Detrás De Cámaras ©

By EternalMls

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(+18) El regreso de Bastian Derking a la ciudad de San Diego, luego de unos extensos quince años, descolocó a... More

Nota importante
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By EternalMls

Chillé su nombre a la par en que la brisa se intensificaba, el sol desaparecía tras las copas de los árboles y mi cuerpo vibraba desasiendo cristalinas gotas sobre mis zapatos. Había cerrado la puerta tras su ingreso, abandonándome a mi suerte y sin darme una razón certera de porque no podía seguir con su entrevista personal por hoy.

Bastian me había revelado lo suficiente para que mi curiosidad acrecentara y no se saciara por completo. Sentí una pena interna cuando su breve historia inundó mis oídos, pero él no parecía disgustarle en lo más mínimo todo lo que había hecho y logrado con los años a base de sus películas eróticas. No obstante, cuando nombré a su familia sus ojos pardos se oscurecieron y comprendí que me había introducido en su lado más personal. De todas formas, le estaba haciendo preguntas a Vlad, y no a Bastian.

Vlad parecía describirse como un hombre atrevido, arrogante y presumido ante las cámaras. Una bella máscara que encubría a su verdadero ser interior. Es provocativo, revelándome con pequeños datos –que necesitaba ampliar– el porqué de su seudónimo, y con su confianza, un carisma implacable y seducción te envolvía en su propio encanto lascivo.

No podía negarlo, me había gustado mucho la forma en la que me había obligado a desnudarme ante sus ojos.

Sus mandatos, su voz oscura y su mirada acechante acompañaban cada uno de sus movimientos corporales, sabiendo perfectamente cómo usarlos para provocar a su presa, y sospechaba que le divertía el hecho de que, con tan solo entonar unas simples palabras, mi comportamiento me evidenciara ante su presencia.

Y cuando vi como sus ojos me recorrían mi tez semidesnuda, presentí como ansiaba que sea una de sus presas favoritas.

En cambio, tras el corto tiempo de su regreso, aún no podía definir a los cuatro vientos que conocía a Bastian. No podía asegurar que seguía siendo la misma persona adorable, protectora y comprensiva que había conocido hace quince años. Era un simple niño de diez años en aquel entonces cuando me invitaba a ver películas en mitad de la noche, donde acampábamos a escondidas en el bosque y se molestaba cuando otras personas se burlaban de mi cabello, sin embargo, conservaba una pizca de esperanza de que aun siguiera siendo el mismo y que tras su huida, dejándome temblando con los artefactos todavía en funcionamiento, tuviera una explicación.

Pero, algo en la pequeña entrevista me dejó en claro que él no se dejaba conocer y ocultaba cualquier rastro de su verdadero ser, y no entendía el porqué.

Al mismo tiempo, necesitaba saber si le gustaba lo que hacía, si lo odiaba con todo su ser, o que información podía ofrecerme para mi entendimiento y todos los que verían el material próximamente. Me resultaba intrigante conocer su lado perverso, aquel que se designaba como ¨Vlad¨ y no con el nombre que sus padres le habían brindado a tan solo minutos de nacer. Quería saber todo de él, y también quería conocerlo más allá de su trabajo.

Maldije su nombre entre dientes en la divina espera en que volviera a aparecer ante mi visión, sin embargo, el tiempo transcurría y no había señales de él en el interior de la casa. Cuando logré colocarme la playera húmeda, tomé mis pertenencias con rapidez y me dirigí directo a mi habitación sin siquiera saludar a mi padre, quien se ubicaba en medio de la sala viendo su programa favorito de todas las tardes.

Deposité los objetos en su lugar correspondiente y cuando la luz de su habitación al otro lado de la ventana se encendió, corrí para cubrir mi ventanal con la persiana. Estaba allí, a tan solo pocos pasos y unos simples movimientos para que nuestras voces se pudieran combinar. No quería verlo, y tampoco podía permitir que me viera aún empapada a causa de sus ideas despiadadas, así como el sobresalto que me causó saber que podía distinguir mi vulnerabilidad si no me hubiera percatado de su aparición. Pensar que en cualquier momento podía notarme desde su habitación realizando cualquier acción con la ventana abierta acaloraba mi cuerpo y me colocaba los nervios a flor de piel.

Estaba enojada por su actitud, pero al mismo tiempo me resultaba imposible olvidar su existencia por solo centésimas.

El teléfono vibró en mi bolsillo trasero y cuando lo extraigo, distinguiendo como la pantalla táctil se había humedecido, diferencio su nombre brillando y cegando mis pupilas. Nicolás, mi ex pareja, no se rendía. Me llamaba, insistía en que atendiera sus llamados recurrentes donde me suplicaba perdón e imploraba por una salida a solas. Siempre seguía un plan concreto donde, cada vez que me veía, se disponía a hablar conmigo hasta intentar que volviera a caer a sus pies como lo había hecho el día que me conquistó.

No sabía qué era lo que me había atraído de él en un pasado y en la cama, en las pocas veces que nos habíamos acostado juntos, sabiendo que eran mis primeras veces intimando con una persona y me había entregado a él creyendo que conocería el paraíso que tanto me había prometido y del que tanto me habían hablado con el correr del tiempo, jamás había sido bueno. Sin embargo, yo había disfrutado de su compañía.

Colgué la llamada, y marqué el número de quien creía que le había dado el número de teléfono fijo de mi casa. Mi padre no lo había conocido; nunca tuve la oportunidad de presentarlo y, pese a que conocía la vivienda por fuera, nunca se había atrevido a sobrepasar los límites para atraer mi atención. Hasta ahora.

A los dos tonos, contestó.

– ¿Aló? – preguntó con alarde detrás de la línea.

– Bart, voy a matarte.

Sentencié, y por las bocinas se oyó su risa por arriba del bullicio de voces.

– Hazlo, pero primero tengo que cumplir mi sueño de enamorar a Ian Somerhalder, casarme con él y adoptar siete gatos – alzó la voz.

Suspiré con pesadez y caminé hasta el armario.

– ¡Estoy hablando en serio! – protesté.

– ¿Qué sucedió? – indagó, y oí el rechinar de un asiento desplazarse por la superficie –. ¿Tu vecino no quiso ayudarte con tu tesis?

– No es eso... – divisé la persiana cerrada, y la luz de la habitación de Bastian que se introducía por las rendijas me notificaba que aún se encontraba en su cuarto –. Logré convencerlo – musité.

– ¡¿Lograste que un actor porn* fuera el protagonista de tu proyecto?! – chilló emocionado y mis ojos se ampliaron.

– No grites, por Dios – supliqué escarbando entre mi ropa limpia.

– ¿Qué un actor porn* qué? – escuché una voz anónima y lejana entrometerse en la emoción de Bart –. ¡No te hablé a ti! – Le respondió mi amigo – Oye, Deva. Es que jamás creí que Vlad...

– Bastian – corregí con rapidez.

– Si, Bastian – nombró con pesadez –. No creí que se animara a exponerse. Muy pocos lo hacen realmente.

– Bueno, tuve suerte – me encogí de hombros escogiendo una prenda cómoda que usaría luego de ducharme.

– ¡Dime que sucedió! – insistió y la música estridente que se oía del otro lado de la línea me ensordeció.

Lancé la ropa sobre las sabanas blancas de la cama, y mi ceño se frunció al rememorar que había realizado la llamada con un único propósito y no comentar como había logrado que mi amigo de la infancia pudiera ayudarme en un proyecto tan amplio y peligroso.

– Te lo voy a decir cuando tú me digas por qué le diste el número de mi casa a Nicolás – solté decidida, y lo escuché chasquear su lengua.

A Bart nunca le había caído bien mi ex pareja. Decía que tenía un sentido del humor oscuro y era asqueroso frente a quienes les atraía su mismo sexo. Siempre había sido despreciable.

– Ese idiota me dijo que había perdido el número de tu casa y quería volver a hablar con tu padre – se escudó.

– ¡Jamás lo conoció! – me desesperé.

– ¿Qué? – alzó la voz por arriba de los altavoces.

Ladeé mi cabeza con irritación.

– ¿Cómo quieres que te hable si tienes la música a todo volumen? – solté indignada.

– Espérame un segundo – volví a escuchar la estridencia de metales rozando la superficie –. Saldré de aquí porque quiero escuchar bien ese chisme.

– ¿Dónde estás? – curioseé.

La música se oyó lejana cuando escapó del espacio reducido y estrepitoso.

– En un club – notificó –. Dime, ¿Qué pasó con ese idiota?

– Llamó esta tarde al teléfono fijo y mi padre no tenía idea de quién es él.

– ¿Estuviste con ese chico seis meses y tu padre no sabe quién es? – indagó estupefacto.

– Nicolás nunca quiso conocerlo, así que no veía necesario decírselo – informé desganada –. Te mintió, Batman.

– ¿Cómo iba a saber que me estaba mintiendo? – su voz detonaba inocencia –. Él llegó a mí, me pidió el número y se lo di para que se vaya de una vez. Además, nunca me dijiste que sucedió realmente entre ambos para que su relación terminara así porque si, solo que viste algo de él que no te gustó y ya. Y bien que era hora de que supieras lo asqueroso que es ese chico.

Tenía razón. Conservaba ese secreto como una debilidad, porque tenía miedo de ver la reacción de los demás al saber lo que él me había hecho. Por mi cabeza circulaban pensamientos negativos que me hacían creer que era la culpable de sus actos, creyendo que algo me había faltado en la relación, algo que a él no le agradaba o incluso le repelaba, para que culminada engañándome con otra persona.

– Sí, es verdad – musité con el recuerdo en la palma de mis manos –. Pero te dije que si quería algo de mí, lo evitaras.

– Parecía desesperado, tanto que se animó a tocarme el hombro, como si quisiera hablar contigo o con tu padre lo más rápido posible.

– Que horror – mascullé.

– ¿Vas a decirme por qué te busca o tengo que imaginar un escenario ficticio como todas las noches antes de dormir? – consultó jocoso.

– De seguro busca otra oportunidad – aseguré.

– Si tú regresas con ese eyaculador precoz, yo elegiré a otra persona para que sea mi colega cuando me gradúe de la universidad.

– No voy a volver con él – aseguré entre risas.

Desde el día en que le pregunté a Bart si era normal que el sexo durara tan solo un par de minutos, comenzó a denominarlo en voz baja de aquella forma cada vez que lo veía circular por los corredores de la institución. Claramente, luego de comprender que ambos debíamos gozar del momento y no solo uno, aseguraba que no había tenido una buena aventura en sus manos.

– Más te vale – lo oí bufar –. ¿Y? ¿Qué sucedió con tu vecino sexy?

Su entusiasmo y repentino cambio de conversación alcanzó mis oídos, logrando que rodeara los ojos.

– Él solo aceptó ser el protagonista de mi película – comuniqué tranquila.

– ¿Se desnudará? ¿Te llevará a un estudio de rodaje y conocerás a otras actrices? ¿Te enseñará lo que hace o algo así? – interrogó con interés.

– Creo que es parte de la película enseñar algunos lugares donde suelen filmarse esas películas, pero seguro que...

– ¿Seguro que se desnudará ante ti? – interrumpió eufórico.

– Ni siquiera me dejaste terminar de explicarte, Bart – me quejé.

– Bueno, pero si te enseñará su estudio de grabación, sus materiales de trabajo y esas cosas supongo que no vas a liberarte de verlo desnudo – su risa ocurrente envolvió mis tímpanos y mis mejillas comenzaron a tomar color.

El impreciso recuerdo de su contextura escultural cubierta por una sola toalla de algodón había tornado a mi mente. Desde mi ventana tenia la puerta abierta a un cielo intimo donde podía contemplarlo cuantas veces quisiera, pero no lo hacía. Haberme quedado estática hace un par de noches, distinguiendo como circulaban pequeñas gotas por sus abdominales y estar a punto de admirar su desnudes en vivo y en directo fue un error que no volvería a repetir sin su consentimiento. No era lo mismo ver su cuerpo empapado por aceites especiales a través de una pantalla que poder admirarlo como una pintura de Miguel Ángel ante mis ojos, y podía testificarlo.

No obstante, Bart tenía razón. Con el correr de los días comprendía que su aprobación al ser partícipe de mi película también incluía mostrarme sus espacios privados, escenarios fantasiosos y actos, aunque no carnales, pero si demostrativos. Y aunque me lo negaba mentalmente, especulaba que en algún momento podría verlo en su forma natural pese a que no lo veía necesario.

– Pareces más emocionado tú que yo – solté.

– No puedo negarte que es emocionante – rió –. Y como fui el creador de la idea, deberías invitarme a uno de tus rodajes.

Entonó sugestivo, y reí ante sus palabras.

– Si te vistes de Batman, puedes venir – propuse.

– Tú solo quieres reírte de mí – entonó entre risas, y voces se oyeron tras su dorso –. Tengo que volver adentro, pero si ese idiota te sigue llamando, avísame.

Asentí como agradecimiento y a los segundos la llamada culminó.

Al divisar nuevamente la pantalla, una lluvia de mensajes se ostentó ante mis ojos. Nicolás no se rendía, y no volvería a mencionarle las palabras concretas que le había dicho el último día que le dirigí la palabra. Su presencia era asfixiante.

Tome valor y bloqueé su número, así como también lo haría en el teléfono fijo de la casa. Necesitaba seguir mi proyecto tranquila y teniendo su irrespirable representación inundando la casilla de correos de mi celular era una distracción que prefería evitar.




Cuando oí la bocina estridente del gran coche de mi hermana frente a la casa, aferré las margaritas que había comprado el día anterior y que habían decorado por tiempo limitado el salón principal. Los delgados rayos de la mañana atravesaban las cortinas perladas y me encandilaban los ojos, causando que soltara bostezos cada pocos segundos, al igual que el silencio que invadía la planta baja me causaba una melancolía impropia en mi sistema. Los primeros jueves de cada mes, luego de haber comprobado la disponibilidad de cada uno de los integrantes de esta familia hace años atrás, habíamos planeado visitar su tumba para verificar su estado, así como visitarla y conmemorar su presencia.

Desde que mi madre falleció hace seis años a causa de un accidente automovilístico nuestras vidas dieron un giro inesperado, obteniendo que la familia unida que antes disfrutaba los domingos en el jardín trasero jugando juegos de mesa se disolviera por completo. Por ese motivo, los primeros años seguíamos las pautas correspondientes, pero luego, a causa de trabajo y estudios, comenzamos a dispersarnos y cada uno comenzó a visitarla a su antojo.

Mi hermana mayor Dafne apartó un horario exacto para acompañarme, pensando que seriamos más de dos en la efímera visita, pero al comprender que nuestro hermano, Darlan, y nuestro padre estaban ausentes por causas de trabajo, se decepcionó. Ella se casó con el gran empresario para el que solía trabajar, o así lo presentó el primer día en un evento muy elegante al que fuimos invitados, y se mudó lo más rápido posible de la casa. Según sus palabras, no podía seguir conviviendo bajo el techo donde mamá solía inundar las habitaciones con su risa, y le martirizaba el recuerdo.

Con respecto a Darlan, se volvió alcohólico mientras estudiaba en la universidad. Bebía incontables litros de alcohol en un club de mala muerte, pero el amor lo rescató y luego de casarse con una bailarina que únicamente me presentó a mi por nuestra mutua confianza y por el simple hecho de no tener hasta la fecha una buena relación con los demás miembros de la familia, yo, como la hija menor, me quedé junto a papá, conteniéndolo y padeciendo nuestro duelo en soledad por un largo tiempo.

Recordaba como mi rendimiento en el colegio había declinado. Realmente no quería progresar; me involucraba con personas poco saludables para mi estado anímico, me besaba bajo las gradas y robaba alcohol de los mercados. Con la ausencia de mis hermanos mayores, me hacía cargo de la mayoría de las actividades en mi casa, siendo participe de la gran depresión que mi padre padeció hasta que, gracias a mis familiares, pudo recuperarse con profesionales.

Años después, la superación nos incautó y la casa nuevamente se llenó de luz. Ahora, inhalando profundamente y arreglando la blusa de tela fresca ante el espejo, coloqué la mejor sonrisa y emergí al exterior de la casa. Pese a que la ausencia materna solía dolerme, el antiguo recuerdo de la familia unida se estancaba en mi garganta y me calcinaba la piel interna.

Ver a Dafne en el asiento del copiloto con gafas de sol de diseñador y montada en un coche mucho más caro que mi propia vivienda me hacia cuestionarme si sus sentimientos eran los mismos. Nunca nos visitaba, y cuando quería conocer su actual vida no nos lo permitía, haciéndome cavilar sobre su vida privada. Aun así, me alegraba volver a verla luego de tantos meses en su ausencia.

Con Darlan era diferente, él solía visitarnos a menudo aunque, ahora que su pareja estaba embarazada, no se apartaba ni un segundo de su lado y con suerte distinguíamos su rostro en los suburbios. Aunque a mi padre no le agradaba, visitaba a mi hermano a escondidas y veía con mis propios ojos el progreso del embarazo.

Entonando los ojos a causa del sol sofocante, caminé por el delgado sendero de piedras hasta rozar la acera. El aroma a margaritas, las favoritas de mamá, se impregnaban en mis fosas nasales y calmaban los pensamientos asfixiantes que se habían generado en mi mente en tan solo minutos. Dafne, luego de sacudir su mano fuera de la ventanilla baja, divisó los delicados pétalos que se reflejaban en sus gafas y esbozó una sonrisa desanimada.

Ansié devolverle el simple gesto con una delicada sonrisa confortada, expresándole que adoraba recordar su presencia con tan solo sus flores favoritas, sin embargo, el ruido de un motor ahogado me sobresaltó. Mis sentidos viajaron a la cochera abierta de los Derking y mi ofuscada visión delineó el contorno de un coche oscuro y reluciente circulando en reversa hasta detenerse a solo centímetros del pavimento. Tras sus cristales trasparentes, Bastian le echaba un último vistazo al tablero iluminado de su automóvil y acomodaba su playera clara, divisando por el espejo retrovisor su cabello rubio para peinarlo con las yemas de sus dedos.

Parpadeé hipnotizada por sus sencillos movimientos cotidianos, consultándome en mutismo cual sería su siguiente parada y si lo correcto, luego de nuestro último encuentro impetuoso, incitante y, sobre todo, informativo, seria saludarlo aunque sea elevando mi mano.

Entonces, la duda me carcomió los ojos: ¿Y si estaba en camino a una filmación?

Sería una buena oportunidad para aproximarme y consultarle sobre sus planes matutinos. Si era lo que pensaba, podía adelantar mi proyecto para aprovechar cualquier situación que pudiera darme contenido visual, sea en un set o en privado. No obstante, ahora mismo mis prioridades eran otras.

Aceleró su coche sin echar un vistazo veloz a su entorno, eludiendo mi presencia estática que solo se dedicaba a admirar su figura cautivadora y se preguntaba como conseguía estar tan atractivo por las mañanas, y aceleró su coche por la estrecha calle haciendo fluctuar los pétalos ambarinos.

– Vámonos de una vez, Deva.

Esquivando los reclamos de mi hermana, quien me insistía en que escapara de mi burbuja personal, rodeé su gran automóvil para introducirme y colocarme a su lado con las flores sobre mi regazo.

Durante el trascurso de la mañana, luego de visitar los cuidados panteones y el verde césped del cementerio local, la curiosidad de Dafne me aturdió por minutos incontables. Se había percatado de que la vivienda deshabitada había cobrado color y un nuevo inquilino merodeaba su interior, sin embargo, al comentarle que el menor de los hermanos Derking se encontraba ocupando su antigua residencia, se sorprendió.

Al igual que yo, nuestras memorias acumulaban la imagen de su rostro aniñado minutos antes de partir de la ciudad y al notar su crecimiento, era imposible no asombrarse. Por desgracia, nuestro encuentro solo había durado no más de media hora y la estrecha charla había involucrado solo a nuestro antiguo vecino, haciendo que no pudiera dialogar sobre asuntos de suma interés como lo era su vida actual y la de nuestro padre.

Trabajé en la edición de las escenas capturadas durante el resto del día, deteniéndome en como la sonrisa de Bastian se dibujaba en los pequeños pixeles de mi computadora y los rayos del sol que cegaban mi visión se desvanecían en el oeste. Cuando el metraje avanzó hasta exponerme el momento exacto en que él me ordenaba que me quitara la blusa, mis mejillas se acaloraron.

Luego de verlo partir por la mañana, no hallé rastros de su presencia merodeando por la acera o sus propios recintos. Quizás había vuelto y al hallarme concentrada en mi trabajo su regreso había pasado desapercibido. Cual sea el caso, y por más que aun seguía indignada por nuestro último encuentro, debía separar sus acciones del trabajo e intercambiar nuestros números de teléfono. Necesitaba hacer este proyecto lo mejor posible y para ello, quería que ambos pudiéramos estar en contacto.

Salí de mi habitación sin siquiera observar mi vestimenta casual y procurando mantener el silencio en la plata alta, debido a que mi padre había llegado cansado de su trabajo y sus horarios de sueño eran un desorden, escapé al exterior. La brisa primaveral, al filo de tornarse veraniega, erizó mis vellos corporales causando que mis manos desocupadas friccionaran mi piel adaptada al clima cálido del interior. Los faroles alumbraban el pavimento desolado y al marchar por el césped empapado por el rocío nocturno, observé como su hogar se hallaba en penumbras.

Aun no había regresado, y no tenía idea de cuánto tiempo estaría fuera. Me encogí de hombros dispuesta a regresar al interior, en cambio, mis ojos detectaron el gran satélite natural exhibiendo su forma natural, ahuecada y hermosa, dejándome hipnotizada, así como perdida en mis propios reconcomios.

Un sonido estrepitoso aturdió mis tímpanos indefensos y mi corazón se detuvo por tan solo segundos, alarmando hasta mis sentidos menos agudizados. Mis uñas rasgaron mi pecho por el sobresalto, sintiendo mi respiración removerse e ingresar con velocidad por mis fosas nasales y al rotar sobre mi eje para identificar el causante de mi pequeño espasmo, mis ojos emanaron una mezcla extraña entre irritación y placidez.

El coche de Bastian se encontraba rozando el filo de la acera, avanzando a paso lento hasta detenerse antes de ingresar a su cochera abierta. Desde la ventanilla baja podía detectar su sonrisa ocurrente, su mano firme sosteniendo el volante y su postura ladeada para examinar mi paradero desde el interior.

– Mierda – me quejé en alto sin removerme de mi paradero.

– ¿Te asusté? – indagó jocoso, y por más que el interior de su coche encapsulaba su voz, gracias al silencio que nos envolvía conseguí capturar cada una de sus palabras.

Le dediqué una mirada efímera colmada de rabia, distinguiendo como sus ojos avellana destellaban en la oscuridad por la diversión y la malicia que inundaba su cuerpo.

– ¿Tu qué crees? – consulté irónica y bufé al ver como su sonrisa se expandía por todo su semblante.

Se aproximó a la ventanilla baja, y frunció su ceño con falsa inocencia.

– No lo sé, debería probar una vez más para estar seguro.

Mi cuerpo se paralizó por el, nuevamente, repentino sonido estrepitoso que invadió mi tranquilidad y la irritación comenzó a fluir por mis poros como pequeñas gotas invisibles que empapaban mi sistema.

Al distinguir bajo el débil reflector de mi porche mi sobresalto, se echó a reír.

– ¡Bastian! – exclamé dando cortos pasos en dirección a su coche.

– Ahora si puedo asegurar que te asusté – su triunfo y arrogancia inundaban el interior de los cuatro muros de acero que lo mantenían al margen.

– Felicidades. Imagino que fue un trabajo muy difícil para ti asustarme – satiricé –. O mejor dicho, un trabajo muy tonto – fruncí mi entrecejo, sintiendo como la rabia se esparcía por mi lengua y procuraba no lanzar obscenidades en su nombre.

– Lo tonto fue creer que con asustarte te acercarías a mi coche.

– ¿Y por qué querías que me acercara a ti?

– Porque quería verte.

Me resultó inevitable que mis mejillas no calcinaran mi piel externa cuando sus palabras roncas y sugestivas se introdujeron en mis oídos. Todo mi rostro enrojeció, y agradecí mentalmente de que nuestro encuentro, o más bien sorpresa abrupta, haya sido bajo el cielo nocturno donde los colores no podían detectarse a falta de luz.

Pese a que mis sentimientos comenzaron a revolverse, forcé una sonrisa ocurrente para que el nivel de mi nerviosismo declinara.

– Lo lamento, pero nunca me aproximo a los coches de nadie – informé encogiéndome de hombros.

– ¿Ni siquiera a los coches de las personas que conoces? – curva una ceja, sumamente intrigado.

– Exacto – miento, intentando ocultar una sonrisa cómplice.

– Conmigo puedes hacer una excepción – propuso.

– ¿Por qué debería?

– Me conoces desde que era un niño.

– Las personas cambian, ¿no?

Su dorso se reacomoda en su asiento sin despegar sus ojos de los míos, y el filo de su lengua se posa en la comisura de su boca.

– Bien, respeto tu decisión – expulsa un suspiro teatral –. Pero debo confesarte algo. No solo toqué la bocina del coche para llamar tu atención, también quería probar algo.

– ¿Qué cosa?

– Siempre fuiste asustadiza, así que necesitaba saber si aun te sigues asustando por cosas tontas como – volvió a tocar el bocina – estas.

Mi estado calmo se alarmó una vez más. Maldije entre dientes, recordando que, pese a que mi padre siempre tenía un sueño profundo, podía despertarse en cualquier momento. Los pies se me desclavaron del suelo húmedo, decididos en conducirme hasta la ventanilla baja y al hallarme a solo centímetros de su paradero, mis yemas rozaron el acero teñido de negro hasta rodear el umbral de la ventanilla con mis manos.

– ¿Te gusta tanto tocar esa maldita bocina? – consulté irónica.

– Para nada.

– ¿Entonces por qué mierda la tocas? – protesté colérica.

– Porque si la tocaba tu vendrías hacia mí, y lo logré – sonrió triunfal al verme a solo centímetros de rozar el cuero de los asientos internos del coche.

Al notar que me había dejado ganar, fruncí mis labios.

– ¿No era mejor, no lo sé, bajarte del coche si tanto necesitabas tenerme cerca? – satiricé.

– En realidad era mejor que te acercaras en un principio, pero parece que te gusta jugar conmigo.

Contraatacó, y enmudecí. Mis palabras surgían acorde a las emociones que se fusionaban con sus actos anteriores que se habían reprimido en mi pecho y por más que ansiaba descarriarlos, al notar su sonrisa arrogante, no podía.

– ¿No te gusta recibir un poco de tu propia medicina? – averigüé punzante.

– ¿Qué?

– Tú jugaste conmigo dejándome en sujetador y logrando que me lanzara a tu piscina – rememoré –. Creo que debería cobrármelas en algún momento.

Fruncí mis labios, sin embargo, al notar como sus labios se curvaban esbozando una sonrisa provocadora, tragué grueso.

– ¿Aun sigues enojada por lo del otro día? – Curvó una ceja, divertido.

– Me dejaste grabando completamente sola y mojada, Bastian – protesté.

– No es mi culpa que no hayas tenido mi color favorito decorando tu cuerpo – esbozó una sonrisa ladina –. Si hubieras cumplido con mis pautas, quizás nada de eso hubiera ocurrido.

– ¿Quizás? – indagué.

– Si, quizás – aseguró directo.

Su voz espesa logró que mis vías aéreas se obstruyeran y se me dificultara tragar grueso.

– ¿Qué hubiera sucedido si llevaba lencería roja? – inquirí con la necesidad de averiguar sus más profundos reconcomios, sin embargo, al detectar el brillo libidinoso en sus ojos, me arrepentí al acto.

– ¿Acaso esperabas que sucediera algo?

Mis mejillas enrojecieron bajo las delgadas hebras de mi cabello, y mi corazón desbocado ansiaba expulsarse de mi cuerpo y esconderse bajo mi cama para no tornar a su lugar correspondiente. No podía negar los deseos cárnicos que Bastian se encargó de colocar en mi sistema desde el primer día en que colocó un pie delante de su porche. Me atraía de una forma inexplicable; su magnetismo lograba que no desclavara la mirada de su cuerpo y su cotidianidad me generaba un verdadero misterio que, pese a que ansiaba capturarlo en mi cámara filmadora, también quería guardarlo dentro de mis retinas.

Y aunque me lo negaba incontables veces, divisando en la penumbra sus labios rosados y carnosos, no podía soportar la necesidad de probarlos.

Sonrió astuto, e inhalé con necesidad al corroborar que había dejado de respirar.

– No.

– ¿No? – insistió malicioso.

– No – refuto nerviosa –. Solo fui a filmarte y eso es todo.

– Te vi muy interesada en conocer que hubiera hecho contigo si te veía usando lencería de ese color.

Su sonrisa sagaz y repleta de triunfo comenzaba a fastidiar mis emociones.

– No me interesa, y te aseguro que no llevaré lencería o una prenda de ropa de ese color mientras esté contigo – solté.

– Deberías hacerlo.

– Pero no lo haré – fruncí el entrecejo.

Sus ojos, desde su limitado paradero, me recorrieron cada pequeña facción de mi rostro y declinaron hasta posarse en mis clavículas expuestas.

– Que lastima, porque te verías perfecta.

Sus palabras generaban emociones ensortijadas dentro de mi cabeza. No podía enfurecerme porque él sabía cómo lograr que mi pecho se contrajera con fuerza y olvidara por completo cada uno de sus actos previos.

– Vas a tener que imaginarme usando ese color – comenté.

– No hará falta – habló con certeza –. Sé que algún día te veré de rojo.

– Te ves muy seguro.

– Porque sucederá.

Me sonrió con confianza y no pude evitar esbozar una delicada sonrisa que solo él podía distinguir en la penumbra. Entonces, entre los reducidos destellos de sus ojos rememoré las palabras que lograron atraerme hasta su coche y habían causado que mis mejillas ardieran bajo las estrellas. Él ansió verme, por ese motivo se hallaba ante mi hogar y la curiosidad inició a picarme la punta de la lengua.

No sabía cuál era su razón, sin embargo, al razonar sus palabras con determinación y examinar su postura dentro de su coche, supuse que no era algo realmente importante. Y no entendía porque, en cierto modo, me sentía contrariada.

– Bien, ya estoy aquí como querías. Delante de tu coche – señalé mi paradero.

– Así es.

Se limitó a decir, y pese a que esperaba que nombrara sus antiguas palabras, me vi obligada a retomarlas por mi cuenta.

– ¿Por qué querías verme? – averigüé sin rodeos.

Su sonrisa declinó, permitiendo que sus ojos ocultos por sus mejillas se ampliaran por mi repentino cambio de conversación. Inspeccionó por segundos efímeros su parabrisas y al inhalar el aire encapsulado dentro de los cuatro muros de acero, asintió.

– Oh, sí – reacomodó su postura, tornándose más profesional. Realmente me hizo que creer que nuestro acuerdo era más que una simple filmación de una estudiante amateur y un actor destacado en su área –. Quería decirte que...

Sus palabras se desvanecieron antes de concluir en mis conductores auditivos cuando el rugido de una motocicleta ocupó el primero puesto. Conocía ese rugido como las palmas de mis manos y al percibirlo tan cerca, mi cuerpo tiritó.

– Mierda – mascullé.

Al girar la cabeza y examinar la calle tras el coche de Bastian, los faroles iluminaron la motocicleta de Nicolás circular por el pavimento a una velocidad reducida, alumbrando con sus faroles el contorno de mi cuerpo y el automóvil varado. La luz se extinguió, permitiéndome vislumbrar el perfil de Nick inspeccionando mi hogar y consultarse mentalmente si se hallaba en la dirección correcta.

Mi sistema nervioso me exigió reaccionar, sin embargo, mis pulmones se comprimían con velocidad. Presentir lo que podía suceder estando a solas con él no me gustaba, y ansiaba huir antes de que me plantara su discurso repetitivo donde ambos éramos perfectos juntos. Maldita sea, sabía que Nicolás estaba aquí por sus incontables mensajes pidiéndome una oportunidad y llamadas que evitaba responder. Jamás se había atrevido a atravesar la barrera imaginara que había limitado entre ambos, pero quizás me había excedido al no responder ni tan siquiera un solo mensaje logrando que tomara acción y acudiera en persona.

No quería verlo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que dialogué con él, que no podía enfrentarlo con las ideas claras cuando cientos de problemáticas nublaban mi mente y él no se hallaba en ninguna. Sabía que su terquedad lo haría luchar hasta que me venciera en la lucha verbal y por eso, necesitaba desvanecerme como el viento.

Pero no había escapatoria. Las vallas estaban lejos de mi paradero, al mismo tiempo que la entrada principal estaba siendo custodiada por Nicolás aun montado en su motocicleta.

Mis manos tomaron el control de todo mi cuerpo con una idea clara, agitándose por voluntad propia y posándose en el tirador de la puerta de su coche.

– Bastian, ¿puedo subir? – pregunté con necesidad. Sin embargo, al notar mi repentino pedido, Bastian ladeo su cabeza con una sonrisa.

– ¿A mi coche? – curvó una ceja.

– No, a la cima de un árbol – ironicé –. Claro que a tu coche, genio.

– Vaya, ¿acaso te comiste un payaso? – sonrió a causa de mi ocurrencia.

– ¿Me dejas entrar? – lo evado, intentando controlar mi respiración.

– Ni siquiera escuchaste lo que te dije...

– Abre la puerta, por favor – supliqué en voz baja al notar que Nicolás se encontraba estacionando su motocicleta.

Entornó sus ojos para observar con exactitud mi rostro en la sombra y al detectar una ligera desesperación en mis ojos vidriosos, su semblante endureció. Me abrió la puerta y cuando me introduje, la cerré con fuerza. Con su mirada clavada en mis movimientos veloces y nerviosos, elevé la ventanilla, incliné el asiento y mi contextura física se amoldó a los cómodos almohadones bajo mi dorso.

Por el espejo retrovisor detecté a Nicolás en el exterior, caminando con tranquilidad por el césped húmedo y examinando las pequeñas ventanas de la planta alta para verificar que había movimientos en su interior. Sabía que no se atrevería a llamar a la puerta y que mi teléfono comenzaría a vibrar en mi bolsillo trasero en cualquier instante. Tragué grueso, comenzando a rezar en silencio para que se marchara lo más rápido posible.

Asimismo, no pude evitar observar el interior de su coche en perfectas condiciones. Un aroma a lavanda impregnaba mis fosas nasales y la suavidad del asiento me permitía hundirme en su comodidad.

– ¿Quién es?

La voz autoritaria y espesa de Bastian me causó un ligero escalofrió que circuló por todo mi cuerpo. Mis ojos viajaron a su rostro, distinguiendo como su mandíbula delineada danzaba en la oscuridad que nos retenía y sus ojos se ensombrecían al vislumbrarlo por el espejo retrovisor.

– Nadie – desvié mi atención de sus ojos a la ventanilla –. Solo es un idiota.

– Entonces lo conoces – aseguró con severidad.

– Si.

– ¿Qué te hizo?

Su postura se enderezó, revelando sus músculos definidos y bestiales bajo su playera, unos que hasta el momento jamás había admirado, y sus puños pálidos presionaban y acariciaban con fuerza el volante oscuro sin despegar los ojos del espejo retrovisor. Estaba alerta al comprender que mi estado nervioso bailaba en torno al hombre desconocido que merodeaba por mi jardín delantero, y su aura acechante envolvía mi cuerpo indicándome que sabía que Nick había pertenecido a un pasado amoroso y si se atrevía a avanzar hacia nuestro paradero, él se ocuparía.

No obstante, no ansiaba que eso ocurriera. Temía de Nicolás si Bastian emergía al exterior luego de comparar ambas contexturas físicas en total mutismo. Eran tan diferentes que aseguraba el fracaso de mi ex pareja al instante. Cuando Bastian tiene la elasticidad, fuerza y energía para poder elevarte a los cielos y embadurnarte con el éxtasis que él mismo te ofrece, Nick consigue todo lo contrario.

Es evidente que, como actor, debe mantener su contextura física para el agrado de su público, sin embargo, al mirarlo, no solo me ofrece su lujuria y protección, sino algo más oscuro, más privado y más perverso. Y por algún motivo, aunque me asustaba, también me intrigaba.

– Nada – respondí –. Solo quiero que se vaya de una vez.

Me asomé a la ventanilla y al notar su presencia rozando el porche, volví a esconderme fuera de su vista.

– No tiene intenciones de irse – advirtió y lo miré fijo.

– Quizás si me quedo aquí dentro unos minutos se irá.

– ¿Te piensas quedar dentro del coche toda la noche? – curioseó.

– Si es necesario.

Sus ojos avellana me detectan en la penumbra y vuelven a inspeccionarme.

– Algo me dice que no quieres que baje y le pida que se largue de aquí – comentó con calma.

– Supones bien – murmuré.

Torné a amoldar mi cuerpo al respaldo del asiento, y al sentir la intensidad de su mirada posada en mí, lo observé.

– ¿Por qué me miras de esa forma?

– Sabes que puede arrimarse al coche en cualquier momento, ¿no?

Mis ojos penetran los suyos intentando deducir sus muecas en la penumbra del coche. No obstante, pese a que entornaba los ojos intentando centrarme en la profundidad de su mirada al igual que la postura rígida de su cuerpo, me encontraba tan centrada en los sonidos externos que, con un movimiento veloz, asentí.

– Ya lo sé – reconocí elevando mi cabeza y observando a través de los espejos laterales.

Mi celular comenzó a vibrar en mi bolsillo trasero, y me tensé de inmediato. Sabía que Nicolás estaba aclamando por mi presencia lo más rápido posible.

– Tengo una idea.

Comentó atrayendo mi atención.

– ¿Encenderás el coche y saldremos de aquí? – indagué reconociendo que era la mejor opción.

Sin embargo, Bastian negó.

– Él sabrá que huiste con quien sabe y será peor para ti.

– ¿Y cómo estás tan seguro que él no sabe que estoy allí dentro? – curioseé ante su seguridad.

– Porque ya vio movimientos dentro del coche, y me está mirando.

Maldije entre dientes. Ya no poseía la valentía de observar por la ventanilla empañada por nuestras respiraciones profundas, así como tampoco conseguía ver su rostro por un simple espejo más pequeño que mi mano.

Necesitaba una solución rápida, y él tenía una respuesta a mi necesidad.

– ¿Entonces? – Pregunté – ¿Cuál es tu idea?

El reflejo de unos faroles de un coche, al transitar por nuestro lado, iluminó el rostro de Bastian en su totalidad, exhibiéndome una sonrisa ladina inundando sus comisuras y ocultando sus mejillas bajo la perversidad que comenzaba a recorrer sus pupilas dilatadas. Me observaba como un depredador ansiaba cazar a su presa, con ansias de devorarme hasta probar la última gota de mi sistema con sus propios labios.

Algo en su mirada me explicaba que si no cumplía con lo que inundaba su mente, podía ser castigada delatándome ante quien ansiaba huir. Sin embargo, pese a que no sobrepasaría los limites, quería cumplir con cada uno de sus mandatos.

– Es muy simple – entonó con voz espesa.

– Si es tan simple lo que tienes en mente solo hazlo.

Rogué apretando mis manos sobre el asiento de cuero y, por más que una mixtura de intriga y turbación recorrían mis venas, quería conocer lo que haría conmigo. Sabía que sus palabras no eran de un simple amigo ansiando ayudarme sin ninguna retribución; aquellas eran las palabras de un sádico al que le fascinaba ver a su víctima caer a sus pies.

Contuve la respiración cuando su cuerpo se terció, aproximándose a mi asiento reclinado y al traspasar sus piernas, luego de corroborar que Nicolás no ansiara ratificar las personas en el interior del coche, se volcó sobre mí. Todo mi sistema se tensó ante sus movimientos meticulosos, y lamí mis labios cuando perfume impregnó mis vías respiratorias. Apoyó ambos ante brazos rozando mis hombros desnudos, rozando su pectoral contra mis pezones endurecidos por su cercanía y su nariz rozó ligeramente mi mejilla encendida en llamas.

Sus ojos de cazador me vislumbraban con total impunidad, detectando la calidez que desprendía mi tez perlada y trazando el contorno interno de sus labios con el filo de su legua. Se meció, trasladando su rostro hasta rozar mi cuello, y cuando su respiración rozó mi lóbulo, mi caja torácica se extendió.

– Haz lo que yo te diga – concretó.

Asentí con la rendición inscripta en mi faz, sintiendo como mis labios se agrietaban y mis ojos se perdían en una degustación impropia. Su mano se deslizó por las hebras de mi cabello que contorneaban mis extremidades, palpando la carnosidad y calidez que generaba con su recorrido, y una sensación de satisfacción impregnó mi sistema nervioso. Las yemas de sus dedos trastearon la piel expuesta de mi abdomen, detectando como los poros dilatados delataban mi estado anímico y comenzaban a generar deseos impropios que solo él podía satisfacer con sus propias manos. Introdujo su mano entre ambas contexturas físicas, introduciéndose entre mis muslos y con una fuerza medida, las separó con el objetivo de que rodeara sus caderas con mis extremidades.

– ¿Qué haces? – conseguí modular.

– Rodéame con tus piernas.

– ¿Para qué?

– Solo haz lo que te pido.

Torné a asentir pese a que no comprendía su acto, y cuando lo recluí entre mis extremidades, nuestros cuerpos se unieron. Su mano, la misma que había determinado que mis muslos se distanciaran, contorneó mi cadera y con un movimiento repentino, aproximó mi zona sensible a su entrepierna.

Jadeé ante el contacto de mi intimidad protegida contra lo que ocultaba la tela fría de sus pantalones y al percatarme, enmudecí avergonzada.

– Aun no he hecho nada para que gimas de esa forma.

Mis mejillas calcinaban mi piel y mis pulmones retenían el oxigeno que se generaba a nuestro entorno, conteniendo mis nervios por su proximidad. Se inclinó una vez más, encapsulándome entre sus brazos y apoyando su frente sobre las delicadas hebras que daban inicio a mi cabellera extensa.

– No entiendo tu plan – comenté intentando eludir su anterior comentario.

– Tómalo como un juego.

Propuso y cuando empiné mi rostro, rocé la punta de mi nariz con la suya. Nos encontrábamos fuera del radar externo, ocultos tras los muros de acero altos que conseguía cubrir hasta la coronilla de Bastian, y aun no comprendía cual era su objetivo principal.

– No es hora de jugar, Bastian – comuniqué rígida.

– La hora de jugar es la hora que yo decida.

– Y saber que te puedes meter en problemas por mi culpa, ¿no te disgusta?

– Me divierte.

Decretó con los ojos puestos sobre los míos, y su aura perversa inundó mi sistema circulatorio e hirvió mi sangre bajo mis manos tensas aferradas al material blando bajo mi dorso. Me observaba con total atención, comprendiendo como su plan disparado y sus tanteos comenzaban a despertar curiosidades que antes no había experimentado en manos de un hombre. El sentimiento se posicionaba en mi entre pierna, y me preocupaba entender que alguien podía descubrirnos en una posición tan comprometedora.

Pero no me importaba. Me gustaba.

– No sabía que te gustaba el peligro.

– Hay muchas cosas que no conoces de mí – reconoció.

– ¿Y que estén a punto de descubrirte cuando estás haciendo algo indebido es una de ellas?

– No sabía que estábamos haciendo algo indebido – me observó fijamente –. ¿Esto es indebido para ti?

Su cadera se meció haciendo presión en mi entre pierna, y ahogué un jadeo ante su contacto. Lo había hecho a apropósito, estaba más que claro, pero confiaba en que no contaba con que a mí no me disgustara en absoluto su modo de tortura.

– La pregunta debería planteártela yo – compuse –. ¿No crees que sea indebido que me tomes de esta forma?

– Indebido seria que en este momento te estuviera desnudando ante ese chico, apoyara tus tetas sobre la ventanilla y comenzara a cogerte únicamente para que él vea tu cara de placer y sepa que solo gozas de esa forma conmigo.

Mis labios se entre abrieron exigiendo oxigeno ante mis pulmones comprimidos y cada una de mis células se calcinaron ante su voz suave, ronca y privada. Sus palabras sugestivas, directas y perversas habían dejado mis labios agrietados a tal grado que con encapsularlos entre mis dientes no sosegaban la inmensa necesidad que sus palabras sugestivas habían generado en mi sistema.

Sus pupilas dilatadas eran un portal oscuro a sus más profundos pensamientos donde podía distinguir con facilidad que sus palabras no fueron en vano, mas bien, ansiaba concretarlo. Algo en su mirada inclemente me aclamaba a alaridos que no eran Bastian quien estaba poseyendo su cuerpo en este instante, sino la ferocidad que enmarcaba Vlad.

Entonces, al oír mi mutismo inundando sus tímpanos, frunció sus labios. Cerró sus ojos con fuerza, ocultando su rostro de mi visión restringida y relamió la comisura de su labio intentando controlar sus instintos depredadores. Se estaba retractando mentalmente de sus palabras, castigándose por haberse sobrepasado en la confianza que comenzaba a generarse entre ambos, sin embargo, lo que él no sabía era que cada una de sus palabras había despertado una parte de mi sistema que creía dormida y necesitaba ser explorada.

Porque, mierda, me intrigaba saber cómo sería hacerlo de aquella forma.

– Solo quiero ocultarte bajo mi cuerpo.

Corrigió con la voz pesada, y sin pensarlo, posé ambas palmas sobre su dorso, logrando que volteara su mirada.

– Me ocultas bien – aseguré.

– Pero ese no era mi plan.

– ¿Y por qué no lo concretas?

Planteé y Bastian inhaló con fuerza. Sin pudor, al comprender que obtenía mi permiso en realizar lo que él deseara, sus manos rozaron mis hebras des pigmentadas y dispersas y aproximó su rostro a mi cuello. Su respiración profunda y tórrida colisionando contra mi piel me estremecía, y procurando que no se percatara de lo que ocasionaba con tan solo rozar el borde de sus labios, sesgué mi cabeza hasta apoyarla por completo en el respaldo del asiento.

– No hables hasta que salgamos del coche – ordenó y lo observé pasmada.

– ¿Qué?

– Aceptaste hacer todo lo que yo te dijera – rememoró –. No hables, y punto.

– Bien – mascullé.

Bastian poseía una manía con ansiar controlar a quien se hallaba a su disposición, y pese a que tuve la oportunidad de vivirlo ante su piscina, puedo corroborarlo en mi estado de vulnerabilidad bajo su fornido cuerpo. No actuaba de esa forma cuando nuestros diálogos eran cotidianos y sin tonos sugerentes, sino cuando ambos nos encontrábamos en situaciones prometedoras.

Percibirlo era una nueva tardea donde me causaba intriga indagar hasta sus rincones más recónditos sin importarme los resultados, y filmarlo para que sea participe junto al contenido adquirido y por adquirir. No obstante, no era el momento adecuado para pensar en ello.

Oí su risa ronca y calma acariciar el lóbulo de mi oreja, y fruncí mi entrecejo. Quise protestar, pero sus órdenes repercutían en mi cráneo exigiéndome que mordiera la punta de mi lengua.

– No puedo creer que uses el mismo perfume de cuando eras una niña – olfateó, reconociendo las notas dulces del perfume acaramelado que tanto añoraba desde que tenía memoria, y tragué grueso –. Recuerdo que siempre tenías ese olor y yo te preguntaba si te bañabas en caramelo...

Comentó en un susurro espeso, acariciando con su aliento a menta cada poro de mi piel tórrida y mimando con las yemas de sus índices el contorno de mi rostro. El teléfono retornó a vibrar en mi bolsillo trasero, y me desesperé. Nicolás no estaba dispuesto a irse tan pronto y sin una respuesta a sus preguntas incesantes.

Bastian, al percibir la vibración sobre sus muslos, empinó el rostro para examinar el exterior y al detectar a mi ex pareja observando fijamente el coche desde una distancia prudente, volvió a resguardar su rostro entre mi cuello.

– En cualquier momento él vendrá hacia aquí – informó serio y me tensé –. Espero que no te enojes por lo que estoy a punto de hacer. Solo sígueme la corriente.

Soltó y cuando mi lengua ansió movilizarse dentro de mi cavidad bucal para indagar en sus próximos movimientos, un jadeo deseoso se escapó de mi garganta.

Bastian atacó mi cuello con sus labios, sujetándome con fuerza desde la cerviz y atrayéndome aun más a su contextura física desde la parte baja de mi espalda para poder sostenerme y maniobrar mi cuerpo a su antojo, logrando sentir la presión en mi entre pierna y temblar a causa de la dureza que iniciaba a concretarse bajo sus tejanos. El borde de su lengua realizó un recorrido cálido y húmedo por mi piel calurosa, erizando cada vello existente en mi cuerpo, y plasmó sus labios carnosos bajo mi lóbulo, ambiento por saborear hasta lo más profundo de mi dermis.

– Bastian – nombré con la respiración entrecortada.

– No hables – amonestó, presionando mi cuerpo contra el suyo consiguiendo que un jadeo se encapsulara dentro del coche.

– ¿No sabes decir ¨por favor¨?

– Tú vas a aprender a decir por favor cuando no quieras que pare.

Embistió mi cuello con la sed de un depredador, tan necesitado de la droga que emanaba mi piel que al sentir sus colmillos incrustados sobre mi cuerpo, intentando devorar cada centímetro de mi tez tórrida, y procurando no lesionar la magnitud de mi dermis, sesgué mi cabeza para brindarle un mejor espacio para su recorrido hasta reposarla por completo en el respaldo del asiento.

La calidez de sus labios rozando mis poros dilatados y húmedos se concretaban en una mezcla embriagadora que me extasiaba de un placer que no había conseguido integrar con ningún otro hombre, y al retornar a sentir la presión en mi entre pierna, un jadeo intenso se desprendió de mi garganta, culminando en el borde sus oídos. Separó su boca de mi cuello, deteniéndose ante mis ansias aceleradas por solo un instante y al segundo, la vehemencia que se generó en su cuerpo se desplomó en forma de besos sobre el inicio de mis pechos.

Sabía que mis gemidos privados y necesitados lo habían hecho encender, y no solo por la dureza que comenzaba a notar en su entrepierna al rozar mi zona sensible, sino por su manera de explorarme. Se ocupaba de humedecer cada sector libre de sus marcas invisibles, pero enérgicas, que se impregnaban en mi dermis haciéndome regocijar bajo su contextura magna. Quería más, y lo manifestaba incrustando mis uñas frágiles en su dorso que se mecía con cada succión de sus labios inflamados. Necesitaba que no se contuviera e iniciaba a rogar para que las sensaciones que despertaba en mi sistema nervioso no se eclipsaran. Y cuando rememoré sus últimas palabras, aunque no quería aceptarlo, estaba al filo de suplicar que por favor no se detuviera.

Sin embargo, necesitaba que su boca enardecida transitara por su impregnación hasta volver a tenerlo frente a mis ojos. Quería que depositara sus tórridos, famélicos y ansiosos labios en cada sector insípido de mis facciones hasta culminar en mis labios para saciar la aridez que padecían. Pero él se dedicaba a contemplar mi tez como si fuera su único trofeo esta noche; evitaba mis ojos, centrándolos en los diminutos lunares que reposaban en el inicio de mis pechos y no pretendía saciar la necesidad que se incrementaba en su pecho. Sabía que no iba a besarme, y pese a que me lamentaba en silencio, gozaba de sus besos apasionados tranzando delicadas líneas en mi piel.

La carencia que se había creado en mi interior era de grandes magnitudes, tanto que no me importaba que el coche comenzara a mecerse por nuestros movimientos acelerados, mis jadeos intensos y las ventanillas empañadas a causa de nuestras respiraciones sofocadas. Mis ojos se habían nublado por el éxtasis de su perfume y las embestidas involuntarias sin importarme que tras los cuatro muros Nicolás podía estar oyendo cada una de mis suplicas en forma de gemidos.

Necesitaba que se marchara de una vez, sin embargo, le suplicaba en silencio que no se retirara para poder seguir disfrutando de la embriagadora aventura que Bastian trazaba en inicio de mi blusa.

El rugido de su motocicleta tras el vehículo alarmó mis sentidos y Bastian se contuvo en seguir hurgando en mi cuerpo, empinando su cabeza para vislumbrar tras las ventanillas empapadas en sudor. Cuando la luz de su reflector alumbró directo a sus ojos avellana, rodeando el coche y dispuesto a marcharse, tornó a encajar su rostro en mi cuello. El sonido se desvaneció con su huida y el silencio reinó en nuestro entorno, siendo nuestras respiraciones entre cortadas una melodiosa canción fascinante para mi deleite.

Me observó en la penumbra y pude distinguir sus ojos de cazador entornados, distinguiendo la tibieza que circulaba por mi rostro, y sus pómulos levemente enrojecidos me hacían querer obsérvelo toda la noche. En cambio, cuando empinó una vez más su rostro para asegurarse de que nuestro radar estuviera fuera de un peligro inminente, remolió sus labios.

– Ya podemos salir – anunció.

Abrió la puerta del coche, y cuando la brisa rozó mi piel tórrida, un escalofrió me recorrió de la punta de los pies hasta la cúspide de mi cráneo. Surgió al exterior dejando mi cuerpo vibrando por lo acontecido y al comprender que debía actuar con rapidez, salí del interior.

Rocé mis dedos sobre mis mejillas, corroborando el calor que untaba mi rostro, y rogaba que el frio exterior pudiera nivelar mi nerviosismo. Lo observé por segundos efímeros, comprobando su estado anímico y me sorprendió verlo tan calmado, como si no hubiera realizado ningún acto en mi cuerpo que haya logrando ardernos.

<< Es un actor porn*>> me recordé.

Podía fingir cualquier sonido, realizar la pose más acrobática y coger sin lesionarse. Tenía experiencias ante una cámara y con muchas mujeres. No era la excepción, solo una actuación más con el único objetivo de ayudarme.

Pero, pese a que para él era una idea simple, no conseguía que mis palabras emergieran de mi boca.

– Se lo creyó – comentó calmo, y lo divisé rozando la acera.

Su postura sosegada y templada me aseguraba que su ayuda no había cambiado el curso de nuestra relación, y aquello me dejó un poco más tranquila.

– ¿Qué cosa? – indagué con la mente perdida.

– Que había personas cogiendo dentro del coche.

Mis labios se entreabrieron por la sorpresa, y una risa sarcástica se expulsó de mi sistema.

– ¿Estás diciendo que tu idea era que él creyera que había personas haciéndolo allí dentro? – punteé el vehículo.

– Era la forma más rápida para que se marchara – se encogió de hombros –. Se iba a sentir incomodo escuchando gemidos y viendo que el coche se movía, y así fue.

Su sonrisa victoriosa se posó sobre sus comisuras y pese a que lo ansiaba, no podía hacer el mismo gesto. Roté sobre mis zapatos, divisando el pavimento desolado y palpando con nervios mi barbilla, consulté:

– ¿Acaso se escucharon gemidos?

– Yo los escuchaba muy claro – atestiguó y una punzada en mi pecho me inhibió del aire fresco nocturno –. Eres buena actriz.

Felicitó y con un nudo en el estomago, sin comprender sus palabras, volteé.

– ¿Actriz?

– Tus gemidos fueron actuados, ¿no?

Indagó curioso, y el calor inundó todo mi cuerpo. No podía afirmarle que mis jadeos intensos eran reales y que me moría de ganas por volver a tenerlo entre mis brazos.

– Si – mentí.

– Lo hiciste tan bien que hasta en un momento lo creí.

Se cruzó de brazos, observando el camino que había tomado la motocicleta.

– Yo también creí que lo que hacías era real – expliqué con falsas esperanzas.

– Soy actor, es lo que hago.

Explicó riguroso, y asentí al aceptar que mis dudas eran certeras. Fingía ante una cámara, hasta especulaba que podía fingir un orgasmo si él lo requería.

Entonces, ¿Por qué no podía fingir besar el cuerpo de una chica en apuros?

Suspiré, y mis brazos se posaron dentro de mis bolsillos traseros.

– ¿Pensó que, la que gemía, era yo? – consulté.

– ¿Eso importa?

– Un poco – respondí dubitativa.

– No lo creo.

Su voz calma exigió que pusiera atención a sus ojos asegurándome que Nick no me había visto en ningún momento, y pese a que lo dudaba, necesitaba creerlo. Al fin y al cabo, había sido una buena forma de apartarlo para que comprendiera que no lo necesitaba.

Bastian ladeó su cabeza frunciendo sus labios, y una mueca indecisa destelló en sus ojos.

– ¿Te sientes incomoda por lo que sucedió? – inquirió.

Presentía que, al notarme tan tensa, su acto me había generado un cierto rechazo hacia su persona cuando, en realidad, era todo lo contrario.

– Nunca me he sentido incomoda contigo – aseguré ante su duda, y me sonrió –. Gracias por ayudarme – agradecí con una media sonrisa.

– Fue un placer.

Me guiñó un ojo y rodeó su coche con normalidad.

Maldita sea, ¿cómo era posible que él pudiera circular con tranquilidad y yo no conseguía ni siquiera dar un paso firme que podía descompensarme a sus pies?

Se introdujo en su coche y al estacionarlo en su garaje abierto, tornó a mi paradero.

– Antes de que me olvide – extendió su mano, entregándome un folleto rojizo repleto de letras brillantes –. Quería verte porque de esto quería hablarte.

Observé el folleto con atención, distinguiendo las figuras humanoides de mujeres danzando en tubos metálicos y letras en dorado que formaban: ¨La Taberna De Pierce¨. Había horarios, sectores privados donde podías contratar a las bailarinas y poseerlas por más de una hora si el cliente lo requería, y espacios amplios para observar el espectáculo nudista.

Zarandeé el papel plástico entre mis dedos dedicándole una sonrisa burlesca.

– No soy de ir a estos lugares, pero gracias por preocuparte – satiricé.

– No te estoy ofreciendo para que vayas a ese sitio – ladeó su cabeza, indignado –. Así como existen shows de mujeres, también hay de hombres. Mi empresa hizo contrato con este bar y debo presentarme en unos días.

Abrí mis ojos con sorpresa.

– ¿Presentarte en qué sentido? – curioseé.

– Tienen como una especie de show preparado para mí y otros colegas – comentó y al notar mi intriga, negó –. No voy a bailar arriba de un tubo, Deva.

– ¿No bailaras? – Pregunté decepcionada.

– Lamento matar tus ilusiones.

– Y yo que quería ver como las mujeres colocaban billetes dentro de tu bóxer – bromeé.

– Seguramente lo harán cuando haga parte de mi rutina, y tú vas a filmarlo.

– ¿De qué hablas?

– Vas a filmar todo lo que haré esa noche.

Al notar su profesionalismo, asentí. Comenzaba a comprender sus palabras, y me estaba invitando a acudir a ese sitio no con la idea de ver hombres desnudos para saciar mis deseos cárnicos, sino para verlo a él.

– Debo grabarte para tener más contenido – razoné.

– Exacto, y por eso quiero que vayas.

– ¿Está permitido grabarte allí dentro? – indagué.

– Logré que tú pudieras filmarme – aseguró –. Así que puedes hacerlo con libertad mientras estés conmigo.

Asentí y al corroborar una vez más el folleto, pregunté:

– ¿Qué clase de show tienen preparado para ti? – la intriga comenzaba a carcomerme el pecho.

– Uno que me gustaría que veas.

Empine mis ojos y al notar su sonrisa ladina, comencé a cavilar al respecto.

– ¿No cogerás arriba del escenario? ¿O sí?

Consulté, y al notar mi sensatez, rió.

– Si tanta intriga te genera, no te lo pierdas.

Sus pies marcharon en reversa, alejándose de mi paradero.

– Bastian – nombré exigente.

– Solo ve, ¿sí? Y lleva tu cámara – sonrió con ánimos –. Te va a gustar.

– ¿Tengo otra opción?

– No – rio –. Y atrás del folleto tienes mi número de teléfono.

Al voltearlo, un par de números decoraban el espacio en blanco y sonreí al recordar que me encontraba fuera de mi casa con el único objetivo de conseguir su número telefónico.

Empiné mi rostro iluminado, hallando a Bastian reposando su dorso en las vallas de madera, mirándome expectante.

– Entra a tu casa – pidió.

– ¿Y tu cuando ingresaras a la tuya? – consulté caminado en dirección al porche.

– Cuando me asegure de que cerraste la puerta con seguro y estés segura del chico al que quisiste evitar.

Fruncí mis labios y asentí. Tenía razón, y pese a lo acontecido, me gustaba la seguridad que Bastian conseguía generar en mi cuerpo. Le sonreí como una despedida y al ingresar, toda la presión que se había encapsulado en mis pulmones se expulsó sobre mis zapatos.

Mierda, no sabía que su regreso podía desequilibrar mis sentimientos y convertirlo en un torbellino de dudas donde concluían en una única respuesta: Quería volver a sentirlo una vez más sobre mi cuerpo.

Hola pipolitos, ¿Cómo están hoy?
Perdón por la tardanza, pasaron ✨️cositas✨️

¿Qué les pareció este capítulo? La relación entre Deva y Bastian avanza bastante 🌶

Si les está gustando la historia no duden en compartirla con quien crean que les puede gustar, voten y comenten mucho para hacerme saber que les gusta ✨️

Nos vemos en otro capítulo, muchos besos


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