Guerra de Ensueño I: Princesa...

By Fantasy_book_queen

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Borrador final (espero) del primer libro de la saga Guerra de Ensueño antes de que sea publicado. Ziggdrall l... More

Oh, sh*t, here we go again!
Introducción
1: Ejército
2: Despierta en un lugar extraño
3: La torre de los magos
4: La armada
5: Mitos y Leyendas I
6: Permanencia
7: ¿Otro mundo?
8: ¿Magia para pelear?
10: Conocer la guerra
11: Encuentros
12: Reparaciones
Interludio I
13: Volver a empezar
14: La reserva
15: ¿Una misión asistida?
Interludio II
16: Razones para mentir
17: Lionel
18: Volver a casa
Interludio III

9: Un matiz para la guerra

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By Fantasy_book_queen

Alexander había tenido razón. Comenzaba a odiar los estudios de magia, pues el tiempo se había escurrido entre mis manos apenas comencé a aprender los primeros conceptos.

Ya que se trataba de un conjunto de reglas, tradiciones y, sobre todo, recetarios e ingredientes que mientras trataba desesperadamente de perfeccionar al menos una cosa, mi segundo mes de prueba estaba a punto de terminar sin que hubiese logrado ni una sola poción o fórmula, obviando por supuesto, que había sido incapaz de despertar mi magia a pesar de seguir todas y cada una de las instrucciones de Sebastian, cosa que, por supuesto, estaba volviéndome loca.

—Tienes que concentrarte, Nethy. Relájate o jamás podrás conectar con tu magia, ni siquiera con ayuda de la esfera de los elementos —pidió el mago por enésima vez en el día, comenzando a perder la paciencia, una que resultó no ser tan infinita como había creído al principio.

—Lo estoy intentando, pero mi periodo de prueba va a acabar, ¿puedes decirme cómo me calmo sabiendo eso? —repliqué, mis ojos fijos en la esfera de cristal de aproximadamente treinta centímetros de diámetro que se había convertido en mi más constante compañía los últimos veinticinco días.

—Entiendo que lo que te pido es difícil, pero no puedes culpar al periodo de prueba, Nethy. Tu actitud ha sido la misma desde el primer día. Demasiadas ansias y entusiasmo. No es malo —aclaró antes de que pudiera replicar—, pero sí ha hecho las cosas más complicadas. Estás tan desesperada por conseguir un avance que no dejas que tu magia se comunique contigo. Se supone que la esfera es para eso.

Gruñí, sintiéndome todavía más frustrada. Entendía sus palabras, había tratado de obedecer cada una de sus sugerencias, pero no me estaban llevando a ningún lado. Si acaso, hacían que me sintiera incluso más inútil. Incapaz de hacer algo que según Sebastian, era cosa de niños.

Dejé salir un suspiro, no queriendo presionar a Seb hasta un punto de no retorno. Tenía que calmarme, pero me resultaba imposible cuando luego de un mes, había terminado por encariñarme mucho más con la gente que vivía allí. No quería irme, quería ayudarlos, quedarme a su lado.

Intenté concentrarme nuevamente, vaciar mi mente y pensar en mi magia. Mis dedos se deslizaron por la superficie fría y pulida de la esfera, rogándole que escuchara mis plegarias, que me ayudara de algún modo, aunque sentía que era un poco inútil cuando ni siquiera tenía idea de la afinidad que podía tener.

De acuerdo a Seb, en Ziggdrall había seis magias básicas entre las cuales podría encontrar mi afinidad; las cuatro magias elementales: agua, fuego, tierra y aire; la magia de sanación de la Diosa, usualmente reservada para los Shërims y la magia del Dios, con la capacidad de hacerte transformar cualquier cosa en una diferente por el costo de tu sangre, cantidad que dependía del hechizo que quisieras hacer, conocida como Transición.

Obviamente mi apuesta era por cualquier magia elemental, pues no cumplía con las características físicas para ser una Shërim y según mi mentor, la última magia era especialmente extraña. De todos modos, una de cuatro, seguía siendo demasiado para tratar de concentrarme y decantarme por una.

Nadie había querido decirme la afinidad de Slifera, así que solo sabía que la de Sebastian era tierra, lo cual no me decía mucho. Inicialmente había pensado que podría relacionar la magia a la personalidad, pero al pensar en el mago, la tierra no era mi primera opción.

Volví a gruñir. Era simplemente imposible.

—¿No podrían darme más tiempo si me ayudas a perfeccionar al menos una fórmula o poción? —intenté de nuevo.

Sebastian me dio una mirada cansada que me pedía no insistir.

—Al menos la roja, la de fuerza, dijiste que era la más fácil...

—Nethy, la última vez que te dejé intentarlo, incendiaste una mesa. No puedes tomar los frutos de la hierba del fuego a la ligera —recordó, tratando en la medida de lo posible de no lucir harto de mí. Eso solo lo hizo más notorio y comencé a sentirme un poco mal por todo lo que lo había molestado en días pasados.

—No lo haré. Aprendí mi lección —rogué, abandonando mi lugar junto a la esfera de los elementos y yendo a su mesa de trabajo, dedicándole mi mejor mirada de súplica.

—Lo siento, Nethy. No puedo. Los chicos han tenido muchas misiones y hay más programadas para hoy, debo resurtir las reservas y no hay cabida para errores.

—No los cometeré. Ya memoricé las fórmulas. Empecé mi propio recetario como recomendaste, te prometo... no, te juro que lo haré bien —aseguré, mostrándole la libreta de pasta roja que él me había dado, misma que ya casi se quedaba sin hojas debido a todas las instrucciones, anotaciones y dibujos de las plantas que había hecho.

Él dejó salir un suspiro, cosa que me dio algo de esperanza, sin embargo, en un movimiento que no preví, mi insistencia pareció llevarnos una vez más a ese punto de no retorno que tanto quería evitar, pues el mago se puso de pie, me tomó de los hombros y comenzó a dirigirme con suavidad a la puerta.

—No, Seb, lección aprendida, me quedo con la esfera, puedo hacerlo, no necesito otro descanso —balbuceé, tratando de resistirme, pero a comparación de todos los soldados, mi resistencia era nula y por mucho que traté de frenarlo, ambos terminamos en la puerta de la Torre.

—No lo tomes a mal, Nethy. De verdad quiero ayudarte, pero necesito al menos unas horas para tener esto listo. Ninguno de los dos ha dormido en las últimas noches y si divido mi atención, cometeré un error y no me puedo permitir otro regaño de Slifera. Solo unas horas, ve a comer algo, a tomar un baño o a dormir con Meg o Abby —pidió, sus cansados ojos grises dándome una disculpa silenciosa, antes de pasarse las manos por el rostro y el cabello en un intento de despejarse, gesto que hizo que el pendiente en su oreja se moviera, atrapando algunos destellos del sol de la tarde que se colaba por los ventanales.

Ese detalle me hizo darme cuenta de que debían pasar de las cuatro y ninguno había ido siquiera a desayunar. Tenía que reconocerlo, Sebastian tenía razón: seguir ahí ese día era una batalla perdida.

—Bien. Solo unas horas —acepté, rindiéndome.

Él me agradeció con un gesto.

—Pero solo iré a traerte algo fresco de comer y a acusarte con Inanna —aclaré—. También necesitas descansar. Seguiré repasando el recetario y cuando vuelva me enseñarás a hacer bien una fórmula de fuerza. No creas que no sé que son las que más utilizan.

—Trato hecho. Tal vez si de verdad conseguimos una fórmula, podamos convencer a Slifera de ayudarnos o al menos, de abogar con Alexander por un mes más —negoció—. Aunque solo si ambos dormimos hoy.

No pude contener una mirada indignada. Comenzábamos a conocernos lo suficiente como para que nuestros tratos terminaran siendo bastante justos para ambos. Por un lado, me parecía bueno, pues significaba que, de algún modo, estaba ayudando a Seb, pero por el otro, significaba que yo también tenía que ceder en algunas cosas que no deseaba hacer.

—Supongo que, si de verdad vas a dormir una noche entera, lo menos que puedo hacer es aceptar hacer lo mismo —dije luego de pensarlo un poco.

Sebastian sonrió, regalándome una media reverencia para sellar el trato, misma que me hizo sonreír y darle una mirada que le decía que no tenía remedio. Él regresó el gesto con lo que pareció un no tenemos remedio y como me negaba a ceder una vez más, opté por no responder, echando a correr fuera de la Torre de los Magos.

—Tierra del árbol de la luna llena, esencia del árbol de la inmortalidad, fruto del árbol de saturno, polvo del árbol del asombro y una hoja del árbol de todas las magias...

—Hey, ¿a quién intentas hechizar? —preguntó Megan, sacándome de mis pensamientos al sentarse a mi lado en el comedor, cosa que me hizo notar que llevaba un buen rato leyendo en voz alta.

—No, no, a nadie, solo estaba estudiando los componentes de las fórmulas —expliqué de inmediato, sonrojándome sin poder evitarlo.

—¿Eso significa que encontraste tu magia? —dijo Abby emocionada mientras se sentaba al otro lado, llevando dos platos de comida—. Sabía que lo lograrías, es maravilloso —celebró, avergonzándome incluso más.

—No... no he podido encontrarla y no creo lograrlo a tiempo, así que estoy tratando de aprender a hacer fórmulas y pociones para negociar con Alexander un poco más de tiempo —expliqué dejando salir un suspiro.

—Oh... lo siento por adelantarme —se disculpó la muchacha mientras Meg tomaba su plato de comida.

—¿Entonces lo que cantabas eran ingredientes? —preguntó para luego llevarse una cucharada de sopa a la boca.

—No estaba cantando, solo... los memorizaba —repliqué, incapaz de deshacerme de mi sonrojo.

—Oh, vamos, no te molestes, sonaba como una canción. Pensé que era alguna clase de hechizo —se defendió, sonriendo un poco.

—Meg, sabes que las brujas y magos no recitan esa clase de hechizos, la magia está en las manos —dijo Abby, dándole un codazo que hizo reír a la pelirroja.

La miré con una chispa de sorpresa. Esa información era nueva para mí.

—¿En las manos? —repetí cuando ella no pareció dispuesta a seguir hablando.

—Sí. Por eso son lo más importante y lo que más protegen en las batallas —explicó—. Si las manos de una bruja o un mago se dañan, perderán el control de su magia, por eso has estado tratando de sacar tu magia con una esfera en la que pones tus manos. ¿Seb no te explicó eso? —dudó, preocupada.

—Eh... creo que pudo decir algo, pero quizás estaba demasiado emocionada para prestar atención —tuve que reconocer.

Megan me dio una mirada que era todo el regaño que necesitaba, por lo que me encogí en mi sitio.

—No importa, no importa, lo bueno es que ahora ya lo sabes y puedes tratar de nuevo con la esfera —intervino Abby antes de que la pelirroja pudiera decirme algo, cosa que agradecí.

—Quizás mañana. Acabé con la paciencia de Seb por hoy y me pidió tomar un descanso obligatorio —suspiré—. Sí, otra vez —me apresuré a añadir al ver la sonrisa maliciosa de Megan.

—Oh... es una lástima que no podamos quedarnos contigo hoy —se lamentó Abby al escucharlo.

—¿Eh? ¿Por qué? —dudé.

—Meg tiene una misión y yo regresé hace rato, así que debo cubrir la torre de vigilancia en la noche. Necesito dormir un par de horas —explicó y me detuve a analizarlas quizás por primera vez.

Confirmé que Megan llevaba el uniforme completo, limpio y arreglado, con su grado del ejército en hilos rojos sobre sus hombros, mientras que el número de la armada estaba bordado en plateado, tanto en su pecho como en los laterales de sus brazos. Sus armas descansaban a un lado de ella mientras que Abby se veía desvelada y agotada. A su espalda aún llevaba un carcaj de flechas vacío en compañía de su arco y había tanto rasguños como manchas de tierra y pasto en su uniforme.

Sabía que esas misiones no eran juegos, pero una parte de mí se moría por preguntar al respecto, así como por formar parte de ellas. Ayudar, hacer una diferencia para las personas. La sola idea me llenaba de emoción.

—Podrías venir a mi habitación y podríamos dormir juntas, se ve que también te vendría bien descansar —ofreció cuando me tardé demasiado en responder.

—Sobre todo el dormir en una cama que no esté en la enfermería. Son súper incomodas —asintió Megan.

—¡Oh! Quizás podrías quedarte en la habitación de Meg hasta mañana y tener una noche de sueño reparador —sugirió Abby sonriendo, pero la expresión escandalizada de Megan me hizo saber que la pelirroja no estaba nada de acuerdo con la oferta.

—No, no, de verdad estoy bien en la enfermería. Además, tengo que llevarle la cena a Seb porque no ha comido nada en todo el día —respondí, tanto por no causar problemas entre las dos como porque era cierto. Si me iba a dormir antes de que Seb me enseñara a preparar la fórmula no estaba segura de despertar a tiempo.

—¿Entonces por eso esperas la cena? —preguntó Jonathan desde el otro lado de la barra—. Yo que creí que era porque Ártica y yo comenzábamos a agradarte.

—¡Me agradan! De verdad —aseguré, girándome para encontrarlo sonriendo como si se hubiese salido con la suya en algo.

—Por favor, ni siquiera me agradas a mí y eso que Alexander lleva años asignándonos juntos en la cocina —replicó Ártica desde el área del horno, haciendo reír a los que estábamos en el comedor.

Miré a Jean y Gabriel al inicio, pero, aunque la curiosidad me ganó como para voltear a ver a Luca, noté que él era el único que no reía. Amargado.

No dejé que eso me afectara. Con el paso de los días en la armada había comenzado a conocer a cada vez más miembros, aunque no a todos, pues según me había dicho Abby, en ese momento había veinte soldados activos, pero las misiones mantenían a muchos alejados del cuartel por largos periodos de tiempo. De todos modos, solo había dos que parecían ser especialmente desagradables, pues todos los demás resultaron ser bastante amigables conmigo, haciendo que me sintiera cada vez como parte de un hogar. Una razón más para no querer irme.

—Nosotros le llevaremos la cena a Seb cuando esté lista —prometió Ártica—. Ya debes tener suficiente con todos esos ingredientes que tienes que memorizar, de solo escucharlos esta hora ya me siento mareada...

—Oh... lo... lo lamento tanto —balbuceé, dándome cuenta de lo mucho que debía haber molestado a todos repasando en el comedor.

—No te disculpes, creo que con algo de práctica un día hasta Jonathan podría aprender a hacer una fórmula —dijo la mujer, burlándose del soldado, quien le dio una mirada indignada.

—Apuesto a que puedo aprender más rápido que tú, que no puedes concebir el más mínimo cambio en una receta de cocina —replicó y ambos comenzaron a pelear al otro lado de la barra, algo que parecía bastante común en ellos, al punto de que pronto, ya nadie les prestaba atención.

—¿Entonces qué harás con tu tiempo libre? ¿Estarás aquí en el comedor estudiando? —quiso saber Megan cuando vació su plato, tomando sus armas, lista para salir.

—Creo que sí, no hay muchos lugares a donde ir —reconocí, encogiéndome de hombros.

—Eso no es cierto, ni siquiera conoces toda la armada —replicó Abby, pero tuvo que interrumpir su queja cuando un bostezo le impidió seguir hablando.

—Tal vez haya lugares, pero no vas a mostrármelos cuando estás tan cansada —dije sonriendo.

—Bueno, yo puedo mostrarte la torre —sugirió Gabriel, quien parecía haber estado escuchando la conversación mientras terminaba su comida—. Estoy de guardia en la torre de vigilancia, apuesto a que no la conoces...

Me regaló una sonrisa amable y aunque aún recordaba el incidente en los baños, estaba segura de que no había sido del todo su culpa, así que mientras no nos encontráramos con su desagradable amigo, todo debía estar bien.

—Claro, sería estupendo —acepté y él amplió su sonrisa, invitándome a seguirlo con un gesto.

—Mucha suerte en tu misión —dije a Megan, quien asintió en agradecimiento.

—Solo es un servicio de vigilancia, es de rutina. No iré sola, Osiris y Morgan ya deben estar esperando por mí afuera —sonrió, aunque sus palabras parecían dirigirse más a Abby que a mí—. No es peligroso. Nos vemos mañana por la tarde.

Asentí y la vi marcharse antes de despedirme de Abby con un gesto, echando a correr para darle alcance a Gabriel, emocionada de poder conocer una parte más de la armada.

Afuera nos esperaban las ya familiares casitas de cada soldado activo, que le daban a la armada la apariencia de una pequeña aldea en mitad del bosque y tras pasarlas en dirección hacia el este, pude ver la cerca de cristal azul que delimitaba los terrenos de la armada, esos de los que no podía salir.

Alcancé a Gabriel, al pie de la torre donde esperaba por mí y al verme, me hizo un gesto para que subiera primero por la escalera de caracol que llevaba a lo alto de una rustica construcción de madera que, por fuera, parecía un enorme cubo con ventanales abiertos en todas direcciones, así como plataformas exteriores para poder disparar con comodidad en caso necesario. Supuse que esa era la razón por la que solo arqueros y magos podían servir de vigilantes. El objetivo era atacar antes de que alguien lograra cruzar los límites del lugar.

Una vez en la cima, tras cruzar la puerta, me encontré con una pequeña habitación en la que apenas había una mesa y un par de sillas. No era un sitio tan pequeño como para que no pudieran traer más muebles, pero comprendía que el objetivo era que quien estuviese de guardia se mantuviera alerta y quizás una cama o un sillón habrían sido demasiado cómodos.

—No es muy impresionante por dentro —advirtió el muchacho, sonriendo al notar mi análisis, al tiempo que pasaba a mi lado para dirigirse a la mesa de donde tomó su arco y sus flechas —. Lo que vale mucho la pena es la vista exterior...

Avancé hasta alcanzarlo, siguiendo la dirección que me señalaba y encontrando un sinfín de altos árboles con flores púrpuras, así como miles de hojas de diferentes tamaños y tonos de verde que sombreaban los caminos acolchados con musgo, maleza y algunos trozos de árboles caídos.

—Es la primera vez que puedo ver qué hay fuera de la armada —murmuré maravillada, tratando de absorber todo el paisaje.

—El bosque Verkies es muy hermoso. Siempre me ha parecido el lugar más bonito de Ziggdrall, así que esa es la razón de que acepte estos turnos nocturnos. La vista y que Alexander nos provea café —sonrió, señalando un pequeño fogón encima de la mesa en el que descansaba una olla con los restos de un líquido oscuro.

—¿Café? —dudé y Gabriel sonrió, tomando la olla y sirviendo el contenido en una taza.

—Lo sé, algo que no vas a encontrar en las cocinas. Solo nosotros podemos tomarlo y no tienes una idea de cómo lo agradezco. Había dejado de tomarlo desde que me enlisté. Ni te imaginas lo raro que es de conseguir últimamente —explicó, ofreciéndome la taza.

»Está frío, pero apuesto a que sigue estando rico.

Sonreí con su entusiasmo y acepté, bebiendo el contenido de la taza solo para terminar haciendo mi mayor esfuerzo por no escupirlo.

—Es... amargo —atiné a murmurar al notar que el soldado esperaba mi reacción con ilusión.

—Un sabor único —asintió.

—Sí... bastante...

—No te gustó, ¿verdad? —preguntó, viendo a través de mi intento de sonrisa.

—No, no, es bueno, pero es muy amargo para mi gusto. Es todo. De verdad, muchas gracias por compartir algo tan especial conmigo —balbuceé a toda prisa, no queriendo ofenderlo.

—Argh, soy un idiota, olvidé que la mayoría no toma café solo —suspiró, negando con la cabeza —. Lo siento mucho, si accedes a darle una segunda oportunidad, te prometo que la próxima vez que vengas te daré algo mejor.

Sonreí ante su preocupación sincera.

—Si me vuelves a invitar, el honor de probar café nuevamente sería mío —me las arreglé para decir.

Él rio entre dientes de forma un tanto nerviosa, tomó la taza de regreso y la dejó en la mesa, en la que también había varios libros y un par de juegos de cartas.

—No sabía que también traían libros de la Torre de los Magos —comenté, señalándolos.

—¿Qué? No, no, estos libros son míos —respondió, tomando uno de ellos y parecía a punto de comenzar a contarme de qué iban cuando se quedó muy quieto, tratando de escuchar algo.

Lo imité, pero no pude oír nada en particular.

—Alguien viene —anunció en voz baja, dejando el libro en su lugar.

—¿Enemigos? —me preocupé.

—No, por la escalera. Por la Diosa, olvidé que tenía un encargo pendiente con Dan —suspiró, dándome una mirada de disculpa.

—¿Dan? —repetí sin poder ocultar el desagrado en mi voz.

—Sí, ya lo sé. También estaba en el circuito —replicó en un susurro, tomándome del brazo y guiándome a uno de los ventanales, exactamente al que quedaba al lado contrario de la puerta.

»Será rápido, lo prometo, debo entregarle algo. Solo... escóndete aquí en la plataforma un momento —pidió, urgiéndome a saltar al otro lado.

Obedecí de forma torpe, ovillándome contra la pared apenas estuve afuera, el vértigo en mi estómago impidiendo más movimientos. No era demasiado alto, pero una caída desde ese lugar seguramente me dejaría con un par de huesos rotos y no era algo que me sintiera especialmente atraída por experimentar.

—¿Estabas con alguien? —dijo la voz de Dante una vez que escuché el ruido de la puerta.

—No, solo... leía en voz alta —mintió Gabriel.

Alcancé a escuchar una risa maliciosa por parte del desagradable soldado.

—No te burles de mí. Recuerda que aún me debes un violín. ¡Apenas llegue el día de pago vas a tener que comprarlo!

—Sí, sí. Lo sé. Aunque romperlo fue divertido —replicó Dante con humor y pude escuchar un par de golpes. Supuse que Gabriel habría tratado de golpearlo y, cuando oí un gruñido por parte del soldado, supuse que no lo había logrado.

Al menos yo no era la única que tenía problemas para hacer algo contra el soldado especial o lo que fuese.

—Ya, no te molestes. Salgo de misión. Solo quiero mi encargo. Sabes que no puedo cuidar tantos frascos desde esa ocasión —explicó Dante, su tono mucho más amigable que de costumbre. Jamás habría pensado que su voz pudiera sonar de esa forma.

—Sí, sí, no tienes remedio y todos lo sabemos. Toma —dijo Gabriel—. Frasco completo de paralizante. Media hora mezclado en cualquier cosa y hará efecto. Es mejor que esa basura que te proporcionan en la corte.

Al oír aquello, tuve que llevarme las manos a la boca para no hacer ruido.

¿Para qué podría necesitar un soldado algo así?

—Oh, Gaby, eres increíble, Aunque no tanto como yo. Esos magos no tendrán oportunidad, será una misión muy fácil y estaré de regreso muy pronto para seguir molestándote —respondió el muchacho y pude escuchar a ambos reír, aunque con eso, mi corazón pareció saltarse un par de latidos.

—Sé que estás cansado de que te lo diga, pero ten cuidado. Aún tienes una deuda que saldar —pidió Gabriel, recuperando el tono serio, pero Dante se rio una vez más.

—Bien, bien. Gracias por desearme suerte, aunque no la necesite —concedió, recuperando su tono afilado. No parecía muy contento de recibir ese comentario.

Gabriel suspiró.

—Suerte, Dan. Espero verte aquí antes de mañana. Nada de desvíos. Sabes que Alexander se pondrá furioso si sigues yendo a beber durante las misiones en lugar de reportarte...

—Ay, por favor. ¿Qué va a hacerme? Tiene suerte de que siga en una armada de tan bajo rango cuando podría ir a una mejor.

Esta vez fue Gabriel quien se echó a reír.

—A veces me sorprende lo capaz que eres de hablar bien de ti mismo. Estás aquí castigado —recordó—. Somos la siete por tu culpa, si tú no hubieses...

—¡Ya, ya! Eres igual que él, Diosa. No puedes soportar una broma, ¡aguafiestas! —se quejó Dante, interrumpiendo a Gabriel antes de que pudiera enterarme de lo que había hecho para afectar el rango de la armada.

Y no pude saber más antes de que lo oyera bajar a la carrera por la escalera de la torre.

Me quedé en mi sitio tratando de asimilar lo que había escuchado, sin poder darle un sentido lógico hasta que Gabriel se asomó a la ventana y me ofreció una mano para ayudarme a entrar de vuelta a la pequeña habitación de madera, pues no quería que Dante se diera cuenta de que le había mentido.

—¿Qué se supone que les hará a esos magos con un paralizante? —pregunté, incapaz de sacarme aquello de la cabeza.

»¿Qué clase de misiones hace un soldado de su rango?

Gabriel pareció quedarse sin palabras, pero la vergüenza en su expresión me hizo pensar que quizás mi mayor temor no era infundado.

—¿Va a matarlos? —dije entonces.

—Es su trabajo. Uno de los cinco de las fuerzas especiales que quedan —susurró, desviando la vista.

—¿Con un paralizante para que no se puedan defender? —insistí, incrédula—. ¿Eso cómo ayuda a las personas? ¿Cómo matar magos indefensos va a terminar la guerra?

—No, Lili, no es de esa forma. Esos magos van a matar personas inocentes. Nuestros informantes han estado investigando esta clase de ataques desde hace mucho —intentó explicar, pero negué con la cabeza.

—No hay una justificación para esto. Es una horrible persona y ni siquiera se dedica a ayudar como hace el resto. No salva personas, se deshace de ellas, ¿cómo puedes ayudarlo? —reclamé, arrepintiéndome un poco de mis palabras al ver lo mucho que afectaron al soldado.

—Yo... lo... lo siento. No lo... no lo había pensado de esa forma —susurró bajando la vista y con el gesto supe que no planeaba seguir hablando conmigo.

Resoplé incluso más enojada que antes y opté por abandonar la torre a la carrera. Estaba segura de que debía tratarse de un error. Quería creer que era un error, que de alguna forma todo era un malentendido que Gabriel no me había podido explicar, pero mientras avanzaba me di cuenta de que no sabía con quién podía hablar.

Abby debía estar dormida, Megan estaba de misión y ya había molestado lo suficiente a Jonathan y Ártica por un día. Ernesto, uno de losotros soldados que había conocido, trabajaba día y noche en los comunicadores así que tampoco era una opción. Kaiya y Jean tampoco, la primera porque no parecía tomarse a bien que la llenara de preguntas sobre absolutamente todo y el segundo, porque ir a verlo implicaría toparme con Luca y no estaba de humor para la respuesta que él pudiera darme.

Por un momento la idea de ir a buscar a Alexander a su oficina me rondó por la cabeza, pero terminé por sentirme avergonzada por querer ir a molestar al líder de la armada por algo como eso y terminé decidiendo que quizás al único que podría molestar y obtener una explicación sensata era a su hermano.

Hice algo más de tiempo dando vueltas por los caminos que llevaban a la Torre de los Magos, pero al final terminé por ir directamente al notar que cada paso que daba me hacía sentir más furiosa con Gabriel y Dante. Estaba segurísima de que lo que estaban haciendo ni siquiera era legal. Era probable que nadie más lo supiera y mi deber era reportarlo.

Entré a la Torre sin tocar, sabiendo muy bien que, de hacerlo, Seb de todos modos no me abriría y lo encontré trabajando en al menos diez frascos de pociones a la vez. Para mi sorpresa, esta vez sí dejó lo que hacía para mirarme.

—¿Sucede algo? —preguntó, quizás notando algo en mi expresión.

Por un segundo estuve a punto de decirle que todo estaba bien, pero me repuse a la inseguridad inicial y avancé hasta su escritorio.

—Oí a Gabriel y Dante hablar sobre la misión que él tiene en la noche. Gabriel le proporcionó paralizante para que pudiera deshacerse con mayor facilidad de los magos a quienes planea matar. Eso no puede estar bien. Alguien tiene que detenerlo, estoy segura de que es ilegal, quizás si le decimos a Alexander aún pueda alcanzarlo...

—Hey, hey, espera —me interrumpió, tratando de procesar lo que le decía.

»¿A qué te refieres con ilegal, Nethy? ¿Qué es lo que no comprendes de la misión? ¿No podías preguntarles a ellos? —añadió, desviando la vista a su trabajo como si sopesara la idea de retomarlo en lugar de seguir hablando conmigo.

—¡Lo hice! Pero Gabriel me dijo que era algo necesario y estoy segura de que no lo es, ustedes ayudan a las personas, no podrían hacer algo como eso. Sé que no permitirían que se matara a personas en desventaja...

—Lili, estamos en una guerra. Lo hemos estado por demasiados años y hemos visto demasiadas cosas. No son personas en desventaja. Muchas veces esa es la única forma de evitar el asesinato de muchas más personas. No suena como algo muy bonito, pero es por el bien mayor.

Mi boca cayó abierta con sus palabras y me sentí tan traicionada, incomprendida y furiosa, todo a la vez, que no encontré cómo siquiera comenzar a quejarme, aunque deseaba con todas mis fuerzas empezar a gritar.

—Sé que no recuerdas demasiadas cosas y que debe ser difícil de asimilar para ti y claro que podemos discutirlo hasta que lo entiendas, pero de momento ve a la esfera y practica al menos una hora. De verdad voy muy atrasado y tú sabes que estas fórmulas pueden ser la diferencia entre que nuestros compañeros regresen con vida o se encienda una pira en su honor...

Apreté la mandíbula, pero tuve que obligarme a ceder. Seb no mentía con lo importantes que eran las fórmulas, así que caminé con furia hasta el escritorio donde la maldita esfera esperaba y puse mis manos en ella, sintiendo la necesidad de lanzarla contra la pared, pero era algo que tampoco me podía permitir. Si la rompía, perdía mi oportunidad de convertirme en bruja para ellos y aunque en ese momento me cuestionaba incluso si esa era la decisión correcta, la verdad era que tampoco podría pagarles por esa esfera o por nada de lo que me habían dado hasta ese momento si decidían que me cobrarían las cosas en caso de que quisiera cortar lazos con ellos.

Aún con las palabras de Sebastian, me negaba a creer que solo permitieran a gente como Dante matar personas sin más. No podía creer que todos hicieran lo mismo que él cuando eran tan amables. No quería pensar que Abby y Megan eran iguales...

—¿Entonces si es por el bien mayor hacen lo que sea necesario? ¿Matan a todos los que crean que son un peligro? —cuestioné cuando no pude contenerme más.

Sebastian suspiró, frustrado.

—Lo creas o no, Nethy, todas esas decisiones se toman por un conjunto de personas de todos los rangos. No es como que dejemos que cualquiera haga su voluntad y vaya por la vida matando a quien cree que debe morir —explicó.

—No creo que ninguno de nosotros deba decidir quién debe morir y quién no. Es la vida de alguien, Seb. ¿No todos tienen derecho a equivocarse? —insistí.

—No si esos errores terminan con un pueblo entero reducido a cenizas —replicó con una pizca de molestia.

—No creo que todas esas personas hayan destruido un pueblo —respondí, comenzando a molestarme más debido a su tono.

—Te sorprenderías.

—¿Y automáticamente querría matarlos? —pregunté con dureza. Una parte de mí sabía que estaba siendo irracional, que tal vez no comprendía del todo lo que ellos habían vivido al no tener memorias, pero no escuché. Matar personas no era correcto en ninguna circunstancia. Mucho menos con venenos y esa clase de trampas.

—Uno de ellos te dejó esas marcas en todo el cuerpo y te robó tu vida. ¿No es siquiera una razón para que puedas considerar que lo que estamos haciendo no es porque seamos monstruos?

Eso me dejó sin palabras, pero al mismo tiempo no quise ceder, apretando con más fuerza la esfera de los elementos mientras trataba de pensar en una forma de responderle.

Jamás había dicho que pensara que fuesen monstruos. Estaba tratando de comprender lo que hacían, pero nadie parecía estarse defendiendo demasiado bien y aquello no era mi culpa.

Abrí la boca para decirle justo eso, cuando un inusual calor en mis manos llamo mi atención y al bajar la vista, vi un chispazo de fuego que me hizo soltar la esfera, gritando sin poder evitarlo.

Sebastian dejó lo que hacía y me miró, quizás más sorprendido que yo.

—Encontraste tu magia —susurró—. Tienes afinidad con la magia de fuego, Nethy...

Lo miré sin comprender por varios segundos, tratando de procesar tanto mi ira, como mi emoción y mi sorpresa al haber logrado lo que llevaba casi un mes tratando de lograr, cosa que había ocurrido en el momento más inoportuno.

—Tengo magia de fuego —repetí, mirando de Seb a mis manos.

Como un experimento, llevé mis dedos a la esfera de los elementos una vez más, pensando en todo lo que significaba fuego para mí y, para mi sorpresa, no tardó en aparecer un nuevo chispazo en el interior cristalino que se removió como un espiral y desapareció cuando mis yemas dejaron de tocar la superficie.

—Y puedes llamar a tu magia con ayuda de la esfera —añadió, dejando de lado su trabajo para acercarse a mí, analizando primero la esfera y luego mis dedos—. No creo que puedas hacerla salir sin ayuda aún, pero es suficiente para que Alexander te permita quedarte al menos un bimestre más, Nethy. Bueno, si aún quieres hacerlo —se corrigió, mirándome expectante.

—Yo...quiero hacerlo —reconocí, desviando la vista—. Quiero ayudar y quiero entender. He vivido con ustedes por un tiempo y no puedo aceptar la idea de que quienes me salvaron, permitan que gente como Dante haga esas cosas tan horribles sin inmutarse. No tiene sentido...

Sebastian dejó salir un suspiro, como si necesitara fuerzas para decirme lo que pensaba.

—Lilineth, no es que permitamos que se hagan cosas malas sin más. No es que no nos inmutemos. Te puedo garantizar que todos aquí cargamos con el peso de lo que hemos tenido que hacer durante la guerra porque no todo se ha tratado de ayudar. Hemos tenido que pelear y que tomar decisiones difíciles. Intentamos hacer lo que creemos correcto para seguir sobreviviendo y para terminar de una vez por todas con la guerra. Nadie quiere seguir viviendo en ella ni un solo día más, mirando como todo lo que tus padres conocían se reduce a cenizas —explicó en voz baja, como si estuviese compartiendo conmigo sus más profundos secretos.

Tal vez así era y no encontré palabras para contradecirlo.

—Muchos de los que estamos aquí, lo estamos porque no tenemos otro sitio y eso es porque la guerra nos dejó sin él. Tú eres una de nosotros y aunque no voy a pedirte que no juzgues nuestras acciones o decisiones, sí te voy a pedir que al menos trates de comprenderlas, porque te apuesto a que ni siquiera Dante es inmune a las consecuencias de lo que su puesto en el ejército exige. Tal vez si nos das una oportunidad y formas parte de él algún día, puedas ver las cosas del modo en el que lo hacemos o quizás no, pero al menos puedas no pensar de nosotros como lo piensas en este momento —añadió, poniendo una mano en mi hombro antes de volver a su mesa de trabajo a continuar con las fórmulas.

Repentinamente tenía mucho en qué pensar, así que me senté frente a mi mesa, mirando la esfera de los elementos mientras decenas de ideas contrarias pasaban por mi cabeza. Estaba segura de que lo que hacían seguía estando mal, pero también me sentía bastante segura de que ninguno de ellos eran malas personas en el fondo. No tenía idea de lo que conllevaba la guerra o las misiones que ellos hacían. Jamás había visto una batalla y no recordaba cómo eran las cosas antes de la guerra. Ni siquiera sabía lo que se había perdido en las manos de los magos y brujas de Hakém como para saber si ellos merecían mi duro juicio o no.

—Lo siento, Seb —dije luego de un rato, sintiendo que debía disculparme.

—No lo hagas, yo debería hacerlo por no poder darte una respuesta diferente. Sé lo difícil que es comprender algo que no recuerdas del todo. Sé que es conocido que la guerra y las batallas cambian a la gente, pero hemos hecho nuestro mayor esfuerzo por aferrarnos a nuestra humanidad, esperando hacer lo mejor posible por todos. No hacemos nada de esto solo porque queramos ser asesinos —respondió, tratando de sonreírme, aunque podía ver la tristeza en sus ojos, que me hizo saber tanto que estaba siendo honesto, como que él mismo lamentaba que las cosas fuesen como lo eran para él y las personas en la armada.

—No... yo nunca dije que fueran solo eso, yo... solamente pienso que no es correcto deshacerse de tantas personas que estarán indefensas...

—No están indefensas. Ellos tienen magia, demasiado devastadora como para que cualquiera de los soldados pudiese lidiar con ella, Nethy. ¿Cómo le ganaría cualquiera de los que conoces a cinco brujas o magos con solo una espada o un arco? Sería una masacre. A veces debemos tomar medidas no del todo honorables para equilibrar las cosas. Es algo que aprenderás cuando empieces a entrenar tu magia —aseguró.

—¿Entrenar mi magia? —dije, tomada por sorpresa.

—Encontraste tu elemento; si estas dispuesta a darnos una oportunidad, el siguiente paso es aprender a usar tu magia como cualquier mago o bruja.

—Es... creo que no había conseguido asimilarlo del todo —admití, permitiendo que por un momento la felicidad de haber descubierto mi elemento y tener la oportunidad de seguir al lado de las personas que comenzaba a considerar mi familia nublara todo lo demás.

—Sí, creo que no fue el mejor momento —asintió, comprensivo.

Dejé salir un suspiro. Una parte de mí seguía sin entenderlo, pero la otra sabía más que de sobra quiénes eran estas personas con las que había estado viviendo. No eran malas y no permitirían que se cometieran injusticias contra personas inocentes. Además, aprender magia y ganarme un lugar en el ejército eran los pasos necesarios para poder conocer realmente lo que era la guerra, saber lo que estaba pasando allá afuera y responder a todas las preguntas que tenía que no me permitían comprender si lo que hacían era justo o no. Necesitaba aprender demasiado de ese lugar que todavía se sentía ajeno a mí.

—Pero también fue el momento adecuado, así puedo quedarme otro bimestre para aprender a usarla —dije finalmente.

Sebastian me regaló una sonrisa agradecida que sentí que no merecía, pero me las arreglé para regresársela. Iba a entenderlos y entonces dejaría de sentir que lo que hacían estaba mal.

—Aunque primero debes aprender a hacer una fórmula de fuerza, ¿no? —ofreció, señalando su mesa de trabajo con un gesto, invitándome a ir.

—¿Estás seguro? —pregunté, tan sorprendida como entusiasmada.

—Claro que sí, dijiste que la habías memorizado y me vendría bien la ayuda para que ambos podamos cumplir con el trato de dormir hoy.

Eso hizo que la sonrisa que había aparecido en mi rostro se borrara de golpe, porque había cumplido también con la amenaza de pedirle a Inanna su intervención y ella no tardaría mucho tiempo en llegar.

—Sobre eso... —comencé, pero bastó una mirada entre nosotros para que supiera lo que iba a decirle.

—¿A qué hora vendrá por mí? —quiso saber, aunque en lugar de molesto, parecía haber recuperado una chispa de esperanza, cosa que me hizo comenzar a sospechar que Inanna era la única capaz de rescatarlo de los trabajos que Slifera le asignaba.

—Quizás en una hora —admití, menos culpable.

Sebastian rio entre dientes antes de asentir.

—Tiempo suficiente para que te enseñe a preparar la fórmula y podamos ir todos a dormir un poco —aceptó, urgiéndome a ir, algo que hice de inmediato, sonriendo y sintiéndome mucho mejor que al entrar a la Torre.

Había subido un escalón más en mi camino para convertirme en bruja y la vista desde ahí era decenas de veces mejor.

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