Un verano para volvernos eter...

By mariaarmengod

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¿Quién no recuerda aquellos veranos donde lo único que nos preocupaba era que llegase septiembre? Días con sa... More

CAPÍTULO: 1
CAPÍTULO: 2

PRÓLOGO

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By mariaarmengod

Año 1963

En los encantados parajes de un pequeño y pintoresco pueblo aragonés, donde las montañas se alzaban majestuosas y las calles empedradas contaban sus historias ancestrales, se tejía un misterio oculto entre las sombras de la noche. Corría el año 1963 y, en la víspera de San Juan, todo el pueblo sabía como la historia entre la magia y el amor, se forjaba dando forma a una leyenda que perduraba en la memoria de los aldeanos durante generaciones.

Las leyendas de brujas que se susurraban entre las hojas de los álamos y bailaban libres en los murmullos del viento, hablaban de seres mágicos y hechizos ancestrales que pululaban entre los bosques y las montañas. Todas ellas se cobijaban en la famosa Cueva de las Guixas, donde tenían lugar los aquelarres y se podían contemplar las estrellas hasta en la más oscura de las noches. La velada ideal era aquella donde la luna invadía e iluminaba los aquelarres. En ellos, destacaba una joven y enigmática bruja, cuyo corazón había robado el alma aventurera de un muchacho tan audaz como apuesto. Sus ojos oscuros y su cabello azabache, ondeante como las sombras danzarinas, eran motivo de inspiración para poetas que, posteriormente, acudían a la cueva para refugiarse del mundo exterior. Cada noche de San Juan, las brujas mostraban su mundo a aquellos que dudaban de su enorme poder, danzaban a compás del eco de la música procedente de la plaza del pueblo y que se colaba entre los árboles del bosque, eran cómplices de los que acudían en su ayuda y temeridad para quienes se burlaban de ellas. Cada noche de San Juan y solo esa noche, aquel joven se reunía con la hechicera, la misma en quienes los artistas veían reflejada a su musa y quien, con un simple chasquido de dedos, podría arrebatarte hasta el último ápice de cordura.

Esa misma noche, mientras la luna se alzaba en su máximo esplendor e iluminaba con su fulgor los rincones más recónditos del pueblo, Elvira esperaba pacientemente con su corazón anhelante y sus sueños envueltos en el suave manto de la noche. Se había vestido con su traje típico de la tierra, su tierra. La misma que le había visto nacer y crecer. La tierra que sus padres le habían enseñado y había compartido junto a su hermana. La tierra de leyendas, brujas y enormes montañas. La misma que le vio enamorarse hasta la médula de Arturo, el hijo menor de los cinco hermanos De la Vega.

Él, Arturo De la Vega, se había marchado en una expedición a la montaña en la tarde previa a la noche de San Juan, esa mágica noche del solsticio de verano donde el velo entre el mundo de los vivos y el reino de los espíritus se volvía más tenue, pero que a Elvira conseguía ponerle los pelos de punta desde que era una niña. Arturo se había marchado con Ricardo "El bala" y con Cosme "El desmontadientes". Elvira confiaba en él, no había nadie en el pueblo que se conociese mejor todas y cada una de las montañas, rutas y caminos. Pero eso no quita que "El Bala" y, su primo hermano Cosme, fuesen expertos en la materia, sino más bien todo lo contrario. A Cosme no le llamaban "El desmontadientes" por ser el hijo del médico del pueblo, precisamente. En lo que llevaban de verano, había perdido ya su tercer diente por culpa de una nueva caída en el río. Resulta que las brujas mueven las piedras cada noche, o eso es lo que él dice siempre.

En la plaza del pueblo, donde la fuente centenaria susurraba su melodía de agua fresca y las estrellas titilaban como luciérnagas curiosas, los vecinos se reunían alegres para celebrar la llegada de la noche más mágica del año. Pero los ojos de Elvira solo buscaban una silueta entre la multitud. Una mirada que le devolviese la calma que necesitaba para ralentizar los latidos de su corazón.

—Tienen que estar al caer, chiquilla. ¿Por qué no te animas a bailar? Te distraería ver lo bonita que luce la hoguera a estas horas de la noche.

Candela, la hermana mayor de Elvira, tira de la falda del vestido de su hermana hasta que consigue levantarla de la silla donde lleva más de una hora esperando.

La espera se estaba convirtiendo en un torbellino de emociones mezclado con la esperanza, el temor y la duda de si Arturo y los demás estarían bien. Solo ellos dos eran conocedores del vínculo que les unía, un vínculo que iba mucho más allá del tiempo y de las distancias. Una unión fruto de un amor inquebrantable, un amor que también se estaba gestando dentro del vientre de Elvira y que esta misma noche Arturo conocería. Con las brujas por testigo.

El reloj de la torre del campanario anunciaba con solemnidad cada hora, dejando que los minutos se deslizaran como las arenas doradas del tiempo. La densa noche se vestía de secretos y promesas, mientras la luz de la hoguera seguía tiñendo de dorado el suelo de la plaza. Candela había insistido en llevar a su hermana junto a las mujeres más ancianas del pueblo para que probase los dulces que ellas mismas habían elaborado a base de miel, almendras y hojaldre, cuando la risa de tres jóvenes hizo callar los murmullos de los árboles y el reír de las brujas en su noche más esperada.

—¡Elvira! ¡Ya llegan!

A lo lejos, por la senda que conduce a lo más recóndito del bosque, Ricardo, Cosme y Arturo caminaban despreocupados, riéndose de manera tan escandalosa que hasta la música de la plaza resultaba incluso lejana. Ricardo llevaba algún que otro roto en sus pantalones y, con una mueca de cansancio en su rostro, intentaba quitarse un par de hojas secas que tenía enganchadas entre los mechones de su pelo cobrizo. Cosme reía al ver a su primo y este, para sorpresa de todos los habitantes del pueblo, traía su dentadura intacta y no se le veía ni un solo rasguño. Pero, como bien dice el dicho: poco dura la alegría en casa del pobre. Escasos segundos le hicieron falta a "El bala" para agarrar a su primo de la solapa de su chaqueta y terminar ambos revolcándose entre la maleza. Arturo, en cambio, venía caminando hacia la plaza como si la travesía de hoy no le hubiese supuesto ningún esfuerzo. Su pelo negro lucía ligeramente despeinado, pero sus ojos azules relucían mucho más que de costumbre a causa del fulgor de las llamas de la hoguera. Era alto y con la espalda y brazos lo suficientemente fuertes como para ayudar a su padre a mover todos los días grandes cargas de madera o para hacerse cargo sin ayuda de la granja y los animales. Un sinfín de diminutas pecas recorría el puente de su nariz, dándole un aspecto más aniñado a sus duras facciones. A Arturo le fue inevitable no soltar su mochila de tela sobre el suelo para correr hasta Elvira en cuanto sus ojos se toparon con los suyos. Sonreía. Arturo De la Vega sonreía como si nada más en el mundo fuese más importante que alzar en brazos a la mujer de su vida.

—Mi Elvira, que preciosa estás. —Sus brazos la envolvían en el aire y Elvira se dejaba hacer. Iría de su mano hasta el fin del mundo si fuese necesario.

—¿Por qué volvéis tan tarde? Casi ya ha terminado la noche de San Juan.

—Las brujas no querían más que bailar con nosotros.

La risa del chico impactó contra la mejilla de Elvira quien, ya con los pies sobre el suelo, cruzó los brazos a la altura del pecho sin dejar de mirarle.

—No te rías de mí, Arturo De la Vega. Ya sabes lo poco que me gustan las leyendas sobre las brujas.

La risa de Arturo se mezclaba con el fragor del fuego mientras besaba la frente de Elvira, permitiéndose cerrar los ojos unos instantes.

—Arturo, tengo que hablar contigo. Es importante.

—¿Va todo bien? —Los ojos del muchacho se centraron en el rostro de Elvira, tratando de descifrar lo que se escondía en sus pensamientos.

—¡De la Vega! ¡Vamos a cenar donde Antoñito! ¡Date prisa! —le gritaba Ricardo mientras toda la cuadrilla se dirigía hacia la posada del pueblo.

—Ve con ellos —le dijo Elvira—, te veré mañana por la mañana en la granja.

—No voy a moverme de aquí hasta que me cuentes qué es lo que querías decirme.

—Pero ellos son tus amigos.

—Y tu mi futura esposa. —Arturo colocó una mano sobre la barbilla de la joven haciendo que sus miradas conectasen de nuevo—. Elvira...

—Estoy embarazada.

El corazón de Arturo pareció detenerse por un instante, y luego comenzó a latir con la misma fuerza que el de Elvira, sincronizados. Tan sincronizados como el primer día. Sus penetrantes ojos azules se iluminaron con una expresión de incredulidad y sorpresa para, después, dar paso en sus labios a la sonrisa más pura que ella había visto nunca.

—Estoy embarazada, Arturo —volvió a decir la muchacha—. Vamos a tener un hijo.

—¿Estás segura, Elvira? —le preguntó, colocando la mano inconscientemente sobre su vientre—. ¡Es la mejor noticia que podías darme! Mi dulce Elvira... ¡Vamos a ser padres!

Temerosa por si alguien les había oído, mandó callar a Arturo sigilosamente.

—Todavía no les he dicho nada a mis padres y...

—Seguramente tu padre quiera cortarme el cuello para dárselo de comer a los buitres.

—¡Arturo!

Enfrascado en una nueva risa y, con la emoción en su voz, Arturo alzó de nuevo a su prometida sin dejar de reír, como un niño rodeado de juguetes nuevos. Un niño como el que Elvira traía en su vientre. Su hijo. Para ella fue inevitable detener las lágrimas en cuanto Arturo no dejaba de repetirle lo feliz de acababa de hacerle. Estaba tremendamente asustada, pero Arturo De la Vega tenía el don de hacer que las cosas saliesen bien siempre.

—No me importa lo que digan los demás, Elvira. Pienso cuidarte cada día y trabajaré más horas si es necesario para que no os falte de nada ni a ti ni al bebé.

—Solo prométeme que todo va a salir bien.

Arturo besó dulcemente los labios de Elvira, prometiendo así que cumpliría cada una de sus palabras.

—Nada me hace más feliz que tenerte a mi lado y compartir mi vida contigo, Elvira. Y ahora, seremos una familia.

Así, en ese rincón del mundo donde la magia y la realidad se entrelazaban en una danza eterna, se gestaba una historia de amor, valentía y leyendas, cuyo eco resonaría en los corazones de aquel pueblo, traspasando los límites del tiempo y las generaciones venideras.
















¡AAAAAAAAAAAH! ¡BONICOS MÍOS! 

¿Cómo estáis? ¿Cómo va todo? Cuanto tiempo, ¿verdad? ¡Y no vengo con las manos vacías! Os traigo nada más y nada menos que el prólogo de mi nueva novela: Un verano para volvernos eternos ❤✨💥

Qué ganas de que conozcáis a Alexia, a Hugo y a toda la familia De la Vega. No os voy a mentir, son un completo torbellino todos ellos. Creo que por eso no he podido resistirme a comenzar esta nueva aventura. 

Sentía que, después de la publicación en físico de OXITOCINA (la cual podéis conseguir en tiendas y en todas las plataformas digitales: casa del libro, amazon, web de la editorial Libros y Literatura... Tenéis toda la información en mi cuenta de Instagram: mariaa_a_b), necesitaba darme un tiempo con Adrenalina e, incluso, los propios personajes y la trama me pedían un descanso, un punto de inflexión en ellos. Y así y porque mi cabeza no sabe estar sin hacer nada, nacieron ellos: los De la Vega. 

¡Contadme! ¿Qué os ha parecido? Intentaré tener el capítulo 1 listo para la semana que viene. Aunque con el trabajo y mis estudios se me reduce bastante el tiempo, intentaré ser lo más constante posible con las publicaciones. 

¡Nos leemos bonicos! ¡Vamos con todo!

María ❤

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