Los Últimos Dragones

By E-de-Avellaneda

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Rhaegar Targaryen amaba a Lyanna Stark y miles murieron por ello. Pero, ¿qué habría pasado si Elia y su cort... More

𝕃𝕠𝕤 𝕌𝕝𝕥𝕚𝕞𝕠𝕤 𝔻𝕣𝕒𝕘𝕠𝕟𝕖𝕤
Capitulo 1.- La Sangre de la Antigua Valyria
Capítulo 2.- Confesiones de Medianoche
Capítulo 2.1.- Bajo la Luz de las Velas
Capítulo 3.- El Bosque Real
Capítulo 4.- La Hermandad del Bosque Real
Capítulo 5.- Rocadragón
Capítulo 6.- Carden de Braavos
Capítulo 8.- Anhelos y Tormentos
Capítulo 9.- Una Princesa Perfecta
Capítulo 10.- El príncipe que fue prometido
Capítulo 11.- Querido Hermano
Capítulo 12.- Harrenhal
Capítulo 13.- Sueños y Encrucijadas
Capítulo 14.- Ojos Hechiceros
Capítulo 15.- La Llegada del Rey
Capítulo 16.- Deseos y Contradicciones
Capítulo 17.- Amor de Torneo

Capítulo 7.- Una Princesa Targaryen

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By E-de-Avellaneda

Melian Gargalen

Para el momento en que Elia alcanzó su octava luna, el entusiasmo se había apoderado de la isla. Pocos recordaban el incidente de Carden acontecido un par de semanas atrás.

Pero si la emoción corría por los pasillos, el miedo se escondía en las esquinas.

Incluso Ascar, que normalmente se mostraba tan tranquilo y ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor, temía por ella. Su preocupación era palpable, Melian podía sentirla en su propia piel.

No lo culpaba, durante el día, una mirada al pálido rostro de Elia le traía demasiados malos recuerdos.

Nadie podría considerar a Loreza una mujer débil, y aun así había perdido dos bebés...

—No quiero pensar en qué sería de Trystane si algo le llegase a pasar a Elia durante el parto —había susurrado Ascar durante la noche, cuando creyó que ella ya estaba dormida—. Loreza aún está tan débil... El maestre Caleotte dice que quizá... —No terminó la oración—. Si las perdiera a ambas al mismo tiempo... No creo que pudiera seguir adelante.

"Y tú no podrías seguir sin él" pensó, pero no lo mencionó, se limitó a abrazarlo por la espalda, él se tensó con su tacto, y poco después los sollozos lo inundaron. La mera idea perderlo lo aterraba.

Él y Trystane tenían sus diferencias, las cuales en gran medida podían resumirse en una palabra: Loreza. Melian aún recordaba aquella noche hacía ya tantos años atrás en la que Ascar finalmente había reunido el valor suficiente para enfrentarse a su hermano. Loreza había tomado como amante a un Braavosi y se había retirado a los Jardines del Agua, dejando a Trystane en Lanza del Sol. El enfrentamiento entre los hermanos Gargalen fue a puerta cerrada en el despacho de la princesa de Dorne, pero los gritos podían oírse en todo el castillo. Horas después Ascar salió resollando y maldiciendo entre dientes, nunca había visto a su esposo tan furioso. Esa misma noche partieron de regreso a Costa Salada llevándose al pequeño Doran con ellos.

El distanciamiento duró años, hasta que la repentina muerte de Laena, su hermana menor, los reunió y en cuestión de semanas volvieron a ser tan unidos como lo habían sido en la infancia, aunque ambos evitaban cuidadosamente hablar de Loreza.

Así que Melian optó por mentirle, asegurándole que todo estaría bien. Era inútil alimentar sus temores, aunque en lo más profundo de su alma, era consciente de la fragilidad de Elia.

Su sobrina se debilitaba y empequeñecía con la llegada de cada nuevo maestre que arribaba a la isla haciendo alarde de su sabiduría. Sin embargo, lejos de detenerse, el príncipe Rhaegar seguía convocando a más y más, hasta que Melian se preguntó si quedaría alguien en la Ciudadela con un eslabón de plata alrededor del cuello.

Melian estaba convencida de que las pociones que los maestres le daban a Elia no hacían más que empeorar su estado. Le habría encantado poder abofetear al príncipe hasta que recobrara la razón y llamara de vuelta a Carden, pero sería inútil. Si ver el detrimento de la salud de Elia desde su partida no podía convencerlo, nada lo haría.

Podía quejarse todo lo que quisiera sobre cómo todo sería mucho mejor si Carden estuviera ahí, pero la realidad era que no lo estaba. La última vez que habían tenido noticias de él, estaba en camino a reunirse con su hijo, Lucan, en Braavos. Demasiado lejos como para regresar a tiempo.

La impotencia la invadía, pero sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Si no hacía algo, Ascar, Lewyn o Alyse lo harían, y no estaba segura de cuál de esas opciones sería peor.

Por lo que Melian meditó por un tiempo sobre la manera en la que debía actuar, y al final optó por hacer lo que creyó que Loreza haría.

Con determinación recorrió los pasillos hasta alcanzar las habitaciones del príncipe.

—Vuestros intentos por ayudar a la princesa Elia, no hacen más que poner en riesgo su vida —le dijo Melian. Un insulto en toda la extensión de la palabra, algo que usualmente solo saldría de los labios de Loreza.

Decir que el príncipe se había ofendido, era quedarse corto.

—El gran maestre Pycelle dijo... —intentó justificar Rhaegar.

—El gran maestre puede ser un hombre sabio —respondió ella con brusquedad, estaba harta de oír excusas—. Pero ha demostrado ser incapaz de cuidar adecuadamente a la princesa.

Observo la perplejidad en el rostro del príncipe y supo que debía expresarse con claridad. No podía permitirse que sus palabras se malinterpretaran.

—El estado de Elia no ha hecho más que empeorar desde que los maestres se encargan de ella...

—¿Y qué es lo que sugiere, lady Gargalen? ¿Llamar de vuelta a vuestro hermano bastado? —inquirió Rhaegar. Melian podía ver la rabia en su mirada.

Le hubiera encantado poder decirle que sí, que eso era justo lo que necesitaba, pero se contuvo.

"Él también se da cuenta que Elia estaba mejor bajo el cuidado de Carden" pensó. Quizás después de todo el príncipe no estaba tan cegado ante la verdad.

—Permítame encontrar a una partera —pidió Melian.

—¿Una partera? —Rhaegar se frotó la frente—. ¿Sugiere que una partera sea la encargada de traer al mundo al heredero de los siete reinos?

—Sí, —Melian asintió—. Una que haya traído al mundo a más bebés que todos esos maestres juntos, alguien que sepa cómo manejar un embarazo difícil.

Rhaegar se quedó en silencio con los dedos entrelazados debajo de su barbilla, la examinaba con ojos penetrantes. Parecía estar evaluando sus palabras, sopesando la idea que le había presentado.

"¿Es así como Ascar y yo dejaremos de ser bienvenidos aquí?" se preguntó sintiendo la tensión del momento. "Incluso Loreza ha sido expulsado de la corte en tres ocasiones" se obligó a recordar.

Finalmente, Rhaegar rompió el silencio.

—Está bien —concedió—. Encuentre una partera si es lo que desea, pero no concederé que se encargue ella sola del parto. Tendrá que trabajar junto al gran maestre Pycelle.

Una mezcla de alivio y diversión cruzó el rostro de Melian. La idea de ver al gran maestre trabajando codo a codo con una "mera" partera era casi irresistible.

Le tomó menos de una semana encontrarla.

Era una mujer fuerte y decidida de Mercaderiva, que había sido ampliamente recomendada por al menos una docena de mujeres. No importaba si eran de alta o baja cuna, todas afirmaban que era la más calificada para el trabajo.

Su nombre era Teya y era una mujer que no se dejaba intimidar por los comentarios de los señores o los maestres. No le importaba en lo más mínimo lo que pensaran de ella.

—Al final del día, aún me llaman cuando me necesitan —dijo la partera a Melian, con una chispa de orgullo en los ojos, cuando ella le advirtió sobre las consecuencias que podría traer hacer enfadar al gran maestre.

Por lo que ni bien puso un pie en Rocadragón, Teya comenzó a desafiar las recomendaciones y protocolos de los maestres, defendiendo con casos y nombres el porqué de cada decisión que tomaba.

La primera ocasión que se encontró con el príncipe, Melian podría haber jurado que la correría, pero al notar que el color regresaba de a poco al rostro de Elia, Rhaegar lo dejo pasar.

Melian volvió a respirar con tranquilidad, el parto no sería sencillo, pero al menos Elia tendría a alguien experimentado a su lado.

Aunque no pudo evitar que sus pensamientos se dirigieran a Carden. Los cuidados y recomendaciones de la partera eran en extremo similares a los que su hermano había indicado con anterioridad.

"Si Rhaegar está dispuesto a escucharla a ella, por qué no había podido hacer lo mismo por él" se preguntó.

Los días pasaron despacio, cada atardecer sumía al castillo en un silencio expectante. Todos esperaban anhelantes la llegada de un heredero.

Y fue en medio de la oscuridad que los gritos de Elia llenaron los pasillos.

El día había llegado.

La habitación de Elia estaba cargada con dolor y tensión.

Ella yacía en el centro de la habitación, recostada sobre su espalda, dando suficiente espacio a los maestres y a Teya, para que se movieran con libertad. Melian dio un paso al frente para poder sostener la mano de su sobrina, mientras que el resto de las damas aguardaban con preocupación a un par de pasos de distancia.

El rostro de Elia estaba pálido, cualquier rastro del sol se había esfumado de ella, estaba perlada en sudor. Su cabello oscuro, normalmente brillante y arreglado, se pegaba a su frente empapado. Su mirada usualmente vivaz, ahora lucía vidriosa y desgastada por el dolor.

Elia se retorcía en la cama.

Su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas y entrecruzadas con gemidos de dolor.

Las gotas de sudor se deslizaban por su frente y mejillas, mezclándose con las lágrimas que escapaban de sus ojos.

Elia estaba presentando batalla, pero iba perdiendo.

Melian podía sentir como su agarre cada vez se hacía más débil.

No aguantaría mucho tiempo más así.

Pero en esos momentos, las diferencias entre los maestres y Teya se hicieron más evidentes que nunca.

—No podemos seguir perdiendo el tiempo mientras la princesa sigue desangrándose... —Jaremy dijo con un aire de impaciencia.

—Habla claro, niño —le espetó Teya con los brazos cruzados y una mirada desafiante.

—Si seguimos perdiendo el tiempo, —respondió Jaremy—. Nos arriesgamos a perderlos a ambos, deberíamos salvaguardar la vida del bebé primero...

—Si estás hablando de cortar a la princesa en dos, olvídalo.

El rostro de Pycelle se enrojeció de ira.

—¡Cómo te atreves a desafiar nuestra autoridad! Nuestro deber es garantizar la salud de la princesa y su bebé.

—¿Tu deber? —Teya soltó una risa burlona—. Tus deberes consisten en leer libros antiguos y lamerles el culo a tus grandes señores, mientras que yo me enfrento a la realidad.

—¡Es imposible trabajar así! —exclamó Pycelle—. Tu ignorancia acabará con la vida de la princesa y su hijo.

—¿Acaso crees que sabes más que yo, que he traído a más bebés al mundo de los que tú has visto en tu jodida vida?

—Estamos hablando del heredero de los siete reinos, no del hijo de cualquier prostituta de Mercaderiva... —Jaremy intervino y la discusión continuó.

El tiempo transcurría, y Elia, en medio de su agonía, parecía desvanecerse lentamente.

—¡Basta! —gritó Melian amenazante—. ¿Creen que el príncipe Rhaegar se quedará de brazos cruzados si se entera de cómo discuten en lugar de trabajar juntos por la vida de su esposa e hijo? El exilió sería el menor de sus preocupaciones.

Pycelle y Jaremy se miraron mutuamente, sorprendidos por la determinación en los ojos de Melian. Ambos asintieron en silencio.

Teya, con una expresión de desafío, gruñó:

—Haz lo que quieras, Melian. No necesito su aprobación para hacer mi trabajo.

Melian suspiró y acunó el rostro de Elia, se veía tan pequeña, tan débil, tan cansada.

—Solo un poco más —le susurró—. Solo falta un poco más, puedes hacerlo.

Elia se retorció en dolor.

Melian se detuvo en el umbral de la puerta. Observó al príncipe Rhaegar recorrer una y otra vez el mismo sendero. Parecía sumido en sus pensamientos, con la mirada perdida en la nada y los puños apretados.

—Tenga, alteza —el príncipe Lewyn le pasó un tarro de vino caliente—. Le ayudará con los nervios.

Rhaegar asintió y le dio las gracias casi sin hacer ruido, continuó con su ir y venir, aunque un par de minutos después se detuvo mirándose la mano, parecía sorprendido por la presencia de la bebida, sin recordar de dónde la había sacado, su mente estaba del otro lado de la puerta, tomó un sorbo y continuó con su andar.

Un terrorífico grito los hizo estremecer, todos giraron la cabeza hacia la puerta. El tarro de vino chocó contra el suelo.

La bebé se retorció en los brazos de Melian.

El rostro del príncipe se iluminó por unos segundos. Se acercó a ella, y el alivio se adueñó de él, recién pareció recordar como respirar. Sus dedos temblorosos se acercaron con delicadeza a la pequeña mejilla rosada de su bebé.

Lewyn y Ascar se levantaron de sus asientos y se acercaron para verla.

—Es una niña, alteza —anunció Melian.

Rhaegar esbozó la sonrisa más radiante que jamás había visto en él, pero entonces la realidad lo golpeó.

—¿Cómo está Elia? —preguntó.

—Débil —musitó Melian.

—¿Pero estará bien?

—Los maestres dicen que será una noche complicada —dijo Melian con un nudo en la garganta.

El rostro de Rhaegar se contrajo, entró en a la habitación.







N/A: Seré honesta... Este capítulo no es de mis favoritos... Pero necesitaba avanzar con la historia... Así que... Aquí está... Los leo 😶

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