Un Amor Inesperado [#3]

lovelyandberries

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Esta vez ella no piensa esconderse y espera que su declaración de amor sea suficiente para capturar finalment... Еще

PRÓXIMAMENTE
SINOPSIS
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
A MIS LECTORES
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI

CAPÍTULO I

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Capítulo dedicado a Fabitalu

Londres, 1839

Vivir en el campo tenía demasiados beneficios para Katherine Bennet, quien los disfrutaba al máximo desde los ocho años y uno de ellos era dormir hasta el mediodía ya que no habría nadie que quisiera visitar a sus padres o que quisieran acompañarlos en la hora de almuerzo.

Eso no ocurría en el campo y por eso le agradaba.

Pero tenía catorce años y su madre estaba dispuesta en educarla para ser una mujer capaz de ser la cabeza de una familia, por lo que, durante sus tardes debía asistir a todas las clases que su institutriz preparaba para ella. Esa tarde debía de ser capaz de memorizar los números hasta el cien, de lo contrario, no podría ir a su habitación hasta las diez de la noche. Y Dios sabía que ella no recordaba lo que seguía luego del cincuenta y nueve.

Pero esa mañana estaba destinada a ser distinta a todas las otras.

Para empezar, ya no se había despertado en su cómoda cama en el campo, más bien lo había hecho en la cama del alojamiento en mitad de su viaje a Londres. Ahora, uno se preguntaría por qué una joven de catorce años debía asistir a la ciudad, la respuesta era porque último de sus tres hermanos mayores celebraría una fiesta por su compromiso, por lo que, siendo su hermana, tenía que asistir a la reunión familiar que se daría en privado antes de iniciar la velada.

Es por lo que, al bajarse del carruaje, comenzó a sacudir su vestido de viaje y se acomodó los mechones de cabello tras la oreja, mientras que su madre era recibida por la servidumbre de la casa.

—Lady Bennet, espero que hayan tenido un viaje sin imprevistos —dijo el ama de llaves, quien observó unos segundos a la muchacha que estaba de pie observando a los lacayos llevarse el carruaje—. Hemos preparado todo como se ha ordenado.

—Eso es maravilloso, Linda —exclamó la mujer—. No podemos pasar nada por alto, no queremos que persuadan a su hija de que nuestro Charles no es una buena opción.

—Por supuesto, señora —concordó el ama de llaves mientras se apartaba del camino para que la baronesa ingresara a su hogar—. Además, he supervisado personalmente de que la habitación que ocupará la señorita Katherine sea limpiada con sumo cuidado.

La niña se mordió los labios para no reír por la histeria que realizaban siempre que ella arribaba en cualquier hogar de sus familiares. Comentarios como: "hemos limpiado cada mota de polvo para la señorita" o "hemos encargado las telas más finas para los vestidos de su hija". También ocurrió una vez que sus tías abuelas maternas adquirieron unas finas joyas que no serían dañinas para su salud. Nadie en la familia se tomaba tan en serio su salud como sus tías abuelas.

—Katherine, mantente a mi lado —dijo lady Charlotte mientras tomaba la mano de su hija. Luego, se dirigió nuevamente al ama de llaves—. Supongo que ya habrá doncellas en su habitación para ayudarla en su baño, hemos tenido un viaje extenuante y la pobrecita no ha podido lavarse adecuadamente.

—Todo listo, señora —aseguró la mujer—. En este momento iré para que suban a rellenar la tina.

—Perfecto, muchas gracias Linda.

Cuando las dejaron a solas, Katherine soltó un suspiro y le murmuró a su madre:

—Linda ha engordado desde la última vez que estuve en Londres.

—Eso es porque fue madre hace dos meses, Katherine.

—Espero que le esté yendo bien con su bebé, creo que no hay nada más lindo que tener hijos, ¿no lo cree madre? —murmuró Katherine mientras ingresaba en su habitación y se apresuraba en juntar las cortinas, mientras murmuraba—: Llega demasiada luz.

Su madre las volvió a abrir y le señaló el vestidor.

—Ya sé lo que tengo que hacer, madre —dijo dando brincos la jovencita—. Por cierto, ¿puedo usar el vestido azul?

—Pero eso es mucho azul para una niña —murmuró su madre mientras pasaba los dedos por los muebles de la habitación y asentía con la cabeza, orgullosa de que todo estuviese en orden—. No, creo que es mejor que lleves uno rosado.

—Pero odio el rosado chillón.

—No es cierto, cariño, lo amas y no es chillón —ignoró su comentario la baronesa mientras saludaba a las doncellas cuando ingresó al baño y le indicaba a una que fuera a ayudar a su hija—. Creo que serán mejor las esencias de jazmín.

—Pero Charlie dice que parezco cerdo.

—Tu hermano no sabe lo que dice, cariño —murmuró su madre, quien salía del baño sosteniendo dos esencias—. Katherine, ¿cuál esencia te había irritado la piel?

—El de jazmín —respondió la niña quien frunció el ceño cuando observó el frasquito en la mano izquierda de su madre, el de jazmín; y en la derecha, uno de lavanda, y decidió preguntar—: Mamá, ¿no has comprado uno de margaritas?

— ¿Debería?

—Bueno, mi institutriz utiliza esencias de margaritas y una vez le quité su frasco para olerlo mejor —murmuró la niña, mientras hurgaba en su maletín personal y sacaba una pequeña botellita—. Me regañó por hacer algo que no debía, pero se percató que nada malo me ocurrió y se alegró de que no me enfermara luego de que dejé caer todo el contenido en mis manos.

—¿Por qué nunca supe de ello? —murmuró su madre mientras tomaba el pequeño frasquito.

—Porque la hubieras despedido —comentó Katherine, saliendo del vestidor en una bata—. Le supliqué que no lo comentara, no quería que me consiguieras otra institutriz —se detuvo en la entrada del baño—. Mamá, ¿es necesario tener a todas las doncellas de la casa en mi baño?

—Por supuesto, dos de ellas serán las que te asignaré una vez tengas tu debut —señaló a dos jóvenes que apenas pasaban los veinticinco años, y luego a dos que parecían estar sobre los treinta—. Ellas son mis doncellas, pero no está demás que aprendan cómo debes ser cuidada, eres muy enfermiza cariño.

La muchacha con una leve sonrisa saludó a las doncellas mientras sentía sus mejillas calientes cuando se quitó la bata y se sumergía en la bañera. Nunca sentía vergüenza a la hora de bañarse, pero no se sentía cómoda cuando su madre la exhibía a los sirvientes como una persona lo bastante enferma e incapaz de cuidarse por sí misma.

La fiesta para celebrar el compromiso de su hermano, el único que le quedaba soltero, se estaba realizando bajo sus pies. Bueno, en el primer piso, ya que ella estaba en el tercero y el que estaba dispuesto para los niños.

Además, ella estaba bien con eso, por el momento.

Por otro lado, Katherine le sonreía a un niño de cinco años mientras evitaba que la niña en sus brazos se despertara.

—Tía Kitty, mi mamá siempre está enojada cuando viene a ver a mis hermanos —confiesa Nicholas, el mayor de sus sobrinos. Este era el primer hijo de su hermano mayor, Thomas Bennet. El niño de cinco años siempre había mostrado favoritismo hacia ella, por lo que siempre buscaba algo de que hablar con su tía—. Emmy siempre duerme, por eso me gusta.

—Tú eras igual que tus hermanos menores, Nick —dijo Katherine con una sonrisa burlona al pequeño y observó a las niñeras ingresar en la habitación de niños, por lo que preguntó—: ¿Ya se han dormido los gemelos?

—Sí, ya han bajado para avisarle a lady Annabeth.

—Nicholas, es hora de dormir —anunció su niñera.

—No, quiero quedarme con mi tía Kitty.

—La señora Josephine también subirá a ver a sus hijas —murmuró la niñera de su sobrina.

Katherine le sonrió, mientras le murmuraba un agradecimiento.

—Vamos, Nick tu niñera ha dicho que es hora de que vayas a dormir —apremió Katherine mientras entregaba a la pequeña—. Mañana podremos seguir jugando.

—¿No te irás? —preguntó aferrándose a sus faldas.

—Lo prometo, mañana podremos seguir jugando.

El niño se despidió de su tía, sin antes besarla en la mejilla y se marchó junto a su hermana.

Una vez sola en la habitación de niños, Katherine comenzó a buscar las cosas que les pertenecían a sus otras dos sobrinas. En resumen, ella tenía catorce años y ya contaba con seis sobrinos. Tres hombres y tres mujeres.

Eso era lo que ocurría cuando tenías tres hermanos mayores, te convertían en tía a temprana edad.

Thomas se había casado con Annabeth cuando ella tenía ocho años, Andrew y Josephine cuando cumplió los diez años y, ahora, Charles se comprometía con Harriet Grand.

—Kitty, ¿qué haces despierta?

La muchacha se giró asustada hacia su cuñada.

—Josephine, me has asustado —murmuró con el corazón agitado. Señaló la habitación y sonrió—. Buscaba las cosas de tus hijas.

—No hace falta, nos iremos mañana por la tarde —dijo mientras tomaba las manos de la joven—. Thomas y Andrew han decidido avergonzar a Charlie.

—¿Te parece Brandy para el desayuno? —preguntó Katherine mientras abrazaba a su cuñada.

—No, creo que Andrew podría vomitar en la mesa —murmuró con una leve sonrisa—. Whisky podría ser peor, Thomas terminaría durmiendo otra vez.

—Además, mi madre se enfadaría.

—Por eso, le diremos a Nicholas que los invite a jugar o a visitar el establo para ver a los caballos —sentenció Annabeth, quien llegaba a ellas.

—¿Qué ha hecho tu marido como para querer castigarlo? —preguntó Josephine.

—Solo ha realizado un terrible comentario sobre llevar a Charles a un burdel —dijo entre dientes, claramente enfadada.

—Puedo invitarte a mi habitación con los niños —sugirió Katherine.

—No te preocupes, Kitty —suspiró Annabeth—. Ya le he dicho que se fuera a la habitación de Charles a dormir, ya que no quiere apartarse de él esta noche —dijo, con una leve sonrisa. Observó el pasillo desierto del tercer piso y le dedicó una mirada maternal a la joven—. Katherine Bennet, aprecio que disfrutes pasar más tiempo con los niños que con los adultos, pero deberías estar en tu dormitorio.

—Le he comentado sobre lo mismo, Annie —dijo la pelirroja, quien al llegar al segundo piso acarició la espalda de Katherine—. Ve por un libro o algo que te distraiga de la fiesta.

—A la que no puedes asistir por nada del mundo —sentenció Annabeth, la que muy pronto sería la que llevaría el título de baronesa—. Si quieres puedo acompañarte a la biblioteca.

Katherine, negó a la oferta, no porque no deseaba ir a la biblioteca. Al contrario, quería ir, pero sola. Conocía la casa a la perfección, no se perdería en la oscuridad y, además, no sentía curiosidad por espiar la fiesta en la parte delantera de la casa.

—No, iré a mi dormitorio —murmuró, fingiendo un bostezo—: Tal vez Nick me ha robado las energías y ustedes tienen que ir a ver a sus hijos.

Se despidió de sus cuñadas y se apresuró en encerrarse en su dormitorio, por lo que una vez dentro apegó su oído derecho para oír los pasos de sus cuñadas alejarse y esperó el momento adecuado para escabullirse al primer piso.

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