Los Últimos Dragones

By E-de-Avellaneda

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Rhaegar Targaryen amaba a Lyanna Stark y miles murieron por ello. Pero, ¿qué habría pasado si Elia y su cort... More

𝕃𝕠𝕤 𝕌𝕝𝕥𝕚𝕞𝕠𝕤 𝔻𝕣𝕒𝕘𝕠𝕟𝕖𝕤
Capitulo 1.- La Sangre de la Antigua Valyria
Capítulo 2.- Confesiones de Medianoche
Capítulo 2.1.- Bajo la Luz de las Velas
Capítulo 3.- El Bosque Real
Capítulo 4.- La Hermandad del Bosque Real
Capítulo 5.- Rocadragón
Capítulo 6.- Carden de Braavos
Capítulo 7.- Una Princesa Targaryen
Capítulo 9.- Una Princesa Perfecta
Capítulo 10.- El príncipe que fue prometido
Capítulo 11.- Querido Hermano
Capítulo 12.- Harrenhal
Capítulo 13.- Sueños y Encrucijadas
Capítulo 14.- Ojos Hechiceros
Capítulo 15.- La Llegada del Rey
Capítulo 16.- Deseos y Contradicciones
Capítulo 17.- Amor de Torneo

Capítulo 8.- Anhelos y Tormentos

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By E-de-Avellaneda

Cersei Lannister

Cersei irrumpió en la torre de la Mano. No había sentido tanta furia desde el anuncio del compromiso del príncipe Rhaegar. Su habitual compostura se desvaneció y fue remplazada por una ira tempestuosa que rugía en su interior.

¿Jaime casado con Lysa Tully?

¿Acaso su padre había perdido la cabeza?

Entre todas las doncellas en el reino, ¿Lysa Tully? ¿Esa muchacha estúpida y fea se convertiría en la señora de Roca Casterly?

¿Cómo podía su padre hacerles esto?

La rabia hervía en su sangre, un fuego ardiente que amenazaba con consumirla. Lysa viviría en Roca Casterly, se convertiría en la señora del castillo, compartiría el lecho con Jaime, le daría herederos. Jaime sería suyo...

No, no podía soportar esa idea.

Jaime jamás la amaría. No podría hacerlo. Nunca la amaría, ni siquiera llegaría a desearla, no podría amar a ningún hijo que ella pudiera engendrar, Lysa perdería el sueño, y viviría día a día cuestionándose que había hecho mal, cuál habría sido su error, pero nunca tendría una respuesta. Jaime jamás podría amarla, simplemente porque Lysa no era ella.

Jaime era suyo, y nunca la traicionaría.

Sin embargo, las lágrimas fluían sin cesar, exponiendo su miedo oculto.

¿Y si lo hiciera? ¿Y si Lysa pudiera darle todo lo que ella no podía? Ella podría besarlo en público, ante los ojos de los Siete Reinos, y a nadie le importaría. Sin duda Lysa se moriría de la emoción al enterarse del compromiso, alabaría cada acto de Jaime, y lo vería con total y completa adoración...

Y después de todo, Jaime seguía siendo un hombre, con necesidades, y Lysa no era más que una ingenua niñita dispuesta a cumplir cada uno de sus caprichos.

El miedo la paralizó, sentía un peso opresivo en su pecho.

Por primera vez en su vida, Cersei sentía el temor de perderlo. Era una oscura sombra que se cernía sobre su corazón.

Tenía que asegurarse de que ese matrimonio no ocurriera. Los engranajes de su mente trabajaban incansablemente, tejiendo una telaraña de intrigas, la ira que ardía en su interior le inspiraba una determinación feroz. Forjaría un plan tan poderoso que ni siquiera su padre sería capaz de detenerla.

La criada tocó tímidamente la puerta de su habitación, interrumpiendo sus pensamientos. La joven doncella, con los ojos bajos y el rostro pálido, le informó que su padre, lord Tywin, deseaba cenar con ella. Cersei la miró con desdén, su disgusto apenas contenido.

—Infórmale a mi señor padre que me uniré a él en breve —respondió con voz fría y cortante. La criada asintió y se apresuró a alejarse de su presencia.

Cersei se ajustó el vestido de seda dorada, su mirada reflejando el brillo de la ira y la determinación. Mientras descendía por los pasillos iluminados por antorchas, una sensación de resentimiento ardía en su pecho.

El sonido de una conversación llenó el aire conforme Cersei se acercaba. Al entrar se dio cuenta que su padre cenaba con su tío Kevan.

Su padre, sentado en la cabecera de la mesa, la miró con sus ojos fríos y sin emociones. El silencio se hizo palpable mientras Cersei se acomodaba en su asiento. Frente a ella, había un pavo marinado en jalea de manzana, olía delicioso, pero su apetito se había desvanecido.

—Por la mañana regresará el príncipe Rhaegar, va a presentar a su primogénita ante el rey y la corte —su padre soltó la noticia sin preámbulos, su corazón se detuvo por un instante—. La princesa Elia no pudo acompañarlo debido a su delicado estado de salud tras el parto.

Una oleada de emociones recorrió a Cersei. La envidia, el resentimiento y el deseo chocaban en su interior. Sin embargo, una pizca de alivio se esparció en su pecho al escuchar que Elia había dado a luz a una niña.

"Por poco muere dando vida a una simple niña... no será capaz de soportar un segundo embarazo, y Rhaegar necesita un heredero..." reflexionó, y el anhelo renació en su interior.

Su padre continuó relatando los detalles de la llegada del príncipe, pero Cersei apenas y prestó atención. Su mente estaba ocupada con sus propios tormentos y anhelos.

"Morirá" se convenció.

Sus pensamientos fueron tan dulces que sonrió sin notarlo.

Elia dejaría de ser un estorbo en su camino, y su padre arreglaría todo para que Cersei tomé el lugar que le pertenecía desde un inicio. Ella se convertiría en la princesa de Rocadragón y le daría a Rhaegar un hijo varón, un verdadero heredero.

Pese a ello, aún sentía punzadas de ira al pensar en Lysa Tully. La odiaba con intensidad, y el solo pensar en ella, la hacía enfurecer. ¿Cómo se atrevía a tratar de alejar a Jaime de ella?

Celos. Lo que sentía eran celos, lo sabía, pero ¿cómo podía ella sentirse así por una mujer tan insignificante como Lysa Tully?

"Porque ella tendrá a Jaime" se recordó.

Pensó en deshacerse de ella, cualquiera de sus collares sería más que suficiente para pagar a alguien que se encargara de ella, pero no tardó en darse cuenta de que incluso si lo lograba, tarde o temprano otra doncella ocuparía su lugar.

Jaime es el heredero de la casa Lannister y como tal, necesitaba un heredero.

Pero Jaime era suyo, y no estaba dispuesta a compartirlo.

La noche llegó y se fue sin que Cersei pudiese conciliar el sueño.

Cuando la criada se presentó para vestirla, ella ya estaba sentada frente a su tocador cepillando su dorada cabellera.

Había optado por lucir un vestido de gamuza verde que hacía que sus ojos brillasen con luz propia. Sabía que era la mujer más bella en la sala del trono, y las miradas que los caballeros le dedicaban se lo confirmaban, entre los hombres que la observaban, estaban presentes un par de ojos liliáceos que evocaban a la antigua Valyria, aunque no eran los que a ella le hubiesen gustado.

Desde el día en que puso un pie en Desembarco del rey, el rey Aerys la miraba de reojo, pero solo en una ocasión habían cruzado palabras.

—Tienes los ojos de tu madre —le dijo intranquilo.

Cersei lo tomó como un cumplido y le agradeció, pero no tardó en darse cuenta de que no lo era.

A su lado la reina Rhaella, una mujer de mirada triste y cansada, protegía con desesperación a su hijo más joven, el príncipe Viserys, de tan solo cuatro años que se escondía tímidamente detrás de su madre.

El príncipe Rhaegar se mantenía erguido ante el trono de su padre. Su presencia era imponente y su porte majestuoso. Con su cabello plateado cayendo en suaves ondas sobre sus hombros y sus ojos violetas penetrantes, Rhaegar emanaba una belleza inigualable. Era simplemente perfecto.

Detrás de él, estaba una de las damas dornienses de la princesa Elia, la que tenía la tez más oscura y de cuyo nombre no lograba acordarse. Cersei no podía evitar sentir cierta irritación hacia ella y la forma en que sostenía a la bebé, parecía estar dispuesta a morir por esa cría. Lucía ridícula. Su presencia estaba fuera de lugar en la corte real, ella, al igual que la mujer a la que servía, no eran más que intrusas en ese lugar.

Rhaegar permanecía en silencio, esperando la aprobación de su padre mientras le sostenía la mirada con una mezcla de respeto y determinación. El rey lo había convocado ante la corte para presentar a su hija, pero Rhaegar no parecía del todo satisfecho de estar ahí.

—Me gustaría sostener a mi nieta —solicitó con amabilidad la reina Rhaella, dirigiéndose a la dorniense, que asintió y entregó a la bebé con cuidado.

—¿Su nombre? —preguntó el rey desde el trono.

—Rhaenys de la casa Targaryen —anunció el príncipe con orgullo, el rostro se contrajo en una mueca, quizá se tratase de una sonrisa, pero no estaba segura.

—Mi pequeña Rhaenys, —dijo la reina—. Mi dulce rayo de sol.

El príncipe Viserys que había estado observando con atención cada movimiento, se acercó con una sonrisa curiosa.

—¿Puedo verla, madre? —pidió con un brillo de fascinación en sus ojos.

La reina Rhaella asintió y acomodó a la bebé de tal manera que el pequeño príncipe pudiese ver a su sobrina, pero al moverla, Cersei alcanzó a divisar el rostro de la bebé.

Así que los rumores eran verdad. En efecto, la bebé era un rayo de sol y no un dragón. Tenía la piel morena y el cabello obscuro de su madre.

Cersei sonrió.

"El mismo día de mi boda, la enviaré de regreso a Dorne, donde pertenece" decidió Cersei al ver como la reina y Viserys se deshacían en mimos ante ella.

La reina Rhaella, dirigió una mirada expectante hacia el rey Aerys, con la voz llena de esperanza, preguntó:

—Mi señor, ¿desea cargar a su nieta?

—Un dragón besado por el sol... —El rey dejó escapar una risa despectiva y sacudió la cabeza con desinterés—. No, no la tocaré. Esa criatura huele a Dorne —respondió con disgusto.

La reina apretó suavemente a la bebé contra su pecho, protegiéndola inconscientemente. Su rostro reflejaba una mezcla de tristeza y determinación mientras miraba con desaprobación a su esposo.

El príncipe Viserys, con una mirada de confusión se acercó y la olfateó, aunque no parecía comprender.

El semblante de Rhaegar se oscureció y un brillo de indignación apareció en sus ojos.

—Majestad, no debería hablar así de su propia nieta —expresó Rhaegar con una firmeza controlada—. Rhaenys es una princesa Targaryen.

El rey desestimó sus palabras con un gesto de indiferencia.

—Si te ofenden tanto mis palabras vete. Regresa a tu isla y vuelve a embarazar a tu esposa, aún necesitas un heredero —dijo el rey con su extraño intento de sonrisa, aunque pronto se transformó en una mueca de despreció—. Quizá si te esfuerzas lo suficiente ahora si se parecerá a ti.

Al levantarse del trono, la mano de Aerys se deslizó y una línea de sangre apareció en su palma. El rey soltó un grito ahogado y se apresuró a dejar la sala siendo seguido por el maestre Pycelle, su padre y el lord comandante de la guardia real.

Rhaegar permaneció inmóvil. Sus puños se cerraron con fuerza, sus nudillos se volvieron blancos por la tensión. Su mirada ardía mientras luchaba por mantener la compostura.

—¿Para eso me hizo venir? —preguntó a su madre, su respiración se volvía más profunda—. ¿Deje a mi esposa convaleciente por esto? ¿Separé a mi hija recién nacida de su madre por esto? —Su voz se tornó cansada y triste.

Cersei lo miró confundida.

¿Sería posible que esa dorniense lo hubiera engatusado?

No, era imposible. No podía amarla. ¿Por qué lo haría? No tenía sentido.

Se casó con Elia solo por obligación.

Los celos volvieron a apoderarse de ella.

Las odiaba a las dos. Lysa Tully y Elia Martell se habían atrevido a interponerse en su camino, y Cersei se encargaría de que pagaran por ello. 

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