Dulce Verdad (Saga Dulce No...

By Virginiasinfin

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Maurice Ramsay arrastra consigo el peso de un duro pasado, un corazón roto, y la desconfianza hacia el amor y... More

:Introducción:
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By Virginiasinfin

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Entraron de nuevo al dúplex de Mauricio, y Abby se sorprendió cuando Maurice no hizo aquello de ponerla contra la pared y subirle la falda, sino que suavemente subió con ella las escaleras, entraron a la habitación y él la giró para mirarla fijamente. Ok, tal vez estaba hoy un poco indeciso. Él tomaría hoy otra vez su cuerpo y ella se lo permitiría, pero esta vez quería por lo menos un beso.

Se acercó a él buscando su boca, pero Maurice giró el rostro y el beso dio en su mejilla. No la iba a besar?

Él la abrazó suavemente, paseó sus manos por su cintura y su espalda. El toque estaba siendo muy diferente a todos los que había recibido de él hasta ahora. La primera vez había sido rudo; hoy, luego de llegar de la policía, había sido un poco ansioso y atrevido, y ahora parecía que simplemente quería abrazar sin ninguna intención por debajo de sus movimientos.

Él no quería.

Tragó saliva sin saber qué pensar. Tal vez no era una ley el que las parejas hicieran "eso" con frecuencia.

Se alejó un poco, pero él la tenía atada con sus brazos, así que se quedó quieta allí en el círculo de sus brazos. Él olía bien, se sentía bien. Era casi como un muro, grande y duro, pero se sentía muy bien. Decidió que ya que él no la quería besar, lo besaría ella, y alzó la cabeza para poner sus labios sobre la piel de su garganta, su barba, y luego se dio cuenta de que él había ladeado la cabeza para darle acceso también a sus orejas y el resto de la cara. Ella aprovechó y besó sus párpados, su nariz, pero cuando iba a besarlo en la boca, él volvió a alejarse.

-Si nos casamos -susurró ella-, tendré derecho a besarte y tocarte todo lo que quiera, cuando quiera y como quiera -él sonrió al reconocer sus propias palabras, pero no dijo ni hizo nada. Al notar su silencio, ella sacó entonces su otra arma-. Nadie nunca me ha besado. Si no lo haces tú, no sabré lo que es un beso de verdad-. Ahora él la miró sorprendido.

-Nadie? -ella miró a otro lado.

-Bueno... Una vez... cuando tenía diez... un niño me besó-. Él sonrió.

-Vaya! Y desde entonces nadie te besa?

-Tú has estado lejos -eso lo dejó en silencio. Implicaba que el único que podía haberlo hecho era él, y al no estar, ella se había mantenido sin ser besada. Ella se echó a reír-. Además, piénsalo. Si no fui a la escuela, ni a la universidad, cómo rayos iba a conseguir una oportunidad para conocer chicos e insinuarme?

-No te insinúes a nadie más que no sea a yo.

-Maurice, qué prueba necesitas para que me creas que al único que quiero es a ti?

-Es un hábito desconfiar. Mi lema en la vida es "piensa mal y acertarás".

-Piensas mal de mí? -él hizo una mueca y bajó la mirada.

-Te prometí que nos casaríamos. No te dice eso algo? -ella suspiró.

-Cuando empieces a quererme, dímelo-. Ella volvió a acercarse a sus labios, pero no los tocó, se quedó allí varios segundos luego de los cuales, al fin, fue él quien eliminó la distancia entre los dos. Sintió los labios de él sobre los suyos muy quietos, aunque muy suaves, y ella suspiró. Había sido besada, al fin y al cabo.

Pero el la besó de nuevo, una, dos veces más, y el otro beso que le siguió a esos fue más demorado, se quedó más tiempo sobre sus labios. Abigail sonrió, pero entonces él usó sus labios como un par de suaves y cálidas pinzas para capturar el suyo, y tiró de él. Abby frunció un poco el ceño, pero no dijo nada. Debió sospechar que con Maurice las cosas no iban a ser normales desde el principio. Él volvió a atacar, y sospechó que la palabra atacar estaba muy bien empleada, porque no dio tregua, y cuando sintió que él paseaba su lengua por encima de sus labios se sorprendió tanto que abrió sus ojos tensándose un poco, pero él, como un bebé que ha sido separado de su fuente de comida, fue tras ella otra vez. Ella dio un paso retrocediendo, y él dio otro siguiéndola; un paso más, un beso más, la lengua de él le rozó los dientes y Abigail gimió en su garganta.

No pudo dar otro paso, sino que cayó, y dio un grito de alarma, entonces se dio cuenta de que él la había estado conduciendo a la cama. Él no dijo nada, ni sonrió, ni se excusó, sólo se ubicó encima de ella, volvió a su boca y la besó otra vez.

-Abre tus labios -le pidió él-, por favor. Dame tu boca.

-Pero... yo...

-Por favor, Abby -él nunca había utilizado el diminutivo de su nombre, pero otra vez se quedó sin tiempo ni espacio para cavilar demasiado con respecto a eso. Ella le hizo caso y abrió sus labios y él se coló dentro. No sabía si esto era normal, o si era sano e higiénico, pero la posesividad de él la estaba marcando, como siempre. Elevó sus manos y las puso sobre su pecho; dentro de su boca, él la invitaba y la sonsacaba, hasta que comprendió qué era lo que quería y tímidamente lo tocó con su lengua. Él gimió al sentirla, y entonces empezó a moverse como una suave ondulación. Ambos tenían toda la ropa puesta, pero ella se sentía desnuda, con sólo un beso él estaba dejando sobre ella una marca de fuego.

Hacía tiempo que Maurice no besaba a ninguna mujer; había olvidado esta sensación de intimidad y confianza, había olvidado que un beso puede decir tantas cosas remplazando las palabras. Pero si su beso dijera algo con palabras, qué palabras serían?

Más allá del "qué bien sabes", "esto me gusta", "qué suave, qué cálida eres", su cuerpo estaba diciendo cosas que él no alcanzaba a descifrar, sólo comprendía que le estaba pidiendo más y más. Y él lo reclamó; se sentó en la cama entre sus piernas y la sentó a ella, la movió para quitarle el vestido, y sin notar la sorpresa o la confusión de ella, o tal vez notándola, pero no queriendo detenerse a dar explicaciones, la tuvo pronto en ropa interior en su cama.

Piel, piel, reclamaba su propia piel, así que empezó a luchar contra los botones de su camisa. Cuando sintió la mano pequeña de ella ayudarlo a quitarse la chaqueta que aún tenía puesta, se dedicó entonces a sacarse los zapatos, el pantalón, y pronto él también estuvo en ropa interior sobre ella. Sintió que ella quería preguntar algo, pero ahogó sus palabras en otro beso turbulento, asfixiante e interminable. El fondo de la boca de Abby era un oasis para un peregrino del desierto, y él se sumergió en él.

Maurice reclamó la boca de Abigail como propiedad y parte de su reino particular. Si hubiese podido, habría clavado allí su bandera y mandado a cercarla con minas y púas. Este era el beso más largo que jamás había dado, el más profundo, el más elocuente, porque también todo su cuerpo la estaba besando. Había sentido algo parecido una vez, hacía ya mucho tiempo, pero a comparación de lo que estaba sucediendo ahora, aquello había sido como la débil luz de una vela frente al astro rey. Abby había aprendido rápido, y eso lo enloquecía; empujaba con él, se enlazaba, se sobaba contra él. Qué manera de besar!

-Abby... -susurró él, y metió su mano bajo su espalda abriendo el broche de su sostén para dedicarse al fin al resto de ella. En cuanto le sacó la prenda, y sin pérdida de tiempo, él tomó sus pechos con sus manos y enterró la cara entre ellos. Abby volvió a gemir un poco sorprendida. La barba de él le hacía cosquillas, pero no unas cosquillas que la indujeran a reír. Cuando sintió la lengua de él rodearle uno de sus pezones lanzó un chillido de sorpresa. Esa lengua había estado en su boca, la conocía, y ahora estaba acá, y se sentía tan bien! Áspera, hábil, inquieta.

-Maurice -lo llamó ella poniendo su mano sobre sus cabellos, pero una vez allí las dejó quietas. Para qué alejarlo? Esto le gustaba. No sabía por qué él hacía todo esto, si tenía algún propósito especial. Tuvo que pensar que todo lo que había experimentado con él, al menos en cuanto a besos y toques se refería, nada tenía sentido, y nada parecía tener un propósito.

Él estaba besando su cuello, la línea de su mandíbula, a la vez que le sacaba las bragas y rodeaba con sus grandes manos su trasero. Tocar, tocar. Sólo eso ya estaba muy bien. Cerró sus ojos con fuerza y se dejó tocar, besar, lamer, chupar, y pronto se encontró a sí misma deseando más, más besos, más lametones, más duro y más fuerte.

Movió sus manos y las bajó por su espalda; la piel de él era suave, lisa, y muy cálida, él estaba hirviendo, así como ella. Maurice se separó un poco y la miró en medio de la penumbra de la habitación, sus ojos se encontraron por un largo minuto, y cuando él se volvió a sentar alejándose, ella lo imitó buscándolo, para luego descubrir que él estaba desnudo por completo. No pudo mirar, él la tomó de la cintura y la sentó sobre su regazo. Le besó el cuello y los hombros con lo que pareció era ternura, y luego lo sintió en su entrada. Ah, todo lo de los besos y las caricias habían sido caminos que convergían en este punto, comprendió, y cuando lo sintió deslizarse dentro, no le sorprendió que ahora fuera diferente; sí había habido un objetivo, y era éste. Acababa de descubrir que había ansiado tenerlo dentro todo el tiempo, y que su cuerpo lo sabía antes que ella, y se había preparado. Lanzó un gemido a la vez que lo apretaba en su interior como un puño, él siseó, al parecer encantado con sus reacciones.

Maurice puso sus manos sobre las caderas de ella y empezó a guiarla en sus movimientos sorprendiendo a Abigail, quien creyó que esto podía ser todo, como la vez pasada, e incluso había esperado que él se separara, le sonriera y se acostara a dormir, o hiciera alguna otra cosa. Pero bendito fuera, esto se ponía mejor.

Ella encontró su ritmo y empezó a moverse por sí misma, abrió sus ojos para mirarlo, y encontró que él la miraba a ella. Sintió terror de repente; al estar casado con Stephanie, él había hecho esto con ella, muy seguramente, incontables veces. Ella y su prima se parecían, estaba Maurice viéndola a ella? Estaba viendo a su esposa muerta?

No, no, suplicó ella, y se acercó para besarlo. Mírame a mí. Quiero ser la única en tu vida, si no la primera, entonces sí la última. Apuró sus movimientos y lo escuchó gemir quedamente.

-Te amo -le susurró en el oído, sobre la boca-. Te amo, Maurice. Te amo tanto-. Maurice la apretó de nuevo entre sus brazos y cayeron juntos en la cama, ahora él empezó a moverse con más fuerza de la que ella hubiese creído era necesaria, con más velocidad de la que pensó se podía emplear. Lo escuchó decir cosas que no comprendía, palabras a medias, llamó su nombre, llamó a Dios, y supo que él había perdido el control. Ella también, notó, su mente quedó en blanco ante la explosión de sus propias sensaciones, y al regresar, encontró que él todavía estaba allá, y seguía moviéndose frenéticamente.

Al fin, él gritó entre dientes, ahogando su voz en su cuello, embistiéndola con tanta fuerza y sintiéndolo hasta el fondo mismo de su cuerpo. Lo abrazó tiernamente, y entonces un líquido caliente se derramó en su interior. Ya no se asustó, cualquier cosa que estuviera sucediendo parecía ser parte de todo este pandemónium.

Él se derrumbó encima de ella, con la respiración tremendamente agitada, tembloroso, la piel resbaladiza de sudor y exudando su perfume corporal, era como una rosa que se abría y ofrecía su belleza al mundo, al sol, a la mañana.

-No -dijo él-. No.

-No qué, amor? -preguntó ella con voz tierna. Él se apoyó en sus manos elevándose sobre ella, todavía unidos, pero en los ojos de él había cierta locura, como si estuviera viendo cosas que le desagradaban.

-No, no-. Repitió él, y se alejó de ella dejándola desnuda y vacía sobre la cama.

-Maurice? -lo llamó, pero él empezó a vestirse. A dónde pensaba ir? Miró el reloj sobre la mesa de noche, era la una de la madrugada. Cuánto tiempo habían estado aquí? Era tan tarde cuando llegaron de casa de Arthur?

Lo miró de nuevo, él se estaba calzando sus zapatos sin mirarla. Salió de la cama tan desnuda como estaba y se le acercó llamándolo de nuevo, pero él no la miró, simplemente tomó la chaqueta del suelo y salió de la habitación como si no soportara estar más tiempo aquí.

Se estaba arrepintiendo! Estaba huyendo!

-Maurice! -gritó ella, pero él no hizo caso, y salió del apartamento. Abigail escuchó el golpe de la puerta y se abrazó a sí misma con deseos de llorar. Qué le estaba pasando? Por qué se había ido así?

Él tenía demonios que lo atormentaban, ¿no los había exorcizado allí, con ella, en la cama? Qué debería hacer? Se devolvió a la habitación y buscó algo para ponerse, pero ella no tenía aquí ni un solo pijama. Cuando habían ido de compras, sólo habían comprado ropa exterior y un par de conjuntos de ropa interior, pero no tenía nada más. Buscó una camiseta de él y se la puso, y bajó a la cocina donde seguramente había un teléfono, pero cuando tuvo el auricular en su mano se detuvo. A quién iba a llamar? No sabía el teléfono de Maurice, y aunque lo llamara, él no le contestaría. A Arthur? Para que le hiciera otra vez puyas acerca del sexo? Y esta vez, ella no torcería la boca, porque, Dios querido! De eso se trataba?

Se cruzó de brazos recostándose a la encimera de la cocina perdida en sus pensamientos. Esta vez había sido tan diferente que se sonrojaba sólo de recordarlo. Tan hermoso, tan especial, tan... Pero él se había ido, como si toda esa ternura y esa fuerza lo hubiesen asustado como asusta un perro enloquecido por la rabia.

-A dónde te fuiste? -preguntó ella a nadie en particular-. Por qué no estás aquí? -Miró en derredor todo tan vacío, tan frío y tan oscuro, y no pudo evitar que sus ojos se humedecieran. Esto se parecía tanto a lo que había pasado hacía años, que no pudo evitar llorar. Todo lo que la hacía feliz le era arrebatado, o simplemente se iba de su lado como si la odiara. La historia parecía repetirse una y otra vez.

Maurice estacionó el auto frente al edificio en el que había vivido los últimos años y entró sin pérdida de tiempo. Subió los escalones uno a uno, y cuando estuvo frente a su puerta se detuvo. Había llegado aquí por inercia, pero había dejado la llave del apartamento y no tenía manera de entrar.

De todos modos, qué hacía aquí? Se preguntó.

Al parecer, su cuerpo y su mente se habían acostumbrado a huir y llegar aquí cuando un evento importante ocurría.

Y qué era tan importante?

Abby, respondió su mente. Abby.

Se sentó en el suelo y recostó la cabeza en la pared mirando arriba y tragando saliva. Estar con Abby había sido más hermoso, más sublime y más fuerte de lo que se había podido imaginar. Había pensado al principio que sólo sería sexo, como tantas veces en el pasado; pero los besos de ella, su entrega, la suavidad de su cuerpo, y sobre todo, sus palabras de amor, lo habían llevado más allá de todos los límites, había llegado a fronteras desconocidas, y las había traspasado. Cerró sus ojos con fuerza. Esto le había pasado una vez, y le habían destrozado el corazón. Y había dolido, maldita sea, había dolido.

Estaba sucediendo de nuevo, estaba entregándose en cuerpo y alma y eso no podía ser. Había dejado de lado su venganza por ella, había prometido casarse... en qué nueva clase de estúpido se convertiría ahora?

-Qué haces allí? -preguntó una voz, y Maurice abrió los ojos encontrándose a Peter. Intentó ignorarlo, y volvió a mirar el techo, pero descubrió que tenía los ojos húmedos, y Peter muy seguramente se había dado cuenta, porque se acercó-. Te sucedió algo malo? -él sonrió.

-No. No.

-Ah-. En vez de irse, Peter se sentó a su lado en el suelo, y guardó silencio. Pasaron los minutos y ninguno dijo nada, y luego, al fin, el chico volvió a hablar-. Es... por tu cumpleaños? -él movió la cabeza. Mañana sería su cumpleaños. Mañana sería un nuevo aniversario de la muerte de Stephanie, su cumpleaños, y se echó a reír, pues por primera vez lo había olvidado por completo.

-Por qué me preocuparía mi cumpleaños? -sonrió él, tratando de salirse por la tangente, y Peter suspiró, como si reconociera sus intenciones.

-Por lo que sea que te hace recordar. Nunca lo has dicho, o al menos, nunca lo he escuchado, pero esa parece ser una fecha especialmente horrible para ti. Te embriagas, lloras y maldices el nombre de una mujer. Step...

-No lo digas -lo interrumpió él, y Peter lo miró fijamente-. Por Dios, sólo eres un crío. No puedes saber nada...

-De verdad? Tengo veintiún años.

-Eres un crío -insistió Maurice-. No sabes nada de la vida-. Peter suspiró.

-Y por lo tanto, no puedes confiar en mí. Quién sabe, tal vez yo te juzgue. Es eso lo que piensas, verdad? -Maurice bajó la mirada.

-Perdona, es sólo que te comparo conmigo mismo a tu edad... Yo era... demasiado cándido, sabes -Peter arrugó el entrecejo, incrédulo.

-Tú cándido? En qué dimensión? -Maurice rió con amargura.

-En la dimensión en la que Stephanie Gardner no había entrado todavía. En esa dimensión. Le creí -susurró él recostando de nuevo su cabeza en la pared-. Le creí cada palabra, le creí cada gesto. Cerré mis ojos ante las evidencias que mostraban que ella decía mentiras, me mentí a mí mismo por miedo a descubrir algo horrible. Cerré mis ojos, pero fue peor, porque me estrellé por no ver el camino en el que andaba, y el golpe me hizo ver... me hizo ver lo estúpido que fui, lo mucho que alrededor se burlaban de mí. Caí tan bajo por amor...

-Qué te enseñó eso, entonces? -Maurice meneó la cabeza-. No me lo digas -atajó Peter-. Aprendiste que todas las mujeres son unas zorras y no debes volver a enamorarte. Lo más fácil de concluir-. Maurice lo miró con ojos entornados.

-Qué insinúas?

-No lo estoy insinuando, lo estoy diciendo: tu mente es simple. Te hieres con la espina de una rosa y decides no tocar una rosa nunca más en la vida.

-Por qué siempre tienen que ser rosas? -se quejó Maurice entre dientes, y Peter no le hizo caso.

-Una mujer te hizo daño, y decides no volver a creer en ninguna nunca más. Como lo ves, es simple-. Maurice miró a otro lado.

-Sí, es simple... y me ha mantenido a salvo-. Peter respiró profundo y se puso en pie.

-Vale. Es tu vida, de todos modos. Tal vez lo que necesites es una rosa sin espinas, pero implicaría que ya alguien la manipuló. Triste, verdad? -Peter se puso en pie, y no vio la expresión de Maurice. Si Abby era una rosa, estaría llena de espinas? O había sido manipulada?

No, esa condenada tenía espinas muy afiladas. Hacía unas horas lo había llamado cobarde, y sólo le había faltado tirarle del pelo para ver esas horribles verdades que él no había querido admitir. Sonrió.

-Hey -llamó a Peter-. Dónde estabas? De dónde vienes a esta hora? -Peter lo miró ceñudo.

-No eres mi padre, sabes?

-Pero soy el tío de Michaela, así que contesta, dónde estabas?

-No estaba con otra, tranquilízate.

-No es eso lo que me preocupa.

-Mierda -farfulló Peter, pasándose los dedos por los labios, y Maurice se puso en pie caminando a él.

-Estabas con ella? -Peter iba a negarlo, pero no pudo, y Maurice se pasó las manos por la cabeza-. David te va a matar... te va a matar...

-No es asunto tuyo, de todos modos.

-Te va a matar, te va a matar...

-Maurice...

-Mejor te mato yo-. Al sentir su mirada, Peter subió ágilmente los escalones que lo llevarían al apartamento que compartía con su hermana. Al ver que se le había fugado, Maurice gruñó entre dientes.

Pero qué le sorprendía? Había sospechado que todo terminaría de esta manera. Ah, a David no le iba a gustar nada...

Pero hasta David debía haberlo imaginado.

Se sentó de nuevo en el suelo, y tuvo que sonreír. Alrededor todo estaba cambiando, todo estaba siguiendo el curso natural de las cosas. Y él, él estaba estancado.

Una mujer lo esperaba en su casa, en su cama, y él estaba aquí, en el mismo punto de hace siete años. Huyendo.

Se masajeó la cara con las manos y se puso en pie volviendo a bajar las escaleras. Si alguien le iba a quitar las espinas a su rosa, mejor lo hacía él mismo.

Abigail sintió a Maurice abrir la puerta de la habitación y se sentó en la cama. No había sido capaz de dormirse, y ahora suspiró de alivio cuando él encendió la luz y pudo verlo. Él estaba sobrio, sin ningún signo de daño, y, por el contrario, con una nueva determinación en su mirada.

-Tenemos que hablar -dijo él-. Quiero que lo sepas todo.


N/A: Momento de la verdad, teorías? :D

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