𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐁𝐔𝐑𝐍, pablo g...

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𝐇. | ❛ and if my wishes came true, it would've been you. ❜ ⁰⁰ 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐁𝐔𝐑𝐍. Β© ... More

𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐁𝐔𝐑𝐍
𝟎𝟎𝟏. strangers

𝟎𝟎𝟐. castles crumbling

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By ohmonamour

𝑯𝑬𝑨𝑹𝑻𝑩𝑼𝑹𝑵 . ¨. ☄︎ ͎۪۫
𝟎𝟎𝟐. castles crumbling
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𝟗 𝒅𝒆 𝒎𝒂𝒚𝒐, 𝟐𝟎𝟏𝟔
𝐁𝐚𝐫𝐜𝐞𝐥𝐨𝐧𝐚, 𝐄𝐬𝐩𝐚𝐧̃𝐚
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𝐂𝐀𝐃𝐀 𝐒𝐄𝐌𝐀𝐍𝐀, 𝐀𝐍𝐀 𝐄𝐒𝐏𝐈𝐍𝐎𝐒𝐀 esperaba impacientemente la llegada del domingo.

Era su pequeño secreto—uno que guardaba bajo llave, justo al lado de su corazón. Mientras se ponía las zapatillas, con el cabello perfectamente peinado y el pulso descontrolado, apenas podía contener una sonrisa, anticipando el momento en el que sus padres por fin le dijeran que podía subirse al coche. Marcos, su hermano mayor, solía reír al verla en el asiento trasero, chequeando su reflejo a través del espejo retrovisor; cuando le preguntaba el porqué de su entusiasmo, la pequeña rubia simplemente se negaba a contestar, pidiéndole a su padre que subiera el volumen de la radio. Quizás la música no era suficiente para camuflar su sonrojo, pero al menos la ayudaba a silenciar a su hermano, quien se limitaba a poner los ojos en blanco ante la falta de respuesta.

Sí, definitivamente: los domingos eran su parte favorita de la semana.

Y es que aquellos eran los días en los que la familia Espinosa asistía a los partidos de Marcos, quien formaba parte de La Masia del Fútbol Club Barcelona desde hacía ya varios años—días que le aceleraban el corazón, que le llenaban el estómago de un carnaval de explosiones y mariposas. Nadie sabía, sin embargo, que el fútbol no era lo único que le gustaba de acompañar a su hermano en tardes como esas.

La felicidad de Ana llevaba el número diez en la espalda y hablaba con un precioso acento sevillano. Tenía los ojos marrones más bonitos que había visto en su vida, la cara pintada de lunares, y más garra que cualquier otro miembro del equipo.

Ver jugar a Pablo Páez Gavira, uno de los mejores amigos de su hermano, era sencillamente hipnotizante.

La manera en la que presionaba la lengua contra el interior de su mejilla, en aquel gesto de concentración tan característico, tan suyo. Sus cordones desatados, su cabello despeinado, la forma en la que buscaba el balón sin importar cuántos obstáculos tuviera por delante. Cualquiera podía darse cuenta de que se dejaba la piel en el campo, jugando como si cada minuto fuera el último de su vida, y Ana... Ana había quedado completamente prendada de su determinación desde que lo vio llegar a La Masia, hacía poco menos de un año.

Aquel día en particular, el equipo Infantil A del Barça se enfrentaba a un partido amistoso, pero Pablo no parecía conforme con tener un único gol de ventaja. Buscaba la portería hasta en la más mínima ocasión, corría y regateaba con una agilidad que dejaba perplejos a los jugadores del equipo rival. Desde su lugar en la grada, Ana podía notar que sus propios padres se hallaban boquiabiertos, y su pecho se llenaba de orgullo cada vez que el público se ponía de pie para ovacionar al diamante más reciente de La Masia.

Finalmente, y como si el destino lo hubiera querido así, fue él quien acabó marcando el segundo gol para el Barça, tan solo cinco minutos después de que empezase el segundo tiempo.

—¡Lo sabía! ¡Sabía que iba a marcar hoy! —Ana exclamó emocionada, tirando de la manga de su madre para llamar su atención. Se había levantado de su asiento tan pronto como el balón entró a la portería, aplaudiendo con todas sus fuerzas; tenía las mejillas teñidas de rojo, la mirada iluminada por un vibrante destello de euforia, y ni siquiera le hacía falta mencionar el nombre del chico para que Marta Espinosa supiera exactamente a quién se refería—. Es buenísimo, ¿verdad?

La mujer asintió, riendo ante la reacción de su hija: —Así es, cariño... Tan bueno como tu hermano.

Más que Marcos, mamá.

La brisa de otoño se hacía más fuerte conforme pasaban los minutos. El partido continuaba, Ana se hallaba sentada en el borde de su asiento, y su pie botaba nerviosamente contra el suelo de la grada a la par que Pablo trataba de esquivar con más y más ímpetu a uno de los chicos mayores del equipo contrario, quien se había dedicado exclusivamente a bloquear al sevillano a partir de su gol.

La niña no tardó en notar que Gavi empezaba a desesperarse, que pateaba el balón con impotencia, que su paciencia colgaba de un hilo. Pasar nueve meses viéndolo jugar cada domingo le había permitido descubrir que, especialmente dentro del campo, era un chico de mecha corta—estallaba con extrema facilidad, y, mientras se levantaba del suelo tras haber sido derrumbado por séptima vez, Ana presentía que estaba a tan solo un paso de perder los estribos.

Pero entonces, justo cuando el sevillano se volvía a preparar para chutar a portería, el tablero dio un vuelco.

Gavi cayó al suelo cuando su rival lo empujó desde atrás, haciéndolo tropezar con el balón. Para Ana, los segundos transcurrieron a cámara lenta: el costado derecho de la cara de Pablo impactó contra el césped y, aunque sus manos amortiguaron la caída, se acabó incorporando con un raspón escarlata en la mejilla y las rodillas cubiertas de sangre.

Su estómago dio un vuelco al verlo allí, pasándose el dorso de la mano por el pómulo para limpiar el hilillo carmesí que bajaba lentamente por su rostro. Sin apenas reparar en el daño, Pablo frunció el ceño, fulminando a su contrincante con la mirada; aun así, no pudo moverse de su posición, pues el resto de sus compañeros no tardaron en rodearlo, defendiéndolo con fiereza antes de que él mismo pudiera abalanzarse sobre su rival. Desde su posición, Ana tan solo podía intuir que el culpable no se había disculpado, mas ni siquiera se detuvo a reparar en la reacción del árbitro, fijando la vista en el sevillano.

Antes de que pudiera explotar de la rabia, Pablo fue guiado al banquillo, donde uno de los médicos del Barça trató de echarle un vistazo a los daños. La rubia no se sorprendió al notar que el chico se negaba a recibir la ayuda que necesitaba; el propio Marcos le había hablado alguna que otra vez sobre lo mucho que su amigo detestaba que le limpiaran las heridas, y sabía bien que, cada vez que se hacía daño, Gavi prefería esperar en silencio a que el juego acabara y, solo entonces, dejar que alguien se encargara del asunto.

El partido estaba a punto de acabar y, alrededor del minuto ochenta y nueve, Ana juró que los ojos de Pablo la encontraban, que le dedicaba una pequeña sonrisa desde el otro lado del campo.

Con el corazón en la mano, ni siquiera le dio tiempo a devolverle el gesto, pues el chico no perdió ni un segundo en volver a centrar la vista en el campo.

Ella no pudo hacer otra cosa más que tragar con fuerzas, jugueteando con el delicado collar de oro que sus padres le habían regalado cuando apenas tenía seis años—el que siempre llevaba alrededor del cuello, y el que se había convertido en una extremidad más, una extensión de sí misma.

Tuvo que luchar contra sus propios instintos para poder apartar la mirada, preguntándose si quizás lo había imaginado todo. No obstante, aunque trató de fijarse en su hermano durante el resto del partido, sus pupilas seguían viajando instintivamente hacia el sevillano.

De repente, la mochila que descansaba en su regazo—donde guardaba el antiséptico, el paquete de algodón y los vendajes que siempre llevaba consigo en caso de que Marcos se lastimara—parecía susurrarle al oído, recordándole que aquello tal vez podría ayudar a Pablo. Era una chica precavida, y su hermano siempre había sido un desastre con patas a la hora de jugar al fútbol: participaba con excelencia en el equipo, pero siempre acababa herido de una u otra manera. Así pues, Ana había optado por empacar un pequeño botiquín de primeros auxilios tras el primer año de Marcos en La Masia, dispuesta a tratar los pequeños cortes y moretones con los que acostumbraba a salir del campo.

Si bien solía reservar aquel botiquín para Marcos y nadie más que Marcos, no podía evitar pensar que, en aquel momento, no era su hermano quien más lo necesitaba.

Quizás por eso se hallaba tan inquieta, removiéndose en su asiento en un intento por drenar la adrenalina que corría por sus venas. Incluso su padre llegó a notar su estado una vez acabó el partido, preguntándole si se encontraba bien. Mientras el hombre palmeaba su espalda con cariño, Ana le dedicó una sonrisa fingida; lo cierto, sin embargo, era que ni siquiera tenía ganas de festejar la victoria del Barça.

Tan solo pudo seguir la silueta de Pablo con la mirada, quien salió del campo para dirigirse hacia sus padres después de celebrar la victoria con sus compañeros. La familia Páez—la cual estaba de visita en Barcelona—lucía claramente preocupada, pero el chico le restó importancia a sus golpes, apartando el rostro cuando su hermana mayor trató de inspeccionarle la mejilla.

Se percató entonces de que Marcos había seguido a su amigo, pasando un brazo sobre sus hombros mientras compartía algunas palabras con los padres de Gavi.

Ana trató de encogerse en su lugar cuando su hermano giró a verla, señalándola desde la distancia mientras susurraba algo en el oído de Pablo. Era evidente que estaban hablando de ella, y entonces quiso hacerse pequeñita, desaparecer, convertirse en una mota de polvo—todo con tal de ocultar su sonrojo, pero no fue capaz de hacer otra cosa más que aferrar sus manos a la tela de su falda, notando que Marcos y Pablo empezaban a caminar en su dirección.

Llenó sus pulmones de aire, los vació con lentitud, enderezó la espalda mientras se preparaba mentalmente para la llegada de los chicos. Acabó fijando la mirada en sus pies, en un intento por fingir indiferencia; presentía, sin embargo, que tal vez no podría esconder el hecho de que su pequeño corazón amenazaba con escapar de su pecho.

Cuando las botas de fútbol de su hermano entraron en su campo de visión, seguidas por otro par de zapatillas que también conocía a la perfección, se vio forzada a levantar la cabeza.

Sus ojos cayeron sobre los de Pablo de manera instintiva y, cuando el sevillano le mostró una sonrisa de labios sellados, igual a la que le había regalado desde el interior del campo, la rubia juró que el tiempo se detenía, que el cielo se teñía de rosa.

—¿Has traído tu botiquín, bicho?

En cualquier otro momento, tal vez habría reñido a su hermano por referirse a ella con el apodo que tan poco le gustaba. Sin embargo, en aquel instante, sabiendo que tanto sus padres como Gavi la estaban observando con miradas curiosas, no fue capaz de encontrar su voz, por lo que simplemente se limitó a asentir con la cabeza.

Marcos—quien todavía respiraba con dificultad tras haber corrido sin parar durante todo el partido—le dedicó un guiño a la rubia antes de continuar.

—Venga, Gavi... Deja que mi hermanita te limpie las heridas. —El mayor palmeó el hombro de Pablo, empujándolo ligeramente hacia adelante; Marcos no solo le llevaba un año de ventaja a Ana, sino que también a su amigo, por lo que era un poco más fuerte y alto que el sevillano—. Te juro que estarás en buenas manos.

Si antes tenía las mejillas sonrojadas, estaba segura de que ahora las llevaba pintadas de granate.

Marcos no era un muchacho observador, por lo que Ana estaba convencida de que ni siquiera era consciente sobre sus sentimientos hacia Gavi. Aun así, le sorprendía que su hermano hubiera encontrado la manera de encerrarla entre la espada y la pared, incluso sin siquiera internarlo.

Tras rascarse la nuca, y esbozando lo que parecía ser una sonrisa apenada, el sevillano le dirigió la mirada a la rubia: —¿No te molesta?

—Em... No, n-no me molesta.

Se reprendió mentalmente por el tono bajo y cohibido de su voz. No era una niña tímida, pero la presencia de Pablo la convertía en un manojo de nervios.

No obstante, a pesar de la vergüenza inicial, sabía bien que no podía volver el tiempo atrás. No tenía otra opción más que seguir adelante, así que finalmente volteó a ver a sus padres, pidiéndoles permiso con la mirada.

De repente, los nervios ni siquiera importaban: quizás la rubia era capaz de ocultar la emoción que burbujeaba en su pecho ante los ojos del resto, pero no la forma en la que sus iris chispeaban. La mera idea de estar cerca de Pablo le revolvía el estómago, pero también le llenaba el pecho de una sensación vigorizante—una extraña calidez, un rayo de euforia que la invitaba a saltar, a estirar sus comisuras hasta que sus mejillas no pudieran aguantar más. Sus padres asintieron tras compartir un par de carcajadas cómplices y, tomando una última bocanada de aire, Ana se levantó de la grada con su mochila en mano, pidiéndole al sevillano que la acompañara a los vestuarios.

Sabía exactamente qué era lo que tenía que hacer, y sabía también que lo importante en ese momento eran las heridas de Pablo y no sus sentimientos por él. Así pues, en cuanto llegaron a su destino, Ana dejó que su memoria muscular tomara el control.

Después de lavarse las manos, sacó un par de paños limpios de la mochila y un recipiente de plástico, el cual se dispuso a llenar con agua potable. Entró poco a poco en su elemento, encontrando la calma en la rutina a pesar de hallarse a solas con el chico que tanto le gustaba; tenía una meta en mente, y no iba a permitir que sus nervios la arruinaran. Para terminar, vertió un poco de jabón neutro en el bote y entonces, tras indicarle a Gavi que tomara asiento sobre uno de los banquillos del vestuario, se preparó para empezar.

—Coge esto —murmuró la rubia, dándole uno de los dos trozos de tela. Solo entonces, reparó en la mirada confundida de Pablo, quien la observaba con ojos curiosos—. Apriétalo si te arde, ¿vale?

—¿Y... para qué sirve?

—Para distraerte —explicó, dedicándole una pequeña sonrisa antes de apartar la mirada. Seguidamente, remojó el segundo paño en la mezcla de agua y jabón y, tras tomar una profunda bocanada de aire, tomó asiento al lado del sevillano, posando la tela mojada sobre el feo raspón que descansaba en su rodilla derecha—. ¿Duele?

La chica levantó ligeramente la cabeza, tratando de comprobar su reacción; todavía le costaba acostumbrarse a verlo directamente a los ojos sin que su rostro ardiera en llamas, pero quería asegurarse de que no estuviera incómodo. Cuando Pablo sacudió la cabeza, se dispuso a seguir limpiando la zona, con los labios curvados en una sonrisa satisfecha.

El silencio se apropió de la estancia durante los siguientes minutos.

Ana pensó que se sentía extrañamente... cómodo, ligero. A pesar de que normalmente le costaba mantenerse callada, pues solía aprovechar hasta la más mínima oportunidad para poder hablar, el compás de sus propios latidos—más suave y templado que antes—le brindaba tranquilidad. Se dedicó cuidadosamente a quitar los rastros de sangre y suciedad que manchaban la piel del sevillano, mordisqueando su labio inferior en aquel gesto inconsciente al que solía recurrir cuando debía concentrarse.

Mientras no hablasen, al menos podía pretender que Pablo era simple y llanamente el amigo de su hermano, que no había ninguna emoción de por medio—que no despertaba huracanes y tormentas en su estómago, que no era el primer chico que le había enseñado a sentir algo más que cariño fraternal. Aquella no se trataba de la primera vez que interactuaban—aunque lo cierto era que apenas habían hablado—, pero sí la primera en la que se hallaban totalmente solos, sin Marcos o un campo de fútbol de por medio.

, fingir era divertido. Le quitaba un peso de encima, hacía las cosas más fáciles... Lástima que Ana nunca hubiera sido capaz de tragarse sus propias palabras.

Pero, ¿quién podía culparla? De pronto, sentía que tenía cientos de posibilidades en la palma de su mano: miles de preguntas, maneras de conocerlo más allá del chico que veía jugar desde la grada. ¿Cómo se suponía que debía quedarse callada, si lo único que quería era escucharlo?

—A veces... a veces siento que todos van a por ti.

Acabó soltando lo primero que se le vino a la mente, aferrándose a uno de los tantos temas de conversación que revoloteaban como abejas entre las paredes de su mente.

Su corazón dio un vuelco mientras esperaba una respuesta. Sabía que no podía seguir manteniendo la mirada puesta sobre las rodillas de Gavi, que le tocaba avanzar y limpiar la herida que tenía en el pómulo. Así pues, el celeste de sus iris acabó mezclándose con el color caramelo de los de Pablo; recordó lo mucho que le gustaban sus ojos, lo bonitos que eran aquellos destellos verdosos que solo aparecían alrededor de sus pupilas bajo la iluminación correcta.

Ana no tuvo que decir nada más—la expresión del sevillano le confirmó que había entendido exactamente a qué se refería. Partido tras partido, era cada vez más evidente que los entrenadores de los equipos contrarios iban tomando nota sobre la importancia de mantener al número diez del Infantil A de La Masia controlado, así que siempre había al menos un jugador encargado de marcarlo individualmente.

Aquello no era una novedad, pero le parecía injusto que Gavi tuviera que ser uno de los pocos jugadores que debía luchar con todas sus fuerzas para poder mantener el balón, y todavía le costaba asumir que el fútbol funcionaba de esa manera. Aun así, y a juzgar por el vestigio de travesura que apareció el semblante de Pablo, estaba claro que a él no parecía molestarle.

—Estoy acostumbrado. —Gavi encogió los hombros, restándole importancia al asunto. Sus comisuras se elevaron con un claro deje de osadía, de determinación y valentía en su estado más puro—. Puedo con ellos.

La rubia tuvo que aguantar una carcajada tras escuchar su respuesta. «Por supuesto», pensó, sacudiendo la cabeza con diversión. «Típico de Pablo».

Su hermano siempre decía que Gavi era un amante de los retos—que, mientras más difíciles eran, más le gustaban. Ana, por su parte, estaba cada vez más segura de que aquello era completamente cierto.

—Lo sé —respondió entonces, incapaz de ocultar su sonrisa.

Cuando Pablo le devolvió el gesto, sintió que el vestuario se llenaba de corazones imaginarios. El efecto tan solo duró un par de segundos, pero fue suficiente para dificultarle la tarea de concentrarse en el rasguño que manchaba la mejilla de Gavi. A pesar de ello, no tardó en ponerse manos a la obra, acercándose lo justo y necesario para poder retirar la suciedad acumulada en su pómulo.

Limpió el hilillo de sangre seca que le manchaba la piel, hasta que no quedó ni un rastro. Se fijó también en el diminuto corte que antes no había notado en su ceja, dando suaves toques sobre la superficie de la herida para evitar hacerle daño. Tras prepararse mentalmente y pedirle permiso con la mirada, se dispuso a poner una tímida mano en el hombre del sevillano, forzándolo a mantenerse quieto cada vez que trataba de removerse en su lugar.

Habiendo repetido aquel proceso tantísimas veces en el pasado, con Marcos en la misma posición que ahora ocupaba Pablo, sus movimientos eran expertos, fluidos, casi mecánicos. No obstante, la realidad era ligeramente diferente: Ana aguantó la respiración durante todo el proceso.

Creía que, si no lo hacía, el chico sería capaz de leer sus pensamientos.

En un intento por controlar sus nervios, se repitió mentalmente que los ojos de Gavi no estaban escaneándole el rostro con aquella curiosidad que tanto lo caracterizaba, que su corazón no revoloteaba de tan solo pensar en que el mismo niño que destetaba que cualquiera que no formara parte de su familia tocara sus heridas le estaba permitiendo acercarse sin poner ningún pero.

Y entonces, justo cuando empezaba a sentir que sus latidos recuperaban un ritmo estable, Pablo volvió a hablar.

—¿Cuál es tu jugador favorito?

La pregunta la forzó a detener sus movimientos.

Soltó el hombro de Pablo. Parpadeó unas cuantas veces, asegurándose de que el chico realmente hubiera abierto la boca, de que no fuera parte de su imaginación.

Él dejó escapar una risita ante su reacción.

Ana quiso esconderse debajo de una piedra.

—De nosotros —especificó Gavi, habiendo notado su confusión. Seguidamente, volvió a insistir—. ¿Cuál es tu favorito?

La respuesta era más que obvia. Arañaba las paredes de su mente, las de su pecho y las de su estómago, luchando por salir.

Cuando el Infantil A de La Masia jugaba un partido, había un único chico en el que Ana podía—y quería—fijarse.

«», gritaba su conciencia, pero admitirlo en voz alta no era una opción.

Se relamió los labios, tratando de erradicar la repentina sequedad que se había apoderado de su boca por culpa de los nervios: —¿Para qué necesitas saber eso?

—Curiosidad —contestó el sevillano con franqueza, sin rodeos, como si fuera algo obvio—. Es que siempre vienes a vernos jugar... Tiene que haber una razón por la que no te aburres.

—Vengo por Marcos. —Aunque la voz de Ana salió en un murmullo, se las arregló para enarcar una ceja, continuando con un deje de sorna—. Además, a las chicas también nos gusta el fútbol, Pablo. No me aburre.

—Ya, si eso es obvio, pero... —Sus iris chispearon, víctimas de aquella curiosidad que había mencionado. Apareció además un destello de travesura en su semblante, un vestigio palpable tras el halo de luz que le rodeaba las pupilas—. Marcos es tu hermano; él no cuenta.

La insistencia del sevillano no le hacía ningún bien a su pobre corazón, el cual saltaba nervioso y desbocado. Sabía que Pablo jamás se rendía en el campo, mas parecía ser que tampoco lo hacía fuera de él.

Era evidente que no pensaba parar hasta encontrar la respuesta que estaba buscando.

Así pues, mientras soltaba un suspiro tembloroso, Ana decidió que al menos podía refugiarse en el bote de antiséptico que seguía guardado en su mochila. Se dispuso a sacarlo, ganando tiempo antes de tener que volver a enfrentarse a los atentos ojos de Pablo. Una vez con el objeto en mano, vertió un poco en el extremo limpio del paño para terminar de desinfectar sus heridas.

Apenas encontró las agallas suficientes para volver hablar tras centrarse una vez más en el raspón de la mejilla de Gavi, pero finalmente lo consiguió.

—Adivina —lo retó por lo bajo.

—¿Fermín? ¿Toni? ¿Aleix? —Pablo lanzó nombres al aire; mencionó algunos otros miembros del equipo, pero la chica sacudió la cabeza en cada ocasión. La impaciencia del sevillano se hacía más evidente conforme las opciones se iban agotando, hasta que por fin esbozó un pequeño puchero—. Va, dímelo.

En un desesperado intento por ganar confianza, los dedos de la rubia se aferraron con más fuerza a la tela del paño. Pablo se había apartado, obligándola a pausar la tarea de desinfectar la herida de su pómulo, y Ana no pudo hacer otra cosa más que devolverle la mirada, luchando contra el calor que le consumía el rostro.

Mentir no era uno de sus talentos, y la mera opción de decir el nombre de cualquier otro miembro del equipo con tal de tragarse la vergüenza y ocultar la realidad era suficiente para revolverle el estómago.

Recordó entonces lo que sus padres le habían inculcado desde que tenía uso de razón: la verdad siempre sería el camino correcto, el menos enrevesado y, además... una parte de ella—la más ilusa e inocente—quería que Gavi supiera que era él quien atrapaba sus ojos en el campo.

Quizás, solo quizás, podría darle una pequeñísima pista de lo que sentía por él si decía su nombre. Tal vez podría analizar su reacción, descubrir si aquella idea lo molestaba, lanzarse a la piscina sin realmente tener que mojarse.

Tuvo que tomar una profunda bocanada de aire, armándose de valor antes de poder contestar.

—Mi favorito es el número diez —habló en un hilo de voz, incapaz de contener una risilla nerviosa.

Diez. El dorsal de Gavi en el Infantil A.

Sintió que se le escapaba el aliento cuando las comisuras de Pablo se curvaron ante su respuesta.

El color miel de sus iris se fundía etéreamente con las luces del vestuario, y entonces hinchó el pecho como si estuviese orgulloso, en un gesto similar al que solía hacer cada vez que le ganaba a Marcos en alguno de aquellos partidos amistosos que jugaban fuera de sus jornadas de entrenamiento en La Masia.

—Pues... —murmuró el chico, todavía sonriente—. Tienes buen gusto.

No hizo falta nada más.

Aquella respuesta fue más que suficiente para que Ana quedara prendada, completamente encaprichada. Pómulos tensos, rígidos ante el peso de su propia sonrisa; mejillas rojas como cerezas, un festival de emociones en la boca de su estómago.

La sensación fue aún más abrumadora cuando terminó de atender las heridas de Gavi—cuando el chico le agradeció por su ayuda, y cuando afirmó que Marcos tenía razón: con ella, estaba en buenas manos.

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𝟐𝟐 𝒅𝒆 𝒔𝒆𝒑𝒕𝒊𝒆𝒎𝒃𝒓𝒆, 𝟐𝟎𝟐𝟔
𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚
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Enterró la cuchara en el bote de helado, frustrada hasta la médula. Ni siquiera el sabor a vainilla parecía ser suficiente para alegrarle la tarde.

El azúcar le supo amargo desde el primer bocado.

Pasar el día entero pegada a la pantalla de su portátil no era el plan que Ana Espinosa tenía en mente cuando se enteró de que estaría sola en casa durante todo el fin de semana. Sus compañeras de piso—una chica española que había conocido tras llegar a Londres y una británica con la que estudiaba en la universidad—le habían informado que no volverían al apartamento hasta el lunes siguiente: la primera había viajado a Madrid, su ciudad natal, para pasar tiempo con su novio, mientras que la segunda iba a quedarse unos días en casa de su respectiva pareja.

Tan pronto como recibió la noticia, pensó que aquella sería una excelente oportunidad para pasar un tiempo con Hugo.

El chico le había prometido que por fin podría ir a visitarla tras dos meses de rodaje extensivo para la nueva serie en la que estaba trabajando, y Ana había pasado la semana entera pensando en planes, ideas para sorprenderlo, recetas que cocinar en casa para no tener que salir a la calle y correr el riesgo de encontrarse con algún paparazzi que pudiera arruinarles la noche. No obstante, cuando recibió otra llamada de su novio aquella misma mañana, explicándole que no podría volver a Londres hasta dentro de unos días más, sintió que el mundo se le venía encima.

Llevaban un año de relación, así que por supuesto que se había acostumbrado a estar lejos de él durante largos períodos de tiempo. Ambos tenían sus propias vidas, y la distancia nunca había sido un problema para ella, pero tampoco podía negar que, en algunas ocasiones—y sobre todo en los últimos tres o cuatro meses—, se sentía extrañamente... sola.

Ana siempre pensó que Londres era una ciudad preciosa a pesar de sus cielos nublados y ventiscas helados, mas una parte de ella empezaba a añorar la calidez de Barcelona, los bares de tapas, su familia y amigos. Para rematar, estaba cursando su tercer y penúltimo año de carrera y, si quería empezar a labrarse un futuro, necesitaba hacer prácticas laborales, así que llevaba la tarde entera rebuscando en cada rincón de internet, tratando de encontrar alguna empresa que estuviera dispuesta a contratar a estudiantes sin experiencia; sabía bien que no había tomado un camino fácil cuando decidió estudiar Comunicación Audiovisual en Inglaterra en vez de apostar por una carrera más estable, pero, hasta entonces, los riesgos nunca se habían sentido tan reales.

Estaba cansada, desmotivada—perseguida por una infinita sensación de incomodidad, la cual tomaba la forma de un nudo en la base de su garganta. Como si le faltase algo, como si hubiera un vacío en su pecho.

Y tal vez lo peor de todo era que no lograba encontrar el motivo exacto por el cual se sentía de aquella manera.

Había supuesto que quizás la presencia de Hugo la ayudaría a desconectar, a recuperar la chispa; sin embargo, incluso antes de que el pelinegro la llamase para darle las malas noticias, una parte de ella presentía que aquello no sería suficiente, que la ausencia de su novio no era lo que la estaba afectando.

Necesitaba una sensación de pertenencia, los cálidos abrazos de su madre, la comida de su abuela... tal vez algo más.

Finalmente, fue Kira, la gata de una de sus compañeras de piso, quien por fin la forzó a apartar la mirada de la pantalla de su ordenador. El animal se había subido al sofá, abandonando su carácter arisco para buscar un hueco en el regazo de Ana. Se abrió paso sin ningún tipo de cuidado, pisó las teclas del portátil y, sin siquiera intentarlo, se las arregló para cerrar cada una de las pestañas que la rubia había estado ojeando en las últimas horas.

Soltando un suspiro pesado, Ana decidió tomarlo como una clara señal de que debía tomarse un descanso.

—Al menos te tengo a ti —le murmuró a la gata, dibujando una pequeña sonrisa cuando se acurrucó sobre la tela de su sudadera.

Dejó que una de sus manos se perdiera en el pelaje grisáceo de Kira; se quitó las gafas con la otra, dejándolas sobre la mesilla que se encontraba delante del sofá. Evaluó la idea de echarse una pequeña siesta antes de seguir con su búsqueda, pero entonces, justo cuando se disponía a cerrar los ojos, su móvil empezó a vibrar, anunciando una videollamada entrante.

No dudó ni un segundo en contestar tras ver el contacto de su mejor amiga reflejado en la pantalla.

En cuanto se topó con el rostro de Nora, los labios de Ana se curvaron en la primera sonrisa sincera del día.

—¡Nora! —saludó, con la cara iluminada ante la posibilidad de hablar con ella, de despejarse durante algunos minutos. Sabía bien que su amiga tenía una vida ajetreada, pues se estaba preparando para dar una serie de conciertos importantes en varias ciudades de España; creía que no podría hablar propiamente con ella en los próximos días, así que su llamada era una grata sorpresa—. Pensaba que estarías ensayando.

Estaba ensayando. Acabo de salir del estudio y lo único que me apetece ahora mismo es tumbarme en la cama. —Las comisuras de la morena se curvaron en una sonrisa cansada. Aun así, no tardó en alertarse, frunciendo el ceño antes de continuar—. Y yo pensaba que a estas horas ya estarías con Hugo... ¿Qué haces en casa?

«Mierda», la rubia maldijo mentalmente, apretando los labios en una fina línea. Pausando las caricias que había estado dejando en el lomo de Kira, deseó que la llamada se cortara durante unos cuantos segundos para poder inventarse una excusa, pero estaba claro que no tenía escapatoria.

Mientras veía andar a Nora a paso rápido por las calles de Barcelona, decidió que lo último que quería era molestarla con sus propios asuntos: —No ha podido venir —contestó en voz baja, optando por ahorrarse los detalles.

No le extrañó que la respuesta de su amiga consistiera en un bufido indignado; después de todo, Nora siempre había manifestado un claro desacuerdo con muchas de las actitudes de Hugo y, aunque respetaba las decisiones de Ana, le costaba ocultar su desagrado.

—Nora... Ya sabes que está trabajando —le recordó—. Tú más que nadie deberías entenderlo.

Y aquella no era ninguna mentira: Nora Crespo y Hugo Maturana compartían profesiones similares. Como cantante emergente, la morena conocía lo que era verse obligada a pasar horas extras en el estudio de grabación, tener que viajar y pasar más tiempo del deseado fuera de su hogar. Además, la pareja de su amiga era uno de los jugadores más importantes del Barça y la Selección Española; aunque eran felices, aunque se aferraban el uno al otro cada vez que estaban juntos, las circunstancias también los separaban en muchas ocasiones.

¿Que si Pedri González movía mar y tierra con tal de ver a su novia? ¿Que si cogía vuelos a diestra y siniestra para poder acompañarla cuando estaba fuera de Barcelona? , aquello también era cierto, por no mencionar que la morena tampoco se quedaba atrás, buscando mil y un formas de asistir a los partidos del chico.

Mientras Ana se encontraba sola, con su pareja fuera de Londres, Pedri y Nora hallaban la manera de estar cerca del otro.

A pesar de ello, quería pensar que su situación con Hugo no era tan distinta. Tal vez su novio no podía visitarla con tanta frecuencia, pero Ana había llegado a la conclusión de que todas las parejas eran diferentes, de que cada una sobrellevaba las cosas a su manera. El simple hecho de que ese día se hallase un pelín desanimada por el cambio de planes no significaba que no estuviera contenta con la dinámica que habían formado a lo largo de los meses.

—Yo no he dicho nada —refutó la morena.

—Pero lo has pensado.

—Y aun así no he dicho nada.

Finalmente, y a pesar del peso oculto tras las respuestas de Nora, la tensión se disipó en cuanto Ana le enseñó su dedo corazón. Ambas rieron y, sin necesidad de palabras, llegaron a un mutuo acuerdo: evitar el tema de Hugo.

Surgió un silencio ligero, una pausa que Ana aprovechó para calmar la presión acumulada en su pecho. No obstante, justo cuando se disponía a seguir la conversación, notó que el semblante de su amiga había cambiado.

Nora no era una chica expresiva—a veces le costaba mostrar sus emociones, a pesar de que había mejorado con el paso de los años—, pero era evidente que su expresión se había tornado seria, que la curvatura de sus cejas cargaba un claro matiz de preocupación.

—Ana... Tengo que contarte algo —sentenció entonces, antes de que la rubia pudiera decir nada—. Algo importante.

Sus alarmas se dispararon al instante. Se enderezó en su asiento, sujetando el móvil con más de fuerza de la necesaria: —¿Qué... qué pasa?

—Subo al coche y te digo, ¿vale?

No tuvo otra opción más que asentir, mordisqueando el interior de su mejilla mientras veía a Nora dar unos cuantos pasos más, hasta llegar a su destino. Jugueteando con el delicado colgante de oro que descansaba entre sus clavículas, la rubia se forzó a recordar que no debía hacer suposiciones antes de que su amiga empezase a hablar.

Tras un par de segundos más, la morena abrió la puerta de un vehículo que Ana no tardó en reconocer. Seguidamente, se dejó caer en el asiento del copiloto, soltando un suspiro aliviado justo después de cerrar la puerta, y entonces la pantalla se tiñó de negro, como si de pronto hubiese algo bloqueando su cámara.

Cuando la rubia escuchó el sonido de lo que parecía ser un beso corto, supo exactamente quién era el obstáculo.

—Te he echado de menos.

Identificó la voz de Pedri al otro lado de la línea. El canario habló en un murmullo bajo, íntimo y dirigido exclusivamente a la morena, a la chica que lo había vuelto loco durante casi cinco años.

Los meses pasaban, Ana ni siquiera era capaz verlos a través de la pantalla y, aunque de repente volvía a sentirse como la misma sujetavelas que había estado junto a ellos desde el comienzo de su relación, no pudo evitar sonreír ante la muestra de afecto.

—Pero si nos hemos visto esta mañana...

Por eso mismo —insistió él—. Te he echado de menos.

A la rubia no le costó visualizar la sonrisa ladeada que Pedri seguramente le estaba dedicando a su novia. La imagen mental era tierna, sincera, y cualquier romántica empedernida habría hecho todo lo posible con tal conservarla en su mente; sin embargo, en ese instante, Ana parecía haber olvidado lo mucho que le gustaba el romance.

Se reprendió a sí misma por lo que estaba a punto de hacer, pero es que se veía incapaz de dejar pasar por alto el hecho que su amiga quería decirle algo importante. La curiosidad la estaba carcomiendo por dentro y sabía que, si no los interrumpía a tiempo, los encantos de Pedri harían que Nora olvidara que se encontraba en medio de una videollamada.

—Chicos, —Ana carraspeó—, estoy aquí.

Sus palabras fueron suficientes para que el rostro de Pedri finalmente apareciera en la pantalla.

Incluso a kilómetros de distancia, Ana podía notar que el semblante del canario estaba cubierto por una expresión embobada, de esas que solo aparecían cuando Nora estaba cerca: los ojos brillantes, las facciones relajadas, el deje de pillería que lo hacía lucir como un niño travieso a pesar de que habían pasado un par de años desde que empezó a dejarse crecer ligeramente la barba.

—¿Cómo estás, Anita? —saludó el futbolista, empleando el apodo que le había asignado años atrás.

Seguidamente, Pedri se dispuso a colocar el móvil en el soporte que meses atrás había enganchado en la rejilla del aire acondicionado del coche, para que Nora pudiera hablar más fácilmente con Ana mientras él conducía. Con la cámara en aquella posición, la rubia alcanzaba a ver tanto a la cantante como al futbolista.

Enarcó una ceja, observándolos con diversión: —No tan bien como vosotros, por lo que veo.

Nora puso los ojos en blanco al escuchar la risa de la rubia, pero fue incapaz de ocultar una pequeña sonrisa; el chico, por su parte, carcajeó junto a ella.

No obstante, en cuanto las risas cesaron, Ana notó que la expresión del canario cambiaba—que sus comisuras caían mientras se pasaba una mano por la nuca, que su sonrisa se tornaba rígida.

Compartió una mirada con su novia, cuyo rostro pasó a reflejar al de Pedri: —¿Se lo has dicho ya?

Aunque el chico dirigió sus palabras a Nora, Ana sintió que su estómago daba un vuelco. Incluso a través de la pantalla, podía palpar la tensión que se había desatado en el ambiente.

—No, todavía no me lo ha dicho. —Con la paciencia colgando de un hilo, fue ella quien respondió por su amiga—. Chicos, me estáis preocupando. ¿Es... es algo malo?

—No, no, qué va —le aseguró la morena, esbozando un intento de sonrisa tranquilizadora; aun así, Ana notó que se trataba de en gesto era forzado. Mientras tanto, Pedri arrancó el coche, conduciendo en silencio—. Me dijiste que estabas buscando trabajo, ¿no? ¿Algún sitio donde hacer las prácticas? —La rubia asintió, frunciendo el ceño en confusión. Nora suspiró, como si estuviera buscando las palabras correctas antes de continuar—. Pues... resulta que el Barça te tiene una oferta.

Sus músculos se congelaron, enderezó la espalda de manera instintiva.

Si antes estaba tensa, vibrando como en su lugar como una maraña de nervios, ahora se hallaba completamente rígida, convertida en una estatua de piedra. Incluso Kira pareció percibir el cambio en su postura, optando por bajar de su regazo tras notar la pesadez que la envolvía.

Y es que los recuerdos bombardeaban su mente—tan solo podía pensar en el tiempo que pasó trabajando como parte del equipo de redes sociales del Barça. Permanecían como memorias distantes, tan dulces como amargas... memorias que normalmente se negaba a visitar. En los últimos años, se había alejado completamente del club, tan solo enterándose de sus principales triunfos y derrotas por medio de su hermano, de Pedri o los pocos jugadores con los que todavía mantenía el contacto.

No recordaba el momento exacto en el que decidió bloquear todas y cada una de las redes sociales del Barça, pero sí sabía que el cambio había sido drástico. De la noche a la mañana, había dejado de ver los partidos que tanto le gustaban desde que era pequeña, e incluso llegó a pedirle a Marcos—quien seguía enamorado del Barça—que por favor no le hablara de fútbol cada vez que la llamara.

Creía estar satisfecha con su decisión, pero la molesta vocecita de su conciencia se empeñaba en repetir que era una cobarde—que cortar lazos con el club que había acogido a su hermano durante años, antes de que se lesionara y tuviese que abandonar el fútbol, era una decisión inmadura. Sin embargo, después de que cierto sevillano se encargara de aplastarle el corazón... lo que menos quería era correr el riesgo de verlo en la tele, en el móvil o en las noticias, siempre vestido de azulgrana.

Ya había tenido suficiente con encontrárselo aquella noche en Sevilla, hacía ya varios meses... No, no le apetecía volver a verlo, ni siquiera a través de una pantalla.

El Barça —murmuró, todavía incrédula. El nombre del club pesaba en su boca, como si llevase décadas sin pronunciarlo en voz alta.

—Sí, el Barçareiteró la morena—. Quieren que dirijas un documental para el club.

¿El Barça quería que ella, una estudiante con apenas experiencia, dirigiera un documental?

—Es... es coña, ¿no?

—No, no es coña —intervino Pedri, echándole un rápido vistazo a la cámara antes de volver a centrarse en la carretera—. Laporta y el míster están seguros de que eres la persona correcta. El club nunca tuvo quejas cuando trabajaste con nosotros, vieron tus últimos proyectos y les han encantado. Tengo entendido que te están preparando una propuesta oficial, pero queríamos darte un adelanto.

La rubia se frotó los ojos, asegurándose de que seguía despierta. Seguidamente, soltó una carcajada ansiosa: —Joder... Es que no sé ni qué decir.

Hubo una pausa, un momento de silencio en el que Ana solo pudo escuchar el repiqueteo de sus propios latidos.

La posibilidad de trabajar en un proyecto para un club de fútbol tan importante parecía un... un maldito sueño. Tener su nombre asociado al del Barça—y esta vez de verdad, no solo como miembro del staff de redes sociales—era algo que, sin lugar a dudas, podría abrirle las puertas a cientos de oportunidades laborales.

Aceptar una oferta como aquella debía ser una decisión fácil, de eso no había duda. No obstante, aunque separó los labios en un intento por volver a hablar, nada salió de su boca.

Tenía la mente en blanco.

—Ana... —La voz de Nora volvió a captar su atención. Cuando se topó con la expresión severa de su amiga, sintió que el corazón le latía con más fuerza—. Hay algo más.

La rubia no fue capaz de contener un bufido sarcástico: —¿Más?

Otra pausa. Otro instante de tensión. La anticipación la carcomía por dentro, erizándole la piel, y el hecho de que tanto Nora como Pedri estuviesen titubeando antes de hablar tan solo empeoraba las cosas.

—El documental será sobre Gavi.

De pronto, sintió unas inmensas ganas de chillar contra su almohada.

«Me tienen que estar jodiendo...»

Las palabras de Nora le llenaron la boca de amargura, tanto así que tuvo que apartar la mirada con la mandíbula apretada, buscando una salida; la mayor, sin embargo, pareció leer sus intenciones antes de que pudiese encontrar una ruta de escape.

—Que ni se te ocurra colgar, Ana —sentenció—. Al menos termina de escucharme.

Su voz salió en un murmullo, asfixiada por el nudo que le ataba la garganta: —Prometimos que no volveríamos a hablar sobre él...

—Lo sé, lo entiendo y... y eso hemos hecho hasta ahora, pero es que esto es diferente. —El tono de Nora adquirió un deje de empatía, de suavidad, como si estuviese pidiéndole perdón por romper el juramento que habían hecho años atrás. Aun así, Ana pudo notar que también hablaba con urgencia, que lucía casi consternada, y entonces, antes de que pudiera cuestionar el porqué de su extraña actitud, la chica continuó—. El club quiere venderlo.

Venderlo.

¿Vender... vender a Gavi? ¿El mismo chico que lo daba todo por el Barça desde que entró a La Masia? ¿El que se dejaba el alma en el campo? ¿El sevillano de sangre blaugrana?

Aquello no tenía ningún sentido.

Sintió que se le escapaba el aire, que el tiempo se congelaba. Sin importar lo que había pasado entre ambos, sin importar todo lo que Pablo la había hecho sentir, no podía imaginárselo con otros colores que no fuesen los del Barça.

Comprendió entonces, al volver a fijar la mirada en la pantalla, que la noticia también afectaba a su amiga.

En un gesto reconfortante, Pedri había posado una mano sobre el muslo de Nora, cuya expresión reflejaba impotencia en estado puro. Ana sabía lo importante que era Gavi tanto para el futbolista como para la morena, a pesar de que el nombre del sevillano fuese un tema prohibido en sus conversaciones; no le extrañaba que ambos lucieran tan insatisfechos.

Además, estaba completamente segura de que nadie en su sano juicio se hallaría conforme con la idea de deshacerse de un jugador como Gavi.

La pareja compartió una mirada, una de aquellas conversaciones silenciosas que solo ellos sabían entablar. Pedri le dedicó un suave asentimiento a la chica, y Ana comprendió que aquella era su manera de decirle que él podía tomar las riendas por ella, que no dejaría que lo hiciera sola.

Por un instante, lucieron tan unidos, tan compenetrados, tan dispuestos a darlo todo el uno por el otro que Ana no pudo evitar cuestionarse si alguna vez Hugo la había mirado de aquella manera.

Pedri soltó un suspiro pesado, apretando su agarre sobre el volante: —No te has enterado, ¿verdad?

—No —murmuró la rubia. Se aclaró la garganta, notando que su voz pendía de un hilo—. No, no sé nada.

El canario tomó una profunda bocanada de aire, como si necesitara prepararse antes de continuar. Llevaba el corazón en la manga, sentimientos cargados en una sola mirada: una mezcla de rabia, frustración y tristeza, combinado con un toque de lástima.

Ante aquella imagen, los nervios de Ana no hicieron más que aumentar.

—Gavi se lesionó hace casi tres años —comenzó de golpe, sin advertencias ni introducciones, y la rubia sintió que su sangre se helaba, que dejaba de correr por sus venas—. Fue una rotura del ligamento cruzado anterior y una fractura de menisco, tuvieron que operarlo... Se perdió una temporada entera. —El muchacho enarcó una ceja, dedicándole una mirada a través de la pantalla—. ¿Te suena?

No pudo hacer otra más que sacudir la cabeza, con la boca seca y la garganta cerrada.

No sabía ni qué decir.

Había bloqueado a Gavi de todos lados cinco meses después de llegar a Londres, cuando por fin ganó el coraje suficiente para tratar de dejarlo en el pasado. No lo seguía en redes sociales, y no solo evitaba las noticias del Barça, sino que también todo tipo de canales deportivos y conversaciones relacionadas con el mundo del fútbol. Vivir fuera de España le había facilitado la tarea de permanecer en la ignorancia, y sabía bien que Pablo había cambiado a raíz del encuentro que habían tenido aquel mismo verano, pero... nunca pensó que se había perdido de algo tan jodidamente grave.

Por supuesto que Ana no era una deportista de élite, pero sabía bien lo que era sufrir de una lesión... Al fin y al cabo, su hermano había tenido que abandonar sus sueños de ser futbolista por culpa de una.

Una fractura de tibia había sido la responsable de cambiar la vida de Marcos cuando el chico tan solo tenía catorce años: abandonó La Masia al no sentirse cómodo jugando incluso después de su recuperación, y el proceso de duelo—la pérdida del deporte que tanto adoraba—lo había llevado a distanciarse de su familia, de sus amigos, del fútbol. Tuvo que recibir ayuda psicológica durante varios meses para poder estabilizarse, y, aunque finalmente había encontrado la manera de seguir con su vida, la cicatriz seguía presente.

Así pues, con aquello en mente, no estaba dispuesta a asumir que Gavi hubiese pasado por la misma situación.

No estaba dispuesta a creerlo, ni mucho menos a imaginarlo en una camilla de hospital. Pablo solía darlo todo por el fútbol, y ella estaba completamente segura de que nada sería capaz de llenar aquel espacio en su corazón. Quería pensar que la recuperación había sido rápida, que había vuelto al campo como si nada hubiera pasado, pero... tomando en cuenta que el Barça pretendía venderlo, intuía que las cosas no habían sido tan fáciles.

Recordó entonces una época en particular, hacía casi tres años—aquel par de meses en los cuales apenas había hablado con Nora, meses en que había notado que tanto ella como Pedri lucían... distraídos, apagados. A partir de ahí, no tardó en hilar los hechos: comprendió que quizás aquellos habían sido los primeros días tras la lesión del sevillano, y que sencillamente no le dijeron nada al respecto porque ella misma les había pedido que no mencionasen el nombre de Pablo sin importar el motivo. Marcos tampoco se lo había contado, pero aquello tampoco la sorprendía; Gavi y él habían perdido el contacto con el paso de los años, y Ana ni siquiera sabía si su hermano seguía hablando con el castaño, pues tampoco se había atrevido a preguntarle al respecto.

¿Cómo cojones no se había dado cuenta?

—¿No viste el Mundial?

La voz de Pedri la trajo de vuelta a la realidad. La pregunta no era condescendiente ni mucho menos—se trataba de simple y llana curiosidad, pues tanto Pedri como Nora sabían que Ana se había alejado del mundo del fútbol.

El Mundial de aquel año, 2026. Había tenido lugar entre abril y mayo, con sede en México, Estados Unidos y Canadá. La rubia tan solo sabía que las calles de Londres se habían vuelto locas tras la victoria de Inglaterra, que España había vuelto a ser entrenada por Luis Enrique Martínez y que la Roja había llegado a cuartos de final, pero poco más.

—Algún partido, sí —respondió tras unos segundos—. No vi a Gavi en el campo.

—Eso es porque apenas jugó. Fue convocado, pero no se concentraba en los entrenamientos. —El canario bufó, aparentemente indignado—. La prensa iba detrás suya; era coger el móvil o encender la tele y ver críticas por todos lados.

—Pero... pero para ese entonces ya tendría que haberse recuperado. —La rubia frunció el ceño, buscando cualquier forma de rebatir lo que Pedri estaba insinuando. El fútbol solía ser un tema vital en el hogar de la familia Espinosa, así que por supuesto que había escuchado sobre la gravedad de la lesión que había sufrido el sevillano, pero estaba convencida de que Pablo era el tipo de persona que era capaz de sanar en el menor tiempo posible—. No le dieron suficientes minutos, ¿verdad? ¿Fue eso? Seguro que habría callado muchas bocas si hubiera tenido tiempo y...

Ana, —la interrumpió Nora, dedicándole una mirada apenada—, fue él quien no quiso jugar.

Silencio.

Un latido, dos latidos...

El tercero sonó roto.

—El mismo día que anunciaron la convocatoria, nos dijo que no podía formar parte de la Selección, que no quería perjudicar al equipo, pero ya conoces a Luis Enrique —continuó el canario con un tono de voz más suave, pero también frustrado. Ana, por su parte, ni siquiera quería atreverse a ver la pantalla; creía que, si lo hacía, todo se volvería más real—. No le dejó renunciar, al menos no del todo.

—El Gavi que conozco no se hubiera rendido tan fácilmente.

«Conocía», corrigió su conciencia. El Gavi que solía conocer.

—A veces pensamos que ese Gavi se quedó en el quirófano.

Fue Nora quien intervino esta vez, con las comisuras estiradas en una sonrisa amarga, irónica, tratando de ocultar lo mucho que aparentemente la afectaba aquel tema. Posteriormente, tras soltar otro de aquellos suspiros pesados, su expresión se tornó más firme.

La pantalla del móvil no hacía nada para rebajar la intensidad de su mirada. Nora se estaba asegurando de tener toda su atención y, a pesar de que la rubia tenía la mente completamente dispersa, aunque sentía los párpados pesados y el pecho encogido, se forzó a enfocarse en el rostro de su amiga.

—Escúchame, Ana... —continuó la morena—. Ya sabes lo mucho que vale una reputación en este mundillo, y la suya...—No terminó la frase, sacudiendo la cabeza como si no supiese qué decir—. Solo diré que Gavi no ha vuelto a ser el mismo.

» Ha tomado malas decisiones, y eso le ha pagado factura tanto dentro como fuera del campo.

«Ya lo sé. Sé que no es el mismo. Lo he visto con mis propios ojos», quiso decir, pero en cambio optó por morderse la lengua.

Y es que existía un pequeñísimo detalle: Ana no le había contado a nadie sobre su último encuentro con Gavi.

Había estado tan enfocada en tratar de olvidar aquel tema que ni siquiera se atrevió a sacarlo a la luz. No obstante, para cuando por fin se dio cuenta de que lo había estado omitiendo, comprendió que, si Pedri y Nora no le habían mencionado nada al respecto, era porque el sevillano había seguido el mismo camino, guardando esa noche como si fuera un secreto.

Percatarse de que no se había equivocado al pensar que Pablo lucía diferente, que verdaderamente había algo distinto en su mirada, se sintió como una patada en el abdomen.

Prefería haberse equivocado.

Le habría encantado que le dijeran que Pablo tan solo había tenido un mal día, que estaba cansado o que simplemente no quería hablar. Sin embargo, recordaba la conversación que habían tenido aquella noche: los pequeños detalles, la reacción del chico cuando ella sacó el tema del fútbol, el hecho de que supuestamente estaba volviendo de una fiesta cuando antes apenas salía. Ignorando el hecho de que tal vez solo estaba así por la presencia de Ana—cosa que la rubia todavía no descartaba—, estaba claro que llevaba una estaca invisible clavada en la espalda.

No le extrañaba que aquella estaca probablemente estuviera relacionada con su lesión.

—El club tendría que ayudarlo —espetó entonces, levantándose del sofá a pesar de tener el estómago revuelto. Estaba enfadada, frustrada, y no tenía ni idea sobre cómo reaccionar ante la decisión que quería tomar el Barça; caminar por el salón parecía ser la única opción viable para tratar de drenar todo lo que sentía—. No pueden dejarlo ir tan fácilmente... ¡Venderlo ni siquiera debería ser una opción!

—Si es que tienes razón... Todo esto es una mierda —contestó Nora, pasándose una mano por el pelo en un gesto frustrado—. Lo que pasa es que una parte de la directiva del Barça piensa que seguir contando con él sería una pérdida de dinero. Están hartos de pagar sueldos y psicólogos y, ahora que el club ha mejorado económicamente, no quieren correr más riesgos.

Tras volver a poner una mano en la pierna de Nora, tratando de calmarla, Pedri volvió a intervenir: —Por eso es que Xavi y Laporta han propuesto lo del documental. Creen que esto podría limpiar su imagen —explicó el canario. Ana pudo detectar un deje de desesperación en su semblante, en la manera en la que se aferraba al volante y al muslo de Nora. Era evidente que quería ayudar a su amigo; que se le habían agotado las opciones y que necesitaba encontrar una, fuera como fuera—. Solo sabemos que quieren mostrar la cara más personal de Gavi, hablar de todo lo que ha vivido desde que entró en La Masia y sobre todo después de la lesión. Es un último recurso; si funciona, si el público y la prensa empiezan a verlo con otros ojos... entonces podrá quedarse y seguir trabajando para recuperar su nivel.

—¿Y qué es lo que él quiere? —farfulló la rubia.

—No lo sabemos. Gavi no habla del tema —Nora se encogió de hombros antes de continuar—. De todas formas, creo que nadie puede imaginárselo con otro escudo que no sea el del Barça.

, aquello era algo que nadie no podía negar: era imposible pensar en Gavi sin asociarlo con una equipación azulgrana.

Pero... ¿Y si era al propio Pablo a quien no le importaba marcharse?

—Chicos... Yo no puedo ayudarlo.

Ana suspiró con pesadez, tratando de aliviar el peso imaginario que se había instalado en su espalda.

Las razones eran miles.

Para empezar, sencillamente no sabía cómo hacerlo: jamás había grabado un documental, y estaba convencida de que nadie iba a tomarla en serio por más que contara con la confianza de Xavi y Laporta. Tampoco creía que Gavi estuviese dispuesto a interactuar con ella durante tanto tiempo; a pesar de su falta de experiencia en aquel campo, sabía bien que tendría que pasar muchas—muchísimas—horas con Pablo para poder llevar a cabo un proyecto como ese y, basándose en el breve encuentro que habían tenido en Sevilla, intuía que al sevillano ni siquiera le apetecía escucharla.

¡Ya ni siquiera lo conocía! Por supuesto que no tenía ni la más mínima idea sobre cómo tratar con él.

Quizás era ella quien ni siquiera quería consentir la idea de tener que estar tan cerca suya, sobre todo después de haberse autoconvencido de que no volvería a verlo jamás....

Suficiente había tenido con lo ocurrido en verano.

—Tú lo conoces, Ana —insistió Nora, inclinándose en su asiento para poder acercarse un poco más a la cámara—. Lo has visto jugar desde que estaba en La Masia, sabes lo que el fútbol significaba para él —continuó con urgencia, pero también con convicción—. Si no eres tú, ¿quién más va a ser?

—Alguien con experiencia —contraatacó. Mordisqueó su labio inferior, sintiendo que el pecho le ardía, que las palmas le sudaban—. Alguien a quien Pablo al menos esté dispuesto a hablarle.

Solo se percató de su desliz cuando las palabras terminaron de salir de su boca.

Cerró los ojos, soltando un suspiro tembloroso.

Había caído en la parte personal, en lo que realmente le estaba dificultando la tarea de aceptar la propuesta del Barça. Y es que no solo sentía que la responsabilidad le quedaba demasiado grande, sino que tampoco quería volver a plantarse en la vida de Gavi cuando él ya le había demostrado que no la quería cerca.

Era plenamente consciente de que Pedri y Nora se habían quedado callados, de que le tocaba seguir. Fue difícil, pero por fin encontró la valentía suficiente para poder abrir los ojos.

—Os aseguro que no me quiere ver ni en pintura —comenzó en voz baja, caminando hasta al sofá para finalmente volver a sentarse—. Y yo... yo tengo cosas que hacer. Ni siquiera sé si mi universidad me contaría ese supuesto documental como prácticas, y no puedo irme a Barcelona y perder el curso entero. —Se dejó caer contra el respaldo del sofá, completamente rendida—. Es... es demasiado.

—Solo... piénsatelo, por favor. —Nora habló con un deje de culpa, como si realmente no quisiera abrumarla; sin embargo, era evidente que tampoco estaba lista para tirar la toalla—. Somos adultos. Podéis llevar una relación profesional y nada más que eso. No tendréis que hablar de otra cosa que no sea el documental y... y si Gavi se porta como un gilipollas, Pedri y yo nos encargaremos personalmente de que entre en razón.

Las comisuras de Ana acabaron curvándose ante sus últimas palabras. Fue una sonrisa momentánea, pero sincera; sabía bien que podía contar con Pedri y Nora para lo que fuera, y el simple hecho de tener esa certeza al menos era... reconfortante.

Aun así, tampoco podía olvidar que ellos dos habían sido de todo menos profesionales. ¿Cómo olvidar que lo suyo empezó como una relación falsa, un acuerdo formal para desviar la crítica atención de los medios de la Roja durante el Mundial de 2022? La propia Nora había hecho de todo con tal de no caer en las redes del canario, pero finalmente habían terminado enredados, perdidos el uno en el otro.

Por esa razón, Ana estuvo tentada a decirle a su amiga que no tenía las capacidades necesarias para hablar de "relaciones profesionales" después de todo lo que había pasado, mas no optó por no decir nada al respecto.

Al menos tenía la certeza de que entre Pablo y ella no podía pasar nada parecido. En el hipotético caso de que decidiese aceptar la oferta del Barça, estaba segura de que ambos acabarían haciendo hasta lo imposible con tal de mantenerse alejados.

Irónico, claro está, pues aquel pensamiento actuaba como un confort para la Ana de ese momento, pero, para la antigua Ana, para la que alguna vez llegó a perder los estribos por Gavi... era una maldita pesadilla.

—Ey, Anita. —Fue la voz de Pedri lo que la forzó a salir de sus propios pensamientos. Al volver a centrarse en la pantalla, se topó con la cálida expresión del canario—Tampoco queremos presionarte. Después de todo lo que pasó... sabemos que esto no es fácil.

—Lo sé —habló en un hilo de voz, forzándose a esbozar una pequeña sonrisa—. Lo sé.

Finalmente, la llamada acabó tras un par de minutos más, después de que el futbolista le informara que el Barça tenía pensado contactar con ella para presentarle una oferta formal dentro de unos días.

Ana les agradeció por haberla ayudado a prepararse mentalmente antes de que la maldita bomba le estallase en la cara. Supo, sin embargo, que el impacto seguiría siendo el mismo cuando recibiera la noticia por parte de Xavi, o Laporta, o... o quien fuera que gestionase esos asuntos en el Barça.

Plantó el móvil boca abajo sobre el sofá tan pronto como presionó el botón de colgar. Se cubrió el rostro con las manos mientras repasaba todo la información que había recibido. No solo le dolía la cabeza, sino que también sentía una extraña punzada atravesándole el pecho, taladrándole las costillas, perforándole el corazón.

¿Qué cojones se suponía que debía hacer ahora?

𓆩 ♡ 𓆪






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oo. ▇ ‧‧ . ༉‧₊˚ 𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆 ... ❜

¡bienvenid@s al nuevo capítulo de «HEARTBURN»!

vale, sé que no hay Gavi del 2026, pero les prometo que se viene en el siguiente capítulo y espero haberlo compensado con el mini Gavi del flashback JAJAJAJA
la historia empezará de verdad a partir del siguiente capítulo, pero veía necesario hacer esta parte para que Ana recibiera la propuesta del documental y también para que tanto ella como ustedes supieran sobre la lesión de Pablo, la cual obviamente juega un gran papel en esta historia. (:

no saben las ganas que tenía de actualizar. pido perdón por la tardanza, pero es que he estado ocupadísima por la universidad. espero que puedan entenderlo. ♡

principalmente, quisiera preguntarles su opinión sobre la implementación de los flashbacks sobre eventos pasados entre Ana y Gavi. ¿les ha gustado? ¿sienten que brindan sentido a la historia? ¿quieren seguir viendo más, o prefieren que me centre más en los eventos de 2026 (año en el que se desarrolla esta historia)?
en principio tengo pensado incluir uno en la mayoría de los capítulos, al menos los iniciales; por otro lado, tampoco tenía pensado seguir una línea temporal específica con los flashbacks (es decir, en algún capítulo puedo incluir uno de 2016 y en otro uno de 2022), pero por eso sería muy importante que lean las fechas especificadas al inicio de cada fragmento.
espero que no hayan tenido dificultades a la hora de leer o para distinguir el paso entre pasado y presente. si les ha parecido que no está bien especificado o les gustaría que cambie alguna cosa, infórmenmelo en los comentarios. ¡!

para mis lectores de «HEARTLESS», ¿qué les parece la participación de Pedri y Nora? jiji. y para aquellos que no hayan leído ese fic, ¿les ha gustado el personaje de Nora y su relación con Pedri?

por último, me encantaría leer sus opiniones sobre este capítulo en los comentarios, así como ideas o escenas que quieren que pasen más adelante entre Ana y Gavi.

recuerdo también que Anita usualmente usa lentillas, pero de vez en cuando lleva sus gafas puestas (como en el gif del principio). dedicado a todas las miopes como yo. (;

y ahora sí, con un beso y un abrazo, me despido.

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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