Rodrigo Zacara y el Espejo de...

Von victorgayol

738K 41.6K 9.6K

Rodrigo está acostumbrado a que su amigo Óliver le meta en algún lío de vez en cuando, pero jamás hubiera pod... Mehr

1. La Torre del Tormento
2. La salida secreta
3. Un lugar inesperado
4. La huida
5. La fortaleza de Gárador
6. El código secreto
7. El nombramiento de los escuderos
8. La historia del Rey Garad
9. La premonición
10. La loba herida
11. En la enfermería
12. La carta de Balkar
14. El escondite de Dónegan
15. El torneo
16. La revelación del espejo
17. El traidor
18. El Espejo del Poder

13. El combate

22.1K 1.7K 293
Von victorgayol

Estaban atrapados. Dónegan había entrado sin abrir la puerta. Simplemente había aparecido dentro, así que la puerta probablemente seguiría cerrada con llave. Tampoco podían escapar por la ventana, porque el caballero rubio se interponía en su camino. No había forma de escapar. Sólo quedaba una esperanza: que Aixa contactara mentalmente con alguien para pedir ayuda. Él la miró de reojo, pero no notó en ella la mirada perdida que solía poner cuando usaba su don para comunicarse.

—Ya habéis hecho suficientes tonterías, jovencitos —dijo Dónegan—. Ahora voy a tener que llevaros conmigo.

El caballero de pelo rubio comenzó a avanzar hacia ellos. Llevaba la espada colgada del cinto, sin desenvainar, pero mantenía siempre la mano cerca de la empuñadura, preparado para usarla en cualquier momento. Sus ojos estaban fijos en los muchachos, atentos a cualquier movimiento inesperado. Rodrigo, Óliver y Aixa comenzaron a retroceder, quedando cada vez más acorralados contra los armarios de Mirena. Entonces se oyó un estruendo, como si algo hubiera estallado en pedazos. Antes de que se dieran cuenta de lo que había pasado, Dónegan ya había desenvainado su espada.

Rodrigo se agachó detrás del baúl de bronce, pero entonces se dio cuenta de que Dónegan no había alzado la espada contra ellos, sino contra Balkar. El maestre acababa de aparecer a través de la puerta, que había quedado hecha añicos.

—Yo que tú me alejaría de los chicos —dijo Balkar, levantando su espada hacia el pecho de Dónegan.

—¡Pero mira quién ha venido! ¡Nuestro querido maestre!—dijo el caballero rubio, con tono sarcástico—. ¿De verdad te has atrevido a venir sólo? Grave error, amigo mío. Creo que lo vas a lamentar.

En décimas de segundo Dónegan dirigió un ataque al pecho de Balkar con tanta fuerza que saltaron chispas cuando el maestre lo desvió con su propia espada. La fuerza del golpe hizo que Balkar se tambaleara y estuvo a punto de caer hacia atrás, lo cual Dónegan intentó aprovechar para asestarle un segundo golpe. Esta vez el maestre estuvo más ágil y apoyando una mano en el suelo para evitar su caída le propinó a su contrincante una patada en el estómago que le dio el tiempo suficiente para ponerse en pie.

El combate prosiguió durante varios minutos en los que las espadas no pararon de chocar. Rodrigo sentía que los incesantes chasquidos le estaban taladrando el oído, y permaneció agazapado detrás del baúl. Aixa se había arrimado a él y Óliver se había quedado pegado al armario de las pociones.

—¡Marchaos! —gritó Balkar, intentando acorralar a Dónegan contra la pared—. ¡Salid de aquí!

Rodrigo miró los pasos que los separaban de la puerta. Podrían atravesar la sala en dos o tres segundos, pero Dónegan logró separarse de la pared y su espada otra vez volvía a surcar el aire trazando amplios círculos que silbaban sin parar. Intentar salir de la enfermería sería una locura. Rodrigo intentó pensar alguna manera de poder ayudar al maestre cuando de pronto el constante chasquido de las espadas cesó y en su lugar se oyó el sonido del metal al rebotar contra la piedra. Alzó la mirada y vio que Balkar estaba en el suelo. Había tropezado con el cuerpo dormido de Mirena y al caer, la espada había salido despedida de sus manos. Inmediatamente Dónegan se acercó a él y le aprisionó el cuello con el filo de su arma.

—¡Dime qué ponía en la última página! —ordenó.

—¿Qué? —preguntó Balkar, desconcertado.

—La última página del diario, la que tú arrancaste —dijo Dónegan— ¡Dime qué ponía!

—¡Mátame de una vez, cobarde! —respondió Balkar—. Sabes que nunca te diré nada.

Rodrigo apretaba los nudillos contra el baúl que tenía justo delante. Dónegan estaba a punto de matar al maestre y ellos no podían hacer nada para impedirlo. Lo mataría y luego se los llevaría a ellos, seguramente para entregarlos a Arakaz. Si pudiera hacer algo para distraer a Dónegan... tal vez Balkar podría aprovechar el descuido para recuperar su espada. Si pudiera lanzarle algo...

Rodrigo se puso a buscar algún objeto duro y pesado para lanzar a Dónegan y entonces la vio. Allí estaba, al alcance de su mano. Un arma pequeña pero poderosa.

Sin pensarlo dos veces estiró la manga de su camisa para cubrir sus dedos y cogió la llave que todavía seguía puesta en la puerta del armario: la misma llave-trampa que había servido para atrapar a Óliver dentro del baúl. Reuniendo todo su valor, respiró hondo y gritó:

—¡Eh, Dónegan!

El caballero rubio le dirigió una mirada de reojo, sin perder de vista a su presa en ningún momento. Entonces Rodrigo le lanzó la llave a la cara. Sin perturbarse, Dónegan la desvió con un leve giro de mano, como si no fuera más que una molesta mosca, pero en cuanto la llave tocó su piel, Dónegan desapareció. Un instante después se le oía dar golpes dentro del baúl.

—¡Rodrigo! —exclamó Aixa— ¡Lo has atrapado!

—¿Qué ha pasado? —preguntó Balkar, poniéndose en pie y recogiendo su espada del suelo.

—La llave lo ha teleportado al interior de ese baúl —explicó Rodrigo, mientras que del interior del arcón salían los gritos ahogados de Dónegan—. Es una de las trampas de Mirena para que nadie toque sus cosas.

—Me has salvado la vida, Rodrigo —dijo Balkar—. Me has salvado y has conseguido atrapar a un traidor asesino. Creo que todos estamos en deuda contigo.

—También hay que agradecérselo a Óliver —dijo Rodrigo—. Gracias a él pudimos saber que la llave era una trampa de Mirena.

—¡La pobre Mirena! —dijo Balkar, arrodillándose a su lado—. ¿Por qué tuvo que matarla a ella?

—Oh, no está muerta —explicó Óliver, divertido—. Le hemos dado una poción para dormir. Nos robó los anillos y estaba envenenándonos. Era ella la que nos estaba causando nuestra enfermedad. Creemos que estaba compinchada con Dónegan.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Balkar.

—Mire esto —dijo Rodrigo, sacando de su bolsillo las cartas que la enfermera les había entregado—. Mirena nos dijo que nos las enviaba usted.

—¡No puedo creerlo! Mirena también nos ha traicionado. El poder de Arakaz llega más lejos de lo que nos creíamos.

El maestre permaneció un momento observando la carta falsa, hasta que finalmente la guardó en el interior de su túnica y se acercó al baúl de bronce.

—Os agradezco mucho todo lo que habéis hecho, muchachos— dijo—. Ahora será mejor que salgáis de aquí.

—¿Quién cuidará ahora de Adara? —preguntó Aixa, señalando a la loba.

—Mirena era la única de nosotros que sabía curar enfermedades —respondió Balkar, sombrío—. Me temo que ahora todo está en manos de la suerte.

—¿Y qué va a hacer con Dónegan y Mirena? —preguntó Óliver—. ¿Va a matarlos?

—No puedo hacer eso —respondió Balkar—, pero me temo que tendrán que pasar el resto de sus días en las mazmorras de la fortaleza. De lo contrario serían un peligro para todos nosotros.

—¿Quiere que le ayudemos a encerrarlos? —preguntó Óliver.

—Ya habéis hecho bastante por hoy. Seguro que vuestros amigos estarán deseando que les contéis todo lo que ha pasado aquí.

—Pero... —quiso insistir Óliver.

—No hay peros que valgan —interrumpió el maestre—. Además, todavía tenéis mala cara. Será mejor que vayáis a vuestros dormitorios y descanséis un poco más.

Los tres salieron corriendo de la torre y subieron a los dormitorios, pero no con la intención de acostarse. Lo primero que hicieron fue buscar a Darion, Noa y Vega, que estaban en la sala de lectura. Aixa corrió a abrazar a su hermano y al momento se puso a contarles todo lo que les había pasado. Los tres se quedaron con la boca abierta al explicarles lo de las cartas falsas y el veneno, pero eso no fue nada comparado con la cara que pusieron tras contarles el combate entre Dónegan y Balkar y la actuación de Rodrigo.

—¡No puedo creerlo! —dijo Darion—. ¡Habéis atrapado a Dónegan!

—¿Y Mirena os estaba envenenando? —preguntó Vega—. ¿Pero por qué?

—Creemos que lo hacía para mantenernos encerrados en la enfermería —dijo Rodrigo—. Así Balkar no podría protegernos.

—No pu... no puede ser... —balbuceó Noa—. Mirena me ha enseñado tantas cosas... Y siempre ha cuidado muy bien de Adara. Ha hecho todo lo posible para mantenerla con vida.

—¡Claro! —dijo Rodrigo—. Porque la necesitaban para averiguar el paradero del Espejo del Poder.

—Pero si Dónegan ya tenía el diario de la vidente —objetó Vega—. Lo robó del despacho de Balkar.

—Por lo visto no le sirvió de nada —dijo Rodrigo—. Balkar había arrancado la última página, la que tenía la premonición.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Darion.

—Cuando Dónegan consiguió reducir a Balkar, le puso la espada en el cuello y le ordenó que le dijera lo que ponía en la última página del diario. Por supuesto, el maestre no cedió.

—De todas formas, aunque se lo hubiera dicho, seguirían necesitando a Adara —dijo Aixa—. Creo que ella es la única que llegó a comprender el auténtico significado de las palabras de la vidente.

—¿Sería eso lo que nos trataba de decir con su mensaje? —murmuró Rodrigo.

—¿Qué mensaje? —preguntaron Darion, Vega y Noa a la vez.

—Ah, claro, que eso no os lo hemos contado—dijo Rodrigo—. Adara se despertó y lo primero que hizo fue ponerse a señalar unos tarros de pociones. Aixa se dio cuenta de que quería transmitirnos un mensaje.

—¿Y qué tienen que ver las pociones? —se extrañó Noa.

—Teníamos que unir las iniciales de cada una de las medicinas —explicó Rodrigo—. El mensaje que obtuvimos fue irdunequi, aunque seguramente esté incompleto, porque Adara perdió el conocimiento antes de terminar.

—¿Irdunequi? —repitió Darion—. Eso sí que es extraño.

—Podrían ser varias palabras —dijo Vega—. ¿Irdún no os resulta familiar? Yo creo que lo he oído antes. Podría ser el nombre de alguien. Tal vez sea quien atacó a Adara.

—La verdad es que sí que me suena —dijo Aixa—. Aunque estoy segura de que no es nadie de la fortaleza.

—Bueno —dijo Noa—. En cuando Adara se recupere nos lo podrá explicar todo.

—¿Pero cómo va a recuperarse sin Mirena? —objetó Aixa—. Según Balkar ella era la única de la fortaleza con conocimientos de medicina.

—Yo sé todo lo que hay que hacer —intervino Noa con una vocecilla, como si tuviera miedo de parecer presuntuosa—. Todos estos días he ayudado a Mirena a preparar las pociones para Adara, y sé dónde guarda los frutos de anéfora.

—¿Los qué? —preguntó Óliver.

—Los frutos de anéfora —repitió Noa—. Son unas plantas marinas. Uno sólo de sus frutos puede mantener a una persona alimentada e hidratada durante una semana. Mirena se las hacía tragar a la loba para mantenerla con vida.

—Tienes que decírselo a Balkar, para que te permita ocuparte de Adara —sugirió Rodrigo.

—Lo haré —respondió ella—, aunque sigo sin creerme que Mirena fuera una traidora.

Óliver la miró con cara de exasperación.

—¡Intentó envenenarnos! —replicó— ¿Es que no lo ves? Nos hemos curado en cuanto hemos dejado de tomar sus malditas pociones.

Noa no supo que decir y se limitó a asentir con la cabeza.

—Bueno —dijo Vega—. Lo importante es que Dónegan ha sido capturado. La verdad es que todos estábamos un poco inquietos sabiendo que el asesino todavía andaba suelto.

—Habría que ver la cara que se le habrá quedado al aparecer dentro de un baúl, cuando creía que ya había derrotado a Balkar —dijo Óliver—. Tiene que haberse muerto de rabia al verse ahí encerrado sin poder hacer nada.

—¡Espera un momento! —dijo Darion—. Dónegan sí que podía hacer algo. ¡Puede teleportarse! ¡Nosotros lo hemos visto!

—¡Es cierto! —exclamó Rodrigo—. Cuando entró en la enfermería también lo hizo sin abrir la puerta. Tenemos que avisar a Balkar. ¡Dónegan podría escaparse!

Sin esperar respuesta, Rodrigo comenzó a bajar las escaleras todo lo rápido que podían sus piernas, aunque todavía sentía los efectos de las pociones de Mirena. Los demás salieron detrás de él y todos juntos corrieron hacia la planta baja.

«Seguro que ya es demasiado tarde» —pensó— «Se habrá teleportado y ya no podremos encontrarlo»

—¡Eh, Chicos! —resonó una voz potente desde el otro lado de un pasillo. Era Toravik—. Ya me ha contado Balkar lo que habéis hecho. Ha sido magnífico. Espero que ese traidor malnacido se pudra dentro de su celda.

—Caballero Toravik, tenemos que encontrar al maestre —dijo Rodrigo— ¡Es muy importante!

—Pues precisamente ahora estaba llevando a Dónegan a los calabozos —respondió Toravik.

—¿Dónde están los calabozos? —preguntó Rodrigo, impaciente.

—Por aquí, al fondo, bajando unas escaleras —respondió Toravik, señalando el pasillo.

Rodrigo y sus amigos salieron corriendo sin dar más explicaciones. El pasillo era muy largo. Cuando por fin llegaron a las escaleras, los seis estaban jadeando. Entonces se encontraron de frente con el maestre.

—¡Caballero Balkar! —dijo Rodrigo—. ¡Dónegan puede escaparse!

—No lo creo, Rodrigo —respondió él—. Nuestros calabozos son muy seguros. Nadie ha conseguido escapar de ellos jamás.

—¡Pero es que Dónegan tiene el poder de teleportarse donde quiera!

—En eso te equivocas, muchacho. Su poder siempre ha sido el de detectar las mentiras.

—Pero nosotros lo hemos visto teleportarse —insistió Rodrigo—. Así es como entró en su habitación y en la de Ágata... y también en la enfermería.

—En realidad lo hizo usando esto —dijo Balkar, desplegando un pañuelo sobre su mano. Rodrigo bajó la mirada y vio que dentro del pañuelo había dos monedas de plata—. Es un teleportador —explicó el maestre—. Dónegan lo único que hacía era deslizar una moneda por debajo de la puerta y luego tocar la otra. Muy ingenioso. Hasta le habría servido para salir de las mazmorras, si yo no lo hubiera descubierto.

Rodrigo contempló las monedas con admiración. Realmente era un truco muy ingenioso. Con ellas se podría entrar y salir prácticamente de cualquier sitio. Solamente se necesitaría una pequeña rendija por la que deslizar una moneda.

—Hay otra cosa que debemos decirle —interrumpió Aixa—. Adara se despertó y nos dejó un mensaje.

—¿Qué Adara os dejó un mensaje? —Se interesó el maestre—. ¿Qué quieres decir?

Aixa explicó a Balkar cómo la loba había intentado comunicarse con ellos usando las medicinas de Mirena.

—¿Irdunequi? —se extrañó el maestre, después de escuchar todo el relato— ¿Estáis seguros de que era eso?

—Eso creemos —respondió Aixa—, aunque es problable que el mensaje esté incompleto. Adara perdió el conocimiento antes de terminar.

—Irdunequi... —repitió Balkar, intentando darle algún sentido—. La verdad es que no se me ocurre ninguna combinación de palabras que coincida con eso. Tengo que pensarlo bien. Ahora tengo que marcharme. Si se os ocurre algo, cualquier cosa, no dudéis en decírmelo.

Dicho esto el maestre se despidió de ellos y se alejó apresuradamente. Rodrigo y sus amigos salieron al patio de la fortaleza y todos los chicos y chicas que había allí se amontonaron alrededor de ellos para hacerles preguntas. El rumor de la detención de Dónegan y Mirena se había extendido como la pólvora. «¿Es verdad que Rodrigo ha atrapado a Dónegan?», «¿Y Mirena, también está prisionera?» fueron algunas de las preguntas que más veces tuvieron que responder. Sin desearlo en absoluto, Rodrigo pronto se vio convertido en el centro de atención, pues todos daban por hecho que el mérito de la detención había sido suyo. Él no paraba de decir que gracias a Óliver habían descubierto que Mirena les estaba envenenando, y que también fue él quien consiguió dormirla. Aún así, lo que más impresionaba a todos era la forma en que Rodrigo había encerrado a Dónegan en el baúl, y Óliver no paraba de contarlo una y otra vez.

Cuando por fin entraron todos en el comedor, Rodrigo pensó que por fin cesaría la avalancha de preguntas, elogios y miradas, pero entonces Balkar se dirigió al centro de la sala, como cada vez que iba a dar un discurso.

—Amigos míos, siento retrasar el momento de la comida, pero como siempre he dicho es de bien nacidos ser agradecidos. Como seguramente ya sabéis casi todos, el traidor Dónegan, asesino de nuestra compañera Ágata, ha sido por fin capturado y llevado a nuestros calabozos. Lo mismo ha ocurrido con la dama Mirena, que estaba ayudando a Dónegan a esconderse e intentó envenenar a tres de vuestros compañeros. Son tristes noticias, pero gracias al valor y la astucia de estos tres muchachos, ahora podremos dormir más tranquilos. Es más, tengo que deciros, y no tengo ningún reparo en reconocerlo, que uno de ellos me ha salvado la vida. Un muchacho de doce años. Es por ello que ahora mismo y en este preciso lugar voy a concederle la medalla de oro de los caballeros del rey Garad. Por favor, Rodrigo, si eres tan amable de ponerte en pie...

Rodrigo estaba tan nervioso que estuvo a punto de tropezar con el pie de Óliver cuando se levantó. Procurando no prestar atención a las decenas de ojos que lo seguían, caminó entre las mesas hasta colocarse delante de Balkar. El corazón le latía tan rápido que parecía que iba a estallarle dentro del pecho.

—Rodrigo, es para mí un honor hacerte entrega de esta medalla en reconocimiento a tu honor y tu valentía. Llévala siempre en tu corazón junto con nuestro agradecimiento, y especialmente el mío.

Tras estas solemnes palabras el maestre le colocó una medalla sobre el chaleco, y todo el comedor estalló en aplausos y vítores. Rodrigo volvió a sentarse lo más deprisa que pudo.

—Tengo que decir que esta es la primera vez que un escudero recibe la medalla de oro de los caballeros del rey Garad, pero no va a ser la última —prosiguió Balkar—. Siempre he dicho que el mérito de la victoria nunca es de una sola persona, y este caso tampoco es una excepción. Por este motivo, también quiero conceder la medalla de oro a vuestro compañero Óliver.

Los aplausos volvieron a llenar el comedor mientras Óliver se ponía en pie y caminaba hacia el maestre. Los únicos que no aplaudían eran Kail y sus compañeros, que murmuraban en voz baja. Al verlos así, carcomidos por la rabia, Rodrigo se puso a aplaudir más fuerte todavía.

Cuando Óliver se sentó a su lado con la reluciente insignia colgada sobre el pecho Rodrigo aprovechó para observarla mejor. Tenía un dragón en el centro y alrededor podía leerse: Entrega, Coraje, Valor, Honestidad. En cuanto lo leyó tuvo muy claro que Kail nunca tendría una de esas.

—En último lugar, pero no menos importante, también entrego la medalla de oro de los Caballeros del rey Garad a vuestra compañera Aixa, que supo utilizar su don en el momento oportuno.

Una vez más los aplausos se hicieron dueños del comedor, mientras que Kail y sus compañeros tenían la cara cada vez más lánguida a cada medalla que entregaba el maestre. Aixa se acercó rápidamente hasta el centro de la sala y los aplausos fueron cesando poco a poco hasta que ya sólo se oían las palmadas de Darion. Cuando la rubia muchacha volvió con su medalla sobre el chaleco, estaba radiante de felicidad. Sin pensarlo dos veces, le dio un beso a su hermano, que parecía casi tan contento como ella.

—¡Es increíble! —dijo Aixa—. En ningún momento pensé que me daría una medalla a mí también. Tú has atrapado a Dónegan y tú has dormido a Mirena —añadió, mirando a Rodrigo y a Óliver, respectivamente—. Yo en realidad no he hecho nada.

—Pues claro que sí —replicó Rodrigo—. Sin ti, ni Óliver ni yo hubiéramos recordado las pociones que había tirado la loba, y nunca hubiéramos sabido cuál coger para dormir a Mirena. Además, tú fuiste la que avisó a Balkar, ¿verdad? Al final lo conseguiste.

—Bueno, sí, eso es verdad, pero...

Aixa se calló al darse cuenta de que el resto de los chicos estaban en silencio. Balkar seguía de pie en el centro del comedor y parecía que quería decir algo más.

—Bueno, y para terminar con otra gran noticia, os recuerdo que faltan pocos días para que llegue la primavera, y como los más veteranos ya sabéis, ese día acostumbramos a celebrar una gran fiesta con juegos, teatro, música, danza, grandes banquetes, y lo que a muchos de vosotros más os gusta: el torneo. Haremos seis equipos y en cada uno de ellos habrá escuderos de todas las edades. Dependiendo de vuestra edad participaréis en distintas pruebas, como pueden ser las justas, los combates a espada y escudo o el tiro con arco. Por supuesto todos los combates serán con armas de madera y buenas protecciones.

Las palabras de Balkar fueron interrumpidas por una oleada de murmullos y expresiones de júbilo, especialmente entre las mesas de los más mayores. Por el entusiasmo que había despertado el anuncio del maestre, Rodrigo se imaginó que la fiesta tenía que ser algo muy especial.

—Muy bien —prosiguió Balkar—. Ahora el caballero Aldair pasará por cada una de las mesas con un saco lleno de bolas de colores. Debéis coger una bola por cada mesa, y el color que saquéis será el equipo con el que vais a participar en el torneo.

Los murmullos volvieron a apoderarse de los muchachos mientras Aldair, un caballero alto de pelo castaño, se acercó con un saquito de tela hasta la primera mesa. Era un grupo de los más mayores, entre los que se encontraba Corentín. Una chica rubia de pelo rizado metió la mano en el saquito y sacó una bola roja, enseñándosela a todos. Luego el caballero Aldair se acercó a la segunda mesa, que también sacaron una bola roja. Al instante se levantaron y todos juntos se pusieron a hacer ovaciones y gestos de victoria. Aldair tuvo que obligarlos a sentarse.

Una a una, todas las mesas fueron sacando sus bolas y descubriendo los equipos con los que les tocaría participar. Rodrigo pensó que le daba igual el equipo con tal de no estar con el grupo de Kail. Ellos habían sacado una bola verde, así que se conformaba con sacar una de cualquier otro color. El problema era que su mesa era la que estaba en último lugar.

Poco a poco, los equipos se fueron completando hasta que ya sólo quedaban dos bolas en la bolsa: una roja y una verde. Llegó el turno de la penúltima mesa. A Rodrigo se le tensaron todos los músculos del cuerpo. Si cogían la bola roja a ellos les tocaría la verde, y entonces el torneo se convertiría para ellos en una tortura insufrible. Un chico bajito con cara de ardilla metió la mano en la bolsa y sacó una bola. Rodrigo tuvo que contenerse para no dar un salto de alegría. Era la bola verde.

Los que no ocultaron su júbilo fueron los del equipo rojo, que inmediatamente se abalanzaron sobre el grupo de Rodrigo como si acabaran de fichar al mejor jugador de todos los tiempos. Darion sacó la bola que quedaba (la roja) y todos se pusieron a corear al grito de "campeones, campeones...". Balkar se acercó y les ordenó que volvieran a su sitio, sin poder disimular una leve sonrisa en su cara. Los chicos obedecieron y el maestre ordenó que se empezara a servir la cena.

—Menos mal que no nos ha tocado en el equipo verde —dijo Rodrigo—. Habría sido peor que una pesadilla.

—Pues sí, y los del equipo rojo parecen muy enrollados —dijo Óliver—. Seguro que ganamos. A fin de cuentas, yo soy el mejor jinete y Aixa no es del todo mala con el arco.

—Eres el mejor jinete porque usas tu poder sobre los caballos —replicó Aixa—. No creo que en el torneo te permitan hacer eso.

—Y si lo hago, ¿Cómo van a saberlo? —preguntó Óliver.

—Pues se darán cuenta en cuanto vean que coges las riendas como si fueran salchichones y aún así el caballo te obedece —respondió Aixa, provocando las risas de todos.

—Eh, chicos —dijo una voz detrás de Óliver. Era Corentín, que se había acercado a hurtadillas—. Tenemos que ganar sea como sea. Acabo de hacer una apuesta con los del equipo verde. Si les ganamos tendrán que hacer todos nuestros turnos de lavandería durante un mes.

—¿Y si nos ganan ellos? —preguntó Vega.

—Entonces se los haríamos nosotros a ellos. Pero eso no va a pasar ¿verdad? ¿O acaso es cierto lo que dice Kail?

—¿Qué dice ese imbécil? —preguntó Darion.

—Está diciendo que sois unos inútiles, y que vuestras medallas sólo demuestran que sois los lameculos de Balkar.

—Pues le vamos a hacer tragar sus palabras —respondió Darion—. No te preocupes. Seguro que les venceremos.

—¡Así me gusta! —dijo Corentín—. Venga, arriba esas manos ¡Por los futuros campeones!

Todos chocaron las manos menos Noa, que se quedó sentada en su sitio.

—Venga, choca esos cinco —le dijo Corentín.

—Vale, pero yo no participo —respondió ella, alzando su mano.

—¿Cómo que no participas? —Corentín bajó su mano de golpe, dejando a Noa con la suya en el aire.

—Yo no formo parte de los escuderos —respondió ella—. Mi labor es curar las heridas, no infligirlas.

—¡Sólo es un juego! —protestó Corentín—. Tienes que participar. Si somos uno menos vamos a perder.

—Si participo entonces sí que vais a perder —dijo Noa—. Mientras vosotros practicabais con las espadas y el arco, yo estaba en la enfermería aprendiendo a preparar pociones.

—Aún tenemos tiempo para remediarlo —dijo Corentín—. Aprovecharemos todos los ratos libres para entrenarnos. Empezaremos hoy mismo ¿Qué te parece?

—Anímate, Noa —intervino Óliver—. A fin de cuentas, ya no puedes seguir aprendiendo las pociones de esa vieja loca.

—Está bien —dijo ella, todavía con menos ánimos—. Iremos a entrenar esta tarde. Así os convenceréis vosotros mismos de que es mejor que no participe.


_________________________________________________________________________

SI TE HA GUSTADO EL CAPÍTULO NO TE OLVIDES DE VOTAR Y/O COMENTAR.

UN MILLÓN DE GRACIAS.

Weiterlesen

Das wird dir gefallen

389K 18.8K 46
Dieciséis años de edad, embarazada y sin apoyo familiar. Así es la vida de la pequeña Danielle, la consentida de sus padres y la niña de casa. En un...
73.3K 8.3K 35
Como ser un buen fantasma (y no volver a morir en el intento) Matt tenía 16 años cuando dejó de estar vivo, aunque de eso pasó mucho tiempo ya. Ahora...
134K 29.7K 200
⚠️Solo a partir del capítulo 201, primera parte en mi perfil.⚠️ En un giro del destino, Jun Hao, un despiadado matón callejero conocido por su fuerza...
300 66 20
Una joven llamada Lee Soo Hye, de 20 años conoce a su nuevo jefe Park Ji Min, pero su antiguo jefe Min Yoon Gi le pide una cita y su mejor amigo Jeon...