Resplandor entre Tinieblas

By WingzemonX

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La Dra. Matilda Honey ha dedicado toda su vida a ayudar a los niños, especialmente a aquellos con el "Resplan... More

Capítulo 01. El Sujeto
Capítulo 02. Vengo aquí para ayudarte
Capítulo 03. De una naturaleza diferente
Capítulo 04. Demasiado peligrosa
Capítulo 05. Evelyn
Capítulo 06. La Huérfana
Capítulo 07. Mi mejor intento
Capítulo 08. Un horrible presentimiento
Capítulo 09. Mátala
Capítulo 10. ¿Fue la niña?
Capítulo 11. Adiós, Emily
Capítulo 12. Avancemos con Cautela
Capítulo 13. Un Poco de Sentido
Capítulo 14. Imagen de Niña Buena
Capítulo 15. ¿Nos vamos?
Capítulo 16. ¿Qué está ocurriendo?
Capítulo 17. Su nuevo mejor amigo
Capítulo 18. El Detective de los Muertos
Capítulo 19. Ojos Muertos
Capítulo 20. ¿Trabajamos juntos?
Capítulo 21. Respira... sólo respira
Capítulo 22. Un Milagro
Capítulo 23. Entre Amigos
Capítulo 24. Carrie White
Capítulo 25. Todo será diferente
Capítulo 26. Plan de Acción
Capítulo 27. Sin Pesadillas
Capítulo 28. Abra
Capítulo 29. Cosas Malas
Capítulo 30. Yo mismo
Capítulo 31. El Monstruo
Capítulo 32. Mi Niño Valiente
Capítulo 33. Has despertado mi curiosidad
Capítulo 34. Tenerte miedo a ti mismo
Capítulo 35. Él aún la busca
Capítulo 36. Un poco de aire
Capítulo 37. Algo está pasando
Capítulo 38. Ya no puedes detenerme
Capítulo 39. El Baile Negro
Capítulo 40. Usted me lo prometió
Capítulo 41. No me detendré
Capítulo 42. Mira lo que hice
Capítulo 43. Tuviste suerte esta vez
Capítulo 44. No estoy bien
Capítulo 45. ¿Qué haremos ahora?
Capítulo 46. Ningún lugar a dónde ir
Capítulo 47. Buenas amigas
Capítulo 48. Tío Dan
Capítulo 49. Lo mejor es dejarlos ir
Capítulo 50. Bobbi
Capítulo 51. Tu última misión
Capítulo 52. Una leal sierva
Capítulo 53. Hacia el sur
Capítulo 54. Pagar por los pecados de otros
Capítulo 55. Un Iluminado de Dios
Capítulo 56. Se viene una batalla
Capítulo 57. Ya estás en casa
Capítulo 58. Calcinarlo vivo
Capítulo 59. Ayudar a alguien que me necesita
Capítulo 60. No enloquezcas
Capítulo 61. Ven conmigo
Capítulo 62. Vamos por él
Capítulo 63. Una pequeña bendición
Capítulo 64. Santa Engracia
Capítulo 65. Ann Thorn
Capítulo 66. Amor y fe
Capítulo 67. La quinta tragedia
Capítulo 68. Yo siempre le he pertenecido
Capítulo 69. La Caja
Capítulo 70. Lote Diez
Capítulo 71. Andy
Capítulo 72. Hola otra vez
Capítulo 73. Oscuro y maligno
Capítulo 74. Nosotros perduramos
Capítulo 75. El castigo que merecemos
Capítulo 76. Maldigo el momento
Capítulo 77. Juntos y Vivos
Capítulo 78. Mami
Capítulo 79. ¿Qué demonios eres?
Capítulo 80. Últimas lágrimas
Capítulo 81. Inspector de Milagros
Capítulo 82. Orden Papal 13118
Capítulo 83. Protector de la Paz
Capítulo 84. Quizás era demasiado
Capítulo 85. Su queja está anotada
Capítulo 86. Gorrión Blanco
Capítulo 87. El plan ha cambiado
Capítulo 88. Tenemos confirmación
Capítulo 89. No la abandonaré
Capítulo 90. Noche de Fiesta
Capítulo 91. No hay que preocuparse por nada
Capítulo 92. Así como lo hace Dios
Capítulo 93. Se te pasará
Capítulo 94. Rosemary Reilly
Capítulo 95. Yo soy su madre
Capítulo 96. No debes titubear
Capítulo 97. Reunidos como una familia unida
Capítulo 98. Un trato
Capítulo 99. Un tonto que se cree héroe
Capítulo 100. Soy Samara Morgan
Capítulo 101. Gran Huida
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 1)
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 2)
EXTRAS 1: Memes y Cómics (Parte 3)
Capítulo 102. Un regalo para su más leal servidor
Capítulo 103. Inconcluso
Capítulo 104. Un lugar seguro
Capítulo 105. Volver a casa
Capítulo 106. Nuestra única oportunidad
Capítulo 107. Al fin nos conocemos de frente
Capítulo 108. Terminar la misión
Capítulo 109. Fuego de Venganza
Capítulo 110. Objetivo Asegurado
Capítulo 111. Mi poder es mío
Capítulo 112. Si lo deseas con la suficiente fuerza
Capítulo 113. Terminar con este sueño
Capítulo 114. Código 266
Capítulo 115. El Príncipe de Chicago
Capítulo 116. Una buena persona
Capítulo 117. Somos Familia
Capítulo 118. Un mero fantasma
Capítulo 119. Bienvenida al Nido
Capítulo 120. Confirmar o enterrar sospechas
Capítulo 121. Mucho de qué hablar
Capítulo 122. Encargarnos de otras cosas
Capítulo 123. Era mi hermana
Capítulo 124. No Ha Terminado
Capítulo 125. Lo que tengo es fe
Capítulo 126. Haré que valga la pena
Capítulo 127. Primera Cita
Capítulo 128. Levántate y Anda
Capítulo 129. Una chica tan bonita como yo
Capítulo 130. Eres extraordinario
Capítulo 131. Resentimientos
Capítulo 132. Una verdad más simple
Capítulo 133. Yo no necesito nada
Capítulo 134. En lo que tú quieras
Capítulo 135. Me necesitas
Capítulo 136. Miedo Irracional
Capítulo 137. Eli
Capítulo 138. Duelo a Muerte
Capítulo 140. Algo viejo y destructivo
Capítulo 141. Nuevo Truco
Capítulo 142. VPX-01
Capítulo 143. Propiedad Privada
Capítulo 144. Base Secreta
Capítulo 145. Lo que se esconde en su interior
Capítulo 146. Sólo queda esperar
Capítulo 147. El Lucero de la Mañana ha Salido
Capítulo 148. Ataque a Traición
Capítulo 149. La Destrucción del DIC
Capítulo 150. Combate en dos frentes
Capítulo 151. Una pesadilla hecha de realidad
Capítulo 152. Destrucción Fascinante

Capítulo 139. Adiós, estúpida mocosa

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By WingzemonX

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 139.
Adiós, estúpida mocosa

La camioneta estacionada que habían visto al frente del hotel al llegar seguía siendo la mejor alternativa para huir. Sólo debía subir a Lily a la parte trasera y así ambas podrían partir hacia el este sin mirar atrás. Pero antes de eso, debía encontrar las llaves del vehículo. No las había visto cuando registró la recepción en busca de las llaves de los cuartos y la bodega, pero eso no le impidió a Esther volver para poner todo patas arriba con tal de encontrarlas.

Tras inspeccionar y desacomodar todo en la recepción, no le pareció que las llaves pudieran estar ahí. Sólo dio con algunos recibos y facturas, copias de identificaciones de pasados huéspedes, y un libro de registro con nombres, fechas y notas. Le sorprendió un poco ver que estas últimas no estaban escritas en inglés. Y aunque le resultaba conocido, no identificó en un inicio de qué lenguaje se trataba. No era estonio, ni alemán, ni ruso, que junto con el inglés eran los lenguajes que más conocía. Quizás era danés, o sueco.

Aquel hallazgo trajo de inmediato a su memoria el hecho de que había captado un pequeño acento acompañando las palabras de Owen la primera vez que lo escuchó hablar. ¿De dónde habrá sido originario?

Unos sonoros golpecitos contra el cristal de la puerta de entrada la hicieron sobresaltarse y ser arrancada de su cavilación. Al alzar la mirada, divisó la figura de un hombre de pie al otro de la puerta, que tocaba con sus nudillos y se asomaba hacia el interior.

Esther tuvo un primer impulso se esconderse bajo el mostrador, pero sería inútil. Era obvio que ya la había visto, y esto se hizo más evidente cuando le llegó su voz opacada por el cristal.

—Oye —pronunció en alto aquel hombre—. Oye tú... Sí, tú.

El hombre le hizo un ademán con su mano para que se aproximara a la puerta, pareciendo más una orden que una petición.

Esther soltó una maldición silenciosa e intentó pensar rápidamente en algo. Llevó discretamente una mano a su espalda, rozando el mango de su pistola oculta. Esperaba en verdad no tener que usarla; eso sólo agregaría una complejidad adicional a esa situación, que ciertamente no necesitaba.

Con cara apacible y desubicada, Esther avanzó hacia la puerta de cristal y se paró delante de ésta, sin abrirla. El hombre pareció ciertamente confundido, quizás al mirarla de tan cerca y notar que se trataba de una (aparente) niña.

—¿Trabajas aquí? —le cuestionó a través del cristal, pero Esther no le respondió—. ¿Tienen cuartos? —Siguió callada—. Oye, ¿qué no me escuchas?

Esther permaneció en silencio unos segundos más, y entonces pronunció en alto:

Ole vait, sitapea.

—¿Qué? —exclamó el hombre totalmente confundido.

Mine ja keppi ennast —añadió Esther con una amplia y amistosa sonrisa.

—¿Qué maldito idioma es ese? —soltó el hombre, exasperado—. ¿No hablas inglés?

Mind ei koti, perseauk.

—Ay, olvídalo —espetó molesto, agitando una mano con desdén en el aire. Acto seguido, se dio media vuelta y se dirigió presuroso de regreso a su vehículos—. Estúpidos migrantes.

Esther permaneció de pie delante de la puerta, despidiéndolo con una sonrisa e incluso agitando una mano en el aire. En cuanto el vehículo se alejó, su sonrisa desapareció en el acto.

—Idiota —susurró por lo bajo.

Librado ese pequeño inconveniente, pudo volver sin más demora a la búsqueda de las llaves. Ya que en la recepción no había encontrada nada, el siguiente lugar más obvio era la oficina trasera. Revolvió todas las gavetas del escritorio, hasta que las encontró: un pequeño manojo con apenas la llame de encendido, y un control remoto para para la alarma.

—Bingo —susurró con moderado entusiasmo, y se apresuró de inmediato hacia la salida para probarlas. Debía revisar si en efecto eran las llaves, y si el vehículo tenía combustible.

Antes de salir al exterior, verificó que en efecto aquel odioso individuo se hubiera ido, y que no hubiera ningún otro ojo fisgón. Corrió entonces presurosa hacia la camioneta, y oculta tras un costado de ésta, probó el control de la alarma; éste funcionó. Notó como las luces parpadeaban, y escuchó los seguros abrirse.

—¡Sí! —exclamó emocionada, y rápidamente abrió la puerta del conductor y se acomodó en el asiento. Tendría que ver la forma de acomodarlo todo a su tamaño, pero de momento lo importante era verificar que encendiera. Así que colocó la llave en el encendido, la giró y logró escuchar un intento ahogado de iniciar la marcha, pero no más—. Maldición —susurró bajo, e hizo un segundo intento, obteniendo el mismo resultado. El auto no encendía.

Echó un vistazo al indicador de la gasolina en el tablero. Como se lo temía, estaba totalmente vacío.

—¡Maldita sea! —exclamó furiosa, golpeando el volante con una mano.

Cuando llegaron, recordaba haber visto una gasolinera más adelante en la carretera. Podría aventurarse a ir hasta allá con un bidón y volver con un poco de gasolina. Sin embargo, sería difícil que los trabajadores de aquel lugar no se cuestionaran qué hacía una niña sola en ese sitio buscando gasolina, y que intentaran inmiscuirse más de la cuenta en el asunto.

«De seguro tienen gasolina guardada en algún lado» dedujo sin mucho problema. ¿De qué servía tener un vehículo en ese sitio sin gasolina? Además, como el control de la alarma había funcionado, debía significar que aún tenía batería, así que de seguro no llevaba mucho tiempo ahí parado.

Volvió hacia el interior del motel, y se dirigió a la bodega, en donde aún reposaba en la carretilla y bajo los plásticos en el cadáver del buen Owen. Esther procuró no voltearse a mirarlo más de lo necesario, mientras escudriñaba cada rincón en busca de un bidón de gasolina. Encontró muchas cosas: más herramientas, mangueras, paquetes de papel higiénico, algunos bidones de plástico vacíos (y por las manchas rosadas que se veían al fondo, dedujo que no eran para gasolina), y demás cosas. Para nada de gasolina; ni una gota.

Esther soltó otra maldición resonante al aire, y se permitió además exteriorizar su frustración en la forma de una patada en contra de una de las estanterías, lo que la hizo temblar y que varias de cosas sobre ella se tambalearan y amenazaran con caerse. Salió entonces hecha una fiera de la bodega, dirigiéndose directo hacia la única posible fuente de información que le quedaba en ese sitio.

Encontró a Eli hecha un ovillo en la tina, recostada sobre su costado izquierdo, y sus piernas flexionadas contra su pecho. Le estaba dando la espalda a la ventana, por donde entraba para esos momentos más de la luz del exterior, alumbrando un poco más el interior del baño. Por su posición, parecía a simple vista intentar ocultarse lo más posible de ésta, aunque sus brazos alzados aún atados a la llave de la tina no le permitían poder hacerlo del todo.

—¡Despierta! —exclamó Esther con ahínco, pateando la orilla de la tina para intentar llamar su atención.

Eli se sobresaltó un poco, y la miró asomando apenas un poco su mirada por encima de su hombro. Se le veía más débil, pálida y ojerosa que hace un rato. Y en algunas partes de su piel, en especial en sus brazos expuestos, se habían formado algunas manchas rojizas similares a un salpullido o irritación.

—¿Dónde está la gasolina? —exigió Esther.

—¿La qué...? —susurró Eli muy despacio.

—¡La gasolina de la camioneta! ¿Dónde está? ¿Dónde la guardan?

Eli permaneció en silencio un rato. Por su expresión adormilada y ausente, era difícil decir si acaso no la había escuchado bien, no le entendía, o simplemente intentaba decidir qué respuesta le convenía más.

—No sé nada de autos —respondió Eli con voz apagada—. Oskar era quien se encargaba de esas cosas.

—¡No juegues conmigo! —espetó Esther, jalando en un sólo movimiento su pistola al frente, pegando el cañón de ésta contra la cabeza de la vampiro.

—Te digo la verdad —susurró Eli despacio, bastante más calmada de lo esperado—. No tengo idea de lo que me estás hablando.

Esther vaciló entre creerle o no. Era obvio que aquella criatura era una maestra del engaño. Sin embargo, también era obvio que su estado actual no la tenía en la mejor condición. ¿Qué tanto podía confiar en lo que le dijera? Quizás no mucho, o nada. Y en ese sentido, intentar interrogarla podría muy seguramente terminar en una completa pérdida de tiempo.

Soltó otra maldición silenciosa, y retiró rápidamente el arma de la cabeza de Eli, para después dirigirse hacia afuera del cuarto, tan rápido como había entrado.

—¡Cubre la ventana! —le gritó Eli desde la tina, lo más efusiva que de seguro le era posible.

—¡Cúbrela tú misma! —le respondió Esther con tono agresivo, un instante antes de azotar la puerta del cuarto a sus espaldas.

— — — —

Pasó toda la siguiente hora registrando cada rincón del motel, en busca de cualquier bidón de gasolina. Incluso se tomó el tiempo de registrar algunas de las habitaciones, pero para la quinta de ellas decidió que no valía la pena.

Se dejó caer de sentón en la alfombra de la quinta habitación, y luego se recostó por completo de espaldas contra ésta. Se sentía frustrada, molesta, y en especial agotada. Tenía un vehículo sin gasolina, una vampira atada en una tina, y una niña incapaz de despertar que podía o no también ser un vampiro. Toda esa situación se tornaba cada vez más surrealista...

Intentó calmarse y pensar en sus posibilidades. Si quería sacar a Lily de ahí, necesitaba un transporte para ella. Caminar hacia la gasolinera era quizás la mejor opción, pero aún no estaba convencida de que valdría la pena correr ese riesgo. Lo mismo aplicaba para llamar un taxi o una ambulancia. Cualquier plan que involucrara a una nueva persona en el panorama, resultaba poco alentadora.

Siempre estaba la opción original: irse ella sola y dejar a Lily atrás. Tarde o temprano la policía o alguien llegaría, la encontrarían en la cama, y de seguro le darían el tratamiento que ocupaba... si es que tal cosa existía. Y claro, si Eli no terminaba liberándose y matándola primero, o si ambas no morían de hambre.

—Maldita sea —susurró despacio, extrañamente sin ningún dejo de enojo. Alzó sus brazos hacia su rostro, cruzándolos sobre los ojos.

Le dio más vueltas al asunto por unos minutos más, intentando asegurarse de que había visto todas las opciones que tenía disponibles. Tras un rato, una posibilidad más se le vino a la mente. No era una que le causara mucha emoción o alegría, y era difícil determinar si era más o menos segura que arriesgarse con la policía. Aun así, creía ya estar lo suficientemente desesperada para considerarla en serio: pedirle ayuda a Damien...

Ignoraba qué tan molesto estaría el mocoso después de haberlo desobedecido y largarse de la ciudad en lugar del volver al Pent-house con Samara como había ordenado. Desconocía además si estaba enterado de que le había disparado a Mabel. Si ésta sobrevivió, de seguro la había acusado, y quizás incluso culpado de la muerte de su novio, o del guardaespaldas de Thorn, el tal Kurt; en su lugar ella habría hecho lo mismo.

Pero aunque no estuviera molesto por ninguna de esas dos cosas, de lo que estaba segura era que no le parecería divertido ver la cara de Leena Klammer en las noticias, siendo acusada de todos esos delitos, y que de alguna forma la relacionaran con él. Desaparecerlas a Lily y a ella sería un efectivo control de daños. Sin embargo, si había alguien con los recursos para ayudarlas de manera discreta, e incluso quizás hacer algo para ayudar a Lily con su inusual condición, ese era él.

Quizás podría jugar la carta de la "familia unida", como él mismo los había llamado, así como el deseo que había expresado de que trabajaran para él. Quizás Esther encontraría la forma de convencerlo de que sus acciones no habían sido traicioneras, sino meramente un intento de ponerse a salvo fuera de la ciudad, como él había dicho que deseaba que hicieran a corto plazo, para luego ponerse en camino a Chicago para reunirse con él. Quizás le creería, quizás no... Pero debía al menos intentarlo.

Se dirigió entonces a la oficina de la recepción, encendió la computadora y buscó en internet información sobre la sede matriz de Thorn Industries en Chicago, justo donde Damien había dicho que tenía su mansión, y a dónde pensaba irse una vez que dejara Los Angeles. No tenía su teléfono, ni correo, ni ningún otro medio para contactarlo directamente, por lo que sólo le quedaba llamar a su empresa y conseguir a alguien que la pusiera de alguna forma en contacto con él. Su intento dio aún menos frutos de los que esperaba, pues la encargada de servicio al cliente que la atendió no fue precisamente muy cooperativa.

—Como ya le dije varias veces, señorita —pronunció la mujer en el teléfono, algo exasperada—, el joven Thorn no está aquí, y no puedo proporcionarle el número de su casa o su celular.

Esther respiró lentamente por la nariz, intentando calmarse. Tenía el auricular del teléfono de la oficina pegado contra su oído.

—Me es muy, muy urgente hablar con él —pronunció Esther con tono suplicante—. Dígale que soy... Jessica, Jessica Coleman. Nos reunimos hace unas semanas en Los Ángeles, en sus oficinas. Pregunté allá, de seguro me recuerdan. Necesito hablar con él. Por favor.

Estaba haciendo uso de su mejor voz de niña en problemas, que siempre le había ayudado a que la gente hiciera lo que quisiera. Pero aquella mujer, aunque no parecía indiferente a sus palabras, parecía bastante firme en su postura.

—Lo siento, señorita. El joven Thorn no ha venido a la oficina desde hace mucho. Y hasta donde sabemos, se encuentra en su casa descansando y no se le puede molestar.

—¿Y qué hay de Verónica? —espetó Esther—. Verónica... Selva... Selvaalgo. Ella trabaja ahí, ¿o no?

—Me temo que no estoy segura de a quién se refiere.

Esther apretó los dientes, y su puño se cerró con fuerza sobre el escritorio.

—Si hubiera algo en mis manos que pudiera hacer para... —comenzó a pronunciar la mujer, pero Esther la cortó abruptamente.

—¡Escúchame estúpida perra! —gritó furiosa al teléfono—. ¡Comunícame con Damien en este instante, o si no...!

La mujer no tuvo reparo alguno en cortar la llamada en ese mismo instante, dejándola con las palabras en la boca.

Esther soltó un fuerte gritó de desesperación al aire, mientras con sus dos manos empujaba todo lo que estaba sobre el escritorio hacia un lado, tirándolo al suelo. Después pateó los cajones, la silla, los archiveros, tiró y rompió una maceta... todo sin dejar de chillar y gritar con furia.

— — — —

Tardó bastante tiempo en poder tranquilizarse, y aún entonces su estado emocional estaba gravemente alterado. Se tomó un momento para sentarse en uno de los columpios del área de juegos para comer unas frituras, beber un poco más de lo que quedaba en la botella de whiskey, y fumar otro cigarrillo. Habiendo descartado la opción desesperada de pedirle ayuda a Damien, se vio forzada a repasar de nuevo una y otra vez sus opciones. Y por más vueltas que le daba, aquellas que resultaban más plausibles tenían algo en común: no involucraban a Lily en ellas.

Sin un transporte seguro en el cuál llevarla, sin saber qué era lo que sería cuando despertara o cómo curarla, o si acaso eso era posible... su mejor alternativa era largarse por su cuenta, justo como había sido su primer reflejo la noche anterior.

O... quizás no precisamente igual a la noche anterior. Antes de irse, había una última cosa que podía hacer.

Volvió al cuarto 303 prácticamente arrastrando sus pies. Observó a Lily en la cama; de nuevo parecía estar sumida en algún inquietante sueño. Comenzó entonces a empacar tranquilamente su ropa, sus armas, algo de comida y agua, y dinero; de esto último, tanto el que había traído consigo como que el que encontró esculcando la recepción y la oficina.

Se acomodó lo mejor posibles sus ropas, se colocó la boina, abrigo y botas; lista para salir a caminar a la carretera, aprovechando que con el sol arriba no hacía tanto frío, aunque estuviera bastante nublado. Pero antes de irse, colocó la maleta lista al pie de la cama libre del cuarto, y se sentó en la orilla de ésta, girada en dirección a Lily. Observó atenta el rostro dormido de la niña, alumbrado únicamente por la luz del buró.

—Supongo que aquí termina nuestro viaje, mocosa —susurró Esther en voz baja, su voz sintiéndose impasible, al menos de dientes para afuera—. En el fondo creo que ambas sabíamos que no duraría mucho, y que de una u otra forma terminaría con una de nosotras matando a la otra. Aunque yo no podría haberme imaginado que sería justamente... así...

Soltó un suspiro, y subió sus pies a la cama, abrazando sus piernas contra sí.

—Te voy a contar un secreto —añadió con voz risueña—. Sé que tú estabas más que convencida de que quería encontrar a Daniel y Max para matarlos; terminar el trabajo que dejé inconcluso hace ocho años, o algo parecido. Tenías tus tazones para pensar ello, no lo negaré. Pero la verdad es que no me conociste tan bien como tú creías. Cuando fui a buscar a Kate hace cuatro años, mi intención no era matarla; en serio que no. Yo... tenía esta idea en la cabeza, de que podríamos volver todos a estar como al inicio; ser una familia... Quizás no me creas, pero al principio las cosas estaban saliendo bien, y no sólo lo digo por John. Daniel era un pesado, ¿pero qué hermano mayor no lo es? Max era adorable, como un pequeño cachorrito. Kate... bueno, tenía sentimientos encontrados con ella, pero con un poco de esfuerzo de ambos lados, podríamos haber llegado a un acuerdo para que las dos estuviéramos felices. Realmente pensé que si me presentaba ante ellos, si veían que estaba viva, y que estaba dispuesta a intentarlo, me recibirían con los brazos abiertos como lo habían hecho la primera vez.

Una aguda y sonora carcajada se escapó de sus labios.

—Creo que estoy tan loca como la gente dice, o quizás más. Porque aún creo que aquello no está del todo perdido con Daniel y Max. Aún creo que ese amor que existió entre nosotros en una ocasión fue real. Y donde una vez hubo amor, siempre puede volver a surgir. Eso pensaba con mi padre, y es lo que me mantuvo a su lado tantos años, hasta que ya no pude más... Pero esto es diferente. Creo que en verdad podríamos ser una genuina familia; como siempre desee...

Se paró en ese momento de la cama y se aproximó a la de Lily. Acercó una mano a la frente de la niña, y recorrió sus dedos lentamente por ésta, retirándole dulcemente los mechones de cabello del rostro. Su piel seguía sintiéndose muy, muy fría; como el cadáver viviente que muy seguramente ya era para esos momentos.

—Y aunque tampoco me lo creas, te veía a ti también como parte de esa familia —susurró despacio, como pronunciando un peligroso secreto—. Como la hermanita o prima molesta que quiere toda la atención, y que frecuentemente tienes ganas de matarla; en tu caso, bastante literal. Damien tenía razón en una cosa: todos nosotros somos bastante parecidos, como si tuviéramos una conexión que nadie más lograría entender. A lo largo de todos estos años siempre busqué algo así. Gente con quien pudiera ser yo misma, que me aceptara y me amara por quién soy, incluso con lo realmente rota que me encuentro. Y a pesar de todo, pensé que tú podrías ser una de esas personas. Y podríamos vivir los cuatro juntos en una casita donde nadie nos molestara; tú, yo, Max, Daniel... bueno, Daniel es más opcional. Era un bonito sueño en que solía pensar de vez en cuando.

Se detuvo un momento, respiró hondo, y pasó discretamente una mano por la comisura de su ojo, como queriendo limpiar una lágrima que amenazaba con salirse. Sin embargo, no había tal lágrima. Seguía sin lograr llorar, incluso aunque en el pecho sintiera un dolor similar a un cuchillo rasgándole la carne.

—En fin —pronunció con tono más decidido—. Al final era sólo eso: un sueño. La verdad es que aunque llegue hasta Daniel y Max, lo más seguro es que todo termine igual que con Kate. Igual que contigo...

Se agachó lentamente hacia ella, aproximando sus labios a la frente ahora despejada de la niña, dándole un pequeño y apenas apreciable beso en el centro de ésta.

Se apartó entonces de la cama y se aproximó a la maleta en el suelo para tomarla y colocársela al hombro. Caminó hacia la puerta del cuarto, pero antes de llegar a ella, se desvió un poco hacia un lado: hacia la persiana que cubría la ventana. Tomó entre sus dedos el cordón de ésta, y antes de jalarlo se giró a mirar una vez más a Lily; una última vez.

—Adiós, estúpida mocosa —pronunció despacio, y entonces jaló de lleno el cordón de la persiana, haciendo que ésta subiera a más de la mitad.

La luz del sol penetró de golpe por la ventana ahora expuesta, bañando casi por completo el cuarto, pero en especial iluminando enteramente el cuerpo de Lily en la cama.

Esther desvió su mirada hacia la puerta y se apresuró hacia ella. Deseaba salir de ahí lo más pronto posible, antes de que aquello se pusiera feo. Abrió rápidamente, dio un paso hacia afuera y... entonces se detuvo.

Todo seguía en silencio, salvo los pequeños gemidos que surgían de Lily, pero ni un poco más extremos que los de hace un rato. Ya con medio cuerpo en el pasillo, se giró rápidamente hacia la cama. Lily estaba ahí recostada, el sol iluminando por completo su semblante pálido y su cabello enmarañado y grasoso. Sin embargo, la niña no parecía en lo absoluto consciente de esto. No había dolor, no había fuego, no había nada de lo que se había imaginado que pasaría.

—¿Qué? —pronunció Esther, sorprendida.

Se acercó rápidamente de nuevo a Lily, y con la luz del exterior como apoyo, la examinó con mayor diligencia. Su piel no se percibía siquiera más caliente; si acaso continuaba igual de fría que hace rato. No había manchas, ni quemaduras en ella; nada que pudiera dar a entender que el sol la lastimaba de cualquier forma.

Confundida, hizo en ese momento con más confianza lo que antes no había podido concluir: abrir la boca de Lily y revisarle sus dientes en busca de algún par de filosos y letales colmillos. Como se lo esperaba para ese momento, no había tal cosa.

—¡Esa maldita...! —exclamó furiosa, apartándose de la cama de un brinco.

Había estado todo el día pensando en que Lily se estaba convirtiendo en un maldito vampiro chupasangre, o lo que fuera, temerosa de lo que pasaría si acaso se despertaba tan fuerte y hambrienta como la que tenía atada en la otra habitación... y todo había sido una mentira; una completa y vil mentira.

«¡Pero qué estúpida fui!» soltó Esther furiosa, tirando con fuerza su maleta al suelo, y al acto siguiente tomó el arma de su escondite en su cintura.

Pensaba dejar que Lily se quemara y que el fuego acabara reduciendo todo ese hotelucho a cenizas, incluyendo la habitación de al lado. Pero ahora tendría el placer de experimentar qué tan resistente a la balas era la tal Eli en realidad.

A medio camino a la puerta para dirigirse a la habitación de al lado, se detuvo un momento.

«¿Y esto en qué cambia las cosas?» pensó para sí misma. «Aunque Lily no sea un vampiro, no tengo como llevármela conmigo. Igual tendré que dejarla aquí...»

Alzó en ese instante su mano con su arma, echándole un vistazo al largo cañón oscuro de ésta, y luego mirando de reojo hacia Lily.

«O terminar con ella de una forma más convencional...»

¿Qué más daba, realmente? Ya se había decidido a prenderle el fuego con el sol, ¿qué tan diferente sería meterle una bala en el cráneo en su lugar? Si no era un vampiro como Eli, de seguro funcionaría sin problema. Tenía lógica, era práctico, y algo en lo que ni siquiera habría dudado hacer en otras circunstancias. Y, aun así, al intentar en efecto pegar la punta del cañón contra la sien izquierda de Lily y jalar el gatillo, su dedo dudó y tembló, incluso más de lo que había hecho la noche anterior al casi desmayarse tras terminar su pelea con Eli.

—Con un demonio —maldijo por lo bajo, apartándose rápidamente de Lily, al tiempo que golpeaba su frente con el dorso de su mano.

Decidió ocuparse de Lily después. Ahora a quién realmente quería ir a visitar, era a su vecina de la tina a lado.

— — — —

El vidrio opacado de la ventana, el nublado del exterior, y su posición apretujada en la tina, eran lo único que mantenía a Eli con vida pese a su precaria situación. Aun así, la poca luz que ingresaba y que radiaba el interior de aquel baño, escurriéndose por sus paredes como humedad, era suficiente para que Eli sintiera toda su piel arder, como si tuviera su mano a unos escasos milímetros de una hornilla. Era una sensación agobiante y asfixiante, que le recorría todo el cuerpo como cientos de hormigas mordiéndola por doquier. En sus manos y muñecas, las partes de ella más expuestas, se habían comenzado a formar manchas rojizas similares a quemaduras leves, pero aun así bastante dolorosas.

No era la primera que se exponía de una u otra forma a la luz del sol, para su desgracia. En sus más de doscientos años de existencia como el ser que era en esos momentos, para bien o para mal había tenido que pasar por la horrible sensación de arder de afuera hacia adentro, en una ocasión incluso estando bastante cerca de terminar totalmente consumida por las llamas. En comparación, aquello resultaba mucho menos doloroso... pero más prolongado, y eso de cierta forma lo hacía peor.

No sabía cuánto tiempo de luz de sol quedaba, pero si lograba resistir lo suficiente la noche caería y podría ser libre de esa tortura. Si sólo resistía unas horas más...

«No puedo» pensó agobiada. «Necesito dormir... necesito comer... necesito cubrirme... Me estoy muriendo lentamente. Oskar, por favor ayúdame...»

Escuchó como la puerta del cuarto se abría, y unos segundos después logró contemplar la figura de Esther ingresando apresurada al baño.

—La ventana... —suspiró Eli, suplicante. Esther la ignoró por completo.

—¡¿Te crees muy chistosa?! —espetó la recién llegada, parándose a un lado de la tina—. ¡¿Crees que me estoy divirtiendo con todo esto, estúpida?!

—Cubre la ventana... —insistió Eli.

—¡¿Cubrir la ventana?! —exclamó Esther con mofa—. Mejor la abrimos para ver si a ti sí te hace algo. Y si es así, ¡todos comeremos brochetas de murciélago!

Dicho aquello, se dirigió amenazante hacia la ventana, aparentemente más que dispuesta a hacer justo lo que declaraba.

—¡Cubre la maldita ventana! —soltó Eli de golpe, girándose hacia ella por completo. Su voz retumbó como un estridente relámpago que sacudió las paredes, y la propia Esther sintió como agitaba su interior con la intensidad de un golpe. No había sonado como su voz normal, sino más grave, más potente... e intimidante. Y al girarse de esa forma, además, Esther logró ver la expresión de su rostro, desfigurada, con sus ojos grandes con ese brillo antinatural, sus labios separados mostrando sus afilados colmillos, y su respiración acelerada y tensa.

Esther retrocedió un paso sin quererlo; sus pies se habían movido por su propia cuenta. La observó en silencio, indecisa, mientras el coraje que tanto la había empujado empezaba notoriamente a menguar como resultado de aquel rugido... que de alguna forma la hizo recordar a los gritos de su padre cuando le daba alguna orden.

Cuando logró reaccionar, no le sorprendió demasiado darse cuenta de que caminaba de regreso al cuarto, con la intención de tomar uno de los gruesos cobertores de la cama. Volvió al baño arrastrando el cobertor, se subió a la taza, y estuvo un rato acomodando el cobertor frente a la ventana, viendo la manera que se quedara sujeto al marco de ésta. No fue sencillo, pero al final se quedó en su sitio, y la oscuridad se apoderó del baño.

Eli sintió un gran alivio al instante en que las sombras la abrazaron. El ardor de su piel se fue calmando poco a poco, e incluso las quemaduras de sus brazos y manos comenzaron a sanar.

—Gracias —pronunció Eli despacio, su voz volviendo a la normalidad.

—Qué gracias ni qué nada —exclamó Esther irritada, aunque notoriamente menos que como había entrado—. Me mentiste, maldito adefesio chupasangre.

—¿De qué hablas? —cuestionó Eli con debilidad, volteando su cuerpo hacia ella lo mejor que sus ataduras le permitían.

—Sabes bien de qué estoy hablando. Me hiciste creer que por tu estúpida mordida mi amiga se convertiría en un vampiro. Y fui tan tonta para creer en tus tonterías.

Eli arrugó su entrecejo, claramente intrigada por lo que oía.

—No era ninguna tontería.

—¿Ah no? —bufó Esther—. ¿Entonces por qué la luz del sol no la afecta como a ti?

—¿Qué dices?

—¿Qué estás sorda? Abrí la jodida ventana para que la luz entrara y acabar con esto de una buena vez, y nada pasó.

—¿Nada pasó? —susurró Eli, a simple vista apacible, pero en realidad sintiéndose bastante confundida—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—¿De qué?

—De la mordida —señaló Eli con algo de impaciencia.

—¿Y yo qué sé? —respondió Esther encogiéndose de hombros—. Unas doce horas, creo. Quizás más.

A pesar de mantener su semblante calmado, como una perpetua máscara de porcelana, fue imposible para Eli ocultar del todo su desconcierto, tanto que Esther logró darse cuenta de éste, o al menos en parte.

—¿Qué pasa? —inquirió con dureza.

—Nunca toma tanto tiempo —respondió Eli, pero aquel comentario no parecía estar del todo dirigido a Esther—. Eso es... extraño.

Se agitó un poco, como si intentara extender sus manos atadas hacia Esther.

—Desátame y llévame con ella.

—Sí, claro —pronunció Esther con ironía—. Como si fuera a hacer una estupidez como esa.

—Si quieres saber lo que le pasa a tu amiga, es la única forma en la que te lo podré decir con seguridad —indicó Eli con firmeza.

—¿En serio crees que se me va a olvidar tan rápido que justo anoche intentaste matarme con tanto ahínco? Y yo a ti, de paso.

—Y no lo has hecho porque me necesitas.

—¡Y tú no lo has hecho porque no tenías las manos libres! Y por la estúpida ventana, de paso.

Se hizo el silencio, ambas mirándose la una a la otra, transmitiendo la mayor imposición que les era posible, aunque la realidad era que ambas estaban más que agotadas, en especial la propia Eli. Al final fue ésta la que dio su brazo a torcer, dejando que su expresión se suavizara y dejara a la vista con mayor claridad lo indefensa y débil que se encontraba.

—Escucha —pronunció con voz suave—, es de día, estoy herida y debilitada. No he dormido ni me he alimentado. Lo único que tendrías que hacer es arrojarme al sol, y no podría hacer mucho para evitarlo. Tú tienes todo el poder en esta situación. Estoy a tu merced.

Esther entornó los ojos y la observó fijamente, dubitativa. Ese tono lastimero y esa cara de niña perdida e indefensa parecían sinceros, pero ella sabía mejor que nadie lo fácil que ambas cosas podían fingirse para obtener lo que uno deseaba.

No confiaba en ella, ni un poco. Lo más seguro era que le había mentido con lo de la mordida para jugar con ella, y quizás llevarla justo a ese momento, en donde por su propia voluntad elegiría liberarla con tal de que le resolviera qué estaba exactamente ocurriendo con Lily. Sería una estrategia astuta, digna de un monstruo chupasangre que se hubiera mantenido con vida por algunos cientos de años.

—Sí qué eres buena en esto —mencionó Esther con una media sonrisa—. Está bien, te llevaré con ella. Pero primero tendré que tomar un par de precauciones.

Antes de que Eli pudiera preguntarle a qué se refería con eso, Esther aproximó rápidamente su arma hacia el muslo izquierdo de Eli, presionando el cañón contra su piel y accionando el gatillo sin menor titubeo. El estadillo de la detonación retumbó en las paredes del baño, y una explosión de sangre brotó de la pierna de Eli en el instante en que la bala le atravesó de lado a lado hasta clavarse en la porcelana de la bañera.

Eli soltó un fuerte alarido de sorpresa y dolor al aire, y se retorció en su sitio.

—Eso es —pronunció Esther, complacida—. Así estaremos un poco más seguras de quién está a merced de quién, ¿verdad?

Eli se giró a mirarla rápidamente, sus ojos ardiendo de coraje. Un sentimiento más sincero, concluyó Esther. Pero aun así en su expresión fue clara la respuesta afirmativa a su último comentario: Esther era quien estaba en control.

Esther desató las piernas de Eli y liberó sus muñecas de la llave, pero por supuesto dejó éstas aún bien atadas la una a la otra. Eli se alzó como pudo de la tina, y salió cojeando del baño. La herida más reciente de su pierna no se estaba curando, o al menos no tan rápido como Esther había visto que hacían las de la noche anterior, así que intuía que lo de la falta de sueño y alimento no eran sólo palabras.

Para poder sacarla del cuarto, Esther tuvo que echarle encima el cobertor de la otra cama, para que se cubriera por completo con él al salir al pasillo. Ya afuera, avanzaron con cuidado hacia la habitación contigua, pareciendo Eli en ese momento como una sábana que se movía sola delante de ella, como uno de esos estereotipados fantasmas de caricatura. Esther meditó sobre lo sencillo que sería simplemente arrancarle el cobertor de encima y dejarla totalmente expuesta al sol para ver qué pasaba en realidad. En ese sentido, era cierto que estaba a su merced. De momento no lo hizo, pero quizás en el viaje de regreso lo consideraría con más seriedad.

Ya en el interior del cuarto 303, Esther volvió a cerrar la persiana que había dejado abierta, y ya envueltas de nuevo en sombras le quitó a Eli el cobertor de un tirón. La atención de la vampiro se centró de inmediato en Lily, recostada en la cama, pero bastante inquieta. Pequeños espasmos la recorrían cada tantos segundos, y quejidos dolorosos escapaban de su garganta. Eli contempló aquello con una mezcla de fascinación y escepticismo.

—¿No ha despertado? —preguntó dudosa.

—No desde anoche —respondió Esther.

La expresión de Eli se volvió aún más confusa.

—Nunca había visto a nadie reaccionar de esta forma a la infección. Normalmente ésta actúa rápidamente y de manera imperceptible, hasta que los síntomas aparecen, siendo la sensibilidad a la luz del sol el primero de estos.

—¿Qué significa entonces? —cuestionó Esther con impaciencia.

Eli negó con la cabeza.

—No lo sé... Pero quizás pueda descubrirlo.

Hizo en ese momento el ademán de querer avanzar hacia Lily, pero apenas dio un paso antes de sentir el cañón del arma de Esther presionándose contra su cabeza.

—¿Qué crees que haces? —vociferó Esther con gravedad.

—Necesito acercarme —fue la respuesta sencilla de Eli—. ¿Quieres saber qué es lo que le pasa sí o no?

Esther la contempló desconfiada. Sin bajar su arma ni un poco, comenzó a avanzar de lado en dirección a la venta.

—Bien, pero cuidado con lo que haces —le advirtió, tomando el cordel de la persiana con una mano, y su arma con la otra—, o haremos una bonita barbacoa.

Eli no tuvo problema en comprender su amenaza. Se aproximó a la cama arrastrando detrás de sí su pierna herida y se paró a un costado de ésta. Observó fijamente el rostro de Lily, analizando cada una de sus facciones, incluso cada uno de sus poros. Tras unos segundos, se inclinó hacia ella lentamente. Al principio parecía que se dirigía a su cuello, y los dedos de Esther se tensaron contra el cordón. Sin embargo, al final se desviaron hacia otra dirección: hacia su rostro, en donde pegó sus labios contra los de la niña inconsciente, en un pequeño y repentino beso.

—¿Pero qué...? —susurró Esther claramente confundida al ver aquello. Para ese momento, sin embargo, Eli ya no la escuchaba.

— — — —

Al abrir los ojos, Eli se vio a sí misma de pie en un escenario totalmente distinto a la habitación 303 del Motel Blackberg. Era un escenario abierto, totalmente cubierto en neblina y con el cielo nublado, haciendo que todo a su alrededor se viera oscuro y gris. Lo único que se lograba distinguir entre las volutas de neblina que la envolvían, eran las siluetas borrosas de algunos árboles, y nada más. Todo estaba en silencio, un silencio profundo y antinatural.

Eli avanzó con paso cauteloso entre la niebla. No supo cuánto caminó realmente, pero no le pareció que fue mucho, antes de que sus pies perdieran el suelo sólido debajo de ellos, y tocaran agua fría. Bajó su mirada por instinto, pero la neblina no le dejó ver mucho, aunque sí distinguió (y sintió) escuetamente el movimiento rítmico del agua yendo y viniendo, como un oleaje aunque menor.

Un sonido estridente rompió el silencio casi absoluto en el que aquel espacio se sumía. Alzó su mirada, y notó como la neblina se mecía ligeramente hacia los lados, como si quisiera de manera consciente abrir un camino justo delante de ella. Gracias a esto, logró distinguir mejor la superficie lisa y brillante del cuerpo del agua que se extendía a lo lejos delante de ella, que le pareció de momento más similar a un espejo con pequeño ondulaciones sobre él.

El mismo sonido de antes se hizo de nuevo presente, y Eli retrocedió por instinto. Era como un siseo, pero retumbaba en sus oídos agudos como la estrepitosa campana de un reloj. Fijó su mirada en el agua, y poco a poco logró distinguir... algo que se movía debajo de ésta. Una sombra alargada que reptaba, que se movía en ondulaciones justo en su dirección. Eli retrocedió de nuevo, apartando sus pies del agua como si instintivamente pensara que eso la pondría a salvo. Pero aquella cosa surgió en ese instante abruptamente de debajo del agua, asomando gran parte de su cuerpo.

Entre la neblina y la oscuridad, lo único que Eli distinguió fue su silueta negra, alargada y gruesa, como una enorme serpiente del tamaño de un edificio mediano, además de su cabeza redonda, y dos granes y brillantes ojos rojizos que la miraban fijamente, resaltando entre todo el gris del escenario.

Eli contempló a aquella criatura desde la orilla, apacible a su manera. Esa apariencia por sí misma no le decía nada, pues entendía que todo aquel panorama, incluida la forma de ese monstruo, eran sólo la forma en la que esa niña visualizaba todo aquello. Aun así, su cuerpo entero vibró ante su presencia, y pudo sentir con claridad de qué se trataba. Era aquello que había estado acompañándola cada segundo de su vida durante el último par de siglos, y más. Cada vez que dormía, cada vez que se alimentaba, cada vez que intentaba tener algo moderadamente similar a una vida normal, eso estaba ahí con ella.

Era la infección, maldición, virus o espíritu endemoniado que se había apoderado de su cuerpo desde el momento en que aquel ruin terrateniente al que su familia servía puso sus ojos en él y lo convirtió a la fuerza en lo que era en ese momento. Y era ese mismo mal, proveniente de ella misma, que le había transmitido a esa niña en el momento en el que la mordió. No le extrañaba que lo visualizara como una horrible y enorme serpiente reptando por su alma, envolviendo su cuerpo entero entorno a ésta hasta apretujarla y exprimirla. Ella misma podía fácilmente imaginársela de una forma parecida, siempre ahí en su corazón.

La serpiente negra abrió sus grandes fauces, soltando algo que quizás intentaba sonar como un rugido, pero que a Eli le pareció más similar al sonido de vidrios desquebrajándose. La criatura se lanzó hacia ella, con su boca repleta de colmillos dispuesta a engullirla de un sólo bocado. Eli se quedó quieta en su sitio, al parecer en lo absoluto alterada por tan aterradora amenaza. Ella sabía que aquella cosa no podía hacerle daño; no más del que ya le había hecho todos esos años.

Una segunda figura oscura y colosal saltó de entre las neblinas, tacleando a la serpiente con todo su cuerpo y haciendo que ambas chapotearan contra el agua. Aquello tomó a Eli por sorpresa, pues no distinguió la presencia de aquella otra criatura hasta que ya estuvo justo pegada contra la primera.

La serpiente y la criatura recién llegada forcejearon con violencia en agua, revolcándose en ella y alterando todo aquel escenario pacífico y silencioso. La serpiente siseo, la otra criatura rugió. Las fauces de ésta se cerraron contra la serpiente, y ésta la rodeó con su cuerpo, apretujándolo. El combate entre ambos monstruos siguió y siguió, hasta que la serpiente se liberó de las garras y fauces de su atacante, se sumergió en el agua y se alejó con rapidez, perdiéndose en las sombras.

La segunda criatura se irguió en sus cuatro patas, y pareció dispuesta en ir tras la serpiente. Sin embargo, antes de hacerlo se giró unos instantes hacia Eli, observándola con sus ojos tan grandes, brillantes y rojos como los de la serpiente. La forma de su cuerpo era algo más amorfa, como si estuviera constituido por mero humo negro y denso, que se agitaba y danzaba como llamas inquietas. Pero mientras más lo observaba, Eli pudo distinguir una forma más entendible, similar a la de algún animal, como un león, o un lobo.

Y a diferencia de la serpiente que había logrado distinguir con suma facilidad por lo bien conocida que le resultaba, ésta segunda criatura no fue en lo absoluto reconocible para ella. No era la infección que ella conocía, era... algo diferente. Algo desconocido...

— — — —

Eli se forzó a salir de aquella visión. Al volver al cuarto 303, y estar segura de que en efecto estaba de regreso en dicho lugar, hizo rápidamente su cabeza hacia atrás, separando sus labios de Lily.

—Esto... es increíble —susurró despacio, como un mero pensamiento que se escapaba por sí solo por sus labios.

—¿Qué cosa? —pronunció la voz de Esther, impaciente. Eli alzó rápidamente su mirada hacia ella, y la miró como si hubiera olvidado por completo que ella estaba ahí en primer lugar.

—Hay... —comenzó a balbucear, teniendo problemas para darle forma a sus palabras—. Hay algo más dentro de ella. Algo que está... luchando con la infección.

—¿Algo? —cuestionó Esther confundida, apartándose de la cortina y aproximándose más a la cama—. ¿Cuál algo?

—No lo sé —negó Eli, agitando la cabeza—. Es una fuerza, una energía... Algo no humano que... no sé ni cómo describirlo.

Agachó su mirada a la alfombra un momento, meditando sobre todo aquello.

—Lo mejor que se me ocurre decir es que, ese algo, "ya es el dueño de la casa", y está evitando que la infección se propague.

Aquello sorprendió enormemente a Esther. Sus ojos se abrieron grandes, azorados, y se giraron lentamente hacia Lily. ¿Algo "no humano" que estaba combatiendo con la infección vampiro? ¿Acaso pudiera ser...?

—Nunca había visto nada parecido —recalcó Eli con aparente preocupación, una emoción que para variar se sentía real—. ¿Qué es en verdad esta niña?

Esther soltó de pronto una fuerte y estruendosa carcajada.

—Parece que un verdadero demonio, después de todo —respondió Esther, extrañamente jubilosa.

Desde que la conoció, y en especial tras su conversación con Damien en la cocina del pent-house, siempre habían tenido esa discusión sobre si Lily era o no algún tipo de demonio, y de si sus poderes tenían algún origen sobrenatural o sólo eran derivados de lo mismo que le daba sus habilidades a todos los demás sujetos raros que habían conocido durante ese viaje. Lily siempre había alegado que no lo era, o al menos que no lo sabía. Pero Esther siempre sospechó que algo debía de haber ahí dentro. Una niña de diez años no se comportaba ni pensaba como lo hacía esa odiosa mocosa.

Y lo que fuera ese algo, demonio o no, al parecer sería lo que la salvaría de convertirse en un chupasangre.

—No me alegraría tanto, si fuera tú —escuchó como sentenciaba Eli con voz sombría, haciéndola virarse de nuevo hacia ella—. Dije que eso, sea lo que sea, está luchando con la infección, pero no que la ha derrotado, o que esté siquiera cerca de hacerlo. El combate sigue dentro de ella —indicó señalando con el mentón hacia el rostro de Lily, más específico a la expresión de dolor en ella—. Y cualquiera de las dos fuerzas podría ganar en cualquier momento. Aún podría sucumbir y convertirse en algo como yo. Y... no sé si la alterativa de que esa otra fuerza gane sea mucho mejor.

Eso resultaba menos alentador, pero igual Esther decidió tomar lo positivo de aquello. Había una posibilidad de que en efecto Lily saliera bien librada de todo eso. Claro, si podía confiar en la palabra de esa mocosa vampiro, y no la estuviera intentando engañar otra vez.

Eli comenzó a moverse repentinamente, rodeando la cama con pasos lentos a como su pierna herida se lo permitía, al parecer con intención de dirigirse hacia Esther. Ésta reaccionó poniéndose tensa, y por reflejo se aproximó con apuro a la cortina, extendiendo su mano para tomar firmemente el cordel de ésta. Si acaso Eli tenía alguna otra intención en mente, la dejó de lado en cuánto vio esto, y se detuvo en seco en su sitio. Permaneció quieta unos instantes, y entonces alzó sus muñecas atadas con soga en dirección a Esther, que la observó al inicio sin comprender.

—Creo que es hora de volver a la tina —declaró Eli, tomando a Esther un poco por sorpresa.

FIN DEL CAPÍTULO 139

Notas del Autor:

—La habilidad del "beso psíquico" de Eli se muestra en la novela original de Déjame Entrar, mas nunca se mostró en alguna de las dos adaptaciones cinematográficas. En la misma novela no se da mucho detalle de qué es lo que puede hacer y qué no con exactitud, o si esto fue algo derivado de su conversión a vampiro. Por ello, aquí me he tomado mis libertades para adaptarlo más al concepto del Resplandor que hemos venido manejando en la historia hasta este momento.

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