HISTORY | Sebastian Vettel

Par vettelsvee

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˚ ༘✶ ⋆。˚ 𝐇𝐈𝐒𝐓𝐎𝐑𝐘 𝘄𝗵𝗲𝗿𝗲 𝘄𝗲 𝗮𝗿𝗲 𝘂𝗻𝗶𝘃𝗲𝗿𝘀𝗲 𝘃𝗼𝗹. 𝗶 El cuatro veces... Plus

HISTORY
sebastianvettel just made a post
000. i hereby announce my retirement
TEMPORADA 1
001. childhood
002. meeting
003.1. first victory (part 1)
004. do you really want us to try?
005.1. i wanna be there, with you
005.2. you'll find me in the stars
006. this is the least i could do
007.1. she's not hanna
007.2. happy birthday, di!
008. so... you're going
009. why have you lied to me?
010. rosberg, is this a date?
011. i forgive you, seb
012. i never hid i was dating nico
013. stop talking shit about her
014. i wish you left
015. you're on your own, kid
016. you're not hanna, and never will be her
017. this is why no one loves you
018. talent or just a nice face?
019. leave
020. oops, he did it again
021. how you get the girl
especial. i already have a wife, sally
022. everything is a thousand times better with you
023. hold on to hope
024. this feels like family
025. this is much better than driving, seb
026. is history repeating itself?
027. the sunshine of my life
028. kimi: you're our only hope
029. let's make birthday sex a tradition
030. alonso, don't say anything

003.2. first victory (part 2)

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Par vettelsvee

✷        ·
  ˚ * .

HISTORY
CAPÍTULO 3 — FIRST VICTORY


2008

GP de Italia
Autodromo Nazionale Monza

14 de septiembre
Domingo

Un zumbido retumbando sobre la madera de una de las mesillas de noche comenzó a hacerse presente en la habitación, seguido inmediatamente de una melodía un tanto molesta que se cortó a los pocos segundos.

Diana, aún sumida en el sueño que estaba teniendo con su hermana, donde ambas iban a un Gran Premio como parejas de Fernando Alonso y Jenson Button, abrió sus ojos súbitamente. No recordaba la hora sobre la que se quedó dormida, pero sí era consciente de que Sebastian lo hizo antes que ella.

Palideció ante aquel pensamiento, comenzando a parpadear rápidamente para ver si, así, descubría que todo aquello formaba también parte de la realidad alternativa en la que había vivido durante su corta noche.

Cuando se dio cuenta de que no podía moverse, y se volteó lo máximo que pudo, se quedó sorprendida ante la escena no solo que tenía frente a ella, sino de la que también era parte. Sebastian yacía a su lado, rodeándola con sus brazos como si no quisiera soltarla; tenía el pelo completamente alborotado y su boca estaba entreabierta, dejando salir algún que otro ronquido. La austriaca no pudo hacer otra cosa más que sonrojarse e intentar alargar aquel momento, pero un destello de luz procedente del teléfono móvil del alemán se hizo presente. De nuevo, el tono de llamada volvió a envolver la habitación.

—Seb, despiértate, por favor —comenzó a decirle la rubia, empujándolo suavemente para que despertase—. Te están llamando, y no voy a ser yo la que vaya a contestar.

Lo único que recibió por parte del piloto fueron gruñidos somnolientos, y alguna que otra petición para dormir cinco minutos más. La chica, que tenía un poco de miedo y curiosidad por ver si era alguien importante, se acercó al dispositivo y alcanzó a ver el nombre de "Hanna" en la pantalla.

Hanna, la amiga de Sebastian, aquella por la que le había dado plantón tras la rueda de prensa.

¿Una amiga te solía llamar a las ocho y media de la mañana, un domingo? ¿Acaso no tenía que ir a misa, ponerse a estudiar, o algo así?

—Sebastian —susurró firmemente Wagner al oído del rubio—: te está llamando Hanna.

La noticia pareció sorprender al muchacho: con rapidez, pegó un bote de la cama, levantándose para contestar a la llamada. Diana pudo ver que había desesperación en él, pero decidió no preguntar a dónde se dirigía cuando tomó el aparato entre sus manos y salió de la habitación, cerrando la puerta fuertemente tras él.

Sebastian salió corriendo, con su cabeza gacha por si había alguien de algún medio de comunicación que le pudiera reconocer. Hanna le había llamado unas dos veces y él no respondió en ninguna de las ocasiones, así que suponía que estaría preocupada; no quería imaginar cómo reaccionaría si le pillaran in fraganti con su nueva amiga...

No, no había hecho nada malo, así que no debía de entrar en pánico.

—¡Hola, Hanna!

El alemán saludó a su novia, tratando de sonar lo más tranquilo posible y siendo consciente de que el intento estaba siendo en vano. A la par, iba moviéndose constantemente por los pasillos de la tercera planta.

—Hola, cariño, ¡sí que te ha costado despertarte hoy! —respondió Prater dulcemente, notando la respiración nerviosa de su chico—. ¿Te ha pasado algo? Te noto un poco tenso.

—No, no; es solo que anoche me acosté un poco más tarde de lo normal preparando alguna que otra estrategia con Alex para la carrera de hoy —explicó, alterando brevemente lo que había sucedido en realidad—. Me he quedado dormido y me van a cerrar el buffet, por eso me escucharás un poco ahogado.

Hanna, por más que tratase de creer a su novio, no estaba del todo convencida. Conocía a Vettel desde que entraron al colegio: sabía cuando algo le preocupaba y, sobre todo, siempre que mentía. La alemana se arriesgaría a decir que aquel era uno de esos momentos en los que Sebastian prefería ponerse una máscara y fingir ser actor, tal y como ocurría cada fin de semana en el que tenía que correr.

Eso es lo que le gustaba menos de que su novio fuese piloto de Fórmula 1, y había acabado por convertirse uno de los motivos por los que no iba a apoyarle a sus carreras, añadido a la privacidad que querían conservar.

—¿Seguro que estás bien, Seb? —insistió la alemana—. ¿Te preocupa la carrera de hoy o hay algo más?

—La carrera es lo que menos me preocupa, liebe —respondió él rápidamente, intentando apartar la conversación de ese tema—. Es solo que estoy nervioso porque las expectativas en mí están muy altas y no quiero decepcionar a nadie. Tengo tantas cosas en la cabeza ahora mismo...

Y eso era cierto. No siempre corrías una carrera desde tu primera pole position conseguida; tampoco, no todos los días te despertabas en la cama de una chica, abrazándola como si te fuese la vida en ello, y menos aún cuando no era tu novia y solo la conocías desde hacía unos meses.

La alemana suspiró tras el teléfono sabiendo que, si su novio estaba nervioso, no había manera de hacerle hablar. Solía guardarse mucho de sus sentimientos para él, y ese parecía ser uno de esos momentos.

—De acuerdo, pero si necesitas hablar o algo sabes que siempre voy a estar a una llamada —le dijo cariñosamente la muchacha.

—Lo sé, Hanna —respondió Seb agradecido—. No te preocupes, en serio. Te prometo que si gano, la victoria va a ir dedicada a ti.

Prater aceptó las palabras de su pareja, aunque sabía que algo no iba bien. Evitando un conflicto, decidió seguir adelante, sin darle más importancia, y hablar de otros asuntos, como su próximo regreso a casa, si le apetecía ir al cine cuando volviesen a verse y, especialmente, cuándo visitarían el apartamento que tenían pensado comprar en Berlín y que tanto les gustó el mes pasado.

A lo largo de la llamada, Seb intentó mantenerse calmado y, especialmente, olvidar el día tan bueno que pasó con Diana, especialmente la noche. Sabía que no tenía de qué preocuparse porque no había hecho nada malo, pero la sensación de culpabilidad por ocultarle parcialmente la verdad a Hanna no desaparecía por más que lo intentase.

Su novia no solo no montaría un número si llegaba a descubrirlo, sino que también él era plenamente consciente de que le haría daño porque no había cosa que más desease ella en esos momentos que estar allí, en Italia.

Con él.

Finalmente, tras unos minutos más conversando, la pareja decidió dar por terminada la charla. Tan pronto como colgó el teléfono y lo guardó en el bolsillo trasero de su pantalón, Sebastian regresó rápidamente a la habitación de Diana, quien le recibió con unas diminutas manchas de base de maquillaje parcialmente aplicada por todo su rostro, en especial por sus ojeras. Sus miradas se encontraron, y no pudieron evitar sonreírse el uno al otro con un poco de timidez.

—Deberíamos darnos prisa, Di, no podemos perder mucho tiempo.

Vettel volvió a sonreír a la chica y entró inmediatamente al cuarto para ver si se dejaba alguna pertenencia. Diana todavía permanecía parada en la puerta, un poco avergonzada y, para qué negarlo, confusa con el comportamiento del piloto. Simplemente, se limitó a mirarle mientras miraba arduamente si se dejaba algo atrás. No sabía si se debía a la carrera, a la llamada de esa tal Hanna o a la noche que habían pasado, pero la rubia sentía la presión correr por el cuerpo del chico que tenía frente a ella.

—¿Todo bien? —preguntó ella, terminándose de preparar el maquillaje simple mientras su mirada recorría los pasos del alemán—. Estás, no sé... ¿extraño? Siempre sueles hacer bromas a todas horas; hoy, en cambio, parece que te hubieses tomado treinta cafés.

—Sí. Todo está... bien —respondió el rubio, aunque Diana sabía que sus palabras no denotaban sinceridad especialmente—. Solo fue una llamada de mi amiga Hanna, nada importante de lo que tengas que preocuparte.

Estás actuando como si esa Hanna fuese algo más que tu amiga; así que sí, debería preocuparme, pensó la chica para sus adentros, sabiendo que había algo más allá de esa explicación. Aun cuando quería saber más, decidió que lo mejor era no presionar al chico: si quería compartir algo con ella, ya lo haría cuando se sintiese cómodo.

—¿Estás lista para irnos? —preguntó Sebastian para cambiar de tema.

—Sí, claro —aseguró Diana—. Mientras atendías el teléfono he bajado al buffet y te he traído algo para que desayunes —señaló unos platos sobre el escritorio con algunos cruasanes, embutido, un poco de fruta de temporada y dos cafés—. No sabía lo que te gustaba, así que he elegido una variedad dentro de tu estricta dieta —rió—. Sé que te gusta estar tranquilo antes de una carrera y que querías irte ya, pero deberías comer algo antes —explicó la muchacha seriamente—, no quiero que te vayas sin llenar esa barriguita.

Sebastian rió ante el tono infantil que había usado la rubia, quien le tocó el estómago cohibidamente. Le había recordado a su madre cuando era un poco más pequeño, obligándole a comer antes de cualquier competición de karts.

Asintiendo en forma de agradecimiento, el joven tomó el trozo de bollería y lo rellenó con una loncha de mortadela; tomó su café, y se sentó sobre la cama, intentando no manchar nada y comiendo más despacio de lo normal para una persona que llevaba prisa. Diana se sentó a su lado, con un pequeño vaso en la mano lleno de la misma bebida que él estaba tomando.

—¿No comes nada? ¿Quieres un trozo? —ofreció, haciendo ademán de cortar su desayuno por la mitad.

La joven negó con su cabeza y sus manos, dando las gracias al piloto por su oferta.

—Ya he comido algo abajo antes —declaró Diana—. De todas maneras, no es que tuviese mucha hambre.

Sebastian siguió devorando su cruasán como si le fuese la vida en ello. Parecía que tenía más hambre de la que un principio creyó, porque acabó comiéndose el resto de piezas de embutido que quedaron sueltas, e incluso una manzana y unos trozos de melocotón. Diana parecía haberle leído la mente, aunque no quisiera reconocerlo en un principio.

—Ya sí que nos deberíamos ir, Di —espetó Vettel, levantándose apresuradamente y recogiendo todo lo del tardío desayuno—. Como sigamos retrasándonos me va a matar Franz y, a ti, Alex.

—¿Crees que Fiori sería capaz de matarme?

Sebastian Vettel sonrió a la chica mientras se ponía su abrigo y tomaba las pertenencias que la joven siempre solía llevar con ella.

—No te haces una idea de lo que sería capaz ese hombre, Di —le dijo, evitando el contacto visual a toda costa—, pero tampoco te imaginas lo que yo haría para evitar eso a toda costa.

[...]

El camino hacia el circuito se hizo más largo que la vuelta al hotel del día anterior. En esa ocasión no había lluvia de fondo para relajarse, ni siquiera la radio a todo volumen con música de Coldplay para desestresarse y con la que dejarse llevar. Lo único que hacía mella en los oídos de Diana y Sebastian era el sonido del motor del coche, que llenaba el silencio que había en el vehículo.

Bueno, y los gritos de los miles de admiradores que esperaban a las afueras del circuito con la única esperanza de ver a sus pilotos favoritos pasar a toda velocidad dentro de un coche. Y, quien dice fanáticos, también dice fotógrafos, periodistas y cualquier persona interesada en sacar información interesante; o, igualmente: crear caos.

En cuanto los rafagazos de flash procedentes de las cámaras comenzaron a ser lanzados y a reflejarse en las ventanillas del coche, Sebastian empalideció, sabiendo que lo que saldría de allí no sería nada bueno. Diana no sabía qué hacer: la ansiedad la atacó, poco a poco, hasta que llegó a ser casi desenfrenada. Nunca había vivido nada igual, y no estaba disfrutando nada de aquella experiencia. Mientras veía a Vettel rebuscar entre los trastos que parecía tener en la guantera, se dedicó a tomar aire y expulsarlo lentamente. Había tenido tantos ataques de ansiedad desde su temprana adolescencia que ya sabía qué hacer y cómo hacerlo para calmarlos lo antes posible, aunque eso no hacía que fueran más fáciles de sobrellevar.

Los hinchas, al ver que el pole man había llegado al recinto, comenzaron a gritar desenfrenadamente, siendo imposible que Sebastian y Diana se escuchasen el uno al otro.

—¿Qué pasa? ¿Se puede saber qué estás haciendo, Vettel?

La rubia alzó su voz lo más alto que pudo para que el alemán pudiese distinguir lo que estaba diciendo. No obstante, este no articuló palabra, y siguió en su búsqueda de lo desconocido hasta que sacó unas gafas de sol, que se apresuró de entregar a Diana. Poco a poco, se iban adentrando en la boca del lobo, y el rubio era consciente de que, si no hacía nada por remediarlo, los rumores iban a empezar a propagarse como una epidemia.

—Ponte esto, por favor.

La cara de Sebastian rogaba súplica. Wagner, quien no entendía nada de lo que estaba sucediendo,y muchísimo menos la incógnita que se llevaba el piloto entre manos, se limitó a poner una mueca de asco.

—No pienso ponerme eso —le aclaró la chica—, así que ni se te ocurra obligarme a ello.

—Di...

La entrada a los aparcamientos del paddock se estaba acercando cada vez más y, con ella, las posibilidades de meterse en problemas. La austriaca seguía en sus trece, intentando por todos los medios quitarle esa idea de la cabeza a Sebastian, quien se hartó y se enfureció un poco:

—¡Por el amor de Dios, Diana! —le gritó, aun intentando estar calmado. No podía jugarse su relación con Hanna de esa manera, y mucho menos por ir con una amiga en coche—. He conocido a los periodistas por las malas, y no quiero que te conviertas en una invención suya a la que me he follado y me he traído a la carrera, ¿vale?

Los ejercicios de relajación no estaban sirviendo para nada y, más que ansiedad, lo que la Diana sentía en esos momentos era pánico. La sensación de claustrofobia era cada vez mayor y si antes sentía que se ahogaba, ahora estaba presintiendo su muerte allí mismo si nadie se apresuraba a ayudarla.

Sacando fuerzas de donde no las tenía, tomó aquellas lentes y se las puso, agachando su cabeza. Sebastian tenía razón: chica que los medios veían con un piloto, chica a la que se habían tirado para conseguir algo. Diana Wagner era mucho más que un simple juguete sexual, aunque en Toro Rosso opinasen lo contrario.

Las luces cegadoras fueron pasando rápidamente, hasta que se desvanecieron junto a los vítores y cánticos. Por fin se habían adentrado al parking privado del circuito, destinado únicamente a pilotos, algo que demostraba a la perfección la cantidad de seguridad que había reunida en un mismo espacio.

Diana se aligeró a salir del vehículo lo antes posible, necesitando respirar un poco de aire fresco aunque estuvieran bajo tierra. Sebastian dedicó unos segundos a permanecer en el interior del coche, tratando de calamar ante la locura que habían vivido y, particularmente, esperando que no le hubiesen tomado una foto junto a su compañera con la calidad suficiente como para causar furor en los noticieros de alrededor del mundo.

—Eso ha sido una mierda, Seb —le dijo la chica en tanto que él se bajaba del coche—. De verdad, no entiendo cómo puede haber tanta gente reunida en un mismo espacio, ¡estoy segura de que no podían respirar! ¿Y no hay nada de seguridad? Al menos una ambulancia debería haber, ya sabes, alguien puede...

—Señorita, ¿se podría saber quién es usted?

Uno de los seguratas, de estatura considerable y aspecto muy robusto, se acercó agresivamente a la chica.

—Soy Diana Wagner, señor. Ingeniera de pista becaria que forma parte del programa de becarios de Toro Rosso.

La firmeza con la que la austriaca dijo aquello mientras enseñaba su identificación se vio difuminada rápidamente con la risa de los hombres que había allí presentes, a excepción de Vettel, quien quería soltar algo a pesar de que sabía que no era lo más adecuado. Finalmente, el veinteañero acabó sucumbiendo a la presión y a las miradas asesinas, uniéndose a las risas por mas que trataba de hacer lo contrario.

—Ah, ya —espetó uno de los varones—: la zorra de Alex. ¿No es así, Vettel?

—Sí —respondió acobardado el alemán—; pero ella es mucho más que eso. Si no hubiese sido por ella...

—No nos cuentes historias, Vettel —otro de ellos, aunque con un aspecto un poco más desaliñado, se acercó al mencionado—: esperemos que la hayas hecho gritar tanto esta noche que esos sean los gritos que hagas cuando ganes hoy.

Tal vez la intención era decirlo en un susurro y que quedase entre ellos, pero Diana alcanzó a escucharlo todo, al igual que el resto de los allí presentes. Perpleja, miró a Sebastian, quien no sabía cómo reaccionar, avergonzado por su comportamiento y, sobre todo, queriendo disculparse con la chica; después, salió corriendo hacia el garaje de la escudería, intentando no ser atropellada por los automóviles que estaban llegando.

Las lágrimas fueron corriendo a la par que ella lo iba haciendo por todo el paddock, tratando de no chocarse con cualquiera que se interpusiera en su camino. Las miradas curiosas no la dejaron tranquila, y eso Diana lo fue notando, que no deseaba otra cosa salvo hacerse tan pequeña como una hormiga y que todos la ignoraran e incluso pisotearan, porque eso es lo que sentía que le hacían. Ensimismada en sus pensamientos, dio un sobresalto cuando notó que alguien la tomó del brazo:

—¿Quién te ha hecho llorar, preciosa?

No podía ser verdad.

No podía ser otra vez Rosberg.

¿Acaso no se cansaba de recibir un no por respuesta?

—Tú en cuanto has abierto la boca, la verdad —soltó satíricamente Diana—. Déjame tranquilo, ya tengo bastante con estar aguantando a un alemán, rubio, de ojos claros e imbécil como para tener que estar soportando a otro —replicó, cambiando el alemán a un perfecto español y dejando a Nico a cuadros a pesar de entender parcialmente lo que había dicho la rubia.

Fernando Alonso, que en esos momentos estaba hablando con Felipe Massa cerca de ellos, se limitó a reírse por lo bajo, ganándose una mirada de pocos amigos por parte del alemán y otra de confusión procedente del brasileño. El par decidió acercarse a los más jóvenes, que estaban ensimismados en la acalorada discusión.

—¿De qué habláis? —preguntó con curiosidad Felipe, interrumpiendo la conversación entre los germanoparlantes—. ¿De los rumores que han comenzado a circular?

—¿Qué rumores?

Rosberg parecía estar pasándoselo en grande intentando sacar de quicio a Diana. El rostro de la chica, a causa del enfado, se había tornado de una tonalidad rojiza similar al color del traje que llevaban los pertenecientes a Ferrari.

Los que dicen que Vettel y tú habéis pasado juntos la noche —añadió el asturiano en su lengua materna—. No sé los detalles, ni quiero saberlos, pero la gente no para de hablar de eso. Gasta cuidado, Diana: lo que bien empieza, mal acaba.

¿Y a la gente qué coño le importa con quién haya pasado la noche? —gritó un poco más alto de lo previsto la austriaca en un perfecto español—. Por Dios, Sebastian y yo solo somos amigos... creo —aclaró—, nunca va a haber nada entre él y yo porque... no tengo que daros explicaciones. Me largo.

—¿Podéis hablar en un idioma que entendamos a la perfección todos? —comentó Nico suplicante, siendo apoyado por el piloto brasileño—. Por favor.

Wagner había pasado en cuestión de minutos de la tristeza a la irascibilidad, y en esa situación lo único que deseaba era pegarle a alguien. No quería hacerlo, obviamente, pero contener su agresividad en esos instantes se estaba convirtiendo en una tarea imposible: ese motivo fue el detonante de que se marchase del lugar, dejando a los hombres perplejos.

Su entrada al garaje de Toro Rosso tampoco fue nada especial. Como siempre, ojeadas por encima del hombro y habladurías fue lo que recibió por parte de sus compañeros; ese día, más que hundir un poco más la autoestima de Diana, lograron que, por primera vez en todo lo que llevaban de temporada, la rubia pensase en sí misma y se fuese directamente al lugar donde solía permanecer la mayoría del tiempo allí dentro, ignorando a todo el mundo.

Conforme las horas fueron pasando, el garaje se fue llenando de ingenieros que empezaban a enfrascarse en sus monitores, mecánicos centrados en dejar los monoplazas en perfecto estado, inclusive alguna que otra celebridad de turno que no tenía idea del deporte, pero que se dedicaba a curiosear y a toquetear todo, llegando a estorbar.

Wagner, que estaba absorta en la telemetría para ver si podía conseguir llegar a un plan B por si Alex la cagaba, a pesar del comportamiento de mierda que el alemán había tenido con ella a su llegada, comenzó a notar que la atención de todos los miembros del equipo se desvió hacia la entrada del box. Curiosa, decidió ignorar por un momento los datos de Sebastian e imitar al resto.

Sebastian Vettel, ya trajeado con la vestimenta propia para subir al vehículo, ingresó al sitio con paso seguro. Por mucho que estuviese dolida por su conducta, Diana no pudo evitar hacer contacto directo con el rubio, quien le dedicó una sonrisa apenada. Ella no fue para menos: le sonrió de vuelta.

A veces odiaba ser una mujer que sucumbía a lo más mínimo ante los encantos de los hombres; más cuando eran rubios, de estatura media, con ojos claros y, especialmente, le trataban bien.

Junto a él había un hombre de baja estatura y figura regordeta, con poco pelo y una barba espesa que le daba aires a Santa Claus. A su lado, y tomando fuertemente su mano, le acompañaba una niña de pelo largo y negro azabache, tímida y avergonzada ante la multitud que le rodeaba.

Vettel ignoró todos los llamamientos que le estaban haciendo y se fue directo hacia Diana, deseoso por presentarle a dos de las personas más importantes de su vida:

—Di —comenzó a decir en alemán—, te presento a un cuarto de mi familia... creo, nunca se me han dado bien las matemáticas. Este es mi padre, Norbert —dijo señalando al hombre, quien no tardó en darle la mano—, y esta es Lara, mi hermana pequeña —añadió señalando a la niña, quien movió su cabeza retraídamente.

—Es un placer conocerles —respondió la chica, tocando nerviosamente los auriculares que reposaban sobre su cuello—. Espero que el día de hoy tengan suerte y puedan ver a Sebastian llevarse la primera victoria a casa.

El padre de Vettel asintió, muy convencido de que aquello es lo que acabaría pasando.

—Confío más en mi hijo que en el banco que me dio el préstamo para pagar la hipoteca de nuestra casa, ¡y eso ya es decir cuando es un inútil de veintiún años! —dijo, dándole una palmada en el hombro a Seb—. Además, teniéndote a ti como ingeniera estoy seguro de que todo le va a ir genial. ¡Por fin veo a una chica haciendo algo que no sea llevar ropa sugerente, ser una guarrilla y aplaudir a estos neandertales cuando suben al podio!

—Papá, por favor, contrólate —forzó Sebastian con una sonrisa mientras golpeaba no muy disimuladamente a su padre con el codo.

—No soy la ingeniera de Sebastian, señor Vettel —se apresuró a aclarar la rubia—, solo soy una becaria del equipo. No puedo hacer mucho, pero le prometo que haré lo posible porque la carrera de su hijo vaya lo mejor posible y, sobre todo, que disfruten al máximo.

Franz, de repente, apareció y se metió entre ellos, tomando por los hombros a padre e hijo y llevándoselos con ellos. La hermana de Sebastian quedó frente a Diana, sin saber por qué ese jefe de su hermano era tan estúpido.

—La verdad es que tenía muchas ganas de venir a una carrera, pero es todo muy pesado. Mamá me había avisado que este no era un buen sitio para una niña como yo, ¡y ahora veo el por qué! Todos con los que han hablado papá y Seb parecen muy tontos —se desahogó—, y tú eres la única que me ha mirado.

Por fin, Lara se había armado de valor para hablar con la chica rubia. Esta, a modo de respuesta, se agachó para ponerse a su altura. No sabía cuál era el motivo, pero aquella niña que, para ser de la misma sangre del piloto parecía ser todo lo contrario a él, le había caído bastante bien.

—Te acabas acostumbrando... ¿Lara, verdad? —la niña asintió, aparentemente feliz—. A mi no me suelen hacer mucho caso, pero tu hermano siempre consigue sacarme una sonrisa y hacerme sentir válida.

—¿Qué es hacerte sentir válida? ¿Es que cuestas dinero?

—Es cuando una persona se esfuerza mucho y se lo haces saber —dijo Sebastian, volviendo a aparecer—. Como cuando tu seño de matemáticas te pone una pegatina con una cara feliz cuando haces un problema bien.

La conversación continuó entre los hermanos y la becaria de una manera más animada y relajada, donde Lara empezó a sentirse más cómoda con la chica, llegando a preguntarle alguna que otra cuestión que le perturbaba sobre Fórmula 1, y que sabía que para Vettel sería una tontería. ¿Qué pasa si se quedan sin gasolina? o ¿pueden parar si se están haciendo pipí? fueron dos de las múltiples preguntas que Diana tuvo el placer de responder a la niña de diez años hasta que se vieron interrumpidas por Alex, quien comunicó a Seb —ignorando a las dos chicas—que debía subirse al monoplaza y llevarlo a la posición de salida en la parrilla.

El piloto se disculpó, tomando a Lara rápidamente de la mano para llevarla hacia donde se encontraba Norbert. Diana, simplemente volvió a su asiento y escondió su cabeza tras una de las pantallas, pero antes de que pudiese

—No podía irme sin despedirme de ti. Siento mucho como he actuado antes: he sentido una presión increíble, ¡incluso más que cuando estoy en la pista! Sé que no es excusa porque podría haberles cerrado la boca como hago siempre, pero...

Diana se quedó estática, sin saber qué responder a aquello.

—¿No vas a decirme nada? —replicó Seb, tratando de conseguir una respuesta—. Necesito que mi chica del paddock me traiga suerte.

—A por ellas, tigre.

—¿Conque ahora eres Mary Jane Watson, eh? —encaró Sebastian, levantando una ceja e intentando que la timidez de Diana no fuese a más tras soltar aquella frase—. No pensaba que te gustase el friki con gafas que lanza telarañas, que a mí me encanta, por cierto —explicó—, pero te veía más como Gwen Stacy. Ya sabes, como eres rubia... —señaló el pelo de la chica.

Wagner apuró a morderse la lengua. Ojalá pudiese decirle que el rubio no era su color natural y que era pelirroja como la novia de Peter Parker, solo que la inseguridad que le habían creado en la universidad respecto a su tonalidad de pelo le había llevado a teñirlo de esa forma casi mensualmente para que quedase lo más platino posible. Además, estaba segura de que si decidiese volver a llevar el tono cobrizo que tanto amaba en el fondo, le dirían que era para llamar la atención, y eso era lo que menos quería.

Odiaba ocultar su verdadero yo, pero aún detestaba más el hecho de que había altas posibilidades de que le cayese bien a la gente por no ser ella misma.

Actriz no era un oficio que le hiciese especialmente ilusión, pero si tenía que dedicarse enteramente a ello para conseguir lo que más quería, estaba más que dispuesta a continuar haciendo el papel de su vida.

[...]

El pistoletazo de salida estaba a punto de darse y en el garaje de Toro Rosso eran conscientes de ello. La lluvia era la principal causante de aquello, que había comenzado hacía apenas unos instantes y se había agolpado toda ella de repente.

Todo el mundo estaba en pie, pendientes a Sebastian a través de la gran pantalla que estaba colgada sobre la pared y que ocupaba casi toda la superficie, expectantes ante su salida. Ni siquiera Fiori estaba posicionado frente a su ordenador, y eso jamás había pasado.

Las expectativas en el alemán eran demasiado altas, y él podía oírlo a través de los comentarios que se filtraban por su radio. Comenzó a sentir los nervios, pero se obligó a calmarse: tenía no solo a un equipo, que había confiado en él, viéndole, sino a su familia, a la chica a la que amaba y, posiblemente, a todo Heppenheim. Diana se mantenía atenta a la pantalla, sin despegar sus ojos de ella a no ser que fuera para ver los segundos que quedaban para el inicio.

El sonido atronador de los motores se apoderó de la atención de todo el mundo cuando los semáforos rojos se encendieron y, tras apagarse las luces, los monoplazas salieron disparados hacia la primera curva. Wagner contuvo la respiración y cruzó sus dedos, rezando mentalmente a quien sea que fuera Dios para que le diese oportunidades a Sebastian de ganar a pesar de la lluvia, que ahora parecía jugar en su contra.

Tras la salida, el garaje de Toro Rosso comenzó a llenarse de actividad. Los mecánicos regresaron a sus respectivos puestos, esperando a que alguno de los dos pilotos hiciera una parada, y lo mismo ocurrió con los ingenieros, quienes se apresuraron a volver frente a la telemetría con sus cascos puestos. Diana también hizo lo propio y regresó al que se había convertido en su rincón de confianza, donde se metió de lleno en la batalla a través de la transmisión del equipo. El zumbido de las voces y los datos llenó su mente mientras seguía la carrera, a la par que comenzaba a desarrollar, como en cualquier otro Gran Premio, sus propias ideas para mejorar el rendimiento de Vettel a pesar de que fueran en vano.

En medio de sus pensamientos se coló una voz conocida. Sebastian había comenzado a cantar en voz baja una melodía que no llegaba a alcanzar mientras mantenía la primera posición. La becaria no pudo evitar dejar salir una sonrisa tonta ante la ocurrencia del alemán que tantos quebraderos de cabeza le había llevado al equipo.

—Sebastian, necesito que te concentres en lo que tienes a tu alrededor, no que te creas Freddie Mercury en Wembley.

A medida que las vueltas pasaban y los intercambios de información también, la lluvia lo iba haciendo al mismo tiempo. Si bien los neumáticos intermedios eran los adecuados al inicio de la carrera, las condiciones climáticas iban a peor y, con ella, el rendimiento de Sebastian. Diana pudo ver en su monitor cómo los tiempos en los diferentes sectores de su piloto iban yendo a peor en comparación con una mayoría de los pilotos, en especial de Barrichello, quien ya andaba pisándole los talones.

Vettel parecía ser conocedor de aquel problema, porque fueron varias las veces que le insistió a Fiori en hacer una parada más, únicamente para recibir negativas por parte del ingeniero. La rubia continuó analizando los datos, y su mente comenzó a desarrollar una estrategia que, si bien no era la mejor y podían arriesgarlo todo, sabía que era lo más adecuado hacer.

Por mucho que Diana fuera una simple becaria, o más bien recadera, sin voz ni voto, a la que solo veían como una cara bonita para hacer ver que las mujeres podían formar parte del motorsport, ella sabía perfectamente que los datos que Alex estaba ofreciendo carecían de cohesión, que la estrategia no había sido diseñada adecuadamente, y que todo aquello acabaría en la mayor decepción para el piloto alemán si no hacía algo al respecto.

—Señor Fiori —comenzó a decir con precaución—, creo que deberíamos considerar el pensar en un plan diferente para maximizar las posibilidades de éxito.

Sebastian, quien estaba aguantando el liderazgo como podía, comenzó a escuchar la conversación, bastante interesado en lo que decía la chica.

La austriaca tenía un mínimo de esperanzas en que la respuesta de su jefe fuera la adecuada, pero no fue así. En lugar de escuchar la sugerencia de la chica y ver qué podían hacer, Alex la miró, despreciándole, y empezó a soltar una retahíla de comentarios despectivos que no hicieron más que amargar aún más el día de la becaria.

—¿Tú crees que sabes algo sobre estrategias? —contestó con desdén—. Las chicas como tú os deberíais limitar a cerrar la puta boca y dejar de escupir mierda sobre algo que no sabéis —las miradas estaban comenzando a enfocarse entre ellos dos—. Si sigues aquí es porque nos traes buena reputación, no porque sirvas para esto —dijo, señalando los datos—. Estoy segura de que ya mismo tienes que hacernos algún trabajito para ganarte el sueldo, porque no estás haciendo nada.

—No lo sabes porque no me has dado una puta oportunidad para demostrar de lo que soy capaz.

El italiano se quedó frío ante la respuesta de la chica que le habían subordinado. Incluso Sebastian, quien se encontraba escuchando atentamente la discusión que estaban manteniendo, se impresionó ante la respuesta de su amiga, aunque muy orgulloso de que por fin hubiese decidido ponerse en su sitio.

—Solo te estoy pidiendo que hagas una parada más —explicó Diana, ignorando al hombre— y le cambies de neumáticos intermedios a neumáticos de mojado. Pararíamos en las próximas dos o tres vueltas —calculó—, Sebastian saldría, según mis cálculos, a partir de la décima posición, y ya no tendríamos que volver a parar porque el combustible llegaría justo, lo que conseguiría incluso aumentar la velocidad del monoplaza en las últimas vueltas.

—¿Desde cuándo los becarios creen que llevan veinte años trabajando en Fórmula 1? —respondió con un tono completamente sarcástico—. Wagner: o acatas mis normas, o te vas. Una cría como tú no tiene que decirme qué hacer para conseguir victorias, ¿te queda claro?

—No, la verdad —le replicó Diana, no dejándose intimidar e ignorando lo último que había dicho el hombre—, pero sí me queda claro es que Hamilton, Button, Alonso y Räikkönen han cambiado a mojados y están mejorando sus tiempos. Eso también debería quedarte claro, solo a modo de información.

Alex la miró con rabia. Deseaba matarla en esos momentos.

—Mira, pequeña... —comentó, acercándose de manera intimidatoria a la chica—, mantente callada en esa esquina como la puta que eres. Estoy seguro de que la próxima vez que abras la boca, alguien, que espero no ser yo, te hará callar de maneras que no te van a gustar. O tal vez sí.

Si no hubiese sido por su autocontrol, Diana le habría pegado la paliza de su vida al hombre que tenía frente a ella. Podía escuchar las voces de Vettel al fondo, muy acopladas, y cómo le exigía a Alex que dejase a la chica en paz. El veinteañero sonaba muy frustrado, y ella lo entendía completamente: le estaban jodiendo la carrera.

Pero Diana Wagner no iba a dejar que eso llegase a pasar.

Justo cuando iba a comentar algo más, Franz Tost apareció, acercándose a Fiori y susurrándole algo al oído que no llegaron a alcanzar a escuchar ninguno de los que estaban a su alrededor. El ingeniero miró al jefe de equipo, y se limitó a asentir con su cabeza y desaparecer de allí juntos.

—Más te vale que esto no sea retransmitido en televisión, Wagner —amenazó Fiori mientras desaparecía de allí—; si no, lo vas a pagar caro.

En esos momentos, la adrenalina de la rubia estaba tan in crescendo, a pesar de que se sentía como una mierda, que no se paró a pensar en las palabras de su jefe, sino todo lo contrario: con la mayor rapidez posible, y asegurándose de que nadie la viese, tomó los auriculares de Fiori y comenzó a darle órdenes al piloto:

—Seb, no sé si confías en mí, pero necesito que hagas lo siguiente, así que escúchame —ordenó Diana, sacando fuerza de donde no la tenía—: vas a parar en la siguiente vuelta, cambiarás a neumáticos de mojado y te echaran la gasolina suficiente para acabar la carrera con margen —la urgencia de la chica se denotaba en su voz—. Las condiciones climáticas están empeorando, y también la pista. Si mantienes los intermedios, te arriesgas a perder la victoria.

La intervención de la rubia tomó completamente desprevenido a Vettel, pero comenzó a relajarse misteriosamente.

—Di, ¿estás segura de lo que estás? ¿Crees que es la mejor opción?

Ella asintió, aún sabiendo que el chico no podía verla.

—La gran mayoría han parado ya y, si mis cálculos no me fallan —comenzó a revisar la telemetría—, eres el único, junto a Bourdais y Webber, que no habéis hecho ningún cambio de neumático. Lo único que vas a conseguir es ganar agarre en pista, conseguir más velocidad y llevarte una victoria.

Sebastian respiró hondo, y su respuesta fue inmediata:

—De acuerdo, Di. Esto... gracias por sacar agallas contra Alex —se sinceró—, a veces puede volverse un poco loco con todo esto y pierde los nervios bajo presión.

—No tienes que disculparte —le dijo con cariño—. Estoy aquí para esto, y prefiero acabar en la calle a que tú no puedas demostrar lo que sabes hacer.

Una parada, unas diecisiete vueltas más, y alguna que otra lucha que mantuvo los corazones latiendo hasta el final, Sebastian Vettel fue el primero que cruzó la ondeante bandera a cuadros del circuito. Todo el mundo perteneciente a Toro Rosso comenzó a correr eufóricamente hacia la valla para recibir al chico, aún corriendo en su monoplaza y ya en dirección a parc fermé. Los vítores y aplausos comenzaron a llenar el ambiente, y todos los ojos estaban puestos en el joven piloto alemán que había conseguido su primera victoria.

Sebastian, con su casco aún puesto, se dirigió corriendo hacia sus mecánicos e incluso a su ingeniero, quien celebraba la victoria como si hubiera sido partícipe de ella. El rostro del rubio estaba contagiado por una sonrisa que parecía no querer desaparecer; sus brazos, levantados en señal de victoria, se vieron seguidos por la que, a partir de ese momento, se convertiría en su característica celebración: su dedo índice apuntando recto, indicando que había quedado el primero.

Diana, que estaba observando todo desde el box, contemplaba la escena con una serie de sentimientos encontrados. Antes de que el alemán fuese llevado por algunos responsables hacia el podio, pudo ver cómo sus ojos se encontraban y Seb le articulaba un muchas gracias en el idioma natal de ambos, destinado únicamente a ella; incluso le lanzó un beso y le guiñó el ojo derecho, pero no le dio mucha importancia porque volvió a hacer lo mismo en el podio bastantes veces, mirando directamente a su equipo.

Todo pasó muy rápido. La subida al podio tras los pesajes post carrera; el himno de Alemania en honor al campeón inmediatamente seguido del de Italia; la entrega de los trofeos y la correspondiente celebración con champán, para finalizar con una entrevista en la que Sebastian no hacía más que agradecer a Tost, a Alex y al equipo en general.

Como ya esperaba la muchacha, no hubo ninguna mención especial a Diana Wagner; simplemente, una nota en el suelo de su habitación de hotel que le recibió en cuanto cruzó la puerta.

Gracias por hacer esto posible, anfänger. Lamento las prisas, pero Horner ha concertado una cena con Tost y un par de personas más para hablar más seriamente de mi contrato en RedBull. Quería verte, y por más excusas que he puesto, Britta me ha obligado a ir. Tendrías que ver lo ridículo que estoy vestido de traje. Te debo una cena y, sobre todo, la vida, diría yo.

P.D.: los besos que he lanzado han sido para ti, todos y cada uno de ellos; sin ti, nada de lo que ha pasado habría sido posible.

P.D.2: te debo una cena, ¿qué te parece a final de temporada? Así evitamos imprevistos :)

P.D.3: no se si las rosas sean tus flores favoritas, y tampoco se si te gusta el chocolate, pero... espero que al menos te guste el pequeño detalle que tienes en el escritorio.

La superficie donde esa misma mañana había puesto el desayuno para el alemán, ahora estaba cubierta casi completamente de un gran ramo de flores y dulces italianos de todo tipo.

Diana Wagner se estaba metiendo poco a poco en arenas movedizas, y todavía no era consciente de ello.

[...]

No había cosa que Sebastian Vettel odiase más que las reuniones, y aún más cuando acababa de ganar su primera victoria y podía estar emborrachándose, por ahí, a base de chupitos y bebidas varias que le dejasen vomitando y con una resaca de caballo a la mañana siguiente.

O con Diana, cenando tranquilos en su habitación a modo de agradecimiento por lo que había hecho por él.

Dios, cuánto amaba a esa chica.

Salió del baño con el pelo completamente revuelto y únicamente una toalla envolviendo su cintura. Unas pequeñas gotas de agua caían por su pecho desnudo, pero Vettel tenía tantas ganas de hablar con su novia que se dio una ducha de menos de un minuto, se secó por encima y corrió a su mochila para tomar su ordenador pórtatil y llamar a Prater por Skype.

Hanna apareció en la pantalla, pero no ella, sino una foto suya que se había tomado para el carnet de la universidad. Era muy extraño que la alemana tuviera la cámara apagada: de normal, tras una carrera siempre tenía ganas de ver a Sebastian para conversar o incluso hacer alguna que otra locura.

—Perdona por tardar tanto, amor —dijo Seb—. Britta, que ya sabemos cómo es, me ha obligado a ir a una cena con...

Sus palabras fueron interrumpidas por la llegada de dos fotos que su novia le había enviado a través del chat de la aplicación. Su mirada se desvió hacia las imágenes que, borrosas y en miniatura, se estaban descargando. En el momento en que lo hicieron y abrió los archivos, pudo verse claramente sujetando con firmeza el volante con una mano, mientras que la otra iba a parar a un rostro borroso, que él sabía a la perfección que era el de Diana.

Mierda.

Eso no podía estar pasando.

—¿Estabas ocupado de cena o con esa rubia que tanto se parece a mí y que, claramente, no soy yo?

La pregunta fue completamente directa hacia el alemán, quien empezó a ponerse nervioso. Por mucho que intentase estar calmado porque no había hecho nada, no podía evitar que su pulso comenzase a acelerarse descontroladamente.

—Hanna, escucha, no es lo que piensas —comenzó a explicar, buscando las palabras adecuadas para que le escuchase.

Ella, ya con su cámara activada, le miró fijamente a través de la pantalla, con sus ojos azules que solo reflejaban decepción.

—Seb, necesito que me digas la verdad.

—Amor, te prometo que no hay nada entre esa chica y yo —los pensamientos del alemán comenzaron a atropellarse—. Es Diana, creo que te he hablado de ella, la becaria; simplemente, estaba lloviendo a raudales y no iba a dejar que se fuera andando, sola, hacia el circuito.

Hanna lo interrumpió:

—Lo entiendo, cariño —se expresó—, pero no entiendo el por qué de tu sonrisa. ¿Te sientes más cómoda con ella que conmigo? —la chica comenzó a llorar—. Joder, lo siento, soy muy insegura. Encima que me has dedicado la victoria de hoy con esos besos...

Vettel se pasó la mano por el mojado cabello, completamente desesperado ante la situación que estaba viviendo. Sabía que Hanna era muy insegura y que lo que más le molestaba cuando este estaba fuera era la gente con la que se codeaba; por ese motivo, habían tenido mil y una peleas que seguían dándose por mucho que el piloto le asegurase que ella era el amor de su vida y la única persona para la que tenía ojos.

Pero eso no significaba que no fuese culpable de los acontecimientos de la noche anterior y de las mentiras que iban acumulándose, como la dedicatoria de la victoria.

No iba para Hanna, sino para la chica que parecía que, poco a poco, se estaba convirtiendo en la sustituta de su novia en el paddock.

—Hanna, te prometo que no hay nada de lo que debas preocuparte —dijo el rubio, sintiendo gran culpabilidad porque las fotos se habían hecho con intención de crear malinterpretaciones—. Mi relación contigo es lo más importante para mí; además, Diana seguro que tiene novio. Ella es solo una amiga y, si te hace sentir mejor, hablaré con ella para que no haya malentendidos —soltó—. Si tú me lo permites, claro.

La muchacha pareció considerarlo por un momento, hasta que por fin aceptó.

—Está bien, Seb. Pero quiero que me jures, por lo que más quieras, que si algo cambia entre vosotros, y empezáis a ser algo más que amigos, me lo digas. Sabes que tienes la confianza conmigo para hacerlo.

Sebastian asintió con seriedad, tragando saliva al mismo tiempo para contener soltar al aire la pregunta que más le estaba corroyendo por dentro en esos días.

¿Por qué le había tomado tanto cariño a Diana Wagner en tan poco tiempo?

       ·
  ˚ * .

AAAAAAAA,
decidme que os ha gustado por favor porque no estoy nada convencida 😃

Me ha costado HORRORES crear estrategias de carrera; esto solo ha sido el principio, así que no me imagino la que voy a tener que liar cuando llegue Seb en RedBull 🤡

¿Qué os parecen Seb y Diana?
¿Creéis que Hanna se huele cosas?
¿Pensáis que Seb y Diana sienten cosas uno por el otro?
Contadme pls 😙

Ya sabéis que podéis dejarme todo tipo de comentarios, críticas, teorías o sugerencias, que yo os leo y os contesto siempre 🫶🏻

¡Nos vemos en el próximo capítulo!

P.D.: EN UN MES ME VOY A ALEMANIA A VER A SEB 😭🥳
💜


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