HISTORY | Sebastian Vettel

By vettelsvee

86.7K 10.2K 20.5K

˚ ༘✶ ⋆。˚ 𝐇𝐈𝐒𝐓𝐎𝐑𝐘 𝘄𝗵𝗲𝗿𝗲 𝘄𝗲 𝗮𝗿𝗲 𝘂𝗻𝗶𝘃𝗲𝗿𝘀𝗲 𝘃𝗼𝗹. 𝗶 El cuatro veces... More

HISTORY
sebastianvettel just made a post
000. i hereby announce my retirement
TEMPORADA 1
001. childhood
002. meeting
003.1. first victory (part 1)
003.2. first victory (part 2)
005.1. i wanna be there, with you
005.2. you'll find me in the stars
006. this is the least i could do
007.1. she's not hanna
007.2. happy birthday, di!
008. so... you're going
009. why have you lied to me?
010. rosberg, is this a date?
011. i forgive you, seb
012. i never hid i was dating nico
013. stop talking shit about her
014. i wish you left
015. you're on your own, kid
016. you're not hanna, and never will be her
017. this is why no one loves you
018. talent or just a nice face?
019. leave
020. oops, he did it again
021. how you get the girl
especial. i already have a wife, sally
022. everything is a thousand times better with you
023. hold on to hope
024. this feels like family
025. this is much better than driving, seb
026. is history repeating itself?
027. the sunshine of my life
028. kimi: you're our only hope
029. let's make birthday sex a tradition
030. alonso, don't say anything

004. do you really want us to try?

3.4K 328 622
By vettelsvee

✷        ·
  ˚ * .

HISTORY
CAPÍTULO 4 — DO YOU REALLY WANT US TO TRY?


Este capítulo contendrá escenas sexuales explicitas.

2023




La luz del amanecer, que pintaba el cielo neoyorquino con tonos rosados y anaranjados, comenzó a filtrarse por las ventanas, que se encontraban medio tapadas por unas cortinas semitransparentes.

Diana Vettel yacía plácidamente en la cama, tumbada de lado y sumida en un sueño ligero, con su cabello rojizo, ondulado, esparcido por toda la almohada. Su respiración era tranquila e iba acompasada al movimiento de su pecho; sus labios estaban curvados en una leve sonrisa, posiblemente ante un sueño agradable protagonizado por ella, su marido y sus pequeñas.

Sebastian fue despertándose con parsimonia y, medio adormilado, lo primero que vio cuando abrió sus perezosos ojos fue el rostro de su mujer, completamente relajado e iluminado por los rayos de sol que estaban comenzando a hacerse cada vez más presentes en la habitación.

—Buenos días, mi amor —susurró Vettel, intentando no sobresaltarla.

Ella no reaccionó, sumida aún en su apacible fantasía nocturna. Una mueca de cariño se tornó entre los labios del alemán, quien se inclinó suavemente hacia ella para dejar un beso en su frente, gastando sumo cuidado en no despertarla.

Ese día les esperaban muchas cosas en Nueva York, y quería que estuviese lo más descansada posible.

—Mmm —murmuró ella, entreabriendo los ojos—. Seb...

La mirada del ex piloto se posó en los labios de la mujer, pero no quería agobiarla de más; le importó poco, porque no se pudo controlar. Comenzó a dejar un reguero de besos por todo su rostro, yendo desde su mejilla hasta su mandíbula, barbilla e incluso centrándose en su cuello, aun a sabiendas de que ese tipo de gesto ponía bastante a Diana y que aquello podría terminar convirtiéndose en una sesión de sexo matutina de las que tantas veces habían disfrutado.

Diana volvió a murmurar adormecida, pero ya un poco más consciente de lo que estaba sucediendo a su alrededor.

—Eso ha estado bastante bien, ¿pero me puedes dejar dormir un poco más?

Sebastian sonrió y se acomodó más cerca de ella, apoyando su cabeza en la almohada y dejándola reposar sobre su mano derecha para quedar a su misma altura.

—Creo que ya es hora de despertar, amor —dijo, acariciando suavemente su mejilla—. ¿Qué te parece si te despierto adecuadamente?

La austriaca, como si de una apuesta se tratase, comenzó a abrir sus párpados lentamente. Pestañeó con calma para que sus ojos claros se acomodasen a la luz ambiente, y una sonrisa juguetona se formó entre sus labios al darse cuenta de lo cerca que estaba su marido.

—¿A qué te refieres con despertarme adecuadamente? —preguntó la chica alzando una ceja, un poco intrigada y recalcando la última palabra.

El rubio no respondió; se inclinó y rozó sus labios con los de ella, dando paso a un beso tierno y más prolongado de lo que en un primer momento tenía pensado. Tras este, nuevamente volvió a centrarse en todas y cada una de las partes que componían su cansado semblante.

—A eso.

—¿Estamos ahora jugando a las princesas Disney como si estuviésemos con las niñas? —le comentó Diana a la par que sus mejillas se tornaban de un rubor rojizo—. ¿Se supone que soy la Bella Durmiente, o qué?

Sebastian soltó una risa sincera, admirando la inocencia con la que a veces su esposa hablaba a causa de todos los juegos que hacían con sus hijas al cabo del día. Desde que se convirtieron en padres, ambos sabían que estaban viviendo una segunda infancia, algo que le encantaba a Diana sobre todo, quien se había convertido en la madre que siempre quiso tener.

—Algo por el estilo, sí —contestó Vettel—. ¿Quién podría resistirse a la increíble tarea de despertar a una princesa? Bueno —se corrigió a sí mismo—, más bien a una reina.

—No llevo ni cinco minutos despierta —habló Diana— y ya estás comportándote como tu yo de 2011, ese que no sabía qué hacer con su vida ni cómo quitarse toda la mierda que le estaba cayendo encima —recordó—, que no era poca, especialmente, y que ligaba con cada ser andante de género femenino.

—Pues tú bien que lo amabas porque, gracias a él, te acabaste enamorando de mí. Además —añadió el alemán con sarcasmo—, no actúes como si no hubieras roto un plato en tu vida: tú tampoco fuiste un ángel ese año.

Antes de que la ex ingeniera pudiera replicarle algo, Sebastian apartó las sábanas que le cubrían de cintura para abajo para salir de la cama; a continuación se puso sus zapatillas y, con una sonrisa pícara, se dirigió hacia la cocina del apartamento que habían alquilado para hospedarse durante su estancia en la city.

—¿Se puede saber que estás haciendo, Sebastian Vettel? —demandó la mujer, que intentaba no volver a dormirse y saber qué es lo que estaba pasando por la cabeza del hombre.

Una sonrisa juguetona surgió entre las comisuras del alemán, quien se giró hacia su mujer. Pudo ver como esta le estaba observando con bastante curiosidad; sin embargo, no le hizo caso alguno, haciéndole enfadar aún más.

—Es una sorpresa, cariño —le comentó, volviendo hacia ella con rapidez, dejando un beso en su frente y cubriéndole un poco más con las sábanas.

—Me tienes intrigada —respondió Diana con voz somnolienta, bostezando—, así que no tardes mucho o me voy a volver a quedar dormida.

Sebastian volvió hacia el pequeño habitáculo, dejando nuevamente a la pelirroja confusa y desperezándose en su cama. Una vez llegó a la cocina, el ex piloto comenzó a tomar todo lo necesario para hacer un desayuno simple —puesto que sus habilidades culinarias no eran las mejores—, pero lo suficientemente bueno como para sorprender a su mujer. Ruidos suaves de utensilios y platos repiqueteando unos con otros comenzaron a llenar el ambiente; este, junto con el olor del café, que iba haciéndose lentamente, fueron lo suficiente como para que Diana se avivase. No había cosa que amase más la pelirroja que el aroma de esa bebida marrón que tanto le gustaba embriagando sus fosas nasales.

La chica se incorporó, sentándose con lentitud sobre la superficie y apoyando su espalda en el acolchado respaldo. Unos minutos después comenzó a oír pasos acercándose a ella: Vettel apareció por la entrada de la habitación cargado con una bandeja en sus manos, llena de frutas frescas cortadas en trozos desiguales en un bowl, una tostada con mantequilla y mermelada de melocotón junto con una taza rebosante de café, con un intento de corazón fallido; además, había un jarrón con algunas flores secas que el Sebastian compró el día anterior en una floristería cercana a escondidas.

—¿Qué es todo esto? ¿Acaso celebramos algo? —quiso saber Diana, completamente impresionada ante el buen despertar que le había dado Seb—. ¿O hay algo que quieras decirme, y no sabes cómo?

Este puso la bandeja en su regazo con cuidado, intentando no desperdigar nada y causar un estropicio. A continuación, Sebastian se sentó a su lado con delicadeza, intentando estar lo más cerca de ella pero dándole, al mismo tiempo, el espacio suficiente para que pudiera tomar el desayuno sin agobios.

—Solo quería prepararle algo especial a la mujer más especial de mi vida; después de mi madre, claro —aclaró el rubio.

—Me es surrealista que hayas hecho esto por mí —se sinceró la pelirroja—. ¿De verdad que no me vas a pedir el divorcio ni nada de eso? —comentó a la par que cortaba un trozo de pan con sus manos y se lo llevaba a la boca.

—Pensaba que la tontería de querer divorciarte se había quedado en el pasado —replicó el rubio—. Además, esto es lo más simple del mundo, Di. ¿No recuerdas cuando te enseñé a conducir? —la chica asintió, comiendo con calma. Menudos días le dio, aunque al final acabó convirtiéndose en su mejor profesor de autoescuela—, ¿o cuando te obsesionaste tanto con Moulin Rouge que te hice una fiesta de cumpleaños temática donde tú fuiste Satine, yo Christian, y estuvimos toda la noche cantando después de que me pasase días aprendiendo todas y cada una de las canciones que cantaba Ewan McGregor en la película?

—Estabas guapísimo con ese traje, y todo el mundo lo pasó genial —le dijo Diana, recordando aquel día como si hubiera pasado ayer—; aunque nosotros no disfrutamos tanto cuando Lara y Mick, que tenían la clara intención de acostarse juntos, nos pillaron acostándonos juntos.

El alemán volteó sus ojos, intentando olvidar la escena en la que tenía a su novia sentada sobre su cara, ella boca abajo centrada en su pene, y a la ex pareja, que únicamente llevaba su ropa interior, entrando en el mismo cuarto en el que estaban ellos.

No quería volver a recordar esa fecha ni aunque le pagasen todo el dinero del mundo; ni incluso si le dijeran que el cambio climático acabaría.

—Bueno —siguió ella, dándose cuenta de que Sebastian no quería hablar más del tema—, ¿a qué viene todo esto, entonces?

—Ya que hoy teníamos el día libre quería hacer algo especial contigo —le comentó Sebastian—. Sé que mañana hay que levantarse a las cinco porque tenemos que estar alrededor de las siete en el estudio, así que tampoco he planteado gran cosa —se disculpó—, perdón.

—Escupe, no me dejes con la intriga —habló mientras tenía ahora el cuenco de fruta en una mano y el tenedor, en otra.

—¿Qué te parece si vamos a Central Park y pasamos el día allí, cariño?

Diana levantó su vista del café, sorprendida ante la sugerencia. Luego, sonrió a su marido.

—Central Park siempre es un buen plan —replicó alegre—, y más cuando es contigo. Me gusta que sea algo tranquilo —confesó la muchacha, bastante feliz—, el señor y la señora Vettel necesitan, de vez en cuando, un poco de calma en su vida.

La mujer, aun cuando no había terminado todo lo que Sebastian le había preparado, hizo ademán de levantarse para vestirse; sin embargo, este le indicó que se volviera a sentar y que esperase un momento.

—Tengo algo para ti —declaró con cariño, pensando en cómo reaccionaría Di ante las dos sorpresas que tenía preparadas, en especial con la primera.

Rápidamente, y con la mirada atenta de su mujer siguiéndole en todo momento, se acercó al armario empotrado que había en uno de los rincones de la habitación y sacó una pequeña bolsa que contenía un sobre y una pequeña caja envuelta con un papel de regalo con motivos navideños.

—Sé que no son fechas para regalarte esto ahora —se explicó Sebastian señalando la caja—, pero sé que lo que hay dentro te va a encantar. No podía dártelo con las niñas delante —reveló—, si no querrían copiar a su madre y, menos Emily, todavía creo que son pequeñas para eso.

La pelirroja se extrañó ante lo que acababa de decir el alemán. En cuanto le ofreció la caja, ella la tomó entre sus manos con cuidado. Poco a poco, fue abriendo el envoltorio, evitando rasgarlo apresuradamente y quitando uno a uno los celos que la unían, a pesar de que la emoción le estuviera carcomiendo.

Una vez quitó el envoltorio, vio lo que parecía ser la parte de atrás de una caja de juguetes; en cuanto le dio la vuelta, se dio cuenta de que estaba en lo cierto y comenzó a chillar y a pegar botes sobre la cama, para después correr hacia donde se encontraba Sebastian y darle un abrazo fortísimo, de los que le encantaban.

—¡Dios mío, Seb, no me lo puedo creer! —gritó completamente emocionada la mujer—. Sé que soy una adulta, madre, con responsabilidades —especificó contando con sus dedos—, ¡pero has cumplido mi sueño de la infancia!

Sebastian rió ante la reacción que tuvo su mujer, algo que se esperaba completamente de ella. Cuando empezaron a amistar más estuvieron hablando de juguetes de la infancia. Ella le reveló que siempre había querido tener un Tamagotchi pero que, por la economía en detrimento de su familia, no pudieron comprarle uno. La sorpresa de la pelirroja vino cuando Emily, su hija mayor, le pidió uno las Navidades pasadas: desde ese momento, el ex piloto pilló a su mujer jugando en bastantes ocasiones con él, siempre que su hija mayor no le hacía caso o se aburría de él.

Amaba ver a una Diana tan emocionada por una cosa tan simple como un simple cacharro que tenía un animal o vete tú a saber el qué dentro.

—Pensé que te gustaría tener uno para ti —enarcó una ceja Seb—, como se lo quitas tantas veces a tu hija la mayor...

Di eludió su comentario. En su lugar, se dedicó a romper la caja con ansia y, una vez el aparato estuvo fuera, se detuvo a contemplarlo con detalle, intentando que no cayese de sus temblorosas manos. Sintió un torrente de emociones recorriendo su cuerpo, y se transportó a su infancia, recordando todos y cada uno de los detalles que había vivido con su familia, de la cual únicamente le quedaba Amelie.

Pero ahora tenía una nueva familia, su propia familia, y eso era a lo que se aferraba en momentos en los que pensaba qué motivo habría detrás de que todos sus seres queridos la hubieran acabado dejado de lado, de un modo u otro.

—¿Y lo otro qué es?

Diana señaló con discreción, ignorando sus sentimientos mientras se separaba de su marido, el sobre que tenía entre sus manos. Intentó alcanzarlo, pero fue en vano: a pesar de que fuera por poco, Sebastian era más alto que ella.

—Ah, ¿esto? —dijo él—. No es nada: solo entradas para ir al teatro a ver el musical de Hamilton.

Diana abrió su boca, completamente en shock.

—¿¡Y lo dices tan tranquilo?! —chilló, yendo hacia su marido nuevamente—. Eres la persona más sumamente inexpresiva que he conocido en mi vida, Vettel.

—Ve a vestirte, anda —eludiendo aquel comentario, se dirigió hacia la puerta de entrada, tomó su chaqueta y, tras ponérsela, agarró las llaves de la residencia—. Voy a hacer la compra para el maravilloso picnic que vamos a hacer hoy.

—¡Pero qué picnic vamos a hacer, si estamos en invierno! —vociferó ella, un tanto extrañada—. ¡Sebastian Vettel, te lo juro por Dios, que como me resfríe y encima, cuando volvamos, se lo peguemos a las niñas, no voy a ser yo quien se quede cuidándolas!

El susodicho salió riendo del apartamento, cerrando la puerta tras de sí, y dejando a su mujer hacer teorías locas sobre lo que iban a hacer. Parecía conocerle muy poco.

¿Acaso no sabía Diana que, para él, un picnic, acababa siempre siendo sinónimo de llevarla a comer a algún sitio tranquilo de la ciudad?

[...]

Después de casi dos semanas del inicio de las grabaciones de History, donde únicamente había llevado ropa lo más arreglada posible, desde vestidos casi de gala hasta minifaldas de tubo con las que se sentía incómoda, Diana por fin pudo llevar algo que ella pudiera calificar como cómodo.

Siempre había estado acostumbrada a vestir de forma casual, a excepción de los años en los que estuvo trabajando en RedBull, donde se sentía en muchas ocasiones como si fuera a modelar en una pasarela. Por ello, para dar un paseo por el parque más famoso de Nueva York, e incluso para ir esa noche al teatro, Diana decidió llevar unos pantalones vaqueros un poco ceñidos, que se ajustaban fácilmente a sus curvas, ocultas bajo un jersey oversize bastante usado en sus embarazos. Dejó su melena, un poco más larga de lo que estaba acostumbrada en los últimos años, suelta, y con su ondas naturales. Llevaba, además, unos diminutos pendientes en forma de perlas, un reloj que era de su padre en la muñeca izquierda, y unas Converse de color blanco.

A Sebastian, con una sobrecamisa y una camiseta, ocultas bajo su chaqueta, junto con unos pantalones y unas deportivas Adidas, le era más que suficiente. Llevaba eso casi siempre, y por mucho que su mujer le había dicho que parecía ese outfit se había convertido en su uniforme, él se negaba a cambiarlo.

Y menos mal que no lleva la famosa banda para el pelo, criticó Diana para sus adentros, qué vergüenza.

Habían pasado ya cerca de tres horas desde que habían salido de su apartamento alquilado y habían hecho bastantes cosas, aunque no era nada del otro mundo. Primero fueron caminando por todo el parque, de la mano, sorteando deportistas, hablando de algún que otro tema sin importancia; después, comenzaron a darle de comer a los patos de un pequeño estanque con una barra de pan que había comprado Seb específicamente para eso. También Diana decidió acercarse a un grupo de ancianos que estaba jugando en unas mesas de ajedrez para charlar con ellos un rato: las personas de edad eran su debilidad, y sentía lástima por la mayoría de ellos. La austriaca acabó jugando a unas cuantas de partidas a la par que les escuchaba hablar alegremente sobre sus vidas, soltando ella al mismo tiempo algún que otro dato sin importancia respecto a la suya.

Cuando emprendieron camino para hacer ese famoso picnic, decidieron llamar a Lara para ver cómo iban las niñas. En el momento en que la muchacha respondió a la llamada, el matrimonio pudo ver, momentáneamente, la desesperación que tenía:

—Os lo juro, esta noche ha sido un desastre —comentó la chica en alemán—. Charlie, a las once de la noche, quería meterse en la piscina con su disfraz de La Sirenita para nadar e ir al reino mágico de yo no sé qué —expresó airadamente, haciendo aspavientos con su mano libre—; luego, Emily quería jugar con tu simulador, Seb, y acabó llorando porque le dije que necesitaba tu permiso pero que estabas trabajando y no podías dárselo —el mencionado asintió, lanzándole un gesto a su hermana para que continuase—, y por si fuera poco, Lando y Mick acabaron quedándose dormidos dejándome a cargo de dos diablillas.

—¿Y mi hermana? —preguntó de sopetón Diana, arrimándose más al teléfono. Sebastian pudo notar cómo se estaba poniendo nerviosa, por lo que tomó su mano rápidamente y comenzó a acariciarla con su pulgar.

Lara resopló, e incluso oyeron algún que otro insulto por lo bajo.

—No me hables de tu hermana, cuñada —casi gritó la pelinegra—. Me prometió que iba a estar aquí sobre las ocho, pero acabó llamándome unas horas más tarde, borracha como una cuba, para decirme que se había ido de fiesta con una chica que había conocido hacía un par de noches, valga la redundancia, en otra fiesta.

—O sea, que tú te has convertido en la jefa de todo, ¿no? —comentó el mayor de los dos hermanos con guasa.

—Efectivamente.

La conversación entre la familia siguió. Con el paso de los minutos y conforme estaban cada vez más cerca del lugar que había decidido el alemán que comerían ese día, se unieron los padres de este, que habían decidido hacerse cargo de la más pequeña de la familia, Matilda, mientras ellos estaban fuera. Corinna también había decidido ir a la residencia de la pareja y, con la menor entre sus brazos, les empezó a explicar a sus padres que había aprendido a decir alguna que otra palabra nueva.

Coshe —soltó alegremente la bebé mientras, desde los brazos de Schumacher, señalaba una foto de Sebastian en su segundo equipo que estaba encima de la chimenea—. Coshe, papá; papá, coshe eh ashu.

Eso a Sebastian le hizo tan feliz que acabó con las lágrimas saltadas. Aunque le duró poco porque ya habían llegado a la puerta del restaurante. Unas luces suaves, a pesar de ser el mediodía, iluminaban el camino hacia la entrada, que destacaba bastante por los amplios ventanales, similando a una vidriera, que mostraban a los comensales que ya estaban comiendo.

Tras colgar a sus familiares, la pareja entró y se dejó envolver por el ambiente. El interior estaba decorado elegantemente pero, al mismo tiempo, no de manera extravagante. Había un montón de macetas y plantas de todo tipo que decoraban hasta el más mínimo rincón, y Diana no sabía si era eso o no, pero un olor muy suave, como a vainilla, parecía desprenderse de algún lugar desconocido.

Un camarero se acercó a la pareja, que se encontraba charlando animadamente sobre el lugar en el que se encontraban.

—Buenas tardes, señor y señora Vettel —interrumpió el joven, que debería rondar los veintipocos años y que, aparentemente, parecía ser fan del ex piloto—. Si me acompañan, les mostraré la mesa que hemos preparado para que puedan disfrutar de su comida sin interrupciones.

Sebastian y Diana le agradecieron con un leve movimiento de cabeza y procedieron a seguirle. Fueron cruzando las diferentes secciones del comercio, intentando no llamar la atención de ningún cliente, hasta que llegaron a un rincón más apartado desde donde se podía divisar Central Park a lo lejos.

Una vez sentados, el chico que les estaba atendiendo les ofreció los menús y, de manera inmediata, una mujer de mayor edad, también personal del restaurante, les puso unos cuantos de entrantes sobre la mesa, diciendo que quedaban a cargo de la casa.

En esos momentos, mientras se decidían por lo que iban a pedir, Diana comenzó a darle vueltas a la conversación que tuvo con su cuñada antes de comenzar a grabar el documental por primera vez. No sabía cómo abordar el tema de volver a quedarse embarazados. Estaba nerviosa por la reacción que podría tener Sebastian, sí; pero al mismo tiempo tenía una buena impresión. Su marido se encontraba en ese momento desmenuzando el solomillo que habíanpuesto, mientras que ella dipeaba un nacho en un poco de guacamole. Intentando no retrasarlo más, la pelirroja pronunció palabra mientras se acomodaba en la silla:

—¿Seb? —preguntó para llamar la atención—. El otro día Lara me dijo algo un poco extraño —expresó inocentemente, como el que no quería la cosa.

Vettel dejó de cortar el trozo de carne, soltó los cubiertos sobre el plato y miró a su mujer un poco inquieto, sin saber a qué podría referirse. ¿Sería algo relativo a Max, y que su hermana no había querido contarle?

—¿Cómo que algo extraño? —dijo, frunciendo el ceño y con un tono preocupante—. ¿Qué te dijo?

—Que podríamos ir a por "un pan más" —recalcó la frase con un poco de ironía—. También dijo que deberíamos hacer una segunda luna de miel, o algo por el estilo —Diana se cruzó de brazos, intentando no darle importancia—, ya sabes cómo es tu hermana.

Y tanto que lo sabía.

Sebastian ya se olía hacia dónde iba dirigida esa conversación y, si su mujer lo decía en el sentido positivo, él estaba totalmente de acuerdo.

—Conque "un pan más", ¿eh? —inquirió él, juguetón y haciendo como que no sabía por dónde iría el tema.

—Lara estaba hablando de tener otro bebé, amor —soltó Diana sin rodeos.

Sebastian asintió con emoción, sabiendo que la cara de su mujer era en esos instantes un cuadro. Si suponía que él no iba a saber a qué se estaba refiriendo, estaba equivocada: cada vez que su hermana le había dicho, en confianza, que quería otro sobrino, lo había hecho haciendo uso de esa frase que, si bien era totalmente absurda, había acabado convirtiéndose en una broma interna entre el tercer y el cuarto hermano de la familia Vettel. Ahora, Diana parecía ser partícipe también de aquello.

—Lo sé —reconoció Seb al fin, no queriendo jugar más con su mujer, quien parecía estar un poco más decaída—. ¿Y qué opinas?

Ella puso una expresión pensativa, sin saber qué decir. Por un lado, sí que quería ser madre por cuarta vez, pero había tantas cosas que estaban rondando su cabeza y que, más pronto que tarde, pasarían a hacerse realidad...

—¿En qué estás pensando, Di? ¿No te haría ilusión que seamos papás de nuevo?

Sebastian acercó más su silla hacia la mesa y tomó a su mujer por ambas manos, mientras no dejaba de mirarla atentamente. Pudo sentir cómo temblaba un poco, y no era especialmente a causa del frío.

—No, no es eso; es solo que... Matilda todavía es pequeña; tú ahora te has retirado, y lo único en lo que deberías concentrarte es en descansar y aprovechar el tiempo perdido; yo comienzo dentro de poco con la F1 Academy, y, por si fuera poco, está el lío del documental en el que nos hemos metido —enumeró—. No me veo capaz de ser otra vez madre, Seb —se sinceró—, se nos va a venir el mundo encima.

El alemán tomó a Diana por su barbilla y la hizo mirar en su dirección. Sus miradas se encontraron, y la chica encontró serenidad dentro de todas las preocupaciones que se le estaban viniendo encima en esos instantes.

—Escucha, Di —expresó clara y calmadamente el ex piloto—: siempre voy a estar a tu lado, no importa dónde esté o qué haga, ¿vale? —la pelirroja asintió, intentando contener las lágrimas—. Si ahora no crees que sea el mejor momento para tener un bebé, estaré esperando; y si ese momento no llega, seré muy feliz de poder ver crecer a nuestras princesas junto a ti.

—¿Lo estás diciendo en serio?

—Mucho, Di —afirmó una vez más Seb—. Siempre he querido tener una familia grande contigo; ya sabes que para mí cuántos más, mejor.

Diana se echó un poco para atrás, sorprendida ante las palabras de su esposo. Recapituló todo lo que había dicho desde entonces, en especial el "si ahora no crees que es el mejor momento para tener un bebé, estaré esperando".

¿Eso significaba que quería un cuarto hijo, verdad?

—Espera, espera, espera —jugueteó con sus manos—: ¿qué has dicho antes?

—Que quiero tener todos los bebés del mundo contigo, y que esperaré lo que haga falta hasta que tú te sientas cómoda —volvió a explicar Sebastian.

Los ojos de Diana comenzaron a llenarse de lágrimas de alegría, causando la confusión de su marido, quien empezó a preocuparse, de verdad, por ella. No la veía así desde hace bastante tiempo, y no fueron buenos momentos especialmente.

—¿De verdad quieres un bebé más? —preguntó llorando, ahora, desconsoladamente la chica—. Yo pensaba que no querías, y...

—¿Cómo no voy a querer, tonta? —corrió a acercarse a abrazarla, ya sabiendo qué es lo que estaba pasando por su cabeza—. Estoy dispuesto a todo lo que tú me digas menos a separarme de ti; así que, si quieres otra versión mini de nosotros corriendo por ahí, con nuestras versiones ya no tan mini de nosotros, hagámoslo.

La emoción de Diana no cabía ahora mismo en su cuerpo.

—Eres increíble, ¿lo sabías? —expresó ella, aferrándose a su marido aún con más fuerza.

—Por supuesto —rió el alemán, causando también risa en la pelirroja—, solo hago lo que todos los hombres deberían hacer: ser, o al menos intentarlo, todo lo que sus chicas se merecen.

Y la señora Vettel sabía que llevaba razón.

—¿Entonces...?

Diana estaba nerviosa por la respuesta final, aunque tras ver cómo los ojos de Sebastian se iluminaban y se entrecerraban, revelando los hoyuelos de sus mejillas, no hacía falta que le diera una respuesta: ella ya la sabía, conocía demasiado bien a su marido como para saber lo que estaba pasando por su cabeza en esos instantes.

—Después de la función y de la cena —prometió el alemán—, te voy a hacer el bebé más bonito del mundo por cuarta vez consecutiva.

[...]

El viaje de vuelta había creado una especie de barrera entre el matrimonio. Sabían lo que iban a hacer, habían hablado de ello y, especialmente, no era la primera vez que lo hacían; a pesar de ello, las dudas siempre asaltaban a la pareja a la hroa de concebir un bebé porque, después del aborto que tuvieron en 2016, el miedo siempre estaban ahí presente.

Tanto el musical —del que la ex ingeniera había salido llorando— como la cena, a pesar de haber sido captados por paparazzis y algún que otro admirador, al cual no negaron nada, fueron geniales. La noche era joven, y para el matrimonio Vettel acababa de comenzar —por mucho que tratasen de engañarse a sí mismos prometiéndose el uno al otro que se irían a dormir pronto.

Tan pronto como llegaron al apartamento, compartieron besos algo más íntimos de lo normal, e incluso algún roce por encima de sus ropas. Diana, quien estaba comenzando a ponerse muy caliente, se vio frenada y más excitada a la par cuando Sel le comunicó que, tras la ducha que se iba a dar, le daría mucho amor.

Matilda apenas llegaba a los dos años, y aunque el ex piloto presumiera de sus cuatro chicas cada vez que tenía oportunidad de ello, la mujer sabía que lo que más ansiaba su marido era tener una pequeña versión suya correteando por ahí.

La pelirroja se quitó su ropa rápidamente, sin molestarse en dejarla bien colocada ni mirar por donde acababa tirada. Se tumbó en la cama, únicamente con sus bragas de encaje negro puestas, regalo de cortesía de su hermana y que habían acabado convirtiéndose en las favoritas de su Sebastian, y comenzó a bajar su mano izquierda muy lentamente hacia su intimidad. Se tomó un tiempo para ella a pesar de lo excitada que estaba, centrándose en sus pezones y, poco a poco, dirigiéndose hacia su estómago, dejando un reguero de caricias que hicieron que todo su vello se erizase. Había tenido muchísimos problemas con su cuerpo en el pasado; ahora, se sentía una puta diosa griega y no necesitaba los cumplidos de Vettel para creérselo.

Una vez llegó a su vulva, intentó dedicarse unos breves momentos a explorar sus labios mayores; sin embargo, el ansia estaba pudiendo con ella, y la excitación, aún más. Rápidamente, comenzó a dar pequeños masajes con una velocidad lo más lenta que pudo a su clítoris, lo que la hizo soltar algún leve jadeo. Siguió centrándose en sí misma a tal punto que se había olvidado de Vettel, quien ya se había tomado su ducha y, completamente desnudo desde la puerta del baño, estaba admirando el espectáculo que le estaba dando Diana.

Al mismo tiempo que iba aumentando la presión que ejercía sobre su punto G, comenzó a masajear su seno derecho con su mano no dominante, la derecha, centrándose primero en su aureola y yendo poco a poco hacia su pezón, limitándose a rozarlo con su dedo índice. El movimiento que llevaban sus dos manos, totalmente acompasado, hizo que el pene de Sebastian se pusiera totalmente erecto y estuviese listo para hacerle cualquier cosa a su mujer, —y que ella se lo hiciese.

El alemán había sido el que había enseñado a Diana todo lo relativo a autocomplacerse, por mucho que ella tratase de demostrar lo contrario. Ahora, ante la visión de su mujer masturbándose, jadeando de placer y arqueando su espalda a modo de respuesta, no pudo hacer otra cosa que imitarla, aunque por poco tiempo.

El hombre puso camino hacia donde se encontraba la pelirroja a la par que masajeaba su pene. En cuanto llegó y tuvo a Diana frente a él, se subió a la cama y se tumbó junto a ella, quien seguía ensimismada en el placer. En cuanto tuvo ocasión, Sebastian aprovechó para besarla con fiereza, que fue respondido con ansia por la mujer. Ella ya se había dado cuenta de que su marido se había unido a la fiesta, aunque todavía no de manera activa. Como si Vettel le hubiera leído el pensamiento, este comenzó a repartir caricias por el estómago de su mujer y, sin previo aviso, introdujo en la ropa interior su mano, no perdiendo el tiempo y poniéndose manos a la obra con el manojo de nervios que se encontraba entre las piernas de su ex ingeniera.

—Joder, Seb —lloriqueó de placer Diana—, podrías haber avisado antes.

—Si te hubiese avisado no estarías ahora mismo gimiendo tres veces más fuerte que cuando tu mano estaba en mi lugar —soltó Seb, pasando de sorpresa el dedo de su clítoris a su interior—. Recuerda que nunca, nadie, te va a dar más placer que yo, Diana Vettel.

Sebastian quería continuar en esa posición; sin embargo, sabía que tenían que terminar rápido. En apenas unas horas debían estar en pie para continuar con las grabaciones del documental, y no le parecía especialmente correcto follar a su mujer durante toda la noche por mucho que fuese ese su único deseo.

Con rapidez, el alemán salió rápidamente de la vulva de Diana, quien soltó un grito de frustración ante la pérdida del contacto. En su lugar, Sebastian se bajó de la cama, se posicionó arrodillado frente a ella, y tomó a la chica de los muslos, apretando con fuerza, para bajarla al borde de la superficie y dejar su coño perfectamente alineado con su boca. La austriaca sabía a la perfección que, en esos instantes, el rubio era quien tenía el control, por más que quisiera dominar ella; mas no iba a poner objeción contra ello.

El sexo para los que habían sido apodados cariñosa y sarcásticamente como los reyes del paddock nunca era aburrido, sino todo lo contrario: era una caja llena de sorpresas en las que, en cuestión de segundos, podía pasar de ser rudo, dominante, y protagonizado por experimentos que rondaban en la mente de la pareja, a ser como lo solían representar en las películas románticas adolescentes.

El hombre se permitió un tiempo para admirar a Diana, a quien únicamente le sobraban sus bragas para estar completamente desnuda ante él. Rápidamente, se deshizo de ellas lentamente, por mucho que la chica estuviese oponiendo algo de resistencia; después, abrió las piernas de su mujer y las sujetó fuertemente por los muslos, en los que comenzó a dejar besos, caricias e incluso algún que otro leve mordisco, alternando entre ellos tortuosamente.

—Sebastian Vettel, no quiero andarme con jueguecitos previos —le comunicó Diana de mala gana, ansiosa porque diese de una vez el siguiente paso—: o vas al lío ahora mismo o me froto contra la almohada hasta que me corra y la funda acabe empapada.

Él se levantó, dejando de tocar el cuerpo de la pelirroja; causó, una vez más, una gran frustración para ella.

—¿Crees que una bolsa rellena de plumas te va a complacer más que yo? —preguntó curioso Vettel, jugando con ella.

—Al paso que vas, sí —le respondió Diana, incorporándose y quedando apoyada en la cama con sus antebrazos.

—¿Estás segura de lo que estás diciendo, meine Königin?

La mujer, que se sentía más excitada tras haber escuchado el apodo que le había dicho Sebastian, asintió, con la intención de comentar algo más pero siendo interrumpida por su marido: no pasaron ni unos milisegundos cuando ya le había empujado para que se tumbase nuevamente e, inmediatamente después, y con sus brazos sujetando fuertemente sus extremidades inferiores, el alemán ya estaba arrodillado de nuevo y pasando su lengua por toda su intimidad, sin ningún tipo de piedad.

—¡Joder, Seb! —chilló la mujer a modo de sorpresa, lo que incitó al alemán a lamer más deprisa—. Dios mío...

El ex piloto estaba yendo tan rápido que el cuerpo de la mujer ascendía y bajaba constantemente, sus pechos rebotando fuertemente casi al unísono de las lamidas de Sebastian. Para cambiar las reglas del juego, y sorprender una vez más a su mujer, se dedicó a abrir ampliamente con una mano sus pliegues y, con la otra, masajear aquel botón que tanto placer causaba. Las piernas de Diana habían comenzado a cerrarse por inercia, y el alemán no podía hacer nada al respecto salvo intentar que la llegada del orgasmo se retrasase lo antes posible: había comprobado de primera mano que, cuanto más tardaba Diana en llegar a la liberación, mayor era. Por ello, decidió bajar el ritmo de los movimientos, para ahora sustituirlos por unos roces al clítoris más lentos, y fusionados con la penetración de su dedo medio.

Los gritos eran cada vez más fuertes, y Vettel notaba como las paredes de su mujer se contraían sobre su dedo cada vez con más frecuencia y violencia. Sentía el orgasmo cerca, y ese fue el impulso para añadir a la ecuación un dedo más en su interior, acompañado de la superficie de su lengua al completo sobre su clítoris. Mientras los dos dedos iban entrando y saliendo de Diana, Sebastian devoraba su coño con un poco de dificultad debido a la falta de acceso, pero con un ansia increíble; estaba excitado, y notaba como el líquido preseminal comenzaba a salir por la punta de su pene. Esto no sirvió para otra cosa que para darle más motivación para comer a su mujer como si no lo hubiera hecho en mucho tiempo.

Necesitaba follarla lo antes posible, pero antes necesitaba complacerla. Ella siempre era lo primero para él en el sexo, y se había convertido en un ritual que surgió de manera inesperada hacía años atrás, todo gracias a Rosberg.

—Estoy a punto de correrme, amor —le comunicó Diana vociferando, encorvando su espalda con agresividad y levantando su cabeza como pudo mientras no dejaba de tirar con fuerza del pelo de su marido—. Déjame que haga algo, por favor; me pongo encima tuya y te hago una mamada mientras tú sigues —rogó—. Va en serio, Seb, ¡no me ignores, Dios!

Sebastian, ensimismado en darle un buen orgasmo —porque decir el mejor sería imposible. Ese puesto se lo habían ganado los de la celebración de su triunfo en el mundial de 2013 a pesar de todo lo que conllevó posteriormente—, se limitó, sin levantar la mirada, a negarle con el dedo índice de su mano libre, llevándose una resignación.

Unos leves mordiscos en el clítoris y el aumento de las embestidas, centrándose en ese punto en su interior que tanto placer le daba, fueron la clave para la llegada del clímax de la pelirroja, quien estaba agarrada a las sábanas de la cama con fuerza mientras se retorcía salvajemente. Sebastian se tomó un tiempo para tomar todos sus fluidos y dejar a Diana calmarse porque todavía quedaba la mejor parte.

—Eso ha sido... increíble. Simplemente increíble.

Vettel se incorporó, tomó los restos de la corrida de Diana con gusto y se tumbó junto a su mujer, dejándole un casto beso en la frente y, posteriormente, en los labios, llegando la pelirroja a saborearse a sí misma.

—Soy el mejor en mi trabajo, no puedo decir otra cosa —aseguró modestamente.

—Entonces —comentó Di antes de que el alemán fuera a lo siguiente e ignorando sus palabras—, ¿vas a dejarme hacerte sentir bien o no?

—No.

Una sonrisa traviesa comenzó a formarse en el rostro del hombre. Si bien estaba disfrutando bastante poniendo nerviosa a su esposa, lo cierto es que no quería que ese día se centrara en él.

Si iban a hacer un bebé, toda la atención se la tenía que llevar Diana: para eso era ella la que lo gestaría, con todo lo que conllevaba, durante nueve meses, más o menos.

—¿Ni una simple paja? —trató de convencerle ella—. ¿Ni una chupadita? Venga, Seb.

—No insistas más, de verdad.

—Espero al menos —se acercó a su marido, tomando sus pechos, apretándolos y acercándolos impacientemente a su cara— que dejes que Pili y Mili lo hagan por mí.

Sebastian rió, negándose nuevamente a la insistencia de su mujer. Por mucho que le causase risa, odiaba cuando nombraba así a sus pechos en momentos como ese. ¿La historia tras el nombre? Fácil: la lactancia al mismo tiempo de Charlotte y Matilda debido a la poca diferencia de edad que había entre ellas.

—Diana —comenzó a explicarle Vettel—: quiero que te tumbes —le dio un corto beso— y que me dejes hacer —la tomó de la cintura y comenzó a recostarla sobre la cama de nuevo— todo el trabajo —terminó de decir, poniéndose encima de ella y comenzando a frotar su miembro contra su intimidad—. Vamos a hacer un bebé, amor; y sabes ya que en la fábrica de bebés Vettel, los niños se hacen con cariño. Mucho cariño y amor.

Odiaba cuando su esposo se ponía dominante cuando tenían relaciones y al poco tiempo acababa actuando como si fuese un príncipe recién sacado de las películas de Disney; pero aún le ponía peor cuando sabía que todavía no habían acabado.

—Si, ya, lo que tú digas —reprendió la austriaca—. No es justo, Seb.

—Tampoco es justo que tú sufras durante el embarazo y yo solo me quede mirando —ahí debía de darle la razón—. Tú... —se autocorrigió— vosotras lo hacéis todo, nosotros solo participamos en la parte divertida.

Nuevamente, sin dejar que la pelirroja dijese algo más, comenzó a repartir besos por su cuello, succionando en los puntos que más le gustaban. Al mismo tiempo, comenzaba a frotarse con impaciencia sobre el estómago de la chica, masturbándose para que la erección no bajase aunque a ese punto fuese imposible.

—Me encanta que hagas eso... —gimió Di cuando notó cómo los dientes del alemán se clavaban levemente sobre su piel—, aunque más me gustaría tenerte dentro mía.

—Paciencia, Diana.

Sebastian siguió besando toda la garganta de su mujer, quien iba haciendo aspavientos cada vez más agresivos conforme su placer iba aumentando. Su pene estaba cada vez más erecto y, según pudo notar tocando los labios de Diana, esta estaba muy mojada otra vez.

—Por favor, Seb, no pares —gimió en desesperación la pelirroja cuando dejó de sentir los labios del alemán—. Quiero que hagas algo más ya, por favor.

—¿Qué quieres que haga?

Al rubio se le dibujó en el rostro una sonrisa de picardía ante las posibilidades que estaban pasando ahora mismo por su mente sobre lo que podía hacer con Diana. Miró la hora en su reloj digital, y cuando vio que eran casi la una menos veinte de la madrugada, algo en él cambió.

—¿Quieres tener el control ahora, Königin? —comentó con voz ronca y seriamente el ex piloto—. ¿Eso es lo que deseas?

—Si sabes que sí, no sé para qué me lo preguntas.

—Bien —replicó Sebastian, quien había llegado ya al culmen de la excitación—, vamos a hacerlo a mí manera.

Antes de que Diana pudiera decir algo más, le dio otra vez un buen morreo, aunque esta vez mostraba mucha más desesperación que todos los que habían compartido anteriormente esa misma noche.

—¿Me vas a dejar o qué? —planteó la mujer, quien veía que su marido no estaba por la labor de lo que le había prometido y, por ello, se separó de él—. Cambia la posición conmigo ahora mismo y túmbate en la puta cama, Sebastian.

Él hizo lo demandado, completamente sorprendido ante las palabras que había soltado por su boca, aun cuando no era la primera vez que veía a la austriaca comportarse así con él durante sus momentos de intimidad.

Diana tenía muchas facetas, pero la que dominaba en el sexo era, en secreto, su segunda favorita, seguida inmediatamente después de la de madre.

La chica, una vez su marido estuvo recostado, tomó desesperadamente su miembro y comenzó a moverlo hacia arriba y hacia abajo, a la par que ella su autocomplacía torpemente; a los pocos segundos ya lo tenía entre sus labios, metiéndolo y sacándolo de su boca constantemente y masturbando aquello que no le cabía debido a su longitud.

—¿Vas a dejar que te folle ya o no? —verbalizó Sebastian tratando de no sonar desesperado.

—Me follarás cuando yo diga, Vettel —profirió la chica—, así que ahora te jodes un rato. Déjame seguir haciendo mi trabajo, o me temo que también tendré que parar.

—Princesa... —se aquejó Seb.

Diana no podía más por mucho que tratase de darse excusas a sí misma y de contener a su marido. Odiaba cuando Sebastian le rogaba: era dura, y lo sobrellevaba de manera diferente dependiendo del día. Repentinamente, y para sorpresa del alemán, la chica se subió a horcajadas de él y alineó su entrada con su miembro, dejándose caer lentamente para torturarle, a lo que Sebastian contestó con jadeos fuertes acompañados de varios improperios hacia la pelirroja, que sirvieron para excitarle aún más.

Finalmente, Diana bajó al completo, soltando un chillido en cuanto notó la polla del alemán al completo dentro suya. En un principio puso sus manos sobre el pecho de Sebastian, aunque las pasó rápidamente al borde del cabecero de la cama cuando vio que su esposo quería acceder a sus pechos, los cuales comenzó a acariciar más que con deseo, con cariño, centrándose en los pezones sobre todo, mientras que los masajeaba conjuntamente.

La pelirroja aumentó el ritmo prometedor de sus caderas cuando vio que las muecas que hacía el rubio mostraban que cada vez estaba más cerca del orgasmo; este, para apoyarla, la tomó de la cintura, ayudándole en ese vaivén que sus caderas estaban tan acostumbradas a hacer.

—Amor, estoy cerca —soltó Sebastian, a quien le estaba costando incluso hablar.

Esto solo sirvió para que Diana apretase su interior y aumentase, si es que era posible, la velocidad, llegando incluso a causarle un poco de daño. Los gritos desagarradores del alemán estaban llenando sus oídos, y en cuanto ella comenzó a tocarse a sí misma para intentar llegar al clímax al mismo tiempo que su Sebastian, se unió a los jadeos de este, casi diciéndolos al unísono.

—¡Dios, Diana, ahí, sí!

Unas embestidas más fueron suficientes para que Sebastian se corriera dentro de su mujer, quien seguía cabalgándole con ímpetu. Apenas un minuto más tarde, ella también había alcanzado el tan ansiado segundo orgasmo del día, sin lugar a dudas mucho mejor que el primero.

Diana, con sus piernas temblando, se bajó con cuidado de su marido, quien la ayudó a pesar de que no podía ni con su propio cuerpo. La mujer se acostó a su lado, enredando sus piernas junto a las de él; Sebastian, tan pronto como la tuvo al lado, la tomó entre sus brazos y comenzó a darle acariciar y repartirle besos, con delicadeza, por todo su rostro.

El sueño empezó a hacer mella en sus organismos, y tan pronto como comenzaron a acercarse más el uno al otro, los bostezos sustituyeron a los gemidos. A pesar de ser conscientes de que debían levantarse en menos de cuatro horas, no cambiarían nada de lo que había sucedido entre ellos instantes antes.

—Nunca me canso de besarte —comentó Diana, deslizando sus dedos entre el pelo de Sebastian y acurrucándose con él—, ni de abrazarte, ni de nada contigo. Soy muy afortunada de tenerte, y viviría de nuevo todo lo que hemos pasado en esta y en mil vidas más con tal de estar contigo —reconoció la mujer.

—El afortunado soy yo, Di —soltó única y honestamente mientras dejaba un beso en su frente por enésima vez en el día—, y nunca vas a saber cuánto.


✷        ·
  ˚ * .

Bendiciones para todoooooooos.

Contadme por favor (y gracias): ¿qué os ha parecido el capítulo?

Yo tengo una especie de amor-odio porque, por una parte, me ha gustado; pero por otra me habría gustado desarrollar más el día, que se viesen a estos dos enamorados más por Nueva York (de hecho, tenía planteadas las escenas del musical y en la cena, podemos hacer un libro de escenas eliminadas si queréis JAJAJ), pero si seguía el capítulo iba a acabar con 20k de palabras y me ibais a mandar a la mierda.

Aviso ya de ya: el próximo capítulo tenemos a Seb con una rubia por Alemania, y a dicho Seb de tratante con Marko y Horner para que hagan algo por mucho que Britta le lance alguna que otra boombastic side eye.

Por el momento...
¿os está gustando el fanfic?
¿Qué os gustaría ver?
¿Opiniones en general?
¿Algo que no os guste?

¡Nos vemos pronto!
💜


MIS REDES SOCIALES

instagram: vettelsvee
tiktok: vettelsveex

Continue Reading

You'll Also Like

1M 106K 143
1era y 2da temporada ♥️ Sinopsis: En donde Jimin es un Omega mimado y Jungkook un Alfa amargado, los dos se casan por sus propias conveniencias. ⚠️...
177K 4.8K 31
la tipica historia de universos viendo otros universos atraves de pantallas flotantes que aparecerán en sus mundos aunque también agregare otras cosa...
608K 81.4K 46
Una sola noche. Dos mujeres lesbianas. ¿Un embarazo? ¡Imposible!
204K 17.5K 36
|𝐀𝐑𝐓𝐈𝐒𝐓𝐒 𝐋𝐎𝐕𝐄| «El amor es el arte de crear por la sensación misma, sin esperar nada a cambio,más allá del placer mismo del acto creativo...