paseo.

Nada más.

Absolutamente, nada más.

—¿Quieres filete?

Me agito ante su atrevimiento:

—¿Perdón?

—De segundo plato.

—Ah. —Efectivamente, estoy enferma.

Joder.

Y muy perdida.

Antes de conocer en persona a los hermanos Ibarra, los odiaba con todo mi ser. Sin embargo, desde que coincidí con ellos en el funeral algo ha cambiado, el odio se ha transformado. Aún prefiero tenerlos lejos pero ya no por rabia, sino por ¿precaución?

Observo cómo ambos nos miran sonrientes. La piel morena de Mikel se tensa y forma dos hoyuelos. Un pequeño lunar, apenas apreciable, está a punto de precipitarse en uno de ellos, a punto de caer en en el cautivador surco, y en su oscuridad. Puede que me represente.

Los nietos de Lourdes están siendo excesivamente amables. En especial Mikel. Temo que haya un motivo oculto para ello y que tras su encanto se esconda algo, que no me conviene, pero que ansío descubrir... 



*****

Las GANAS que tengo de que pasemos un verano con ellos...

- 32 días para el primer muerto -


Continue Reading

You'll Also Like

446K 21.8K 48
Una historia que promete atraparte desde el principio hasta el final. Camila es una chica humilded, Ignacio Besnier es el heredero de un imperio empr...
5K 783 9
○Eɴ ʟᴀ ᴠɪᴅᴀ ʜᴀʏ ϙᴜᴇ ᴄᴏʀʀᴇʀ ᴘᴇʟɪɢʀᴏs, ʏ ᴅᴇᴄɪʀ ʟᴏ ϙᴜᴇ sᴇ sɪᴇɴᴛᴇ● -¿Recuerdas la promesa que hicimos aquel día? Sus orbes azules como el cielo se uniero...
42.7K 2.1K 26
se basa en un mundo alternativo parejas que aparecen : Mitsuboru, shikajin, iwadenki, yodocho, Narusasu, Sakuhina entre otras
20M 600K 29
// PUBLICADA EN FÍSICO POR NOVA CASA EDITORIAL // Idiota. Cree que teniendo perfectos músculos, unos ojos miel envidiables, una altura que te hace qu...