Prohibido Amarte

Від JAnia88

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Sexto libro de la Saga Londres de Cabeza. ¿Podrán dos personas enseñadas a controlarlo todo dejar de lado sus... Більше

Sinopsis
Personajes Sociedad de las Sombras
Prólogo
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Від JAnia88

Gracias a la contribución de las cortesanas Damien logró localizar el sitio donde tenían retenida a Nastasia y a su hijo. Un avance significado en su guerra contra Elliot.

Ahora lo que le quedaba era materializar sus anhelos. Había encargado a Raphael preparar a su equipo y al armamento. Siete hombres irían con él, todos ellos tenían más de dos años de experiencia en combate.

—Tengan mucho cuidado.—pidió Portia una vez llegaron al vestíbulo. Su ama de llaves también se iría a visitar a su hermana, así que era una despedida doble.—Minerva.

La doncella alzó la vista al oír su nombre.

—Sí señora.—La muchacha dió un paso al frente rompiendo la perfecta fila de sirvientas. Todas ellas se habían reunido para despedirlos.

—No olvides mis recomendaciones.—la mujer paseó su mirada por cada uno de los presentes.—No quiero novedades a mi regreso.

—Así será, mi señora.—respondieron sus subordinados al unísono.

—Volveremos en tres días.—añadió Damien consciente del largo trayecto que tenían que recorrer. El lugar donde aparentemente tenían a Nastasia estaba a tres horas y media de camino, cinco si se tomaban descansos para comer y dar de beber a los caballos.—Alexander y Francis quedan a cargo de la seguridad.

—Sí señor.—respondieron los gemelos.

—Apoyen a Minerva en lo que necesite.—los miró de hito en hito. Damien era consciente de la frágil posición de la doncella, pero no cometería el error de subestimarla. Su capacidad de adaptación y respuesta a entornos hostiles era lo que la había dado su reconocimiento en primer lugar.

—Por supuesto, jefe.—lo reverenciaron.—Aguardaremos ansiosos su regreso.

—Eso espero.

Apenas los nueve desaparecieron tras la puerta Minerva tomó la palabra. Era la oportunidad perfecta para entablar un diálogo directo con sus pares y hacer valer su designación. Su intención era generar un ambiente cordial entre ellos y sus superiores.

—El almuerzo se servirá en treinta minutos.—anunció con una sonrisa.—Señoritas prioricen la limpieza del ala norte.

La zona de las armas había quedado algo trastocada luego de que los hombres tomaran sus respectivos implementos (armas, equipo de escalar y ropa cómoda)

—Sí señora.—respondieron las doncellas y se apresuraron a cumplir su orden.—Mis señores...—miró a Francis y a Alexander—...y Lady Lucinda—La joven había permanecido en la cima de la escalera durante toda la despedida—¿hay algo en lo que pueda ayudarles?

Minerva pretendía con su actitud solicita ganarse el favor de ellos. Era una estrategia de primera categoría que aprendió de Portia.

—Por ahora no.—Francis le devolvió la sonrisa.—Nos veremos en el almuerzo a la hora acordada.

—¿Y usted milady?

—No, gracias.—Lucy estaba molesta porque nadie le había advertido que el señor Bleiston se marcharía y menos de esa forma.

—Como gusten.—Minerva se despidió de ellos con una reverencia.

—Quite esa cara milady que se va a arrugar si sigue así.—la regañó Bonnie. La doncella se había aislado voluntariamente del resto para permanecer a su lado.

—¿Por qué no me lo dijo?—se quejó la joven harta de tanto secretismo. El aura enigmática de Bleiston amenzaba con axfisiarla.

—Debió tener sus razones.

Ambas avanzaban por uno de los pasillos.

—¿Sabes a dónde fue?

—No.—mintió Bonnie.—Lo siento mucho.

—Está bien.—Lucinda regresó a su habitación a esperar la comida. No tenía mucho ánimo de encontrarse con nadie por lo que se distrajo observando la ventana de su habitación hasta que Bonnie le anunció que la comida estaba lista.

Al llegar al gran comedor Lucy no pudo evitar notar que los gemelos se encontraban más entusiasmados que de costumbre.

—Milady.—se pusieron de pie para recibirla y con cuidado le apartaron la silla.

—Puedo saber cuál es el motivo de su felicidad caballeros.—preguntó curiosa.

—¿El motivo? Su presencia es suficiente motivo.—contestó Alexander zalamero.—Pero hay algo más...

—¿Qué cosa?—Lucy tomó un poco del caldo que le habían servido.

—Hoy tendremos visitas.—le susurró Francis en confidencia.—Espero que pueda llevarse bien con ellas.

—¿Quiénes son?

—Son dos hermosas damas que estamos conociendo: Clarissa y Anastasia.

—Creí que era prohibido recibir invitadas en Bleiston House.—alegó recordando todo lo que Bonnie le había explicado en las últimas semanas.

—No siempre lo es. Hay situaciones excepcionales que permiten medidas excepcionales.—se justificó Alexander.

—¿Acaso sus conocidas son cercanas a la señorita Lauren?

La joven no quería más problemas.

—Definitivamente no.—Francis frunció el ceño.—Todas las mujeres de aquí...—bajó la voz—...son un montón de amargadas.

—Pero...

—Escuchéme lo que le digo, milady, apenas las vean se encresparan como fieras.

—¿El señor Bleiston está de acuerdo con su visita?—alegó algo inquieta.

—Por supuesto que lo está.—mintió.—Incluso nos recomendó que se las presente.

—¿A mí?—Lucy no pudo ocultar su sorpresa.

Alexander asintió.

—Mi señora suele darnos el visto bueno en estos asuntos, pero ahora que no está y usted es la nueva jefecita nos gustaría contar con su aprobación ¿verdad Francis?

—Sería todo un honor.

La facilidad que los gemelos tenían para engañar era digna de reconocimiento.

—Pero yo qué puedo opinar al respecto. No las conozco y...

—Y no necesita hacerlo, sabemos que tiene una gran intuición para estas cosas. Dos de sus hermanas salieron bien casadas gracias a usted.—le recordó Francis.

—Se podría decir que así fue.

—No se diga más entonces.—ambos le regalaron una sonrisa que ella correspondió con un simple "Bueno".

Era la primera gran responsabilidad que le otorgaban y aún le costaba digerirla. Su opinión contaba poco o nada en esa residencia, por lo que demostrar su buen criterio era un importante primer avance.

—¿Qué pasó milady?—le preguntó Bonnie en cuanto terminaron de comer. La doncella la había notado pensativa todo el almuerzo.

—No es nada.—se encaminó hacia la biblioteca.

Lucy había quedado de acuerdo en mantener el secreto.

—¿Mis señores fueron irrespetuosos con usted?

—Por supuesto que no, los gemelos han sido los únicos que me han acogido sin miramientos de ningún tipo.—los defendió en el acto.—Ellos siempre me han respetado.

—Veo que los tiene en alta estima.—arqueó una ceja.

—¿Y cómo no hacerlo?—entraron a la biblioteca.—Frente al resto...—pensó en los demás sirvientes.—...ellos son unos ángeles.

—¿Angeles?—Bonnie se echó a reír. Ella usaría cualquier otro término para describirlos menos ese.

—No es gracioso.—Lucy tomó un libro y luego le pidió que se marchará. Quería estar sola, seguía molesta por lo que sucedió esa mañana.

—Escuche mis palabras milady, si quiere sobrevivir en este mundo aprenda a desconfiar.—añadió antes de irse.

—¡Por supuesto que sé desconfiar!—gruñó hojeando el libro en sus manos. Lo que olvidaba cada vez más era cómo y en quién confiar. En Bleiston House los secretos eran el pan de todos los días y la autenticidad brillaba por su ausencia.

Miró el texto con desdén y en cuánto lo devolvió a su estante unos suaves murmullos capturaron su atención.

¿Invitadas?

¿Mujeres?

¿Dos?

Las doncellas estaban más nerviosas de lo normal y los lacayos también. El ambiente se sentía pesado y tenso en su trayecto hacia el vestíbulo. Lucy sabía muy bien que en situaciones así lo mejor era dar la cara.

—Milady—la llamó Francis desde la parte inferior de la escalera. No estaba solo, dos jovencitas lo acompañaban. Eran castañas de ojos marrones, nariz pequeña y bastante pecosas.

—¿Qué significa esto, mi señor?—Minerva entró en escena escoltada por dos lacayos. La doncella no disimuló en absoluto su sorpresa.

—Ella es nuestra querida ama de llaves.—prosiguió Francis con un deje de altanería.—Pueden dejarle los abrigos.

—Entendido.—las mujeres no dudaron ni un segundo en acatar su orden.

El resto de la servidumbre tragó con fuerza al ver semejante humillación. Se habían reunido alrededor de la escalera a la espera de una explicación o de una orden.

—Pasen al comedor, enseguida se servirá la cena, señoritas.—se presentó Alexander vestido con un traje pomposo y de fino corte.—¿Milady nos acompaña?—la miró con una gran sonrisa.

—¿Es una Lady? ¿Cuál es su nombre?—las mujeres se mostraron muy interesadas en conocer su identidad, pero antes de que la joven pudiera decir una sola palabra Bonnie apareció de la nada y se interpuso entre ellas.

—Ella es Lady Agatha Fane.—se inventó un nombre con prisa.—¿Y ustedes?

—Soy Clarissa Mitchell y ella es mi prima Anastasia Mitchell.

—Un placer.—Bonnie les dedicó una reverencia forzada y luego la miró.—¿Desea acompañarlas milady o prefiere comer en su habitación?

—Iré con ellas.

Lucy no podía obviar que se había comprometido a evaluar el desempeño de las jóvenes como futuras consortes de los gemelos.

—Como guste.—Bonnie la acompañó como de costumbre, pero a diferencia de lo que sucedió en el almuerzo esta vez no se separó ni un segundo de su lado. Parecía su sombra.

La cena se desarrolló en relativa paz, la comida fue servida a tiempo y era tan exquisita como siempre. Pero no por eso dejaba de ser menos incómoda.

—Si desean retirarse pueden hacerlo.—pidió Alexander al ver que las sirvientas no abandonaban el salón.

—Estamos bien, mi señor.—Minerva había dado la orden de que no los dejarán solos.

La doncella había iniciado así una batalla silenciosa. Primero arrojó al suelo los abrigos que sus "invitadas" le habían encomendado. Eso sí esperó a que se encaminarán al comedor para hacerlo. Luego ordenó que se les preparará las habitaciones más recónditas del ala este en caso de que desearán pasar la noche. Por nada del mundo las dejaría cerca de los archivos.

Una vez acabaron de comer tuvieron un momento de entretenimiento, dónde para sorpresa de nadie, Lady Lucinda terminó tocando el pianoforte. Las tres mujeres no tardaron mucho en entablar una buena conversación, a pesar de los esfuerzos de Bonnie por evitar un acercamiento, era claro que los gemelos no las habían elegido únicamente por ser bonitas. Detrás de ese rostro dulce y juventud aparente había años de experiencia. Las señoritas Mitchells afirmaron rondar los 20 años, una edad muy cercana a la de Lady Lucinda, pero más tarde se comprobó que tenían entre 27 y 30 años.

Sonrisas impostadas, risas fingidas y sonrojos calculados con una precisión quirúrgica. Las doncellas sentían repulsión al verlas.

Cuando Bonnie le dijo a su señorita que para ellas "ser una noble era un arte" se refería a que toda mujer en Bleiston House era una actriz consumada. Su teatro era la calle, los salones y los eventos. Sin importar dónde fuera eran capaces de adaptarse a cualquier entorno, sabían servir el té, bailar el vals, hacerse de los mejores cotilleos y pasar desapercibidas. Siempre ocultas detrás de una máscara como las grandes impostoras que eran.

—Llévatela.—se acercó Minerva por detrás de Bonnie.—Y dale esto para que pueda dormir.

Le entregó una taza de té. Estaba segura que le puso algo, pero no podía recriminárselo.

—¿Qué harás con las primas Mitchells?—le preguntó en confidencia. Ambas mujeres iban a ser un dolor de cabeza.

—Me encargaré de ellas mañana temprano, tú ocúpate de Lady Lucinda y por nada del mundo permitas que abandone su habitación hasta la hora del desayuno.

—Sí señora.

Bonnie se acercó a la joven que continuaba comentando sobre su última pieza y con un ademán de su mano le pidió que la acompañará.

—¿Qué ocurre Bonnie?

—Le traje esto, milady.—le entregó el té.—Mañana aprenderemos más sobre el tónico de alcanfor así que será mejor que nos retiremos temprano.

—Pero...

—Las primas Mitchells no se irán a ningún lado, milady.

—Es verdad.—Lucy bebió un sorbo de la bebida.—Es momento de retirarme, que tengan una buen noche.

Las mujeres le regalaron una sonrisa y aceptaron su partida sin problemas.

—Bébalo todo.—insistió Bonnie al ver que su señorita se disponía a dejar la mitad de su taza.

—Eso hago.

Lucinda tenía una relación extraña con su doncella, por más que Bonnie lo intentará su trato se asemejaba más al de dos hermanas que al de una ama y su sirvienta.

—Vamos.—el trayecto hacia su recamara se le hizo eterno.—¿Qué les pareció las primas Mitchells?

—Me agradaron, pero no son muy auténticas.

A Bonnie le sorprendió gratamente que lo haya notado. En términos prácticos su señorita era bastante observadora por lo que no tardaría mucho en darse cuenta que nunca encajaría en ese lugar. Bleiston House y el mundo de los Sombras no eran para ella.

—Descanse, milady.—le dijo una vez que terminó de alistarla para ir a dormir. La doncella se despidió con una reverencia.

—Descansa Bonnie.

***

Horas y horas de viaje para nada. Damien apretó los dientes y contuvo un gruñido al ver el lugar vacío. Habían recorrido cada habitación, salón y pasillo de la residencia para confirmarlo.

No había nadie.

—Fue hace poco que se marcharon.—señaló Raphael los restos de lo que había sido una humeante chimenea, la madera aún estaba caliente y había trozos de leña seca recién cortados.

—Busquen pistas por todas partes.—pidió a sus subordinados.—Cualquier rastro de su nuevo paradero será útil.

—Sí señor.

Los hombres empezaron a dispersarse.

—Grinford debió saber que vendríamos.—sentenció Damien. 

Una vez más Nastasia se escurría entre sus dedos.

—Es probable que haya alertado a su gente luego de que las cortesanas interceptarán la correspondencia.—Raphael no sonaba tan convencido.

—Pero porqué retirarse tan tarde.—Connor frunció el ceño.—Debieron marcharse una semana antes por lo menos...¿Por qué esperar tanto para hacerlo?

—Supongo que estamos a mano, nos hizo lo mismo que nosotros a él.—Damien recordó la huida de Crystal y cómo usaron a los Murgot para engañar a Elliot. Mientras Grinford buscaba en vano a las damas su compañera abordaba un barco.

—Mi señor encontramos algo.—llegó Osmán con un sobre entre sus manos.—Estaba bien oculto debajo de una de las camas.

Damien se apresuró a abrirlo y se puso de pie enseguida al leerlo. Era la letra de Nastasia.

—Tenemos que regresar a Bleiston House, ahora.

Es una trampa, se leía en la misiva.

Pero señor...

—Prepárense para volver.

Bleiston fue el primero que tomó su caballo y se encaminó de regreso a casa. El camino era largo y tumultuoso, pero no podía detenerse a pensar en nada más que en llegar a su residencia. Cientos de archivos estaban desprotegidos y su personal mayoritariamente femenino no resistiría a una incursión semejante. Si Elliot decidía asaltar Bleiston House estarían en serios problemas.

***

El sonido de los jadeos femeninos traspasaban las paredes. A las afueras Minerva y sus mujeres rodaban los ojos ante la avalancha de gemidos de la "pura" doncella en el interior. La palabra privacidad en Bleiston House no existía, en ninguna residencia noble a decir verdad.

—¿Crees que terminen pronto?—se quejaba Olga, una de las sirvientas de mayor edad.

—Francis y Anastasia terminaron hace poco.—señaló Lilibeth.—Pero también empezaron más antes.

Las cinco mujeres soltaron una risita.

—Silencio.—las regañó Minerva.—Ellos no pueden saber que estamos aquí.

—Repítenos el plan querida...—pidió Olga apoyada en la pared.

—Es simple, mantendremos guardia toda la noche.

—¿Por qué?—insistió Gwen.

—Porque pueden ser espías.—se cruzó de brazos.—Y hasta que amanezca no podemos dejar de vigilarlas.

—¿Y qué se supone que haremos si en verdad lo son?—Lilibeth era la más joven del grupo.—Ni cinco de nosotras podrán contener a una de ellas si tienen un entrenamiento similar al de nuestra jefa.

—Y por eso...—les entregó unos antifaces similares a los que los Sombras utilizaban cuando salían de cacería.—Pongánselos y tomen esto.—les pasó un pequeño baúl con tres cuchillos y dos pistolas.

—Esto es...—Gwen tragó con fuerza.

—Son de juguete, los cuchillos no tienen filo.

—Pero...—las cuatro mujeres se miraron confundidas.

—Mi intención es asustarlas.—explicó Minerva.—Por hoy las cinco seremos parte de una división "secreta" de los Sombras. Mi señora nos entrenó de forma clandestina y somos especialistas en tortura.

—¿Tortura?—jadearon las cuatro.

—Sí, tortura.

Sus subordinadas tragaron con fuerza.

—¿Crees que se lo crean?

—Depende de nosotras que lo hagan, confío en ustedes.

Las mujeres asintieron.

A las 3 de la mañana Clarissa abandonó la habitación que compartía con Alexander y se perdió por uno de los pasillos.

—¿A dónde va señorita?—la llamó Minerva desde una de las habitaciones aledañas, la mujer no había podido pegar un ojo en toda la noche.

Clarissa se giró sonriéndole a la que suponía era el ama de llaves. No entendía porqué esa insolente seguía despierta.

—Voy al servicio de damas.—mintió.—¿Puedes traerme un té?

Con esa orden la mujer pretendía distraerla y que la dejará tranquila.

—¿Un té como este?—la doncella tomó una taza de una mesa cercana. Era una taza vacía, pero igual se la plantó frente a ella.—Creo que me está confundiendo con alguien más.

—Eres la ama de llaves.—aseguró.

—¿Ama de llaves?—alzó la voz con petulancia. Detrás de las cortinas surgieron cuatro siluetas más, llevaban sus armas a la vista, pero ninguna la estaba apuntando.—Está equivocada, pero no se preocupe enseguida la liberó de su error.

Chasqueó los dedos y dos mujeres (Lilibeth y Dina) la tomaron por los brazos arrastrándola a una silla de madera. Clarissa masculló una maldición, su patrón le había asegurado que ninguna mujer en Bleiston House sabía pelear.

¿Por qué le mintió?

—¿Qué piensan hacerme?—gruñó removiéndose en su agarre. Su asiento era un cojín duro y frío.

—Todo depende de usted.—Minerva la tomó por el mentón y la evaluó a conciencia.—Podríamos empezar por la cara...¿Qué les parece?

Las mujeres volvieron a reír.

—¿Y si dejamos la cara para el final?—propuso Gwen relamiéndose los labios.—A los hombres les gustan las pieles tersas y suaves.—encendió el hogar con experticia y el fuego iluminó la estancia.—¿Y si la quemamos?

—Podemos empezar por los pies.—sugirió Olga.—¿O mejor los brazos?

Más risas.

—Si me hacen algo, os juro que las mataré a todas.—vociferó la mujer fuera de sí. Clarissa podría lidiar con dos o hasta tres de ellas, pero cinco era un escenario complicado.

¿Cómo diablos las sometería sin armar un escándalo? ¿Y si los gemelos despertaban?

Ten cuidado con ellos, te matarán si te descubren, recordó las palabras del hombre que la contrató.

—No, si nosotras lo hacemos primero.—Minerva se inclinó hacia ella.—O mejor que nadie muera.

Alzó las manos y Gwen apagó el hogar con un poco de agua.

—¿Cómo?—Clarissa tembló.

—Escuchame con atención...—la señorita Browning la apuntó con su cuchillo.—Te vas a levantar de ese asiento, caminarás de regreso a tu habitación y no saldrás de ahí hasta que amanezca.

—¿Y si me niego?

—Morirás aquí mismo.—Olga la apuntó con su pistola.—Y también tu prima.

—¡No!—se asustó.—Anastasia no tiene nada que ver.

—Tú decides, pero hazlo rápido que no me gusta esperar.—la mujer se movió por el espacio como un felino calibrando a su presa.—Soy una mujer impaciente ¿no señoritas?

Sus subordinadas asintieron en medio de sonrisas.

—La mano me tiembla, quiero matarla ¡ya!—se quejó Olga con sus ojos brillantes de euforia.

Esas mujeres están locas, pensó Clarissa temiendo verdaderamente por su vida.

—Está bien.—cedió al cabo de un rato. Las risas, el cotilleo molesto y los obscenos movimientos que hacían con sus armas como si fueran artilugios inofensivos en lugar de cuchillas mortales, eran inquietantes.

—Buena decisión.

Dina y Lilibeth la escoltaron hasta la entrada de su habitación.

—Y no olvides que si tratas de escabullirte por la ventana, mis mujeres te dispararán en el acto.—añadió Minerva antes de dejarla ir.

Una vez que la mujer desapareció tras la puerta y Olga se cercioró que Anastasia seguía en sus aposentos las cinco soltaron un profundo suspiro.

Lo lograron.

A la mañana siguiente, sin embargo, Clarissa Mitchell aparentemente olvidó lo que vivió la noche anterior. Con altanería y sin el menor tacto solicitó su baño y el de su prima una vez que los gemelos bajaron a desayunar.

Solas y desnudas eran una presa fácil.

—Que el baño sea memorable.—ordenó Minerva con una gran sonrisa.

Y así fue. Entre cuatro doncellas tomaron a cada una de las primas y las bañaron en agua helada. Las mujeres trataron de resistirse, pero ellas las superaban en número.

Sus gritos retumbaron por todo el ala este, pero nadie se atrevió a acudir en su auxilio. Lacayos y doncellas hacían oído sordos a su suplicio y la única mujer que podría ayudarlas aún dormía a causa del té de la noche anterior.

Minerva lo había calculado todo muy fríamente.

—Una vez que terminen el desayuno, tomen sus cosas y desaparezcan.—la doncella apoyó su mano en una de las bañeras con malicia.—O sino su siguiente baño será...

Chasqueó los dedos y las doncellas a sus costados las tomaron por los cabellos y hundieron sus cabezas por unos segundos. Minerva se distrajo observando las pequeñas burbujitas que flotaban en la superficie del agua.

—¿Las sacamos?—preguntó Olga al ver que su superiora no decía nada.

—Adelante...—las miró con suficiencia.—Si insisten en quedarse su siguiente baño será en el infierno.—la doncella abandonó el cuarto de baño plectórica mientras se preguntaba si ese genuino placer que sentía era el mismo que su señora experimentaba cada vez que le arrebataba la vida a alguien.

No, debe ser mucho mejor, pensó. Crystal no juega con niñas tontas, ella apunta más alto.

Las doncellas las secaron, las vistieron y las llevaron al comedor. El desayuno fue incómodo y placentero al mismo tiempo. Incómodo para las Mitchells, placentero para ella.

—¿Podríamos dar un paseo en calesa al finalizar la comida?—sugirió Francis terminando su té.

—¡No!—gritaron las mujeres aterradas.

—Pero...—Alexander frunció el ceño y se puso de pie tratando de llegar hasta Clarissa.

Ambas primas se levantaron con prisa y antes de que el caballero pudiera decir una sola palabra la mujer le cruzó el rostro con una cachetada.

—Nunca más nos busques, no te queremos volver a ver.

Silencio.

La sonrisa de Minerva se borró.

Esas mujeres habían perdido por completo la razón...¿Cómo se atrevían a golpearlo?

—¿Qué pasó?—preguntó Francis siguiendo a su hermano.

—¡Tu servicio, eso pasó!—gritó Anastasia.—Hasta nunca.

Las primas Mitchells salieron a trompicones de la estancia y todas las miradas se posaron en ella.

—¡Qué insolentes!—gritó Minerva con fingida indignación.—¿Se encuentra bien mi señor?

Cruzó el salón y trató de posar su mano sobre la mejilla "herida" en un gesto de vana preocupación, pero Alexander la apartó de un manotazo.

—¿Fuiste tú, Minerva?—sus fosas nasales aletearon como las de un toro enfurecido.

—¿Yo?—la mujer se hizo la tonta.

—Tú.—colocó sus manos sobre sus hombros con tanta fuerza que la hizo tambalearse.

—¡Hermano espera!—gritó Francis alarmado.

Minerva había conseguido concentrar a más de la mitad de los sirvientes en el comedor, quienes al ver el arrebato de su gemelo no tardaron en ponerse de su lado. La condena era general.

—¡¿Qué esperé qué?!—Alexander alzó la vista y su rabia solo fue en aumento.—¡Maldita arpía! ¡Confiesa lo que hiciste!

Su agarre se hizo más consistente.

—No hice nada, mi señor.—agachó la mirada y una lágrima falsa se deslizó por su mejilla.

Falsa como todo lo que provenía de esas mujeres. El caballero sintiéndose asqueado por su actitud la empujó lejos de él. No soportaba verla. Minerva trastabilló un par de pasos antes de ser sujetada por unos pequeños brazos, Lady Lucinda había acudido en su auxilio.

—¿Te encuentras bien?—preguntó la joven preocupada. Alexander ya se había marchado junto con su hermano.

—Sí, milady.—una sonrisa brilló en su semblante borrando todo rastro de pena anterior.—El espectáculo terminó...—Minerva se soltó de su agarre—...regresen a sus actividades.

Lucy la miró aturdida mientras las palabras de su doncella resonaban en su cabeza: Si quiere sobrevivir en este mundo aprenda a desconfiar.

—¿Vamos al invernadero, milady?—preguntó Bonnie acercándose a ella.

—Minerva fingió todo.—advirtió por lo bajo.

—Por supuesto que lo hizo.—descendieron las escaleras con calma.

—¿Por qué?

—Porque deseaba quitarse de encima a los gemelos y lo consiguió.

—Pero...

—Había dos líderes visibles cuando mi señor se marchó (Alexander y Minerva) ahora solo queda uno, ella.

—Eso es un poco sucio ¿no lo crees?

—Es lo que hay, milady, las debilidades de unos son las fortalezas de otros.—se encogió de hombros.—La debilidad de mi señor hizo que los gemelos creyeran que podían hacer lo mismo y eso terminó favoreciendo a Minerva.

—¿Y si lo saben porqué la apoyan?—pensó en el resto de sirvientes. Ninguno cuestionó su actuación ni por un segundo.

—Porque no juzgamos quién hace lo correcto, sino quién mejor lo hace. Por supuesto que hay límites, pero la mayor parte del tiempo se juega con los afectos y con las circunstancias.

—¿A qué te refieres?

Bonnie abrió la puerta del invernadero.

—¿Quiere saber porqué usted no terminó como las primas Mitchells?

La joven asintió.

—Por dos motivos, el primero: las circunstancias.—ingresó al lugar seguida de la dama—El poder de mi señor y la ausencia de mi señora.

—¿Y el segundo?

—Que mi señor nos hizo cómplices de su fechoría, por activa o por pasiva todos somos responsables de su estancia en Bleiston House.—afirmó categóricamente.—Fueron los Sombras quienes la trajeron, la señora Portia la que estructuró sus actividades y yo su sirvienta...¿Con qué cara se supone que voy a denunciar su presencia?

—Tú solo seguías sus órdenes.

—Exactamente, pero ni de lejos es una excusa aceptable.—negó con la cabeza.—Puedo apostar lo que sea a que Minerva incordió a las primas Mitchells hasta el hartazgo mientras los jefes no veían. De esta manera se deshizo del problema sin faltarles el respeto a ellos.

—¿Pueden hacer eso?—Lucy abrió los ojos de par en par.

—Pueden y lo harán.—Bonnie la miró con tristeza.—¿Por qué cree que nunca me separó de su lado?

La joven tragó con fuerza.

—Gracias Bonnie.—añadió reconociendo la labor doble de la doncella. Por un lado servirle, por el otro cuidarle las espaldas.

Bleiston House no era cualquier residencia, Bleiston House era un campo de batalla, donde los ganadores eran admirados y respetados mientras los perdedores tenían que retirarse con la cabeza gacha.

Y ella había tardado en comprenderlo.

***

Hola

Espero que se encuentren muy bien, estoy en semanas de exámenes en la universidad y por ese motivo me he ausentado todo este tiempo. Ya me falta poco para finalizar con los exámenes y retomare las actualizaciones como de costumbre.

Gracias por su comprensión. No se olviden dejar su estrellita.

Nos vemos

Joha

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