"So show me the way home, I can't lose another life"
La última vez que ella había estado en un hospital estaba visitando a su prima; se había fracturado un brazo patinando en un cerro peligroso. Recordaba no haber visto la herida, pero con solo ver el yeso que envolvía su pequeño brazo le causó mucha impresión.
Sin embargo, ella no estaba herida, o al menos eso era lo que creía. Tenía una de esas típicas batas celestes que los pacientes llevan; así fue como reconoció que estaba en un hospital. Miró a su alrededor; aquel aroma inhóspito que se impregnaba en sus fosas nasales y el constante color claro y brillante en la habitación le traían malos recuerdos.
¿Por qué estaba en un hospital? Si la última vez que estaba despierta se encontraba... huyendo de los caminantes con Beth mientras Daryl los mataba desde dentro.
—¿Beth? —susurró primero. Al no escuchar respuesta, repitió—: ¡Beth!
Sin esperarlo, el sonido de la perilla que había en la puerta la espantó. Lo más rápido que pudo, divisó su mochila y sacó de allí un cuchillo con mango plateado; obsequio de Jess antes de lo sucedido en la prisión. Apuntó hacia la puerta, esperando a ver a quién se enfrentaba en ese lugar.
Se alegró mucho al ver a Beth, vestida de igual forma que ella, con su mano enyesada y una pequeña cortada en la frente. Soltó el utensilio y corrió a abrazarla. Era la única persona que tenía en este momento, y no desperdiciaría ni una sola oportunidad para estar junto a ella.
—Gracias a Dios estás bien —exhaló Beth.
—¿Dónde está Daryl? —preguntó la niña al recordarlo.
—Aquí estarán a salvo —interrumpió una oficial junto a un médico—. Estaban solas cuando mi gente las vió, les salvamos la vida. Están en deuda con nosotros.
A Marion no le agradó mucho el tono de la mujer; si bien sus ojos le hacían acordar a Jess y su semblante un poco a Daryl, su temperamento no era de su total agrado. Y Marion sintió que la forma en la que dijo eso significaba peligro inminente.
Se aferró aún más a las piernas de Beth, se sentía protegida junto a alguien conocido. Ahora se tendrían la una a la otra hasta que pudieran hallar el modo de salir de ese lugar. Porque ese era el plan: salir de ahí y buscar a Daryl.
Antes de salir a hacer una guía turística por el edificio, le dieron a ambas una pijama quirúrgica para que no se sintieran incómodas con las batas. Beth ató su cabello y de paso también el de Marion. La más pequeña sentía la mirada constante de aquella oficial mirando a ambas, esperando a que se arreglaran.
La bata no es lo único que es incómodo aquí, pensó Marion en cuanto miró a los ojos de la mujer y luego los retiró antes de que pudiera siquiera darse cuenta de la mirada que le había echado.
Iban juntas a todos lados. De la mano de Beth, Marion veía a su alrededor, callada como siempre. Fueron al salón comedor para buscar un plato y comer. Beth estaba concentrada en servir la comida para ambas y ocupada para oír las barbaridades que un oficial gordo le decía.
Marion miraba detrás de ella, sentía una mirada estancada en su nuca desde que entró al salón. Un hombre, un poco más joven que Jess, le sonreía de una forma no tan amistosa. Podía notar cómo su sonrisa era un poco maliciosa. Sabía que pensaba en algo lo suficientemente intenso como para que se refleje en su cara.
Su madre, antes de morir, le había dicho que las personas son fáciles de leer; puedes descubrir si tienen pensamientos buenos o malos con solo ver su cara. Ese tipo era un claro ejemplo de ello; su sonrisa no era como la que Beth o Jess le brindaban cuando hacía algo bien, sino de alguien... malo.
Apartó su vista del muchacho y al mismo tiempo, Beth se alejó del bufé, haciendo equilibrio con la vianda de comida hasta que le dijera a Marion que se sujetara de sus pantalones para poder agarrarla bien.
A mitad de camino, a Marion le entraron ganas de ir al baño. Beth insistió en acompañarla, pero la despreocupó de ello advirtiendo que conocía dónde quedaba. Quería estar sola y pensar en qué hacer.
Beth estaba incómoda allí, lo sabía, pero no intentaba nada para intentar largarse de aquel lugar, o tal vez necesitaba recuperar fuerzas antes de intentar hacer algo estúpido. El punto era que Marion no soportaba más estar ahí y preguntarse a ella misma qué pasó con las personas que conocía. ¿Acaso nunca más volvería a verlos? ¿A Jess o Daryl? ¿A Glenn o Carol?
Se lavó la cara con cuidado de no mojar el suelo del baño. Necesitaba alguna estrategia, pero a pesar de tener una buena inteligencia nada se le ocurría.
—Hola, pequeña —saludó el hombre que la miraba en el comedor, ingresando al baño—. ¿Me recuerdas?
Quería hablar, gritar, chillar, hacer algo, pero se quedó quieta. No había llevado su cuchillo para defenderse en el caso de que algo pasara, así que estaba indefensa.
—Soy Bruce. Me encargo de la vigilancia. ¿Sabes lo que es "vigilancia"? —Ella asintió tímida—. Por supuesto que lo sabes. Eres muy inteligente. Y bonita.
Mientras más iba avanzando, más iba retrocediendo ella. Sabía que en algún momento el espacio se acabaría y terminaría aislada, entre una pared y el hombre.
—Tranquila, no voy a hacerte nada malo. Soy tu amigo —sonrió—. Tengo algo para tí.
De su bolsillo frontal, justo donde tenía la placa de policía, sacó una paleta color roja con forma de rosa. Se la ofreció envuelta en su papelito protector. La mirada de Marion pasó de la paleta a los ojos de Bruce.
—Vamos, no muerdo —bromeó, pero ella no rió—. Es un regalo de mi parte. Significa que confío en tí. Tomala.
—Mi mamá me dijo que no debo aceptar cosas de extraños —dijo con voz temblorosa.
—¡Vaya, hablas! —opinó—. No soy un extraño; ya te dije mi nombre. Toma la paleta.
Sin muchas opciones a su alcance, tuvo que tomar la paleta. Esperaba que se fuera luego de ello, pero ese hombre aún seguía ahí. Y su mirada maliciosa relució de nuevo.
—Anda, pruébalo —insistió.
Lentamente, Marion sacó el papelito de la paleta y dudó en llevársela a la boca o no. Le dió solo una chupada, pequeña, sin tragar nada de lo que chupó. Cuando miró al hombre nuevamente, su sonrisa se había desvanecido por un semblante serio, pero la malicia aún seguía en su cara.
—¿Ves que no era tan difícil? —dijo antes de reír.
Marion tiró la paleta a la basura y lavó su boca después de que él se retirara del baño. No quería acabar con uno de los últimos consejos que su madre le dió antes de fallecer. Necesitaba sentirse bien consigo misma.
Al terminar, regresó a la habitación de Beth, donde estaba ella y el doctor que le curaba su herida en la mejilla. En cuanto la vieron entrar, él se largó de allí y Marion la miró.
—¿Estás bien? —preguntó.
—He tenido días mejores —reveló ella. Tomaba la otra remera que él le había dejado encima de su almohada y sacó una paleta del bolsillo delantero—. Mira. Una paleta.
Marion alzó la vista al ver el dulce en su mano y se heló en su lugar. Su mandíbula se tensó y su respiración era irregular.
—¿Lo quieres?
—No —respondió, firme y segura, como una adulta. Beth se asustó.
—¿Estás bien?
Marion pensó y pensó cómo decirle lo que acababa de pasar, aquel momento en el que no supo exactamente qué estaba sucediendo. Tal vez aquel hombre solo se burlaba de ella; tal vez tenía buenas intenciones, como decía; o tal vez planeaba algo más que eso. Fuera lo que fuera, no sabía cómo describirlo.
Y luego, recordó el consejo de Jess.
"Si no puedes expresar algún suceso o sentimiento, transfórmalo en un mito o cuento. Las cosas grandes, a veces, hay que simplificarlas para que se entiendan".
—¿Escuchaste alguna vez el cuento del Hombre de la Bolsa? —dijo sin timidez—. Es un hombre que atrae la atención de los niños con dulces y, si desobedecen a sus padres, se los lleva a un lugar oscuro y feo.
—Lo sé, pero ¿qué pasa? —preguntó confundida.
—Él vive aquí —soltó, sin temer a nada—. Y se me acercó.
Beth insistió en saber sobre ello, pero Marion no dijo palabra alguna. La más grande pensó en distraerla con una caminata por el hospital hasta que la niña se sintiera con la confianza suficiente para contarle sobre el Hombre de la Bolsa.
Durante este proceso, conocieron a Noah después de que Beth estuviera en una sala salvando la vida de una paciente recién llegada.
Noah era bueno. Era ese tipo de personas que con tan solo verlo sabes que puedes confiar en él. Además, había insinuado querer largarse de allí en cuanto la oportunidad se presentara. Sin embargo, aquél comentario significó que era casi imposible salir de allí, y Marion se asustó.
Estaba asustada por creer que no saldrían de allí nunca; temía por no volver a ver a Daryl o Jess, si es que seguían con vida. Temían estar encerradas en contra de su voluntad en un lugar que puede no ser seguro. Marion temía vivir en un lugar en donde no pudiera ir al baño tranquila por miedo al Hombre de la Bolsa.
Al otro día, Beth se levantó antes que Marion. Había decidido dejarla dormir un rato hasta que se hiciera la hora de los deberes. En busca de su paleta, el oficial Gorman entró a la habitación con el dulce que esta buscaba en su mano.
Marion se despertó al escuchar bullicio junto a ella, y fue tan solo ver aquella táctica, que Bruce había usado con ella, ser implementada en Beth de parte de ese oficial lo que la hizo intervenir. Lo más rápido y cauteloso que pudo, sacó su cuchillo debajo de la almohada, se paró en la cama y le apuntó con este al hombre.
Antes de que una tragedia sucediera, el doctor había entrado, tratando de defender vagamente a las chicas indefensas. Las chicas solitarias, sin amigos y sin conocidos a los que pudieran pedir ayuda en casos como este.
Por infortunio, la oficial Dawn vio la posición de ataque de la pequeña, y en cuanto vio el cuchillo se lo quitó. A Marion la invadía la ira al ver como se lo guardaba en uno de esos múltiples bolsillos de policía y se iba con él. Ahora sí que no podrían defenderse ni un poco.
Una pregunta de parte de Beth las llevó a la azotea junto al doctor: ¿Por qué él seguía ahí? Este lugar era peor que estar matando caminantes, pero al parecer él tenía una opinión diferente.
—Aquí... estamos más seguros que allí abajo —dijo seguro.
—Es mentira —acotó Marion, con su mirada en los edificios incendiados. Luego lo miró a los ojos para decirle—: Es fácil saber lo que un caminante piensa, pero aquí nunca se sabe si la persona a tu lado quiere traicionarte a cambio de algo: cariño, puesto... seguridad —miró fijamente al doctor.
Nunca había sonado tan madura como en este momento. Beth estaba sorprendida por la elección y claridad de palabras, y el Dr. Edwards sabía que ese comentario fue dirigido de forma personal a él. Marion miró indiferente luego de ello, y antes de irse, el doctor le dijo a Beth la medicina que necesitaba usar para el paciente recién llegado.
Tristemente, el paciente falleció por un malentendido causado a propósito por el Dr. Edwards, pero la oficial Dawn no lo vio así y castigó a Noah para luego hablar con Beth sobre el tema. Marion no entendió mucho de lo que hablaban, pero comprendió algo en resumen a todo eso.
El hospital era manejado con un sistema de libre conformidad en el que ni siquiera Dawn tenía derecho de romper. Necesitaban mantener una imagen de protección y bienestar frente a los nuevos, pero que por dentro estaba igual o peor de podrido que allí afuera.
Beth salió a ver a Dawn alejarse por el pasillo, y Marion se unió a ella. Su mirada se dirigió a la izquierda del pasillo y allí vió al hombre que la miraba siempre. Sintió un escalofrío al verlo, y en su desesperación sacudió las ropas de Beth para llamar su atención.
—¿Qué sucede? —cuestionó suave. La mirada de la pequeña la llevó a mirar para la misma dirección.
—El Hombre de la Bolsa —soltó sin pensarlo, esperando que su compañera entendiera.
En cuanto aquel hombre vio que Beth lo miraba, se dio media vuelta y entró a una sala, casi huyendo de ella. Y Beth entendió de lo que se trataba y la clase de hombre que acosaba a Marion.
—Debemos salir de aquí —coincidió con Marion después de mucho tiempo.
Pero incluso con Noah en el equipo, y su escape siendo efectivo, no sabrían adónde ir una vez afuera. ¿Se arriesgaría a internarse en una ciudad en la que tal vez habría más caminantes de lo que han visto en toda su vida? ¿Caminarían sin rumbo por un largo tiempo, tal vez para siempre? Eso también le asustaba.
El plan de escape había funcionado, pero tal como lo había predecido Marion, los caminantes solo lograron retrasar a las chicas. Noah pudo salir y correr, pero Beth y Marion fueron detenidas por los oficiales antes de siquiera poder acercarse a las rejas.
Cuando volvieron, las cosas se pusieron feas, y la peor parte se la llevó Beth, quien salió con una herida en la cabeza y un moretón en el ojo de la oficina de Dawn. Marion esperó a que saliera y que el Dr. Edwards la ayudara, a pesar del mal trato que les había hecho pasar a ambas. Este confesó su miedo de ser obsoleto en el hospital y que debía cuidar su trasero por su cuenta.
Otra razón más para escapar.
Cuando salieron del cuarto del doctor, Beth rió al verla aún con la mochila.
—¿Qué pasa? —preguntó Marion, inocente.
—Me recuerdas a Jess... Por la mochila —señaló—. Cuando la conocí, siempre llevaba la mochila adonde sea que fuera.
—No podremos salir de aquí, ¿verdad? —preguntó la pequeña, cambiando totalmente de tema.
Antes de pensar en la respuesta, una nueva paciente ingresó al complejo, rodeada de ayudantes y oficiales. Al ver su reconocible pelo corto y gris, ambas supieron al instante que se trataba de Carol, sin embargo ninguna dijo nada.
—Saldremos de aquí. —Beth tomó su mano fuerte y la miró luego de que estuvieran solas en el pasillo—. Lo lograremos.