Los Últimos Dragones

By E-de-Avellaneda

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Rhaegar Targaryen amaba a Lyanna Stark y miles murieron por ello. Pero, ¿qué habría pasado si Elia y su cort... More

𝕃𝕠𝕤 𝕌𝕝𝕥𝕚𝕞𝕠𝕤 𝔻𝕣𝕒𝕘𝕠𝕟𝕖𝕤
Capitulo 1.- La Sangre de la Antigua Valyria
Capítulo 2.- Confesiones de Medianoche
Capítulo 2.1.- Bajo la Luz de las Velas
Capítulo 3.- El Bosque Real
Capítulo 4.- La Hermandad del Bosque Real
Capítulo 5.- Rocadragón
Capítulo 6.- Carden de Braavos
Capítulo 7.- Una Princesa Targaryen
Capítulo 8.- Anhelos y Tormentos
Capítulo 10.- El príncipe que fue prometido
Capítulo 11.- Querido Hermano
Capítulo 12.- Harrenhal
Capítulo 13.- Sueños y Encrucijadas
Capítulo 14.- Ojos Hechiceros
Capítulo 15.- La Llegada del Rey
Capítulo 16.- Deseos y Contradicciones
Capítulo 17.- Amor de Torneo
Capítulo 18.- El Caballero del Árbol Sonriente

Capítulo 9.- Una Princesa Perfecta

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By E-de-Avellaneda

Elia Martell

Si Elia había creído que con la partida de Rhaegar se le permitiría quedarse en la soledad de sus aposentos lamentándose por la ausencia de su pequeña Rhaenys, su tío Ascar se encargó de que no fuera así.

Cada vez que quería permanecer en su cama o simplemente recostarse en los almohadones todo el día, su tío estaba ahí para evitarlo. La hizo retomar sus paseos de media tarde, así como los baños de sol, que Carden solía prescribirle.

Su opinión al respecto no importaba, el día en que se había negado a levantarse, su tío la alzó en brazos para llevarla al jardín privado.

Tan "escandalosa" acción impactó a los hombres de Rhaegar, poco o nada importaba que fuera el hermano de su padre, el hecho de que su tío la vio crecer, no importaba que él la viera como una más de sus hijas, lo único que ellos veían era que él era un hombre y ella una mujer, y que ambos eran dornienses.

Eso era lo único que notaban cuando la observaban, para ellos siempre sería una extranjera de dudosa reputación, no por su actuar, sino por su origen.

Sin embargo, pese a lo que otros pudiesen pensar, las acciones de su tío dieron resultados. El color regresó a su piel, la fuerza regresó a ella e incluso ganó un poco de peso.

Pero si su tío se había encargado de ella físicamente, su tía lo había hecho mentalmente.

La noche siguiente a la partida de Rhaegar, su tía Melian pidió que la dejaran a solas con Elia en su alcoba.

Había oído hablar de la rudeza de su tía cuando lo consideraba necesario, sabía exactamente cómo golpear en los puntos sensibles.

Había oído decir en una ocasión a su tío Ascar que prefería enfrentarse de nuevo a Maelys Fuegoscuro que a su mujer en un día de ira.

—Escuché que discutiste con vuestro esposo por su partida hacia Desembarco del Rey —dijo ella sentándose al lado de su cama—. Creí que tu madre te había enseñado a escoger tus batallas.

—Rhaenys aún es demasiado pequeña para emprender un viaje así —los ojos de Elia se humedecieron—. ¿Qué clase de persona saca a una bebé tan pequeña de su cuna para exponerla a los peligros que ese viaje pueda atraer? Tengo miedo de lo que le pueda pasar estando lejos de mí.

—Deja los sentimentalismos de lado —le pidió, tenía que hablar con la mujer, no con la niña que aún lloraba cuando algo salía mal—. Puede que Rhaenys sea solo una bebé de tres meses de edad, pero hasta que le des un hijo varón, ella es la heredera de los siete reinos.

—¡Con mayor razón! Alejarla de mí no haría más que exponerla y poner en riesgo su vida. Podría esperar un par de meses más.

—Si Rhaegar actuara siguiendo tus deseos y esperara para presentarla ante el rey, entonces sí que estaría exponiendo a Rhaenys, y no solo a ella. Si no va, pone en riesgo su propia vida, y de paso la tuya. Si Rhaegar no acude al llamado del rey, le dará una excusa para llamarlo traidor y nombrar a Viserys heredero al trono en su lugar, y entonces tendrás una flota entera en el muelle viniendo por la cabeza de tu hija —Elia la miró aturdida, como si la posibilidad nunca se le hubiera cruzado por la cabeza—. Vamos, piensa un poco, sé de primera mano que no eres una niñata tonta, usa la cabeza. ¿En serio crees que Aerys quiere que Rhaegar la lleve porque está emocionado por conocerla? —se mofó de la idea—. No quiere más que tantear el terreno, darse una idea de cómo van las cosas por acá, quiere saber si su matrimonio es bueno o se está cayendo a pedazos. Seguramente cree que Rhaegar no dará ni un paso por el trono hasta haber asegurado un heredero. Créeme, es mejor que Rhaenys vaya ahora que ni siquiera es consciente de lo que pasa.

Elia se tomó su tiempo para responder, su mirada perdida en la nada, las lágrimas corriendo por su rostro.

—Es solo una bebé... —se quejó Elia.

—Lo es, —la voz de su tía se suavizó por un momento—. Pero este no es el momento para que te quiebres, demasiadas personas dependen de ti, y aún más importante, tu hija depende de ti. Tienes que ser fuerte, por Rhaenys. Tienes que probarle a ese maldito loco que se equivocó.

—¿Probarle que se equivocó? ¿a quién? ¿a Rhaegar? —Elia la miró directo a los ojos con el ceño fruncido.

Su tía titubeó por un momento, su pregunta la tomó por sorpresa. Se levantó, arrojó lo que le quedaba de agua de su copa y en su lugar se sirvió un poco de vino dorniense.

—Elia... Sí sabes las circunstancias que rodearon tu compromiso con Rhaegar, ¿verdad? —preguntó temiendo oír la respuesta.

—Mi madre me dijo que escribió a la reina Rhaella para proponer el compromiso y ella aceptó —Elia respondió—. Tengo entendido que fueron cercanas, mi madre sirvió durante años como su dama de compañía.

—¿Eso fue todo lo que tu madre te contó? —su tía la cuestionó y Elia asintió.

—¿Acaso me mintió? —Elia preguntó, el temor se oía detrás de sus palabras.

—No, lo que te dijo tu madre es verdad, o por lo menos una parte lo es —dijo reacomodándose en los cojines. Se aclaró la garganta antes de proseguir—. Es cierto que fue Loreza la que escribió primero, pero esa carta no iba dirigida a la reina, sino al propio rey. Tu madre siempre ha sido la mejor para leer a las personas, Aerys no es la excepción, Loreza sabía exactamente qué era lo que él quería oír. —Se detuvo para dar un sorbo a la copa de vino—. Supongo que al igual que todos, has escuchado los rumores en torno al rey, dicen que desde que fue tomado prisionero en Valle Oscuro su paranoia se descontroló. Está convencido de que Rhaegar se rebelará y lo matará para quedarse con el trono...

—Pero, no entiendo, ¿qué tiene que ver todo eso conmigo? —preguntó Elia, su voz era tan solo un susurro.

—Elia, comienzas a preocuparme, por tu bien y el de tu hija debes ser capaz de ver el panorama completo —se acercó a ella poniendo sus labios a tan solo centímetros de su oído, de manera que nadie más pudiese oírlas—. Aerys tiene tanto miedo de que Rhaegar lo asesine para quedarse con el trono, que decidió limitar el apoyo que pudiera recibir, y ello significaba alejarlo del alcance de Tywin. Si Rhaegar se casaba con Cersei, tendría la riqueza, el poder y el ejército de los Lannister, y te aseguro que la mera idea es suficiente para hacerlo temblar. Así que tu madre se aprovechó de su miedo. Dorne no es el reino más rico ni el más poderoso, nuestros ejércitos palidecen con los números que otras grandes casas son capaces de reunir, y, por si fuera poco, no tenemos muchos Aerys te escogió para casarte con Rhaegar porque está convencido de que serías un estorbo en su pretensión de reclamar el trono.

Se separó de ella.

—¿Tan grande fue la ofensa de Tywin Lannister para que mi madre hiciera todo esto? —Elia se preguntó en voz alta.

—Loreza Martell nunca ha sido el tipo de mujer que se toma las ofensas, por más mínimas que sean, a la ligera —concordó su tía—. Tu madre había acordado y sellado el compromiso con Joanna Lannister, pero Tywin lo rompió ni bien tu madre lo mencionó, quizás si lo hubiera hecho con tacto, quizás si utilizaba la diferencia de edad como excusa... Si no hubiera tratado de humillarte diciendo que el mejor compromiso para ti sería su hijo enano, quizá tu madre lo hubiera dejado pasar... —su tía suspiró—. Pero es inútil preguntarnos que podría haber pasado, la realidad es que Tywin ofendió a la adorada princesa de Dorne, y como pago por ello tu madre se encargó de arrebatarle lo que tanto ansiaba: la corona.

Elia estaba atrapada en una maraña de emociones.

Sabía que su madre había negociado para arreglar su compromiso, pero por algún motivo había llegado a convencerse inconscientemente de que no había sido la gran Loreza Martell la que había acomodado todo, su corazón la había hecho creer que de alguna manera Rhaegar había intervenido... Él mismo le había confesado que la amaba desde que se conocieron en la biblioteca de Desembarco del rey, pero no, no movió ni un dedo por su tan vociferado afecto.

No fue el amor lo que impulsó su matrimonio, sino la necesidad de alejarlo de Cersei.

Un nudo se formó en su garganta. Sentía la amarga sensación de ser considerada de menor valía que Cersei Lannister, un golpe en su orgullo, pero lo que realmente la hería era el silencio de su propia madre.

—Me siento tan perdida, —confesó Elia—. No sé qué debo de hacer.

—Probarle al rey que se equivocó —aseveró Melian con convencimiento—. Aunque no será fácil, tendrás que ser intachable, una princesa perfecta, una mujer nacida para reinar. Amable, benévola e inteligente, con un corazón gentil y un dulce ingenio. Pero aún más importante, deberás de ser capaz de convertir en aliados a aquellos que desean verte muerta.

Los cambios crecieron en la corte de Elia día tras día. A primera vista tan insignificantes que no hacían sospechar a nadie.

Comenzó de manera tan sencilla como la simple acción de aceptar la audiencia privada que Ser Chass Bar Emmon, el maestre de armas del castillo, le solicitó. De esa manera llegó a su conocimiento que, si bien el caballero nunca había contraído matrimonio, si había engendrado una hija bastarda, una joven de corta edad llamada Shana Mares que vivía en Punta Aguda con su hermano. Ser Chass deseaba que su hija entrara a formar parte de la corte de la princesa, solicitud que Elia aceptó.

De manera que una vez que la noticia se esparció por los siete reinos, no solo se hablaba del nacimiento de la princesa Rhaenys, sino también de la bondad de Elia, por lo que cuando las galeras mercantes llegaron con los obsequios protocolarios para la bebé, vinieron acompañados por doncellas cuyos les habían dado la consigna de tratar de agradar a la princesa e incorporarse a su servicio, con la esperanza de ya no tener que mantenerlas y deshacerse de la responsabilidad de procurarles una dote decente.

Por lo que para cuando la noticia de que Rhaegarhabía emprendido el viaje de regreso a Rocadragón, el número de damas decompañía de Elia se había duplicado, aunque todos tenían la certeza de que aúnfaltaban muchas más por llegar de todos los rincones de los siete reinos.

Parecía un gesto amable de una princesa compasiva que sintió pena por las doncellas abandonadas por sus propias familias, pero la mente fría de Melian Gargalen estaba detrás.

El día de la llegada de Rhaegar y Rhaenys, Elia eligió ponerse un vestido rojo oscuro con un cuello alto al estilo de las tierras de la corona, demasiado sofocante para su gusto, pero lo suficientemente "recatado" como para complacer hasta a las septas más pías.

Le hubiera gustado poder esperarlos en el muelle, pero los cientos de escalones del camino de vuelta al castillo la hicieron cambiar de opinión.

Tuvo que conformarse con aguardar en el gran salón.

Cuando Rhaegar cruzó las puertas con el bebé en brazos, Elia se precipitó hacia ellos.

—Es tan bueno tenerlos de vuelta, los he echado tanto de menos —dijo tomando a su hija, habían sido dos meses el tiempo que estuvo separada de ella, pero se había sentido como una eternidad—. Parece mucho más grande ahora.

Toda la atención de Elia estaba en su bebé, mientras que la de Rhaegar estaba en ella. Él la veía con deleite y melancolía a la vez, claramente aliviado por encontrar a su esposa de pie y sonriente, en vez del estado en que la había visto por última vez, pero eso no era todo, había algo más en su mirada, aunque Elia no era capaz de descifrarla.

—Te veo mejor —dijo calmadamente, el alivio se dibujó en su rostro.

Elia lo miró y le dedicó una pequeña sonrisa.

—Me siento mejor.

—Por favor acompáñame, tengo algo por mostrarte —Rhaegar extendió su brazo para que Elia pudiese tomarlo, ella lo hizo y él la guio fuera del gran salón, de vuelta hacia sus habitaciones.

Ahí se detuvo en el solar privado de Elia, donde ya se encontraban un par de mozos instalando una gran lámpara de vidrio cortado con la forma de un sol, que incluso con la poca luz que lograba colarse de la ventana, irradiaba cientos de colores.

—Es hermoso —se le escapó de los labios a Elia.

—Me alegra que sea de tu agrado —él respondió—, lo comisioné con un artesano ni bien supe de vuestro embarazo, pero el proceso tomó más tiempo del anticipado.

—Vale la espera —Elia se acercó a él para apreciarlo—. No encuentro las palabras para mostrar mi agradecimiento.

—No es necesario. Esto es solo una pequeña muestra de mi cariño y gratitud por haberme dado a la más bella de las princesas como mi hija.

Le hubiera encantado besarlo en ese mismo lugar, o por lo menos abrazarlo, pero se contuvo, estaba harta de las críticas sobre lo indecentes que eran los dornienses, por lo que se tuvo que conformar con agradecerle con una sonrisa.

—Supuse que viajar con una bebé tan pequeña como nuestra Rhaenys sería agotador —Elia comentó—, así que pedí que preparan vuestros platillos favoritos. ¿Vamos?

Rhaegar asintió.

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