...y de repente, estaba en una estación de subte llena de gente. Yo era más pequeña, o los demás eran más altos, porque tenía que levantar la cabeza para mirar los rostros, difuminados en una especie de neblina luminosa, aunque se adivinaban inexpresivos. Todos estaban quietos, pero, de alguna forma, sentía movimiento alrededor: podía oír el murmullo de sus conversaciones, el rumor de la ropa al rozarse, cosas así.
En seguida llegó un tren vacío, y la multitud se adelantó hacia las puertas. Yo quedé atrás, de modo que alcancé a ver que no se trataba de un tren, sino de una especie de vagón antiguo, como de la línea A, todo de madera y luces mortecinas.
Las puertas, entonces, se abrieron solas y los maniquíes se amontonaron ante ellas. Por un instante, me pareció que se quedaban atascados al tratar de entrar todos juntos.
En ese momento, me desperté.