sweet nothing ❪spencer reid❫

By lovelypugh

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❛todo lo que quisiste de mi fueron palabras dulces❜ ❪spencer reid x fem oc❫ ❪start; 01/01/2023 ❫ ❪criminal mi... More

all that u ever wanted from me was sweet nothing . . .
PRÓLOGO
i. TALASOFOBIA
ii. LA CASA DE LOS ESPÍRITUS
iii. VENENO
iv. CALISTA
v. CIEN AÑOS DE SOLEDAD
vii. VAMOS A CASA
viii. AGENTE GREGG
ix. EL RESPLANDOR

vi. ANGIE

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By lovelypugh

TW: ANSIEDAD, DESAPARICIÓN VOLUNTARIA DE UN MENOR, MOMMY ISSUES, BREVE MENCIÓN AL BULLYING.

LAS MAÑANAS ERAN EL MOMENTO FAVORITO DEL DÍA PARA ARMELLE. No las seis de la mañana, cuando los madrugadores despiertan y casi todas las cafeterías que le gustan están cerradas. Es más de LAS MAÑANAS, las diez u once de la mañana, cuando el día parece tener en sus manos una gran expectativa, y las personas tienen una vida por delante. Amaba tomarse su tiempo para arreglarse, dedicar un pequeño momento del día a su cuidado personal, y eso, lo hacía por las mañanas de los fines de semana.

Ese lunes no era fin de semana. Pero después de que su jefa, Karen, le hubiese informado que podía tomarse una semana de licencia por lo sucedido, ella había decidido levantarse ese día con la mejor actitud. Una sensación de alivio le dejó un agradable sabor en la boca al recordar que tenía cita con su psicóloga por la tarde, e hizo su mayor esfuerzo por ignorar la ansiedad que todavía carcomía sus intestinos, que se había reducido solo un poco desde el viernes a pesar de todos sus intentos y métodos de relajación fallidos.

Tardó un buen rato en elegir su conjunto de ropa. Eso le pasaba muchas veces. Era indecisa, incluso para las decisiones que parecían más fáciles de determinar, y además de eso, pasaba mucho tiempo calibrando la mejor opción de vestir para el día. Esa ocasión, se decidió por unos jeans gastados que se había comprado años atrás en un Outlet de San Diego, una camiseta blanca y ligera, y unos tenis del mismo color―Que estaban tan sucios que casi parecían grises―Antes de arreglarse el cabello―Tenía una melena indomable―Lavarse los dientes, maquillarse, y bajar las escaleras animadamente.

―Buenos días, alegría―Canturreó Jamila mientras le entregaba un plato, que sacó de uno de los estantes superiores de su alacena.

―Buenos días―Dijo ella, mientras pasaba por un lado de su amiga y se dirigía a el refrigerador―¿Qué tienes planeado para hoy?

―Tengo consultas de trabajo desde las once hasta las seis―Respondió su amiga, en un tono quejumbroso―Es decir, me encanta mi trabajo. Pero seamos sinceros, hablar durante horas para resolverle los problemas legales a la gente y tener que leer exhaustivamente documentos, la Constitución, contratos y cláusulas para encontrar el mínimo vacío legal entre la elección de palabras, encontrar la ley perfecta para refutar esa elección, redactar demandas, explicarle todo a los clientes, entre otras cosas, es cansado a más no poder―Tomó un sorbo de la taza de café que tenía frente a ella―Pero en fin, el dinero no cae del cielo, así que hay que trabajar para pagar el masaje relajante intensivo de larga duración que tú y yo vamos a necesitar después de esta semana. ¿Qué vas a hacer tú?

Armelle se encogió de hombros, sintiéndose estúpida en ese momento. Jamila tenía un día arreglado y justo, una agenda caótica pero arreglada para mantener su día ocupado, y ella no tenía absolutamente nada planeado desde que le habían dado el día libre en el trabajo. Normalmente, sus días eran cansados. Se levantaba temprano, llegaba temprano a la escuela, calificaba trabajos pendientes, daba clase, tomaba el descanso, daba clase, la salida, calificaba trabajos pendientes, iba a nadar, calificaba trabajos pendientes, se bañaba y dormía. Ese era su día ordinario. Ahora, de licencia, no tenía muchas cosas qué hacer para ocupar su mente ansiosa de aquellos pensamientos rumiantes de los que no parecía poder escapar.

―Mis niños hicieron un examen el jueves, y con todo lo sucedido no he podido terminar de calificarlos―Respondió ella―Voy a ir a una cafetería, calificar exámenes. Pagar unas cuentas que me hacen falta, ir a la biblioteca a devolver unos libros, y después, veré que otras cosas pendientes tengo que haya olvidado.

Jamila hizo una mueca―¿Examen de qué?

―Verbos en pretérito.

Jamila chasqueó los dedos―Ahora que recuerdo, Angie, ¿Te acuerdas de Angie, verdad, mi hermano?

Armelle encontraba gracioso que al día de hoy, Jamila le preguntara sobre su familia, como si no llevara años de conocerlos, y hubiera dormido bajo el mismo techo en esas ocasiones en que hacían pijamadas y se quedaban despiertas hasta altas horas de la madrugada. Angelo, apodado Angie por su familia, era el hermano más pequeño de Jamila. Tenía quince años, y adoraba a Armelle como si fuera su propia hermana. Solían hablar sobre música, películas y libros. Angie era un buen chico―Claro que me acuerdo de Angie.

―Bueno, el caso es que mi mamá estaba MUY enojada con él porque reprobó su último examen de español. Ya sabes que el idioma es mi fuerte, y la historia el de él. Se le dificulta mucho. ¿Crees que podrías darle tutorías, aunque sea una o dos veces por semana para que pueda mejorar? No puede reprobar el año, mi mamá lo desheradaría.

―Claro, sería un gusto―Dijo Armelle. Hizo una pausa, antes de agregar―Darle tutorías a Angie, no que tu mamá lo desherede.

Jamila le sonrió, mientras tomaba una manzana y la metía a un bolso pequeño, que llevaba dentro un termo y un par de tuppers, y la cerraba―Sé lo que querías decir―Se acercó a ella y le dio un breve abrazo―Nos vemos más tarde, bye.

―Bye―Jamila salió de la cocina y después, Armelle escuchó la puerta de la entrada cerrarse y el seguro asegurarse, dejándola completamente sola en el interior de la estancia. Sirvió en el plato que su amiga le había entregado una cantidad decente de cereal y leche, y lo batió con la cuchara, esperando a ablandar un poco el contenido. Nunca le había gustado el cereal crujiente.

Se lo comió en silencio, tratando de disfrutar de esos momentos de paz y aplicando los ejercicios que su psicóloga le había puesto a practicar cuando tuviera ansiedad. Cerró los ojos y se concentró en la sensación y el sabor del cereal en su boca, la diferencia de temperatura entre el líquido y el sólido. No como una crítica, algo que odiaba o que disfrutaba, si no más bien, de carácter curioso. Se llevó otra cucharada a la boca y siguió repasando las características que podía nombrar de su alimento mentalmente, así como el tacto de la cuchara, el metal frío y duro entre sus dedos, el sonido que desprendía el choque entre el plato de cerámica y la cuchara al tomar la comida. Cuando abrió los ojos, después de terminar su desayuno, se dio cuenta de que en todo el rato que había estado concentrada en la actividad, no había tenido pensamientos relacionados con su ansiedad y había dejado de rumiar. Un pequeño alivio se extendió por su ser, mientras se ponía de pie y tomaba su teléfono.

Ahora, tenía cosas qué hacer.









A ARMELLE NO LE GUSTABA LA VIDA DE ADULTA. Cuando en las series y películas te aseguraban que era divertido, podías salir a bailar y beber todos los días, tener una relación estable con un hombre blanco heterosexual con un empleo que le hacía ganar millones, vivir en una mansión,  que tu mayor problema fuera pensar si la playera azul combina con el pantalón amarillo por las mañanas, te estaban mintiendo. Cuando eres adulto, existen los empleos, las responsabilidades, la vida independiente, las cuentas por pagar, las crisis existenciales, las vacaciones de dos semanas por año, la cárcel, los impuestos. Armelle odiaba los impuestos. Mientras se encontraba parada en la larga fila del banco bajo el sol, esperando para transferir el dinero del pago mensual de su automóvil, consideró seriamente levantar una demanda a Hollywood por llenar la cabeza de los niños y adolescentes de falsas expectativas respecto a la vida adulta.

En su lugar, abrió su bolso para extraer su libro, y rodó los ojos al ver el interior. Llevaba consigo "Cien años de soledad". Ese condenado libro. Su cansancio combinado con el ambiente caliente y el sol calándole la mirada hizo que su mal humor se hiciera presente, y por un segundo, consideró dejar el libro, que hacía pesar su bolso y le quitaba espacio, sobre una banca, a la espera de que alguien más lo encontrara. Después, respiró profundamente y tomó su celular.

Escribió su mensaje sin pensar demasiado en las palabras, sintiéndose culpable. No sabía por qué se sentía culpable. Eso siempre pasaba cuando pedía un favor, o simplemente solicitaba cualquier cosa a cualquier persona. No podía evitar la apabullante sensación de estar haciendo algo malo, aunque tenía en claro que no lo era. Al terminar, observó el texto que había escrito.

"Buenas tardes, doctor Reid. Lamento mucho molestarte, sé que lo más seguro es que estés ocupado, así que no quiero quitarte mucho de tu tiempo. ¿Estarás en la comisaría hoy, o hay algún otro lugar al que pueda llevarte el libro? Hoy tengo el día libre, pero si tú no puedes, no hay problema, será otro día el que te entregue Cien años de Soledad. Tengo el resto de la semana de licencia :)" Apretó el botón de enviar, y caminó unos pasos en la fila mirando la pantalla, casi como esperando una respuesta inmediata de su mensaje.

Permaneció así hasta llegar al cajero, y mientras introducía su tarjeta y hacía los trámites, escuchó la notificación que indicaba un nuevo mensaje. Cuando el cajero dio el mensaje de "Transferencia completada: NO OLVIDE SU TARJETA" y tomó sus pertenencias, se apresuró fuera del lugar. Abrió la puerta del carro, dejó su bolso en el suelo del asiento del copiloto, y leyó la respuesta del doctor Reid.

"Buenas tardes, Armelle. Ahora mismo estoy en la comisaría, pero pienso salir a comer en veinte minutos. ¿Quieres que nos veamos en la cafetería o piensas llegar antes de eso?" Ella se mordió la cutícula del dedo pulgar distraídamente, aquella tendencia ansiosa que se había hecho común en ella desde pequeña y que conservaba, presente principalmente cuando tenía que tomar una decisión. No le gustaba que el doctor Reid dejara las cosas a su elección. Creía que ya estaba haciendo demasiado por ella al atenderla en un día de trabajo, sobre todo considerando que apenas la conocía, pero Spencer tampoco parecía darle indicios de cual de las dos opciones le parecía mejor a él.

Finalmente, tecleó su respuesta. "Creo que la cafetería está bien. ¿Cuál es la dirección?"

Casi de inmediato, recibió un texto con el nombre de la cafetería, la calle y el número. Le quedaba un poco lejos de dónde se encontraba, así que Armelle calculó que le tomaría unos veinticinco a treinta minutos―Considerando que el tráfico hubiese desaparecido. Otra cosa que odiaba de ser un adulto, el tráfico y lo mucho que afectaba en las actividades que tenía que hacer―en llegar. El doctor Reid ya estaría ahí para entonces.

Encendió el automóvil y se movió en reversa, saliendo del estacionamiento del centro comercial donde se encontraba el banco. Ahí, en el aire acondicionado de su vehículo aromatizado a vainilla y escuchando "Los clásicos de Ella Fitzgerald" y habiendo concluido las actividades más urgentes de su día, su mal humor se disipó poco a poco. No le gustaba particularmente manejar, pero disfrutó del viaje en dirección a la cafetería como si fuera la copiloto y no la conductora.

La voz tranquila pero poderosa de Ella Fitzgerald calmó sus mayores ansiedades mientras se perdía en la letra de su versión de "I've got a crush on you". El piano que acompañaba la voz relajante de la mujer le arrulló ligeramente mientras daba vuelta en una calle lateral para evitar el tráfico de las avenidas.

"I've got a crush on someone" Dijo Ella, mientras el melancólico y simple piano tocaba de fondo la melodía de su canción. "Guess who?" Alargó la letra final de la palabra, antes de comenzar la siguiente frase "I've got a crush on you, sweetie pie"

Los pensamientos de Armelle no pudieron evitar redirigir su rumbo hacia Ansel. Últimamente, Ansel y la ansiedad ocupaban la mayor parte de sus pensamientos. Ansel nunca había gustado de esa canción. En realidad, era complicado que él gustara del jazz o el blues. Decía que esa canción en particular le parecía triste, a pesar de la cálida voz y el amor expreso en ella, y la letra, romántica y empalagosa, que hacía sentir a Armelle como en una película de romance. Ella no lo culpaba. El jazz no era un género musical para todos los gustos, y su ex prometido prefería meter la nariz entre discos de Nirvana y Pink Floyd, repetir la misma canción de David Bowie una y otra vez, e ignorar las similitudes de la música de los Rolling Stones y los Beatles con las melodías que tanto resultaban de su desagrado en el blues y el jazz, disfrazadas principalmente por las guitarras eléctricas y las letras protestantes. Ansel siempre había gustado de hablar, las cosas energizantes, los buenos debates y las protestas sociales. Armelle, por el contrario, amaba las cosas silenciosas y las investigaciones, las discusiones respetuosas de obras objetivas que pudiesen verse desde distintas interpretaciones, y nunca había sido muy política. Ansel amaba el lado fuerte, resaltante, intenso y aventurero de la vida, y Armelle prefería las cosas difusas pero confortables, suaves y pacíficas, fáciles de sobrellevar. Aquella diferencia entre sus personalidades había sido lo que les había gustado del otro, pero también era la razón de que nunca hubieran podido funcionar como matrimonio, y Armelle lo veía ahora todo más claro una vez que él se había ido de su vida.

Su corazón volvió a apabullarse. No se había ido solo de su vida. Se había ido de la vida de todos, se había ido de la faz de la tierra. Se lo habían arrebatado.

Frenó su carro frente a la cafetería, y maldijo mentalmente el lugar por no tener estacionamiento y estar ubicado en una zona altamente concurrida. Vagó aproximadamente cinco minutos en calles convexas, buscando un lugar disponible en el cual estacionarse, y finalmente se apoderó de un pequeño trozo de calle en una zona prohibida, pero que ella sabía, era poco concurrida por los de tránsito.

Descendió del carro y tomó el libro de "Cien años de soledad" entre sus manos, limpiándolo con una servilleta que tenía guardada en el pantalón y verificando que estuviera en buen estado. Quería darle un agradecimiento al doctor Reid, y si iba a hacerlo, quería que fuera de la mejor manera.

Abrió la puerta de la cafetería y el aire acondicionado la golpeó en un muro helado que le causó un escalofrío. El lugar no era muy grande, pero tampoco diminuto. Estaba principalmente concurrido por hombres y mujeres mayores, o estudiantes que vestían las mismas ropas que aquellos adultos que les triplicaban la edad y se encontraban inmersos, con esos ojos llenos de ojeras y una mirada cansada, en los libros y cuadernos que tenían apilados en sus mesas. El ambiente del lugar era agradable, y por las bocinas salía música jazz que ella reconoció como una canción de Chet Baker, en una trompeta nostálgica y dolida que hacía quererla llorar. Justo frente a ella, en el fondo del lugar, había una gran barra atendida por un par de baristas, un hombre mayor que parecía a punto de quebrarse en dos, y un adolescente, que no podría tener más de dieciséis años.

Alguien se puso de pie junto a una mesa de la esquina derecha, y Armelle desvió su mirada hacia ahí. Spencer Reid vestía un cárdigan beige sobre una camisa blanca, y unos pantalones negros, que hacían juego con sus converse negros que Armelle había aprendido, debía ser su calzado favorito por la cantidad de veces que lo había visto usarlos. El joven le sonrió e hizo un gesto con la mano, ligeramente torpe y dudoso, pero alegre. Spencer parecía feliz de verla.

Eso solo le hizo sentir más agradecida, y sorprendentemente, avergonzada. Sentirse querida o deseada en una situación, que su presencia alegrara a alguien más, le resultaba tan extraño y ajeno que la vergüenza llenaba cada pequeño centímetro de su cuerpo. Quiso esconderse detrás del libro, protegerse de aquella mirada amistosa y esa sonrisita inocente. No sabía cómo reaccionar ante una persona que apenas estaba conociendo pero a quien parecía agradarle. Sinceramente, no percibir el menor signo de fastidio en el lenguaje corporal del doctor le desconcertó. Se acercó a él y lo saludó igual que él, con un gesto de la mano―Hola―Dijo ella.

―Hola―Respondió él. Tomó la silla contraria a la suya, y le hizo espacio a Armelle para que se sentara. Una vez que ella lo hizo, la recorrió con inusual facilidad de regreso a su lugar―¿Cómo has estado?

Su pregunta parecía real. No una generalidad que las personas hacen, esperando una respuesta usual de "Bien, gracias". Era, más bien, una pregunta de verdadera preocupación. La vergüenza se parecía demasiado a la incomodidad. No estaba incómoda con el doctor Reid. Estaba incómoda ante la perspectiva de preocuparle a alguien―Bien―Después, dándose cuenta de que la miraba fijamente, desvió la mirada hacia sus manos―Es decir, creo que relativamente bien considerando todo.... Bueno, todo lo que ha pasado, pero no puedo decir que estoy estable emocionalmente―Se aclaró la garganta. No le gustaba decir a la gente que tenía TAG, no porque se avergonzara de ello, si no porque no lo consideraba relevante. Además, traer a colación su salud mental no era un buen tema para generar conversación al hacer amistades. Pero Spencer Reid era un psicólogo, le había dicho su padre, así que no la juzgaría por sentir. Y, en esos pocos días que habían mantenido breves conversaciones, él la había visto en algunos de sus peores momentos emocionalmente. Confiaba en él. Y esa realización, el darse cuenta de que había entregado una parte pequeña de su confianza a alguien que apenas conocía, le alarmó―Tengo TAG. Y, entiendo, es difícil para alguien que no tiene lo que yo tengo, pero el hecho de lidiar con la ansiedad, aunque no esté pasando nada malo en mi vida, ya es de por sí jodido. Ahora, tener que lidiar con la ansiedad GRACIAS a un evento traumático de mi vida es todavía más jodido―Notó ese nudo en la garganta, usual en ella cuando hablaba de sus emociones, pero lo reprimió―Es complicado, pero pues, lo intento. Intento salir adelante.

Spencer la escuchó con atención. La miraba fijamente. Después, se humedeció los labios (Armelle había aprendido que esa parecía ser una manía de él) y luego habló―Es muy normal no sentirte emocionalmente estable en esta situación, y también es muy normal sentirte frustrada por el hecho de que no te sientes bien. Estás pasando por un evento traumático y además por el duelo de una persona que significaba mucho para ti ante un suceso terrible. Está bien si pasas por una recaída ansiosa, Armelle. Sé que es frustrante―Hizo una pausa. Bajó la mirada, como si estuviera considerando algo, antes de continuar―Yo también me siento ansioso a veces. Y sé que no es fácil estar bien y repentinamente sentirse como si estuvieras cayendo en un pozo y no pudieras salir de ahí, pero es algo que podrás superar. Suena lejano y complicado, pero créeme que podrás estar mejor. Hasta ahora no pareces haber exhibido indicios depresivos, al menos no de primera instancia, y eso, el hecho de que no estés cayendo en depresión, ya es una buena señal. Además, sabes que cuentas con muchas personas que te quieren y se interesan por ti. Tienes una red de apoyo, no estás sola, ni siquiera si a veces sientes que lo estás. Yo te apoyo. Cuentas conmigo en todo momento, para lo que necesites, a la hora que sea.

Ella sonrió. Tragó con un poco de dificultad, y dijo―Gracias, doctor Reid.

Él soltó una exhalación audible y sonrió―Llámame Spencer. Creo que ya estamos para dejar esa clase de formalidades de lado.

Armelle asintió. Bajó la mirada, jugando con sus dedos sobre la mesa―Me siento terrible, ni siquiera te pregunté como estás. Solo te estoy agobiando con mis problemas y seguro tú tienes muchos también. ¿Cómo van con el caso del asesino en serie de hombres?

―Está bien, no me molesta que hables de tus problemas. Siempre me hace feliz ayudar a las personas como pueda―Se encogió de hombros. Su sonrisa se desvaneció, y Armelle pudo notar el estrés debajo de toda la capa de amabilidad y sonrisas que había exhibido hacía unos momentos―Creo que realmente nunca puedes ir "bien" en un caso criminal. Es decir, para que las cosas vayan bien ni siquiera debería haber un crimen en primer lugar. Pero si creo que, en términos generales, no estamos avanzando como deberíamos.

―¿Por qué? ¿Ha habido otra víctima?―Preguntó ella.

Él negó con la cabeza―No, pero el asesino se está tomando su tiempo. Tiene un periodo de inactividad inusual en esta ola que había estado cometiendo, lo cual alarma al equipo, porque lo habíamos perfilado. Cuando se siente presionado, se retrae, y procede a esconderse. Garcia encontró otro par de asesinatos de bajo perfil que fueron probablemente perpetrados por el mismo hombre y no fueron conectados hasta que indagamos más a fondo. Eso es lo que nos preocupa, que se inactive y después regrese a víctimas fáciles de disimular―Hizo una pausa―Nunca me siento bien hasta que nuestro Unsub es identificado y puesto en la cárcel. Incluso después, hay una sensación de intranquilidad. Saber que está ahí fuera, aún inactivo, es terrible.

Armelle asintió ligeramente, escuchando sus palabras con atención. Los recuerdos sobre su padre se amontonaron nuevamente en su mente, solo que ahora, había una nueva comprensión detrás. Jason Gideon nunca había sido bueno hablando sobre sus emociones. Compartimentaba para él todo lo relacionado con sus sentimientos personales negativos en esos casos, con la esperanza de mantener a sus hijos alejados de ello, pero eso solo había servido para aislarlo emocionalmente sin ofrecerle a su familia una perspectiva que les ayudara a empatizar. Ahora, mientras oía al doctor Reid hablar de cómo se sentía durante el caso, de la inseguridad y la ansiedad que lo acompañaba al no poder atrapar a uno de los Unsubs, y que le seguía incluso después de la conclusión de su trabajo, Armelle podía entender un poco más a el joven, y sobre todo, comprender un poco más a su padre.

Una mesera se acercó a ellos, e interrumpió los pensamientos de la joven―Buenos días, ¿Quiere ordenar algo?

―Ammm...―Miró a Spencer. No había visto el menú, así que no sabía qué podía ofrecerle. Supuso que él había acudido antes a esa cafetería―¿Qué me recomiendas?

―¿Te gusta el café?

―No, no tomo. Me pone ansiosa―Respondió―Y tampoco me gusta el sabor, así que el descafeinado no es una opción.

―Ohhh―Él lo pensó un momento―¿Has probado el té de manzanilla y lavanda con miel?

―Mi mamá solía hacer té de hierbabuena con miel cuando me sentía mal del estómago o de la gripa―Armelle se encogió de hombros―Pero no he probado la manzanilla con miel.

―Es una buena opción. También está el batido de plátano, hay de fresa, moras o cereza. Le puedes agregar matcha. O hay té verde, negro, de manzanilla, de limón con hierbabuena, de manzanilla con limón, de vainilla y menta, de hierbabuena y menta, o de manzana y canela. También hay tizanas de moras o de fresa. O smoothies, de mango, plátano, fresa o sandía―Lo dijo todo sin dar una ojeada a ningún menú o vacilar un solo momento, recitándolo todo de memoria como si fuera un tema en que fuera un experto. A ella le tomó solo un segundo recordar que su padre había mencionado que Spencer tenía memoria eidética, y otro más, darse cuenta de que a pesar de lo fácil que era hablar con él y sentirse cómoda, era probablemente una de las personas más inteligentes que Armelle fuera a conocer y sus habilidades eran dignas de un prodigio.

Ella lo pensó un momento, y dijo―Un té de vainilla y menta, está bien.

La mesera asintió con la cabeza―¿Usted quiere algo más?―Preguntó a Spencer, mientras tomaba el plato vacío, con excepción de unas cuantas migajas, de enfrente de él.

―Más café, por favor―La joven se retiró de su lugar con un asentimiento de cabeza, y volvió a dejarlos solos.

―¿Vienes mucho por aquí?―Preguntó Armelle, mientras tomaba un popote de los muchos que había en el centro, amontonados en un vaso junto con sobrecitos de distintos tipos de azúcar.

―He venido los últimos dos días. Queda cerca de la comisaría, y el ambiente es agradable. La música también―Dijo, mientras señalaba una de las bocinas―No había oído jazz hacía un tiempo en cafeterías.

Armelle escuchó la canción un momento, mientras abría el papel que envolvía la punta del popote. Sonrió ligeramente al reconocer la melodía y la voz que ambientaba el lugar―Es la versión de Chet Baker de "My Funny Valentine"―Movió la cabeza ligeramente al ritmo de la música―"You make me smile with my heart. Your looks are laughable, unphotographable, yet, you're my favorite work of art". No lo sé, hay algo tan romántico en el jazz... La melodía le agrega a la letra, de por sí acaramelada, un aire dulzón y nostálgico. Me gusta.

―¿El jazz es tu género musical favorito?

―Sí―Respondió ella, mientras comenzaba a amontonar el papel del popote en un extremo, juntándolo, tensando cuanto podía el papel alrededor del plástico―Escucho de todo, en realidad. No le hago el asco a nada. Pero mi género favorito, y el que escucho todo el tiempo, es el jazz. Me relaja. Me ayuda a salir de la realidad y sentirme mejor con lo que sucede, porque es como si estuviera atrapada en una película boba de comedia romántica y no tuviera razones para sentirme realmente mal, porque al final de todo, tiene un buen desenlace. ¿A ti también te gusta?

―Sí, me gusta mucho. Aunque en realidad, soy más de música clásica―Spencer pausó un momento, como había hecho instantes antes, ese silencio de consideración antes de darle una pieza de información sobre él―Entiendo lo que dices sobre el jazz, el sentirse fuera de toda la realidad cuando lo escuchas. Yo me siento así cuando escucho música clásica. Me ayuda a ordenar mi mente y mis pensamientos cuando son demasiado, cuando son agotadores y me siento abrumado por ellos.

La mesera los interrumpió, mientras dejaba una gran taza humeante frente a Armelle, y vertía el café en la taza de Spencer. Ambos guardaron silencio mientras la joven terminaba su trabajo, y sonrieron―Gracias―Dijo Armelle. La mujer le sonrió de vuelta y le hizo un gesto de asentimiento.

Después de eso, ambos parecieron acordar, tácitamente, que el tema de conversación se había vuelto un poco íntimo en gusto de ambos. Spencer tomó un sobre de azúcar y lo abrió con los dedos rápidamente, vaciando todo el contenido en su café sin derramar un solo grano fuera de la taza―Y...―Armelle pensó rápidamente en un tema, mientras el pánico subía nuevamente por ella. No era buena en conversaciones normalmente. Pero, más que temerle a hacer una pregunta fuera de lugar, le temía a quedarse en un silencio incómodo―¿Cuando leíste Cien años de soledad por primera vez?

―Cuando tenía diez años―Respondió él, mientras tomaba otro sobre y lo abría―Estaba en inglés. Siempre he querido aprender a hablar español, y sé algunas bases del idioma, pero no puedo decir que lo suficiente para mantener una conversación propiamente dicha.

―Leer Cien años de soledad en español es todo un reto para los principiantes en el idioma, déjame decirte―Armelle retiró el papel del popote por completo y lo colocó sobre la mesa―Es difícil incluso para los que lo hablan desde pequeños. Cuando estudié literatura, estaba en una clase llamada literatura hispana y leíamos libros en español. Además de mi, había otros cuantos latinos en la clase, pero muchos fallaron al leer Cien años de soledad por la dificultad del idioma y el embrollo con los personajes.

Spencer se encogió de hombros―Me gustan los retos literarios. Y el español es un idioma muy bello.

Ella asintió. En casa, siempre hablaban español, y por las vacaciones, cruzaban a México a visitar a sus abuelos. Sin embargo, y a pesar de lo mucho que amaba su idioma y su cultura, sabía que había interiorizado mucho del racismo y xenofobia que vivía el día a día. Evitaba hablar español fuera de su trabajo como profesora del idioma, y cuando estaba con su familia. Cuando era pequeña, había acudido a una escuela dominada principalmente por población estadounidense blanca, y ella era de los pocos niños latinos en su clase. Le habían enseñado que hablar español con otras personas no era bien visto, y que debía evitar, en medida de lo posible, aquellas cosas que pudieran conectarla con México. Oír a Spencer decir que consideraba que su idioma era bello, le había hecho sentir una emoción cálida en el pecho.

Armelle tomó un poco de té con la cucharita, y derramó un par de gotas sobre el churro de envoltorio del popote. De inmediato, conforme las gotas se esparcían por el papel, el churro fue abriéndose y moviéndose, asimilando la figura de un gusano. Spencer notó su experimento, y sonrió.

―Dios mío, perdón―Dijo ella mientras tomaba una servilleta y limpiaba la mesa, avergonzada―Debes pensar que soy una maleducada―Por decir lo menos. Seguramente pensaba que era infantil y sucia.

Spencer negó con la cabeza, genuinamente confundido―No... ¿Por qué creería eso?

Ella parpadeó, analizando sus palabras en busca de sarcasmo. Al no encontrarlo, también se observó confundida―Es decir... No es bien visto hacer gusanitos de papel. Y tirar agua sobre de ellos.

Spencer se encogió de hombros―No me molesta. En realidad, creo que es entretenido. Cuando era pequeño, amaba hacerlos todo el tiempo. Era una forma muy fácil de explicar la capilaridad.

Armelle asintió con la cabeza, tranquila y agradecida. Se sentía cómoda con el doctor Reid. Y eso, tenía que concedérselo. Sentirse cómoda en compañía de otra persona, o confiar en ella, era algo que requería de mucho tiempo para Armelle, e incluso así, no podía garantizar el resultado. Sin embargo, el joven tenía una presencia agradable que le hacía sentir íntima con él. Llevaba unos días de conocerlo, pero comenzaba a considerarlo su amigo.

―¿Qué libro estás leyendo ahora?―Preguntó Armelle.

―Hummm―Spencer abrió otro paquete de azúcar, y la joven frunció el ceño. Le sorprendía ver la cantidad inhumana de azúcar que el doctor le ponía a su café, y más importante, que su energía no pareciera verse afectada en lo más mínimo por ella―Acabo de comprar un libro sobre Robert Oppenheimer, su biografía. Es muy interesante.

Ella asintió―No lo dudo.

―¿Tú? ¿Qué libro estás leyendo?

―Carrie, de Stephen King. ¿Me creerás si te digo que nunca lo he leído? Mi amiga, Jamila...

―¿La abogada?―Preguntó Spencer.

―Sí, ella. Es gran fanática de Stephen King. Casi me mata cuando le dije que nunca había leído Carrie, y me lo prestó. Hasta ahora, voy a la mitad. Me está gustando, pero me siento terrible por Carrie―La sonrisa de Armelle se borró―Suena como una chica tan buena, y su vida es tan injusta. Simplemente quiero protegerla, ¿Sabes? Llevarla lejos de su madre, y de su pueblo, y permitirle crecer en un buen lugar. Tommy es muy amable con ella, y eso me hace querer llorar.

―Tommy es el mejor. Ojalá hubiera tenido un Tommy durante mis años de secundaria―Dijo Spencer―¿Sabías que esa fue la primer novela de Stephen King? La publicó en 1974.

Armelle sintió un pequeño golpe en el pecho ante las palabras de Spencer. "Ojalá hubiera tenido un Tommy durante mis años de secundaria". Ella también hubiera querido un Tommy en su vida. Pero nunca se le hubiera pasado por la cabeza que un joven tan amable e inteligente como Spencer Reid pudiera haber tenido problemas con el bullying. Esa perspectiva, la idea de que alguien tan agradable pudiera ser molestado cruelmente, le entristeció y enfureció ligeramente, pero siguió hablando con él sin tocar el tema. Le parecía muy personal, y si él no lo tocaba, ella no pensaba hablar al respecto a menos que fuera estrictamente necesario.

―No lo sabía. Creí que su primera novela fue "El Resplandor"

Spencer negó con la cabeza―No, pero "El Resplandor" se volvió muy popular. ¿Sabías que Stephen King odió la adaptación cinematográfica de Kubrick? Al día de hoy la odia. Nunca ha sido de su agrado, y detestó la elección de tener a Jack Nicholson como Jack Torrance.

Ella le escuchó con atención y arqueó una ceja―¿Por qué?

―Dice que parte de ello es que, en el libro, la locura de Jack es progresiva. No inicia teniendo los problemas que tiene para el final de la película. Al inicio, era un hombre y un padre de familia relativamente normal. En la película, lo hacen parecer como si tuviera problemas pre-existentes. Por eso, prefiere la versión de 1997, la miniserie de Mick Garris. Tiene tres capítulos.

―¿Y cuál es tu opinión al respecto?

Spencer se encogió de hombros―Me gustan las películas de terror. Creo que El Resplandor es buena, muy buena, como película. Si hablamos como adaptación, es verdad que se desvía un poco, pero eso no lo hace mala. Sin embargo, he visto la versión de Mick Garris, y creo que la razón por la que pudo gustarle más a Stephen King es porque se le da más énfasis a los personajes y su desarrollo.

Armelle asintió, escuchando las palabras de Spencer. Cuando terminó, ella agregó―Puedo entenderlo. Es decir... Soy escritora. Nunca he terminado un libro, pero siempre me ha gustado escribir historias donde lo más importante sean los personajes―Tomó un gran sorbo de su té―Aunque nunca he visto El Resplandor. Siempre he querido, pero soy muy mala para las películas de terror.

―Sé que van a dar un reestreno en el cine, por los veinticinco años de la película―Respondió él―Voy a ir a verla con unas amigas, ¿Quieres acompañarnos?

Ella lo pensó un momento―Claro, ¿Cuándo es?

―La semana que viene. Si quieres puedo mandarte los detalles por mensaje.

―Sí, está perfecto―Dijo ella, sonriendo.

Spencer abrió la boca para decir algo, pero su celular vibró, distrayéndolo. Lo tomó de dentro de su bolso, y contestó―Doctor Spencer Reid... ¿Morgan?―Armelle pudo ver el momento exacto en que el brillo de sus ojos se apagó, y la sonrisa de su rostro se tambaleó, mientras escuchaba las palabras de su compañero. Armelle recordaba bien al agente Morgan―No, estoy almorzando... Sí, en la cafetería de ayer―Otro silencio de parte del joven doctor, que bajó la mirada a la mesa―Sí, no, es solo que... Sí, bueno―Su sonrisa había desaparecido―Nos vemos ahí. Llego en cinco minutos―Colgó el teléfono sin despedirse, y cuando volvió a mirar a Armelle, parecía arrepentido.

Ella relajó su expresión, y su rostro se transformó en preocupación―¿Ocurre algo?

―Surgió un imprevisto en el caso―Su mirada reflejaba una disculpa sincera―Lo siento mucho, Armelle, pero me tengo que ir.

Armelle asintió. Otro dejá vù de su padre. "Surgió un imprevisto, lo siento mucho". La cantidad de veces que había tenido que oír eso en su infancia eran tantas que ni siquiera podía contarlas. Sintió un pequeño resentimiento hacia el doctor Reid, pero rápidamente fue reemplazado por vergüenza, y furia contra ella misma. No debía estar resentida con él. Él no era su padre. Y además, se había tomado el tiempo, su tiempo libre del trabajo y del estrés, para estar con ella. Y habían charlado muy tranquilamente.

―Sí, está bien, no te preocupes―Dijo ella, poniéndose de pie tan torpemente como él, al mismo tiempo―No es nada.

Él volvió a sonreírle brevemente, pero fue mucho más pequeña y desanimada que otras veces. Tomó su bolso, y dijo―Te mando mensaje sobre la película―Sus palabras, aunque una afirmación, salieron en un tono de inseguridad y pregunta.

Ella asintió―Claro―Dijo.

―Bien... Nos vemos―Spencer le hizo un gesto con la mano, y se volvió. Caminó hasta la caja, mientras Armelle volvía a tomar asiento, y le observó pagar su café mientras ella batía su té, ahora frío.

Lo escuchó salir de la tienda, y ella se quedó sola con sus pensamientos y la desagradable sensación de soledad que la falta abrupta de la energía del doctor Reid le había dejado. Terminó de tomar su té, y arregló sus cosas. Había requerido algo de tiempo su visita al doctor Reid, y pronto tendría su cita con la psicóloga. Había sido una buena tarde, y casi había olvidado el mal humor de más temprano, durante las filas del banco y las cuentas por pagar. Levantó la mano, y sonrió a la mesera que se acercó a ella.

―¿Me puede traer la cuenta, por favor?

La joven pareció confundida por un segundo. Luego, su mirada se aligeró y le sonrió―Ah... Creí que lo sabía. El joven que venía con usted pagó todo, incluyendo su té.

Esa sensación de culpabilidad se hizo presente en Armelle nuevamente, pero además acompañada por el agradecimiento, la vergüenza, y una sensación cálida de ternura. Spencer no tenía que hacer eso. No tendría que haber pagado su cuenta. Pero lo había hecho―Oh... Gracias, entonces―La mujer asintió, y se retiró, y Armell esculcó en su bolso, todavía un poco avergonzada, hasta encontrar algo de dinero. No tenía mucho efectivo, y dejó detrás de ella, sobre la mesa, unos billetes y unas cuantas monedas como propina.

Salió del lugar, y confirmó con alivio que su automóvil seguía donde lo había dejado estacionado y que además, no tenía multas. Se subió a él, todavía con esa combinación extraña de emociones que le había dejado una sensación extraña, y comenzó a manejar hacia el consultorio de su psicóloga. A pesar del tráfico de San Diego a las cuatro de la tarde, no se sintió abrumada o molesta en ningún momento de su viaje.

Al llegar al edificio de oficinas, donde todo tipo de médicos convivían en un bloque blanco de habitaciones pequeñas e idénticas, atendiendo a sus respectivos pacientes, se sentó en la sala de espera. La secretaria de su psicóloga le había informado que la pasaría en unos momentos. Armelle tomó su celular, y tecleó un mensaje.

"No hacía falta que pagaras mi cuenta >:( me da mucha pena" Se lo envió al doctor Reid.

No pasaron ni dos minutos sin que recibiera una respuesta "Siento mucho haberte sentido apenada :((( no era mi intención. De todas formas, no me arrepiento de haber pagado tu cuenta. Era solo un té, y yo te invité a ir a la cafetería. ¿Qué otra cosa podría haber hecho por ti?"

Armelle sonrió.



LA CIUDAD SE HABÍA OSCURECIDO CUANDO ARMELLE VOLVIÓ A CASA DE JAMILA. Su sesión con la psicóloga había ido bien. Tan bien como puede ir cuando hablas de tu ex prometido, a quien habías comenzado a superar, y que fue asesinado. O tan bien como cuando habías tenido avances con el medicamento, y ahora había un retroceso en la ansiedad. O tan bien como puedes estar cuando nadie puede hacer nada por ti. Pero bien, al fin y al cabo. Sorpresivamente para ella, hablar con su psicóloga y escuchar sus consejos lograban calmarla. Su ansiedad se había reducido considerablemente, hasta convertirse en una punzada de fondo en su mente y su pecho.

Llegó a la casa de Jamila, y bajó de su carro. Buscó las llaves en su bolso, y abrió la puerta con algo de torpeza. Una ola de aire cálido y aderezado con aceite de oliva llenó sus fosas nasales en cuanto entró por la puerta. Sonrió y se dirigió a la cocina―Jamila, adivina... ¿Qué pasa?

Su amiga se encontraba parada contra la barra de la cocina, respirando entrecortadamente. Sostenía entre sus manos temblorosas su celular, mientras picaba los botones frenéticamente. Su cabello se encontraba suelto ya de la coleta que se había peinado por la mañana, y aunque seguía vestida de traje, se había quitado el saco. Ahora, su rostro mostraba una expresión preocupada, y una emoción que Armelle conocía perfectamente; ansiedad.

―Mi madre llamó―Dijo Jamila, mientras picaba el botón verde de llamada en su celular y lo colocaba en su oído―Dice que Angie no regresó de la escuela. No me quiso decir cuando le pregunté, pero Brandon me llamó después y me dijo que ella y Angie habían tenido una discusión muy intensa por la mañana antes de que se fuera. Creo que desapareció de nuevo, Armelle.

Angelo Ackerfield era un buen chico. Muy buen chico. Pero, para su infortunio, como tantos otros buenos chicos, tenía una madre desagradable. No era la primera vez que se peleaba con su madre, y tampoco era la primera vez que huía de casa a causa de eso. Con tan solo quince años, Angie era todo un experto en las calles de San Diego. Armelle sabía, aunque por supuesto, no lo mencionó en voz alta, que si Angelo quisiera esconderse sin que nadie supiera de él, podría hacerlo sin la menor dificultad. Las otras veces había reaparecido a cabo de unas cuantas horas.

―¿Cuánto tiempo lleva desaparecido?―Preguntó Armelle.

―Brandon dijo que preguntó en la escuela y nunca llegó. Salió de casa a las siete y media de la mañana―La voz de Jamila temblaba ligeramente, mientras volvía a tomar el celular entre sus manos y marcaba de nuevo los mismos números―Estoy llamándolo desde que mi madre me llamó. Estaba en una cita con una de mis clientas y no le contesté hasta pasadas las seis y media porque no creí que fuera urgente. Dios, todo esto es mi culpa, ¿Qué tal si le pasa algo y todo porque yo no estuve disponible cuando debería?

Una punzada aguda de angustia apuñaló su pecho. Llevaba doce horas desaparecido. Eso era más de lo que normalmente tardaba en contactarse con su familia. Armelle se acercó a Jamila y le tomó de la mano―Cariño, escúchame, nada de esto es tu culpa. Nada. Conoces a Angie, sabes que lo ha hecho otras veces. Esto no tiene que ver contigo. ¿Ya lo reportaron a la policía?

―Brandon levantó el reporte hace un par de horas―Dijo ella, mientras respiraba profundamente―Iba a salir a buscarlo.

Armelle separó su mano de la de ella, y se puso de pie.

pie―Te acompaño. Podemos dividirnos la ciudad, así podremos abarcar más terreno. Yo llevo mi automóvil, y puedo llamarte si llego a saber algo de él.

Jamila asintió con la cabeza, su puchero temblando ligeramente. Así, vulnerable, parecía una niña pequeña. Armelle siempre se encontraba impresionada y aterrada cuando veía a Jamila así. Ella era fuerte, ella era poderosa, ella era aquella que siempre solucionaba los problemas y nunca parecía realmente afectada por ellos. Verla en ese estado, le generaba una gran impresión.

―Voy por mi cargador porque me estoy quedando sin batería, tú ve encendiendo tu coche, ¿Va?―Dijo. Su amiga asintió de nuevo, y Armelle se dirigió a las escaleras―Regreso de inmediato.

Subió a gran velocidad por las escaleras y tropezó en el penúltimo escalón. Se desplomó, y pudo haberse golpeado la cabeza de no ser que logró aferrarse a el barandal al último segundo y evitó un accidente mayor. Masculló una exclamación de dolor, mientras se ponía de pie y sobaba su espinilla y su brazo, golpeados, y entraba en su habitación. Buscó entre los cajones de las mesitas de noche de ambos lados de su cama, hechas un desastre, con algo de desesperación. Cada segundo contaba para la desaparición de Angie. Se apresuró a el escritorio bajo la ventana, y exclamó con alegría cuando encontró el cargador en el primer cajón.

Bajó a toda velocidad las escaleras, pero se detuvo en seco a cuatro escalones de llegar al final al oír un par de voces, que discutían acaloradas. Se aferró a la pared, y respiró profundamente, tratando de regular su respiración, mientras prestaba atención, alarmada, a la discusión.

―¿Tienes idea de lo preocupados que estamos todos?―Esa era la voz de Jamila. Armelle retuvo la respiración un instante. Nunca en toda su vida la había oído tan asustada y enojada, al mismo tiempo.

―¿Puedes escucharme por un segundo?―La confusión se adueñó de ella, mientras reconocía la segunda voz. Angie.

―No, escúchame tú, señorito. Vas a llamar a tu madre y vas a decirle que estás conmigo, estás a salvo, y que mañana vas a regresar a tu casa. ¿Te quedó claro?

―¡No quiero volver a casa!―La desesperación en la voz de Angie le achicó el corazón a Armelle. Era demasiada. Demasiada desesperación para un niño de quince años―¿No lo entiendes? Odio a mamá, odio a esa señora. No quiero estar con ella. Quiero estar contigo.

―No puedes estar conmigo―La voz de Jamila había dejado de demostrar enojo, y ahora había algo similar a la culpa en ella―Angie, no puedes quedarte conmigo, ¿Entiendes? Sé que es difícil...

―No, no lo sabes. Ya no vives con ella. No tienes que soportarla desde que tenías dieciocho años y elegiste mudarte a el lugar más alejado que pudiste, y nunca regresaste. Así que no me digas que me entiendes porque no es cierto, porque hace mucho que dejaste de estar con ella. Eres abogada, arregla todo esto y déjame quedarme contigo. Por favor―Su voz se rompió en la súplica, un ruego a su hermana.

Se sumieron en el silencio. Armelle reaccionó, finalmente, y bajó el resto de escalones en calma. Ahí estaban, Jamila y Angelo, frente a frente. Angie tenía los hombros caídos y los puños apretados, mientras miraba fijamente a su hermana. Jamila se encontraba en una posición que reflejaba indefensión, y miraba a todos lados, negándose a dirigir su mirada a el niño frente a ella.

―No puedo―La voz de Jamila fue apenas un susurro―Lo siento mucho, Angie. Pero no puedo, no puedo tenerte aquí―Hizo una pequeña pausa―¿Tienes idea de los embrollos legales en que me puedo meter si te quedas aquí? Tu madre puede acusarme de secuestro, te pueden llevar lejos...

―No puedo estar con ella. Por favor, Mermelada―Ese era el apodo que él tenía para ella. Mermelada, por "Jam", de Jamila. Armelle pudo observar como la pequeña y debilitada barrera emocional que su amiga parecía querer poner entre su hermano y ella se desvanecía―¿No puedes ayudarme a emanciparme? ¿Por favor? Tengo un empleo en el supermercado, y si me dejas vivir contigo prometo pagarte la renta y limpiar, y hacer las tareas domésticas, haré lo que sea. Pero no quiero estar cerca de mamá. No de nuevo. Ella me drena la energía.

Hubo un silencio, que a pesar de durar pocos segundos, se sintieron como minutos enteros. Era tenso, malicioso. Por un segundo, mirando a su amiga y su expresión, Armelle creyó, genuinamente, que se rendiría. Que dejaría que su hermano menor se quedara con ella, y que estaría dispuesta a enfrentar a su madre. Pero cuando desvió la mirada hacia el suelo, supo que se había equivocado. Jamila le tenía demasiado miedo a su madre. Vivía con el fantasma de ella, todos los días. No iba a arriesgarse a lastimar a Angelo al dejarlo quedarse con ella.

―Lo siento, Angie. Pero...

La expresión suplicante de su hermano se transformó hasta convertirse en dolor. Traición. Una emoción brutal y desgarradora. El chico dio unos pasos hacia atrás, y aligeró los puños. Parecía al borde del llanto. Entonces, la furia tintó su rostro de algo terrible, y escupió―Creí que eras diferente―El desprecio en su voz hizo que Jamila retrocediera también―Creí que te importaba. Creí que tú, entre todos, ibas a entenderme. Pero eres igual que ella, eres igual que Brandon y Elijah, y todos los demás. Egoísta. ¿A quién le importa el adolescente que vive con esa loca? ¡Que se joda! ¿Verdad?

―Angie, por favor...―Jamila no pudo terminar la frase. Su hermano se volvió y salió corriendo de la casa, dejando la puerta abierta tras de sí.

Cuando se volvió hacia Armelle, Jamila estaba llorando. Aquello hizo que corriera hacia ella y la atrapara entre sus brazos. Su amiga se desplomó, enterrando su rostro en su pecho. Jamila nunca lloraba. La cantidad de veces que Armelle la había visto llorar en todo lo que llevaba conociéndola, eran contadas. No había llorado cuando había muerto su abuela, o cuando sus padres se habían divorciado, o cuando su relación más larga se había terminado. Era un suceso tan extraño, que parecía tan antinatural, que se sentía surrealista.

Armelle la guió a una silla y le ayudó a sentarse. Apartó su cabello de su rostro con cuidado y la miró a los ojos. La decisión no le tomó más de un par de segundos en ser tomada―Voy a buscar a Angie. No te muevas, ahora vuelvo.

Salió de la casa sin esperar respuesta.















NOTA DE AUTOR:

buenosss días, tardes, o nochesss <3 dependiendo de la parte del mundo en que se encuentren.

¿cómo están? espero que bien, y si no es así, entonces les deseo de todo corazón que todo mejore pronto.

me tardé un poco más en actualizar este capítulo, una disculpa, pero ya está aquiiii !!!! y prometo traerles pronto el siguiente. ¿qué tal les pareció? ¿opiniones?

bue, como se estarán dando cuenta, amo el drama en las historias. así que sí, les debo una disculpa, por q ni en sus momentos más felices, armelle puede tener un instante de paz.

se agradecen los votos y comentarios, como siempre. en esta ocasión, la meta PARA LA PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN SON DIEZ VOTOS.

nos vemos hasta entoncesss, se les ama <3 gracias por todo el apoyo.

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