Detrás De Cámaras ©

By EternalMls

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(+18) El regreso de Bastian Derking a la ciudad de San Diego, luego de unos extensos quince años, descolocó a... More

Nota importante
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By EternalMls


Sosteniendo mi teléfono celular, deslizo mis pies por mi cuarto hasta desgastar las suelas de mis zapatos. Lo había dudado en todo el transcurso de la mañana, y por la tarde aún no me había decidido en golpear su puerta, darle la bienvenida una vez más a Bastian, pero con formalidad y amabilidad, y en medio de la conversación, tener la oportunidad de consultarle si podía ayudarme con mi proyecto en mente.

No fue fácil aceptar en silencio la propuesta de Bart. Fueron horas insistentes en las que me situé frente al ordenador e investigue diferentes circunstancias que antes solían interesarme y que no involucraban actores para adultos y poses fingidas mientras se realizaba el acto coital. Sin embargo, ya no podía pensar en otra posibilidad que no sea esa.

Me hallaba en un dilema moral donde me encantaba expresar los tabúes ante la sociedad, y el terror a ser martirizada por exponer un drama que está oculto me hacia dar reversa incontables veces. El profesor Han había puntualizado sus palabras: ¨ Recuerden que, mientras haya una conexión con su carrera, pueden filmar e investigar lo que a ustedes les apetezca.¨ ¨ Todo es válido.¨

No solo investigaría las poses extraordinarias que realizan los actores arriba de sofás aterciopelados, sino la otra cara que nadie logra ver procurando mi propia seguridad e intentando ser guiada por personas que me enseñen las profundidades sin ser castigadas por ello. O en este caso, Bastian.

Pero para eso, quería y necesitaba volver a crear un vínculo con él.

En los días posteriores a su llegada me resultó extraño no distinguirlo con frecuencia en las afueras de su casa, siendo un milagro para mi nerviosismo luego de ver su video y haciéndome dudar sobre su presencia en dicha casa. No obstante, oía su voz por las noches saludando a mi padre cada vez que sacaba la basura de la casa, manifestándose.

Ahora, aferraba con fuerza el artefacto en mis manos, buscando una excusa creíble para verlo una vez más sin que nuestro encuentro resultara extraño para ambos. Pero no sabía cómo hacerlo, y cada vez que su nombre se posicionaba en mi memoria mis vellos se erizaban a voluntad propia.

– ¡Hija! – llama mi padre desde la plata baja, llenando todo el espacio cerrado de mi habitación.

Diviso la puerta abierta de mi cuarto, agradecida de que su voz me hubiera sacado de los pensamientos que me atormentaban.

– ¿Si? – elevo el tono, procurando que me oyera.

– ¿Puedes estar atenta a la puerta de entrada?

Fruncí el entrecejo, sin embargo, me aproximé al umbral de mi habitación, examinando con curiosidad la cumbre de las escaleras que concluían en la sala principal.

– ¿Tendremos visitas? – consulté.

–Sí, pero debo ir al...

A los segundos, unos golpeteos sobre la madera de la puerta de entrada inundaron mis oídos.

–Ese muchacho es puntual – murmuró mi padre, amortiguando sus pasos por la sala –. Deva, yo atiendo.

Anuncia elevando su voz grave hasta envolver el primer piso de la casa. Cuando mis pies rozan el corredor, oyendo sus pasos amortiguados crujir sobre la madera hueca, parpadeé.

¿Había dicho "ese muchacho"? ¿Acaso mi hermano vino de visitas?

Con una gran sonrisa en mi rostro, la emoción recorriéndome las venas al manifestar que lo había extrañado en todas estas semanas donde solo se había dedicado a su esposa y su trabajo, hago rechinar el suelo de madera bajo mis pies. Bajo las escaleras con rapidez, llegando solo a la mitad para obtener una buena vista desde mi paradero, y cuando mi padre abre la entrada, la resplandeciente sonrisa que atesoraba en mis labios se desploma a mis pies.

Su mano, previamente apoyada en el umbral de la entrada, se desliza delimitando la postura de mi padre desde el porche. Su cabello revuelto reposaba sobre su semblante endurecido y expectante por su presencia, encendiéndose un pequeño brillo en el avellana que recubría sus ojos de cazador al vislumbrar el interior de mi casa, sobrepasando la altura de quien lo había recibido. Bastian lucía una playera blanca que cubría su torso delineado y un jogging gris que cubría sus piernas definidas, ocultando sus grandes atributos tras una fina tela de algodón.

Tornó a divisar tras mi padre, echando un vistazo rápido al pie de las escaleras y al observar como sus ojos comenzaban a recorrer cada peldaño, di retroceso sin importar que mis pies colisionaran entre si y me hicieran caer al suelo.

Mi corazón latía desbocado y nuevamente la idea de hablar con Bastian sobre lo que hacía ante las cámaras me sobrecogió. No quería verlo, no cuando sabía que me paralizaría ante sus ojos y no conseguiría modular con normalidad. Tenía que hallar un modo de calmar mis emociones antes de vernos frente a frente.

Asimismo, volvía a dudar sobre la temática que abordaría mi tesis y si era una buena idea ejecutarla. No quería molestarlo, tampoco quería que creyera que era una simple interesada, no obstante, el proyecto retumbaba en mi mente ansiando ser realizado.

–Hola, muchacho – saluda mi padre.

No lograba verlos, pero podía oír cada uno de sus movimientos.

–Señor Connor – saludó Bastian y ambos estrecharon sus manos.

–Ya basta de llamarme por mi apellido. Solo dime Jev – pidió con amabilidad y la risa de Bastian inundó mis tímpanos.

Su sonrisa era inaudita, una sinfonía atractiva que me hacía estremecer sin siquiera tener su cercanía.

–Bien, Jev – nombró entre risas.

–Ven, entra.

Sus zapatillas rechinaron en la entrada, introduciéndose con lentitud al interior. El silencio perduró hasta que mi padre cerró la entrada y al palmear su hombro, volvió a llenar el vacío con su voz.

– Deva – llamó y me paralicé –. Baja, tenemos visitas.

Aclamó mi presencia, pero mis cuerdas vocales se entumecieron en mi garganta. Pretendía darle la bienvenida a Bastian y generar una conversación normal con él, pero no pretendía que mis nervios me jugaran en contra. Me quedé callada por unos extensos segundos, esperando a que mi padre se rindiera a su primer llamado. En cambio, volvió a llamarme:

– ¿Deva? – Preguntó – ¿Estás estudiando?

Esperó mi respuesta en silencio y al no oírla, suspiró.

– Esta chica seguro está haciendo sus deberes – una vez más, oí una palmada en su hombro.

– No te preocupes, Jev. La saludaré después – aseguró con voz espesa.

– Es una chica muy ocupada, ¿sabes? – comentó mi padre y sus pasos se oyeron movilizándose por la sala –. Seguro está estudiando. Ven, acompáñame y te enseñaré el árbol que derribó la tormenta.

Sus pasos livianos lo desplazaron con facilidad por la sala hasta desaparecer de mi radar, sin embargo, Bastian insertó sus pies a solo centímetros de las escaleras. Ladeé mi cabeza, aferrándome en mutismo de la barandilla de madera y al vislumbrar por la estrecha rendija, lo encuentro examinando el camino recto que debía seguir.

Con su postura erguida, sosteniendo unas herramientas de taller entre sus dedos y una sonrisa lobuna plasmada en sus labios, su contextura física se meneó de su sitio, avanzando un solo paso.

– Claro... – musitó entre risas.

Encaminó al jardín trasero, dejando un rastro de silencio tras su partida. Desciendo, procurando que mis oídos no me hayan jugado una mala pasada y hayan atendido los sonidos exactos, y escruto la sala solitaria. Cuando me aproximo a la cocina, tras los cristales relucientes que exhibían el exterior, mi padre le enseñaba el árbol colosal que se había derribado a causa de la gran tormenta que destrozó parte de la ciudad hace un par de semanas atrás, y al parecer, le había pedido ayuda a Bastian para desmenuzar el tronco.

Rebuscando en mis recuerdos, no invocaba el escenario exacto en el que mi padre me había pedido su ayuda. No era lo suficiente fuerte para cargar con grandes trozos de madera, pero era hábil para realizar esos trabajos y ayudar con lo que pudiera. Si tan solo me lo hubiera pedido a mí y no a Bastian, en este instante no debería preocuparme por sentir como la ansiedad comenzaba a carcomer el centro de mi pecho por su presencia. Él estaría aquí por un largo tiempo y, quizás, sea la oportunidad perfecta, o la oportunidad fallida, de hablarle.


Los minutos transcurrían, las manecillas de reloj tronaban en mis tímpanos y mi estomago se estrujaba a causa del hambre. Me exigía bajar al gran comedor y buscar un alimento para saciar su apetito, pero no quería hacerlo. Ir a la cocina implicaba hallarlo empapado en sudor, con la playera fusionada a su torso trabajado y verlo realizar trabajos forzosos que me harían contemplar cómo sus músculos se meneaban como una dulce caricia visual.

También, si lo hallaba ante mis ojos, no sabía cómo podría reaccionar. Debía enfrentar las consecuencias a mis propios actos, pero antes buscaría comida. El hambre comenzaba a despejar mis pensamientos primarios y colocarse como prioridad sin importarme lo que había estado cavilando durante la madrugada y la tarde entera.

Caminé a la cocina, observando tras las cortinas perladas de las ventanas como mi padre remolcaba una parte del gran árbol y desprendía polvo tras sus zapatos en dirección al bosque tras nuestra casa, y con celeridad abrí la nevera. Necesitaba aprovechar los minutos antes de que ambos aparecieran por la puerta y me sorprendieran.

El pastel de limón que había cocinado ayer estaba en perfecto estado, relucía bajo la pequeña luz artificial del interior y mi estomago rugió con ferocidad exclamando devorar un trozo de la exquisitez que se hallaba ante mis ojos. Con ambas manos lo extraigo, expulsando todo el aire que retenían mis pulmones y sintiendo como el molde decorado danzaba sobre mis palmas por la sudoración a causa de mi nerviosismo.

Con mi codo empujo la puerta, centrada en el aroma dulce de la crema y sin prevenirlo, colisiono contra un objeto estático. Mis ojos se expanden ante la sorpresa, conociendo las dimensiones exactas y sabiendo a la perfección que ningún artefacto o mueble se encontraba en mi recorrido. Sin embargo, al empinar la mirada, sus ojos pardos me observaban desde su inminente altura.

Me paralicé, sintiendo como mis dedos comenzaban a debilitarse y mis piernas se volvían de gelatina. Sus hebras cenizas se adherían a su semblante, desprendiendo pequeñas gotas que le recorrían tras sus mejillas sonrojadas por la fuerza ejercida en el exterior de la casa. Sus ojos se clavaban en mi mirada, percibiendo como bajo mi piel el calor me recorría las venas y teñía mis pómulos ante su presencia repentina.

Me encontraba tan centrada en cómo sus pupilas se dilataban al recorrer con calma cada pequeño rasgo acalorado de mi rostro y la forma en la que sus labios rosáceos se expandían formando una sonrisa juguetona, que me vi obligada a relamer mis labios secos.

– Bastian – logré modular, centrada en su mirada furtiva.

Un pequeño hoyuelo se hizo presente ante mis ojos, suavizando su mirada sagaz.

– ¿Tienes hambre? – me consultó repentino e irónico curvando una ceja.

Su pregunta causó un desequilibrio en mi postura, y tragué grueso.

– Si – respondí incisiva e intenté que mis mejillas no enseñaran mis más profundos nervios.

– ¿Comerás de mi playera o de la tuya? – indagó, y fruncí el entrecejo con confusión.

– ¿De qué hablas? – modulé con dificultad.

– Tu pastel.

Un sentimiento frio invadió sectores específicos en mi torso y al declinar la mirada, la crema decorativa y perfectamente ubicada se había dispersado. Gran parte de la decoración yacía sobre su playera blanca, embarrando su cuerpo acalorado con el dulce blanquecino combinando con el color de su ropa y humedeciéndolo, dejando a la vista parte de su contextura física. Rastros de crema combinado con la pasta acida del limón realzaban mi playera oscura, formando una franja decorativa y pastosa que emanaba un delicioso aroma que ansiaba degustar.

Maldije entre dientes, depositando los restos del pastel sobre la corta isla de la cocina y con desespero, volví a examinar su cuerpo. La crema se derretía por el calor ambiental, impregnándose en la tela fina y polvorienta a causa de su trabajo forzoso, y fruncí mis labios.

– Lo lamento mucho – me disculpé barriendo mi vista de sus ojos a su playera manchada.

– Si sabía que esa es tu forma de saludar a una persona que no vez hace mucho tiempo, me hubiera movido de lugar – bromeó, examinando con prudencia, e intentado que sus dedos no se embarren, su ropa.

– En mi defensa, no sabía que estabas atrás mío – justifiqué realizando su mismo actuar.

– ¿Por qué si lo sabías ese pastel iba directo a mi rostro? – comentó jocoso, divisándome con curiosidad.

Suspiré, más por la culpa de haber echado a perder el pastel que tanto me había costado hacer que por haber ensuciado su ropa.

– Lo siento, ¿sí? – retomé, echándole un vistazo rápido al pastel desecho –. Además, ¿Cómo iba a saber que estabas atrás de la nevera si no has hecho un solo ruido – justifico con el ceño fruncido.

– Que tú seas sorda no es mi problema – sus ojos se clavaron en la opacidad de los míos que se perdían con la dilatación de mis pupilas.

– ¿Sorda? – solté una risa breve y repleta de apatía –. Estuve atenta a todos los sonidos y no escuché que hayas entrado por esa puerta.

Señalé la entrada del jardín trasero, creyendo que Bastian seguiría el recorrido de mi dedo índice. Sin embargo, esbozó una sonrisa presumida.

– ¿Acaso estabas esperando oírme entrar para correr a tu habitación?

Indagó expectante, centrado en mis facciones acaloradas y nerviosas al presenciar como su cuerpo monumental se exponía ante mis retinas sin pudor. Sobre sus labios se delineó una sonrisa divertida y de alarde al revelar mis más profundos reconcomios.

Tragué grueso, deduciendo que había caído ante su jugada.

– Nunca dije eso.

– Lo diste a entender – aclaró con una sonrisa –. O, más bien, lo demostraste.

Sus manos rozaron el borde de su playera, despegando el azúcar impregnando en la tela traslucida, y rodeó la isla.

– ¿Lo demostré? – repetí.

– Te vi en las escaleras cuando llegué y desapareciste – anunció, y me paralicé. Maldije por mis adentros, sabiendo que, en cierto modo, había sido muy tarde para huir ante su llegada repentina –. ¿Acaso te doy miedo?

Sus pies marcharon en reversa por la cocina en dirección al umbral de la puerta, sumamente expectante ante mis reacciones inéditas.

– Claro que no...– reí con nerviosismo.

– ¿O te da vergüenza verme a la cara después de que me viste desnudo desde tu ventana?

Mierda. No puede ser verdad.

Había jurado que él no me había visto en los cortos minutos que había posado mis ojos en su contextura física mojada desde la corta lejanía que nos aislaba. Procuré en todo aquel instante ocultarme en las sombras de mi habitación, sin embargo, algo había fallado en mi espionaje.

Recordaba el espejo donde se había posado, y deducía que desde el reflejo podía vislumbrar el exterior y a mí en todo su esplendor. Mis mejillas me quemaron la piel, sin importar embarrar mis dedos en la crema que recubría mi ropa.

No podía si siquiera negar sus palabras, no tenía el valor para asumir mis errores y mis cuerdas vocales no emitían sonidos audibles para empotrarse en sus oídos. Ante mi mutismo, Bastian delineó una sonrisa aún más placentera, como si el haberlo visto en carne propia no le preocupase en absoluto y sus palabras solo habían sido entonadas por pura malicia.

– ¿El baño? – preguntó, haciéndome tornar a la realidad.

– ¿Qué?

– Te estoy preguntando dónde está el baño.

Se posicionó bajo el umbral, observando mi cuerpo de pies a cabeza, poniéndome aún más nerviosa.

– Arriba – señalo las escaleras.

– Muéstramelo – ordena y relamo mis labios.

– Creo que ya lo conoces – rememoré –. Cuando eras pequeño le pedias a mi padre ir al baño.

– Se me olvidó – pugna –. Creo que guiarme es lo menos que puedes hacer por mí.

– ¿Lo que menos puedo hacer por ti? – indago sarcástica.

– Bueno, si quieres que le diga a tu padre que estás viendo hombres desnudos desde tu ventana...

Su sonrisa astuta se expande por su semblante y la alarma me recorre el sistema nervioso, ocasionando que mis piernas se pusieran en movimiento.

– ¡Bien! – acepto a regañadientes, encaminando hacia su paradero y sorteo su cuerpo.

Escuché entonar su risa espesa tras mi dorso, colocándome los vellos en punta al saber que seguía mis pasos por la casa y sintiéndome pequeña ante su inminente presencia. Al llegar, abro la puerta del baño y señalo su interior.

– Aquí esta – punteo.

Bastian examina su interior de reojo y frunce sus labios ocultando una sonrisa.

– Sigue igual a la última vez que lo vi.

– Entonces lo recuerdas – regaño.

– Ya te lo dije, Deva. Recuerdo muchas cosas – sonríe y al atravesar el umbral de la puerta, voltea –. Entra.

Mandó, y me detengo en seco.

– ¿Qué entre al baño contigo? – consulto pasmada.

– Si – asiente.

– ¿Por qué?

– ¿No debes limpiarte la crema que tienes en tu playera?

Curvó una ceja, sondeando la línea blanca que se situaba en mi abdomen. Declino la mirada, corroborando como la crema se había adherido a la tela dura, sabiendo que más que limpiarme, debería cambiare de atuendo. Sin embargo, mis pies siguieron sus órdenes estrictas hasta introducirme en el interior del lavado, sorteando su cuerpo y posicionándome ante el pequeño espejo que reflejaba mis mejillas aun acaloradas.

Bastian cerró la puerta tras su dorso y mi cuerpo comenzó a hiperventilar. Sus pasos amortiguados se oyeron a mi lado, posicionando su contextura física a solo centímetros de rozar mi espacio personal y procurando centrar mis ojos en mi vestimenta, los desvié a su cuerpo.

Él centraba su mirada en la pegajosidad de su abdomen, examinando como se fusionaba la tela recubierta por el azúcar decorando su tez, y con cuidado deslizó la ropa por su piel, ostentando su torso moldeado ante mis ojos.

– ¿Quieres una foto? – consultó al notar cómo me centraba en su figura hercúlea tras mi dorso y reflejándose por el espejo.

Desclavo mi atención de su torso llamativo, limitándome a observar mi playera pegajosa, procurando abrir la llave del grifo para empapar la crema sin quitármela y enseñarle las curvas de mi cintura. Si lo hacía, me podría aún más nerviosa de lo que ya estaba.

– Tomar fotografías no es mi especialidad – froto la tela, y percibo su cercanía.

Sus ojos me divisaron por unos segundos eternos, centrándose en como mis hebras sin pigmento delineaban el contorno de mis facciones y se perdían en mi cabello oscuro. Se arrimó, ansiando copiar mi actuar y enjabonar su torso desnudo.

– ¿Y por qué te vi con una cámara de fotos el otro día? – indagó curioso, percibiendo como su calor corporal envolvía mi cuerpo.

– No es una cámara para fotografías. Es para filmaciones – explico, intentando que los nervios no me jugaran en contra.

– ¿Filmas? – sus dedos se quedaron estáticos bajo el agua temblada que empapaba su playera.

– Estoy estudiando para ser Camarógrafa Cinematográfica y en unos meses voy a graduarme.

Izó su rostro, desclavando su atención del aroma exquisito que desprendía el azúcar de su cuerpo, y abrió sus ojos con sorpresa.

– ¿Te vas a graduar de la universidad con veintidós años y de una carrera tan buena? – arruga sus labios con asombro –. Es genial.

Fruncí el entrecejo al no detectar sarcasmo en sus palabras. Me había acostumbrado tanto a que, cualquier persona que se ponía al corriente sobre mis estudios, no se tomara en serio mis gustos personales y consultaran en que programa de televisión me gustaría ingresar. No despreciaba los grandes esfuerzos que mis futuros colegas volcaban todos los días filmando desde el noticiero matutino hasta los programas nocturnos. Sin embargo, aspiraba a grandes proyectos.

– ¿Tú crees? – averigüé.

– Claro que sí. Estar detrás de una cámara no es nada fácil – comentó friccionando la tela –. Implica mucho esfuerzo, buscar el ángulo exacto y quedarse inmóviles a pesar de que su cuerpo se está adormeciendo, y ni hablar del riesgo que corren.

– ¿Y cómo sabes eso?

Indagué, sabiendo perfectamente a donde quería llegar. Quizás él me había hostigado, pero ahora era mi momento de culminar con lo que había estado cavilando por un largo tiempo. Él me había dado el pie para consultar sobre lo que suponía que sabia con perfección gracias a sus incontables grabaciones. Sin embargo, cuando sus dedos se petrifican al oír mi consulta y su mente se disipa buscando una respuesta cuerda a mi consulta curiosa, me sonríe de lado.

– No es difícil suponerlo – respondió tajante, blandiendo una cerca que me impedía escavar en su presente.

Lamí mis labios con nerviosismo.

– Las prácticas son difíciles – seguí –. Pero, ahora tengo que grabar una película para mi tesis.

– ¿Y qué quieres grabar? – indagó entrometido.

Abrí la boca, intentando que una respuesta que conectara ambos asuntos se fusionara.

– Me gustaría grabar algo diferente al resto de mis compañeros – informo sincera, con una leves pizca de nerviosismo al percibir sus ojos sobre mi coronilla –. No lo sé, algo que solo yo pudiera documentar.

– ¿Y que puede ser? – curioseó.

– Lo estoy pensando – dije.

– Entonces ya lo sabes – asentí –. ¿Cuál es tu tema de interés?

– No creo que sea bueno decirlo ahora – evadí –. Quizás luego.

Comenzaba a arrepentirme con cada una de nuestras palabras intercambiadas.

– Dime – insistió.

– No creo que...

– Vamos.

Mis labios se secaron y sentí una punzada en mi pecho que exigía reclamar mis ideas encapsuladas. Dudé en expresar mis propios intereses. No sabía si era correcto explicarle lo que realmente ansiaba explorar de él, de su mundo y todo lo que conllevaba para exponerlo ante los profesores, los directivos y generadores de arte moderno para mi propio beneficio.

– Tú – revelé con la voz entrecortada, deteniendo la fricción en la tela de mi playera empapada, y divisé su rostro absorto a través del espejo.

– ¿Yo? – Se echó a reír – ¿Estas tan interesada en mí?

– En lo que haces.

Sus ojos de cazador oscurecieron mi entorno, causándome una ligera descarga en mi espina dorsal. Me observaba atento, intentando hallar mis más profundos reconcomios y llegar a conocer mis crudas intenciones. Algo en su interior vibraba y le exteriorizaba que yo ya conocía todo su mundo.

Los nervios comenzaban a jugarme una mala pasada, tiñendo mis mejillas de un rojo intenso por el calor dentro del baño y mi dedos, luego de soltar la tela y empapar mi abdomen se aferraron al mármol del lavado. No obstante, intenté controlarlo.

– ¿En lo que hago?

Las yemas de sus dedos se resbalan de su playera hasta palpar el ambiente rígido que nos envolvía, removiendo su cuerpo hasta manifestarlo ante mis retinas. Con un movimiento paulatino se deshizo de la playera empapada que combinaba con el brillo de sus hebras doradas, dejándolo caer sobre el lavado de mármol, y revelándome como su contextura física se acrecentaba a cada inhalación. La tenebrosidad que emanaban sus ojos petrificaba mi cuerpo haciéndome voltear e incrustaban mis zapatos sobre la cerámica reluciente de la pequeña habitación percatándome de que, más allá de que ambos sabíamos a lo que se estaba refiriendo, me demostraba que no le gustaba para nada escarbar en el asunto.

– Bastian... – intenté modular, pero sus palabras atenuaron mi explicación.

– Lo que dijiste me pareció muy ofensivo – entonó glaciar.

Mis labios se resecaron, intentando hallar el modo de revertir mis palabras. En cambio, me paralicé. No sabia cómo enmendar el error al encontrarme inducida en un nerviosismo que controlaba mis extremidades, y mucho más no sabía cómo proseguir sin ofender sus sentimientos.

Muerdo el interior de mi labio inferior, intentando formular una respuesta concreta.

– No quise...

– Si quisiste – me detuvo.

– No, realmente no quise decirlo de ese modo – negué con ambas manos –. Tu eres un...

Las palabras me desgarraron la garganta, impidiendo que pudiera formular la frase completa.

Bastian me escrutó desde su posición, irguiendo su espalda y haciendo danzar su nuez de Adán.

– ¿Qué yo soy qué? – indaga con inclemencia, desafiándome a que terminara la oración.

Trago grueso friccionando mis dientes y al ver que no había escapatoria, digo:

– Un actor porn*.

Mis mejillas arden al mencionar su trabajo en voz alta, rememorando el único video que había visualizado y sintiendo como el peso de la culpa al divisarlo recaía sobre mi cuerpo.

Sin embargo, al notar un atisbo de sonrisa sarcástica sobre sus labios rosáceos, me sorprendí.

– Ahora entiendo porque no querías verme y te ocultabas de mí – acepta punzante – ¿Qué? ¿Acaso me estabas viendo desnudo la otra noche para grabar mis mejores ángulos?

– No, no es lo que crees.

– Entonces, ¿Qué opinas de lo que hago?

Inquiere retador, con una voz tan inexorable que cala mi sangre, y su contextura física se remueve con intención de aproximarse a mi paradero. Mientras sus pies se embutían en la cerámica, incrustaba mi dorso en el filo del mármol que comenzaba a lesionarme la piel. Su presencia me ponía nerviosa, mucho más que lo que imaginaba en mi mente, y sin predecirlo, su cuerpo ocupó mi espacio personal.

Elevé mi rostro, hallándome con la insensibilidad de sus ojos avellana discerniéndome desde su considerable altura. Mi cuerpo a su lado era pequeño, una minúscula partícula en una gran masa que me devoraba con tan solo su presencia.

– No sabía que debía opinar al respecto – vocalicé con dificultad.

– Ver a quien jugaba contigo de pequeño coger con mujeres frente a una cámara debe haberte parecido interesante para tu tesis, ¿no? – en sus ojos destellaban las inmensas ganas de jugar conmigo y de saciar la rabia que mis palabras habían generado en su interior.

– No vi tus videos – mentí con descaro, intentando controlar mi corazón desbocado.

– Estoy seguro que ese chico que apareció contigo cuando me mudé a mi antigua casa te habrá exigido verlos – dedujo, y estrujé mis manos sobre el mármol –. Me veía como si todas mis películas pasaran por sus ojos.

Su voz espesa se deslizaba por mis oídos y su gravedad me causaba un ligero escalofrió en la punta de mis pies. Él había notado que Bart lo conocía, pero yo no me percaté de eso hasta que él mismo me lo confesó.

– Si, me pidió que los viera, pero no lo hice – falsifico.

– Ah, ¿de verdad?

– Si – tirito.

Sus dedos recorrieron mis nudillos, apoyándose sobre mis manos rígidas y aproximando su torso hasta rozar mi pecho sobresaltado. Arqueó su postura para que su estatura rozara mi coronilla y al percibir su aliento cálido en el lóbulo de mi oreja, mi cuerpo vibró.

– ¿Entonces por qué estas tan nerviosa?

Sus palabras resonaron en mi cráneo, generando un eco en el hueso que recubría mi cerebro e inmovilizando mis extremidades. El espesor de sus cuerdas vocales, al igual que la lujuria y la malicia que desprendía de su interior, me envolvían en su propio hechizo. Sin embargo, me obligaba a contenerme.

– Porque estás muy cerca – confieso.

– ¿O porque sabes que todo lo que hago, también te lo puedo hacer a ti?

Percibí sus dedos recorrer la piel erizada de mis piernas con suavidad, alterando cada una de mis inclinaciones y procurando que no pensara en mis respuestas.

– No sé lo que haces exactamente – retomo.

– Acéptalo, Deva. Sé que me viste hacerlo y por eso estás tan interesada en filmarme – las yemas de sus dedos envolvieron mi extremidad, atrayéndome con fuerza y percibiendo el calor de sus tórridas manos fusionarse con mi piel.

Mis inhalaciones vertiginosas colisionaban contra su pectoral, apreciando la solidez de sus músculos moldeados, el aroma varonil de su cuerpo y la tranquilidad con la que sus palabras se expulsaban en susurros sobre mi oído enrojecido.

– Vi uno solo – acepto rendida, perdiendo los nervios por las caricias que rozaban el vértice de mi trasero y extraviada en el sonido de su voz.

– Lo sabia – rio irritable.

Se apartó con desgano, sintiendo como la decepción inundaba mis tímpanos y se derramaba por todos mis poros, cerrando y enfriando mi piel a su paso. Él intuía que, en este momento, lo veía como una persona que solo servía para satisfacer el placer ajeno, y me amonesté mentalmente por haberle hecho pensar que aquellas eran mis intenciones iníciales.

Sin dedicarme una sola mirada, aferró su playera húmeda y comenzó a escurrirla con frustración.

– Bastian – llamo con inquietud ante su reacción repentina.

– Si tú supieras la cantidad de veces que mujeres de tu edad o mucho más grandes, hasta hombres de todas las edades, me buscan únicamente por lo que hago, me llevaría todo un mes explicarlo.

Su voz resonaba colérica, repleta de frustración y con suma desilusión por mi interés repentino. Con sus palabras me demostró que no era la primera vez que una persona (que había visto sus videos) lo había buscado por esa razón en particular y con mi confesión, creyó que también era su espectadora que solo deseaba saciar sus propios intereses.

No me sorprendía que las personas que visualizaban sus películas, así como las que lo observaban las calles al pasar, suspiraran por su presencia. Bastian es el hombre más hermoso que mis ojos hayan visto en mucho tiempo, es el sueño de cualquier mujer disfrazado de un príncipe que podía cumplir sus fantasías en cualquier término. No obstante, él parecía estar cansado de ello.

– Realmente no lo sabía – menciono con pesar.

– Claro que no lo sabías.

La rigidez en sus palabras inclementes me ensordeció, percatándome de que al mencionar su trabajo, me introducía en un terreno donde no parecía agradarle del todo comentarlo con las personas más allegadas a él. Con su semblante endurecido, aferrando su playera acuosa y colocándola nuevamente sobre su cuerpo, se dispuso a emerger del interior del baño sin mencionar una palabra. Sin embargo, lo detuve.

– No sabía lo que hacías antes de conocerte y saberlo no cambiará ninguna opinión que tenga sobre ti – anuncie, logrando detener sus pies a medio surgir al corredor –. Cuando lo supe, creí que era una buena idea decírtelo para que me dieras el visto bueno y poder llevar a cabo mi proyecto.

– ¿Creíste? – preguntó observándome de soslayo.

– Si.

Mis ojos dilatados lo perciben bajo la luz artificial del lavado, examinando su rigidez y mi preocupación al desear no atormentar más su vida como la conocía, así como tampoco deseaba que me viera como una chica que únicamente lo necesitaba para sus propias satisfacciones personales sin que a él tampoco le apeteciera complacerlas.

– ¿Y por eso es que me quieres filmar desnudo? – indagó inflexible –. No hay nada que tus profesores o amiguitos de universidad no hayan visto antes de mí.

Dio unos pasos al exterior y lo detuve a medio camino.

– Espera, por favor. Déjame explicarte – la rigidez en sus brazos menguó al percibir mi aferre y su silencio me invitó a que prosiguiera –. No quiero filmarte desnudo.

– ¿Entonces? – indagó intrigado, rotando sobre sus zapatos.

Aclaré mi garganta cuando mis dedos percibieron sus venas sobresalientes.

– Tengo solo cuatro meses para hacer una tesis que valga la pena para poder graduarme – explico con cuidado –. Y quería que tú me ayudaras.

– ¿Con que quieres mi ayuda exactamente? – curvó una ceja y se cruzó de brazos.

– Debo filmar una película y puedo elegir la temática que yo quiera... – relamo mis labios al percibir su total atención –. Cuando supe sobre lo que haces, me interesé en saber un poco más sobre el cine para adultos...

– Espera – me detuvo, frunciendo el entrecejo y endureciendo sus facciones –. ¿Quieres ser actriz de una peli porn*?

– ¡Mierda, no! – niego al instante.

– ¿Entonces quieres filmar una peli porn* para tu tesis? – averigua.

– ¡Tampoco! Solo quiero filmar lo que hay detrás de las cámaras.

– ¿Cómo? – ladeó su cabeza –. Solo hay un set de filmación, un bufet de comida y el vestuario.

– No me refiero a eso. Quiero grabar todo lo que se oculta detrás de una película para adultos: los sentimientos de los actores, los lugares a donde recurren con normalidad, que deben hacer para introducirse a ese mundo y llegar a ser realmente conocidos. No lo sé, pero quiero filmar absolutamente todo. Quiero hacerte preguntas a ti, que me muestres todo lo que tengas que mostrarme para conocerte.

Sus facciones endurecidas se amortiguan, esclareciendo una pequeña luz en sus ojos oscuros indicándome que tras su equivocación al juzgarme por sus malos hábitos, la inocencia de mis palabras podía introducirme a la boca del lobo.

– No.

Negó rotundo y al voltearse lo observé absorta, intentando hallar el modo de que su ayuda pudiera concretarse.

– No es obligación que tu salgas en mi película – me atreví a decir –. Quizás, solo puedas enseñarme algunas cosas.

– Dije que no.

– Si tú no quieres aparecer puedes recomendarme algún compañero de tu trabajo, alguien que pueda ayudarme con mi proyecto.

– ¿No hay otra cosa que te guste? – Averiguó con severidad – ¿Tiene que ser justo esto?

– No es necesario, pero es lo que quiero.

Al oír entonar mis palabras, se detuvo en seco. Volteó, examinándome con los ojos encendidos en llamas.

– Deva, ¿tu entiendes lo que me estas pidiendo? – consultó con amenaza.

– Si, Bastian – entoné con lentitud, saboreando su nombre en mi paladar –. Me gustaría que las personas abran sus ojos a tu mundo y...

Sus pasos resonaron en la madera hasta tornar a su posición antigua, escrutándome desde su altura.

– No, una cosa es lo que te gustaría filmar y otra es saber en lo que te metes – sermoneó.

– ¿Qué tiene de malo? – me encogí, sintiéndome pequeña ante su cuerpo monumental.

– Quien está involucrado en ese mundo no quiere que más personas se involucren, porque cuando estas dentro no hay vuelta atrás. Y si estas dentro, es porque ya estás perdido – atestiguó con inclemencia.

– Pero, Bastian.

– No hay peros – riñó tajante.

– No voy a ser parte de un trío o algo por el estilo – extiendo mis manos a cada lado de mi torso, quejándome –. Solo voy a filmar, conocer a tus compañeros o lo que sea para sacarles información, y si estoy contigo no va a sucederme nada.

Una sonrisa irónica se posicionó en sus comisuras.

– ¿Y cómo sabes que yo no seré quien te entregué y te obligue a actuar en una película junto a mi?

– Porque tus ojos me dicen que puedo confiar en ti.

Su postura rígida se ablanda y expulsa todo el aire que comprimía sus pulmones. Lo dudaba, pensaba en los factores negativos que conllevaría estar a su lado en los sitios menos recurridos y navegar en aguas turbulentas a su lado con el único propósito de filmar todo escenario posible para que sea parte de mi gran creación.

Sus palabras me habían hecho dudar, creyendo que involucrarme dentro de su mundo no era nada sencillo y todo lo que ocultaba, por alguna razón, no salía a la luz, porque allí debía quedarse justo como estaba.

Bastian, al comprender que estaba más que lista para proceder con su ayuda, suspiró con pesadez.

– Tienes que entender que, si yo te enseño lo que se, solo lo filmaras y todas las preguntas que quieras hacer me las enseñaras antes de hacerlas – intimidó –. No solo hay sexo de por medio, también destrucción si escarbas mucho más profundo. No hay límites de lo que puedes encontrar en ese pozo sin fondo, hay tanta miseria que es asqueroso de solo pensarlo.

– Y por eso quiero grabarlo – insisto.

– No habrá nada bonito que te guste cuando conozcas mi mundo.

– ¿Y cuando te conozca a ti?

– Querrás huir.

Mi garganta se secó, y sus ojos ensombrecidos por la luz tenue que remarcaba su contorno examinaron mi cuerpo de pies a cabeza, intuyendo que me encontraba más que decidida para comenzar con el proyecto.

– Acepto el riesgo – solté decidida, y Bastian supo que no tenía más opciones viables.

Sus ojos destellaron por el desafío.

– Este juego tiene mucha dificultad, y dudo que puedas soportarlo.

– No me retes, porque puedo ganarte – suelto decidida.

– Si la única forma de que te des por vencida y que optes por otras opciones es desafiándote, entonces lo haré – se inclinó, sintiendo la calidez de su cuerpo emanando de su piel –. Te espero mañana por la tarde en mi casa, y quiero que te pongas la lencería más bonita que tengas.

Mi rostro satisfecho se tornó rojizo, dispersándose por toda la piel que recubría mis facciones y entumeciendo mis extremidades.

– ¿Lencería?

– Si – volteó, pero sus ojos me observaron de soslayo con perversidad –. Si es rojo y traslucido, mucho mejor.

– ¿Para qué quieres que me coloque la más bonita que tenga en mi armario?

– Tú eres la que quieres filmarme, y yo pongo las condiciones. ¿Acaso tienes miedo?

Tragué grueso, empapando la sequedad de mi garganta y descomprimiendo mis pulmones.

– No, claro que no – mascullo.

– Entonces te estaré esperando, zorrillo – Nombró el apodo que me había colocado cuando éramos pequeños, y mis mejillas se sonrojaron. Solo Bastian me había apodado de esa forma a causa de mi cabello y al oírlo de sus labios, los recuerdos inundaron mi mente.

El desafío en su voz era ineludible. Procuraba que al ponerme nerviosa cambiara de opinión y optara por otras salidas mucho más beneficiosas para ambos y más fáciles para mí. Sin embargo, cuando Batian divisó una sonrisa instaurándose en mis comisuras, sus ojos se apagaron.

– Si me esperas con juegos, espero que sepas divertirme.  


Hola, pipol. ¿Cómo están hoy?
Espero que el calorcito de estos nuevos capítulos puedan comenzar a introducirlos a esta nueva historia que se va a prender 🔥

Nomas disfruten del proceso 👀

Y muchos besitos 🫶🏻



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